ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL VI
LA ACEPTACIÓN DE LA ENFERMEDAD
Sin duda es el paso más difícil, el que lleva más tiempo y un obstáculo insalvable para algunos enfermos y familiares. ¿Por qué tenemos que aceptar la enfermedad mental? ¿No estaríamos mejor si ni siquiera pensáramos en ello? Esto es precisamente lo que piensan algunos familiares y enfermos e incluso algunos terapeutas. En mi caso me sentí muy mal cuando tuve que luchar con familiares y terapeutas para convencerles de que eso era esconder la cabeza bajo el ala, esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz, y que no servía de nada, al contrario hacía mucho más difíciles las cosas. Un terapeuta llegó a decirme que el día en el que yo dejara de pensar en la locura, dejara de considerarme como un loco, me olvidara definitivamente de ese problema, ese día estaría curado. Otro terapeuta intentó quitarme de la cabeza la idea de pensar en la enfermedad mental porque eso era etiquetarme y mi personalidad era demasiado amplia para ir por la calle con una pegatina en la frente que dijera “soy un enfermo mental”. No podía pasarme la vida pensando en mí como en un enfermo mental, pregonándolo a los cuatro vientos, sacando el tema cada vez que conocía a alguien o alguien me preguntaba algo. Cierto por muy enfermo que estés no puedes pasarte la vida hablando exclusivamente de tu enfermedad, como si fuera lo único que existe, pero tampoco puedes pasarte la vida huyendo de la realidad, porque precisamente la enfermedad mental es una fuga de la realidad y desde luego el seguir fugándote no es la mejor forma de curar una enfermedad cuya raíz está precisamente en esa fuga de la realidad. Como fóbico social enseguida comprendí y acepté que la única forma de curar una fobia es la gradual exposición a la causa de la misma. No hay otra manera, me decía el terapeuta y yo no tuve nada que oponer a ello, me parecía totalmente razonable. Lo curioso es que eso mismo terapeuta fue el que me dijo que yo me curaría cuando dejara de pensar en la locura, en mi locura, en la enfermedad mental. Si no hay otra forma de curar una fobia que exponerse gradualmente a aquello que la causa tampoco hay otra forma de curar una enfermedad mental que aceptarla, aunque sea muy gradualmente, como ocurre en el caso de la fobia, porque si es cierto que no estás preparado para enfrentarte a la causa de la fobia con toda intensidad y sin graduación, tampoco te vas a curar si no te expones gradualmente.
Aunque el ejemplo que voy a poner es muy duro y a algunos les va a chocar mucho, cuando a mí los terapeutas me decían que debería olvidarme de que era un enfermo mental y dejar de etiquetarme así, pensaba en qué pensarían si les dijeran lo mismo a personas que acaban de perder a un ser querido por fallecimiento y están pasando el periodo de luto. ¿Les dirían que siguieran pensando que en realidad su ser querido no estaba fallecido sino que se había ido a un largo viaje, que en algún momento regresaría y todo volvería a ser como antes, que aunque su cadáver no hubiera aparecido en un secuestro o hecho violento, deberían conservar siempre la esperanza de que estaba vivo y regresaría a pesar de todas las poderosas razones en contra? No, no lo hacen, una de las misiones del terapeuta que trata a un familiar que ha perdido a un ser querido, especialmente si ha ocurrido con brusquedad, tras un accidente o catástrofe, es la de ayudarle, de forma gradual, con cariño, con toda clase de paños calientes, si se quiere, pero ayudarle a enfrentarse a la realidad, porque no hay otra salida. Un familiar que no acepta la pérdida de un ser querido tras el razonable periodo de tiempo del luto acabará por sufrir una seria patología y tendrá que ser tratado como un enfermo mental. El luto tiene sus etapas y periodos, como todos sabemos, y la primera etapa es la negación, el familiar niega tajantemente que su ser querido haya fallecido y se buscará toda clase de razones, incluso las más ridículas y peregrinas, para darse alguna esperanza.
Con la enfermedad mental pasa algo parecido. Es duro para el enfermo aceptar que la persona que era antes de ser diagnosticado ha fallecido, ya no existe, ahora es otra persona la que debe afrontar la vida. Es como si hubiera muerto una parte de nosotros mismos, por mucho luto que guardemos a esa personalidad, antes o después habrá que aceptar su fallecimiento. Luego analizaremos paso a paso las enormes dificultades de aceptar algo así y de los errores que comenten enfermos y familiares al prolongar el periodo de luto innecesariamente. Mi experiencia es clara al respecto, solo cuando acepté que sufría una enfermedad mental, cuando asumí que mi vida ya no sería la misma, que debería convivir el resto de mi vida con una enfermedad con unas determinadas patologías y consecuencias y que debería enfrentarme a ella cara a cara, sin fugas inútiles, sin disculpas, sin intentar esa patética huída de uno mismo que muchos enfermos mentales expresan con las consabidas frases de “yo no soy un enfermo mental, lo que me ocurre es que tengo más sensibilidad que el resto, soy hipersensible”, o “yo no soy un enfermo mental lo que ocurre es que me enfrento a una sociedad que es una selva, donde los depredadores campan por sus respetos, lo que me ocurre es que me he negado a ser un depredador y entonces los depredadores me están devorando trocito a trocito”. Como veremos son disculpas que no llevan a parte alguna y que hacen mucho daño al enfermo.
En mi caso, después de haberme cansado de escuchar a familiares y terapeutas, que yo no era un enfermo mental, o tenía que dejar de hablar de ello, de pensar en ello, debiendo actuar como si nada me ocurriera, como si fuera una persona normal, después de haberme convencido de que tal vez me hubiera pasado hablando de mi enfermedad y poniendo de manifiesto públicamente mi condición de enfermo mental, ahora me encuentro con la clara posibilidad de tener que hablarle a mi hija Sara de todo esto como si en realidad ella nunca hubiera sabido que yo era un enfermo porque nadie le habló de ello. Tras el divorcio estamos intentando reconducir nuestra relación paterno-filial y me encuentro con su confusión y con su extraordinaria desazón al tener que explicar que su padre es un enfermo mental y que en parte el divorcio y la ruptura familiar se deben a esa condición. Por lo visto ella nunca habló a nadie así de mí y ahora le preguntan, con toda razón, si es posible que una enfermedad mental tarde tanto en ser percibida y diagnosticada como que a los sesenta años uno descubra que es un enfermo mental sin haberlo sabido nunca. Para mí es terrible tener que explicar a mi propia hija, a estar alturas, que aquellas conductas patológicas que tanto daño la hicieron en la infancia, dejándole secuelas, no eran las conductas de un hombre extraño ni tampoco eran habituales en los adultos, sencillamente eran las consecuencias de una enfermedad mental. He recapitulado todos aquellos acontecimientos y me he dado cuenta de que en realidad yo nunca tuve una conversación seria con mi hija sobre mi enfermedad mental y nadie le habló, por lo visto, de ello, ni su madre ni otro familiar ni terapeuta alguno (de ahí la importancia de las terapias familiares en estos casos). En mi disculpa que bastante tenía con luchar contra la enfermedad y convencer a terapeutas y familiares de que no era buena idea intentar ocultar algo tan evidente y demoledor a otros familiares o a la sociedad. Aún así yo debí haber hablado con mi hija y sobre todo, debí haberle escrito, como le hice cuando escribí un pequeño texto sobre cómo era la vida y cómo había que afrontarla, sobre mi condición de enfermo mental. Pienso que hubiera sido lo mejor y habría entendido muchas cosas. Tampoco voy a echar la culpa a su madre o a otros familiares de que ese problema no se afrontara con claridad, en familia, y en una terapia familiar. Yo no fui lo suficientemente asertivo para imponer mi criterio y ahora pago las consecuencias.
¿De qué sirve huir de la enfermedad mental, no afrontar que se es un enfermo, no hablar de ello, ocultarlo con toda clase de astucias y añagazas, utilizar siempre sinónimos repipis para decir que estás sufriendo una depresión de caballo y no puedes salir de casa? ¿De qué sirve no dar el paso de salir del armario y reconocer públicamente tu condición de enfermo? De nada, puesto que ahora tendré que explicarle a mi propia hija que soy un enfermo, cómo funciona la enfermedad en mi caso, mis conductas del pasado, y sobre todo tendré que explicarle que tras toda una vida de silencio y subterfugios ahora tiene que enfrentarse a que su padre ha salido del armario y públicamente es conocido como un enfermo mental. ¿De qué sirvió todo aquello, aquella fuga sin fin para no aceptar la realidad? Su madre pensaba a pies juntillas que yo no debería hacerle esto a mi hija, a mis hijos, cuando acepté ser grabado en el vídeo sobre enfermos mentales. ¿Era mejor seguir como habíamos estado siempre, que todos soportaran mi condición de enfermo mental, pero que no se pudiera hablar de ello y que ahora tenga que empezar desde cero, explicando de la A a la Z a mi hija cómo soy y cómo me he enfrentado a la enfermedad mental? Sería idiota por mi parte echar la culpa a nadie, ni a su madre, ni a mis padres y demás familia, ni a los amigos, ni al entorno, de algo que yo debí hacer a pesar de todo, en contra de todos, de forma asertiva y drástica, sin dudas, sin miedos. Puede, o es seguro que esa actitud no hubiera cambiado nada a mejor y sí tal vez a peor, puede que la pareja se hubiera roto antes, lo mismo que la familia, que mi entorno me hubiera puesto más dificultades, que la sociedad me hubiera marginado mucho antes y con mayor fuerza. Todo eso es cierto, pero al menos cada uno habría sabido a qué se enfrentaba y hubiera tomado sus decisiones libremente. La verdad os hará libres, dice el evangelio, y es una de las máximas que han presidido mi vida. Si la verdad es dura y hará duras nuestras vidas la mentira acaba siendo siempre infinitamente más destructiva.
Es por eso que el paso de la aceptación de la enfermedad mental es tan imprescindible, tanto para enfermos como para familiares. Hay que ser comprensivo con los enfermos porque se enfrentan al paso más terrible y decisivo de sus vidas, aceptar que sufren una enfermedad invisible, desconocida, considerada una lacra social, que tiene una leyenda negra como para caerse de culo, que posiblemente, casi seguro, van a tener que tomar una medicación fuerte el resto de sus vidas, que les va a recortar su vitalidad, sus posibilidades como seres humanos, que posiblemente, casi seguro, van a tener serias dificultades para conseguir un trabajo bien remunerado o al menos tanto como el peor de los trabajadores, que van a tener que renunciar a la vida de pareja, a la vida de familia, que posiblemente, casi seguro, tendrán que depender económicamente de su familia, tendrán que vivir con ella, nunca o tendrán mucha suerte si lo consiguen, podrán ser independientes. Pedirles que acepten ser marginados por una sociedad que no les comprende ni les quiere comprender, que les teme, como si fueran asesinos en serie, dispuestos a clavar un cuchillo al primero que pase, pedirles que dejen toda esperanza, como en el infierno de Dante, vosotros que entráis, dejad toda esperanza, pedirles que renuncien a una vida normal y se acostumbren a pasar por los círculos del infierno de Dante para ser torturados por la depresión, las manías obsesivo-compulsivas, las alucinaciones, los delirios, las voces, el deseo irresistible de morir y de acabar con todo de una vez, pedirles… es pedirles mucho, demasiado, así que hay que darles por lo menos apoyo y cariño, hay que intentar comprenderles, al menos eso, no se puede pedir nada más, pero sí al menos eso.
ERRORES DE CONDUCTA DEL ENFERMO RESPECTO A LA ACEPTACIÓN DE SU ENFERMEDAD
-El primero es pensar que va a estar mejor si consigue olvidarse de todo y convencerse a sí mismo y a los demás de que en realidad no es un enfermo, es solo una persona sensible castigada por una sociedad que es una selva para depredadores. Cuando la enfermedad apriete eso no le va a servir de nada y tendrá que tomar decisiones o dejarse ir por el tobogán hasta el abismo de la desesperación, el suicidio, la muerte.
-El segundo es sugestionarse con que esto pasará, solo es una mala racha, saldrá pronto, en cuanto las cosas cambien o él encuentre un poco de voluntad en alguna parte. La enfermedad mental, especialmente las patologías graves, son crónicas, uno arrastra la enfermedad toda la vida, cada etapa es diferente, por supuesto, pero nunca puedes dejar de estar en guardia.
-El tercero es pensar que aceptar su enfermedad le va a suponer una amputación de lo mejor de sí mismo. Que la medicación anulará su personalidad y le causará trastornos sin cuento. Que es mucho mejor estar sin medicación que medicado, que es mejor ocultarse cuando vienen las crisis y luego salir al exterior como si nada hubiera pasado. Por mi propia experiencia puedo decir que la medicación siempre tiene consecuencias y secuelas, no hay medicación perfecta que ataque a la enfermedad y no haga sufrir al cuerpo otras secuelas, esto es así porque como hemos visto en otros textos la enfermedad es algo global y no se puede tratar una parte con exclusión del todo. En mi caso personal pude dejar la medicación y salir adelante, porque tenía herramientas y apoyos suficientes y una voluntad de hierro, pero es muy complicado que otro enfermo lo consiga, especialmente si sufre patologías graves como la esquizofrenia, por ejemplo. Aceptar que la medicación es para toda la vida puede llegar a ser un paso imprescindible.
-El cuarto error es dar más importancia a las consecuencias sociales o familiares que a su propia salud. Salir del armario no es fácil en esta sociedad, como hemos visto, pero es imprescindible si no quieres quedarte toda la vida en las cloacas, disputándole la basura a las ratas. Fueren cuales fueren las consecuencias sociales no serán peores que intentar disimular lo que es de todo punto evidente. En la otra parte de este diario, en “Diario de un enfermo mental, el gran secreto” hablaré largo y tendido de cómo reaccionaron las personas de mi entorno a mi etapa como telépata cuando yo era el “loco de León”. Si alguien piensa que esto era mejor que el paso de darme a conocer como enfermo mental, con todas las consecuencias sociales, es que realmente está aún más loco que yo. Si alguien piensa, después de leer todo lo que estoy escribiendo en ese diario y que escribiré, que es mejor quedarse dentro del armario, encogido y asustado, que salir a respirar aire puro, es que sabe poco del sufrimiento de un enfermo mental. Por muy mal que reaccione la familia, también, seguro que las consecuencias no serán peores que intentar ocultarse y disimular. Mi ruptura de pareja y familiar no se ha debido a que yo diera el paso de aceptar públicamente mi enfermedad mental sino al contrario, fue consecuencia de que no se aceptara mi enfermedad en familia y en mi entorno, que no se hablara claramente de ello el que produjo las consecuencias nefastas que han llegado después. No digo que se hubiera podido evitar la ruptura de pareja, porque en la pareja hay mil facetas y la enfermedad mental de uno de los miembros de la pareja, es solo una de ellas. No digo que la relación familiar hubiera mejorado tanto que aquello se hubiera convertido en un paraíso porque también en la vida familiar hay mil facetas y el suprimir la enfermedad mental no significa acabar con todos los problemas. Pero sí digo que hubiera sido mejor afrontar la enfermedad mental cara a cara por todos los miembros de la familia, del entorno, de la sociedad. Puede que mi hija hubiera sufrido mucho de haberle yo explicado mi vida como enfermo mental pero creo que no hubiera sido peor que pasar por lo que está pasando, no tengo su opinión al respecto pero creo que no me equivoco.
-El quinto error del enfermo mental es asumir lo que le interesa de la enfermedad y no lo que le perjudica. Darse una bula papal para hacer lo que quiera, hacer chantajes, utilizar las farsas de control, mentir y manipular, pensar que porque ya no desea seguir viviendo puede tener en la cuerda floja a todo el mundo diciéndoles que se va a suicidar cuando quiere conseguir algo que no va a lograr de otra manera. Mi experiencia me dice que solo cuando renuncié a ello y decidí convertirme en un guerrero impecable salté sobre el abismo y alcancé metas que nunca creí lograr. Ello no me ha librado de la enfermedad mental ni de sus consecuencias, ni me libró de la ruptura sentimental ni de perder a la familia, ni de vivir solo la última etapa de mi vida, pero me ha dado una fuerza increíble, ha sido un milagro. Mi vida ha cobrado pleno sentido y pase lo que pase y haya pasado lo que ha pasado, me siento como un guerrero en lo alto de una montaña, oteando el horizonte, libre y fuerte, tan seguro de sí mismo que se dejaría matar antes de dar un paso atrás en su evolución como guerrero.
ERRORES DE CONDUCTA EN LOS FAMILIARES DEL ENFERMO MENTAL
-Creo que pocos son los familiares que piensen que es mejor que el enfermo se engañe a que acepte su enfermedad. Pero hay algunos. Yo mismo tuve que vivir eso de que si me olvido de que soy un enfermo, si no pienso en ello, si no le doy importancia, si me considero una persona normal, como las demás, todos mis problemas desaparecerán o mejorarán. Reconozco que lo hacen con la mejor intención, al menos la mayoría, pero es un error tan grave como intentar convencer a alguien que ha perdido a un ser querido de que tenga esperanza, porque puede que no haya muerto o incluso puede que resucite, hasta ese punto puede llegar la tontería. Un familiar debe asumir la realidad, fuere la que fuere, y aunque le cueste tanto como al enfermo mental, es un paso imprescindible.
-Algunos familiares temen tanto al qué dirán que llegan a la brutalidad, como en esos casos de enfermos mentales que hemos visto en la televisión, encadenados y tratados como bestias por sus familiares. Pienso que es el miedo al qué dirán el que ha guiado ese comportamiento, porque es evidente que existían otras soluciones mejores que se podían haber planteado, incluso con su incultura y su escasa sensibilidad humana. La mayoría se limitan a disimular ante las “visitas” o los vecinos o quien sea, con esas frases melifluas que dan ganas de vomitar, al menos a mí me ocurría. Eso de que eres “rarito” o estás “triste” o “es muy tímido y por eso no sale de casa”. Soy un enfermo mental y no veo razón alguna para que os avergoncéis de ello. Ese es un paso imprescindible en el familiar.
-Algunos familiares creen haber aceptado la enfermedad mental de su ser querido, pero no dejan de intentar cambiarle, como si fuera un niño caprichoso que hace cosas raras porque está mal educado y que con mano dura llegará a cambiar. Eso no es aceptar la enfermedad mental, eso es pensar que un enfermo físico puede curarse sin más de su enfermedad solo con que deje de quejarse.
-Algunos familiares sufren tanto pensando en la enfermedad mental de su ser querido, se imaginan tan nefandas consecuencias, se sugestionan creyendo que ellos tienen la culpa, que Dios les ha castigado por algo, que intentan por todos los medios retrasar el cara a cara con la enfermedad que saben será inevitable.
-Algunos familiares son incapaces de distinguir entre conducta caprichosa y malévola, manipuladora, del enfermo y las patologías propias de su enfermedad que se repiten una y otra vez, una y otra vez, durante sus crisis. Creen que la mano dura es lo mejor y que el cariño es una debilidad de idiotas, que dar un abrazo a un enfermo mental que les ha amenazado con el suicidio es darle alas y que al fin y al cabo les ha hecho tanto daño que debería ser el que diera ese primer paso.
-El mayor error del familiar del enfermo mental es pensar que aceptar su enfermedad es comprometerse a “soportarle” el resto de sus días y a tener que aceptar sus manipulaciones, mentiras, farsas de control, su bula papal para hacer lo que quiera. No tienen ninguna obligación y la legislación les da otras muchas posibilidades que de hecho muchos familiares han escogido a lo largo de la larga historia de la enfermedad mental. O si no que me digan qué hicieron los familiares de aquellos enfermos que yo me encontré en los psiquiátricos, que llevaban allí toda la vida o casi toda la vida, sin visitas, completamente abandonados. Muchos son mejores personas que todo eso, pero deberían convencerse de que el enfermo mental nunca les va a agradecer nada que hagan por él sin la presencia del cariño. Ni que le den de comer o un techo o que le soporten durante años les va a granjear el agradecimiento del enfermo mental, solo el cariño funciona y eso es un axioma indestructible. Si bien el enfermo mental tendrá dificultades para romper con los familiares, sí pueden hacerlo éstos si lo consideran necesario, buscando soluciones sociales y no dejándose llevar por el maldito “qué dirán”. En mi caso yo fui capaz de romper con mi pareja y alejarme físicamente de la familia. Otros enfermos también serían capaces si se les planteara así. Y si no somos capaces siempre pueden ser los familiares los que rompan. Mi esposa podía haber tomado esa decisión y hace años, no me sirve la disculpa de la compasión, si bien es cierto que en otros tiempos una ruptura así podía haberme llevado al suicidio, yo soy capaz de elegir y siempre elegiré la muerte a una vida sin dignidad. Los familiares deberían convencerse de una vez por todas de que soportar al enfermo por el qué dirán o por otras e innumerables razones que no tengan que ver con el cariño y con la libertad que uno tiene para hipotecar su vida por amor a otro, no son válidas y solo crean problemas. Aceptar la enfermedad mental es asumir que quien la padece realmente es el enfermo y por lo tanto no se pueden tomar decisiones por él, aunque tampoco estamos obligados a sufrir las decisiones que toma el enfermo si no estamos de acuerdo con ellas. Un enfermo es un enfermo pero no está incapacitado, ni deja de ser libre ni responsable de todos y cada uno de sus actos.
En otros capítulos iremos viendo otros pasos, sin olvidarnos de éste, el más importante y al que tendremos que regresar una y otra vez, porque en realidad la mayoría de problemas de convivencia con el enfermo mental nacen de aquí, de la no aceptación del enfermo de su enfermedad y de la no aceptación del familiar de la enfermedad que sufre el ser querido.
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