DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL (EL GRAN SECRETO) XXVII

26 12 2020

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL (EL GRAN SECRETO DE MI VIDA) XXVII

TODO SOBRE EL TELÉPATA LOCO III

Anoche tuve un sueño que  me hizo pensar en la necesidad de retomar este diario. Mientras despertaba y no algunos recuerdos de aquella época se desbloquearon totalmente y esta mañana he reanudado un diario que llevo aparcado desde junio del 2019, según veo en el blog. Desde entonces han ocurrido muchas cosas, incluso algo imprevisible y distópico ha cambiado nuestras vidas. Ha llegado el coronavirus y ha destrozado las seguridades del ser humano, que se creía invencible y ha descubierto su fragilidad. Hace ya muchos años que me planteé dejar algunos textos antes de morir, no porque crea que muchos los van a leer y sacar provecho o porque piense que ese debe ser mi legado para que mi vida no haya sido un tiempo vacío. Para mí es algo mucho más importante y coactivo, se trata de cumplir un juramento sagrado que me hice en un determinado momento de mi vida. Ahora que la muerte acecha en cada esquina y puede que mi tiempo esté dando los últimos coletazos, es preciso que escriba lo que aún queda pendiente, experiencias en muchos casos infernales que no debo callar por vergüenza o por cualquier otro motivo que resulta ridículo desde la perspectiva de la muerte. Para muchas personas desvelar su intimidad es algo insufrible e inaceptable, como narrar sus experiencias en el retrete, todos sabemos que tenemos un cuerpo físico, que somos en parte animales y conocemos muy bien cómo funcionan las partes más bajas de nuestros cuerpos, las excreciones, y cómo nos vamos deteriorando con el tiempo. Contar eso es solo provocación, no aporta nada, tan solo la repulsión de los oyentes. Sin embargo hay algo que aunque puede parecer muy semejante no lo es en absoluto.

Se trata de desvelar las intimidades más recónditas, y en buena parte oscuras, de nuestra consciencia. Muchos lo consideran  un gesto narcisista e inútil, algo tan repugnante como contar una experiencia de diarrea explosiva, como denomino yo a esas diarreas que por desgracia sufro de vez en cuando, en la que parece que voy echar todo el interior de mi cuerpo en la forma más repugnante imaginable. Me temo que en algunos casos se trata solo de vergüenza de hablar de experiencias que consideran humillantes y que tienen mucho de una defensa a ultranza de una imagen que ellos se han creado de cara a los demás, o que los demás han creado de ellos observando su parte exterior, su apariencia física, sus gestos, sus conductas.  Siento un gran respeto hacia esta actitud y entiendo perfectamente  su reticencia a desvelar intimidades que consideran inútiles y no llevan a parte alguna. Ese no es mi caso, porque por suerte o por desgracia, no tengo ninguna imagen que defender, salvo la imagen de loco que en parte he causado yo con mis actos y en parte han creado ellos, los demás, incapaces de comprender la enfermedad mental, y que creo es una forma de huir de la realidad, de no enfrentarse a algo que está ahí y que podría hacerles sufrir y angustiarles hasta unos límites que no están dispuestos a soportar. No puedo empeorar más mi imagen de lo que ya lo está ni tengo el menor interés en defender esa imagen, al contrario, si tuviera el menor deseo en destruir esa imagen y crear otra, un poco mejor, no haría lo que voy a hacer. Podría alegar que quiero ayudar a las personas que sufren algún tipo de enfermedad mental y a sus familiares, para que intentaran comprenderles, o que deseo aportar mi granito de arena a la evolución espiritual de la humanidad, que no solo se consigue hablando de lo mejor de nuestra naturaleza, sino también de lo peor.  Pero esos motivos no tienen para mí la menor importancia. Se trata de cumplir un juramento sagrado que hice en un determinado momento de mi vida y que es para mí muy importante.

Veo que en el capítulo anterior intenté explicarme un poco cómo pude llegar a vivir las experiencias que sufrí en aquella época. No importan las causas, ni qué me pasó realmente para despertar facultades ocultas que nos permiten percibir mundos invisibles, me voy a centrar en narrar aquella etapa de mi vida como una novela delirante, una historia tan típica  como la de algunas de mis novelas más delirantes. Pero antes debo decir que nunca he sido conformista con las grandes cuestiones de la vida. Sí lo he sido, y mucho, con las cuestiones fútiles, tales como si debería ganar el doble de dinero para comprar esto o aquello, o si debería preocuparme por alcanzar un determinado estatus social, o si tendría que plantearme hacer algo importante para hacerme famoso y que todo el mundo me palmeara la espalda, ni siquiera por dejar un legado que le permitiera a la humanidad avanzar un pasito más, no se sabe hacia dónde. Para mí la gran cuestión ha sido siempre desvelar el misterio de la existencia. Luchar por la justicia es importante, hacer lo que esté en mi mano para que los marginados de esta sociedad puedan abandonar su vida miserable y alcanzar un nivel de vida mínimamente aceptable, conseguir que los derechos fundamentales, los derechos humanos se respeten en todas partes, sí, eso es importante, pero no tanto como saber por qué diablos nacemos y por qué tenemos que morir. Ni siquiera vivir unas cuantas décadas lo mejor posible es para mí importante, porque por muy bien que vivas tendrás que morir, y no dentro de varios siglos o eones, solo unas miserables décadas. Luego regresar a la nada por toda la eternidad. Eso para mí ha sido siempre inadmisible. Se podría decir que no merece la pena. Desde que con cuatro o cinco años me senté en una piedra, frente a las puertas de aquel cementerio de pueblo, después de que mi padre estuviera a punto de morir, no he dejado de buscar una explicación. Tardé muchos años en hacerme guerrero, entonces no seguía ningún dogma que dijera que si no luchas por desvelar el misterio eres un zopenco, o que si te dejas engañar y manipular eres un cordero llevado al matadero. No, aquello era algo superior a mis fuerzas, brotaba de mis entrañas como un torrente. Tenía que saberlo, o por lo menos tenía que luchar toda la vida intentándolo. Cuando supe que un guerrero debe luchar toda su vida por desvelar el misterio, aún sabiendo que nunca lo conseguirá, me hice guerrero. Para mí no se trataba de buscar una explicación a la enfermedad mental, saber lo que hubiera sido de mi vida de no haber padecido una enfermedad mental. Era muy consciente de que de no haber caído en las manías obsesivo-compulsivas en las que caí, hubiera caído en otras. De no haber tenido los delirios que tuve, hubieran sido otros. No me interesaba la vida “normal” de todo el mundo. En el camino del conocimiento siempre descubres cosas, que rara vez son agradables, es más, casi siempre son terribles. Pero es mejor saber que ignorar, es mejor intentar ser libre que conformarte sabiendo que eres un esclavo de fuerzas más o menos poderosas. Puede que no sea muy agradable descubrir que te han mentido, te han manipulado, que eres una hormiguita a la que están poniendo constantemente palos en su camino, solo para divertirse viendo cómo sufres trepando palo tras palo, perdiendo el escaso tiempo de que dispones para llegar al hormiguero saltando obstáculos que otros ponen en tu camino, solo para divertirse. Ciertamente es terrible saberlo, pero es aún peor no saberlo. No puedo ser conformista. No puedo decir: es inútil, no lo sabré nunca; es mejor disfrutar lo que puedas, durante el tiempo que puedas, que sufrir intentando meter el océano en el agujerito que el niño ha cavado en la playa. No importa lo que tenga que sufrir, lucharé como un guerrero por desvelar el misterio. Quiero saber por qué nací, por qué voy a morir, si hay algo más, quiero desvelar el misterio de la existencia. Y ahora sí, puedo empezar a contar mi historia, tan patética como hay pocas, pero puedo decir que nunca tiré la toalla. Si lo hubiera hecho nunca sabría que se puede superar la enfermedad mental, al menos lo suficiente para alcanzar un nivel de vida aceptable. En otros tiempos hubiera dado mi brazo izquierdo, mi pierna izquierda, hubiera dado casi todo, menos la vida, porque sin vida no puedes descubrir misterios, por llegar hasta donde he llegado. Ha merecido la pena.

Incluso en las vidas más llanas y anodinas existen siempre encrucijadas en el camino que se sigue. En las vidas grises no son muchas ni hay en ellas muchos caminos a elegir, en cambio en las vidas complejas y dramáticas las encrucijadas son numerosas y los caminos a elegir tan numerosos que uno debe sentarse a meditar sesudamente. Si bien el ángulo que separa a unos caminos de otros es mínimo a la altura de la encrucijada, conforme uno va siguiendo el camino se da cuenta de que a cada paso se separa más y más del camino o caminos más cercanos. Es cierto que siempre vamos hacia delante, porque la vida no permite retroceder, pero algunas veces se avanza tan poco que uno diría que la separación con la línea que marca el avance del retroceso debe ser mirada con lupa. Hace algunos años se me ocurrió la idea de escribir una novela sobre mi vida, pero no sobre lo que había ocurrido, si no sobre lo que pudo haber sucedido de haber yo tomado otros caminos en las encrucijadas y no los que realmente tomé.  Al final lo dejé, convencido de que cualquier camino que hubiera seguido habría cambiado muy poco de lo que ha sido mi vida. Alguna vez he meditado sobre qué habría sido de mí de no haberme puesto a buscar un sentido a la vida, si me hubiera dado por vencido antes incluso de formular la pregunta. La mayoría de las personas dan por supuesto que no se puede descubrir el sentido de la vida, si es que existe, y se limitan a pensar algo tan simple como: ya que estamos aquí sin saber cómo ni por qué, ya que vamos a morir inevitablemente, vivamos lo mejor posible, eso es lo único que cuenta. Mirando esas vidas no siento envidia, ni siquiera intentándolo con todas mis fuerzas. He tenido una vida dura, dramática, terrible, pero en ella nunca he dejado de buscar ese sentido que sin duda tiene.

De no haber buscado habría caído en las mismas obsesiones y sufrido las mismas angustias. Mi condición de enfermo mental me habría llevado a las mismas metas aunque fuera por distintos caminos. E incluso, creo, que aunque no hubiera padecido enfermedad mental alguna no soy capaz de vivir sin buscar un sentido a la existencia. Por eso mi camino de conocimiento no ha sido más infernal que el que sufrí antes de buscar, en lo que llamo mi etapa negra o mi temporada en el infierno, que cuento en otro lugar. Incluso debo decir que con el tiempo fue mejorando hasta llegar al logro que nunca hubiera imaginado, de alcanzar una calidad de vida por la que hubiera dado casi todo.

Se podría decir que el camino comienza cuando decidí abandonar Madrid, donde había vivido mi temporada en el infierno, y regresar a León. Allí se inició mi busca del remedio mágico que todos los enfermos mentales pedimos al cielo cada momento de nuestras vidas. Fue una búsqueda agotadora, en todas las direcciones y sin descanso. Budismo, yoga, espiritismo, fenómeno OVNI, mancias, escritura automática, esoterismo. Todo podía llegar a servirme, todo era digno de ser analizado en profundidad. Recuerdo con ternura mi ingenuidad cuando me acerqué a una oficina de información cultural para solicitar información sobre grupos espiritistas en mi ciudad. Estábamos en plena transición y todo seguía funcionando con la inercia franquista. Mi ingenuidad en aquella etapa juvenil era tan pasmosa como enternecedora. Me dediqué al estudio del tarot y echaba las cartas a los amigos o conocidos, estudié la astrología aunque nunca hice cartas astrales porque las matemáticas nunca fueron mi fuerte. Compré algún libro de quiromancia y me puse a leer mis manos y las ajenas. Compraba fascículos sobre temas paranormales de Jimenez del Oso y veía su programa en televisión. Encontré algún grupo de escritura automática y me hicieron un informe sobre mi nombre cósmico, así como un dibujo de mi personalidad que estaba férreamente encerrada en una especie de prisma en el que no había salida alguna, tendría que quebrarlo. Pero cuando realmente comenzaron a cambiar las cosas fue cuando decidí hacerme rosacruz y estudiar las monografías que me enviaban desde San José, en California. Hasta aquel momento todo había sido puramente teórico, pero con alguno de los experimentos rosacruces algo se fue despertando y comenzaron los puntitos de luz, las voces, la obsesión telepática, el miedo a estar poseído por algún demonio. Las supuestas visiones de Ovnis en la montaña, que tanto me impactaron y obsesionaron, podían considerarse pura sugestión, pero los fenómenos que empezaron a ocurrirme eran innegables. Uno podía interpretarlos de mil formas diferentes, pero lo cierto es que yo estaba viendo lo que veía y escuchando lo que escuchaba, eso no podía negarlo, como no puedes negar la existencia de una pared después de haberte golpeado la cabeza con ella una y otra vez.

Aún hoy me pregunto si hubiera llegado a tanta obsesión y locura de no haber sufrido con anterioridad una severa enfermedad mental. Es cierto que otras personas que conocí entonces y posteriormente no llegaron a mi deterioro, pero sí estaban muy afectadas y algunas casi tan mal o peor que yo. Quienes desconocen este mundo tienen tendencia a calificar de enfermo mentales o locos a quienes buscan un sentido a la vida en el mundo invisible, sin darse cuenta de que no solo nuestras vidas, incluso el universo es más invisible que visible. La física moderna está de acuerdo en que hay más materia o energía invisible en el universo que visible. Lo que vemos es poco, solo la punta de un infinito iceberg que permanece invisible para nuestros telescopios y artilugios, no digamos para nuestros ojos. La busca de lo invisible no tiene por qué ser irracional o demente, incluso podría ser muy científica. Lo que ocurre es que el camino del conocimiento contiene monstruos o verdades que pueden trastocar nuestro equilibrio mental. Es lo que me ocurrió a mí y que iré contando en próximos capítulos como una novela, delirante y compleja, protagonizada por un tonto, o mejor dicho por un loco. Como en la novela El lobo estapario de Hesse, esta es una novela solo para locos.





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL (EL GRAN SECRETO) XXVI

29 06 2019

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XXVI

TODA LA VERDAD SOBRE EL TELÉPATA LOCO II

Tras varias décadas sigo siendo incapaz de comprender cómo algo en apariencia tan nimio pudo cambiar drásticamente mi vida. Porque miradas las cosas con objetividad nada de aquella realidad incontrovertible era lo suficientemente grave y dramático para llevarme hasta el límite de la locura, la línea roja que separa lo que llaman normalidad de la demencia total, de la locura absoluta. Ni siquiera el concepto del punto de encaje de la filosofía chamánica de Castaneda, hoy por fin asimilada, me permite comprender el proceso por el que uno puede abandonar el mundo de todos o de casi todos para adentrarse en una realidad misteriosa y terrorífica, basándose únicamente en varios elementos del todo inocuos, o que al menos así deberían ser. No se trata de la diferencia entre un agua pura y cristalina y un agua corrupta y tóxica. Eso explicaría muchas cosas, pero no fue así.

El miedo a la locura se transformó en terror, un terror ciego, visceral. Por suerte, como me dijo aquella psiquiatra, no es tan fácil volverse loco. Algo que deseé con desesperación. La fuga de la realidad del enfermo mental se convirtió, en mi caso, en una necesidad angustiosa de librarme de todo aquello, incluso al precio de perder la consciencia, de transformarme en un vegetal babeante, como aquellos que había contemplado con pasmo incomprensible, en los psiquiátricos donde estuve internado. ¿Acaso todo se debió a mi condición de enfermo mental? No lo sé y sigo sin saberlo.

Una angustia casi demoniaca me llevó a fabricar una estratagema, que no estrategia, para librarme del abismo de la locura que veía tan cerca. Fue una estratagema delirante, surrealista, bufonesca, que tenía su punto de razón, de lógica, de cordura. Aún hoy no tengo la certeza de que de no haberla diseñado y llevado a la práctica no hubiera podido librarme de la locura que me estaba acechando, como si ese fuera mi destino. No las tengo todas conmigo, por lo que aún desconozco si aquello me libró de la demencia, o por el contrario, estuvo a punto de hacerme caer en ella. Mi razonamiento era muy simple. Si lograba la connivencia de los demás, si conseguía que accedieran a participar en aquel juego infernal, con un código de lo más sencillo, podría librarme de lo que me esperaba. De alguna manera el argumento era bastante sólido: las mentes y personalidades de los demás podrían ser un anclaje casi perfecto para mantenerme lejos del abismo, un clavo ardiendo pero profundamente aferrado a la roca más sólida. Algo así como un flotador alrededor de mi cintura del que tiran con fuerza miles, millones de personas, desde el barco, el Titanic, cuyas manos sujetan con fuerza desesperada la gran soga que atada al flotador me da la seguridad de que o me salvo yo o perecen todos. O se salva Sansón o mueren con él todos los filisteos. Suena a rechifla, pero algunas grandes mentes, como la del genial Jung, pensaron en algo parecido, el subconsciente colectivo. Por otro lado, el ya referido punto de encaje, era algo muy parecido, o todos se dedicaban en cuerpo y alma a clavar mi punto de encaje en el agujero del cinturón donde lo tenían ellos o sus puntos de encaja saltarían en pedazos y todos nos volveríamos locos. Aquello hubiera tenido sentido de tratarse de todos los demonios del infierno tirando desde el otro lado de la soga y de este lado toda la humanidad, intentando que no cayera en el agujero y me tragara el infierno. O dicho de otra manera, un solo individuo, luchando contra el ejército de la locura, consigue engañar a otro gigantesco ejército neutral para que se meta en la liza sin comerlo ni beberlo, sin nada que lograr y todo que perder. ¿Cómo pude lograr hazaña tan portentosa? Antes de ver el desarrollo completo de la secuencia, veamos si semejante lucha titánica tenía el menor sentido.

LA REALIDAD OBJETIVA

Unos puntitos de luz que comienzo a ver con los ojos cerrados, al principio no de forma constante, luego como un continuum temporal muy parecido a la realidad del cuerpo físico. Tan sorprendente como la realidad de un invidente que recobra la vista y comienza a ver la totalidad de un mundo hasta ese momento solo imaginado o intuido. Claro que la diferencia es abismal, yo solo estaba viendo unos puntitos de luz donde antes solo existía una oscuridad absoluta. ¿Acaso unos puntitos de luz pueden ser tan molestos y algo tan trágico como para que una persona pierda la cordura? Sí, cierto, es molesto ver puntitos de luz de forma ininterrumpida cuando cierras los ojos, se duerme muy mal y uno llega a obsesionarse con esos puntitos, cierras los ojos sin necesidad, solo para cerciorarte de que siguen ahí y no se han ido. Y al dormir es como tener una luz encendida, te cuesta conciliar el sueño, aunque algunos la necesitan para dormir porque les aterra la oscuridad absoluta. Como todo, puede ser cuestión de gustos. Más dramático es perder una pierna que sabes que nunca vas a recobrar o quedarte tetrapléjico en una cama sin poder moverte. ¿Qué tiene de dramático un puntito de luz? Aunque se mueva, aunque vaya aumentando de tamaño, aunque adquiera la forma de un rostro humano o de un cuerpo físico, aunque a veces te permita ver lo que hay al fondo, o más cerca, al otro lado de una especie de velo que se rasga. Ves cuerpos físicos humanos. Vale. ¿Pero en qué se diferencia eso de ver un cuerpo físico con los ojos abiertos? Cierto, resulta insólito ver un cuerpo físico con los ojos cerrados, un cuerpo que parece paralizado en el tiempo y en el espacio, que no se mueve. Además no siempre ves el cuerpo completo, puedes ver solo la cabeza o un trozo de brazo o las piernas. Es de lo más molesto y no tiene el menor sentido, pero no es tan grave.  Podría ser un juego infantil en el que mediante un conjunto de gafas o de filtros iría desapareciendo todo un entorno para quedar solo un cuerpo físico paralizado o una parte de ese cuerpo.

Parece un juego ridículo, con los ojos abiertos vemos todo lo que podemos ver, una escena completa, un paisaje, todo se mueve, las personas, el viento, las hojas de los árboles, y sin embargo con los ojos cerrados, con el supuesto tercer ojo apenas vemos pequeños fragmentos y además inmóviles. No tiene mucho sentido, pero estamos obligados a verlo, porque cuando tenemos los ojos abiertos y vemos, podemos cerrarlos y ya no vemos nada. Cuando tenemos los ojos cerrados vemos esos pequeños fragmentos sin sentido y nos vemos obligados a seguir viéndolos salvo que estemos despiertos durante el día, entonces podemos abrirlos y ese sin sentido desaparece. La diferencia está en que cuando necesitamos cerrar los ojos, para descansar un momento o antes de dormir, no podemos abrir los ojos para hacerlo desaparecer porque no se puede dormir con los ojos abiertos, al menos es muy difícil, muy complicado, pruébenlo y se darán cuenta de lo difícil que es. Aún así la diferencia no parece ser muy grande salvo que uno se obsesione. Es cuestión de acostumbrarse.

Y entonces comienzan a pasar más cosas. El cuerpo físico que veíamos en fragmentos ahora lo vemos en su totalidad y lo que antes estaba inmóvil, ahora se mueve. Parece un pequeñísimo avance, pero resulta muy desconcertante. ¿Por qué antes veíamos solo un fragmento y ahora lo vemos en su totalidad, por qué antes estaba inmóvil y ahora se mueve?

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Los datos objetivos eran muy claros, concretos y nada dramáticos. Ver puntos de luz con los ojos cerrados no es tan grave, que luego esos puntos permanezcan de forma constante ante tus ojos cerrados, es molesto, es cierto, pero hay cosas mucho más molestas; que con el tiempo esos puntos de luz se perciban como materia ectoplasmática que forma rostros, puede llegar a ser motivo de una curiosidad morbosa, ¿qué son y quiénes son esas caras?; que con el tiempo aparezcan rostros físicos, cuerpos, como si esa materia ectoplasmática se volviera transparente y nos permitiera ver al otro lado de no se sabe qué espacio y qué tiempo, empieza a ser preocupante y hasta angustiante, pero hasta ahora nada para volverte loco; que con el tiempo puedas ver objetos del entorno de ese rostro o ese cuerpo, lo curioso en este caso es que no los hubieras podido ver antes, ¿a qué se ha debido?; con el tiempo llegas a ver el rostro, el cuerpo, el sofá, cómo se levante y camina, a otras personas, una secuencia, pero muy corta, un tiempo inexplicablemente corto, ¿por qué este fenómeno dura tan poco? Y aquí comienzas a hacerte preguntas, muchas preguntas, sobre esta misteriosa percepción. ¿Es que estás desarrollando el tercer ojo? ¿Acaso el tercer ojo es algo tan retorcido, tan complejo, tan difícil de abrir y evolucionar? Parece que sí. Y ahora las preguntas necesitan respuestas urgentes. Necesitas saber si a otros les ocurre lo mismo o algo parecido. Si la apertura de tu tercer ojo es tan lenta y retorcida porque eres más tonto que los demás o simplemente porque no quieres abrir los ojos y así es complicado ver nada. Esto último es una respuesta muy verosímil.

Hasta ahora todo muy novedoso y estresante, hasta angustioso, pero nada de dramas ni tragedias. Hay humanos que van a la selva amazónica o suben las cumbres más altas de la Tierra, corren riesgos, pasan miedo, pero no dejan de ser aventuras, nada insólito. Pero es que esto aún no ha terminado. Con el tiempo empiezas a escuchar voces, o si lo prefieres, primero comienzan sonidos difíciles de explicar. O puede que los sonidos comenzaran con los puntos de luz y no tardaran tanto en desarrollarse. No importa mucho, lo que importa es que si llevabas a la espalda una mochila muy cargadita, ahora pesa mucho más. Esto de las voces es un verdadero lío. A veces no sabrías decir si son ruidos físicos, lejanos, raros, a veces inexplicables, o vienen de otra dimensión. La confusión tiene sentido porque empiezas a inventariar toda clase de ruidos. Una especie de vibración muy sutil que sitúas en la cima de tu cabeza y que no siempre está presente, a veces se apaga, otras se enciende, otras se intensifica. ¿Pudiera ser la vibración del chakra corona? Pudiera, pero lo que no es vibración de chakra es esa especie de extraño sonido, como la voz indistinguible de un bebé o un alma en pena o alguien que se está quejando porque sufre mucho. ¿Acaso eres tú, que te quejas de sufrir tanto y de no comprender nada? Pudiera ser. De hecho una de tus primeras hipótesis es que intentas hablar en la otra dimensión, pero tienes tanto miedo, terror, a que te puedan escuchar que intentas disimular tus desahogos, tus llantos, como sonidos que puedan confundir. No quieres convertirte en el telépata loco, al menos no antes de tiempo.

La realidad objetiva no es tan dramática como tú la estás viendo. Los ruidos acaban resultando muy molestos, aparecen cuando quieren, no cuando tú los llamas y desaparecen cuando les da la gana, no cuando tú los apagas. Te crispan los nervios, incluso a veces jurarías que se oyen físicamente. Es una duda importante que tienes, porque si los oyes tú solo, lo mismo que tú solo ves los puntitos de luz con los ojos cerrados, entonces no es tan grave, es cuestión de que relajes tus nervios, te equilibres y dejes de comerte el coco y de angustiarte. Pero si son ruidos que se oyen físicamente, entonces, tate, cuidado, que aquí la cosa se puede complicar. Y comienzas a pensar en los extraños fenómenos paranormales que ocurren por ahí y que tanto asustan y de los que se dan tan disparatadas explicaciones. Algunos dicen que hay fantasmas rondando por ahí, otros que la mente de un tarado está generando fenómenos extraños, porque la mente de los tarados es lo que tienen, que todo lo complican y convierten las vidas normales y felices de los demás en algo molesto, realmente muy molesto. Tú tienes mucho miedo a que en tu entorno se produzcan esos fenómenos, no tan solo porque nunca sabes lo que puede llegar a ocurrir, golpes, telequinesia, mil cosas, sino sobre todo porque todos te van a señalar con el dedo y como enfermo mental es lo peor que podría ocurrirte, mucho peor que morir, piensas.

Sí todo eso podría llegar a ser muy dramático, pero en este momento, aquí y ahora, lo que realmente está sucediendo no es tan trágico, no hagas aspavientos, que no lo es. Que los ruidos se conviertan en sonidos de voces concretas, identificables a veces, es ya super-molesto, sí es cierto, pero nada como para volverse loco. No sabes qué te molesta más, si el sonido de las voces  o el no saber lo que dicen, ni poder identificar la persona o entidad que las genera. Y es aquí donde comienza el camino apocalíptico del telépata loco.

Sí, porque comienzas a pensar que eres telépata, ¿de otra forma a qué viene escuchar esas voces? Tu hipótesis de trabajo es la siguiente: Estás desarrollando el tercer ojo, pero como tienes tanto miedo y está tan cerrado apenas puedes ver nada, y si con el tiempo vas viendo cosas es como si uno tardara un año en abrir por completo los ojos físicos para ver como los demás. Algo realmente curioso. En cambio parece que tienes especial facilidad para escuchar voces y para hablar con las mentes de los demás. Si fuera así, entonces prepárate, porque se va a armar gorda.

Y aquí es donde comienza tu periplo alucinatorio, delirante, porque no te olvides que las verdades objetivas son muy concretas y nada trágicas: ves puntos de luz con los ojos cerrados, estos con el tiempo se convierten en rostros ectoplasmáticos, esos puntos de luz a veces se mueven con la velocidad de partículas subatómicas y otras veces se quedan como manchas delante de tus narices; acabas viendo rostros físicos y cuerpos físicos, ojo que esto ya no es un posible defecto de tus ojos físicos, esto es o sería casi un milagro para la ciencia, poder ver con los ojos cerrados; ves escenas en movimiento pero todo esto dura muy poco, unos segundos, ¿qué es lo que ocurre?, por mucho que resulte extraño y casi milagroso la explicación a la escasa duración de ese fenómeno pudiera ser muy simple, ves a través de la mente de otro con la que has contactado y ves durante poco tiempo porque el contacto se rompe muy pronto y se rompe tan pronto porque nadie quiere tener un intruso en su mente y lo bloquea.

Es objetivo que estás escuchando sonidos, ruidos lejanos, extraños, luego voces, luego voces de personas conocidas e identificables, aunque nunca consigues saber lo que dicen, las palabras que pronuncian. Es cierto que te llega una sensación muy fuerte del sentido de esas palabras, de lo que está pensando o sintiendo esa persona, pero nada trágico, salvo esa sensación de estar contactando con la mente de otra persona y no puedes librarte, bien porque ocurre como en un pantano de arenas movedizas, que cuanto más te mueves, más te hundes y cuanto más miedo más rápido, o bien porque la otra persona te sujeta, te atenaza, está pensando en ti y como cree que su pensamiento permanece dentro de su cráneo, no se corta un pelo, piensa lo que quiere y durante el tiempo que le da la gana. Fuere cual fuere la verdad sobre una u otra hipótesis o incluso que las dos sean ciertas y que haya muchas más posibilidades, siempre tienes la elección  de darte a la fuga, te escondes donde no te vean, en los servicios, por ejemplo, o te vas a tu dormitorio, cierras la puerta e intentas dormir, o al menos descansar.

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Es cierto que uno podría pensar, con un cierto grado de verosimilitud, que si te descuidas algo, alguien, lo que sea, podría apoderarse de tu mente y con ella de tu personalidad, una especie de posesión diabólica. Como lo prueban esas ideas obsesivo-compulsivas que te asaltan y a las que no puedes dominar. No te parece que sea para tomárselo a broma esa sensación de una especie de control ajeno que es algo más, mucho más que una sugestión, porque hasta percibes efectos físicos, como ese dolor de cabeza que nunca llegó a ser jaqueca pero que siempre fue muy molesto, o esa sensación de abrirse el cráneo, de tener una grieta, una especie de ventana por la que parece colarse todo. Luego compruebas que cuando te suceden esas cosas, si cierras los ojos, percibes una especial e intensa actividad de los puntitos de luz que ya son rostros ectoplasmáticos o transparencias en la masa grisácea o cortina neblinosa que te permiten ver escenas o fragmentos de escenas que cada vez duran un poco más, apenas unos segundos, pero lo suficiente para hacerte una idea de lo que estás viendo.

Y es en ese momento cuando necesitas tener claro, razonar, sobre lo que te está pasando, porque eso de que lo que ocurre con los ojos cerrados, en esa negrura que antes era total y ahora como estrellas nocturnas muy próximas, es como un surrealista grafiti en una pared, que lo ves y te gusta o te disgusta pero no se acerca a ti y te empuja, hablando metafóricamente.  Te preguntas si tiene entidad suficiente como para pensar que está actuando sobre ti, y no de una forma sugestiva, sino real. Si lo que sucede en esa dimensión, o lo que sea, puede interferir en el mundo físico de forma palpable e incontestable.

En ese instante comienza otra nueva pesadilla. Tienes miedo de la telequinesia, los golpes en las paredes, la posibilidad de que se rompan cristales, de que se apaguen bombillas o  farolas, de que se descontrole la televisión o la radio, de que salte la alarma en el supermercado, de que alguien pueda retroceder como si estuviera siendo empujado hacia atrás o sufra un mareo repentino e inexplicable. Porque si es verdad que los puntitos de luz, las caras, los ectoplasmas, esa masa grisácea como niebla, de alguna manera tienen que ver con tus proyecciones mentales y con las de los demás, y si eso que está ocurriendo en otra dimensión paralela, pudiera trasladarse a esta de alguna manera, entonces todo eso que piensas, que elucubras, que hasta el momento considerabas como un delirio de tu mente, puede ser cierto, o al menos en parte, de alguna manera.

La dificultad de llegar a cualquier conclusión razonable es extremadamente difícil y hasta esperpéntica. Lo prueba aquel episodio del grifo. ¿Lo recuerdas? Abrías el grifo del baño y luego lo cerrabas bruscamente. Se producía un fuerte golpetazo en la pared, en el techo, en alguna parte, perfectamente audible, atemorizante. Si hubieras sido físico te habrías hecho una idea aproximada de la posibilidad de que aquello tuviera una explicación perfectamente científica. El agua fluye, cortas su curso bruscamente y el agua golpea contra la tubería, se produce un golpe en la pared que la contiene. Perdido completamente el control a veces jugabas con rabia a producir golpe tras golpe. Es cierto que no te ha vuelto a ocurrir o tal vez no lo has intentado con una grifería semejante, pero sigues con la mosca detrás de la oreja. Si en aquellos tiempos hubiera existido Internet, el ordenador personal y Google, es posible que alguien, en algún foro, tuviera una hipótesis, sino una respuesta, porque ahora hay respuestas para todo en los foros. ¿Por qué no lo haces ahora? Porque ya te importa un bledo saber si aquello era posible de acuerdo a las leyes físicas o resulta que es muy raro que al cortar el agua del grifo con brusquedad se produzca un golpe seco en la pared. Tal vez la fontanería estaba mal instalada o la casa fue construida con materiales de baja calidad, me importa un comino, dices, lo cierto es que aunque me han pasado cosas bastante raras a lo largo de estos años no creo que tenga poderes telequinésicos, y si los tengo, pues qué bien, a lo mejor alguien piensa que la casa donde estoy está encantada o tiene fantasmas. O vas por ahí generando todo tipo de fenómenos paranormales y la gente alucina y piensa que ha llegado el Apocalipsis.

En realidad, en verdad, en verdad de la buena, los fenómenos que son un poco probables pudieran haber sido generados por tus proyecciones mentales no son tantos ni tan dramáticos. Por ejemplo aquel sonido repetitivo que parecía un llanto de bebé y que solo tú creías escuchar, ratificado por alguien poco sospechoso de creer en estas cosas, aunque teniendo en cuenta tus terrores evidentes y tus gestos es posible que le hubieras sugestionado. No sabes si aquellos golpes eran causados por una ley física del agua en movimiento o detenida, aunque también es cierto que se produjeron en otras ocasiones, en otros lugares y sin que tú le dieras al grifo. El salto de las alarmas en los supermercados o en los arcos de metal o en cualquier artilugio electrónico se produjeron pero no con una frecuencia sospechosa. Las interferencias en televisiones, radios y el resto de aparatos electrónicos forman parte de tu vida cotidiana, a veces has llegado a pensar que cuando estás mal, deprimido, estresado, agresivo, cuando tienes la energía desequilibrada es más fácil que se produzcan, y puede que sea así, aunque no es seguro.

En cuanto a los parpadeos en bombillas y farolas o que se apaguen justo cuando tú pasas cerca de ellas o incluso que alguna bombilla estalle, es algo demasiado frecuente para que al menos reflexiones sobre ello. Vale, todo eso está muy bien, pero en realidad qué hay de dramático, de tragedia, de apocalíptico en lo que te estaba ocurriendo. Nada como para volverte loco y transformarte en aquel curioso Mr. Hyde, en aquel monstruito al que tú llamas el telépata loco. Y sin embargo ocurrió. Sigues sin comprender cómo fue posible y lo achacas a tu condición de enfermo mental. Puede que sí, puede que no, seguramente, con certeza, algo influyó, al menos. Pero de eso hablaremos en un próximo capítulo. Lo que estaba ocurriendo fuera, tu conducta de cara al público, a la sociedad, eso sí era muy preocupante y si el telépata loco no acabó convertido en un auténtico loco, tal vez se debiera a un milagro. Es curioso, ahora recuerdas lo que te dijo aquella psiquiatra: no es tan fácil volverse loco como tú piensas. Sin embargo acabo de leer algo que dice todo lo contrario en el libro Donde cruzan los brujos, de Taisha Abelar. No me resisto a colocar aquí algunas frases.

-El cuerpo físico es una envoltura, un envase, si tú quieres -dijo después de exhalar lentamente-. Al concentrarte en tu respiración, puedes lograr que el cuerpo sólido se disuelva, de manera que sólo quede la parte blanda y etérea.

-El doble. El cuerpo etéreo. La contraparte del cuerpo físico que, para ahora ya debes saber o al menos sospechar, no constituye una mera proyección de la mente.

-El cuerpo blando es una masa de energía -explicó-. Sólo estamos conscientes de su dura envoltura exterior.Cobramos conciencia del lado etéreo al permitir que nuestro intento vuelva a él.

Me advirtió que la liberación de la energía encerrada en nuestro interior entraña un considerable peligro,porque el doble es vulnerable y resulta fácil lastimarlo en el proceso de desplazar nuestra conciencia hacia él.

-Es posible crear una abertura en la red etérea, inadvertidamente, y perder vastas cantidades de energía -me advirtió-, energía valiosa necesaria para mantener cierto grado de claridad y control sobre la vida.

-¿Qué es la red etérea? -balbucí, como si estuviera hablando dormida.

-La red etérea es la luminosidad que rodea al cuerpo físico -explicó-. Esta malla de energía es desgarrada por completo en el curso de la vida diaria. Enormes porciones de ella se pierden o se entrelazan con las bandas de energía de otras personas. Si alguien pierde demasiada fuerza vital, se enferma o muere

Algunas personas son maestros del doble -empezó-. No sólo pueden fijar la conciencia en él sino también impulsarlo a la acción. Sin embargo, la mayoría de nosotros ni siquiera está consciente de la existencia de nuestro lado etéreo.

-¿Qué hace el doble? -pregunté.

-Todo lo que queramos; puede saltar encima de los árboles, volar por el aire, hacerse grande o pequeño o adoptar la forma de un animal. Puede percatarse de los pensamientos de la gente o convertirse en un pensamiento y lanzarse, en un instante, sobre vastas distancias

-Incluso puede actuar como el yo -interpuso Clara, mirándome de frente-. Si sabes usarlo, puedes aparecerte delante de alguien y hablar con él, como si realmente estuvieras ahí.

El señor Abelar asintió con la cabeza.

-Suelto mi cuerpo físico y dejo que mi doble se haga cargo -indicó-. Si nuestra conciencia está ligada al doble, no nos afectan las leyes del mundo físico; más bien nos gobiernan fuerzas etéreas. Pero cuando la conciencia se encuentra ligada al cuerpo físico, nuestros movimientos son limitados por la gravedad y otras restricciones.

-Probablemente querían decir que cuando un experto ataca, dirige sus golpes contra los puntos vulnerables en el cuerpo blando del enemigo -replicó-. Lo destructivo no es la fuerza de su cuerpo físico sino la grieta que produce en el cuerpo etéreo del enemigo. Puede lanzar dentro de esa grieta una fuerza que desgarra la red etérea y ocasiona daños mayores. Una persona puede recibir lo que en ese momento sólo parece un pequeño golpe, pero horas, quizá días más tarde, llega a morir del golpe.

-Es cierto -asintió Clara-. No te dejes engañar por los movimientos externos ni por lo que ves. Lo que no ves es lo que importa.

-Los verdaderos expertos en artes marciales, según Clara me los ha descrito de cuando se entrenó en China, controlan su cuerpo blando -indicó-. Y éste es controlado no por el intelecto sino por el intento. No hay forma de pensar en él ni de entenderlo de manera racional. Hay que sentirlo, puesto que está ligado a unas líneas luminosas de energía que atraviesan el universo en todas direcciones -se tocó la cabeza y señaló hacia arriba-.

Por ejemplo, una línea de energía que se extiende hacia arriba desde la parte superior de la cabeza le da al doble su propósito y dirección. Esa línea suspende y jala al doble hacia donde quiera ir. Si quiere ir hacia arriba, sólo tiene que dirigir su intento hacia arriba. Si quiere hundirse en el suelo, dirige su intento hacia abajo.

Es así de sencillo.

-¿Podré entrar en contacto con mi cuerpo blando algún día? -pregunté al señor Abelar.

-La pregunta es, Taisha, si quieres entrar en contacto con él.

-El doble me inspira mucha curiosidad -dije-, así que definitivamente quiero entrar en contacto con él.

-¿A cualquier precio?

-El que sea, menos vender mi cuerpo -repliqué vacilantemente.

Al escucharme, los dos rompieron a reír con tal fuerza que pensé que iban a convulsionarse ahí mismo en el piso. No lo había dicho como chiste, porque realmente no estaba segura de los planes secretos que tuviesen conmigo. Como si estuviera consciente de mi tren de pensamientos, el señor Abelar dijo que era hora de revelarme ciertas premisas de su mundo. Se irguió y adoptó un semblante serio.

-Al abandonar nuestras ideas sobre el cuerpo físico, poco a poco o de golpe -dijo-, la conciencia empieza a desplazarse a nuestro lado blando. A fin de facilitar este desplazamiento, nuestro lado físico debe permanecer completamente quieto, suspendido, como si estuviera profundamente dormido. La dificultad radica en convencer a nuestro cuerpo físico de cooperar, porque rara vez quiere abandonar el control.

-¿Cómo se hace para soltar el cuerpo físico entonces? -pregunté.

-Hay que engañarlo -contestó-. Dejar creer al cuerpo que se encuentra profundamente dormido; aquietarlo de manera deliberada, apartando la conciencia de él. Cuando el cuerpo y la mente reposan, el doble despierta y se pone a cargo.

 

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL (EL GRAN SECRETO) XXV

12 02 2019

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

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EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XXV

TODA LA VERDAD SOBRE EL TELÉPATA LOCO

El telépata loco es un personaje humorístico que creé hace algunos años en un relato titulado Terror en las mentes, y que luego desarrollaría en una serie de relatos cortos titulado Cartas mentales del telépata loco. El que pudiera reírme de mí mismo y de mi tragedia, al cabo de los años, para mí es un maravilloso milagro, un don de la vida, porque nunca creí poder superar aquella etapa infernal en la que me creí telépata, y a punto estuve de acabar realmente loco, lo que no muchas personas han conseguido a lo largo de la historia, incluyendo incluso a personajes ficticios como Don Quijote.

Puede que para muchos no tenga el menor sentido lo que voy a hacer, es como crucificarse en la plaza pública, clavándose uno mismo las manos y los pies a la madera con potentes y muy dolorosos clavos, y mucho menos después de haber pasado años y años, décadas, cuando ya todo el mundo que me conoció en mi etapa de telépata loco seguramente se habrá olvidado de mí o apenas podrá recordar alguna escena borrosa de aquella farsa que bien hubiera podido ser una obra maestra del arte de acechar si hubiera tenido la suerte de ser ya un guerrero impecable en aquellos tiempos. Desde luego que ahora sí que tiene pleno sentido recordar aquella etapa de mi vida, porque forma parte de la recapitulación, imprescindible para un guerrero.

Cuando me pregunto cómo pude llegar a semejantes extremos, solo tengo una respuesta: la mente es tan frágil como un bebé, puede ser manipulada, destrozada, canibalizada, por cualquiera, incluida ella misma. Si alguna vez tuviera la tentación de sentirme algo, alguien importante, de hincharme de importancia personal, tan sólo con recordar lo que hice en aquellos tiempos haría explotar todos los globos que se me ocurriera hinchar.

¿Cualquier otra persona, al margen de mi enfermedad mental, hubiera reaccionado igual que yo ante las mismas circunstancias? Creo que mi reacción, al margen de lo llamativo de sus manifestaciones sociales, podría situarse en la media entre las reacciones más extremas de aquellos a los que su entorno llama locos y dice de ellos que han perdido completamente la razón, y aquellos otros que permanecen escondidos en el anonimato, llevando una vida perfectamente “normal”  y nadie o casi nadie sabe nada de su “vida secreta”.  He conocido a alguna persona muy “tocada” por estas experiencias de las que voy a hablar, al margen de que algunos o muchos de ellos vengan del infierno de la droga. También he conocido a otras personas que me han hablado de estas experiencias, con reticencia y después de de insistir mucho, con miedo, es cierto, pero también con cierta naturalidad. Es lo que está ocurriendo, lo llevo lo mejor posible, procuro disimular y hacer los menores aspavientos posibles, y sí, tal vez nunca hubiera iniciado este camino de haber sabido con antelación lo que me esperaba.

¿Qué sentido tiene contar algo en lo que nadie va a creer y cuyo narrador con toda seguridad será considerado como un loco de atar, un grillado? Me pregunto qué hubiera sido de mi vida si Carlos Castaneda no hubiera escrito sus libros por miedo a ser considerado un loco, un drogadicto, un mentiroso, un manipulador, un lujurioso, un pervertido, el jefe de una secta que llevó a la locura a muchos de sus seguidores, alguien que muy bien habría podido permanecer en el anonimato, dedicarse a otras cosas, mientras vivía sus experiencias sin hablar de ellas. Si Castaneda no hubiera escrito sus libros yo no habría podido leerlos y como consecuencia aún seguiría en el abismo de la enfermedad mental o tal vez ya estaría muerto tras un suicidio aparatoso y ridículo. De haber sido yo Castaneda y de haber sabido que alguien como yo iba a leer los libros y el efecto que los mismos produciría en su vida, los habría escrito sí o sí, me hubiera ocurrido a mí lo peor que podría imaginar. Si Cervantes hubiera pensando que algún tonto podría llegar a pensar que su personaje Don Quijote tenía mucho de autobiográfico y decidir que el autor estaba bastante grillado aunque intentara disimularlo escribiendo lo que pensaba disimulado como si hubiera sido una novela, nunca hubiera escrito el Quijote. Si todos los libros que se han escrito sobre esoterismo, budismo, yoga, zen y especialmente aquellos libros que han puesto el dedo en la llaga de nuestra existencia, que han producido algún escándalo o incluso ha hecho la vida muy difícil a sus autores, no hubieran sido escritos, ahora nadie podría acceder a ese conocimiento. No es fácil enfrentarse con heroicidad a las terribles consecuencias de desvelar al público ciertas cuestiones que uno podría mantener en secreto y no ocurriría nada. Galileo sufrió las consecuencias de hablar de una verdad que todo el mundo aceptaría a pies juntillas siglos más tarde. Podría haberse callado y guardar su conocimiento sólo para él. Pero todos sabemos que eso no tendría el menor sentido, especialmente, cuando el conocimiento es muy importante para toda una comunidad, para la humanidad, y apenas significaría algo para una sola persona, el propio descubridor. En mi caso, teniendo en cuenta los pocos lectores que estos textos tienen en el blog y los muy pocos que tendrán en el futuro, si es que tienen alguno, podría plantearme que no merece la pena perder tanto tiempo, pero como he dicho antes, a mí me bastaría con que un solo lector me leyera y sabiendo lo que aquí se cuenta decidiera que no iba a seguir el camino del conocimiento y que preferiría vivir la vida lo mejor posible, como todos los demás, sin meterse en laberintos; o bien podría decidir que a pesar de todos los pesares va a seguir el camino del conocimiento porque no podría vivir sabiendo que va a morir sin intentar encontrar el sentido de la existencia. A mí me bastaría simplemente con eso. Como recapitulación está muy bien y lo seguiría escribiendo aunque no lo subiera a Internet. En esto coincido con don Juan quien según cuenta Castaneda le dijo que él era partidario de hablar antes con un aspirante a guerrero impecable y de contarle al menos lo esencial de lo que se iba a encontrar en ese camino. En esto difería drásticamente de otros naguales, especialmente el suyo, que le empujó al camino de una forma terrible, yo diría que desaforada, no dándole la menor oportunidad de echarse atrás, pensando que a nadie entra en este camino conscientemente y por propia voluntad, siempre hay que empujarlo. Algo que no deja de ser bastante cierto, puesto que el mismo don Juan luego desvelará a Castaneda todas las estrategias y estratagemas que utilizó para agarrarle por el cuello, metafóricamente hablando, de forma que le hubiera sido muy complicado zafarse. Yo no soy un nagual, ni un maestro, ni alguien que tiene amplios y profundos conocimientos de lo que uno se puede encontrar en el camino del conocimiento. De hecho tengo muy serias dudas de que mis experiencias tengan alguna semejanza con la de otros que han seguido este mismo camino. No he conseguido encontrar a alguien que hable claramente de lo que yo viví, tan solo hay remotas semejanzas en lo que cuentan algunos. Sólo hace poco, al encontrarme con una guerrera que me ha hablado de algunas de sus experiencias, me he dado cuenta de que las mías eran muy, muy semejantes. Lo más sorprendente para mí de sus revelaciones fue el que hubiera podido llegar a pensar que todo el mundo, o casi todo el mundo sabía de algunas cosas, experimentaba determinadas experiencias, solo que no hablaba de ello. Creo que para ella supuso también una positiva sorpresa saber que otro estaba viviendo lo que ella vivía. Creo que pocos pueden imaginar el alivio que supone saber que no eres el único que está viviendo este tipo de experiencias y lo mucho que ayuda poder hablar de ello. Es algo parecido a lo que podría suponer para un esquizofrénico paranoide que oye voces poder hablar de ello con otros enfermos que también las oyen, con naturalidad, e incluso poder hablar de ello con otras personas que aunque no las oigan tienen abierta la mente y el corazón. Para mí lo más extraño de todo esto es que algunos grandes iniciados o avanzados espirituales puedan hablar de experiencias mucho más llamativas, intensas y profundas, pero no digan ni pio de esto de que voy a hablar. Pienso que tal vez temen a las consecuencias de que la humanidad conozca que lo que ellos han experimentado no es algo subjetivo, personal, que solo les afecta a ellos, sino por el contrario algo que está sucediendo a todo el mundo, aunque lo desconozca, y que podría cambiar drásticamente las vidas de todos los humanos si experimentaran esas experiencias.

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Hay tres acontecimientos en mi vida que me hicieron jurar y perjurar que cuando llegara a una edad avanzada, cercana a la muerte, hablaría de todo esto, sin el menor miedo a las consecuencias. No es que ahora piense que me queda poco de vida y ha llegado el momento. Mi salud, aunque no es buena, tampoco es tan mala como para pensar que voy a morir en unos meses o ni siquiera en cinco o diez años. Pero un guerrero sabe que la muerte está tras él, con su mano derecha en su hombro izquierdo, y que en cualquier momento te puede llevar con ella. Mi idea, en aquellos momentos, de esperar al instante en que mi muerte fuera más o menos segura, por enfermedad terminal o grave deterioro físico, ahora me parece ridícula.

La primera fue una carta de mi maestra rosacruz en la que me decía, en respuesta a una pregunta mía, que yo debería acudir a un psiquiatra y seguir una terapia. Ella no sabía, claro, que yo ya tomaba medicación y seguía terapia psiquiátrica, a pesar de ello su reacción a una pregunta que era perfectamente lógica y racional teniendo en cuenta lo que se decía, como una verdad incontrovertible en alguna monografía, me pareció tan desmesurada y estúpida que me enfadé muchísimo y juré que cuando llegara a una edad provecta contaría públicamente mis experiencias.

La segunda fue uno de mis extraños delirios, que luego con los años ha resultado no ser tan delirante como pensaba. Por entonces vivía en plena etapa de telépata loco y tenía muy serios problemas en el trabajo, acoso, conductas que me hacían pensar que la mayoría de mis compañeros de trabajo pensaban que yo estaba loco, lo que me llevó a conductas que relataré aquí y que hoy me parecen tan desmesuradas para lo que yo realmente estaba experimentando que me gustaría encontrar una explicación a mi comportamiento. Algunas de estas historias ya las he narrado en mi novela El loco de Ciudadfría, muy manipuladas, distorsionadas y mezcladas con secuencias ficticias. Lo hice porque necesitaba contarlo y no podía o me atrevía a hacerlo como una autobiografía. Aún no había llegado el momento, pensaba, y creo que así era, porque entonces aún no había perdido todo lo que podía perder y no estaba en condiciones de asumir las consecuencias de estas revelaciones. No es que ahora piense que habrá consecuencias, simplemente no tengo que cuidar de los restos de una imagen que ahora sé que nunca podría empeorar porque siempre fue suficientemente mala para no admitir mayor deterioro. En aquel momento, en plena calle, después de encontrarme con una compañera de trabajo que no podía evitar mirarme como si estuviera loco, se le notaba, algo me llegó a la mente, una idea que no fui capaz de rechazar: en algún momento del futuro yo escribiría sobre mis experiencias y muchos me leerían, comprenderían entonces por qué yo actuaba de aquella manera, como un auténtico loco. La imagen que me vino a la cabeza fue la de un libro de papel que se publicaba y tenía una importante difusión, tal vez hasta lograba un importante premio literario. Es evidente que eso no ocurrirá nunca, porque es altamente improbable y porque en este presente de mi vida no siento el menor interés por ser publicado o por ganar un premio literario o por conseguir fama como escritor. Eso es algo que ha quedado muy atrás, que ya no me interesa lo más mínimo, por lo que no haré absolutamente nada, no moveré ni un dedo. Y sin embargo, dejando de lado pequeños detalles, cambiando aquella imagen que me llegó a la cabeza, aquello se está cumpliendo. Tengo un blog, estoy escribiendo lo que pensaba escribir, y puede que sean muy pocos los que lo lean, pero aún así tengo algunos lectores y mientras los textos sigan subidos a Internet es posible que más lectores se acerquen a ellos, por casualidad o buscando algo. En aquel momento de mi vida solo me guiaba un intenso odio, un afán de venganza, necesitaba demostrarles a aquellos catetos que los locos eran ellos, por negarse a asumir que la vida, la realidad, es mucho más que lo políticamente correcto, que el ridículo consenso al que han llegado sobre la existencia.

El tercer acontecimiento fue el más terrible, casi liquida mi importancia personal, y lo hubiera logrado de no ser ésta tan desmesurada. Recuerdo que ya sufría de fobia social y me costaba mucho salir de casa. Me invitaron a un día de senderismo en la montaña, a comer en un pueblecito montañoso. Quien me invitó sabía que yo gustaba de la montaña, del senderismo, y era evidente que me gustaba comer porque ya entonces estaba muy gordo. Decidí aceptar la invitación y superar la opinión de mi entonces esposa de que no debía ir porque me iba a afectar mucho. Entonces no era un guerrero y no actuaba como tal, por lo que lo que ocurrió me desarboló completamente. Recuerdo que estando comiendo me llegó algo a la cabeza contra lo que no pude luchar. El padre de mi anfitrión iba a morir, y no como morimos todos, en algún momento de la vida, sino que su muerte estaba muy próxima. De hecho lo que estaba viviendo en mi mente es que el padre ya estaba muerto, a pesar de estar allí físicamente, de que le podía ver y eso era incontrovertible. Como ocurre con estas cosas, con estas intuiciones, el tiempo desaparece y puedes vivir al mismo tiempo dos experiencias distintas como si las dos fueran absolutamente reales y se estuvieran produciendo a la vez, a pesar de ser contradictorias, si alguien está vivo, no puede estar muerto al mismo tiempo. Esta escisión de la personalidad llega a ser abrumadora, capaz de volverte loco. Y eso es lo que me ocurrió, casi me volví loco. Por un lado necesitaba decírselo, a mi anfitrión y a su padre, necesitaba decírselo a los que estaban allí. Alguien iba a morir y debería saberlo, debería estar preparado, debería hacer algo para intentar evitarlo, si eso era posible. Por otro lado sería una estupidez, todos pensarían que me había vuelto loco y no lograría nada. Dos deseos encontrados que se apoderaron de mí, por un lado no podía hablar, por otro, necesitaba mostrar lo que estaba viviendo. Como me ocurría siempre que vivía este tipo de experiencias, me volvía muy agresivo, no tanto que no pudiera controlarme un poco, no suelo insultar, no muestro mi agresividad en palabras, tampoco, mucho menos, llego a la agresión física, pero no puedo controlar mi mirada, miro como si quisiera darle una paliza a alguien, una mirada agresiva no se diferencia mucho de una palabra agresiva o de una agresión física. El así mirado se siente agredido y reacciona mal, como es lógico. Ante las respuestas no verbales, pero sí ante las miradas que me dirigieron, reaccioné como si todos se hubieran dado cuenta de que me estaba volviendo loco y me miraban como si efectivamente hubiera perdido la razón. Quedé paralizado, no podía moverme, pero tampoco podía cerrar los ojos y aislarme. Y así permanecí durante el resto de la comida y buena parte de la tarde, hasta que poco a poco aquella terrible sensación fue desapareciendo y comencé a mover un poco mi cuerpo. Recuerdo muy bien que el anfitrión comentó con los demás que me estaba recuperando. No era una frase burlona, sino más bien compasiva, pero el hecho de que estuviera hablando de mí como si no estuviera presente, fue algo que me superó. Como pude fui encontrando fuerzas para despedirme. Logré subir a mi coche y regresar a casa. Nunca hablé de este episodio con nadie, ni siquiera con mi entonces esposa. Fue uno de mis grandes secretos. Hoy puedo hablar de ello con naturalidad, sin morirme de vergüenza, sin considerarme el ser más miserable del mundo. Mi importancia personal ha disminuido tanto que casi agradezco que me ocurriera aquello, porque ya nunca podré hincharme tanto que pierda el rumbo, ni siquiera si me dieran el premio Nobel de literatura o me pasara cualquier cosa que me pusiera en el candelero. Hoy sé que solo tendría que recordar aquel episodio de mi pasado para que mi importancia personal se deshinchara como un globo pinchado.

Aquel día también jure que cuando llegara la vejez, cuando estuviera mal y la muerte se acercara a grandes pasos, escribiría sobre aquellas experiencias, entonces sabrían por qué el telépata loco actuaba así y tendrían la explicación racional que necesitaban. Hoy me río de ello. No necesito explicar nada, no necesito que los demás sepan por qué actué como actué en una etapa determinada de mi vida, no necesito que me perdonen, disculparme, que todos sepan que ellos, en mi lugar, no habrían actuado mejor. No me siento un héroe que oculta un gran secreto y del que se burlan todos los que no lo conocen, no me siento como un héroe que salvó muchas vidas en secreto y porque no puede hablar de ello todos creen que se ha vuelto loco. Es algo ridículo. Hoy sigo preguntándome si hubiera podido disimular aquellas experiencias con naturalidad de no haber sido un enfermo mental.

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Hoy he podido ver una entrevista con uno de los fundadores de Internet, donde se hablaba de la posibilidad de llegar a comunicarse con los animales y éstos entre sí. Llevo una temporada muy interesado en los posibles avances de la ciencia, en cómo será el mundo del futuro, no sólo porque eso me ayuda en mi condición de escritor de ciencia ficción, sino porque de alguna manera se está empezando a realizar en el mundo físico, en la primera atención, lo que sucede en la segunda atención, en el mundo de la mente, desde hace mucho tiempo, tal vez desde la aparición del primer homo sapiens. Si hemos inventado artilugios para comunicarnos de inmediato, estemos donde estemos en el espacio físico, si la comunicación es ya casi algo inmediato a muchos niveles, si aceptamos como si tal cosa que se puedan inventar artilugios para comunicarnos a grandes distancias o para que un parapléjico pueda dar una orden mental a su silla de ruedas para moverse… el negar la simple posibilidad de que nuestras mentes puedan comunicarse directamente, sin necesidad de artilugios, me parece ya algo tan ridículo como quienes siguen negando que el ser humano haya llegado a la Luna.

Lo que yo viví podría ser algo tan natural en el futuro como aceptar que los que se opusieron a Galileo eran unos tontos, solo perdonables porque la inmensa masa pensaba lo contrario. Aún así me quedan muchas preguntas. No puedo explicarme cómo la mente parece funcionar como yo creo que funciona, lo mismo que los científicos no pueden explicar por qué hay unas leyes cuánticas distintas de las físicas y cómo pueden convivir dos universos tan diferentes. El telépata loco era un ser ridículo, incapaz de gestionar un descubrimiento que en el fondo no era tan sorprendente, teniendo en cuenta que el lenguaje y la comunicación humana tuvo que surgir de alguna parte. Necesito contar aquella etapa de mi vida, ponerla otra vez ante mis ojos y mientras me sonrío viéndome como uno de mis personajes humorísticos, intentar explicarme lo ocurrido y recapitular de una vez y para siempre uno de mis delirios más cercanos a la locura que nunca tuve.

 

 

 

 





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XXIV (EL GRAN SECRETO)

6 10 2018

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

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EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XXIV

LAS JUGARRETAS DEL DOBLE/CONTINUACIÓN

De haber podido intercambiar entonces mi yo actual por aquel yo tan cuitado y falto de voluntad, con toda seguridad no habría sufrido aquel delirio multidimensional, como lo llamo yo, ni aquella infernal angustia que me atenazó durante tantos años. Nada de aquello me hubiera preocupado o afectado, me habría reído con ganas y divertido tanto como escribiendo mis historias más delirantes que haría con posterioridad. Por eso el tiempo es tan importante, porque cambia nuestro yo, aprendemos de las experiencias, especialmente de las más dolorosas, y sobre todo porque expande nuestra consciencia.  No es lo mismo vivir en una celda de una prisión, encerrado entre paredes de hormigón, que ser libre para ir a donde uno quiera y sobre todo para hacer lo que uno quiera, sin miedo a volver a ser encerrado, porque el espíritu es libre, absolutamente libre… si él quiere, naturalmente.

Cuando recreo, recapitulo aquella etapa de mi vida no puedo comprender cómo mis fantasías sobre el doble se acabaran convirtiendo en delirios y que yo llegara a creer en ellos a pies juntillas. Tal vez se debiera a que mi importancia personal era desmesurada y cuando es así uno acaba creyendo cualquier cosa, incluso que puede volar extendiendo los brazos y agitándolos arriba y abajo, como realmente me ocurrió aquel terrible día en el que me sentí tan eufórico debido al prozac que estaba tomando que abrí una ventana, miré hacia el horizonte y me sentí capaz de volar como supermán. De hecho casi estuve a punto de hacerlo. Aquello supuso la ruptura definitiva con la medicación. Por muy feliz que me hiciera una pastilla, era una felicidad artificial, estúpida, sin sentido, que yo mismo habría podido conseguir solo con mi mente, lo mismo que conseguía pasarlo tan bien escribiendo mis historias delirantes, viviendo fuera de la realidad cuando ésta me hacía sufrir demasiado. Aquel día decidí que nunca jamás volvería a tomar medicación, no necesitaba drogas artificiales para vivir en estados alterados de conciencia que yo mismo podía provocarme dejando que mi mente me llevara a donde quisiera. El delirio multidimensional, las jugarretas del doble, no eran peores que aquel momento crucial de mi vida en el que estuve a punto de arrojarme por una ventana, pensando que podría volar.

Mi terror a lo que pudiera estar haciendo mi doble, sin mi consentimiento, estuvo a punto de volverme loco, realmente loco, no aquella locura idiota de quien hace tonterías y los demás le llaman loco, la verdadera, cuando pierdes totalmente cualquier asidero con la realidad. Hoy no puedo menos de reírme de aquel terror. Por ejemplo cuando pienso en lo que mi yo actual le habría obligado a hacer a aquel yo. ¿Qué le diría, qué le obligaría a hacer? Nada, absolutamente nada. Si ahora mismo fuera trasladado en el espacio-tiempo a aquel momento de mi vida, si mi yo actual se enfrentara al yo pusilánime que me poseía entonces, lo último que se me ocurriría sería decirle lo que tenía que hacer: sepárate, puesto que eso va a ocurrir en el futuro; dedícate al camino del guerrero impecable, puesto que es el que te hará salir del hoyo; déjate de tonterías y adelgaza, ponte a dieta, haz deporte, porque te estás perdiendo muchas cosas buenas… ¿Para qué iba a decirle mi yo actual algo así a aquel yo? Seguramente no hubiera aprendido lo que he aprendido y en ese espacio de tiempo. Tal vez no hubiera sufrido tanto, aunque lo dudo, aquel yo pusilánime sufría por todo, no era cuestión de cambiara el entorno ni las circunstancias. ¿Para qué iba a separarme en aquel momento, cuando seguramente habría intentado el suicidio y con mucha probabilidad lo habría logrado? Morir entonces no hubiera sido mejor que morir ahora o dentro de unos años. Tampoco hubiera servido de nada decirle que si hacía esto o aquello o lo demás allá la relación de pareja sería mucho mejor y tal vez ahora no estaría solo, porque la ruptura no ha sido culpa mía al cien por cien y como estudio en la ley de los tres círculos, no puedes permanecer en un primer círculo, hagas lo que hagas, si no se cumplen las leyes del primer círculo, y por ambas partes, por todas las partes. Si mi yo actual hubiera tomado por el cuello a mi yo pusilánime de aquella época y le hubiera obligado a hacer ciertas cosas, tal vez mi hija no habría nacido. Y eso hubiera empeorado notablemente mi vida, por mucho que mi hija pueda sufrir, lo cierto es que no estaría viva, al menos no en su cuerpo actual. No se puede viajar en el tiempo, cambiar el pasado y pensar que todo va a ir mejor. Lo mejor o lo peor no es cuestión de que todo nos salga bien y seamos muy felices, con la felicidad del hombre material que, apegado a las cosas y las personas, cree que si todo fuera para siempre sería mucho más feliz.

Se supone que nuestros yoes futuros saben más que nuestro yo presente, se supone que tal como somos hoy, actualmente, no volveríamos a repetir las mismas tonterías de entonces, y la peor de todas ellas es forzar a nadie a hacer lo que no quiere, sobre todo a nosotros mismos, a nuestro yo pasado, nuestros dobles no pueden ir viajando a donde les dé la gana y obligando, como dictadorzuelos de pacotilla, a yoes más débiles a cumplir sus exigencias. Eso es una tontería… pero entonces no lo sabía. Pensaba que mi yo futuro podía sentir tal odio por la humanidad, por las personas que le habían hecho daño, por todo lo existente, por todo lo habido y por haber, que se pasaba todo el tiempo imaginando tretas, estrategias para hacer daño, para llevar a la humanidad a un infierno en el que en realidad ya vivía. No, no, pensaba aquel yo actual, no puedo permitirlo. No puedo dejar que mi yo acabe consumido por el odio, convertido en un asesino en serie multidimensional, en una especie de demonio que lo único que quiere es llevar a todo el mundo al infierno, porque todos le han hecho tanto daño que se lo merecen.

Suponía que mi yo futuro tenía que ser necesariamente peor que aquel yo actual, porque le habían hecho mucho daño, porque la tentación del mal era muy grande, porque si mi yo físico pudiera viajar en el tiempo, entre dimensiones, si tuviera los poderes que imagino que tiene un doble multidimensional,  la tentación de hacer la puñeta a todo el mundo, especialmente a los que me habían hecho daño, la tentación de poner trampas a la humanidad para que sufriera todo lo que supuestamente yo pensaba que merecía sufrir por haber construido una sociedad violenta y miserable, sería irresistible. No se me ocurrió pensar que un doble multidimensional sabría mucho más que un yo físico y el conocimiento no solo te da poder, también te da sabiduría, comprensión, empatía, espiritualidad. ¿Por qué iba a ser mi yo futuro peor que el yo presente de aquella época? De hecho no lo es, soy bastante mejor, y aunque hubiera elegido el mal, no te haces malo eligiendo el mal, te haces malo haciendo malas acciones todos los días, a todas horas. Y eso es mucho mal para que lo pueda soportar alguien minimamente sensible.

Hace unos días, buscando en viejas libretas algún sueño interesante para la serie de Mi vida onírica, me encontré con un sueño sobre ETA. El terrorismo siempre me ha asustado porque es el comportamiento más demencial que puede llevar a cabo un ser humano, si es que no ha dejado de ser humano, porque no me entra en la cabeza que alguien que se llame humano pueda hacer esas cosas. En el sueño mi yo onírico veía cómo un terrorista estaba fabricando una bomba y mi mente le sugestionaba para que juntara dos cables equivocados. La bomba estallaba y él estallaba en pedazos con ella. Desconozco si algo así ha ocurrido alguna vez en la realidad, pero sí me consta que a algunos terroristas les han estallado bombas, sin ir más lejos los terroristas de los atentados en Cataluña. Recapitulando aquella época de mi vida, sigo sin entender cómo aquella angustia infernal no me volvió loco, porque al delirio multidimensional se unió el delirio telepático, mi etapa de telépata loco duró mucho y tuvo efectos demoledores en mi psiquis. Recuerdo que en aquel tiempo pensaba que los terroristas de ETA me habían descubierto, no porque fueran soñadores lúcidos que me hubieran rastreado en sueños, hasta ahí no llegaba mi delirio, sino porque todo el mundo podía escuchar mi voz mental, mis pensamientos telepáticos. Pero esa es una etapa que veremos en un capítulo posterior. Baste decir que llegué a creer que los terroristas me habían localizado y estaban pensando en poner una bomba lapa bajo mi coche. De hecho muchas mañanas miraba los bajos del coche por si podía descubrir la dichosa bomba. Creo recordar que incluso mi entonces pareja me descubrió una vez. Ahora no puedo menos que pensar en el sufrimiento de esta generosa mujer y en el infierno que vivió. Tal vez el divorcio debió haberse producido mucho antes, pero entonces quizás yo estuviera muerto y mucha gente no hubiera aprendido lo que tenía que aprender estando yo vivo.

DOBLEASTRAL

Llegué a creerme a pies juntillas que mi doble onírico estaba haciendo muchas cosas en sueños, tal vez muy buenas, evitando atentados terroristas, por ejemplo. Pero el precio a pagar por aquel delirio fue infernal. Me iba a la cama pensando que al día siguiente mi coche podía estallar, por eso miraba por debajo, bajo ningún concepto podía permitir que al matarme a mí, mataran también a mi familia. No todo era delirio, claro, los sueños que tuve en aquella época fueron sueños reales, aunque seguramente mi interpretación fue delirante. Incluso pudo ocurrir que mi telepatía no fuera absolutamente un delirio, no al menos al cien por cien, tal vez captara los pensamientos de los terroristas, de las víctimas, y viviera como algo personal lo que en realidad estaba pasando a otras personas. Esto puede ser así, aunque para quienes solo creen en la materia pura y dura les suene a disparate. Pero les recuerdo que el mundo físico de Newton fue revisado a fondo por Einstein y que actualmente la mayoría acepta la existencia del mundo cuántico y de sus leyes, que no hay manera de hacerlas coincidir con las leyes del macrocosmos físico, como explica de forma excelsa el bueno de Hawking, quien tuvo esperanzas de que algún día se encontrara la ley que armonizara todas las leyes de Newton, de Einstein y de la física cuántica. Llevo meses leyendo alguno de sus libros y no puedo por menos de pensar que si para el yo físico, sometido a leyes físicas, ciertas cosas son imposibles, para un doble energético tal vez no lo sean.

Un lector empático no debe tener dificultad en comprender cómo viví yo aquella etapa de mi vida. Haciendo en sueños cosas increíbles que luego me causaban muchos problemas, intentando no pensar en ciertas cosas porque todo el mundo podía leer mi pensamiento. Incluso recuerdo que a veces apagaba la radio del coche por miedo a que el locutor de turno pudiera estar leyendo mi mente y escuchando físicamente mi voz mental. Un infierno así no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo, ni a los más terribles demonios humanos que pueblan esta cáscara de nuez, como diría Hawking. Intentaba razonar todo lo que podía, pero mi fantasía siempre fue más viva que mi lógica. Imaginaba toda clase de jugarretas de mi doble y era mucho lo que podía imaginar, tanto que aquello se convirtió en un laberinto sin salida.

Hoy no puedo por menos de reírme de aquel yo pusilánime. No era tan difícil controlar la imaginación y superar el delirio multidimensional. De hecho bastó con que escribiera sobre ello, sobre aquellos delirios, los convirtiera en novelas, en historias disparatadas, en relatos autobiográficos, para que la carga mortal de profundidad que estaba en el vientre de aquel delirio se desinflara como un globo pinchado por la punta de un alfiler. Cuando releo mis relatos más delirantes comprendo que aquello que entonces me parecía el delirio de un auténtico loco, era en realidad la mejor terapia que hubiera podido tener. Cuando algún comentario a uno de mis textos me hace ver cómo puede sentirse un lector normal al leerlos comprendo que fue un auto-psicoanálisis, el mejor que pude tener. Nada como escribirlos, leerlos y ser consciente de todo aquello que podría ser en un universo multidimensional, con otras leyes, y lo que no puede ser, de ninguna de las maneras, en un universo físico con estas leyes.

En mis fantasías sobre el doble y sus jugarretas llegué a extremos que solo una fantasía como la mía hubiera podido imaginar. Recuerdo que leyendo alguna novela, tal vez la serie de Dune, no recuerdo con exactitud, se hablaba de una mente artificial, una inteligencia artificial increíble que tenía que actualizarse cada cierto tiempo para que todo lo que habían aprendido sus programas, todo lo que habían vivido sus “retoños robóticos” pudiera tener cabida en su nueva personalidad. Así me parecía podía ocurrir con la mente universal, que necesitara tiempo, en el mundo físico, para cambiar sus metas y estrategias. También imaginaba que cuando mi yo rompiera la vasija de barro en que vivía y expandiera su consciencia hasta el infinito y más allá, me convertiría en Dios, como todos los demás, como todas las mentes y personalidades, y por eso Dios no sería para mí un extraño incomprensible, sería yo mismo, hinchado hasta el infinito y más allá. De hecho en un sueño llegaba hasta el mismísimo Dios y al ver su rostro sufrí un pasmo, porque era mi mismo rostro, era yo mismo. Solo había que esperar, que pasara el tiempo, que yo fuera evolucionando, hasta llegar a ser Dios. A los demás les ocurría lo mismo, por eso cuando llegábamos ante Dios no nos asustábamos, porque cada uno veía su mismo rostro y recordaba los eones y eones de evolución que le habían llegado hasta allí.

Luego asimilaría el doble de Castaneda y toda aquella angustia infernal desapareció como por ensalmo. ¡Qué demonios podía preocuparme lo que hiciera mi doble si yo no lo sabía! Y aunque lo supiera tampoco lo podría evitar, porque era una entidad, sino distinta a mí, sí funcionando en otra dimensión o dimensiones. Lo mismo que no podría preocuparme lo que fue mi pasado si algún día perdía la memoria, no tenía sentido angustiarme por lo que hacía mi doble, y mucho menos intentar llegar hasta él, convencerlo de que no hiciera esto o aquello y sí hiciera esto y lo demás allá. Sería como intentar convencer a Dios de que su mundo es una mierda y nosotros lo haríamos mejor. Seguro, con nuestra mísera consciencia, podemos dar consejos a una consciencia universal, infinita, omnisapiente, todopoderosa. Estamos realmente majaras. Así me siento ahora cuando pienso en mis angustias y mis esfuerzos de voluntad para llegar hasta mi doble e impedirle sus supuestas jugarretas.

Recuerdo especialmente el terror que me causaba el que mi doble pudiera estar complotando para que yo me divorciara, para librarme de mi familia, para vengarse de aquellos insensibles que me llamaban loco y se burlaban de mí. El miedo a que mi doble matara por mí a aquellos incautos fue uno de mis mayores tormentos. Cuando alguien en mi entorno fallecía por causas naturales o accidente, especialmente si yo sentía que me había mucho daño, no podía evitar pensar que mi doble se había vengado cumplidamente. No he sido yo, no he sido yo, pensaba angustiado, yo no quería hacerlo, aunque en ciertos momentos mi mente se regodeaba en las desgracias ajenas, y mi odio brutal se reía de quienes se habían reído de mí. ¿Qué me dices ahora, tú que me trataste como una basura, insensible a mi condición de enfermo mental? ¿Acaso no he proyectado mi mente para matarte, acaso no he convencido a mi doble para que acabara contigo con la facilidad de un huracán que se lleva una casa por el aire como quien lava?

DEMONIOTENTADOR

Mi lucha para evitar los malos pensamientos fue tan heroica como ridícula. Los malos pensamientos y la angustia de dejarme llevar por ellos me acompañaban desde el colegio religioso, cuando uno no solo pecaba con los actos, sino también con los pensamientos y deseos –si miras con deseo a la mujer de tu prójimo ya has adulterado en tu corazón-, y luego con las proyecciones mentales rosacruces y con el mundo astral y con la magia negra. Aquello sí que fue un infierno, será por eso que ahora me asusta tan poco el infierno.

Podría seguir hablando y hablando sobre las supuestas jugarretas del doble, pero quien tenga un poco de imaginación se hará cargo de hasta dónde pudo llegar una imaginación tan viva como la mía. Por eso ahora, cuando escucho los delirios de algunas personas con enfermedad mental, y observo sus comportamientos, me digo que somos como dos gotas de agua, lo mismito, lo mismito que yo, tal vez tienen un poco menos de imaginación y tal vez yo descargué buena parte de aquella morralla en mis escritos, pero el mecanismo no deja de ser el mismo. No estoy diciendo con ello que sus delirios no tengan nada, absolutamente nada de real, que no exista la telepatía, que sus mentes no perciban cosas, que alguna que otra vez, no muchas, puedan ver una escena del futuro, que su importancia personal desmesurada no les lleva a pensar que han sido elegidos para una misión salvífica de la humanidad. Que hasta podría ser cierto, porque como dice aquella frase de Julien Green, todos somos enviados, los unos a los otros… y aquí se explaya concretando, el verdugo a la víctima y la víctima al verdugo, etc etc. Todos formamos parte de una misión cósmica, el efecto mariposa no deja de tener su punto de verdad. Pero me apena ver cómo tantos hermanos enfermos mentales, siguen en ese laberinto sin salida y no pueden dar el paso que di yo, no importa lo que haga tu doble, las jugarretas que esté haciendo por ahí, lo que tú puedas hacer en sueños, lo que tu yo futuro pueda estar haciendo al viajar al pasado y cambiando tu vida a su medida, que no a la tuya. Nada importa realmente. La vida es un misterio que no podremos nunca desvelar, pero sí tenemos que intentarlo. Sin angustias, sin remordimientos, sin sentimientos de culpa, hay que seguir viviendo y haciendo lo que hay que hacer. Nuestra consciencia, actualmente, llega hasta donde llega, está dentro de una pequeña vasija de cerámica, somos responsables de lo que sucede en su interior, pero no de lo que ocurre fuera. No somos responsables de lo que haga nuestro doble, ni nuestros yoes futuros, ni nuestro yo onírico, ni nuestro yo multidimensional, ni de lo que hagan o dejen de hacer las fuerzas poderosas. Solo somos responsables de nuestros actos aquí y ahora, en este momento. Cuando el guerrero adquiera la totalidad de sí mismo y ya pueda decir que posee la conciencia del lado izquierdo y del derecho y viaja a la segunda y tercera atención y vuelve, sin que se cierre puerta alguna, cuando seamos un yo multidimensional, íntegro, plenamente consciente, la responsabilidad entonces será íntegra, pero no ahora, ¡pobres vasijas de barro! Bastante tenemos con responsabilizarnos de nuestros actos en la vida cotidiana, en la primera atención, para andar fantaseando con las jugarretas de nuestro doble. Si en este momento tuviera la misma importancia personal que tuve entonces no escribiría estas cosas, porque podrían pensar que estoy loco y… jajá, esto sí que es divertido. Aún me queda importancia personal, pero no la suficiente como para evitarme escribir estas cosas, cuando fuera la noche ha caído y los monstruos de nuestra imaginación comienzan a salir, buscando los rincones oscuros para darnos sustos. Creo que el siguiente capítulo tratará del telépata loco y eso sí que va a ser divertido. No se lo pierdan si quieren reírse un rato.

 

MENTEUNIVERSAL

 

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XXIII(EL GRAN SECRETO)

2 05 2018

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

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EL GRAN SECRETO DE MI VIDA

LAS JUGARRETAS DEL DOBLE (DELIRIO MULTIDIMENSIONAL)

doble castaneda

La primera atención, en definición chamánica de la primera realidad, tiene que ser necesariamente material y sólida, puesto que la vivimos a través de nuestros cuerpos físicos y ellos están sometidos a leyes implacables que regulan el mundo físico, pero la segunda y la tercera atención, todas las otras realidades multidimensionales, por muy poco sólidas que nos parezcan están influyendo en nuestras vidas incluso más que las realidades materiales que nos rodean. Si la realidad de un sol esplendoroso que ilumina este día es incontrovertible, también lo es que para un depresivo significa poco si ese día está hundido en una fuerte depresión, lo mismo le daría que el día fuera gris, nublado, lluvioso, que la niebla lo empapara todo. Para él lo importante es su estado de ánimo, si está triste y deprimido poco le importa el sol y si está alegre y feliz poco le importa la lluvia y el cielo cargado de nubes negras. La emoción, el estado de ánimo es más importante para él que la realidad física, por muy sólida que sea. Sin duda un día luminoso y soleado puede influir más positivamente en su estado de ánimo que un día lluvioso, pero cuando la depresión se prolonga durante meses y meses, el tiempo climatológico significa bien poco.

Lo mismo ocurre con el delirio. Para un enfermo mental sus fantasías son tan reales como lo que para los demás es real, ni ver la realidad material con sus sentidos es para él significativo ni las fantasías son menos reales que los estímulos que le llegan a través de los sentidos. No se puede cerrar la cuestión de forma tan simple como diciendo que quienes viven en la realidad son aquellos que solo ven la materialidad de las cosas y los que están en su mundo imaginario viven fuera de la realidad, están enfermos. Nada mejor que traer a colación la famosa frase en el Hamlet de Shakespeare, hay más cosas en el cielo y en la Tierra de las que…etc etc, que no tengo el ánimo para buscar la frase literal. Hay mundos invisibles tan reales como los visibles y quienes pueden verlos y palparlos jamás aceptarán que la limitada lógica de los otros les impida apreciar esos mundos. Estar delirante no significa renunciar a otras experiencias que tu mente está percibiendo ni a otros tipos de conocimiento que no sean la razón y los sentidos. Yo nunca he podido hacerlo ni lo haré, salvo error u omisión. Vivir ese tipo de experiencias no es delirar, pero sí lo es perder todo contacto con el mundo físico, porque entonces estás renunciando, eliminando una realidad que es la más cercana y la que más influye en nuestras vidas cuando estamos en un cuerpo físico. Delirar es permitir que los otros mundos invisibles, multidimensionales, lleven las riendas de nuestras vidas e influyan más en ellas que la realidad material de todos los días, es renunciar al alimento, por ejemplo, para alimentarse solo de supuestas energías invisibles, en algunos casos muy reales, pero que no por ello van a darle al cuerpo físico lo que necesita.

El punto de inflexión de mi delirio multidimensional, como yo lo llamo, tuvo lugar con el sueño del doble que he subido al último capítulo de Mi vida onírica en este blog. Fue un sueño tan vívido, tan real, que marcó mi vida, pero antes, años antes, ya había entrado en el delirio a través de razonamientos basados en determinadas experiencias, especialmente la proyección mental o el famoso puntito de luz del que hablo con tanta frecuencia. Las experiencias que podría atribuir a viajes astrales fueron pocas y no demasiado aleccionadoras, aunque sí muy intensas, muy impactantes. Recuerdo especialmente aquel sueño en el que salía de mi cuerpo físico y al subir hacia lo alto atravesaba, si así puede decirse, una especie de límite dimensional. El techo de mi habitación desaparecía y en lugar de seguir ascendiendo en el mundo físico, por encima del edificio, en el aire, atravesaba una especie de pared luminosa, tal vez  en cierta forma parecida a la pared de niebla chamánica de Castaneda, y mi cuerpo astral se encontraba en otra dimensión que mis ojos astrales observaban con pasmo. Allí abajo, en una habitación, sobre un lecho, permanecía mi cuerpo físico que no podía ver, o tal vez no quisiera ver para evitar el miedo, el terror, pero sabía que estaba ahí abajo, dormido. De alguna manera me percibía como un cuerpo físico sobre un lecho y un cuerpo astral que había salido y ascendía, tal vez vinculado a ese cuerpo físico por un hilo luminoso o un cordón de plata, en la terminología clásica, aunque no lo pudiera o quisiera ver. La mitad de mi cuerpo astral permanecía en la habitación física y la otra mitad ya había pasado la pared de niebla y comenzaba a moverse y ser consciente de esa otra dimensión. Fue una sensación muy extraña. La angustia no me hubiera permitido imaginarme el cuerpo físico partido en dos, pero con el cuerpo astral no tenía ese problema, era como un chicle que podía alargarse sin partirse o un cuerpo luminoso que podía estar cortado por el techo físico sin por ello estar partido en dos realmente, como un haz de luz que atravesara un techo físico y durante un tiempo parte de él permaneciera en la habitación física y parte en otra dimensión. Era como una secuencia de una película de terror o de fantasía, yo me asomaba por encima del techo hacia un mundo desconocido, sin por ello perder contacto con aquel cuerpo físico que dormía sobre el lecho. Fue una de mis experiencias oníricas más extrañas y aterrorizantes. Por un lado deseaba continuar con esa experiencia, siempre había querido realizar un viaje astral consciente, pero por otro lado sentía un intensísimo terror a perderme en esa nueva dimensión y no poder regresar, lo que significaría la muerte del cuerpo físico. No quería morir y el miedo hizo que la experiencia no continuara, pero fue suficiente para comprender que las otras dimensiones que había elucubrado al plantearme cómo sería vivir con un cuerpo energético y de luz en lugar de con un cuerpo físico eran absolutamente reales, aunque muy extrañas.

Todo comenzó cuando quise explicarme racionalmente lo que me estaba ocurriendo al percibir de forma constante un puntito de luz que se movía, que parecía hecho de una materia ectoplasmática, que permanecía como una mancha grisácea o que, al intensificarse, formaba una especie de ventana redonda a través de la cual yo podía ver otros cuerpos físicos o incluso, esto con mucha más dificultad, objetos. Era como si esa materia ectoplasmática, al intensificarse debido a un gran acopio de energía, se fuera diluyendo, adelgazando como una especie de chicle que pudiera ser cortado en rebanadas muy delgadas y de esta manera fuera perdiendo visibilidad. La energía necesaria para esto era muy grande, casi impensable, puesto que el tiempo que ese ventanuco redondo permanecía abierto era muy poco. Algo que me desesperaba porque yo quería que siguiera abierto el tiempo que yo decidiera, minutos, horas…Deseaba explorar, ver todo el entorno y más allá. Cuando me planteé cómo sería el tercer ojo, al leer sobre este supuesto ojo psíquico, en ningún momento se me pasó por la imaginación la posibilidad de que fuera tan distinto al ojo físico. Lo imaginaba fijo, como no podía ser menos, fijo en un cuerpo, aunque fuera psíquico, fijo en un espacio, aunque no fuera material, y que su funcionamiento sería muy parecido al ojo físico. Que se abriría, lo mismo que el ojo físico, a voluntad, que se podría cerrar también a voluntad, que tendría un determinado alcance, lo mismo que nuestros ojos físicos y que si quería ver más allá tendría que trasladar el ojo, es decir el cuerpo físico, hasta una distancia que me permitiera ver lo que deseaba ver. Nuestros ojos físicos tienen un límite de visión, hasta una determinada distancia podemos ver, con menos nitidez y detalle conforme los objetos o el entorno se alejan de nosotros y con mucha más nitidez si vemos objetos que están cerca. Es cierto que los ojos físicos pueden aumentar la distancia de su visión si utilizan artilugios mecánicos, tales como prismáticos o telescopios, pudiendo incluso ver estrellas a años luz de distancia, pero en el mundo astral no existían esos artilugios, al menos que yo supiera, que yo imaginara. Así pues el tercer ojo se abría y podías ver hasta una distancia inconcreta, porque es cierto que en el astral no hay espacio físico, al menos como nosotros lo conocemos, pero de alguna manera tendría que haber una distancia entre el ojo y lo que estaba mirando. También pensaba que el tercer ojo se movía como los ojos físicos, si los mueves hacia la derecha puedes ver con más nitidez lo que está a la derecha de tu cuerpo físico, algo que no eres capaz de percibir con detalle si miras al frente o hacia la izquierda y lo mismo ocurre cuando los ojos se mueven en círculo, izquierda, derecha, arriba y abajo. Pero claro si no hay espacio físico, como ocurre en la dimensión astral el tercer ojo no puede funcionar en ese sentido como los ojos físicos.

Parvati-y-Shiva

El tercer ojo supuso para mí una tremenda decepción, el llamado ojo de Dios, en realidad no me servía para nada que no fuera asustarme, a veces aterrorizarme, angustiarme, sentirme mal, elucubrar todo tipo de extraños delirios y no sacar nada en claro, nada positivo. Por alusiones discretas y sutiles de otros compañeros rosacruces –entonces estaba en plena etapa rosacruz- saqué la conclusión de que en realidad lo que me estaba ocurriendo a mí no era muy habitual, al parecer a otros se les desarrollaba deprisa y sin las dificultades y restricciones que yo padecía. Muchos años más tarde una persona de la que no voy a hablar por discreción, me dejó alucinado, pasmado, cuando me contó algunas de sus experiencias con el tercer ojo, sin duda eran mucho más intensas y concretas que las mías, y lo más asombroso, tenía mucho mayor control sobre ellas que yo.  Aún recuerdo lo que me dijo una compañera rosacruz al quejarme de mis extrañas dificultades con el tercer ojo y el retardo en desarrollarlo. Tienes suerte me dijo, no te gustaría pasar lo que yo estoy pasando.   A pesar de ello en aquel tiempo yo hubiera preferido cualquier tipo de experiencia terrorífica que aquel ver y no ver constante, aquel extraño estado de cosas en el que no podía cerrar los ojos sin tener el puntito de luz enfrente, que podía transformarse en el rostro ectoplasmático de alguien, incluso el mío propio, que aquel sorprendente caos en el que podía llegar a ver un rostro físico, un cuerpo físico, pero solo durante un segundo, unos segundos y solo el cuerpo físico y no su entorno, me costó mucho tiempo llegar a ver algo más, la silla o el sofá en el que estaba sentado ese cuerpo o un trocito diminuto de entorno, no digamos ver ese cuerpo en movimiento, un hecho que me dejó asombrado pero que no llegó a mucho más. Era como ser un invidente de nacimiento que está recuperando la vista con enorme dificultad y con tanta lentitud que uno llega a creer que nunca verá bien, como los demás, algo que, en base a mi experiencia, ya he asumido, nunca desarrollaré por completo el tercer ojo, nunca veré algo más que fugaces flashes que no me dicen nada o casi nada y no sirven para nada positivo. En cierta ocasión leí que al renacer uno tiene que empezar de cero en estos temas, en el despertar de los chakras, en la subida de la kundalini, en el desarrollo del tercer ojo, da lo mismo el desarrollo que hayas tenido en una vida anterior, hay que empezar de cero, aunque parece que un avance importante en una vida anterior ayuda y mucho a que en la actual reencarnación puedas tener más facilidades en estos temas.

El secretismo, la marginación que sufrimos los que vivimos este tipo de experiencias, es para mí comparable a la represión sexual que yo, y gran parte de mi generación tuvimos que sufrir en el tema del sexo. El increíble, esperpéntico, que a los niños de mi generación –imagino que no a todos- se nos dijera que a los bebés los traía la cigüeña de París, algo que yo tuve que escuchar de mis padres en el nacimiento de mis hermanos, cuando hacía preguntas, y que llegué a creerme a pies juntillas, ¡ignorante e ingenuo de mí!, incapaz de comprender la sincronía de la barriga de mamá, el nacimiento de un bebé y que a mamá le desapareciera la barriga de pronto. En estos temas ocurre tres cuartas partes de lo mismo. Descubrimos que nuestras peculiares experiencias no son habituales, no les sucede a todos, y las descubrimos y vivimos con el mismo asombro y ridículo miedo con el que descubrimos la existencia del sexo, la masturbación y la procreación, solo que en este caso no todos los adultos están enterados, más bien muy pocos, pero estos pocos llegan a actuar igual que lo hacían nuestros padres a la hora de responder preguntas tan elementales como de dónde vienen los niños. Mis propias experiencias con las proyecciones mentales, el tercer ojo, el viaje astral, el despertar de los chakras, el despertar del oído psíquico con la audición de extrañas voces, como el lentísimo despertar del resto de sentidos psíquicos, asimilables a los cinco sentidos físicos, han sido como descubrir de dónde vienen realmente los niños, pasmoso pero elemental, querido Watson. Es por eso que ahora que no tengo nada que perder y que desde la soledad y el ocio de la jubilación puedo permitirme hablar de ello, lo voy a hacer y lo estoy haciendo en este diario que desvelará todos los secretos de mi vida, el gran secreto de mi vida. Me siento como cuando descubrí el placer de la libido de forma accidental o como cuando supe por boca de otros niños, ya maleados, de dónde venían realmente los bebés. Descubrir estas experiencias personales me hace sentir mal, como un idiota, como cuando supe que yo había nacido de la barriguita de mamá y no me había traído la cigüeña en un largo viaje desde París, con su pico doblado por el peso, o como cuando supe por qué papá era papá y no otro cualquiera y cómo se hacían los niños, a escondidas, con el mayor de los secretismos y total vergüenza. Hablar del tercer ojo, de la proyección mental, del despertar de los chakras, del viaje astral, de los sueños lúcidos, me suena tan ridículo como si me pusiera a explicar ahora a un niño que él nació de la barriguita de su mamá y que lo de la cigüeña es una de las mayores estupideces que hemos escuchado los niños jamás. Solo que en este caso no todos los adultos están en el ajo, solo unos pocos, poquísimos, que en una gran mayoría tienen miedo y se avergüenzan de tener que explicarles a los demás que a los niños no les trae la cigüeña, que no solo tenemos dos ojos de carne que nos permiten ver el mundo físico, también poseemos un tercer ojo. Nos dan miedo sus burlas, sus carcajadas obscenas al respondernos que claro, que el tercer ojo es el ojo del culo, jajá, jejé y jijí. Y por eso vivimos estas experiencias en el mayor de los secretos, ocultándolas a todo el mundo y elucubrando, algunas veces de forma perfectamente lógica y racional y otras de forma absolutamente irracional sobre esos extraños misterios de la vida psíquica, lo mismo que de niños elucubrábamos sobre el misterio de la vida física. Me enternece recordar cómo de niño llegué a sentir un agradecimiento candoroso hasta las lágrimas por la cigüeña que me había traído desde París en su pico, imaginando el largo viaje con aquel terrible peso, casi superior al suyo, y me sentí tan agradecido que me hubiera gustado conocer a mi cigüeñita para darle las gracias y un beso muy tierno en su cabecita. De adulto me he sentido tan avergonzado por aquellas fantasías infantiles que las bloqueé como algo por lo que tuvieron que pasar todos los niños de mi generación porque vivimos en una sociedad represiva, dictatorial, infantiloide. De forma parecida me siento ahora, cuando me dispongo a relatar mis experiencias en el terreno psíquico, sabiendo muy bien lo que pensarán los que nunca han tenido una experiencia así, o al menos nunca se han atrevido a admitirla, a contarla. Tengo que escuchar con respeto las increíbles sandeces de quienes intentan explicarnos la vida como la aleatoria ruleta rusa ocurrida en un caldo químico primordial y de que adquirimos la consciencia porque se produce una chispita eléctrica en nuestros cerebros, debido a un entramado curioso de neuronas, o de que nacemos porque la aleatoriedad generó un ADN, un código sorprendente que fabrica nuestros cuerpos y nuestras consciencias. Y no puedo hablar de mundos invisibles, de psiquismos ocultos, de energías generadas por la Mente Universal como olas en un gran océano infinito, ni de las emanaciones del Águila, ni de nada que no sea química, pura química de laboratorio, porque en otro caso sufriré las burlas sangrientas de materialistas y cientifistas y agnósticos y ateos que se consideran muy valientes porque ellos sí son capaces de afrontar la verdad, que nacemos por casualidad y morimos por causas muy concretas al poco tiempo de nacer y que todo lo demás son paparruchas de niños miedosos incapaces de aceptar la verdad de las cosas. Como si la verdadera verdad no fuera infinitamente más terrible que esa nada absoluta en la que intentan sumergirnos las mentes científicas. Como si saber que todas nuestras mentes están conectadas, que existe un mundo invisible, que no podemos ocultarnos, refugiarnos en un búnker, porque todos están más agujereados que un queso gruyere no fuera algo tan terrorífico que requiere mucho más valor que asumir que nacimos de la nada y regresaremos a la nada. Porque nacer a la consciencia y perderla, por muy duro y doloroso que sea, es mucho menos doloroso que pasarnos eones y eones evolucionando tras terribles sufrimientos hasta alcanzar la liberación.

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Todo lo que voy a contar me hace sentirme más avergonzado que admitir que de niño llegué a creer en que realmente me había traído una cigüeña de París y que cuando tuve la primera eyaculación accidental me sentí tan aterrorizado que creí que iba a morir. Porque, de alguna manera, voy a tener que explicar a un infinito número de adultos, que a los niños no les trae la cigüeña de París sino que nacemos tras un coito entre nuestros padres. La cigüeña psíquica es la mente universal y la vida invisible es ese primer coito que nos hace adivinar otra vida muy diferente. Muchas de mis elucubraciones de aquellos tiempos sobre a qué se debían las experiencias que estaba viviendo son tan ridículas como mis elucubraciones sobre cómo una cigüeña podía hacer un viaje tan largo con un bebé en el pico. Pero nadie me dijo la verdad, la mayoría porque no la conocía y otros porque estaban convencidos de que a un niño es mejor decirle que los bebés vienen de París, en el pico de una cigüeña, que explicarle cómo es un coito. Me llevará algunos capítulos explicar mi elucubración sobre el doble y sus jugarretas y cómo el terror me llevó a ciertos comportamientos que hoy me avergüenzan pero que no pude evitar. El misterio de la existencia es tan inextricable y terrorífico que a un guerrero solo le queda aceptar con humildad que solo es una partícula infinitesimal en un universo infinito.

 

Como enfermo mental he sufrido largas etapas delirantes, pero ninguna tan feroz y tan sibilina y compleja como el delirio multidimensional. Delirar no es creer que exista otra realidad aparte de la material, y muy sólida. Como no me he cansado de repetir en muchos de mis textos del blog no podemos ser tan ingenuos de pensar que la única realidad es la sólida, que las paredes que nos cercan son las más reales y los pedruscos con los que nos tropezamos la realidad más sólida imaginable. Si así fuera una pared sería más real que nuestros cuerpos físicos, porque es más sólida. Real es el sentimiento que nos embarga y nos hace sufrir o ser felices, por muy invisible y fugaz que nos parezca. Real es el pensamiento que da vueltas y vueltas en nuestra mente, por muy fantasioso que sea, porque está influyendo decisivamente en nuestras vidas. Los enfermos mentales lo sabemos muy bien, una idea obsesiva nos puede tener empantanados meses y meses sin hacer otra cosa que luchar con ella, que dar y dar vueltas en el tiovivo. La pared, por muy real que nos parezca, apenas influye en nuestras vidas, aparte del rodeo que tenemos que dar o de tener que atravesarla por una puerta, salvo que nos pongamos a saltar tapias como unos energúmenos. En cambio un pensamiento obsesivo nos puede paralizar durante largos periodos de tiempo. No puedo aceptar que algo tenga que ser muy real por muy sólido que sea si apenas influye en mi vida y en cambio  no deba aceptar como real algo que está influyendo decisivamente en mi vida.





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XXII (EL GRAN SECRETO)

4 01 2018

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XXII

EL DELIRIO ONÍRICO/FINAL

Sí, creo que es hora de finalizar esta serie de capítulos sobre los sueños y su influencia en mi vida como enfermo mental para pasar a otras cosas, otras patologías, otros mundos y otros misterios que han jalonado mi vida. Tal vez la fascinación que he sentido desde niño por el universo onírico se deba a que todos soñamos, todos podemos recordar algunos sueños y es la única memoria que aún funciona, aunque de forma paupérrima, sobre experiencias que superan la vida física, a la que accedemos a través de los sentidos, que interpretamos con la mente y que conservamos –en un porcentaje escaso pero cronológico y coherente- con la seguridad –puede que en parte confusa y falsa- de que todas estas experiencias han sido reales.

Nunca he podido aceptar y conformarme con una vida sin sentido, que uno tiene que vivir como puede, sin explicación, sin propósito, sin saber, sin conocer las causas que nos han traído a la existencia y la razón última por la que todos morimos y desaparecemos o entramos en un universo desconocido y misterioso que nadie ha podido probar y en el que pocos creen. Entonces no sabía que esta incapacidad absoluta para conformarse con algo que nos ha sido impuesto sin más formaba parte de la naturaleza del guerrero impecable, que sabe que nunca desvelará el misterio de la existencia pero que luchará toda su vida para conseguirlo. Exploré todos los territorios a los que pude acceder de acuerdo a mi carácter y las circunstancias pero solo a través de los sueños intuí la posibilidad de encontrar una realidad, más allá del mundo físico y visible. Por desgracia, tras toda una vida de soñador y ensoñador, de recordar y anotar sueños, de analizarlos y buscarles una explicación, he asumido que la meta del guerrero de conseguir la totalidad de sí mismo y de vivir a la vez en dos mundos distintos, el del sueño y el de la realidad física, de la primera y la segunda atención, de acuerdo a la terminología de don Juan, me supera. A pesar de ello sigo intentándolo porque está en la naturaleza del guerrero y en ese camino estoy.

Tal vez el delirio onírico, con sus consecuencias patológicas en la vida física, no sea precisamente la preocupación más intensa y profunda de las personas con enfermedad mental. Mi conocimiento de cómo funcionan los sueños en otras personas con enfermedad mental no es muy vasto, pero creo que suficiente para saber que no son los sueños los generadores más importantes de delirios en el enfermo mental. Esto también puede ayudar, pero son las fantasías, los miedos, las angustias los que llevan a las personas con enfermedad mental al delirio, aunque un sueño muy vívido sí puede sugestionar o ratificar en el enfermo la supuesta certeza de un mensaje profético que le ha sido enviado o la supuesta premonición de un acontecimiento futuro que ocurrirá de forma irremediable.  Recordar los sueños no es sencillo y anotarlos supone un esfuerzo tan grande y continuado que pocos enfermos mentales pueden o están dispuestos a aceptar. Por definición, por naturaleza, la persona con enfermedad mental es pasiva, sigue la ley del mínimo esfuerzo, tiene la voluntad atrofiada o dormida y su desesperación le lleva a dejarse ir, a deslizarse por el tobogán hasta el fondo del abismo. Ni siquiera subirse en el tiovivo infernal de las ideas fijas le supone un gran esfuerzo, puesto que les vienen a la cabeza y solo hay que dejarlas que aniden y vayan cavando sus túneles en nuestro cerebro. Tal vez mi caso como soñador sea excepcional dentro de la enfermedad mental, aún así el hablar de ello creo que puede ayudar a otras personas con enfermedad mental a hacerse una idea bastante clara de cómo funcionan sus delirios y hacia dónde les llevan.

Recapitulando y concluyendo, estas serían las patologías y los resultados prácticos de mis delirios oníricos:

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-El sueño de los doce ancianos tuvo una importancia decisiva en mi vida al sugestionarme respecto a mi futuro y el de la humanidad.  No diría que muchas e importantes decisiones fueron tomadas en base a este supuesto conocimiento del futuro, pero sí que tuvieron un peso importante. No puedo hacerme una idea cabal de qué decisiones hubiera tomado y hacia dónde me hubieran conducido de no haber recordado aquel sueño, sin duda mi camino hubiera sido otro, pero me temo que no muy diferente del que al final he recorrido, porque para un enfermo mental, por desgracia, solo hay un camino y es el de su enfermedad. En cuanto a los resultados prácticos de aquel sueño, aparte de profundas y terribles sensaciones de un “deja vu” respecto a algunos acontecimientos de mi vida y de la historia de la humanidad, poco más puedo sacar en limpio. Nunca he tenido certeza de la existencia de aquellos doce ancianos, supuestamente los ancianos de los días, según el libro de Urantia que cuando lo tuve desconocía por completo, ni siquiera había oído hablar de él. Nunca he conocido con antelación algún acontecimiento de mi vida o de la vida de la humanidad que luego se realizara al cien por cien y de la misma manera que yo había visto o creído ver. En poco o en nada me ayudó aquel supuesto conocimiento, salvo para sentir terror y tomar decisiones basadas en la peor de las emociones a la hora de tomar una decisión. Hubiera preferido que en aquel sueño hubiera sido limpiado de mis adherencias kármicas y elevado hacia niveles más altos de espiritualidad, aunque no se me hubiera dado el conocimiento de un supuesto pasado y un supuesto futuro de la humanidad que vivir semejante experiencia, que por muy vívida que fuera, por muy “real”, por mucho que marcara mi vida, a efectos prácticos no me ha servido de nada o de muy poco.

-En cuanto a otro tipo de sueños, como los premonitorios, específicamente los sueños en los que veía morir a personas que luego realmente fallecían un tiempo después, debo decir que son los peores sueños posibles que puede tener un soñador o ensoñador. Nada aportan, solo un terror incontrolable cuando se cumplen. Por desgracia fueron numerosos, demasiado, en mi vida de soñador. Nunca supe por qué tuve aquellos sueños, por qué los recordé, y cómo al final conseguí deshacerme de ellos, bloquearlos, anularlos, hasta el punto de que el último supuesto sueño tuvo lugar hace ya muchos años.

-Los sueños más insidiosos, que más consecuencias nefastas tuvieron en mi vida, fueron los sueños sobre supuestos e hipotéticos comportamientos de otras personas en su intimidad, que yo no podía conocer de ninguna otra manera que a través de los sueños. La supuesta viveza y realidad de aquellos sueños, los detalles, nunca pudieron ser confirmados, por lo tanto no puedo descartarlos sin más, como no reales, como delirios, aunque a la vista de ciertas circunstancias y acontecimientos que se fueron produciendo con el tiempo, debo decir que están más cerca del delirio que de la realidad. El sueño o delirio celotípico me hizo muchísimo daño en una concreta etapa de mi vida, me anuló como persona y me convirtió en un payaso, con comportamientos extravagantes y sin sentido. Por desgracia la realidad no me permitió descartar absolutamente aquellos sueños delirantes, puesto que algún acontecimiento, aunque lejano a todo lo que ocurría en aquellos sueños, sí me indicó que podía haber algo, fantasías mentales de ciertas personas, determinadas conductas de ciertas personas que aunque no llegaran a materializarse, si me permitían atisbar un mundo mental con cierto parecido a la temática de mis sueños. En este sentido debo decir que una de las conclusiones que acabé sacando con el tiempo fue la de que cualquier fantasía o recreación mental, aunque luego no se llevara a cabo, podía ser percibida con tal intensidad y viveza en el sueño que uno no podía por menos de plantearse la posibilidad de que hubiera sido real, cuando tan solo fue una fantasía que pasó por determinadas mentes. Yo mismo experimenté sin ninguna duda al respecto la experiencia de vivir en sueños supuestas realidades que tan solo fueron fantasías que pasaron por mi mente en un momento concreto. Eso me puso en guardia sobre mis pensamientos y fantasías, puede que en la vida física no tuvieran mayor trascendencia que ocupar la mente, con mayor o menor concentración e intensidad en una escenificación concreta, pero para un soñador estas experimentaciones o juegos son peligrosos, arriesgados y no merecen la pena. Los delirios oníricos celotípicos me hicieron mucho daño y el saber con el tiempo que en gran medida fueron simplemente fantasías o deseos de determinadas mentes  o acciones concretas que nunca llegaron más allá del típico machismo de ciertos hombres que no son capaces de vencer la tentación de intentar “seducir” a la esposa de un enfermo mental, viendo su supuesta fragilidad y facilidad para ser manipuladas con la farsa de control de “yo solo quiero ayudarte, que mi hombro sirva para apoyar tu cabeza, puedes contar conmigo para lo que necesites”, cuando en realidad lo que están buscando es aprovecharse de una mujer que está viviendo unas circunstancias dramáticas, no me ha consolado mucho, por desgracia. Cuando uno ha vivido en semejante infierno de celos, el llegar a saber con certeza que tu esposa es la mejor esposa del mundo y que los mezquinos comportamientos de ciertas personas han podido dar lugar a unos determinados sueños, no te libra del profundo dolor que supone haber llegado a dudar de que unos determinados sueños no hubieran sido reales. No puedo hablar de las experiencias de otras personas con enfermedad mental, tanto mujeres como hombres, a este respecto, pero sí puedo hablar de la mía, la mezquindad de ciertas personas a la hora de tratar a la pareja de un enfermo mental es realmente repugnante y rastrera, te das cuenta de la selva en la que vives, de cómo son muchas personas y de tu incapacidad como enfermo de asumir esas realidades sino es de forma violenta. En otros textos analizaré cómo puede llegar un enfermo a la violencia a través del delirio y de la absoluta realidad de cómo es la sociedad en la que vivimos. Quede aquí expuesta mi dolorosa experiencia en la que determinados sueños, determinados delirios oníricos, no aportaron nada que no fuera empeorar una situación concreta y convertir una etapa de mi vida en un verdadero infierno. Sin duda hubiera preferido no tener aquellos sueños, que para nada positivo me sirvieron.

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Los sueños proféticos, aquellos en los que yo me veía cumpliendo una supuesta misión salvífica para ciertas personas y para la humanidad en general, tampoco aportaron nada a mi vida, salvo intensificar la angustia y el miedo. Aquellos terribles sueños en los que luchaba contra terroristas, tratando de impedir desde el mundo de los sueños, supuestos atentados que se iban a producir, fueron también lo peor de mis pesadillas. Supuestas desactivaciones de bombas a través de la sugerencia mental y la creación de una confusión mental en el terrorista que le llevara a un error que luego impidiera que la bomba explotara, la visión de escenas en las que terroristas preparaban sus atentados, no me sirvieron para otra cosa que para vivir en un constante terror mental, hasta el punto de llegar a mirar, arrodillado, los bajos de mi coche, temiendo que los terroristas me hubieran localizado y hubieran colocado una bomba lapa bajo mi vehículo. Por eso soy capaz de comprender tan bien a las personas con enfermedad mental que pueden llegar a convencerse de que los delirios más surrealistas y sin sentido son reales. Cuando mi razón, mi lógica, me decía que era absolutamente imposible que los terroristas supieran lo que supuestamente yo estaba haciendo en sueños y que me buscaran y descubrieran mi identidad y domicilio, esto no servía de nada. Sentía pánico por lo que pudiera pasarles a mis seres queridos, porque yo aceptaba, de alguna manera, que pudieran matarme como consecuencia de una misión salvífica de la humanidad. Los delirios proféticos en los enfermos mentales son de lo más insidioso y sin duda los más creíbles para nosotros. Suena a rechifla que un enfermo mental pueda llegar a creerse un profeta destinado a salvar a la humanidad dando a conocer determinados mensajes o realizando determinados actos, solo quien haya vivido esos delirios, como es mi caso, sabe de la terrible intensidad que tienen y de cómo la mente llega abdicar de la racionalidad para entregarse, atada de pies y manos, a una realidad que no se diferencia nada de la que otros consideran como verdadera realidad.  Por otro lado creo que la necesidad del enfermo de encontrar consuelo en la posibilidad de que su infernal sufrimiento no haya sido en vano, ayuda mucho a que estos delirios proféticos sean perfectamente creíbles para el enfermo.

-El delirio más demoledor fue el de la supuesta vida onírica de toda la humanidad. En mi novela “El loco de Ciudadfría” lo expongo con mucha extensión y detalle. Consiste, de forma básica, en lo siguiente: Nuestros cuerpos astrales salen del cuerpo físico al dormirse y tienen una vida aparte de la vida física, una vida que luego no se recuerda porque al despertar apenas recordamos algún sueño sin importancia. Mi lógica delirante me llevó a elucubrar toda una compleja teoría sobre la vida en sueños. Si salimos del cuerpo físico y nos podemos mover sin los obstáculos espaciales y temporales de la vida física, lo que podría ocurrir en sueños pone los pelos de punta. Solo con imaginarse lo que ocurriría en la vida “real” si las personas que se abstienen de matar, delinquir, violar, etc solo porque pueden ser “pillados” y castigados, tuvieran la certeza de que nunca podrían ser descubiertos, podríamos llegar al terror más absoluto, al “horror” de la película Apocalipsis Now en la voz de Marlon Brando.  Es cierto que en sueños no pueden hacerse ciertas cosas, como robar, porque no hay nada que robar, salvo los pensamientos y emociones ajenas, o su energía –el vampirismo psíquico- pero todo lo demás sería posible, salvo tal vez matar y eso nunca lo he tenido muy claro. Vidas oníricas dedicadas al sexo promíscuo, a la confabulación y el complot de los poderosos de este mundo que en sueños, escondidos de cualquier escucha electrónica o posibilidad de que alguien desvele su secreto, a crearse verdaderas vidas alternativas, incluso la bigamia, la creación de otras familias o amistades, todo, casi todo, sería posible. Mi delirio llegó a un punto de no retorno cuando mi vivísima imaginación me presentó todas las posibilidades, un material de primera que luego me serviría para los capítulos más delirantes y terroríficos de mi novela “El loco de Ciudadfría”.  Teniendo en cuenta que en sueños no existe el tiempo y que las ocho horas estándar de sueño podrían ser mucho más aprovechables, teniendo en cuenta la falta de obstáculos espaciales y temporales, que todas las horas de que disponemos estando despiertos, la posibilidad de la existencia de una vida alternativa, en otra dimensión, la onírica, fue algo que me hundió en el abismo de la desesperación.  Llegué incluso a imaginar un complot de toda la humanidad, según el cual se había llegado a un acuerdo diabólico para disfrutar en sueños de todo aquello que la convivencia social impedía, para que los poderosos y malvados de este mundo pudieran hacer de su capa un sayo. Allí se tramaba la historia de la humanidad, los poderosos, confabulados con los ángeles caídos, los demonios, invisibles pero perfectamente reales, trazaban los acontecimientos más terroríficos que ha vivido la humanidad, genocidios, fascismos, nazismos, el dominio de la mayor parte de la humanidad en base a complejas tramas económicas y políticas, que permitían a los peores, entre los peores, los más malvados, hacerse con el poder en un planeta aliado con la rebelión de Lucifer y ahora en cuarentena, como luego leería en el libro de Urantia. Una increíble y demoledora conspiración cósmica, como en el libro de Atienza, que reflejaba, a niveles dimensionales invisibles o energéticos, lo que por otro lado está ocurriendo en nuestro mundo físico, en este planeta de nuestros pecados, donde es claro que unos pocos dominan y controlan a la mayoría y con las razones más peregrinas nos han convencido de que no es posible otra vida que la que ellos nos facilitan. Y todo esto era posible porque el acuerdo mayoritario de los habitantes del planeta sobre el mundo de los sueños impedía que todos recordáramos lo que ocurría en sueños. Y de ahí a otorgarme la condición de profeta, de redentor, de enviado para salvar a la humanidad, aherrojada por los lacayos de Lucifer, solo había un paso.  Yo me dedicaría a demoler ese pacto, consiguiendo que a través de sueños lúcidos, la humanidad recordara lo que ocurría en sueños, el pacto diabólico firmado con los ángeles caídos, la expulsión del Edén, del Paraíso terrenal, donde uno podía estar desnudo, como lo estamos en sueños, y no sentirse avergonzado. Me iba a vengar de todo lo que me habían hecho sufrir en sueños, de todo lo malo que me estaba ocurriendo en la vida física, incluida mi enfermedad mental, y les enfrentaría con su mezquindad, con su maldad, yo no participaría en semejante complot, entregaría mi vida física para conseguirlo, si fuera preciso. Y así,  en delirio más creativo y terrorífico, se convirtió en la pesadilla más espantosa. Tenía miedo de que en sueños se hubieran confabulado para matarme en la vida real y todo lo que me ocurría a lo largo del día era mirado con lupa. Incluso hoy en día, cuando en sueños intentan matarme, me despierto aterrorizado, pensando que lo van a conseguir, y en efecto, si me tomara ciertas condiciones físicas propias de mis enfermedades y edad, como generadas por conspiradores oníricos, podría llegar a la conclusión de que en efecto, intentan matarme para impedir que hable de esta conspiración.  Hubo una etapa onírica en la que yo me dedicaba a huir en sueños de mis perseguidores, escondiéndome en la naturaleza, donde era más difícil encontrarme. En la novela que ya he mencionado todo esto se narra con tal intensidad que yo mismo he llegado a sentir auténtico miedo. Incluso hoy en día me sigue pareciendo verosímil esta posibilidad, y creo que lo pasaría muy mal si mi lógica y razón no me expusiera todos los argumentos en contra. No es cierto que en sueños nuestro cuerpo astral salga todas las noches a pasear y permanezca todo el tiempo fuera del cuerpo físico. También el cuerpo astral necesita un descanso tras el agotamiento que supone recibir todo lo que percibe el cuerpo físico en un día normal, despierto. En muchos sueños me veo buscando un lugar donde descansar, huyendo de otros soñadores que me buscan. Estoy convencido de que no viviríamos mucho si nuestro cuerpo astral tuviera esa vida paralela que imaginé en mis delirios oníricos. Ni los propios dioses podrían vivir con total intensidad y concentración dos vidas paralelas, solo el propio Dios podría tener suficiente energía, poder y conocimiento, entre otras cosas, para vivir infinitas vidas dimensionales, como en realidad pienso que así es, al vivir también él nuestras propias vidas, la vida de cada uno de nosotros, de cabo a rabo. No podemos creernos todopoderosos, somos más limitados, la vida onírica que yo imaginé no es posible porque sencillamente no somos dioses, no tenemos suficiente energía, necesitamos descansar. De esta manera he podido superar aquel delirio onírico que a punto estuvo de acabar con mi razón. Aún hoy en día, cuando me despierto de alguna pesadilla especialmente espantosa o cuando mi úlcera me trae el vómito a la boca, mientras duermo, y me despierto ipso facto, para evitar que ese vómito pueda obstruir el conducto respiratorio y pueda morir, no puedo evitar recordar aquellos años infernales en los que un delirio onírico presidió mi vida, incluso estando despierto.  Tal vez sea el único enfermo mental que ha vivido este tipo de experiencias oníricas, pero de lo que sí estoy seguro, por haberlo comprobado personalmente, es que muchos enfermos tienen este tipo de delirios proféticos estando despiertos, creados por su imaginación y la necesidad de encontrar una explicación a tanto sufrimiento que ellos entienden se debe a su ofrecimiento para cumplir misiones salvíficas que otros no quieren cumplir. Sin perjuicio de que haya algo de verdad en la posibilidad de que algunos enfermos mentales hayan aceptado su enfermedad en esta reencarnación para cumplir algún tipo de misión espiritual, lo indudable es que este delirio típico en algunas enfermedades mentales tiene mucho más que ver con la enfermedad que con supuestas misiones salvíficas espirituales.

Los sueños siguen siendo para mí el misterio más profundo y como novelista me dan un material de primera para ciertas historias fantásticas, pero tal vez sea eso lo único que me han aportado. Teniendo en cuenta las etapas infernales que he vivido debido a este tipo de sueños, me parece una magra compensación. Aún no sé de qué hablare en el capítulo siguiente, material no me falta. Que todo este esfuerzo vaya al haber del guerrero impecable que luchará toda su vida por desvelar el misterio, aunque nunca lo consiga.

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL ( EL GRAN SECRETO DE MI VIDA) XXI

7 09 2017

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XXI

EL DELIRIO ONÍRICO/CONTINUACIÓN

universo

Muchas veces me he preguntado qué hubiera sido de mi vida de no haberme obsesionado por los sueños, por el mundo onírico. En general muchas veces me he preguntado qué hubiera sido de mi vida de no haberme hecho preguntas, ¿de dónde vengo, a dónde voy, quién soy, qué es la vida, qué sentido tiene estar vivo, qué puedo esperar cuando llegue la muerte?  ¿Cómo hubiera vivido si me hubiera centrado en lo que muchos consideran la vida, despertar y olvidarte de lo que has soñado, centrarte en las “cosas que importan” en el mundo de vigilia, en el mundo, en esta realidad física, tener buena salud, relacionarte lo mejor posible, trabajar honradamente con los menores conflictos, ganar dinero, cuanto más mejor, tener una familia agradable, un status social interesante, llevarse bien con todos, recibir palmaditas en el hombro, anclar la mente en lo que estoy haciendo y solo en ello, sin dejarla volar, sin permitir a la fantasía la menor libertad, sin reflexionar, sin meditar, sin hacer preguntas tontas, que son todas aquellas que no tienen respuesta? Sí, qué hubiera sido de mi vida. La verdad es que ni lo sé ni me importa. Hay algo que anula absolutamente cualquier interés por una vida “políticamente correcta”, y es la muerte. Desde la perspectiva de la muerte solo encontrar sentido a la vida y a la propia muerte tiene para mí algún sentido. Luego descubriría que un guerrero todo lo mira desde la perspectiva de la muerte, que un guerrero sabe que nunca descubrirá el misterio de la existencia, pero lo intentará hasta el último aliento. De alguna manera yo intuía ya lo que era ser un guerrero antes de conocer este concepto y de dar el primer paso en el camino.

No me importa saber que otros caminos hubieran sido más fáciles, tampoco me importaría saber que de no haber tenido aquel sueño tal vez mi vida no hubiera sido tan trágica. En realidad pienso que todo esto son elucubraciones sin sentido, puesto que mi condición de enfermo mental ya existía antes de que ocurrieran estas cosas y uno no se libra fácilmente de las consecuencias de una enfermedad mental. De todas formas debo señalar aquel sueño como un hito en mi camino en la vida, hubo un antes y un después, todo cambió. A lo largo de mi vida onírica he tenido muchos sueños extraños, algunos muy largos, algunos muy lúcidos, algunos muy impactantes, pero ninguno como aquel. Me trastornó por completo porque consideré que no era posible tener un sueño como aquel por “propios méritos”, digámoslo así, es decir, yo no era un soñador avezado, creativo, no dominaba las técnicas oníricas, apenas conseguía tener una pizca de lucidez en algunos sueños.  Pero sobre todo me trastornó lo que yo intuí que había perdido al despertar y conforme fue pasando el tiempo. Aquella película tan extensa y detallada sobre el futuro se convirtió con el paso de los días en un pequeño fragmento de un cortísimo documental en el que lo verdaderamente importante había sido suprimido, una elipsis brutal había terminado con lo que a mí me interesaba.

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Una de las sensaciones más fuertes al terminar el sueño fue aquella especie de pregunta que me hicieron aquellos ancianos. ¿Quieres recordarlo todo? No, no, por Dios no, os lo suplico, no. Estaba convencido de que algo así me mataría o me volvería loco. La tentación de recordar cada una de aquellas escenas fue muy fuerte, saber todo lo que me iba a pasar durante años, todo lo que pasaría en el mundo durante décadas, saber que en cualquier momento podría epatar a cualquiera anunciando un acontecimiento global y sorprendente, saber que nada me podría sorprender, poder esperar sentado frente al televisor los acontecimientos mundiales con una sonrisa aviesa en la boca: la caída del muro de Berlín (una premonición que no soy capaz de recordar si fue antes o después del sueño), aquel momento crítico que iba desde la presidencia de un americano de raza negra, Obama, al sucesor de quien en aquel sueño debió de ser la primera presidenta de USA, y que resultó el primer millonario presidente, pasando por la muerte de un Papa, el ascenso al papado de un Papa de raza negra y el fin, la disolución de la Iglesia católica. En medio todo aquel infernal apocalipsis que San Juan debió de ver pero fue incapaz de comprender, por lo que tuvo que recurrir a bestias y demonios. Desde el 11S lo peor de la línea cronológica de aquel sueño fue suprimido. La guerra bacteriológica, de la que los episodios del Antrax solo fueron una pequeña muestra, las bombas sucias, el robo de bombas nucleares y su venta a terroristas, la virulencia del terrorismo en Europa, de la que apenas da idea lo que está ocurriendo realmente. Las manifestaciones en las calles, la violencia sin objetivo de los antisistema, la caída de gobiernos democráticos, uno tras otro, el ascenso de los populismos sin meta, sin orden ni concierto y su caída rápida y sin paliativos, todo lo que intentaba recordar de aquel sueño era mucho más terrible y apocalíptico. En el momento del sueño no tenía claro que se pudiera cambiar el futuro, de hecho pensaba que era más verosímil que no pudiera hacerse y eso me atormentó durante años. Pero la sensación que tuve durante el sueño era la de que aquellos ancianos, aquellas entidades, estaban velando para que la humanidad tuviera un futuro mejor, de hecho lo más probable era que consiguieran suprimir lo peor de lo que había visto. Un vago recuerdo de una frase del apocalipsis, algo así como si no nos fuera ahorrado la hez de las copas de las plagas, nadie sobreviviría. Eso era lo que estaba ocurriendo.

Lo terrible de estos delirios oníricos es la imposibilidad que siente el que los vive de librarse de ellos con elementales razonamientos prácticos. ¿De qué sirve conocer el futuro si no lo puedes cambiar, y aunque lo pudieras cambiar, estás seguro de que eso sería lo mejor visto a largo plazo para la humanidad?  ¿Es razonable pensar que el ver acontecimientos futuros te tenga que convertir necesariamente en un superhéroe a jornada completa, responsable de todo lo que ocurra sobre la faz de la Tierra?  ¿Acaso la visión de una imagen, como mucho una corta secuencia del futuro, te pueden dar todos los datos necesarios para saber cuál sería la mejor de las decisiones, cuando estando en el presente no eres capaz de saberlo, aún contando con toda la memoria del pasado, años y años de datos y vivencias?  ¿Acaso la visión concreta de un hecho concreto de una persona concreta te puede facilitar la mejor de las decisiones respecto a ella?

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Hay algo morboso en esto de querer conocer el futuro a toda costa y la persona con enfermedad mental no se resiste a estas conductas morbosas que forman parte inextricable de su enfermedad. Pero también hay algo difícil de asumir por la persona objeto de este tipo de vivencias, y es la sensación de poder que te da el saber que en el futuro va a pasar tal o cual cosa. Es algo totalmente irracional, porque el conocer una desgracia futura o saber que tal o cual personajillo va a saltar a la política mundial y va a remojar nuestras barbas para pasar luego la navaja de afeitar por nuestras gargamtas, o simplemente saber que en tal lugar –porque la fecha es casi imposible de obtener en estas visiones- va a ocurrir un atentado terrorista con tantos muertos y con una secuencia de hechos perfectamente cronometrada, no te van a aportar nada, ni como persona, ni como ser humano, ni como miembro de la humanidad, ni como entidad espiritual, ni como enfermo mental, ni como vidente, ni como nada de nada. Lo que se obtienen de estas visiones de futuro solo es miedo, terror, angustia e incapacidad para hacer nada o salirse de ese bucle infernal. A pesar de ello, de la irracionalidad que supone dejarse llevar por acontecimientos futuros que si fueran presentes no nos afectarían de la forma que lo hacen cuando son futuros, uno puede dejar que todo esto condicione y destruya su vida futura.

Sin duda aquel sueño en el que yo veía claramente mi futuro y el de la humanidad en una pantalla de televisión gigantesca, condicionó mi vida para siempre y me temo que no de una forma positiva. No es que no me planteara razonamientos tan lógicos como la posibilidad de que el futuro no esté escrito y entonces lo que estás viendo no es “el futuro” sino uno de los futuros posibles, y de que si el futuro está ya escrito es inútil plantearte cambiar nada y de que la visión de ese futuro ya escrito no solo no te puede aportar nada, sino que puede destrozar tu vida para nada. Estos argumentos fueron barajados por mí tras aquel sueño y todos los demás que le siguieron. Pero por mucho que uno baraje estas cartas del tarot siempre te saldrá la misma carta, la muerte. Porque en realidad todas estas experiencias se resumen en una: el miedo a la muerte. Recuerdo muy bien que tras cada visión premonitoria lo que más me preocupaba no era el sufrimiento inevitable de cientos y cientos de personas y de sus familiares (un sufrimiento que yo percibía en mi propia piel, tal vez porque la sugestión que uno sufre tras una experiencia de este tipo es tan poderosa que nada le impide creer que pueda estar sufriendo miles y miles de muertes y miles y miles de lutos de seres queridos, a la vez y de forma misteriosa e inexplicable)sino la posibilidad de acabar viendo mi propia muerte. Una muerte que uno tiende a pensar es la más dolorosa de las muertes posibles, somos así de morbosos y de irracionales. Morir con dolor, cuando es inevitable, puede ser terrible, infernal, pero al menos sabes que no estuvo en tu mano evitarlo, pero cuando eres capaz de ver premonitoriamente tu muerte con dolor, la obsesión por evitar esa muerte se convierte en única y prioritaria, no piensas en nada más, no vives para nada más.

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El evitar la visión de mi propia muerte en el futuro se convirtió para mí, en una época de mi vida, en un verdadero infierno. Porque no solo creía a veces recordar cómo terminaba mi vida en esa proyección del futuro con la que fuera “premiado” por aquellos ancianos de los días, sino que llegaba a convencerme de que mis imaginaciones eran absolutamente reales. Luego, con el tiempo, un gran número de sueños se fueron añadiendo a éste, hasta transformar mi mundo onírico en un delirio sin pies ni cabeza, en una auténtica locura. Así los sueños en los que me veía desactivando una bomba terrorista, aparentemente confirmados por alguna noticia del no estallido de esa bomba o del estallido de la misma en manos del terrorista, dieron lugar a todo un delirio onírico, complejo, aparentemente razonable, que me convenció de la posibilidad de que uno podía realizar en sueños todas aquellas cosas que no podía llevar a cabo en la vida real, tal como desactivar bombas que los terroristas estaban preparando. De ahí a transformarte en un superhéroe a jornada completa no había apenas trecho. Recuerdo que llegué a programarme, antes de dormirme, para viajar al futuro en sueños, descubrir las tragedias que iban a ocurrir e intentar evitarlas. Esto no hubiera dado el menor resultado si luego no se hubieran producido los sueños que ocurrieron, tales como estar en un edificio concreto viendo a un terrorista manipular una bomba e intentar sugestionarle, de mente a mente, para que uniera un cable con el equivocado, o experimentar con la posibilidad de sugestionar al terrorista para que se llevara la pistola a la sien y apretara el gatillo, tal como se ha podido ver en algunas películas, la mayoría muy cutres, sobre el poder de la mente.

Aún hoy me pregunto cómo pude llegar a semejante extremo, cómo fui doblegado por un delirio sin pies ni cabeza, que además era onírico, con lo que su credibilidad era aún mucho menor. Todo comenzó con aquel sueño. No estaba acostumbrado a sueños tan largos, tan vívidos, tan intensos, que pudiera recordar con tanta intensidad al despertar. No podía convencerme de que fuera un sueño normal, había algo en él de realidad fuera de esta dimensión, algo de apabullante y misterioso. Luego, poco a poco, iría razonando sobre las implicaciones de ese sueño y las lógicas conclusiones no pudieron evitarme todo aquel inútil delirio. La pregunta clave era: ¿qué saco yo de este sueño; para qué se me ha obligado a vivirlo y recordarlo? Y la respuesta no podía ser más decepcionante, especialmente cuando fue pasando el tiempo. No se produjo la tercera guerra mundial, tal como yo creí haberla recordado al despertar, es decir, un helicóptero norteamericano derribado en el golfo pérsico que originaba toda una serie de carambolas hasta llegar a una apocalíptica guerra mundial. Es cierto que no se produjo el derribo de ese helicóptero, pero sí la guerra del golfo, algo que antes que se produjera ni había pasado por mi imaginación ni creo que los analistas de la CIA tuvieran claro que algo así se iba a desencadenar. Tampoco el tema Bin Laden llegó hasta donde yo creí haber visto en el sueño, es decir, a una auténtica guerra bacteriológica con ántrax y otro tipo de material apocalíptico, pero sí es cierto que se produjeron algunos casos de ántrax enviado por correo y el terror que produjo esto sería indescriptible para alguien que lo viera en sueños. Tampoco la guerra de Ucrania, con sus nefastas consecuencias para Europa, pero sí es cierto que la invasión de Ucrania por tropas prorusas se produjo en el año 2014 y si bien es cierto que ya no se ha vuelto a hablar de ello en los telediarios, me ha bastado con buscar en Google para saber que dicha guerra aún sigue activa y sus consecuencias son imprevisibles. Creí recordar que en aquel sueño a Obama le sucedía en la presidencia, por primera vez, una mujer, la posibilidad de que fuera un millonario con muy poca cabeza, era remotísima, y sin embargo ocurrió, las dos cosas, que una mujer estuvo a punto de ser la primera presidenta y que un millonario ascendió a la presidencia. Los ataques terroristas en Europa no fueron tan virulentos como yo creí verlos en aquel sueño, pero se han producido y se siguen produciendo. La situación en España no ha llegado hasta el terrible deterioro que yo creí ver en aquel sueño, pero nada indica que no estemos siguiendo un buen camino para ello. Los tumultos y revueltas antisistema en toda Europa que creí ver en aquel sueño no se ha producido, pero nada indica que no se vayan a producir en un próximo futuro. La estrepitosa caída de las democracias occidentales no se ha producido, pero tampoco nada indica que no llevemos ese camino.

En resumen, que se podría decir que del material de aquel sueño, no se ha llegado a confirmar ni un uno por ciento, el resto son variantes más o menos complejas y verosímiles. Mi pregunta es: ¿para qué demonios me sirvió aquel sueño? No cambió nada del destino de la humanidad, no cambió mi vida, al menos para mejor, no me convertí en un mejor vidente capaz de ver tragedias futuras en un tiempo y espacio concretos para poder impedirlas, no evolucioné espiritualmente, no me transformé en una mejor persona, solo en un guiñapo de carne temblorosa por el terror. Visto con total pragmatismo no puedo decir que aquellas experiencias me sirvieran de nada, por lo tanto si las califico de delirio y las rechazo como algo que está fuera de la realidad y que no sirve para otra cosa que para generar terror en una mente enferma, seguro que no estaré tan lejos de la verdad.

Cuando los sueños no nos cambian a mejor, no solucionan nuestros problemas, no curan nuestras enfermedades, no permiten una ayuda concreta y eficaz para nuestros próximos, cuando no van desvelando poco a poco el misterio, corriendo la cortina o el velo de Maya, cuando no nos hacen evolucionar espiritual mente y nos transforman en mejores personas, no sirven de nada, en todo caso son solo obstáculos en nuestra camino, con los que tropezamos, dándonos de bruces. Tal vez llegara a plantearme de qué me ha servido intentar recordar sueños, anotarlos, para verme destrozado por delirios infernales oníricos durante alguna etapa de mi vida, sino fuera porque mi condición de guerrero impecable me obliga a intentar, siempre, intentar desvelar el misterio de la vida, aunque no se pueda conseguir, y desde luego si hay un estado desde el que se puede intentar escalar ese castillo en la niebla con algún éxito, es el mundo onírico. De nuevo el dilema, si yo no me hubiera metido en la camisa de once varas del mundo onírico, ¿mi vida habría sido mejor? Lo dudo mucho, como enfermo mental, puede que tomar ciertos caminos en lugar de otros tal vez habría decrecido el número de obstáculos a los que me he enfrentado a lo largo de mi vida, pero ni el número de obstáculos ni su entidad habrían sido escandalosamente inferiores, porque la enfermedad mental es como es y solo se puede medir en sufrimiento, tal como los terremotos se miden en la escala Richter. Mucho me temo que la intensidad del sufrimiento en un enfermo mental no esté tanto en los acontecimientos exteriores como en las vueltas y revueltas que da su propia mente. De no haber caído en el delirio onírico seguro que habría caído en otro cualquiera, el mal estaba en mi mente y no fuera de ella. Creo que el tema da aún mucho más de sí, porque analizar cómo fueron mis sueños y las consecuencias en mi vida no es una tontería de un psicoanalista diletante sino una vivisección a fondo de la enfermedad mental, algo que no me resisto a hacer a pesar de las posibles consecuencias en mi psiquis, porque ahora puedo decidir con total libertad sobre mi vida, cuando uno vive solo no se preocupa de si alguien le puede estar mirando por la ventana ni por las consecuencias en hipotéticos seres queridos que ni se preocupan de si uno puede estar vivo o muerto. Cuando tu primer círculo está vacío la soledad puede ser tan intensa que llega a generar terror, pero tiene una gran ventaja, el círculo no tiene peso, es como un globo, puede subir hacia arriba en cualquier momento y llevarte a donde quiera el destino, porque ahora tu destino no lo marcan los seres queridos sino tu propia libertad o dejadez, que de todo hay.

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL (EL GRAN SECRETO) XX

8 05 2017

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

 

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EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XX

 

EL DELIRIO ONÍRICO

 

Es una expresión que de por sí suena rara, los sueños ya son suficientemente delirantes como calificar así a unos determinados sueños, y sin embargo los que tuve durante aquella etapa concreta de mi vida fueron absolutamente delirantes y no se han vuelto a repetir. Ya el hecho de que por muchos años que lleve trabajando en la programación onírica no haya conseguido tener sueños con determinadas temáticas  a pesar del esfuerzo que puse en la programación indica bien a las claras que aquellos sueños no fueron programados ni tuvieron relación con las voces o los fenómenos que entonces estaba experimentando. Otro factor muy curioso que me indica su especial naturaleza fue la sincronización de estos sueños, es decir que se produjeron seguidos, que tenían todos la misma temática y eran como capítulos de una misma novela, algo especialmente llamativo, ya que a pesar de haber tenido algunos sueños muy largos, auténticas historias independientes que luego he aprovechado para alguna novela, estos siempre fueron muy poco habituales y se produjeron con una gran distancia en el tiempo.

Aunque imagino que la mayoría de las personas con enfermedad mental no se preocupan en lo más mínimo de sus sueños, no intentan recordarlos ni mucho menos los anotan e interpretan, lo cierto es que me consta que muchos de ellos sufren con frecuencia de pesadillas y su mundo onírico termina siendo un auténtico tormento. La medicación suele inhibir la capacidad para recordar los sueños, produce un sueño pesado, agitado y uno se levanta con la sensación de haber recibido una buena paliza, poco descansado y con la mente muy abotargada. Mi experiencia onírica a lo largo de los años  en los que tomé una fuerte medicación me indica que la sensación de no poder controlar los sueños, que con mucha frecuencia se transformaban en pesadillas, fue muy agobiante. Me daba miedo quedarme dormido por la posibilidad de entrar en un mundo de pesadillas incontrolables. Recuerdo muy bien que durante la cura de sueño que me propusieron como terapia en un psiquiátrico privado, donde ingresé voluntariamente tras uno de mis juveniles intentos de suicidio, la sensación de estar en un perpetuo sueño, observando una película inacabable, fue muy intensa. De hecho, cuando me despertaban para tomar la medicación y comer, creo que tres veces al día, podía recordar algunos sueños con total nitidez. Mi gusto por los sueños, que me acompaña desde niño, creo que ayudó mucho a soportar aquella vida vegetal salpicada constantes escenas oníricas. No llevé mal aquella terapia, de hecho creo que fue una de las mejores entre todas aquellas que tuve que sufrir en mi etapa negra. No recuerdo cuántos días duró, sí que fueron bastantes, y cuando me despertaron definitivamente me sentía bastante descansado, vital, con la sensación de que todo lo que me había pasado hasta entonces, especialmente mis intentos de suicidio, era una especie de pesadilla sin la menor lógica, no podía comprender cómo había llegado a semejante extremo. Desconozco los efectos físicos y mentales de esta terapia, en mi caso, supongo porque estaba tan mal que nada podía empeorarme, por lo que estar dormido tantas horas solo podía mejorarme. De hecho durante todas mis crisis siento un fuerte deseo de dormir el mayor número posible de horas y esto me ayuda mucho a distanciarme del drama que estoy viviendo en esos momentos.

El delirio onírico puede ser algo excepcional en las personas con enfermedad mental, pero habida cuenta de lo mucho que se parece a los delirios en estado de vigilias que sufren los enfermos que padecen ciertas enfermedades, creo que el hablar extensamente de ello puede servirles de ayuda. Por otro lado este diario secreto intenta narrar toda mi vida íntima como enfermo mental, sin ocultar nada, mucho menos mis experiencias como buscador de la verdad en el camino del conocimiento, el duro camino que me tocó recorrer como iniciado en el conocimiento esotérico, mientras desarrollaba las facultades mentales que todos poseemos pero que solo logran activarse tras un constante y exhaustivo trabajo abriendo y desarrollando los chakras, buscando en nuestro interior al maestro interno, el yo interno rosacruz, que es en realidad nuestro verdadero yo y el que antes o después, en esta vida o en vidas posteriores, durante la vigilia o el sueño, acabará haciendo su aparición, lo mismo que uno, por mucho que huya de ello, no puede evitar acabar mirándose en el espejo y viendo cómo es realmente. Por eso este diario no solo va destinado a las personas con enfermedad mental, sino también y muy especialmente a cuantos están iniciando el camino que yo decidí recorrer, sin dudas y sin la posibilidad de dar marcha atrás, durante los duros años de mi juventud. Tal vez sin haber sufrido la enfermedad mental no habría sentido un impulso tan compulsivo y obsesivo por alcanzar la verdad, por saber realmente qué somos, qué hacemos aquí y a dónde se supone que vamos.

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El sueño que marcaría mi vida onírica y todas las restantes experiencias, muchas de ellas delirantes, que viví a través de los sueños, tuvo lugar entre los veintisiete y treinta años, no puedo ser más preciso porque mi memoria no da para más, solo puedo situarlo tras el fallecimiento de mi padre y antes de mi matrimonio, lo que viene a ser un periodo aproximado al que he señalado. Por aquel entonces yo estaba soltero, vivía con mi madre en una casa bastante cutre cerca del Barrio húmedo de León, acababa de ingresar en los rosacruces tras un periodo de busca un tanto confuso y difuso. Me interesaba el fenómeno OVNI y todos los fenómenos paranormales, hasta el punto que me había hecho con la enciclopedia del doctor Jimenes del Oso, que acababa de salir en fascículos. Estaba leyendo los libros de Allan Kardec sobre espiritismo y llevaba ya algunos años leyendo sobre budismo, yoga, zen y todo lo que cayera en mis manos y se refiriera a alguna filosofía oriental. En mi biblioteca, aparte de literatura, podían encontrarse libros sobre espiritismo, hipnotismo, ovnis, fenómenos paranormales, conocimiento esotérico, budismo y todo aquello que me llamara la atención en un momento concreto, recuerdo haber adquirido libros sobre las pirámides, sobre biorritmos, muerte después de la vida, médiums y fenómenos mediúmnicos.  Pero lo que centraba y absorbía mi atención en aquellos momentos eran las enseñanzas rosacruces que recibía puntualmente todos los meses en monografías y otros folletos que me remitían desde USA, San José, California, donde estaba y creo sigue estando la sede de AMORC, Antigua y mística orden rosacruz. Aunque mi situación económica no era precisamente boyante, puesto que tenía que atender a mi madre, que tan solo recibía una pensión de viudedad, no me importaba hacer un esfuerzo y ahorrar todo lo necesario para pagar en dólares estas monografías, y aún ahorraba para comprar libros y música.

Ya había pasado mi etapa negra, la que viviera en Madrid, entre los años 1978 y 1982, más o menos. Como resultado de ella había quedado seriamente trastornado, llevaba a mis espaldas una docena de suicidios, muy largas estancias en psiquiátricos, una delirante experiencia con los medios de comunicación, interesados en el hombre que más veces había intentado suicidarse sin conseguirlo, la dramática muerte de mi padre, el intento de incapacitación laboral por parte de mi jefe en Madrid, la relación interpersonal con un buen número de personas con graves problemas mentales, un amigo alcohólico que falleció de cirrosis poco antes de trasladarme a León, amigos drogadictos, todo tipo de experiencias nefastas en mundos y submundos que no me aportaron nada, solo un mayor deterioro de mi personalidad, generando trastornos de conducta y de personalidad con los que luego tendría que lidiar el resto de mi vida. Por suerte aún no había comenzado mi fase como telépata loco –así me denomino yo, en una parodia humorística que ha dado como resultado mis textos sobre el telépata loco, iniciados con Terror en las mentes- y ciertos fenómenos paranormales que luego me traerían de cabeza, apenas comenzaban a producirse. Se podría decir que acababa de salir de mi etapa negra y aún no había comenzado mi etapa como el Loco de León. Entonces me dedicaba fundamentalmente a los estudios rosacruces y a perfeccionar las técnicas de yoga mental, especialmente la relajación, que me ayudaría muchísimo a soportar lo que estaba al caer.

El sueño tuvo lugar durante la siesta, tras una muy trabajada y profunda relajación que me llevó a un sueño profundo.  No puedo calcular muy bien lo que pudo durar aquel sueño, tal vez entre media hora y una hora. Al despertar estaba tan traumatizado que decidí escribir todo lo que había soñado e intentar recordar todos los detalles posibles. Aquel sueño marcaría mi vida, por un lado sufriría un trauma del que sigo sin recuperarme, y por otro me daría una esperanza firme y sólida, en que ocurriera lo que ocurriera, yo iba a sobrevivir.

Mi obsesión por los ovnis era intensa y muy molesta. De hecho creí haber visto algún ovni en el pueblo de mis abuelos y recuerdo haberlo comentado con mi tío y mi primo. También esta obsesión me llevaría a buscar un contacto extraterrestre, visitando, por ejemplo, el valle del Silencio, en León, que por entonces tenía fama de ser un lugar donde se producían muchos avistamientos, incluso abduciones. Que esta obsesión tuviera algo que ver con el contenido de aquel sueño es seguro, pero la extraordinaria nitidez y realismo del sueño y la claridad con que lo recordé al despertarme es totalmente insólito en mi vida onírica, incluso las sensaciones eran tan realistas, repercutían de tal forma en mi cuerpo que llegué a sentir y a quejarme de lo que me hicieron en aquella especie de quirófano metálico, bucear en mi cerebro con una sonda y colocarme aquella especie de microchip emisor que me tuvo en jaque tanto tiempo y formó parte de mis delirios más desatinados de aquella época.

GAIA

Fue un repaso en toda regla de mi supuesta vida como entidad consciente, un rastreo implacable de mi nacimiento a la consciencia que en algunos de mis relatos más delirantes he llamado “el fotoncito consciente”. Comenzaba como partícula subatómica formando parte de la materia en alguna parte y terminaba en un lejano futuro, cuando al fin iba a conseguir la fusión con el Todo. Nunca entendí aquella parte en la que yo de alguna parte formaba parte del mundo mineral. Pude aceptar mi vida como planta, porque creo que las plantas están vivas, pero no tenía el menor sentido aquella especie de vida mineral consciente, sin evolucionar, sintiéndome de una manera muy extraña parte de un planeta. El concepto de Gaia tardaría en llegar a mí y creo que fue a raíz de la lectura de una novela de Asimov. El planeta consciente en su totalidad es un concepto que me fascina y que he utilizado en mi novela de cienciaficción “Diario de Ermantis”. Muchos años más tarde, la teoría de la vinculación de Milarepa, me daría la clave para todo esto, pero sigo sin comprender todo aquello. La voz de mi guía contestaba a mi pregunta sobre la necesidad de todo aquello. No podrás respetar, comprender ni amar todo lo que existe, desde el mineral hasta las entidades más evolucionadas espiritualmente si no recapitulas lo que ha sido tu largo trayecto en la materia. Todos aquellos recuerdos están muy borrosos, casi han desaparecido de mi memoria, pero de vez en cuando me viene a la cabeza un “deja vu”, algo ya vivido y que ahora se dispara como un breve fogonazo, intentando que desde la oscuridad del olvido se produzca la visión de una experiencia que me mostró todo el sentido de la existencia. Porque esa fue la sensación más fuerte y poderosa que salió de aquel sueño, la de que todo tenía sentido, un profundo sentido, aunque nos costara tanto poder percibirlo ahora.

Recuerdo vaga y confusamente algunas experiencias como animal, tal vez un toro, un animal totémico para mí por mi signo astrológico, algún animal salvaje, pero sobre todo fue intensa la percepción a través de mis supuestas vidas como animal presa, depredado y comido. Tal vez esa sensación de haber vivido muchas vidas como animal sea la que me hace tan receptivo al mundo animal. Ahora con mis gatitos no tengo la menor dificultad para ponerme en su piel e imaginarme cómo es su vida, para recibir sus comunicaciones en forma de maullidos. El cariño que siento por los animales me viene desde niño y comprendo muy bien a los grupos animalistas y su lucha por conseguir que los animales sean tratados con el respeto que merece toda forma de vida. Tengo la sensación de haber hecho algunas preguntas a mi guía al respecto y su respuesta fue consoladora, aunque también muy dolorosa. Podremos llegar, algún día, a la alimentación puramente energética, sin necesidad de la depredación de cualquier forma de vida, pero eso requiere una evolución muy avanzada de toda la humanidad, no solo de una persona o de un grupito. Aunque en mi juventud intentaba burlarme de aquellos grupos budistas que llevaban una máscara en la boca para evitar comerse, sin advertencia, algún insecto o criatura viva que pululara en al aire, nunca pude hacerlo del todo. Lo mismo que sentiría como una invasión inaceptable que alguien depredara y se comiera alguna célula de mi cuerpo, aún en contacto directo con mi consciencia, formando parte de mi cuerpo físico –no una escama de piel muerta o un pelo, o una uña- también percibo de alguna manera que la depredación de cualquier forma de vida tiene un componente parecido. Aún no he conseguido librarme de la carne, sigo siendo un carnívoro, aunque esa etapa parece estar llegando a su fin, y me gustaría que algún día pudiera anularme totalmente como depredador, incluso de depredador vegetariano, porque quien se come un vegetal también se está comiendo, de alguna manera un ser vivo. Algún día podré alimentarme solo de formas de energía, pero aún en ese caso también estaré alimentándome de algo vivo, porque todo lo que existe en el universo está vivo, es el universo Gaia.

Aún recuerdo cómo a los dieciocho años fui capaz de imaginar aquella delirante novela, El planeta de los vampiros, que luego se transformaría en la trilogía de cienciaficción “Omega”. Parece inevitable que el alimento, físico o energético, suponga siempre la depredación de otra forma de vida que debe perecer, pasando a formar parte de nuestro círculo de consciencia, cuerpo físico o cuerpo energético. Con aquella experiencia onírica fui consciente de que en el universo todos se alimentan de todos, la pirámide depredadora no tiene fin, mientras que los depredadores físicos se alimentan de todo tipo de seres físicos inferiores a su jerarquía depredadora, las entidades energéticas también se alimentan de todo tipo de seres inferiores a su escalón depredador. Fue por eso que me afectó tanto también el libro de Atienza, “La gran manipulación cósmica”. Incluso llegué a imaginar lo que podría ser toda una dimensión de fallecidos, sin cuerpo físico, alimentándose de los pensamientos y emociones de los vivos, las famosas larvas, los seres ectoplasmáticos. A través del libro de Atienza me planteé muy seriamente la posibilidad de que lo mismo que nosotros utilizamos a los animales como despensa, entidades superiores en el universo nos utilicen a nosotros como la suya, una despensa psíquica, por supuesto, pero al fin y al cabo despensa. Podrían criarnos como alimento, lo mismo que nosotros criamos a los animales. Aquellas ideas también fueron la causa de terribles y poderosos delirios de aquella época.

La voz de mi guía me explicaba que todo aquello tenía un sentido que algún día llegaría a comprender, pero que no podría librarme nunca, hasta mi fusión con el Todo, de la elección que supone un universo formado por el ying y el yang, la luz y la oscuridad. Hay que elegir, siempre hay que elegir, en nuestro camino evolutivo, desde la consciencia más baja del mineral, hasta la más alta de la entidad energética, la elección conforma parte esencial de nuestro camino. Podemos tomar lo necesario de las orillas del camino y seguir adelante, aceptando que no podemos caminar sin pisar tierra y todo lo que hay en ella, pero sin que eso suponga un paso atrás en nuestra evolución, o podemos elegir la oscuridad de aquellos que consideran que su existencia, su consciencia, les permite elegir todo aquello que necesiten, sin más, solo para su propio placer, aunque eso signifique causar daños irreparables a las formas de vida con las que se tropiezan en su camino. Quienes eligen la oscuridad se transforman en depredadores demoniacos, amparándose en una supuesta libertad absoluta –non servire, no serviré a nadie- consideran a todo lo que no sean ellos mismos como una forma de alimento para su ansia depredadora infinita. Solo la meta final, la fusión con el Todo, dignifica de alguna manera el daño que vamos causando al movernos por el camino de nuestra evolución. Aplicando aquí la teoría de Milarepa, se podría decir que el intercambio de electrones, la vinculación con otros átomos, es parte indispensable y esencial de la vida, de la existencia, pero en esta vinculación se reparte el beneficio y la pérdida, el dolor y la felicidad, unas veces nos toca a nosotros ceder electrones y otras veces son los demás los que nos los ceden a nosotros, sin embargo la elección de la oscuridad, del mal, amparándose en una supuesta libertad infinita, no es otra cosa que el intento de apropiarnos de los electrones de los demás, creando a nuestro alrededor un universo poderoso, al tiempo que los demás se quedan sin lo más mínimo para sobrevivir, física y espiritualmente. Es una forma de intentar ser dioses, sometiendo y depredando todo aquello que no pueda oponerse a nuestro poder depredador. “Non servire” a la divinidad y sus planes globales y totalizadores y en cambio yo mismo quiero convertirme en dios, pero un dios depredador e implacable que usa y depreda a todo lo demás, en lugar de vincularse con ello. Un dios que no se encarna en el cuerpo físico de sus criaturas más elementales para compartir con ellas todo lo que supone estar vivos en ese plano, en esa dimensión, sino un dios que se come todo lo que le resulta inferior, causando dolor y sufrimiento, sintiendo solo placer, evitando el sufrimiento. Esta y no otra es la elección entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Querer ser dioses a costa de los demás es el mal y llegar a ser dioses vinculándose con todo lo existente, tanto para el sufrimiento como para la felicidad, es el bien.

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De alguna manera aquella fue la enseñanza que aprendí con aquella recapitulación que viviera ante la pantalla de aquella portentosa pantalla donde se me mostraba toda mi evolución. Años más tarde, leyendo la saga de David Brin, la rebelión de los pupilos, con su genial idea de elevar a la consciencia formas de vida inferiores (en el caso de la humanidad, chimpancés, delfines, etc) comprendí a la perfección lo que se me había mostrado. Pero aún quedaba mucho por recorrer en aquella experiencia onírica. No me sorprende nada que las personas con enfermedad mental caigamos con tanta frecuencia y tan fácilmente en este tipo de delirios, que si no son oníricos, como es mi caso, porque pocos trabajan los sueños, sí tienen mucho parecido con los míos, especialmente todos los que tienen que ver con delirios proféticos, esotéricos, paranormales, con el prodigioso poder de la mente. Muchos enfermos caen en estos delirios, de los que les resulta muy complicado salir, porque es muy difícil aceptar con humidad lo poco que somos. Y aquí entra en juego el perder la importancia personal del guerrero impecable. Quien no es humilde, quien no es un guerrero, al vivir estas experiencias las transforma en delirios de los que él es el gran protagonista, se cree un nuevo profeta enviado para salvar a la humanidad. Las personas con enfermedad mental tenemos tendencia a compensar nuestra falta de autoestima en la vida real, cotidiana, con la enorme autoestima que nos da el haber experimentado todas estas experiencias, que realmente son apabullantes y desconcertantes. Yo mismo me creí, durante una etapa de mi vida, un profeta enviado para salvar a la humanidad, a quien se le había mostrado todo aquello, como se le mostrara a San Juan en el Apocalipsis, para advertir a la humanidad del camino errado. Con el tiempo he comprendido que estas experiencias son naturales en una etapa de la evolución y que nuestro afán por convertirnos en profetas no es otra cosa que una falta de humidad, tenemos demasiada importancia personal y estamos convencidos de que si faltamos nosotros todo se desmorona. Nada más incierto. Un guerrero sabe el humilde papel que desempeña en el plan cósmico. Pero aún queda mucho sueño por recorrer.

 





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL(EL GRAN SECRETO) XIX

9 01 2017

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XIX

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EL GRAN SECRETO DE MI VIDA

LAS VOCES II

Cuando recapitulo determinadas etapas de mi vida me asombra el que yo pudiera pensar como pensaba, sentir lo que sentía, actuar como actué. Es como si el que fui y el que soy fueran personas completamente distintas, algo así como si tuviera doble personalidad o múltiple. En realidad, pienso ahora, no era para tanto y habría podido controlarme y superar todo aquello simplemente con un poco más de voluntad, fue la dejadez la que me convirtió en el loco de León.  Sin embargo me basta con pasar unos días muy deprimido, pensando en que la muerte es lo mejor, es maravillosa, para que mi mente vuelva a los viejos bucles, a las viejas ideas, todo podría volver a ser como antes con una facilidad que me aterroriza.

Me recuerda a Castaneda y sus experiencias con el nagual. Cuando estás en el tonal y éste no ha sido comprimido todas esas vivencias parecen desatinos y te preguntas cómo has podido llegar a darles la menor importancia. Cierto, visto todo desde este preciso momento me resulta incomprensible que unas simples voces puedan descontrolar de tal forma una psiquis, o que unos simples sueños, por muy premonitorios que fueran, pudieron trastornar de aquella forma mi vida.  Todo lo achacaba a la apertura del tercer ojo y al camino de conocimiento que había emprendido sin saber lo que hacía y sin que nadie me abriera los ojos sobre lo que iba a encontrar en el camino. Recuerdo mi santa cólera contra todos aquellos esoteristas que lo cifraban todo en el secreto, te pedían que guardaras el secreto cuando te iniciaban en sus enseñanzas, como si fueran bombas de neutrones que acabarían con todo si explotaban. Me sentí muy mal y me juré que cuando llegara a “viejo” contaría todo lo que me había sucedido para que otros no cometieran mis errores, para que supieran dónde se metían. Recuerdo aquellos delirios en los que me enfrentaba a los maestros rosacruces y les decía que no estaba de acuerdo con tanto secreto, que si la humanidad era capaz de soportar sin volverse loca tanta violencia, tanta maldad, como aparecían en los telediarios, seguro que podría asimilar, sin inmutarse, todas las enseñanzas esotéricas. Estos enfrentamientos eran mentales, por supuesto, en una época en la que mi supuesta telepatía me había trastornado por completo, arrojándome al abismo de la desesperación. Llegué a creer que realmente hablaba con ellos y lo que ocurrió cuando abandoné el sendero una especie de “venganza” suya. No fue así, claro, fui yo quien abandonó todo cuando una maestra de clase me respondió, a una consulta que le hice, que debería ir a un psiquiatra para que me examinara la cabeza puesto que mis preguntas eran las de un auténtico loco. No lo eran, me limité a llevar al extremo la lógica de las proyecciones mentales y de los viajes astrales. Su incapacidad para darme una respuesta aceptable solo debería haberme indicado que hay muchos supuestos maestros en el camino iniciático que tan solo son discípulos con suerte que han ascendido demasiado deprisa.

Ahora lo veo todo con más equidad. Releyendo los “Relatos de poder” de Castaneda me encuentro con la recapitulación que le hace don Juan a Castaneda de todas sus enseñanzas y de cómo le llevó por un camino, en buena parte engañado, que él no hubiera seguido, sin más, de no haber sido empujado muy astutamente. Toda esa parte del libro de Castaneda me recuerda mis inicios en las enseñanzas rosacruces, mi busca del conocimiento a través del esoterismo, del budismo, del yoga y de toda enseñanza oriental con la que me encontrara. ¿Habría emprendido aquel camino de saber entonces lo que sé ahora? Pues no lo tengo claro, por un lado creo que no me hubiera arriesgado a sufrir el tormento de las voces y la supuesta telepatía sin un maestro que me lo explicara todo previamente, que me hablara extensamente de qué es el tercer ojo, de cómo se desarrolla y de qué se puede esperar cuando lo tienes abierto. Por el otro estoy convencido de que mi ansia de conocimiento y, sobre todo, mi necesidad imperiosa de superar mi enfermedad mental o al menos de encontrar algo que aliviara mi sufrimiento, me habría empujado, antes o después, a seguir este camino.

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Don Juan le cuenta a Castaneda cómo muchos de los experimentos que le proponía, sus extrañas y curiosas iniciaciones, tenían un claro fin, empujarle hacia el camino del guerrero impecable de tal forma que no pudiera elegir. En comparación con otros naguales que le habían iniciado a él, don Juan era un maestro más razonable al que le gustaba explicar todo de forma racional, mientras pudiera ser explicado. En un momento concreto llega a decirle algo parecido a que cada maestrillo tiene su librillo y que él piensa que la teoría del conocimiento es un paso muy importante, imprescindible, antes de que el guerrero inicie un camino sin retorno. La fórmula que don Juan le explica, en la que él es el maestro, el que le enseña todo lo referente al tonal, y don Genaro es el benefactor, el que le muestra el mundo del nagual, me parece muy razonable y a mí me hubiera gustado mucho tener esa oportunidad, que un maestro como don Juan me hubiera explicado de antemano lo que me iba a encontrar. Sin embargo Castaneda cuenta cómo llegado un momento don Juan le da a elegir entre seguir o no el camino del guerrero impecable y cómo él intenta regresar al viejo camino que era su vida antes de conocer al chamán, retomar lo que es la típica vida cotidiana de una persona normal, y cómo no pudo conseguirlo porque ya todo lo que no fuera el camino del conocimiento le parecía insulso y sin sentido. Eso es cierto, el camino del conocimiento es un camino sin retorno, una vez que llegas a cierto momento ya no es posible la vuelta atrás. Aún así yo siempre hubiera deseado una explicación racional de lo que me iba a encontrar y lamento profundamente que aquella consulta que hice a la maestra rosacruz de mi clase no fuera atendida debidamente. Encontrar un maestro es lo mejor que puede pasarle a un iniciado en este camino. Don Juan mismo le dice a Castaneda que cuando el guerrero tiene suficiente poder el Poder, con mayúscula, hace que en su vida aparezcan el maestro y el benefactor que necesita. Yo nunca debí conseguir poder suficiente para que esto ocurriera porque en mi vida no apareció ese maestro o ese benefactor que tanto necesitaba.

El mío fue un camino solitario y autodidacta y los sufrimientos que me trajo esa soledad son los que me han impulsado a hablar de todo ello en este diario, a narrar mi experiencia personal, para que otros no se vean obligados a pasar por lo que yo pasé. Estoy plenamente de acuerdo con don Juan en que la teoría es la mejor forma de iniciar el camino, que alguien con experiencia te diga lo que vas a encontrar y te cuente su propia experiencia. Cuando el discípulo está preparado aparece el maestro, según el famoso dicho oriental, pero no siempre emprendes el camino cuando estás preparado y con un maestro al lado. No somos pocos los que dimos el paso antes de cuenta por la necesidad imperiosa de superar una determina enfermedad mental o simplemente de encontrar una respuesta a las grandes preguntas: qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Cualquiera que hable de su experiencia en el camino está ayudando a que otros no caigan al abismo, y lo siento mucho, pero sigo sin estar de acuerdo con la necesidad del secretismo en las corrientes esotéricas. Sigo pensando que una humanidad que está viendo en los telediarios semejante cúmulo de violencia y despropósitos, semejante maldad, está preparada para que se le desvelen los conocimientos que los sabios de la humanidad, desde el anonimato y el secretismo, lograron alcanzar en su búsqueda. Soy consciente de que el conocimiento es poder y no todo el mundo está preparado para tener poder, aunque sea una pizca. Pero viendo para qué me ha servido a mí todo eso prefiero dejar en manos de las fuerzas poderosas la corrección al abuso de poder que privar a quienes lo necesitan de  una herramienta que puede aliviar el terrible sufrimiento de sus vidas.

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El delirio que sufrí en aquellos tiempos de mi juventud con las voces es algo que no desearía ni a mi peor enemigo. Con los años logré tomarme con humor aquel estúpido sufrimiento e inicié una serie de relatos sobre telepatía en los que ni siquiera el humor es capaz de atenuar el terror. Los inicié con aquel terrible relato titulado “Terror en las mentes” y lo proseguí con “Cartas mentales del telépata loco”. Luego descubriría que yo no era el único que se sentía atraído y aterrorizado por este tema. Tal vez la mejor novela que leí fue la de Dan Simmons sobre vampiros mentales. Por mucho que uno intente convencerse de que su experiencia es única en realidad estamos siguiendo los trillados caminos que otros han recorrido antes que nosotros.

Aún recuerdo el terror que me embargó aquella noche de mi juventud, cuando vivía con mi madre en una casa bastante cutre. Intentando dormir en una diminuta habitación, sin conseguirlo, se apoderaron de mí una multitud de voces encolerizadas que pretendían acabar conmigo. Era la primera vez que me ocurría. Habitualmente solo escuchaba una voz, o como mucho dos, incluso a veces tres o cuatro, pero siempre había una “voz cantante”, nunca mejor dicho, a la que oía con claridad e intensidad mientras las otras parecían formar parte de un diálogo, las escuchaba lejos, como el rumor que te llega de voces lejanas a través de las paredes. Sin embargo en aquella ocasión todas las voces eran intensas, formaban parte de una multitud harta, saturada de mi conducta estúpida y provocativa como telépata loco. Se habían reunido y acordado que debían hacer algo conmigo y lo mejor era venir, sacarme de casa y colgarme a la vista de todos, un linchamiento en debida forma. Entonces no pude evitar recordar aquella espantosa pesadilla que tuve al despertarme de mi intento de suicidio en Navacerrada y que narro en mi novela “El loco de Ciudadfría”. Cómo algunos miembros de una multitud encolerizada subieron aquellas alucinantes escaleras del minarete y me arrojaron por ellas, hasta una plaza pública, donde fui descuartizado, atado a dos camellos, azuzados en direcciones opuestas. Aquello podía volver a repetirse, solo que de forma moderna, en las últimas décadas del siglo XX.

Pocas experiencias tan espantosas como aquella. Mi corazón se desbocó y el terror en estado puro se apoderó de mí. En realidad tal vez solo estaba escuchando las voces de un grupo en una plaza cercana, pero el delirio hizo el resto. Estaba convencido de que podía escuchar los pensamientos de aquella multitud y sus voces colérícas me anunciaban el final de todo, la muerte. Fue una etapa de mi vida verdaderamente terrorífica, a las voces a veces se unían las premoniciones, como la muerte de mi sobrino, mucho antes de que ocurriera, como la caída del muro de Berlín en la televisión antes de que pudiera verlo realmente, como aquella extraña y desesperante experiencia cuando pude ver el divorcio de un matrimonio rosacruz con el que me relacionaba entonces muy estrechamente, y cómo ellos me hablaron también de mi divorcio para ponerme en mi sitio, no solo mucho antes de que ocurriera, sino incluso antes de estar casado. Todo fue mental, por supuesto, aunque hubo también una contraparte física, cuando ella me recomendó que no me casara y él le chistó para que no me revelara algo que no debería saber, algo que yo debía decidir por mí mismo. Ese recuerdo llegó a mí hace unos días cuando tuve un sueño extraño, una ensoñación, diría don Juan, con aquel matrimonio, un sueño que era un “dejá vu” puesto que tengo anotados al menos media docena.

Aquellas experiencias me convirtieron en un gusano aterrorizado que no sabía qué hacer para salir de aquel infierno. Aún recuerdo cómo visité a una rosacruz en su casa para que me hablara de la telepatía, de las voces, de sus experiencias, porque yo ya no podía soportarlo más. Fue una etapa extraña, de auténtica locura. Una etapa en la que se juntaron tantas cosas que aún sigo sin poder comprender cómo no me volví realmente loco. Aquel delirio sobre levitaciones no fue el peor, pero tampoco el más liviano. En el trabajo notaba cómo mi cuerpo parecía elevarse hacia el techo y tenía que tocar la silla en la que estaba sentado para cerciorarme de que realmente no estaba levitando. Justo en una de aquellas experiencias escuché la voz de un bebé, el llanto, diría yo, y supe que era mi hija antes de que naciera realmente. También tuve la extraña premonición de la muerte de la esposa de un profesional, que al final falleció como yo lo había visto, en un accidente con el coche en un puerto de montaña. Sufrí un infierno decidiendo si  debería o no hablarles de ello al matrimonio. Como la premonición de la muerte de aquel compañero de trabajo, que falleció realmente meses después. O como el secreto de aquella persona que yo creí haber desvelado y que al cabo de algún tiempo tuve una confirmación bastante razonable de que era así. El resto eran delirios sin confirmar, relaciones adulterinas entre personas de mi entorno, extrañas escenas que me llegaban a la cabeza sobre gente cercana y que nunca pude confirmar. Era como si de repente la Kundalini hubiera ascendido hasta el chakra corona despertando tantas cosas a su paso que todas las experiencias se estaban produciendo a la vez.

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Pero lo peor de todo eran las voces, el resto de experiencias se producían en momentos concretos, duraban lo que duraban, sufría lo que sufría, pero pasaban. En cambio las voces, lo mismo que la visión de aquellos puntos de luz con los ojos cerrados, era algo constante y tan agobiante y aterrorizante que cuando estaba a solas no podía evitar hablar supuestamente con ellas. Fue la época en la que comencé a visitar el retrete con tanta frecuencia como un prostático, a pesar de mi juventud –tal vez cercano a los treinta- aunque no con la patológica frecuencia con la que llegué a hacerlo durante la etapa del mobbing en el trabajo, cuando se inició la fobia social  y no era capaz de percibir ninguna presencia física cercana sin que me pusiera enfermo. Los mejores momentos era cuando, por algún milagro de la casualidad, me encontraba solo en el trabajo. Esperaba y esperaba, a veces en el retrete, hasta que todos se hubieran ido, a veces mucho tiempo, porque alguien se quedaba hablando en la oficina, y llegaba muy tarde a comer. Era consciente de lo patológico que era todo aquello y buscaba disculpas o entrelazaba mentiras para que la esposa y la familia no se preocuparan más de la cuenta. Todo inútil porque en algún momento tenía que estallar… y estalló.

Me resulta difícil calcular los años que ocupó aquella etapa. Sé que el punto de inflexión del comienzo fue la experiencia en la estación de Chamartín, en Madrid. Yo acababa de trasladarme a León, por lo que calculo que tendría unos veintiséis o veintisiete años.  Sin el menor descanso o alivio se prolongó hasta después de casado, tal vez unos años, no sé cuántos, por lo que haciendo cuentas, a “grosso modo”, diría que la etapa telepática se prolongó al menos una década, sino más. Luego, gracias a Dios, las experiencias se fueron haciendo más intermitentes, tal vez porque fui encontrando medios para que las voces no me hicieran tanto daño o para que pudiera soportarlas o se produjeran con mayor distanciamiento cronológico. Fueron muchos, muchos años. Tal vez la última etapa dura en ese sentido fue tras el divorcio, cuando la voz de mi hija regresó a mí en experiencias puntuales aunque muy intensas. Ahora estoy tranquilo, apenas se produce, muy de vez en cuando, algún atisbo de experiencia que logro controlar casi de inmediato con mis técnicas actuales y con la fuerza del guerrero. Cuando pienso en lo mucho que sufrí me doy cuenta de lo bien que estoy ahora y de lo mucho que tengo que agradecer a las fuerzas poderosas de haber logrado superarlo. Pero sigo siendo consciente de lo sencillo que sería que todo aquello regresara, solo tendría que dejarme ir por el tobogán, una depresión fuerte, encamamiento, dejar de actuar como guerrero impecable… y todo aquello regresaría a mí.

No puedo saber cómo son las voces de los esquizofrénicos, ningún hermano enfermo mental me ha contado cómo son sus voces ni sus experiencias en este sentido. Puede que mi experiencia sea única o bastante peculiar, como casi todo en mi vida. A pesar de ello tengo la sensación de que no pueden ser muy diferentes y de que tal vez ellos lograran controlarlas como yo lo conseguí. No se me ocurriría intentarlo con nadie, mucho menos sin que me contaran previamente cómo son sus voces. Tal vez mis voces sean producto de la apertura del tercer ojo y de mis experiencias esotéricas en el camino del conocimiento, tal vez, pero no puedo evitar pensar que todo está relacionado. ¿Podrán algún día desaparecer las voces con la medicación? Todo es posible, los avances son importantes y bloquear o regular de alguna forma la comunicación entre sinapsis con los neurotransmisores no parece un sueño imposible, el problema viene cuando este bloqueo afecta claramente al funcionamiento del cerebro, cuando estás dormido o abotargado puede que dejes de escuchar las voces pero has perdido gran parte de tu vitalidad. Es un precio muy alto. Tengo experiencia en los dos terrenos, voces con medicación y sin ella, debo decir que en mi caso con medicación eran más intensas e incontrolables puesto que carecía de voluntad para enfrentarme a ellas. Claro que yo no tomaba la medicación que toman los esquizofrénicos, porque nunca se me diagnosticó como tal, solo antipsicóticos y antidepresivos. Sin medicación hubo una etapa en que me resultó imposible soportarlas, para mí no existió una elección clara, ninguna de las dos posibilidades era buena. Aún no tengo clara la génesis de las voces, pero si son causadas, como pienso, por una apertura de la mente a otras dimensiones, por la apertura del tercer ojo, el desarrollo de poderes mentales o la aparición del nagual, una vez comprimido el tonal, según la filosofía chamánica de Castaneda, mucho me temo que el control de las voces estará unido al control de la mente del iniciado que supera las primeras etapas de su evolución o al control del guerrero impecable sobre sí mismo, una vez alcanzada la totalidad de sí mismo.

Desconozco cómo actúa la medicación en un esquizofrénico en cuanto a las voces, lo que sí parece cierto es que no las controlan de forma absoluta, no las extirpan de raíz. Sé que algún esquizofrénico que estaba tomando medicación continuaba oyendo voces, según me dijo, aunque la intensidad de las mismas había disminuido mucho, haciendo más fácil controlarlas, como si estuvieran en un segundo plano, como murmullo de fondo.  No es una maravilla pero es lo que hay en estos momentos, cualquier medicación que ayude al control de las voces debe ser bienvenida, aunque si pare ello te duermen, disminuyen tu vitalidad y te hacen vivir al ralentí, entonces está claro que estamos pagando un alto precio por ello.

Para mí no fue fácil dejar de escuchar las voces o al menos poder controlarlas para que no me desequilibraran de tal forma que me resultaba imposible mantener una vida normal en el día a día. Nunca me pondría como ejemplo a seguir puesto que no soy esquizofrénico y ninguno me ha contado sus experiencias con las voces, para que yo pueda calibrar hasta qué punto se parecían a las mías. En mi caso los ejercicios de yoga mental, ciertas técnicas de control mental y sobre todo la filosofía del guerrero impecable me ayudaron a que las voces dejaran de molestarme hasta casi desaparecer en los últimos tiempos. Este logro ha estado unido al control del tercer ojo y de ciertas experiencias mentales y oníricas, casi podría trazar una línea roja a partir de la cual, si la traspaso, las voces comenzarán de nuevo. Por suerte salvo que me encuentre muy mal y en unas circunstancias muy dramáticas, muy duras emocionalmente, el control de las voces y de todos estos fenómenos que destrozaron mi vida durante tantos años, es algo relativamente sencillo y que no requiere por mi parte un esfuerzo espectacular.

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En el próximo capítulo hablaré de los delirios oníricos, otro fenómeno curioso que se produjo al mismo tiempo que las voces y que llegaron a trastornarme de tal manera que aún hoy tengo que embridar la mente y tirar con fuerza para que no me lleve de nuevo a aquellas espeluznantes pesadillas.





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL (EL GRAN SECRETO) XVIII

3 10 2016

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

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EL GRAN SECRETO DE MI VIDA XVIII

LAS VOCES

Cuando recapitulo lo que ha sido mi vida como enfermo mental me resulta muy sorprendente que las voces no se iniciaran durante mi etapa negra, cuando encadené un intento de suicidio tras otro, a cual más terrible. Me resulta difícil marcar un momento determinado como el inicio de las voces. Es cierto que de niño hablaba con seres creados por mi imaginación, los famosos amigos imaginarios de los niños; que mi fantasía era muy, muy poderosa, como he demostrado al cabo del tiempo con mis delirantes historias como escritor, hasta el punto de que me costó mucho convencerme de que lo que existía en mi imaginación no era real. Dejemos aparte, para otra ocasión, lo que don Juan le dice a Castaneda sobre que los niños no tienen fijado el punto de encaje y por lo tanto éste se mueve, de forma flexible, transportándoles de un mundo a otro, de una dimensión a otra. Según esto de alguna forma yo no estaba equivocado cuando pensaba que mis fantasías eran reales. Dejemos de lado el chamanismo, el esoterismo, el mundo paranormal y centrémonos en lo que todo el mundo considera real.

Puede que otros niños oigan las voces de sus amigos imaginarios o crean escucharlas, yo no. Todo ocurría dentro de mi mente, no escuchaba voces fuera de ella. Es cierto que aquellos personajes que me inventaba o aquellas personas reales con las que convivía, de alguna manera, en mi imaginación parecían estar presentes en mi mundo particular, pero nunca escuché sus supuestas voces hablándome. A lo largo de mi vida esas presencias apenas disminuyeron en intensidad, apenas fueron apartadas por la lógica y el razonamiento de alguien que siempre se ha considerado muy, muy razonable, racional, lógico y pragmático, realista, pero nunca escuché voces.

Incluso cuando me diagnosticaron como psicótico, psicosis maniaco-depresiva, y me informé un poco sobre la psicosis, no llegué a sugestionarme hasta el punto de creer oír voces. Ni siquiera en esos estados críticos que don Juan llama estados alterados de conciencia, en los momentos anteriores al suicidio o mientras éste se desarrollaba, se produjo nunca este fenómeno. Es por eso que cuando ocurrió por primera vez lo achaqué a los ejercicios que venía realizando para desarrollara el tercer ojo, para despertar al ser que habitaba en mi interior, el yo interno rosacruz o el nagual chamánico. Aún sigo pensando que mis voces tenían mucho que ver con todo aquello. Empezaron a manifestarse al mismo tiempo que comenzaba a percibir los puntitos de luz de los que ya he hablado en este diario. Un día, tal vez antes de los treinta años, ya no podía cerrar los ojos y ver la oscuridad que había visto siempre. Los puntitos, los ectoplasmas, la niebla gris o lo que fuera aquello se manifestó por primera vez y ya nunca dejaría de hacerlo el resto de mi vida. Junto con las voces o sonidos o vibraciones comenzaron también a manifestarse otros fenómenos curiosos como la telequinesis, algo de lo que nunca pude estar seguro por razones obvias. Uno puede estar seguro de haber escuchado una voz pero no de que un objeto se haya movido sin causa física apreciable, que algo que estaba aquí hace un momento ahora esté allí. La razón de todo esto es sencilla, somos un prodigio de inventiva cuando no queremos enfrentarnos a algo que nos asusta. Yo comencé a achacar estos supuestos fenómenos a mis despistes o mi falta de memoria a corto plazo. Cuando tras una iniciación rosacruz en mi cuarto, tras haber visto lo que creí era el rostro de una especie de abuelo  o figura patriarcal en el espejo frente al que había realizado la ceremonia, con melena y barba gris, por supuesto, el libro que tenía sobre la mesita de noche ya no estaba allí. Al principio me asusté mucho, seguro que estaba ahí, lo acabo de ver, pero luego eché mano de mi fama de joven fantasioso despistado, de esa falta de memoria que me impedía saber si había dejado algo en un cajón o en cualquier otro sitio, en ese caos perpetuo que era mi vida, falta del orden más elemental. Lo habré llevado al servicio para leer, lo habré depositado en cualquier sitio al pasar. Pues bien, una búsqueda exhaustiva no me permitió encontrarlo, ni otra al día siguiente, ya más tranquilo. Apareció en el mismo sitio, en la mesita de noche, tal vez días o semanas más tarde. No pregunté a mi madre, con la que entonces vivía, si era ella la que lo había encontrado y lo había dejado allí sin decir nada. Es posible que fuera yo quien lo encontrara y lo dejara allí sin recordarlo. Algo así que puede parecer disparatado a una persona normal  no lo era para mí, siempre sumergido en mis mundos mentales, incluso en una época en la que solo escribía esporádicamente y no perdía mucho tiempo imaginando historias o personajes. Era una hipótesis razonable y que me permitía cerrar el caso paranormal y olvidarme de todo aquello.

No fue tan sencillo con los ruidos o golpes que comenzaron a producirse, en las paredes, en el techo, en algún lugar lejano e ilocalizable. Eso me obligó a plantearme si los puntitos de luz, energías, ectoplasmas o lo que fuera eran una especie de materia diferente o una energía que podía interactuar con la materia física más basta. No lo deseché y de hecho al día de hoy sigo sin hacerlo. Cuando ese puntito de luz se movía con rapidez en esa oscuridad que tanto añoraba de aquellos viejos tiempos, en los que podía cerrar los ojos y ver solo negrura, a veces se producía como un golpe en la pared, sin causa aparente, que me asustaba y me dejaba muy preocupado. ¿Podía yo proyectar ese punto de luz que era, de alguna manera, una proyección de mi mente, por esa oscuridad donde no parecía existir ni espacio ni tiempo, y que de alguna manera chocara con la pared, como un objeto invisible y sólido, lo suficiente, para que se produjera un golpe tan fuerte? No me parecía una hipótesis tan descabellada y aquello me aterrorizó tanto que desde entonces caí en una manía compulsiva que no podía controlar de manera alguna. Cuando cerraba los ojos y veía el punto de luz muy intenso, grande, con una gran movilidad, me asustaba que pudiera chocar contra paredes o techo y causar un golpe. Quería a toda costa controlar ese punto de luz para que no se produjeran esos fenómenos, incluso llegué a experimentar buscando la forma de saber cómo controlarlo a voluntad e incluso llegar a producir golpes a mi antojo. Era una estupidez, pero en aquellos tiempos cualquier cosa que pudiera ayudarme a desentrañar lo que me estaba ocurriendo no podía ser descartada.

Cuando me encontraba en algún lugar silencioso y escuchaba ese ruido, ese golpe seco, analizaba todas las posibles causas, hasta que esto se transformó en un análisis meticuloso y delirante. Permanecía en absoluto silencio, incluso intentando contener la respiración, para ver si se producía por segunda vez y así podía situarlo y analizarlo mejor. Como hace la ciencia, descartando hipótesis, analizando un mismo fenómeno una y otra vez en circunstancias y entornos diferentes, yo me propuse desentrañar aquel curioso fenómeno. En cierta ocasión, estando en el baño, cerré con mucha brusquedad el grifo y escuché un golpe muy fuerte. Bueno, pensé, ha sido la tubería, al cortar el flujo del agua con brusquedad se ha producido una retención y un sonido perfectamente natural. Pero no me conformé, lo repetí una y otra vez y el golpe se producía una y otra vez. Bueno, esto parece confirmar mi hipótesis, pensé, pero no estaba seguro. Con el tiempo mi obsesión se volvió paranoica. Recuerdo un episodio muy triste para mí. Yo acostumbraba a comentar estas cosas con mi entonces esposa, pensando que era de las pocas personas que podían comprenderme o por lo menos aceptar que le hablara de ello. Siempre he creído que sacar las cosas que te aterrorizan al exterior, hablarlo con alguien, disminuye la fuerza e intensidad de ese miedo. De lo que no era muy consciente entonces, ahora lo soy con total realismo, era de lo que podría pensar otra persona, aunque fuera tu esposa y te quisiera mucho, de aquello que yo le contaba. No puedo decir que no viera en la expresión de su rostro su preocupación, hasta miedo, porque yo estuviera volviéndome realmente loco, pero en aquel entonces me resultaba muy sencillo desprenderme, fugarme de todo aquello que no quería aceptar.

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Puedo rememorar la escena con todo detalle, yo en el servicio, cerrando con brusquedad  el grifo y escuchando los golpes, y cómo la llamé para decirle que en efecto, mi hipótesis de que esos golpes estaban causados por mis proyecciones mentales acababa de confirmarse. Aún puedo ver la expresión de su rostro, estaba muy asustada de mi delirio, porque en efecto, era un delirio, me había fugado de la realidad y vivía en un mundo más cercano a las novelas de Stephen King que de la vida cotidiana. Vamos a dejar de lado la realidad o fantasía de aquellos fenómenos que desde el punto de vista chamánico, tal como aparece en los libros de Castaneda, no tiene por qué ser algo tan inusitado. Lo importante era que yo había aceptado que las proyecciones mentales, el puntito de luz, podía chocar con cualquier cosa material en el mundo físico y se producía un sonido muy parecido al que ocasionaría un objeto sólido y pesado golpeando contra una pared, algo así como un martillazo seco o una bola de hierro lanzada con fuerza contra una pared en un lugar cerrado. La obsesión por evitar que estos sonidos se manifestaran en presencia de otras personas, especialmente si estaban muy lejos de creer en algo que no pudieran ver y palpar, llegó a angustiarme de tal manera que aún hoy no entiendo cómo logré mantenerme en pie, cómo mi mente no perdió totalmente el rumbo. Esto, unido a las proyecciones mentales, a la imposibilidad de dormir con los ojos cerrados y a todo lo que me estaba sucediendo, me convirtieron en un ser tan medroso y angustiado que cuando pienso en la persona que era entonces me doy una gran pena. Pero aún faltaba lo peor, las voces.

Nunca he logrado que otros enfermos, esquizofrénicos, borderline, bipolares, o lo que sea, me cuenten sus experiencias con las voces, cómo son, qué les dicen, cómo reaccionan ellos. Imagino que algo les habrán contado a sus terapeutas o psiquiatras porque parece que el escuchar voces es uno de los signos para diagnosticar al enfermo. Aunque no quieran hablar de ello, por lo menos algo sí deberían mencionar, he vuelto a escuchar las voces, son más fuertes, me duran más tiempo, necesito aumentar la medicación, necesito un ajuste. Como no puedo comparar desconozco la peculiaridad de mis voces y hasta qué punto se parecen a otras o son exclusivamente mías.

No puedo situar en el tiempo su nacimiento, aunque sí recuerdo que al desarrollar mi mente con los ejercicios que hacía comencé a percibir vibraciones en mi cabeza. Este es un fenómeno sencillo y nada aterrorizante… o lo fue hasta que mi propia esposa me comentó si oía algo, si escuchaba un sonido raro, como un grillo o algo por el estilo. Teniendo en cuenta que antes yo le había hablado de ello, no me pareció demasiado importante, pero con el tiempo otras personas, no muchas, mencionar escuchar sonidos raros. Yo solo estaba escuchando la vibración de mi cabeza, de mi cráneo. Si tuviera que localizar la vibración diría que sale de lo alto de mi cabeza, se podría decir que nace en el chakra corona. Dependiendo de mis estados de ánimo, de lo equilibrado o desequilibrado que esté, del estrés que acumule y de otros muchos factores, la vibración puede ser más o menos intensa, más o menos audible, más o menos rápida o lenta, incluso se pueden unir otras vibraciones, como en el sonido del órgano se unen y armonizan los diferentes registros.

Al principio esta vibración era tan sutil que me costaba escucharla. Con el tiempo fue aumentando en intensidad y en variación. A veces fluía sin obstáculos, como el agua que recorre un tubo sin obstáculos, otras veces parecía encontrar un terrible bloqueo y se producía una lucha extraña, como un equipo de música a todo volumen, intentando encontrar una forma de salir al exterior en un recinto insonorizado con puertas y ventanas herméticamente cerradas. Como esta lucha me ponía muy nervioso, me angustiaba, me descontrolaba, intentaba desbloquear lo que fuera apretando los puños, cerrando con fuerza los dientes, cerrando los ojos, tensando con enorme fuerza la parte de la cabeza, izquierda o derecha, que parecía era la que de alguna manera estaba obstaculizando la salida al exterior de la vibración. Con el tiempo he llegado a adquirir un gran dominio de este ridículo arte. Procuro aislarme cuando me ocurre y tenso el cuerpo, los ojos, la cabeza, la parte de ésta que parece más renuente a dejar salir el sonido, hasta lograrlo. A veces estoy tan agotado, tan deprimido, que en lugar de tensar lo que hago es relajarme al máximo, incluso llegar al sueño, si fuera posible.  Lo que yo entonces no sabía es que lo que estaba haciendo tenía algo que ver con los ejercicios de kriyayoga que luego conocería o con los ejercicios de calentamiento de taichí que llegaría a practicar años más tarde. De alguna manera, por pura intuición, había descubierto la forma de controlar o desbloquear esta energía.

Todo esto viene a cuento porque las voces se suelen manifestar justo cuando estoy escuchando estas vibraciones con mucha intensidad y de una manera muy peculiar. Entonces me asusto, porque sé que en cualquier momento va a llegar hasta mí algún sonido, semejante a una voz, que me va a descontrolar por completo. Reitero que no puedo comparar con las voces que escuchan otros, por eso me limitaré a describir las mías de la mejor manera posible. En mi caso nunca han sido voces claras, a pesar de mis esfuerzos por saber lo que me están diciendo o tratando de decir, nunca he conseguido estar seguro ni siquiera de una sola palabra. No son coercitivas, no se me imponen ni me obligan a hacer esto o aquello o me amenazan con severos castigos si no les hago caso. Lo que me asusta de ellas es el parecido que a veces tienen con las voces de personas que conozco, sobre todo si son seres queridos.

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Parecen llegar de muy lejos, como desde el otro extremo de un túnel dimensional. Muchas veces, en aquel tiempo, imaginaba que alguien estaba hablando de mí a otra persona, y no precisamente bien, y entonces me llegaba una voz distorsionada, lejana, inapreciable, pero con un parecido tal a determinada persona que no podía dejar de plantearme que era su voz. Lo importante de estas voces no era el contenido, puesto que no podía descifrar nada, como un código inextricable que el mejor decodificador se ve impotente para conseguir descifrar ni una sola palabra o signo, lo que me afectaba era el estado de ánimo que creía percibir en esa persona. Un enfado terrible, incluso alguna vez un odio feroz. Yo entonces me preguntaba cómo era posible que esa persona estuviera tan enfadada conmigo o me odiara de esa manera, puesto que de su comportamiento jamás hubiera deducido algo así. No sé cómo podía apreciar que la conversación giraba sobre mí y no sobre otra persona o que su rabia o que su odio iban dirigidos contra mí y no contra esa persona. En alguna ocasión tuve dudas, es cierto, pero en la mayoría de las ocasiones sabía, con una intuición inexplicable, con una certeza que no sé de dónde venía, que ese odio iba dirigido a mí. Con el tiempo, sin necesidad de concretar hechos o personas, llegaría a descubrir que en efecto, esos sentimientos eran reales. Una vez que el tiempo y las circunstancias hicieron explotar la mina que tenía bajo mis pies, era fácil deducir de ciertos comportamientos, de ciertas palabras, de ciertos gestos, de hechos concretos, que lo percibido de aquella peregrina manera era lo que anidaba en el fondo de la mente y el corazón de esa persona, en lo más profundo de su subconsciente.

Pero no se trataba de la premonición oculta en determinadas voces que yo escuchaba lo que me aterrorizaba tanto, sino una sensación angustiosa que te dejaba sin respiración, como si la mente de otra persona se hubiera unido a la mía y se estuviera apoderando de mi. Aquellos pensamientos no eran míos, aquellos sentimientos no armonizaban con lo que yo era y sentía. Durante la primera etapa de las voces llegué a pensar, con mayor o menor seriedad, en la existencia de los demonios y en la posibilidad de que pudieran estar intentando apoderarse de mi alma. Fueron momentos terribles, de una angustia inexpresable. Pero aquello pasó y decidí que era más probable que las proyecciones mentales tuvieran la cualidad de que un contacto directo te permitiera percibir la personalidad de otro, sus pensamientos y sentimientos más íntimos. Más tarde leería en los libros de Castaneda la explicación que da don Juan al ver, viene a decir que ver es conocer directamente las cosas. Eso sí tenía bastante más sentido que las supuestas posesiones demoniacas que tanto me atormentaron.

Como el tema da para mucho más lo dejaremos para otro capítulo.

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