EL LOCO DE CIUDADFRÍA XLIV

27 06 2024

Nuevas risas. Entonces recordé los malditos sueños y a punto estuve de perder el control. ¿Me sentía celoso? ¿Qué me iba a mí en ello? Cuanto antes me librara del loco, mejor para mi equilibrio emocional. Entonces apareció lanzando la pelota a la perra que salió disparada como una bala y regresó con ella en la boca. El loco la acarició con deleite y la volvió a lanzar. Tenía un pitillo en la boca. Sin ser muy consciente de lo que hacía me levanté, me acerqué a él y le pedí otro. Me lo dio, lo encendió con su mechero y regresé sin darle las gracias.

-¿Has vuelto a fumar? Mala señal.

Era mi esposa. Siempre atenta a estos pequeños detalles que desnudaban mi alma sin que yo pudiera evitarlo. Me sorprendió Chonchi. Se levantó y se dirigió también hacia el loco. Le pidió otro pitillo que este encendió con mano temblorosa y se quedó allí para lanzar ella la pelota esta vez.

-Lo que me faltaba. Hasta Chonchi. Esto va a oler peor que un fumadero de opio. ¿Qué te parece si damos un paseo por la playa? Creo que esta noche hay luna llena.

Me hice el remolón pero ella me arrastró. Regresé para terminar la cerveza y con el pitillo en la boca la seguí como un perrito faldero. Miré en dirección a la extraña pareja y pude ver cómo Chonchi, aprovechando que el loco se había arrodillado para acariciar a la perra, acariciaba su calva con cierta ternura, incluso le plantó un beso en ella.

-Vamos, querido. Deja que Chonchi prepare el terreno. Nosotros estorbamos.

El paseo empezó mal, haciendo yo preguntas estúpidas, pero terminó muy bien, cuando mi dulce amorcito, comprendiendo la situación, me obligó a pasar mi brazo por su cintura y de esta manera caminamos como dos enamorados por la desierta playa. Cuando regresamos el trío continuaba jugando, ahora la escena no me pareció tan obscena porque mi esposa me dio un largo beso. Cenamos las sobras de la ensaladilla y los filetes. En un gesto que hasta a mí me sorprendió, invité al loco a poner la mesa, ya que las damas lo habían hecho todo en la comida. Lo hicimos en silencio. La cena fue agradable y amistosa. Noté una cierta complicidad entre el loco y Chonchi. Se miraban, se sonreían, volvían a mirarse y sonreírse. No tuve dudas en que aquella noche Chonchi bajaría a dormir con el loco, pero me equivocaba.

-Chonchi. ¿Puede dormir Luarna esta noche conmigo?

-Claro, a veces la dejo dormir conmigo, no siempre porque no quiero que se acostumbre.

Corté aquel diálogo de besugos e invité al loco a recoger los platos y a fregar, como dos caballeros que intentan congraciarse con sus damas. Lo hicimos en silencio mientras las damas salían al exterior. Habían dejado abierta la puerta cristalera y por ella se coló la maldita perra que no quiso saber nada de mí, centrándose en gañir al loco. Este le dio dos o tres trocitos de filete que habían quedado en la bandeja y Luarna se puso a dos patas, apoyando las delanteras en el pecho del loco que no dejaba de acariciarla. Con descortesía criminal me fui al servicio de la planta baja y cuando salí ya no había nada que hacer en el fregadero. Salí yo también al exterior y me coloqué en la silla al lado de mi esposa, quien me tomó la mano y la acarició como si estuviera pidiendo algo a mi subconsciente. Yo sabía de qué se trataba.

-Me dais envidia. Parecéis dos tórtolos.

Lo sentí como algo desmesurado y ridículo. Miré a Chonchi a los ojos y noté que estaban húmedos. Recordé ahora lúcidamente aquella patética escena que habíamos vivido los dos en aquel mismo porche. ¿Estaría ella recordando también? Entonces salió el loco para despedirse, se iba a la cama con Luarna. Abrazó a Chonchi en su silla especial, la besó en las mejillas y le dio las gracias. De pronto hizo algo que me sacó de quicio. Juntó las manos a la altura del pecho, como si orara y dijo una palabra extraña. Namasté. Tuvo que explicar su significado. Un saludo budista, de alma a alma, dijo. Me pareció tan esperpéntico que rechiné los dientes. Desapareció y me sentí muy aliviado. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no estrangularle allí mismo.

-Es un buen hombre –dijo mi esposa- deseo que encajéis y seáis muy felices.

No pude soportarlo. Besé el dorso de la mano de mi esposa, como un caballero, picoteé sus labios y anuncié mi decisión de irme a la cama. No sabía por qué me encontraba muy cansado.

-No será por la tensión de conducir. Esa disculpa no te librará de cumplir como un hombre.

Risas. Forcé una sonrisa y desaparecí por el foro. Ni siquiera me lavé los dientes. Me quité la ropa. Me embutí en el pijama y tras buscar postura en la cama me quedé dormido con una facilidad que me habría sorprendido de estar despierto. Por desgracia no era así. Una peculiar pesadilla me asaltó. Yo caminaba por el pasillo en dirección al cuarto de Chonchi. Abría la puerta y allí estaba ella, desnuda encima de la cama, esperándome, con una mirada lúbrica que daba miedo. Regresé apresurado a nuestro cuarto y al abrir la puerta allí estaban ellos, copulando como animales. La perra se lanzó sobre mí, cariñosa, le di una formidable patada que la estampó contra la pared. Regresé corriendo al cuarto de Chonchi y ésta se acarició el vello púbico me lancé sobre ella como un animal salvaje. Hurgué con mi lengua entre sus labios, buscando el clítoris, luego me lancé hambriento sobre sus pechos, lamí sus pezones con un movimiento de lengua onírico y desmesurado y sin más preámbulos la penetré salvajemente. De pronto estábamos los cuatro en una cama redonda, junto a la chimenea en la que ardían unos troncos. Debía de ser invierno. Yo estaba desnudo y tiritaba de frío. En cambio ellos sudaban, la piel brillante, el loco sobre mi esposa, cabalgándola, al tiempo que su mano derecha hurgaba entre los muslos de Chonchi. Me derrumbé sollozando al lado de mi esposa y ésta alargó la mano hacia mi rostro.

Me desperté pateando y con un movimiento brusco quité la mano real de mi esposa real de mi mejilla. Me estaba acariciando. Estaba desnuda, apretujada contra mí. Pedí disculpas al tiempo que noté humedad en mis ojos. Ha sido una espantosa pesadilla, dije. Luego me la cuentas, respondió ella, pero ahora tienes que ser bueno. Y lo fui.


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