DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL L

23 08 2017

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL L

UNA EXPERIENCIA INICIÁTICA

-Si no eres tú, ¿quién?

-Si no es aquí, ¿dónde?

-Si no es ahora, ¿cuándo?
Frase hasídica citada por Alejandro Jodorowsky en su libro Psicomagia.

Si caminas solo,
Irás más rápido;
Si caminas acompañado,
Llegarás más lejos.
Proverbio chino.

Se podría decir que tras el último capítulo, tan tormentoso, tan apocalíptico, las aguas han vuelto a su cauce…Se podría decir, aunque tal vez no sea cierto, porque las aguas de la vida nunca regresan a su cauce, no tienen cauce, se desparraman por donde quieren, en forma de tromba, de torrente, de agua mansa no beberás, de agua pantanosa, de agua de mayo… Aún así se podría decir que los problemas que me agobiaban entonces han desaparecido, o más bien se han transformado en otros más llevaderos, la angustia ha disminuido y tengo la sensación de que vuelvo a ser el que era antes de que ocurrieran los acontecimientos de los últimos meses. Pero no es cierto, nunca volveré a ser el mismo, algo ha cambiado en mi interior, profunda, drásticamente. He vivido una experiencia iniciática y nadie vuelve a ser el mismo tras vivir algo así.

He acabado por conocer la estrategia de las fuerzas poderosas, cuando quieren darme una lección, cuando me van a hacer vivir una experiencia iniciática…me preparan con unos cuantos palos sin ton ni son. Me siento como un burro al que entrenaran para llevar una pesada carga a fuerza de palos. Cuando determinados acontecimientos se acumulan en un corto espacio de tiempo, acontecimientos que tal vez no significaran nada en un largo espacio de tiempo, pero que cuando se comprimen adquieren un extraño significado, algo así como el tipo gafe que no cesa de quejarse de su mala suerte y nadie le cree, hasta que otros ojos contemplan asombrados el encadenamiento de hechos generados por una mala suerte recalcitrante, acumulativa, exponencial, demencial, que acaba por convencerles de que, en efecto, ese tipo tiene que ser gafe, de otra forma no se explica lo inexplicable.

Me he dejado llevar por la curiosidad morbosa y he buscado en la wikipedia el significado de “exponencial”. Esto es lo que he encontrado.

La expresión crecimiento exponencial se aplica a una magnitud tal que su variación en el tiempo es proporcional a su valor, lo que implica que crece cada vez más rápido en el tiempo, de acuerdo con la ecuación:
Mt=Mo *art Donde rt va por encima de la a, algo que no he conseguido saber cómo se pone en este procesador de textos.
No entiendo ni quiero entender, odio las matemáticas, no obstante dejo aquí la explicación de la wikipedia para los aficionados a este noble arte de la matemática:
Donde:
Mt es valor de la magnitud en el instante t mayor 0 (no me sale en el teclado el signo correspondiente;
Mo es el valor inicial de la variable, valor en t=0 , cuando empezamos a medirla;
r es la llamada tasa de crecimiento instantánea, tasa media de crecimiento durante el lapso transcurrido entre t=0 y t <0
a es cualquier constante mayor que 1.

{\displaystyle M_{t}} es valor de la magnitud en el instante {\displaystyle t>0} {\displaystyle t>0};
{\displaystyle M_{0}} {\displaystyle M_{0}} es el valor inicial de la variable, valor en {\displaystyle t=0} t=0, cuando empezamos a medirla;
{\displaystyle r} r es la llamada tasa de crecimiento instantánea, tasa media de crecimiento durante el lapso transcurrido entre {\displaystyle t=0} {\displaystyle t=0} y {\displaystyle t>0} {\displaystyle t>0};
{\displaystyle a} a es cualquier constante mayor que 1.

Jajá, en mi vida me he visto en mayor desatino matemático. Lo mío son las letras, por eso vamos a transformar esta ecuación matemática en palabras, que se me dan mejor.

Pongamos que tu economía va normalita, una economía de clase media, más bien baja, pero media, ustedes me entienden. Lejos de mi intención herir en lo más mínimo a personas que tengan una economía un poco más baja, sin llegar a la pobreza extrema. Tienes unos ahorrillos, un pequeño colchón para evitar el golpetazo, algo así como un airbag contra el que choca tu nariz en lugar de hacerlo contra algo muy duro y romperse. Todo va normal en estos casos, hasta que ocurre lo que ocurre, aparece lo exponencial, lo que implica que crece cada vez más rápido en el tiempo.

Al acabar el capítulo anterior manifesté mi incapacidad para narrar acontecimientos intensamente emocionales, necesitaba el paso del tiempo para que la intensidad fuera disminuyendo, eso me permitiría contar ciertas cosas sin sufrir un pasmo. De hecho ya he narrado esos acontecimientos a algunas personas y no habiendo sufrido el pertinente shock, creo que estaría en condiciones aceptables de contar aquí todo lo sucedido. Sin embargo no es posible porque la discreción me lo impide, discreción que involucra a segundas y terceras personas, porque lo que es a mí, me trae al pairo, soy la persona más indiscreta del planeta, porque nada tengo que ocultar ni nada me impulsa a intentar ocultar algo. Aún así pudieran estar en juego ciertos aspectos de mi futuro que ahora mismo no estoy en condiciones de asumir, tal vez sí en unos días, semanas o meses. Por lo tanto me veo obligado a ser discreto, contra mi voluntad, y a utilizar puntos suspensivos en lugar del nombre de personas y a ocultar conejos en la chistera para que nadie los vea, lo que hace un mago, solo que al revés, y de esta forma mientras el conejo desaparece en la chistera puede que alguien con vista de águila haya visto algo, antes de que la magia haga desaparecer la realidad, cuando todos sabemos que la verdadera magia hace aparecer una realidad allí donde no había ninguna.

Lo que sí me puedo permitir es hablar de economía sin tapujos, porque si hay una magia visible, y no invisible, al alcance de todos, y no solo del mago, esa es la economía. Dicho de otra manera, todo comenzó hace unos meses, un acontecimiento en sí mismo poco llamativo y bastante verosímil. Lo que yo ignoraba entonces, ahora no, es que aquello fuera el primer palo al burro de las fuerzas poderosas. Algo de lo que no debería hablar, porque tal vez las fuerzas poderosas se enfaden conmigo y me den más palos, pero en este preciso momento las fuerzas poderosas me la traen al pairo y los palos caerán sobre mojado y tal vez resbalen, al menos un poco. Si las fuerzas poderosas quieren ser desfavorables… que lo sean y que alguien más poderoso las ondule con la “permanén”. Es curioso cuántas personas dicen no creer en nada, ni en las fuerzas poderosas, pero cuando tienen que decir lo que yo acabo de decir, se cosen la boca, no sea que… Hay que ser valientes, chicos y chicas, lo digo y lo ratifico y si llegan los palos que sean gordos y que me tundan.

Que la venta de la casa se fuera al garete, cuando todo estaba en el bote, es una simple cuestión de mala suerte, todo podía haber ido con normalidad, pero no lo fue. El hecho de que existiera un precontrato y se hubiera dado una señal por la compradora, la parte contratante de la segunda parte, hace estadísticamente poco probable lo que ocurrió… pero no obstante ocurrió. Por fin, pensaba, me desharé de una parte importante de mi pasado, y aunque tenga que sufrir un poco, hacer de tripas corazón durante unas horas, unos días, luego todo pasará y el colchón contra accidentes en el futuro se hinchará un poco.

Bueno, no pasa nada, peor suerte tuvo la Invencible. El hecho de que a continuación me avisara Volkswagen, tras años de espera, de que por fin mi vehículo, afectado por una cuestión de mala suerte estadística, iba a ser arreglado gratuitamente en un taller, sin coste para el propietario, parecía ser una compensación al nefasto evento anterior. Me las prometía muy felices cuando dejé en el coche en el taller correspondiente. Algo me llegó a la cabeza al ir a buscarlo, lo deseché, no podía ser cierto… pero lo fue. Al meterlo en la máquina encontraron una avería muy grave que corría de mi cuenta o no podían cambiar el chip. De no haber sido porque esa avería coincidía con el nefasto encendido de un piloto años atrás, yo hubiera pensado, mal pensado, que intentaban que pagara un arreglo que era gratuito. Al final tuve que pagar la cuantiosa factura para que me manipularan el chip, algo que la DGT me había avisado por carta que de no hacerlo sufriría las consecuencias. Me pregunto qué tendrá que ver la DGT con Volkswagen.

Dejé de pensar en los palos al burro de las fuerzas poderosas cuando por un error mío y solo mío –aunque tal vez un poco de otros- típico de mis consabidas patologías de enfermo mental, me colé en un área de descanso que había sido cerrada por la guardia civil. Juro que no me dio tiempo a pensarlo cuando al dar el volantazo para meterme en el área de descanso y descansar y hacer necesidades perentorias, me encontré con unos conos. Los sorteé como pude y entré en el área cerrada. No podía salir tan ricamente por el otro lado puesto que pude ver un coche de la guardia civil. Lo pensé, lo medité, me encomendé a las fuerzas poderosas y decidí salir por donde había entrado, sin el menor riesgo para los vehículos que venían detrás porque todos habían visto el control y su velocidad era tortuguil. Pasé el control sin problemas -¡a saber lo que buscaban¡- pero durante meses no pude evitar mirar el buzón por si me venía la multa correspondiente, me quitaban puntos, o incluso me acusaban de intentar saltarme un control –todo es posible en esta vida- pero no llegó, lo que me hizo pensar de nuevo que un palo o dos de las fuerzas poderosas no indica eso de “palos al burro que es de goma”.

Luego vino lo de Hacienda. También culpa mía, aunque otros tal vez tuvieran una pizca de culpa. Como el año anterior me había pagado el Ministerio el sueldo, unos meses, y luego la Seguridad social, cada cual hizo sus cálculos, y yo ninguno, con lo que me encontré con que el palo de Montoro iba a hacer época, no tanto como el de algunos futbolistas, pero casi-casi. Aquello me desarboló y cuando llegó la experiencia iniciática, también vino acompañada del correspondiente estipendio, con lo que mi cuenta quedó temblando. Me planteé rescatar el plan de pensiones, pero si lo hacía ya no desgravaría nada el siguiente año fiscal, con lo que me lo pensé. De pronto mi economía de clase media-baja se resquebrajó y me las vi pensando en llegar a fin de mes y rezando porque no ocurriera nada especial.

No es que el dinero sea para mí una tragedia o una comedia, según le vaya a la bolsa, pero no es agradable rezar para que no ocurra ningún imprevisto. Las vacaciones son todos los días para un jubilado, eso no tiene la menor importancia. El dinero nunca será para mí un obstáculo para alcanzar el samadhi. Leyendo el evangelio según Ramakrishna me encuentro con su terrible frase de que los dos obstáculos principales para alcanzar el estado de beatitud son, el oro y la mujer. Yo lo interpreto como lujuria. Hay que tener en cuenta que este gurú, una de las almas más elevadas que ha dado la humanidad, vivió en la época victoriana y en la India, donde la mujer no tenía ningún papel, ni relevante ni irrelevante. Resulta curioso que Ramakrishna empleara esa palabra, mujer, en lugar de lujuria, que abarcaría a hombres y mujeres, pero parece que en aquella época y lugar no se pensaba que las mujeres pudieran alcanzar el samadhi. Todos somos hijos de nuestra época, hasta las almas más evolucionadas. Cierto que el oro no sería para mí un obstáculo, pero sí la lujuria –las mujeres no tienen la culpa de que mi deseo hacia ellas sea arrollador- con lo que me sentí bastante mal. No solo me quitaban el poco oro que podía tentarme sino que el único placer de la vida que me dice algo –aparte de los placeres culturales y artísticos- debía ser descartado. Algo que por otro lado ya había hecho, porque la culpa la tienen los demás si te engañan mil veces, pero si te engañan mil y una vez la culpa la tienes tú. Tal era mi caso con las páginas de contacto y la búsqueda del sexo gratuito, no mercenario, y sin contrato para toda la eternidad. Ya había suprimido mis perfiles de las páginas de contacto y aceptado que podía suprimir el sexo de mi dieta sin morirme, al menos no muy rápidamente. Seré un ermitaño, un monje, alcanzaré el samadhi, porque los dos obstáculos que podrían impedirme alcanzar la beatitud, oro y mujer, ya no están en mi camino. Pero aún así eso de renunciar al sexo, de ahora en adelante, y hasta que la muerte me alcance, no deja de ser el último apego que me puede atar a esta vida miserable.

Pero no quiero terminar este largo capítulo del diario sin hablar, discreta y embozadamente de la experiencia iniciática que le da título. En otro momento, in illo tempore, lo contaré todo, porque para eso estamos los narradores, para contarlo todo en todo momento. Tiene que ver con los gatitos, por supuesto. Estas maravillosas personitas que para mí solo están un pequeño escalón por debajo de nosotros, y en algunos casos ni eso. Durante más de dos meses viví con ellos esta experiencia iniciática que me cambió en profundidad y para siempre. No puedo concretar, de momento, sus operaciones fueron mucho más duras para ellos que para mí, y el dinero invertido fue donado con amor. Lo mismo que el dinero que supone tenerles vacunados y al día. Lo que supuso una terrible experiencia iniciática fue ver su sufrimiento, cómo lo vivían, en silencio, con maulliditos lastimeros, y el darme cuenta de lo frágiles que somos, las personas y los gatitos, de lo frágil que es la vida, ayer estabas bien y hoy te estás muriendo. Por suerte las fuerzas poderosas no se cebaron y ahora todo ha vuelto a su cauce habitual. Adoro a mis gatitos que están muy bien y Gatolandia es un país libre y acogedor. Me sentiría muy cínico si me quejara del gasto en pienso para toda Gatolandia, teniendo en cuenta que apenas supone un tercio del dinero que me sigo gastando en tabaco.

La experiencia fue iniciática, espiritual, aleccionadora y digna del Ramakrishna de pacotilla que soy yo. Esto unido a mi preocupación por…Al sufrimiento que me transmite la experiencia que… está viviendo con su hijo. Al tiovivo infernal que está viviendo… con su familia. A la preocupación que siempre me produce… con su enfermedad mental. A las consultas que me han hecho en el blog sobre tragedias generadas por mis hermanos los enfermos mentales y esa terrible sensación de impotencia que a veces te asola, todo hizo que la experiencia iniciática se intensificara hasta límites que tardaré en aquilatar. Tampoco es que este país vaya viento en popa, que el planeta esté en su mejor momento, que el Trump no nos pueda dar un serio disgusto en cualquier momento, que mi salud sea la de un jovenzuelo fortachón. Y es aquí donde me he callado algo muy importante por discreción. Baste decir que la muerte, siempre con su mano en mi hombro izquierdo, hizo amago de llevarme con ella en dos ocasiones, una realmente esperpéntica, digna de ser contada en una película del Gordo Faty, aquel gordito del cine mudo con el que trabajó Buster Keaton antes de independizarse. La otra una tragedia solitaria, con mis gatitos como únicos espectadores. Debería cuidar más mi salud, aunque tampoco se puede decir que se tratara de momentos terribles, pero sí que resultaría tragicómico acabar de una manera tan tonta, sin la consabida última danza con la muerte de este ridículo guerrero impecable. Tenía ese maravilloso texto muy a mano, por si me llegaba el momento, pero tuve que esconderlo para que los gatitos no jugaran con él, les gusta todo, especialmente los corchos de las botellas de vino y las pelotas de papel.

Necesitaba escribir esto, para cerciorarme de que realmente ocurrió y no fue un delirio de mi mente. De pronto, hace unos días, alguien reaparece en mi vida, de forma totalmente imprevista. ¿Una compensación de las fuerzas poderosas? Sara me envía un paquete con el libro de Gogol, una carta manuscrita, y una preciosa figurita de gatitos, como regalo tardío de cumpleaños. Recibo una visita en esta casa llamada Gatolandia largamente esperada y de la que no quiero hablar tampoco aquí, por discreción. Baste decir que tiene más que ver con el afecto que con cualquier otra cosa. Y no se trata de otra gatita, no, ya tengo bastantes con la gatita atrevida, las dos gemelas, la otra gatita de la que no hablo porque la discreción me obliga, al menos de momento. No se trata de las visitas de mis turistas de Gatolandia, el gatazo negrazo, el gatito negrito de ojos bonitos, el gatito gris. Hoy me he comido el primer fruto del huerto, un calabacín, estaba muy rico, pero no veo más calabacines ni más nada, ni pimientos italianos, ni acelgas, todo brota, pero con una calma espantosa.

Lo que más me duele es que tanta discreción no sea por personas, por Sara, que ya lo sabe todo, o por …. o por… sino por motivos puramente logísticos y estratégicos, pensando en un futuro un poco más molesto para mí de lo habitual. Y el diferencial sigue saltando y el frigorífico me tiene más preocupado que los gatitos, y tal vez todo pueda ir cambiando a peor en los próximos meses. Al menos el contrato de alquiler se renovó automáticamente y tengo un año por delante para pensar en un futuro que me gustaría se pareciera al de Ramakrishna, al que los médicos le aconsejaron, en sus últimos momentos, sufriendo un cáncer incurable, que no entrara en samadhi porque eso minaba su cuerpo físico. Espero que mis maestros, Milarepa, Krishnamurti, Ramakrishna, y si me atrevo a pensar en ello, el propio Buda o Jesucristo, me ayuden a entrar en samadhi en estos años que me quedan, antes de que la muerte intente llevarme con dolor.

LA DANZA DE LA MUERTE
“Morirás aquí, estés donde estés. Cada guerrero tiene un sitio para morir, un sitio de su predilección, donde eventos poderosos dejaron su huella, un sitio donde ha presenciado maravillas, donde se le han revelado secretos, un sitio donde ha juntado su poder personal. Un guerrero tiene la obligación de regresar a ese sitio de su predilección cada vez que absorbe poder, para guardarlo allí. Va allí caminando o bien soñando. Y por fin un día, un día sabe que su tiempo en la tierra ha terminado y siente el toque de la muerte en el hombro izquierdo. Su espíritu, que siempre está listo, vuela al sitio de su predilección y allí el guerrero baila ante su muerte. Cada guerrero tiene una forma específica, una determinada postura de poder, que desarrolla a lo largo de su vida. Es una especie de danza. Un movimiento que él hace bajo la influencia de su poder personal. Si el guerrero moribundo tiene poder limitado su danza es corta; si su poder es grandioso su danza es magnífica. Pero ya sea su poder pequeño o magnífico la muerte debe pararse a presenciar su última parada sobre la tierra. La muerte no puede llevarse al guerrero que cuenta por última vez la labor de su vida, hasta que haya acabado su danza. Cada movimiento debe adquirirse durante una lucha de poder. Así que hablando con propiedad, la postura, la forma de un guerrero, es la historia de su vida, una danza que crece conforme crece en poder personal.

Un guerrero no es más que un hombre. Un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte. Pero su espíritu impecable, que ha juntado poder tras penalidades enormes puede ciertamente detener a su muerte, un momento, un momento lo bastante largo para permitirle reconocerse por última vez en el recuerdo de ese poder. Podemos decir que ese es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable

Y así bailarás ante tu muerte aquí, en la cima de este cerro, al final del día. Y en tu última danza dirás de tu lucha, de las batallas que has ganado y de las que has perdido; dirás de tus alegrías y desconciertos al encontrarte con el poder personal. Tu danza hablará de los secretos y las maravillas que has atesorado. Y tu muerte se sentará aquí, a observarte.

El sol poniente brillará sobre ti sin quemar, como lo hizo hoy. El viento será suave y dulce y tu cerro temblará. Al llegar al final de tu danza mirarás el sol porque nunca volverás a verlo, ni despierto ni soñando y entonces tu muerte apuntará hacia el Sur, hacia la inmensidad”.

Viaje a Ixtlán de Carlos Castaneda





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLIX

24 05 2017

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLIX

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MI PRIMER CUMPLEAÑOS EN SORIA

Ha sido tan triste como era de esperar, ni más, ni menos. Antes felicité a Sara por su cumpleaños, unos días antes, y ella me felicitó luego a mí. Fue un alivio, porque el miedo no hay quien te lo quite. Cuando alguien ha dejado de estar en tu primer círculo y estás intentando que regrese a él, todas las certezas que tenías antes desaparecen y las dudas dan siempre lugar a la angustia. También me felicitó D. Fueron las únicas felicitaciones, no esperaba más. Me regalé un libro digital, uno de los últimos de la serie Skarpeta de Patricia Cornwell, que me faltaba. Me compensé con una buena comida y un buen vino, café, helado y un J.B. con hielo, todo encaminado a dormir una siesta larga y demoledora para que el día terminara antes.

Fue un cumpleaños triste porque la soledad siempre es triste, pero procuro compensar la tristeza con unos pequeños placeres que equilibren el platillo del placer en la balanza del placer y el displacer de Freud. Es una estrategia que da muy buen resultado, aunque sea pobre, aunque sepa a muy poco. Cada disgusto o tristeza o hecho dramático debe ser compensado con un “auto-premio”, aunque esté lejos de compensar o igualar los acontecimientos negativos. Sé muy poco de Sara, me hubiera gustado recibir un correo, aunque no fuera muy largo. Nuestra relación va lenta, muy lenta para mi gusto, a este paso nunca recuperaremos la relación del pasado, aunque no dejo de preguntarme si en realidad aquella relación fue mejor que ésta; aún dentro del entorno familiar y de que estuviera encuadrada en un primer círculo mi condición de enfermo mental difumina y pone en solfa cualquier relación, incluso las más íntimas. La entiendo muy bien, entiendo muchas cosas, puedo ponerme en su piel y alcanzar el máximo de empatía que le es permitido a un sujeto, a un “yo”, pero aún así eso no puede evitar la tristeza de lo perdido.

Tengo sesenta y un años, pero me siento como si tuviera ochenta o noventa, la salud no es buena, el ánimo está aún peor, nada me ilusiona, nada espero, nada anhelo, todo me es indiferente, y no con el desapego del guerrero impecable, que eso sería fantástico, sino con la inútil y aburrida desesperación de quien está en el fondo del abismo, lo sabe y no le preocupa ni hace nada por trepar las paredes. Debería hacer una pequeña recapitulación, como acostumbro cada cumpleaños, pero no puedo, me han ocurrido demasiadas cosas malas.

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LAS DESFAVORABLES FUERZAS PODEROSAS

Sí, en efecto, las fuerzas poderosas no me han sido precisamente favorables en estos últimos meses, pero no puedo hablar de ello, la intensidad emocional es demasiado fuerte para que pueda hacer un relato detallado, una recapitulación profunda, sin ahorrar la menor emoción, sentimiento o dolor. He visto todo lo sucedido con una metáfora terrible que sin embargo me parece graciosa, porque a pesar de todo sigo sin perder el sentido del humor. Es como si las fuerzas poderosas hubieran atropado todos los cartuchos de dinamita puestos en mi camino por ellas, para hacerme pagar mis muchos pecados y aprender las muchas lecciones que aún me quedan por aprender, y me los hubieran colocado bajo el trasero para que estallaran a la vez, no uno detrás de otro, con un pequeño espacio temporal, no para recuperarme, porque es imposible, pero al menos para hacer una respiración profunda y afrontar la siguiente explosión. Han explotado todos a la vez, sincronizados, aumentando uno con otro sus terroríficos efectos individuales. No, no hablaré de ello, tal vez más adelante.

Es curioso que en momentos como estos, todos, no solo los creyentes en Dios o en la espiritualidad, o en el más allá, o en las fuerzas poderosas, hagamos una especie de inventario para saber si nos están cobrando porque debemos mucho o anda por aquí un avaro de tres al cuarto que pretende cobrar antes de dar el préstamo o incluso se lo pretende cobrar en la libra de carne de la pieza de Shakespeare antes incluso de que la primera moneda llegue a nuestra temblorosa mano. Todos hacemos cuentas, he sido bueno, he hecho esto, lo otro, lo demás allá, tengo tantos créditos por mis buenas acciones, ahora merecería una recompensa, un karma positivo, algo, por poco que sea, pero algo positivo. He observado, a lo largo de mi vida, que también los que se confiesan ateos, agnósticos, incrédulos, materialistas, cientifistas, que solo creen en la aleatoriedad de una suerte que a veces escapa de las estadísticas, de las leyes físicas, hacen cuentas cuando les llega una mala racha. Bueno, piensan, es cierto que las cosas me iban aceptablemente, era una buena racha, pero esta mala racha que estoy pasando ahora no encaja, es como si el péndulo no regresara justo a un punto equidistante de donde estuvo, en el otro lado, empujado por una fuerza física de tantos kilopondios, o lo que sea, que suspendí la física en el bachillerato, al menos una vez. De alguna manera, incrédulos y creyentes, materialistas y espiritualistas, damos por supuesta la ley cósmica que dice que toda buena acción tiene su recompensa, que toda mala acción tiene su castigo, que toda acción neutra debería tener efectos neutros. Los espiritualistas pensamos que hemos acumulado suficiente buen karma para que si no recibimos recompensas, al menos en este momento, tampoco tengamos por qué recibir castigos.

Me cuesta pensar como un guerrero impecable, que no tiene metas, o más bien solo tiene una meta: la libertad. Un guerrero impecable no quiere nada y todo lo que le sucede no se lo toma como un premio o castigo, solo como un desafío. Un guerrero impecable tiene estrategias, pero solo en el hacer de la vida corriente y solo para no depender en nada de los demás. Un guerrero impecable sabe que a veces las fuerzas poderosas son desfavorables, lo mismo que otras son favorables, no sabe por qué, tampoco se lo pregunta. Es parte del misterio de la vida. Me he sentido muy mal regresando a los viejos tiempos, cuando podía pensar, con la mayor naturalidad del mundo, en que después de todo siempre nos queda la muerte. Me basta con ir a un psiquiatra, contarle mi historia clínica, decirle que estoy mal y necesito volver a la medicación, me dará algún tipo de medicación, antidepresivos, antipsicóticos o cualquier otra que se estile ahora, me haré con los frasquitos correspondientes en la farmacia, llegaré a casa, cogeré la botella de Pacharán y me iré tomando pastilla tras pastilla en la cama, ayudado por traguitos de un licor dulce y suave que me gusta mucho. Entraré en el consabido coma y me iré sin que nadie se entere. Lo que ocurra después ya no es cosa mía, me importa un bledo. Ni siquiera he podido recordar con claridad lo que me ocurrió cuando hice algo parecido en Alcalá de Henares, allá por el año 1979. Sí he tenido la sensación de que no todo fue tan fácil, de que mientras las pastillas hacían y no hacían su efecto el malestar físico y la angustia psíquica fueron realmente terribles. No, no pude recordar, nunca aprendemos las lecciones. La gran ilusión del suicida es una muerte dulce, sin sufrimiento, ni físico, ni psíquico, pero es un gran engaño, no puedes luchar contra el más poderoso instinto de supervivencia, enraizado en lo profundo de nuestra naturaleza, sin pagar un altísimo precio. Recordé la meditación de la estación de trenes que inventé para el cursillo de yoga mental. No puedes ponerte en la vía para detenerlo, te aplasta y te machaca, solo puedes convertirte en espectador, sentado en el banco del andén. El tren llega, lo ves llegar, no te inmutas, puede parar, largo, muy largo tiempo, ves bajar a los viajeros, ves todo lo que tienes que ver, cómo la mano llena de pastillas sube hasta la boca, cómo subes la botella de pacharán y echas un largo trago para que las pildoritas se deslicen por tu conducto digestivo hasta el estómago; ves cómo sin la menor duda ni angustia repites el proceso y cómo los efectos te van nublando la mente, el sueño se va apoderando de ti, pronto estarás profundamente dormido, en coma, antes de que todo acabe te puedes regodear en un futuro que tú ya no vivirás ni contemplarás. ¿Quién descubrirá tu cuerpo putrefacto, cuándo, cuánto tiempo tardarán en hacerlo, qué pensarán, saldrás en los medios y durante cuánto tiempo?

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Puedes vivirlo con todo detalle, sufriendo todo lo que haya que sufrir, pero sabes que nada de esto está ocurriendo, eres un espectador sentado en un banco, mirando el tren que se ha detenido frente a ti, en algún momento, aunque tarde horas, días, meses, en algún momento arrancará de nuevo y se irá. Cuando termines la meditación descubrirás que nada de esto ha ocurrido realmente, ha sido un engaño de tu mente. Los trenes-ideas-sentimientos-emociones-fantasías, van y vienen, no se pueden controlar, no los puedes detener, no puedes arrojarte a las vías gritando “soy un valiente, nada puede conmigo, yo puedo con todo”, porque sabes que no es cierto, ni eres valiente ni tienes poder suficiente para detener un tren con toda la potencia de sus motores, con toda su masa y envergadura. No puedes controlar tu mente, ni detenerla, ni conseguir el anhelado vacío, pero sí puedes permanecer como espectador, sin mover un dedo, hasta que el tren se vaya. Sí, puede que todo sea tan real como si hubiera ocurrido realmente, porque la mente tiene este poder terrible y fantástico, pero lo que no puede hacer la mente es transformar lo mental en real, para eso se necesita la voluntad, el impulso, el intento chamánico, la acción. Has pensado en… pero no has movido un dedo, lo has vivido como real, pero no era real, la imaginación no se transformó en acto porque no fuiste a un psiquiatra de Soria, no le contaste tu patética historia, no te acercaste a una farmacia, no compraste varias botellas de pacharán en el supermercado, no te encerraste en tu habitación, dejando fuera a los gatitos y repetiste el proceso que ya realizaste una vez en tu juventud. No pudiste detener a tu mente, controlarla, no paraste el tren como si fueras un supermán, pero te mantuviste firme, ni un paso, ni un movimiento de un dedo, ni un pestañeo. El tren arrancó por fin y se fue, vinieron otros, distintos, y todo regresó a la normalidad.

Luego, reflexionando, me dije que esto era natural, ningún enfermo mental supera del todo su enfermedad, siempre regresamos a las viejas conductas patológicas, a las viejas manías obsesivo-compulsivas, siempre nos volvemos a montar en el tiovivo infernal de siempre, pero no pude evitar un estremecimiento, recordé viejos tiempos y me dije que es tan fácil caer al abismo que nos resulta complicado imaginar que trepar luego por las paredes del abismo, desde el suelo, pudiera ser tan fácil como caer. No lo es, subir al Everest sin oxígeno es infinitamente más sencillo que trepar por las paredes del abismo de la desesperación. Me sentí mal y muy preocupado. ¿Qué me sucede? Pero fue aún peor llegar a sentir que mi camino del guerrero era una simple añagaza para fugarme de la realidad, creyendo que ya soy incombustible, invencible, que nada puede contra mí. Aunque el sentimiento solo durara unas horas, fue lo más espantoso que me ha ocurrido desde hace bastantes años. De pronto me encontré sin nada, ni siquiera poseía ya la filosofía del guerrero. Fueron momentos infernales. Pero al final todo pasó.

Recordé a mi amiga…enferma mental y compañera en este camino hacia ninguna parte. Ella siempre lleva en su bolso una jeringa e insulina, para inyectarse cuando quiera morir. Nunca le he pedido ver ese instrumento diabólico. En dos ocasiones en estas últimas semanas me ha dicho por teléfono que no aguantaba más y que iba a suicidarse, se iba a inyectar la insulina. Ni siquiera me he preocupado de mirar si es posible hacerlo inyectándose insulina, en qué cantidad, de qué manera, y con qué efectos. No, no insistas, no me convencerás. No, querida, yo no voy a convencerte de nada, un guerrero impecable no intenta cambiar a nadie porque no se puede cambiar a nadie. Tuve que utilizar de nuevo esa estrategia o terapia ante los posibles intentos de suicidio, intentando no reírme, pensando que yo podría estar muerto y no habría llamado antes a nadie para decirle que me iba a suicidar. Es buena señal que te digan que van a intentar el suicidio, si lo dicen existen grandes posibilidades de que no lo hagan, pero eso no siempre es así, nunca sabes cuándo vas a perder el control y en un momento de fuga total, delirio, desesperación, hagas algo que nadie imaginó que pudieras hacer.  Querida, eres libre y yo respeto tu libertad, la mayor muestra de afecto que puede darte alguien es respetar tu libertad, pero antes podríamos vernos, podríamos hablar, podríamos… No, no me vas a convencer. Vale, ni lo voy a intentar. Eres dueña de tu cuerpo, de tu mente, de tu vida, eres libre, puedes hacer lo que quieras, pero piensa en lo que ocurriría si no lo consiguieras y quedaras en coma durante meses, años, en lo que ocurriría si quedaras parapléjica, tetrapléjica, teniendo que aguantar el resto de tu vida cómo tu mente te lleva a donde no quieres ir sin poder hacer nada, cómo dependerás de quienes no te quieren, de quienes te odian, de quienes desean verte muerta, cómo tendrás que soportar humillaciones sin cuento. No, es una muerte segura y dulce y luego descansaré para siempre. Eso es lo que tú crees, nada es seguro en esta vida y respecto al más allá no creo que sea el descanso que tú piensas. Solo tienes que leerte el libro tibetano de los muertos. Si después de la muerte nos vamos a encontrar con eso, especialmente en las muertes violentas, mejor seguir como estamos. Madrecita, déjame seguir como estoy.

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Volvió a suceder, otro acontecimiento de esos que nos desarman a los enfermos mentales. Me voy a inyectar, no intentes convencerme, esta vez sí, te mandaré un mensaje cuando me la haya puesto. Querida, si haces eso yo llamaré al 112, no puedes pensar que yo voy a actuar como si te odiara, lo haría por cualquiera, por un desconocido, por mi peor enemigo. Querida, pareces no darte cuenta de que tú no eres el centro del universo, de que no existe nadie sino tú, de que nadie sufre sino tú. ¿No has pensado en cómo puede sentirse alguien, aunque sea un desconocido, cuando se entere de que te han encontrado muerta? ¿Crees que todos somos pedruscos sin corazón? Eres libre, no voy a encadenarte para que no te suicides, pero si me dices que te la has puesto yo llamaré al 112, vive Dios que lo haré. ¿Pero no me habías dicho que respetarías mi libertad? Respetar la libertad no es quedarse de brazos cruzados, sin hacer nada, cuando alguien se está muriendo, no soy médico, no he realizado el juramento hipocrático, pero solo las bestias inhumanas pueden actuar así. Entonces no te diré nada. Como lo veas, eres libre, pero te digo que la vida merece la pena, que no hay nada por lo que merezca la pena morir, salvo si te intercambias por un ser querido. Y además piensa que no hay método seguro e indoloro, todo son patrañas. Y además piensa que el dulce descanso del más allá puede ser en realidad el terrible infierno del estado intermedio tibetano. Para sufrir puedes hacerlo aquí, que sabes lo que hay y que el dolor no será tan intenso ni tan largo como en una dimensión donde no existe el tiempo.

Ella sigue viva, yo sigo vivo, todos seguimos vivos, pero ¿por cuánto tiempo? Por si fuera poco también…quiere suicidarse. Cogeré el coche, lo pondré a toda velocidad por la autovía, daré un volantazo y zás, ya estoy muerto. Que no, que no, que puedes quedarte parapléjico, tetrapléjico, puede incluso que el coche de unas cuantas volteretas y mates a personas inocentes que no querían morir. Que no, leche, es una estupidez. No me convencerás.  Te juro que si lo haces y matas a alguien y te matas tú yo mismo iré al más allá para darte una somanta de “ostias”. Y si te quedas parapléjico o tetrapléjico no pienses que voy a ir a verte para bailarte el agua, no cuentes conmigo, yo no voy a consolar a cobardes. No lo hizo, hoy le dan el alta tras unos días de internamiento.

Ella sigue viva, él sigue vivo, yo sigo vivo, todos seguimos vivos, pero ¿Por cuánto tiempo? Ayer, después de subir a Internet un primer episodio de Luciferino, un imitador divino, puse el telediario mientras comía y me enteré del terrible atentado en Mánchester. No lo supe hasta entonces, la noche anterior estuve viendo el estreno de la nueva temporada de Twin Peaks, mi serie favorita, disfrutando con David Lynch. Me levanté tarde, hice las cosas habituales, y me dije que debería ponerme con mis personajes humorísticos. De pronto me entero de que han muerto personas que no querían morir, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, en la plenitud de la vida, mientras disfrutaban de un concierto. Hay algo que sigo sin entender, que forma parte del misterio de la vida. ¿Qué les costaría a las fuerzas poderosas juntarnos a todos los suicidas en un concierto, un estadio, una plaza, un avión, lo que fuera, y hacer que la bestia terrorista que corresponda nos haga volar en pedazos?  Nosotros queremos morir, nuestras vidas no valen nada, no sirven para nada, las despreciamos, nos sentiríamos muy felices de terminar con todo esto, con tanto sufrimiento, con años de desesperación, ¿entonces por qué las fuerzas poderosas no nos usan a nosotros en lugar de permitir que se lleven por delante a niños, adolescentes, jóvenes?  ¿No sería mejor que en lugar de dejarnos elucubrar sobre la forma más dulce y rápida de morir las fuerzas poderosas, con su inmenso poder, su estrategia, su dominio de las leyes físicas, las fuerzas naturales y artificiales, nos juntaran a todos los suicidas del planeta y nos hicieran morir en lugar de tantas vidas jóvenes segadas por bestias sin entrañas? Nosotros conseguiríamos lo que llevamos pretendiendo toda la vida y además nuestras muertes tendrían sentido, puesto que las intercambiaríamos por otras vidas jóvenes que siempre quisieron vivir y disfrutar de la vida. ¿Y si a todos los enfermos mentales del planeta, suicidas en potencia, se nos ocurriera ofrecernos para intercambiarnos por ellos? ¿Vas a matar a veintitrés personas, el día tal, en tal lugar? Pues nada, mira, te ahorramos el trabajo, nosotros vamos a estar el día tal, en tal lugar, ve allí, pon tus malditas bombas en nuestros traseros y hazlas explotar, o si tú también quieres morir con nosotros, pues podemos celebrar una comida de hermanamiento, echamos unas risas y luego tú te vas donde quieras, nosotros te seguimos y morimos todos de una puta vez…

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Esto es una espantosa locura. Si a los enfermos mentales se nos diera esa posibilidad, seguro que la rechazábamos. En realidad no queremos morir, lo que nos sucede es parte de nuestra enfermedad, una enfermedad que nadie comprende ni quiere comprender, pero que está ahí. Pero si hay que hacerlo, se hace. ¿Con cuántas víctimas estarían satisfechos esos demonios sin entrañas? ¿Con mil, dos mil, cien mil? Creo que sobre este planeta de mierda hay suficientes enfermos mentales con deseos de suicidarse, pueden pedir incluso más voluntarios. Nada, mira qué forma tan bonita de suicidarse, además haciendo el bien, además siendo unos héroes. ¡Malditos demonios! Si vais a quedar saciados con un número concreto de víctimas, aquí nos tenéis, luego abandonad esa mierda de camino que habéis emprendido y que llamáis guerra santa, no hay nada santo en vosotros, ni en vuestros pensamientos, ni en vuestros sentimientos, ni en vuestro odio, ni en vuestra mezquindad, ni en vuestra falta de empatía, ni en esa irracional creencia de que Dios puede pediros que acabéis con la especie humana para que los pocos que queden, vosotros, seáis los únicos que cumplís sus leyes. ¿Qué leyes? ¿Puede existir un Dios semejante? Ni siquiera un demonio, un Satanás de maldad infinita podría aceptar semejantes leyes.

Todo esto es muy literario, pero si ocurriera un milagro y se celebrara una asamblea de terroristas, yihadistas y demás demonios del infierno, yo me ofrecería a intercambiar mi vida por todas las víctimas futuras. ¿No sería mejor que acabar cualquier día muerto en una cama solitaria por una depresión de mierda?  Tal vez los enfermos mentales tengamos un papel a desempeñar en el futuro apocalíptico que se avecina. Si en realidad, como parece, casi todos queremos morir y acabar con tanto sufrimiento, si no tenemos nada que perder, podríamos  ser la vanguardia del nuevo ejército antiterrorista. Sí, porque como ellos no tememos a la muerte, la deseamos, como ellos creemos que si no vamos a encontrarnos un paraíso, al menos vamos a descansar de una vez, como ellos somos tan cobardes que no se nos ha ocurrido hasta ahora la solución perfecta para terminar con el terrorismo, hacer que nos suiciden ellos a cambio de que dejen en paz a los que desean vivir en un mundo que puede que sea una mierda, pero es el que tenemos.

¿De verdad que a nadie se le había ocurrido hasta ahora que la mejor forma de suicidio para nosotros, los enfermos mentales, que andamos toda la vida buscando el suicidio perfecto, dulce y rápido, sería dejar que nos suicidaran los terroristas a cambio de que dejen en paz a los demás? Bueno, pues si no se la había ocurrido a nadie, se me acaba de ocurrir a mí. No puedo hablar en representación de mis hermanos, los enfermos mentales, pero sí en el mío propio. Aquí me tenéis, a cambio de todas las vidas que vais a segar en el futuro, podéis cortarme la cabeza y sacarme por televisión, por todos los canales, o ponerme una bomba en el trasero y hacerme estallar en el lugar que más os guste, un estadio, en un concierto, en una plaza pública. Además os ahorraréis muchos guerreros de la guerra santa, aunque si en realidad son mártires y van al paraíso puede que también os interese la oferta de juntarles a todos conmigo en el lugar que elijáis y que exploten todas sus bombas a la vez, esto va a ser una fiesta, estas van a ser las primeras fallas de una nueva humanidad. Un guerrero impecable contra miles o millones de guerreros yihadistas de la guerra santa. No hay color. ¿Por qué no aceptáis mi oferta? Sencillamente porque sois unos malditos cobardes, alguien que realmente cree en lo que cree, que está dispuesto a inmolarse por sus creencias, da la cara, como hace aquí un guerrero impecable que realmente cree en lo que cree y lo demuestra.  No tengo miedo a la muerte, no os tengo miedo a vosotros, si la humanidad perdiera el miedo a la muerte no duraríais ni el tiempo que tardáis en apretar el botón de vuestras bombas. Por desgracia la humanidad está demasiado ocupada en su hedonismo de pacotilla para darse cuenta de que todos somos mortales, todos vamos a morir, de que el tiempo es fugaz, más rápido que un ciclón, de que tampoco es tan importante morir antes o después, un día más un día menos carece de importancia. Tal vez esté llegando el momento de que por fin la humanidad despierte y reconozca lo que siempre supo, que somos mortales, que a todos nos espera la muerte, que morir hoy o mañana no tiene la menor trascendencia, pero que morir con dignidad, con el orgullo infinito de entregar la vida por tus hermanos, no es lo mismo que morir como un cobarde. Tal vez la humanidad descubra que el único camino es el de la fraternidad y el amor, porque tras de los terroristas vendrán los de las pateras y los niños que se mueren de hambre con los estómagos hinchados, y todas las víctimas de todos los desmanes que la humanidad ha cometido, comete y cometerá. El día que comprendan que todos somos mortales, que todos vamos a morir y que es mucho mejor hacerlo con dignidad espiritual que escondiéndose como cobardes para que el destino aleatorio y demoniaco de los terroristas no nos alcance, entonces vuestra vida como terroristas habrá acabado para siempre, entonces la humanidad estará preparada para abrir sus ojos a la luz. ¿Acaso no morimos todos? ¿Entonces a qué viene tanta estupidez, tanta mentira y lucha inútil para terminar en la misma tumba?

Ella quería suicidarse y está viva, él quería suicidarse y está vivo, yo quería suicidarme y estoy vivo. Pero hay personas que ya no lo están, como los vilmente asesinados el  22 M en Mánchester. Tal vez sea hora de que los enfermos mentales nos replanteemos el sentido de nuestras vidas. Si vamos a morir, que sea por nuestros hermanos, en una misión espiritual. Tal vez nuestra enfermedad tenga algún sentido, después de todo.

Y así termina un capítulo de este diario que comencé preguntándome qué había hecho mal para que las fuerzas poderosas me castigaran con una serie de extrañas coincidencias que me las han hecho pasar de a kilo estos últimos meses. ¿Qué han hecho las víctimas del 22M, todas las víctimas del terrorismo, para merecer semejante castigo? Nada, pues entonces deja de quejarte. Puede que en el próximo capítulo todo haya vuelto a la normalidad, si es que los cobardes y demoniacos terroristas no han aceptado mi reto. ¿Alguien había creído por un momento que esto era una broma macabra? No, el reto sigue siendo válido y lo seguirá hasta mi muerte.

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLVIII

28 03 2017

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLVIII

UNA MAÑANA EN SORIA

El formato que he elegido para seguir con este diario tiene sus pegas. Es cierto que todas las mañanas son iguales o casi iguales, pero de vez en cuando ocurren acontecimientos que no pueden esperar a ser narrados hasta que encajen en la horma del zapato, hay que comprimirlos con calzador e introducirlos en el formato de forma inmediata. Así la alegría de tener noticias de Sara, que me envió por wasap algunas fotos y vídeos, entre ellos uno de un concierto de música clásica al que supongo asistió. Lo que más me alegró fue la noticia de que venía unos días a España y que podríamos vernos, tal vez comer juntos en Madrid el día del padre. Me ilusionó mucho esa posibilidad que por desgracia no pudo ser debido a que tuvo que regresar antes de lo programado. Me sentí muy triste y decepcionado. Lo que más me decepciona es la falta de una carta o un correo electrónico. Uno no puede dejar de elucubrar y formular hipótesis que no sirven de nada. ¿Está bien realmente? ¿Le ocurre algo? Una de las leyes básicas en las relaciones de primer círculo es la comunicación, si no existe o se distancia mucho en el tiempo la sensación que acabas teniendo es la de que esa persona no está en tu primer círculo o solo de forma teórica. Desde luego que tras el divorcio ella desapareció de mi vida y la relación de primer círculo se rompió. Hay que recomponerla desde el principio, desde el punto cero, pero una vez que se da el primer paso uno se ilusiona pensando que de alguna manera ya hemos vuelto al primer círculo. No es así porque el primer círculo requiere también una cierta convivencia, una presencia física, una confianza, una comunicación, una seguridad de que si le ocurre algo a la otra persona ella te lo comunicará y si tiene problemas buscará tu apoyo y si le ocurren acontecimientos felices los compartirá contigo. Es por eso que no puedo quitarme de encima la sensación de que mi primer círculo está vacío. Estoy solo, no convivo, la comunicación con otras personas no es profunda o está distanciada en el tiempo, no me siento con confianza como para comunicar a nadie una posible enfermedad, la necesidad de apoyo y ayuda, un estado depresivo, sabiendo que de una u otra manera habrá una respuesta. Tal vez esto sea lo mejor de la familia como grupo del primer círculo. Salvo que las relaciones se hayan roto, lo que no deja de ser un lugar bastante común, sabes que puedes contar con ellos, que hay confianza, que de alguna manera recibirás respuestas que no son las que te dan los desconocidos, por muy generosos y compasivos que sean. Sin familia estás como desnudo frente a la gelidez del invierno. La soledad nunca podrá ser atenuada por relaciones del segundo o tercer círculo, los conocidos no llenan salvo que el afecto sea muy intenso y la convivencia muy estrecha, y la relación con los desconocidos no deja de ser un encuentro fortuito en el camino cuya huella desaparecerá muy pronto. No puedo quejarme puesto que es lo que estaba previsto tras el divorcio y era lo que yo esperaba en esta última etapa de mi vida, hasta mi muerte, pero la verdad es que uno no puede evitar ilusionarse y pensar que poco a poco las cosas irán cambiando.

Retomando el formato, las mañanas en Soria son muy parecidas, salvo pequeños detalles sin importancia. Unas mañanas me levanto antes y otras un poco más tarde, la mayoría de las veces remoloneo en la cama, después de abrirles la puerta a los gatitos para que salgan a dar una vuelta por el jardín y por donde quieran, porque ya hace tiempo que se les ha quedado pequeño. Nunca me olvido de poner las llaves por fuera, por si la puerta se cerrara, aunque sí es cierto que alguna vez me he olvidado, por la noche, de poner las llaves por dentro, si esto fuera una ciudad y no un pueblecito perdido en el campo, los ladrones hubieran podido desvalijarme sin que me apercibiera de ello si hubieran sido lo suficientemente silenciosos, o me habrían secuestrado y pedido un rescate, o… Me entra la risa tonta. Algo así nunca ocurre cuando realmente te importa un comino que suceda.

Recuerdo cómo me preocupaba lo de las llaves, el tener que llamar a los bomberos para que me abrieran la puerta. Tuvo que ser Bautista, el hombre práctico, el que me diera la solución. En realidad no tendría que llamar a nadie, rompes un cristal de la ventana, el más pequeño y barato y te cuelas dentro, luego llamas al cristalero y que lo reponga, seguro que te sale más barato que llamar a los bomberos. También puedes dejar una llave colgada de una ventana, por dentro, y la ventana sin cerrar. ¿Qué te quedas fuera? Pues empujas la ventana y entras. Claro que eso solo lo puedes hacer cuando estás en casa, porque sería demasiado arriesgado hacerlo cuando te vas de viaje, algo por otro lado innecesario puesto que las llaves las llevas contigo y tienes un juego en el coche. Recuerdo mis monólogos humorísticos con todo aquello, que aún conservo en el ordenador. Nunca he sido un hombre muy práctico, cuando se me ocurren soluciones evidentes ha pasado ya tanto tiempo que el problema ha dejado de ser problema. Creo que era la alegría de tener una casita en el campo, en la montaña, la euforia de los primeros tiempos. Ahora que no queda mucho para que se cumpla el primer año –el tiempo ha pasado tan veloz que apenas me he enterado- soy consciente de que la novedad fue lo que me hizo comportarme como un niño con zapatos nuevos, lo mismo sucede con el problema de los gatitos.

En las anotaciones en mi cuaderno de sueños se repite como un mantra eso de que me levanto deprimido, sin ganas, me quedaría en la cama si no fuera por los gatitos, no me ilusiona hacer nada. A veces también me levanto con ligeras molestias de estómago, intestinales, alergia o de lo que sea. Las mañanas nunca fueron mi momento favorito del día. A media mañana he tenido algún susto. De pronto me he sentido muy mal, como mareado, como agotado, como si todo el cuerpo fallara. Me digo que puede ser el colesterol, sin duda muy alto, o el azúcar, o que me niego a chequearme y cuidarme y eso se paga. En esos momentos he pensado en la posibilidad de un infarto, un ictus, un desmayo y caer al suelo y permanecer allí hasta despertar o no hacerlo. Antes tenía colgado el párrafo de la danza de la muerte de Castaneda en algún sitio, pero con los gatitos he tenido que poner en lugar seguro el folio impreso, todo les llama la atención, todo les sirve para sus juegos. Entonces me veía arrastrándome por el suelo para llegar al folio, leerlo, colocarlo sobre mi pecho y morir como un guerrero impecable. Ahora esas fantasías me hacen reír. Si llega no tendré mucho tiempo, ni para darme cuenta de lo que está ocurriendo, y si todo va como debería ir me basta con advertir el deterioro para tener tiempo que buscarme una plaza en una residencia de ancianos. Debería hacerme un chequeo, debería cuidarme, debería…Me importa un pito lo que debería hacer, no tengo gran ilusión por vivir unos años más que unos menos, estoy subiendo de una forma más o menos continua mis textos a Internet, no porque me importe mucho dejarlos al alcance de alguien a quien seguro que le tendría sin cuidado, sino porque es algo que me propuse hacer y estoy haciendo, como un guerrero impecable.

No tengo una programación a rajatabla para las mañanas. Remoloneo en la cama hasta que los gatitos vienen por segunda vez y me digo que es hora de levantarme. Las cuestiones de aseo, luego puede que salga a cavar en el huerto, antes de que llegara el invierno, o decida desayunar, el kéfir de leche, unas tostadas untadas con margarina Omega 3 para el colesterol (jeje, cómo soy) con mermelada de naranja amarga. No me olvido de las dos nueces, también para el colesterol. Cuando tengo naranjas me hago zumo natural o algún zumo de tetrabrik. A veces tengo cruasanes o madalenas o una torta de aceite, solo cuando acabo de comprar y en casos excepcionales. Algunos días me tomo un té o café con leche, o leche caliente con Nesquik. El pitillo en el porche, haga sol o viento a troche y moche. Limpiar el arenero de los gatos, que cada vez está más limpio, porque como se pasan el día fuera hacen sus necesidades por ahí. A veces arranco el coche, sobre todo cuando hiela, cuando la temperatura baja mucho por la noche de cero.

Luego me lo pienso. Debería hacer kriyayoga, taichí o pases mágicos de Castaneda arriba, donde tengo la alfombra de yoga. Pongo música en el ordenador y subo para arriba. ¡Nunca creí que me costara tanto! La mayoría de las mañanas no estoy de humor y lo dejo para la tarde, sabiendo que tampoco me apetecerá. A veces tengo que utilizar mi férrea voluntad para subir y ponerme a hacer los ejercicios. Son sencillos, no agotan a nadie y los tengo automatizados, pero me sigue costando. Salvo alguna mañana de sol y vitalidad que me apetece subir, hacer los ejercicios mirando los folios de kriyayoga que tengo pegados al cristal del ventanal que da al salón, y luego ponerme a leer en la terraza, si hace calor, o dentro, con la puerta cerrada, si hace un poco de fresquete, mirando de vez en cuando la montaña que tengo enfrente. Es agradable, es placentero, es hermoso. Arriba tengo ya las dos estanterías que pedí por Internet con los libros que tengo por leer o aquellos que he decidido releer. Mi forma de leer es propia del loco que soy, disperso, imprevisible. Ahora mismo estoy leyendo, casi terminando, los diarios de adolescencia de Anais Nin, terminando cuadernos de un vate vago de Torrente Ballester, el puente de Brooklyn de Henry Miller y don Juan de Torrente también, que he comenzado hace unos días. Si hace sol me gusta mirar alguno de mis fascículos o libros de pintura. He terminado con Claude Manet y comenzado con Vangogh, de quien también estoy leyendo en el ordenador las cartas a su hermano Theo, en pdf. De vez en cuando leo algo en francés, Le visionnaire de Julien Green. También estoy leyendo en el libro electrónico Bajo el sol de Satán de Bernanos en francés. He mirado en el ordenador las memorias de Julien Green, pero son caras y además en francés, que me cuesta más leer por más que mi francés sea muy aceptable. Este otoño pedí por Internet varios libros que deseaba tener desde hace tiempo, los diarios de infancia y adolescencia de Anais Nin, completando los diarios con los que me hice en Madrid en mi juventud y un tomo que me faltaba por prestárselo a quien no debía. Decidí que ahora que estaba solo podría permitirme algunos caprichos, como intentar tener la obra completa de Henry Miller, en realidad solo encontré dos libros que no tenía. El cartero estuvo atareado puesto que me mandaron los libros por separado, a pesar de haberlos pedido todos a Amazon. Es cierto que algunos me los mandaban directamente de librerías de viejo, pero podían haberme mandado los demás todos juntos, parece que la logística no es su fuerte. Decidí que ya tenía bastante lectura y lo dejé.

Por cierto que al no tener la llave del buzón tuve que ponerme de acuerdo con los carteros, primero uno interino y luego otro también interino, les di mi teléfono y me llamaban cuando había algo para mí. Ahora viene una chica que es la titular y a la que le he dicho que por favor toque el claxon, que siempre estoy en casa, en lugar de echar la correspondencia en el buzón. Haciendo un repaso de mi agenda de lecturas descubrí que en Manzanares, tras el divorcio, había leído mucho más de lo que recordaba. Mi forma de leer sería imposible para cualquiera. Arriba también tengo el tomo de Freud de la biblioteca del psicoanálisis sobre los sueños, del que sigo tomando notas en la libreta correspondiente. Un tomo de historia de España de Tuñón de Lara. Cuadernos de todo y de nada de Martin Gaite y alguno más. Abajo, para leer en el porche, cuando hace sol, tengo un tomo de las obras completas de Faulkner, el tomo que estoy acabando de La comedia humana de Balzac, premios Pulitzer, el último tomo de Proust, bajo el volcán de Lowry y algunos más. Es increíble cómo puedo leer tantas cosas a la vez y saber lo que he leído antes, sin perder el hilo, recordando toda la historia. No tengo tan buena memoria para lo que escribo, aunque utilice el mismo método, a veces tengo que releer para no repetirme o saber en qué parte estoy de la historia.

Puede que haga eso, subir, hacer kriyayoga y demás y luego leer, o puede que decida encender el ordenador y ponerme a contestar correos de consulta que me llegan a través del blog. Esto es muy aleatorio y va por temporadas. Paso a lo mejor un mes sin correspondencia y de pronto se junta todo, es como si se pusieran de acuerdo. Normalmente me escriben familiares de enfermos mentales, la mayoría mujeres, pidiéndome consejo sobre sus enfermos, novios, amigos, hijos, padres, hermanos… Alguna que otra vez me ha escrito algún enfermo mental que se asustó al cabo de pocos correos con mi propuesta de guerrero impecable. Todas son historias dramáticas, algunas trágicas, y la mayoría sin una solución razonable. La base de mis respuestas es siempre la misma: la enfermedad mental es crónica, habitualmente, hay que perder la esperanza de que una enfermedad grave se cure en dos o tres años de tratamiento; por un enfermo mental solo se pueden hacer tres cosas, escucharle, siempre, darle apoyo y mucho cariño; no se deben aceptar los comportamientos patológicos de que hablo en el blog, la bula papal, la manipulación, el chantaje emocional, la mentira, la falta de responsabilidad; un familiar debe siempre decidir si quiere ayudar a un enfermo –no a una mala persona, ojo- y para ello tendrá que conocer su enfermedad, las patologías de conducta de los enfermos y asumir que eso se prolongará toda la vida, o decidir que no es un enfermo, sino una mala persona, y entonces hay que ser consecuentes, no se puede pensar que el otro no es un enfermo sino una mala persona y seguir a su lado, sufriendo un infierno, hay que tomar una decisión; les remito a los textos del blog sobre errores de conducta respecto al enfermo mental, conociendo y queriendo al enfermo mental, cartas sobre el enfermo mental y todo lo que ya llevo escrito al respecto, que es mucho; por último les doy las gracias por cuidar del enfermo mental, me pongo a su disposición y les deseo lo mejor.

El correo ya es muy numeroso, he decidido copiar los correos y pasarlos a archivos de texto que centralizo en una carpeta y guardo en discos externos y pendrive. Tengo impresos algunos correos que son como historias clínicas del doctor Sun, pero he decidido que es mucho gasto de papel y no merece la pena. Respecto a esta tarea no me siento ni bien ni mal, no creo estar haciendo una gran labor porque como bien sabemos los guerreros, no se puede cambiar a nadie, tampoco creo que los familiares se sientan mucho mejor después de mis respuestas, aunque alguno me ha dado las gracias con gran emotividad, tampoco creo que esté haciendo una labor terapéutica puesto que no soy un profesional. Me limito a hacer lo que tengo que hacer, como el guerrero que soy. Cumplo con la misión que me he impuesto, sin esperar nada, sin buscar nada, sin sentirme bien cuando me elogian o mal cuando me dicen cosas inaceptables o simplemente no me dan las gracias y se olvidan de mí. Por suerte una de mis pocas cualidades de carácter es tener las ideas claras, saber en todo momento lo que debo y quiero hacer y tener la férrea voluntad de hacerlo. Sé hasta dónde puedo llegar y hasta dónde no puedo ni debo. Sé que no soy un gurú ni esto forma parte de una campaña de redención de mis muchos pecados o de limpieza kármica. Un guerrero ni se plantea semejantes desatinos, hace lo que tiene que hacer y cuando considera que no debe de hacerlo, pues no lo hace, y santas pascuas.

Una parte de la mañana se consume en las comidas, algo de limpieza, más bien poco y en tareas que son puntuales, como lo ha sido el ordenar todos los cuadernos y libretas que han venido con la última mudanza desde la casa que fue del matrimonio. Me veo en la mesa del porche mirando cuadernos y libretas, uno por uno, tomando nota en otra libreta sobre índice de textos, y se me cae el alma a los pies. Es imposible que haya escrito tanto, sin el menor orden, un puro caos, que tenga tantas novelas empezadas y sin rematar, tantos textos de todo tipo, relatos, ensayo, poesía, sueños, reflexiones… Solo un misántropo como yo, que no se ha relacionado, que ha dispuesto de todo ese tiempo para escribir ha podido escribir tanto. Solo alguien que necesitaba fugarse de la realidad, para no pensar en su enfermedad mental, en su fobia social, ha podido ocupar su mente durante tantas y tantas horas en escribir. De forma sorprendente la mayoría de esos textos son aprovechables, aunque algunos no sean buenos. Salvo alguna excepción, como los textos delirantes en los que hablo del loco de León, en la peor etapa de mi vida, todos pueden ser aprovechados de una o de otra manera. Algunos son muy originales y creativos, otros aunque mal escritos pueden ser reformados, reescritos, y perfectamente aprovechables. Tengo cuadernos y cuadernos de sueños, los primeros desperdigados en libretas y difíciles de inventariar. Tengo muchos apuntes sobre los libros que sacaba de la biblioteca de León, sobre astronomía, física, sobre todos los temas imaginables. Es imposible ordenar todo esto. Me limité a inventariar y tener a mano los manuscritos sobre las novelas que me he propuesto rematar. Si hubiera dedicado todo ese tiempo a la pareja, a la familia, a los amigos, al entorno, otro gallo me hubiera cantado. Pero eso es pedir peras al olmo. Un enfermo mental ocupa la mayor parte de su tiempo huyendo de la realidad, de su enfermedad, fugándose en fugas, variaciones, contrapuntos, todo sobre el mismo tema. Su necesidad de supervivencia es tal que si supiera que se iba curar reuniendo todas las hojas de todos los árboles del mundo, lo acabaría haciendo. Como enfermo mental he tenido la suerte de apasionarme por la cultura y la escritura, parece que es más positivo que amontonar e inventariar hojas de árbol, pero no creo tampoco que sea algo fantástico. Sí, tengo una cierta cultura, he leído mucho, he escrito mucho, se podría decir que soy un aprendiz de intelectual, que tal vez no tenga mucho que envidiar a otros escritores e intelectuales en el sentido de haber leído tanto como ellos, haberlo asimilado, disponer de unos conocimientos muy parejos a los suyos, y aunque nunca seré tan buen escritor como ellos, por lo menos lo intento. Pero todo eso no deja de ser una fuga, la fuga de un enfermo mental que no quiere enfrentarse a la realidad. De no haber dedicado todo ese tiempo a leer y escribir, tal vez lo habría dedicado a cargar a la pareja, a la familia, al entorno con patologías de conducta e ideas delirantes que no conducen a nada. No era cuestión de elegir entre pareja, familia, entorno y leer y escribir mucho. Lo prioritario para mí era sobrevivir, porque los muertos no pueden hacer nada, ni bueno ni malo, al menos en este mundo. Lo prioritario era hacer el menor daño posible y seguro que mientras aprovechaba mis delirios para escribir mis novelas y leía de forma compulsiva, la familia y el entorno dejaban de sufrirme, aunque fuera por un instante. Es triste, pero eso es lo que hay, un enfermo no elige, un enfermo sobrevive como puede, intentando hacer el menor daño posible.

Y aún queda mucha mañana. Aún me queda hablar de Gatolandia, el nuevo país de los gatos. Sí porque poco a poco han ido llegando otros gatos del pueblo y viendo que soy un buenazo y les dejo entrar a comer el pienso de los gatitos y no les bufo y siempre tengo una frase cariñosa para ellos, esto se ha convertido en una auténtica Gatolandia. Esta mañana mismamente he visto como una preciosa gatita salía de estampida en cuanto me he levantado de la cama. Abrí la puerta a los gatitos y la dejé abierta porque estaba comenzando a nevar. Por ella se coló la preciosa gatita y desayunó en casita. Salí a la puerta y pude observar cómo me miraba desde la esquina y se relamía de gusto. Me encantan sus ojazos. Si se dejara la tomaría en brazos y la daría unos besitos, pero eso es algo que solo me dejan hacer mis nenes. También está el gatazo negrazo malazo de ojos fosforescentes que ha resultado ser un buenazo falto de cariño y muy glotón. Hay otra gatita huidiza que aún no ha entrado a comer a casa y otros gatos que aparecen por aquí de vez en cuando. Eso sin contar con los tres perritos juguetones que hace tiempo que no vienen, desde que comenzó a nevar. No gasto mucho en pienso, casi nada, me puedo permitir el lujo de dar de comer a estos gatitos. Eso sí, la casa es solo de mis nenes, aunque hace dos noches se coló el gatazo y me dio un “zuto de muete” al escuchar más maullidos de los debidos con golpes y cosas que se mueven cuando mis gatitos estaban conmigo en la cama. Todo esto es divertido y además hace más suave la soledad y el aislamiento. A veces tengo la sensación de que mi primer círculo está compuesto de gatitos y de que cualquier día me voy a levantar de la cama transformado en gato, como en la conocida historia kafkiana, solo que en lugar de insecto, yo sería mucho más guapo, ágil y felino. Sí, a veces pienso si la vida de gato no sería mejor que la humana, pero en cuanto veo cómo se trata a los animales en general por los humanos, me digo, quita, quita, tendría mucha suerte de encontrar un humano como yo si fuera gato.

Aún quedan muchas cosas por contar. Como las tres o cuatro nevadas que han caído, la última hace dos días. No puedo ni debo quejarme de nada, pero la verdad es que me siento un poco solo. He renunciado a casi todo, salvo a vivir lo mejor posible en este retiro monástico, a leer mis libros como un cangurito gentil y a rematar mis novelas, por si la posteridad acaba reconociendo que me trató muy mal, mucho peor de lo que merezco. Pero esto no deja de ser tonterías que pienso porque no tengo nada mejor que hacer, como el hablarles a los gatitos todo el día o cantándoles aquellas canciones, con pareados ripiosos, que tanto molestaban a mi antigua familia. Los gatos no parecen molestarse pero me miran raro cuando les canto cosas tan idiotas como: A mis nenes les canto una nana, tanto por la noche como por la mañana. A Micifuz, el amiguito de la luz, y a Zapinín, que es un nene muy guapín. Tengo dos gatitos muy mimosos, son mis “pezqueñines”, que me lamen la cara, tanto por la noche como por la mañana. Etc etc etc.

Cada vez siento menos necesidad del diario por lo que seguro se irán espaciando los capítulos, aunque no creo que pueda renunciar a él. Sin poner frente a mí lo que es mi vida, como en un espejo, es fácil que cayera en algún delirio del que no pudiera salir, me resulta tan fácil dejar que mi mente se vaya y no regrese que si pudiera hacer lo mismo con los sueños creo que hace tiempo que no habría vuelto a despertar.





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLVII

27 02 2017

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLVII

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MI PRIMER INVIERNO EN SORIA

Ha sido mucho mejor de lo que esperaba. Claro que los inviernos ya no son lo que eran, como dice todo el mundo. Apenas un par de nevadas, si se las puede llamar así, que no llegaron a dejar en el suelo ni una capita de nieve de unos centímetros de nada. Ha hecho frío, especialmente durante las olas de frío, hasta llegar a los once bajo cero, pero no ha sido el frío que me esperaba, la sensación térmica ha sido menor que en León, o al menos es el recuerdo que tengo porque hace ya muchos años que no voy por allí. Lo he podido pasar tan pimpante con un nórdico que compré por Internet y unas horas de calefacción, no todos los días, y nunca por las noches.  Encendí la chimenea tres veces, una para probarla y otras dos con las nevadas. Me bebí una copa de vino, un Ribera, mirando por la ventana del salón la nieve, como me había prometido, mientras la chimenea reflejaba una luz rojiza que atraía mucho a los gatitos.

UN DÍA EN LA VIDA DE UN ENFERMO MENTAL…JUBILADO

Creo que me resultará más sencillo hilvanar los recuerdos si me centro en lo que hago habitualmente un día cualquiera. Solo tendré que matizar y añadir detalles puesto que todos los días son iguales, haga sol o esté nublado, llueva o nieve, sople una buena ventolera o todo esté tranquilo y calmo como un paisaje hibernado.

Desde siempre me imaginé que cuando me jubilara dormiría muchas, muchas horas y me levantaría muy tarde. Tal vez se deba a mis peculiares biorritmos, pero la mañana es para mí el peor momento del día. También lo achaqué al peculiar ciclo energético del enfermo mental. Luego a lo bien que lo pasaba en sueños, fueran estos idiotas o terribles pesadillas, pero lo he ido descartando conforme comencé a anotar todos los días los sueños, hace ya bastante más de una década. Sigo disfrutando de los sueños pero no he conseguido encontrar en ellos esa puerta mágica al más allá, a otra dimensión, ni tampoco ese control que me permita programar sueños a gusto y gana, especialmente sueños eróticos. Sin embargo los gatitos han demolido esa tonta fantasía. Observo que los gatos duermen mucho, especialmente cuando son pequeños, se pasan el día durmiendo, sobre todo cuando no tienen nada más interesante que hacer o no encuentran esos divertidos jueguecitos que tanto les gustan. Han despreciado todos los juguetitos que les compré y se divierten mucho más con un tapón de botella que ruedan por el suelo, jugando a una especie de futbito gatuno, o desplumando el plumero como si fuera un pájaro o olisqueando por todas partes. He aprendido mucho de ellos, esa facilidad para dormirse a cualquier momento del día, con una facilidad portentosa, solo tienen que encontrar la postura adecuada, y la encuentran pronto, su lugar favorito,  y se duermen como bebés, luego pueden despertarse con cualquier ruido o simplemente para cambiar de postura. Se estiran con esa maravillosa postura gatuna que también es una postura de yoga físico, elevando la espalda, la chepa y estirando los patitas, luego bostezan un poco abriendo su boquita, dan unas vueltas sobre sí mismos, encuentran la postura que buscan y se duermen en un plis plás. Me acabo de acordar que aún no he comenzado el relato que me he prometido, Las aventuras y desventuras de Mici y Zapi, un cuento para niños…grandes. Tal vez se deba a que siempre retraso todo acontecimiento que conlleva una fuerte intensidad emocional, lo voy retrasando hasta que me produce más molestias el pensar siempre en ello que en hacerlo. Como decía los gatitos demolieron mi fantasía de jubilado. Se despiertan apenas hay un rayo de luz, sino lo han hecho antes, y ya no paran quietos. Antes, al principio, iniciaban su consabida sesión de lametazos. Les gusta especialmente el párpado, quizás por lo suave de su piel. Lamen y lamen hasta que decido que es mejor despertar de una vez y levantarse que soportar esa sesión más tiempo, un tiempo impredecible, puesto que por las noches hasta se quedan dormidos lamiendo, resulta simpático observar su lengüita moverse en el aire cuando están dormidos y yo he retirado mi cara o mis manos. Al principio solía remolonear un poco antes de bajarme de la cama, hubo días que a las ocho y media o nueve ya estaba trasteando un poco. Hace algunas semanas he descubierto que si les abro la puerta del jardín salen a dar una vuelta y yo puedo regresar a la cama a dormir otro rato, cuando lo consigo, hasta las diez o las once.

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Lo primero que hago al levantarme es tomar el cuaderno grande de sueños y anotar los sueños de la noche con una de mis dos plumas, baratas y que tengo que lavar con agua cada poco para que la tinta circule. Cada noche me levanto tres o cuatro veces como mínimo a orinar. Debe ser la próstata que hace años un urólogo me dijo que estaba crecida pero eso era normal para mi edad. Fue una experiencia absolutamente insólita, desconocía los efectos de un tacto rectal para saber cómo está la próstata. De haberlo sabido hubiera elegido a una uróloga, porque el orgasmo está servido, te pongas como te pongas. El hecho es que sea la próstata, la vejez o la gordura, y aunque no beba nada antes de irme a la cama, es imposible que duerma toda la noche de un tirón como fue el caso la mayor parte de mi vida. Esto tiene sus ventajas para recordar los sueños, aunque rara vez recuerdo los que tuve antes del primer despertar, porque no los anoto al momento, espero al despertar definitivo. Si consigo titularlos es más fácil que los recuerde como digo en el manual del perfecto soñador. Poner título a un sueño nada más despertarte y recordarlo supone una alta posibilidad de que lo recuerdes cuando vas a anotarlo. La anotación de sueños matinal me lleva un tiempo, no solo anoto los sueños que recuerdo, sino los acontecimientos del día anterior que han podido influir en ellos, una especie de diminuto diario que luego me sirve para saber qué ocurrió tal día de tal año. Ahora hasta anoto el tiempo, si el día está despejado o nublado, si está lloviendo o sopla fuerte viento.  Suelo anotar también las conversaciones telefónicas con mis amigos enfermos mentales con los que mantengo una relación habitual, o si he recibido una consulta a través del blog, mi estado de ánimo para supervisar cómo puede ir evolucionando una posible depresión, y sobre todo cómo veo el futuro. No puedo evitar recapitular el pasado en el estado de duermevela que precede al despertar definitivo. El pasado se lanza sobre mí y clava sus dientes afilados. Solo las técnicas de yoga mental que he aprendido a manejar, me permiten soportarlo, y cuando no es posible decido que ese momento angustioso me puede servir como recapitulación.

Al principio los gatitos no me dejaban escribir con tranquilidad, tenían que olisquear qué estaba haciendo o aposentaban su culito sobre el cuaderno y tenía que empujarles con delicadeza. Ahora suelen estar dando su paseo matinal y puedo escribir con total tranquilidad. Una vez terminada la anotación decidía ir al huerto, a dar unos azadazos, para limpiar las malas hierbas y prepararlo para la siembra, como me aconsejó Bautista. Hacer un poco de ejercicio cuando hace un frío que pela, viene muy bien antes del desayuno. Luego comenzaron las heladas y la tierra del huerto se endureció como el cemento.  Ahora me limito a subir la trapa de la cochera y sacar el arenero de los gatitos para amontonar sus excrementos en el montón de estiércol que ya había. Espero que me den unas buenas hortalizas.

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El desayuno nunca fue mi comida favorita, y aunque ahora podría hacer un desayuno inglés, con huevos, beicon y demás -nadie me lo impide y mi gordura me importa un pito, teniendo en cuenta que ya he renunciado definitivamente al sexo, lo que me ha costado un… podría hacer un chiste fácil con esta expresión vulgar, pero el que esté solo no debe hacerme zafio- me limito a mi desayuno clásico, kéfir de leche o té o leche con café descafeinado, unos cereales, alguna galleta de fibra o cuando me doy el capricho, un cruasán untado con margarina anticolesterol y mermelada de naranja amarga. Muchos días, cuando he comprado, me doy el capricho de un zumo de naranja natural. Eso es todo. Los gatitos han aprendido que no hay nada en el desayuno que les pueda gustar.

Nunca fumé por las mañanas, pero con la jubilación no me puedo resistir a fumarme un pitillo después del desayuno, siempre en el porche, sentado a la mesa de jardín que hay allí, llueva o diluvie, haga calor o un intenso frío, no importa. Fumo mirando la montaña de enfrente, la naturaleza, y aún medio dormido no puedo evitar que el pasado regrese, son los peores momentos del día, el despertar y el abotargamiento tras el desayuno. Nunca he fumado dentro de casa, a pesar de que ahora estoy solo y esta es mi casa, tal vez se deba a la rutina establecida durante el matrimonio y la vida familiar. Siempre reconocí el derecho de los demás a no tragarse mis humos, aunque tuviera que salir a dar un largo paseo hasta encontrar un sitio solitario. El tabaco es una adicción que asumo como un defecto de carácter. Me llamó la atención, estudiando los chakras, que esta adicción tenga mucho que ver con la falta de desarrollo del chakra garganta, no está abierto, tiene problemas y se producen determinados problemas físicos y de conducta. Comencé a fumar bastante tarde, tal vez a los treinta años, cuando iba de pub y discotecas con un amigo que me ofreció tabaco cuando notó mi nerviosismo en las discotecas, mirando a las chicas. Acepté debido a su insistencia y fue una decisión tonta que tal vez me pase seria factura ahora. Nunca fumé mucho, no más de medio paquete diario, y eso en los peores días. Durante determinadas etapas de mi vida llegué a fumar tan solo cuatro o cinco pitillos al día. Podía haberlo dejado, creo que tengo voluntad suficiente para hacerlo aún hoy, pero nunca quise hacerlo. Cuando sufría serias crisis depresivas y aún pensaba en el suicidio, porque morir de un cáncer de pulmón no me parecía una tragedia tan terrible, y luego porque consideraba que bastante había sufrido y bastante tenía que reprimirme socialmente en multitud de terrenos, como para privarme de un pequeño vicio. Soy consciente de que es un vicio arriesgado y ahora muy mal considerado socialmente (hubo un tiempo en el que fumé en las discotecas sin el menor problema) pero no puedo evitar la rebeldía frente a otros vicios y otras formas de deterioro socialmente aceptadas. Me parece muy hipócrita que papá Estado se preocupe tanto por los fumadores, los bebedores y tantos otros y tan poco por quienes no tienen trabajo, no tienen techo, apenas consiguen algo para comer, y todo eso a pesar de ser derechos reconocidos constitucionalmente. Si papá Estado fuera tan bueno y estuviera tan preocupado por nuestro bienestar no solo se preocuparía de los fumadores, hay temas sangrantes de los que debería preocuparse y mucho, como la pobreza extrema, la violencia de género (ahora, por fin, parece que comienza la lucha en serio). Sé que no son razones, y como guerrero impecable, no puedo aceptarlas, pero es una decisión que he tomado y asumo todas sus consecuencias, intentando perjudicar lo menos posible, vive y deja vivir.

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Los gatitos han salido conmigo al jardín. Al principio eran tan urbanitas que hasta el césped del jardín les daba reparo, como mucho movían una patita, con delicadeza, para tocar una hierba.  Tuve que enseñarles a pisar el jardín sin miedo, para ello daba una vuelta con ellos –me seguían a todas partes- alrededor de la casa, por el camino de baldosas. Al menos dos veces al día hacía ese recorrido, deteniéndome en el huerto y junto a los árboles. Eran demasiado pequeños para trepar a un árbol, pero no tardaron mucho en hacerlo. Fui consciente de que en cuanto crecieran comenzarían a trepar a los árboles y saltarían la tapia del jardín. Quería que fueran gatos pueblerinos, amantes de la naturaleza, y a pesar de los riesgos lo sigo deseando. La amiga que me los regaló los había educado para temer a los coches. Ella vive en una casa, cuya puerta da a la calle, por donde pasan coches habitualmente. Tenían tanto miedo de ellos que en cuanto escuchaban el ruido del motor de un coche por el camino de tierra hasta la casa –algo que ocurre muy pocas veces- salían disparados hacia el interior de la casa. Con el tiempo han ido aprendiendo y acostumbrándose, ahora trepan a los árboles y saltan la tapia como si tal cosa. Aún recuerdo la primera noche que Mici pasó fuera porque no regresaba y decidí irme a la cama y cerrar la puerta porque hacía mucho frío. Luego apareció por la mañana subido a un árbol en un chalet vecino. Estas divertidas anécdotas las contaré en los relatos a ellos dedicados.

Llega el momento de la mañana en que hay que hacer algo. Cuando estoy mal me cuesta no regresar a la cama. Intento llevar a cabo, con determinación férrea, el programa que he confeccionado. Así escucho música. Decidí repasar todos los vinilos que tengo, la mayoría comprados en mi juventud. Comencé con Pink Floyd, luego seguí con música electrónica, jazz y blues y ahora estoy con música celta. Algunos discos están muy rayados, tanto que debería tirarlos, por suerte hace años decidí grabar los que estaban en peores condiciones en cintas. Debió ser hace bastante, cuando ni imaginaba que pudieran llegar a existir cedés o pendrives. Anoto en la agenda correspondiente las audiciones y el estado de los discos. Tengo un montón de agendas para todo, novelas que estoy escribiendo, índice de relatos y dónde están, películas que he visto y que veo, documentales, diccionarios de todo tipo como herramientas del escritor, agendas dedicadas a la recapitulación de mi vida. Es increíble cómo he caído en esta manía obsesivo-compulsiva. Desde hace ya muchos años caí en todo tipo de manías, recuerdo cómo grababa en cintas películas, documentales, programas interesantes, que luego no tenía tiempo de ver. Me consolaba pensando que lo haría cuando me jubilara. Tal vez intuía que mi jubilación iba a ser muy solitaria y muy larga. Cuando recuerdo todo el tiempo perdido en estas cosas, lo mismo que cuando me inicié en Internet y comencé en las comunidades literarias, los talleres literarios y sobre todo con el Hotel de los disparates (ahora lo estoy recuperando y subiendo a Internet) el tiempo que dediqué a todo esto ahora me asusta. No fui una buena pareja ni un buen padre, es algo que ahora veo con mucha más claridad, aunque en aquel entonces también lo veía, pero necesitaba escapar de mi enfermedad, de la fobia, de la realidad. Mi vida era una fuga constante y cualquier cosa me servía, especialmente mis manías “culturales”.  El tiempo dedicado a estas manías y a otras que no lo son tanto, como escribir, leer, escuchar música, es realmente impactante. Yo mismo me asombro, aunque luego, pensándolo mejor, me digo que ese es el tiempo que los demás suelen dedicar a las relaciones sociales. Algo humanamente mucho más positivo, bueno, lo sería si las relaciones fueran realmente “humanas” y no estúpidamente sociales, no me parece que emplear ese tiempo en hablar de futbol con los amigotes, en salir a tomar birras, en reuniones sociales en las que solo se habla de lo que uno se ha comprado o se piensa comprar, etc etc, sea mucho mejor que la forma en que yo pierdo el tiempo. Unas relaciones interpersonales humanas y profundas serían realmente envidiables, pero hablar del tiempo, de que me voy a comprar un piso, un nuevo coche, que los hijos se van a las chimpanpas, que determinados fulanitos y menganitas han hecho o dejado de hacer, o simplemente ver reality shows en la tv no es algo que me resulte envidiable precisamente.  Envidio las verdaderas relaciones interpersonales y me hubiera gustado tener más y mejores amigos, haber tenido actividades sociales generosas y humanas, disfrutar de pequeñas tonterías como tomarse una birra charlando amistosamente, o incluso tampoco está mal hablar y bromear un poco sobre futbol, pero si eso es todo prefiero pasarme horas y horas escribiendo, leyendo, escuchando música, viendo cine, incluso martirizado por esas manías obsesivas de anotarlo todo en mis agendas, que perder el tiempo, horas y horas, días y días, hablando bobadas con personas de las que al cabo de los años acabas no sabiendo nada, excepto que son de un equipo de fútbol o de otro y que tienen un coche marca no sé qué.  Como estudio en la ley de los tres círculos, en el blog, una persona del primer círculo no puede ignorar lo más importante de otra por la que siente afecto, escuchar las desgracias, conocer la intimidad más profunda del otro, aunque duela mucho, forma parte de las leyes del primer círculo, cuando ignoras todo del otro puedes estar en un segundo o tercer círculo aunque creas que son grandes amigos o personas con las que tienes un vínculo maravilloso. Huir del dolor ajeno no es precisamente la mejor manera de establecer un primer círculo, por eso incluso las familias se deshacen, se odian, no vuelven a verse, porque si no compartes el dolor tampoco podrás compartir la alegría y la felicidad. Esto lo veo ahora especialmente claro en mis relaciones con los enfermos mentales, puede que seamos incapaces de relacionarnos, es cierto, pero cuando intentan darnos envidia con esas relaciones de chichinabo, como diría mi padre, uno siente el deseo de echarse a reír y no parar. ¿Un solitario como yo puede tener envidia de personas que se saludan, hablan del tiempo, preguntan cómo estás y tratan de escabullirse si les vas a contar una historia desgraciada, de personas que llevan años hablando contigo y desconocen que eres un enfermo mental, por ejemplo, o que una vez intentaste suicidarte, o que leíste a Dostoievski a los catorce años y te dejó impactado, o que no saben que la música que más te gusta es la de Bach, o que en realidad el sexo es para ti el mayor placer de la vida, pero nunca te atreverías a decírselo ni ellos a escucharlo?

Bueno, acabo de empezar la mañana y ya tengo que pasar a otro capítulo del diario. Esto llevará tiempo. Ahora recuerdo aquella novela, Un día en la vida de Ivan Denisovich, de Soltsenizin, o como se escriba, que no me apetece buscarlo en google. Por mucho que me queje debo de estar agradecido a que un día de mi vida pueda ser tan tranquilo, bucólico y lleno de pequeñas cosas.

Sin noticias de Sara. No es que me preocupe por ella, intuyo que está bien, pero me siento muy triste cuando constato que mi primer círculo está vacío. La vida es un paisaje vacío y desolado cuando no hay nadie en el primer círculo. He comido unos macarrones, me he fumado un pitillo en el porche, está nublado y sopla un viento fuerte y frío, de nieve, los gatitos se han ido a dar un paseo, han llegado los dos perritos que se han acostumbrado a entrar al jardín como perro por su casa, la tapia ya no les resulta ningún obstáculo, han descubierto que por detrás, por fuera, hay un montículo que les permite saltarse el muro de piedra, no puedo hacer nada, no puedo subir la tapia ni cavar el montículo. Me sentaré ante el televisor y me dormiré como casi siempre. Un día más, lleno de pequeñas cosas y de melancolía.

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLVI

24 01 2017

 

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLVI

MIS PRIMERAS NAVIDADES CON MIZI Y ZAPI

No es lo que tenía previsto. Me lo había planteado todo con mucha calma, me trasladaría a cualquier piso o casa, lo mejor que pudiera encontrar, y durante unos meses o un año me dedicaría a buscar la casa de mis sueños. Las mascotas tendrían que esperar ya que no pensaba tenerlas en un piso o en una casa que no reuniera las condiciones. Había pensado en un perrito, un cachorrito de labrador, al que educaría para que viviera como con un hermanito con un cachorro de gatito. Un perrito y un gatito, esos eran mis planes. Como el alquiler del apartamento de Manzanares no caducaba hasta primeros de noviembre tenía unos meses para buscar un paisaje y una casa o piso que me gustara, luego haría la mudanza, poco a poco, con el coche para ahorrarme el dinero del transporte y durante un año, plazo máximo que me había puesto, buscaría una casa que realmente me gustara, con su jardín o su huerto, con un trocito de terreno, que fuera suficientemente amplia para mis libros, vídeos y toda la parafernalia que he ido acumulando a lo largo de la vida. En un año y medio, como máximo, estaría instalado, muy consciente de que el alquiler tiene su lado negativo, te pueden echar cuando a los propietarios les interese. Durante al menos una década me dedicaría a disfrutar de la jubilación, ordenando mis manuscritos, intentando acabar las novelas y relatos que considero más importantes, leyendo todo lo que me queda por leer, disfrutando de la música de forma sistemática, viendo todos los vídeos de documentales y películas que grabé durante años pensando precisamente en disfrutarlos durante la jubilación. Me dedicaría a perfeccionar mi juego ajedrecístico, repasando las partidas históricas más importantes. Viajaría lo que pudiera y cuando el cuerpo y la mente sufrieran un deterioro importante, que me impidiera valerme por mí mismo, buscaría una residencia en la montaña, que me gustara lo suficiente y que estuviera al alcance de mi pensión y me retiraría allí, a esperar la última danza con la muerte.

El hombre propone y Dios dispone, dice el refrán. Las fuerzas poderosas me echaron un cable. Encontré el paisaje y la casa a la primera, no tuve que esperar a que caducara el alquiler porque surgió un inquilino interesado y pude llegar a un acuerdo con el propietario. Comencé a disfrutar de la jubilación a primeros de mayo y a mediados de julio ya estaba preparado para instalarme en mi nueva casita. Inicié una mudanza sin prisas, llenando el coche cada vez que hacía un viaje a la Mancha con las cosas más urgentes e inmediatas. Vivir en dos sitios es un poco esquizofrénico, es como si tuvieras una doble personalidad, una cuando estás en una casa y otra cuando estás en la otra. Debido a una serie de circunstancias en parte que no estaba en mi mano evitar y en parte que yo mismo me busqué con errores idiotas, me preocupaba un poco el dejar el apartamento en unas condiciones aceptables, más o menos limpio y ordenado y todo en el mismo estado en que lo recibí. Para eso tenía que reparar la luz del congelador del frigorífico, que había dejado de lucir sin más (lo mío con los frigoríficos es para hacérselo mirar), la luz del armarito del baño, que no fue culpa mía, pero que no lo puse en conocimiento de la propiedad en su momento por motivos fóbicos, me cuesta mucho hacer estas cosas tan elementales. Luego resultó que el electricista, un hombre mayor y agradable, me cobró menos de lo que pensaba y descubrió que el fallo era muy elemental, aunque no al alcance de este chapucillas. Tuve que quitar yo mismo la instalación de Internet y de la televisión por cable, no fue complicado, pero sí molesto, y entregarlo en la tienda de la operadora más próxima. Es curioso lo mucho que se molestan cuando van a instalarte algo y cómo luego pasan olímpicamente de llevarse lo que han traído.

Fui dejando el empaquetar y limpiar para última hora, y me pilló el toro. La nueva inquilina tenía prisa y en quince días me vi obligado a empaquetar, limpiar, desinstalar Internet, llamar al electricista, mirar a ver cómo solucionar el tema del frigorífico (también se había roto una de las bandejas de plástico que ya estaba mal cuando llegué y que no quise que me cambiaran porque las prisas por encontrar un apartamento tras el divorcio eran prioritarias)y procurar que no se notara demasiado que un Adán como yo había estado viviendo allí durante dos años.

Lo de los gatitos fue también una elección de las fuerzas poderosas. Uno nunca sabe por qué suceden ciertas cosas, hasta que ocurren, o por qué conoce a ciertas personas hasta que con el tiempo descubre que todo tiene una razón de ser. No fui yo quien decidió conocer y ayudar a Mc, una hermana enferma mental, ni tampoco fui yo quien eligió conocer a G. una amiga suya, cuando visité su casa por primera vez para conocer a su madre. Sí fue decisión mía hablarle a G. de mi condición de divorciado buscando una amiga con derecho a roce, pero fue decisión suya hablarme de V. una amiga suya, mormona, con la que tal vez me pudiera entender. Sin que todas y cada una de estas circunstancias se produjeran mis gatitos queridos, Mizi y Zapi, ahora no estarían conmigo. Seguramente habría pasado la Navidad solo y tal vez para la primavera me habría ocupado de buscarme un gatito. Bien mirado cada cosa que nos sucede en la vida es consecuencia de un cúmulo tal de circunstancias que, tanto para lo bueno como para lo malo, hubiera sido muy difícil que se produjera sin que las fuerzas poderosas hubieran contribuido a desbrozar todos los obstáculos.

Lo cierto es que sin yo elegirlo Mc me fue enviada como dice don Juan que el espíritu envía al guerrero a aquellos que deben ser iniciados por él, y a través de ella acabaría recibiendo a mis dos encantadores gatitos, tal vez una recompensa por una modesta contribución a que una hermana enferma mental pudiera ir superando sus crisis durante unos años. Antes tuve que asistir a una reunión mormona y luego a una ridícula sesión de adoctrinamiento por parte de sus dos jóvenes y hermosas sacerdotisas, como narro en otro capítulo de este diario. Nada se consigue sin un pequeño esfuerzo, gracias a ese “esfuercito” ahora vivo en buena armonía con dos gatitos deliciosos y tengo entre mis contactos telefónicos y de wasap a Mc, G. y V. No se puede decir que sean el cincuenta por ciento de mis contactos, porque está Bautista y familia, está mi buen amigo G, están mis buenas amigas rumanas D y M, está mi buena amiga sudamericana E. ahora en Suecia, y a quien pude ayudar un poco con un problema burocrático que hubiera hecho su vida un poco más desgraciada de no haber sido resuelto. Todos estos contactos, además de L. que ya venía de mucho atrás, pero que apareció tras el divorcio como por arte de magia, han sido los que me han felicitado la Navidad y a quienes yo he felicitado. No me atrevería a denominarlos como relaciones de primer círculo, pero sí que están en camino y ahora mismo son todo lo que tengo.

Ya había dado por perdida la fianza del apartamento de Manzanares cuando decidí que era mejor que la propiedad se encargara de todo, así me libraría de algunas complicaciones y de asumir y responsabilizarme de algunos errores idiotas que cometí por lo mal que estaba y por lo tonto que soy. Empaqueté, limpié lo que pude, perdí la fianza y llegué a un acuerdo con el hijo de Bautista para que me hiciera la mudanza de lo que restaba en su furgoneta. Decidí que era el momento de llevarme también al gatito que me había ofrecido V. Cuando fui a recogerlo ella me comentó que por favor me llevara los dos que le quedaban de la camada, puesto que el resto los había entregado a otras personas. Me dijo que eran dos hermanitos que se llevaban muy bien y que sería una pena separarlos. Esta fue también una sabia decisión de las fuerzas poderosas, refrendadas por mi decisión de guerrero impecable. En un principio yo solo quería quedarme con Mici, porque parecía más cariñoso y también tenía más prestancia, al contrario que Zapi, con su cola quebrada y su divertido caminar, mirado desde atrás, como una especie de Charlot gatuno. Una o dos noches antes yo había soñado con una preciosa mamá gatita que me miraba con ojos casi humanos y que parecía decirme que no le arrebatara a sus niños. Yo la consolé diciendo que los cuidaría muy bien y que podía estar segura de que nadie les daría más cariño que yo. Fui impactante comprobar que la gatita de mis sueños era la mamá de Mici y Zapi. Sentada sobre la mesa del comedor me miraba como me había mirado en sueños y yo le repetí, telepáticamente, lo que ya le había dicho, que sus niños iban a ser muy felices conmigo. Lo malo fue que solo me había preocupado de comprar un transportín para un solo gato, junto con el comedero, bebedero y algún juguetito.

Fue muy duro para mí arrebatarle a la mamá a sus niños, encerrarlos juntos en el transportín y llevármelos en el coche al apartamento. Hay quienes creen que los animales son una especie de juguetes mecánicos, como relojitos programados, que se guían por sus instintos y que están hechos para que los humanos nos alimentemos de ellos o nos sirvan de compañía, una compañía paupérrima y mecanicista, como un robotín de juguete. Como aspirante a buda impasible y a guerrero impecable, para mí los animalitos son como personitas, por debajo de nuestra escala evolutiva, por debajo de la estructura espiritual, aunque no tanto como pensamos, y con quienes es un poco más complicado comunicarse, aunque no tanto como algunos creen, porque carecen de nuestro lenguaje y porque su consciencia, la chispita divina que han recibido, les ha reducido a unos límites que para nosotros son más amplios, aunque no tanto como nos gustaría creer. El universo es mental, dice el Kybalión, y yo me lo creo, todos formamos parte de una mente cósmica, universal, en la que está todo lo existente, es una entidad impersonal y como tal no podemos esperar de ella que se comporte como se comporta una persona. Por encima de ella hay otras entidades y al final del camino está el círculo perfecto de la trinidad divina. Todo en el universo tiene su parte de consciencia, su chispita divina, incluso la materia, los minerales. Aún recuerdo con pasmo aquella experiencia onírica en la que pude ver una pared de mi cuarto como un conjunto sólido de innumerables partículas vibrando de una forma espectacular y lo que sintió mi cuerpo de luz, mi cuerpo astral, al atravesarla. Fue una experiencia impactante que me hizo comprender el huevo de luz del que le habla don Juan a Castaneda –lo que somos los humanos- y las emanaciones del Águila o de la mente universal que son las que crean todo lo que nosotros consideramos existente. Todo es un conjunto de partículas subatómicas vibrando y lo que consideramos externo a nosotros, una realidad diferente, no es otra cosa que partículas que están fuera de nuestro huevo luminoso, fuera de los límites en los que ha sido atrapada nuestra consciencia, pero que muy bien pueden llegar a formar parte de nuestra individualidad, como les sucede a los alimentos tras un periodo de digestión, que llegan a formar parte de nuestro cuerpo físico, o como ocurre cuando el nagual brota y supera los límites de esa especie de capa vibratoria que nos separa de todo el resto del universo. La experiencia mística en realidad no es otra cosa que darnos cuenta de que la supuesta individualidad, de que la capa personal que nos separa del resto no es otra cosa que partículas subatómicas vibrando que bien puede vincularse con el resto de partículas siguiendo la teoría de la vinculación de Milarepa. Y ahora me acuerdo de que le debo a Milarepa proseguir con su teoría de la vinculación, conforme me advirtió en su mensaje navideño. Es curioso porque este año pensaba que no habría mensaje navideño ni carta de Milarepa. Mi estado de ánimo me incapacitaba para servirle de instrumento, y sin embargo bastó el impulso de ponerme ante el ordenador, posar las manos en el teclado y todo el texto surgió de forma espontánea y sin detenciones para reflexionar. Algún día espero conocerte, Milarepa, y me explicarás todo este curioso proceso que llevo viviendo desde hace años.

En el capítulo anterior hablaba de mi experiencia mística con Mici. Fue una noche, tumbado en la cama, antes de apagar la luz y disponerme a dormir. Mici se puso sobre mi pecho, sentadito con su peculiar postura gatuna, su culito aposentado a la altura de mi corazón, y allí se quedó, mirándome con sus increíbles ojitos. Yo estaba mal, deprimido, hastiado de tanta soledad, comenzaron las vibraciones en mi cabeza, precursoras de experiencias telepáticas y de otros fenómenos que me aterrorizan. Entonces sentí con total intensidad la personalidad de Mici, creí percibir su reproche por haberles separado de su mamá. Y sin poder evitarlo comencé a hablarle vocalizando las palabras, luego me callé, pero mi mente siguió explicándole lo que es la vida gatuna sobre la tierra y que ellos también, lo mismo que nosotros, debían aprender sus lecciones, tal vez porque estaban destinados en el futuro a formar parte de alguna civilización inteligente, cuando elevaran su consciencia un grado más. Mientras tanto nosotros éramos sus tutores, una mierda de tutores, todo sea dicho, que se los comen o los maltratan como si fueran piedras que uno se encuentra en el camino. Le pedí perdón y le prometí que en sueños les llevaría junto a su mamá gatita, para que pudieran sentir su cariño y pudieran decirle que conmigo no estaban tan mal. También le pedí perdón a su mamá y los límites, las fronteras, entre mi personalidad y las suyas, entre mi individualidad y todo lo existente, pareció desvanecerse. Si esto no es una experiencia mística debe ser algo muy parecido. Desde entonces creo que puedo hablarles mentalmente y que ellos me entienden. No he dejado de hacerlo.

Esto me hizo recordar la novela de Lobsang Rampa, Mi vida con el lama, en el que una gatita siamesa nos cuenta su vida. Comencé a releerla días después. También me hizo recordar el episodio del coyote y Castaneda, cuando éste, tras una experiencia con el peyote, creyó haberse encontrado con un coyote y hablado con él. Resulta muy divertido cómo luego trata de razonar con don Juan intentando explicar que la experiencia había sido debida a los efectos de la droga y que el coyote en realidad podía ser una entidad invisible, un aliado, que había adoptado la forma de un coyote, o que su mente se había trastocado y había vivido una alucinación. Don Juan no deja de troncharse de risa tras cada explicación. Luego recapitulará todas sus enseñanzas, su iniciación, al final de “Relatos de poder”, antes de darle la explicación de los brujos. También recordé la saga de novelas de ciencia-ficción que había leído durante el año, La rebelión de los pupilos, de David Brin, en la que algunas especies animales, que han sido «elevadas» hasta conseguir que sus cerebros se equiparen con los humanos y puedan comunicarse con ellos y entre sí, participan en un viaje espacial con una nave que comparten todos. La saga se compone de varias, novelas, no sé ahora si son cinco, y en ellas podemos ver cómo los «pupilos» acaban rebelándose contra sus tutores que aún siguen contemplándoles como escalones inferiores en la evolución. Recuerdo que la lectura de esta saga me impactó por lo que suponía de poner en su sitio el maltrato animal y el terrible error histórico que supondría, y ha supuesto, tratar a quienes nos fueron encomendados como pupilos para ayudarles en su evolución, como simple carne para llenar nuestros estómagos, como competidores sin sentido en un planeta que siempre hemos creído nuestro. Pero es algo que la humanidad repite y repite a lo largo de su historia, las mujeres no tienen alma, decía Aristóteles, y ahora nos sorprendemos de que no se pueda erradicar la violencia de género, tras siglos de esclavitud en todos los sentidos. Los blancos han tratado así a las personas de raza negra, convirtiéndoles en esclavos, como animales de tiro, los hombres a las mujeres, los adultos a los niños, los normales a los enfermos mentales, los sanos a los enfermos, los listos a los menos listos, los poderosos a los menos poderosos, los verdugos a las víctimas. En realidad, por muchas vueltas que le demos, la raíz de todos estos conflictos está en la incapacidad de ver la chispa divina en los demás. Una mujer no puede tener chispa divina, ni tampoco un negro, ni un niño puede decidir de acuerdo a la chispa que hay en su interior, ni los enfermos mentales, que parecen haber sido privados de esa chispa, ni este, ni aquel, ni el otro, y así llegamos a la gran raza aria nazi que ve como lo más natural terminar con todos los que no se le parecen, el genocidio es la más espantosa de las blasfemias, la negación de la chispa divina que hay en el interior de todo lo existente, humanos y animales, vegetales y minerales. Algún día tendremos que pedir perdón a los animales que hemos masacrado, como a las mujeres, a los niños, a los enfermos mentales, a los discapacitados, a los enfermos, a las víctimas de la violencia y el genocidio. Algún día todas las víctimas, como corderos, se presentarán ante el Padre y los verdugos serán obligados a pedir perdón o acabarán fuera, en la soledad fría, rechinando los dientes. Todo os será perdonado, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Esa blasfemia no puede ser otra que no respetar y querer a la chispa divina que hay en el interior de todo lo existente.

Recordé ese episodio mientras vivía la experiencia con Mici. Luego esa noche tendría el sueño de los gnomitos que tengo cuidadosamente anotado. Los cuerpos de los gatitos eran de luz, pero en vez de estar situados verticalmente en el espacio, como los nuestros, lo estaban horizontalmente. Sus cabecitas eran muy grandes, exactamente unas cabecitas gatunas, pero tenían forma antropomórfica, me recordaron a unos gnomitos graciosos. Lo que más me sorprendió fue que Zapi parecía una personita mayor, tal vez un gnomito de unos cincuenta o sesenta años humanos. La expresión de su rostro destilaba la sabiduría de un anciano. Por el contrario Mici era como un niñito juguetón y divertido. Tuve la sensación de que formaban pareja esotérica, es decir, Zapi era el maestro gatuno y Mici el discípulo. Les he observado desde entonces y me he llevado una gran sorpresa, porque Zapi, que parecía el más huraño, el más rebelde, se transformó el más cariñoso, el más serio y pausado, en cambio Mici, que parecía el más cariñoso, se distanció. Zapi actúa como jefe de la manada, como macho alfa, come el primero, es el que toma las decisiones en sus aventuras, como subir el primero al árbol del jardín, y hasta llegó a ronronearle de forma agresiva a Mici cuando intentó arrebatarle un trozo de sardina o de lo que fuera que les había dado, ya no recuerdo. Toda su conducta se adecúa muy bien a su presunta condición de gnomitos, Zapi el anciano sabio, y Mici el niño juguetón y travieso. En el sueño yo iba con ellos por pasadizos subterráneos, era un humano, que pretendía ayudarles en una especie de extraña guerra de razas invisibles, algo así como las que se cuentan en las novelas de fantasía. Tal vez escriba algún día esa novela, una idea muy buena para una novela de fantasía, tal vez el género que más me cuesta y el que menos he cultivado hasta ahora. También pienso escribir unos relatos infantiles basados en ellos, las aventuras de Mici y Zapi, o algo por el estilo.

Pero antes de llegar a esa experiencia mística tuve que pasar el calvario de verles sufrir. Si bien lo pasaron muy bien jugando con las cajas de la mudanza, como si estuvieran en un parque infantil, en Disneyworld o algo por el estilo, todo les parecía sorprendente y propicio a juegos creativos, no por ello dejaron de maullar lastimeramente, supongo que llamando a su mamá. Luego el viaje fue terrible, un error imperdonable por mi parte, debí haber comprado otro transportín y haberme informado mejor por Internet para los viajes de gatos. Sus maullidos durante el viaje me traspasaron el corazón y solo pensaba en llegar, en llegar cuanto antes y en soltarlos en el jardín. Con el tiempo he comprendido que pueden ser muy ladinos con sus maulliditos que parten el corazón, para conseguir una sardina de lata que estoy comiendo, o un trozo de jamón, o un langostino, o lo que sea, incluso para que les abra la puerta para salir al jardín. Si les hiciera siempre caso me convertiría en su esclavo, tengo que educarles, como a niños mimosos, y de hecho lo estoy consiguiendo, ya me dejan escribir al ordenador sin necesidad de esperar a que estén dormidos, por ejemplo.

Estas fiestas les ofrecí una comida especial, sardinas fritas, que para mi sorpresa no les gustaron tanto como los langostinos con cáscara, no tanto si se los pelaba. Por suerte me salieron abstemios, quise ofrecerles un chupito de cava para que se contentaran un poco antes de poner música e intentar bailar con ellos, pero olieron el licos y no lo quisieron probar. Luego Mici se marchó al jardín en nochebuena, aprovechando que me había dejado la puerta entornada, con la esperanza de que cayera algún copo de nieve, y regresó cuando yo me había bebido la botella entera y andaba contento y tropezón. Decidí ver una película y curiosamente fui a topar con París-Texas de Winders, en mi almacén de películas grabadas que guardo en un disco externo. La recordaba como una película que me había impresionado mucho, y no sabía por qué. Lo supe cuando la vi. Extraordinaria historia sobre la relación de su pareja y su hijo. Me hizo pensar en el divorcio y en la relación con Sara y acabé echando unas lagrimitas.

Estas fiestas he comido demasiado, una pierna de cordero para nochebuena y Navidad y un chuletón para Nochevieja y año nuevo. Le prometí a Milarepa que me pensaría lo de hacerme vegetariano tras la experiencia mística con Mici, pero soy tan débil que me doy asco. Algún día lo conseguiré. La compañía de los gatitos me ha ayudado mucho a vivir estas fiestas, solitarias, tristes, melancólicas, recapitulatorias. No han sido tan malas como pensaba, aunque tampoco tan buenas. No cayó la nieve que esperaba y decidí no encender la chimenea y beberme el cava mirando la nieve a través de los grandes ventanales del salón. Imagino que volveré a ello, lo mismo que a mis gatitos, para contar la compleja evolución de nuestra relación.

REENCUENTRO CON SARA

Me pasé todas las fiestas pensando en el reencuentro con Sara, me lo había prometido, pero no las tenía todas conmigo. ¿Se echará atrás? Es una mujer de carácter, con pocas dudas cuando toma sus decisiones, pero sé muy bien lo difícil que resulta reconducir una relación rota, comenzar de cero. Al final se produjo el reencuentro, por suerte antes de su viaje al extranjero que posiblemente sea una encrucijada importante en su vida. Ocurrió hace unos días y para mí fue una experiencia conmovedora. La noche anterior apenas pude dormir y me preguntaba qué me estaba pasando, sencillamente no quería admitir que el reencuentro era una experiencia muy emotiva. Luego cuando llegué a casa, por la noche, me sentía muy desequilibrado emocionalmente, muy impactado. Ha sido una gran lección de la enorme dificultad que supone reconducir una relación hacia el primer círculo cuando hemos dejado de pertenecer a él, bien por haber sido expulsados o simplemente porque las circunstancias de la vida así lo han querido. No puedo decir mucho más porque le he prometido discreción en este diario respecto a su persona. Tampoco subiré fotos porque no le he pedido permiso y me cuesta hacerlo, intuyo lo que supone para ella en el terreno emocional.

Ahora queda lo de la venta de la casa, para que lo que fue mi pasado quede atrás y pueda reiniciar una nueva etapa en mi vida. Sé que antes o después tendré que hacer una seria, prolongada y serena recapitulación de mi vida en Manzanares tras el divorcio, pero aún no estoy preparado. También debo recapitular un poco sobre todas las facetas de mi vida, salud, evolución espiritual, soledad, mis proyectos sobre las novelas, lo que he leído, lo que me queda por leer, mi vida cultural, ahora que tengo tiempo para leer, escuchar música, ver cine, y hacer todo aquello que fui dejando pendiente durante mi vida laboral.

La soledad sigue siendo mi gran obstáculo como guerrero impecable, pero he mejorado mucho. Es como aprender una intragable lección de matemáticas cuando odias las matemáticas. Con el tiempo y tras darle muchas, muchas vueltas, acabas por encontrarle algún sentido, incluso su aspecto lúdico, incluso la parte de la ecuación de la vida que nunca pudiste comprender y que ahora parecer estar mucho más clara, formar parte de la respuesta sobre el misterio de la vida. Un guerrero impecable acepta que la vida es un misterio, que nunca lo podrá desentrañar, pero a pesar de ello no dejará de intentarlo hasta su muerte. Un guerrero impecable es humilde porque sabe que el misterio de la vida lo supera. Un guerrero impecable trata de armonizar el terror de estar vivo con el prodigio de estarlo.





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLV

2 12 2016

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLV

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EL MAYOR IMPACTO EMOCIONAL DE MI VIDA

Hoy he sentido la imperiosa necesidad de volver a escribir en el diario, que tengo muy descuidado últimamente debido a  varias razones, el ajetreo infernal de este verano y un poco menos este otoño, aún así ha sido un ajetreo importante, la necesidad de tomarme un respiro y reflexionar sobre el camino que ha seguido este diario durante estos dos años, la terrible apatía que sufro en los últimos tiempos para hacer cualquier cosa y sobre todo la espera, casi angustiosa, que supone la firma de la escritura de venta de la casa. Me da miedo que no se realice porque estoy deseando quitarme de encima el anclaje que supone con un pasado ya muerto. Doy gracias a Dios de ser un guerrero impecable, con el desapego que eso conlleva, porque de otra manera lo estaría pasando muy mal debido a ciertas circunstancias que no voy a mencionar aquí pero que me han hecho consciente del terreno pantanoso y de la fragilidad de algunas relaciones del primer círculo.

Ayer fui a Soria a pagar el alquiler de la casa y aproveché para llenar el maletero con alimentos del Mercadona y del rastro que al parecer se celebra todos los jueves, algo que no sabía. Era imprescindible porque me había quedado con la despensa vacía, me cuesta salir de casa hasta para lo más esencial. Un despiste grave me ha supuesto la pérdida de una cantidad de dinero que no es importante pero sí muy molesta. No es la primera vez que me ocurre, desde el divorcio he perdido dinero a lo tonto que de seguir viviendo en familia me habría supuesto un serio disgusto, ahora que estoy solo es simplemente un toque de atención al deterioro mental que observo en mí desde hace algún tiempo. El físico también es importante, alguna mañana he temido que me diera algo, aunque ahora con el cambio de horario que ha supuesto la convivencia con mis gatitos no se ha vuelto a repetir. No pienso poner remedio, ni a uno ni a otro, la muerte es cada vez una salida más agradable, algo así como mi vida onírica, que por muy repleta de pesadillas que esté durante este último mes no deja de ser algo agradable y perfectamente controlado. Ayer estuve muy hundido, y no solo por ese despiste idiota, creo que estoy cayendo en una depresión grave. Algo que por otro lado parece no ser único y exclusivo de mi patología, porque observo que otros amigos-hermanos enfermos mentales con los que llevo tratando desde hace años han pasado una racha realmente nefasta. Es curioso pero me he sentido muy lúcido al analizar sus patologías, me temo que no solo se trata de la enfermedad concreta que padecen sino de un error gravísimo en su filosofía de la vida al priorizar valores que no deberían estar en la cúspide sino mucho más abajo. Así M. prioriza el dinero, imprescindible en su vida, pero lo pone por encima de otros valores como es el de su propia dignidad personal y eso tiene consecuencias muy serias. Es cierto que el miedo a la soledad, mucho más comprensible, también está influyendo de forma muy negativa puesto que se considera obligada a seguir manteniendo relaciones interpersonales y afectivas con personas que la están destrozando, el hecho de que sean familiares no deja de producir el mismo efecto que si se tratara de enemigos mortales. Tengo muy claro lo que yo haría, vivir con el poco dinero que me quedara, alejarme de esos familiares nefastos y vivir la soledad con la mayor dignidad posible. Pero ella tiene otras prioridades que están destrozando su vida y no saldrá de ahí hasta que cambie su escala de valores, priorizando su salud física y mental, su dignidad como persona a la necesidad de dinero y de tener a alguien a mano para ayudas urgentes. Hemos tenido largas conversaciones telefónicas, he procurado escucharla, darle todo el apoyo posible y hasta tal vez me haya pasado un poco con el cariño, pero en lo único que nunca me arrepentiré de pasarme. A otros les pasa tres cuartos de lo mismo, priorizando valores que nunca deberían estar en la cúspide de la pirámide atraen problema tras problema a sus vidas, entran en un bucle infernal del que nunca conseguirán salir porque la única salida es la que ellos no quieren aceptar, cambiar la jerarquía de sus valores. Creo que a mí me pasa algo parecido pero al menos tengo lucidez suficiente para verlo y creo que mi pirámide de valores es muy razonable y sobre todo está muy adaptada a la jerarquía de valores espirituales que siempre debe primar en nuestras vidas. Así respeto la libertad de un ser querido, sin intentar influir en su vida, pase lo que pase, es un valor espiritual esencial que sin embargo M. no comprende y así le va con su familia.

 

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En octubre estuve en el Balneario de Tus con Bautista y Maria-Luisa. Creo que hice bien en vivir mi primera experiencia como pensionista del Inserso, fueron más de diez días en un balneario que está muy bien y con unas prestaciones excelentes, exquisitos menús, un paisaje increíble para ser manchego y unas prestaciones de balneario gratuitas más que aceptables, tan solo decidí probar el masaje que había que pagar aparte, utilizando un bono de cuatro masajes a un buen precio. Para los días que estuve y las prestaciones recibidas el precio resultó casi ridículo. Fue Bautista quien me lo propuso y yo acepté pensando que me vendría bien estar fuera de casa un tiempo. Como conoce a los dueños y al personal solo tuve que darle los datos a la recepcionista, muy agradable, y ellos tramitaron todo con el Inserso. Al final se complicó todo y estuve a punto de no ir debido a una avería en el coche de última hora que va a coincidir con las fiestas de Soria, estas jugarretas de las fuerzas poderosas me acompañan siempre en los momentos más inesperados y que más daño pueden hacerme. Por suerte todo se arregló y pude disfrutar de unos días agradables, aunque la fobia me molestó un poco. Me dejé embarcar por Bautista en una conferencia sobre salud mental que dimos los dos poniendo el vídeo que me grabaron hace años. Luego decidí apuntarme a una clase de yoga mental que les di, muy suave, y que al parecer gustó, para finalizar con un monólogo en la noche de despedida que fue un desastre del que era muy consciente antes de empezar. A pesar de ello lo hice porque así lo había decidido, como un guerrero, y no me importó el nulo éxito ni lo mal que lo pasé. Era lógico, por otro lado, porque resultó muy narrativo e intelectual, chocando con la ametralladora de chistes de un par de mujeres que se sabían muchos chistes verdes, algunos buenos, otros regulares y alguno muy malo.  Pero de todo esto hablaré en otro capítulo del diario.

Bautista intentó convencerme de que no aceptara la propuesta que me hicieron para presentar el  vídeo de los Goya con motivo del día mundial de la salud mental. Por supuesto que rechacé dos de las tres presentaciones que me propusieron, las de Campo de Criptana y Villafranca de los caballeros, aceptando en cambio la de Alcazar en uno de esos impulsos por los que me dejo llevar a veces y que acaban resultando decisiones propias de un guerrero. En un principio pensaba regresar tras la conferencia pero luego me lo pensé mejor observando la carretera hasta el balneario y decidí quedarme a dormir en la casa de Bautista, así vería a los gatitos que había dejado allí. Salí tras comer pronto y rápido, pero ya supuse que tendría que ocurrir algo, siempre tengo que enfrentarme a circunstancias adversas en estos casos. Debería haber llegado sin problemas pero otro de esos despistes idiotas me hizo perder mucho tiempo, al final apreté el acelerador intuyendo que me caería una multa por exceso de velocidad, como así fue. Ya llegaba tarde y no podían retrasar más la presentación, así que les dije que la hicieran ellos, pusieran el vídeo y yo llegaría al coloquio. Para rematarlo todo otro despiste casi acaba en un disgusto serio. Sabía que los sábados cierran el parking de la plaza del ayuntamiento, pero nervioso como estaba y viendo otro coche que entraba, pensé que tal vez estaría abierto. En realidad ni siquiera fui consciente de que era sábado, desde que me jubilé casi siempre ando perdido en el tiempo. Me encontré con que el otro coche estaba haciendo una maniobra para salir porque estaba cerrado y sin pensármelo dos veces di marcha atrás a pesar de no tener visibilidad, debería haber salido del vehículo, pero los nervios me juegan malas pasadas. Al dar marcha atrás escuché un grito horrísono. Ya está, me dije, he atropellado a alguien. Salí del coche dispuesto a afrontar lo que fuera, como un guerrero impecable. Lo que encontré hizo que se me cayera el alma a los pies. Había estado a punto de atropellar a un paralítico cerebral en silla de ruedas. Así conocí a Pedro. Lo de paralítico cerebral no lo pude comprobar, lo deduzco de su situación. Comprobé que no había sufrido daños físicos, miré la silla que tampoco parecía haberlos sufrido, e intenté comunicarme con él, pero no era capaz de hablar con claridad. Una mujer joven, que había gritado, se acercó y me explicó que él no podía hablar, pero que en la silla venían unos teléfonos, y así era, tomé nota de todos, escribí el mío en una hoja de la libreta que siempre llevo conmigo y viendo que no procedía llevarle al hospital le dije que llamaría a sus familiares y le pregunté si podría llegar a casa solo, por lo visto sí porque se mueve solo habitualmente por Alcázar, luego me enteraría de que era muy conocido, incluso G me dijo que le conocía. Algunos espectadores parecían estar a punto de encresparse conmigo, expliqué la situación, me esperaban allí mismo para una conferencia sobre salud mental, no había pasado nada para lo que podía haber ocurrido, Pedro estaba bien, aunque un poco afectado y si había algún daño en la silla de ruedas que no hubiera visto llamaría al seguro en cuanto hablara con los familiares. Al final salí con el coche, muy nervioso, encontré un sitio donde aparcar tras muchas vueltas y cuando llegué al centro cívico, donde se celebraba el acto, ya había comenzado el corto. Tuve tiempo para calmarme un poco aunque estaba terriblemente nervioso y la fobia ya campaba por sus respetos.

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EL MAYOR IMPACTO EMOCIONAL DE MI VIDA

Por lo visto los asistentes, no demasiados, debieron suponer que yo no había llegado o el corto se les hizo largo, casi una hora, o lo que fuera, porque comenzaron a desfilar. Julián, el psicólogo, les anunció mi presencia y les pidió que se quedaran, algunos lo hicieron. Yo estaba muy fóbico pero decidí actuar como un guerrero, haciendo lo que tenía que hacer, para rematar el micrófono no funcionaba y tuve que elevar la voz hasta la ronquera, fue un esfuerzo extra que me desequilibró aún más. Tenía un esquema mental que no respetó porque todo había cambiado, creo que estuve un poco duro con la sociedad que no quiere comprendernos ni aceptarnos, pero pienso que no me pasé de rosca.

Al final todo terminó, gracias a Dios, se fueron marchando y decidí superar ese momento fóbico especial que siempre tengo al finalizar mis intervenciones activando el móvil que había apagado antes. Cuando estaba en ello levanté la vista y vi acercarse a una chica hasta la mesa. Lo primero que pensé fue que era muy inoportuna, con lo fóbico que estaba no me sentía con fuerzas para hablar con un familiar de un enfermo y menos si era una chica tan guapa como la que se acercaba.  Maldije mentalmente a las fuerzas poderosas que me lo habían puesto realmente difícil. Aquello era inaceptable, hacía un esfuerzo extra para con mis hermanos los enfermos mentales y recibía como agradecimiento un viaje terrible, llegar tarde, casi atropellar a un paralítico cerebral en silla de ruedas y lo que ya intuía y luego sabría con certeza, encima me ponen otra multa. No hay derecho. Y ahora se acerca una chica joven y preciosa para hablarme de algún familiar, enfermo mental, con lo que mi fobia estallará en cualquier momento.

Tenía que mirar a la chica y lo hice, pero con ese distanciamiento que pongo en todo lo que hago siempre que estoy fóbico, es como si resbalara mi vista sobre la realidad, sin verla ni sentirla, como si estuviera en la otra punta de otra dimensión. Algo me llegó, fue el cuerpo, fue la sabiduría del cuerpo del guerrero la que me puso sobreaviso. Yo conocía a esa chica. Miré con más atención, y en efecto, la conocía… era mi hija Sara. Me levanté en un impulso automático y estuve a punto de caerme de culo, porque lo que menos esperaba era verla allí, incluso en mi discurso había comentado que en mi caso ni mis padres ni mi ex mujer, ni mi hija, ni mi familia, ex familia, había aceptado nunca mi condición de enfermo mental… Y ella estaba allí, escuchándome. Yo no la había visto ni creo que la hubiera conocido aunque me hubiera fijado.

Sin duda fue uno de los mayores impactos emocionales de mi vida. Luego recordaría aquella supuesto intuición en la que su madre me escuchaba en una de estas conferencias y luego se presentaba. Lo deseché porque era imposible, los milagros no ocurren, y no volví a pensar en ello. En aquel momento lo recordé, me había equivocado, no era su madre quien me iba a escuchar a una conferencia, era ella, lo que menos esperaba. Decidí que esa era una prueba para un guerrero y actué como tal. A pesar del desconcierto la saludé y le pregunté si podía abrazarla. Fue uno de los momentos más terribles de mi vida, preguntar a tu propia hija si puedes abrazarla es como para que todo tu mundo de valores se desmorone. Ahora que  en el blog del guerrero estoy subiendo numerosos artículos sobre la ley de los tres círculos, aquella experiencia, junto con lo que está ocurriendo con la venta de la casa, es la muestra más pragmática de cómo funciona el primer círculo. Crees que las personas que están en él siempre estarán allí, que la vinculación es tan sólida y profunda como la raíz de un árbol centenario en la tierra, pero de pronto todo se desmorona y los habitantes del primer círculo pueden pasar al segundo o incluso al tercero en un instante, incluso podrían pasar al cuarto, el círculo infernal del odio. Solo habían pasado dos años y mi propia hija era para mí casi una desconocida. En mi disculpa que estaba más delgada, parecía mucho más alta con los tacones y la imagen que yo tenía de ella había cambiado radicalmente. Además vestía muy bien, con una exquisita elegancia, un vestido que me encantó. Pero no puedo engañarme, lo que explica lo sucedido es la patología de enfermo mental, de fóbico social, que no es capaz de mirar a la gente con normalidad, que no es capaz de concentrarse en lo que está haciendo, que no es capaz de mantener una imagen del pasado en la memoria con la vitalidad que suele tener para el resto de los mortales.

Ella me permitió que la abrazara y la propuse irnos a tomar un café y charlar un poco. No puedo saber la razón que la llevó hasta allí, según me dijo había visto los carteles anunciadores del acto, puede que sintiera curiosidad, pero el paso de venir a verme al final era importante, decisivo, propio de una guerrera. Lo acepté en todo su valor. No hablamos mucho porque ella me manifestó que estaba muy impactada emocionalmente y no podía continuar. Yo también lo estaba pero me hubiera gustado seguir un poco más. Me enteré de algunas cosas sobre su vida que me quiso contar y que no relataré aquí porque cuando mencioné el diario me dijo que lo comprendía pero me rogó que fuera discreta en lo que a ella se refería y es lo que voy a hacer. Creo que sentamos las bases de una posible relación, era necesario reconducir nuestra relación paterno-filial y los dos estuvimos de acuerdo en que habría que empezar de cero porque ninguno de los dos éramos los mismos que fuimos cuando convivíamos en familia.

Otra casualidad, antes de sentarnos en una terraza pasó por allí una mujer que me saludó. Yo estaba tan descontrolado que no la reconocí en un primer momento. Era G., la amiga de M. quien en plan bromista me comentó que vaya ligue que me había echado, en referencia a Sara. Le expliqué quién era y las presenté, aunque yo estaba deseando que nos dejara en paz, le dije que ya la llamaría y me despedí un poco bruscamente.  Conocí a G. el día que M. me invitó a su casa para conocer a su madre.  Hablé como hablaba entonces, al poco de divorciarme, con cierta desfachatez teñida de sinceridad. Ella me dijo que no necesitaba un amigo con derecho a roce pero que podía presentarme a una amiga. Así fue cómo conocí a V. la mormona, que creo ya apareció en otro capítulo de este diario. Es la que me ha proporcionado a mis gatitos, Mici y Zapi, de quienes hablaré en otro capítulo porque este se ha prolongado demasiado, y que han cambiado mi vida para mejor.

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Y aquí estoy, esperando que la casa se venda, que me digan fecha para firmar la escritura y que Sara me responda a los dos correos y al wasape que la envié. Me dijo que prefería que la escribiera de forma manuscrita, la entiendo, pero no me dio dirección y no puedo elucubrar si sigue en Madrid o está viviendo con su madre. Tengo miedo de que se pueda echar atrás. Creo que la entiendo muy bien porque a mí me pasa lo mismo, cuando tengo que enfrentarme a algo que me va a causar un gran impacto emocional, procuro retrasarlo al máximo y si puedo, con cualquier otra cosa, un libro, una película, lo que sea que pueda trocearse, lo hago. Leo  muy poco a poco libros que me impactan, o veo películas en varias trozos, de media hora, por ejemplo, o…Necesito filtrar o bloquear todo lo que llegue a mí con una gran carga emocional. Creo que a ella le pasa algo parecido y por eso comprendo su silencio, pero me preocupa.

Me dijo que a veces leía el blog por lo que imagino que podría leer esto. Entiendo muy bien su dificultad y el esfuerzo que le supuso dar ese paso, me gustaría confiar de forma absoluta en ella, pero no puedo, creo que la conozco demasiado bien, es muy duro lo que viene a continuación, si es que ella quiere que venga, podría echarse atrás. Yo mismo lo he hecho muchas veces a lo largo de mi vida, cuando no era guerrero impecable. Recuerdo la ruptura con mi madre y mis hermanos cuando no quería que me casara con su madre, cómo fui drástico y radical. Recuerdo cómo rompí con algunos amigos que no me aceptaron como enfermo mental. Recuerdo la ruptura con mi ex suegra, ya fallecida. Recuerdo el esfuerzo que tuve que hacer para seguir viendo a mi ex suegro tras aquel episodio en el que me desmoroné en un banco y él ser burló de mí, diciéndome palabras muy duras que no he olvidado. Recuerdo el esfuerzo terrible que tuve que hacer para aceptar firmar aquella nota, tras el episodio del piso, algo que yo en mi sano juicio jamás hubiera hecho. Quería darme una oportunidad, quería intentar seguir adelante, aunque para mí lo más fácil del mundo ha sido siempre cortar por lo sano. Es lo más cómodo, desde luego, no soporto convivir con quienes no me aceptan como enfermo mental, ni con quienes me tratan sin respeto, ni con los hipócritas, ni aquellos que tienen una filosofía de la vida tan opuesta a la mía como el día y la noche. Por eso a lo largo de mi vida rompí con mi madre, mis hermanos, mis sobrinos, mis tíos, mis primos, quienes se decían mis amigos, compañeros de trabajo que se burlaban de mi enfermedad, que me acosaron, que me utilizaron, y tantas y tantas personas que han pasado por mi vida y con las que rompí con la brusquedad y dureza con la que Alejandro Magno cortó el nudo gordiano. Si no puedo desentrañarlo saco mi espada y lo corto de un solo golpe, sin más, sin pensármelo dos veces. Por eso temo que Sara pueda tomar una decisión de este tipo, porque sé muy bien que lleva alguno de mis genes.

Ha sido el impacto emocional más terrible de mi vida. He tenido otros, alguno a su mismo nivel, pero creo que ninguno me afectó tanto. Mis creencias budistas, mi condición de guerrero hace que todo me lo tome con el desapego de que hacen gala los budas y los guerreros, en ello me ayuda mucho la filosofía de la vida  que ha guiado mis pasos con enorme lucidez…

He tenido que interrumpir abruptamente la redacción de este texto porque el diablillo de Zapi se ha puesto a bailar la danza del vientre sobre el teclado, y mira que se lo repito una y otra vez, soy un papaíto calzonazos, os consiento todo, pero el ordenador es sagrado, es la línea roja, cuando me pongo a escribir vosotros podéis mirar, sentados sobre vuestros culitos gatunos, pero no podéis bailar sobre el teclado o intentar agarrar con vuestras zarpas los emoticones de Sonymage, o lamer lo que hay en el teclado, que no, que esto es serio. Pues nada, no quieren aprender, a veces consigo algo, poco, pero el ordenador es para ellos como un deux ex machina, algo incomprensible que tienen que olisquear hasta el último bit.

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Ayer les tuve un poco abandonados con lo de Soria y hoy quieren jugar, pero niños, si me paso el día y la noche con vosotros, dejadme respirar un poco. ¿Y ahora qué? Se me ha ido el santo al cielo. En otro capítulo hablaré largo y tendido de vosotros y puede que hasta empiece una historia sobre vosotros, Mici y Zapi, un cuento para niños, pero hoy tengo que terminar esto, porque es una excelente terapia, de hecho ya me siento mejor.

Mientras barría y fregaba el garaje, aprovechando un espléndido día de sol, he estado dándole vueltas a muchas cosas, entre ellas a mi condición de enfermo mental y a lo mucho que me han aguantado, al mismo tiempo que hacía un largo discurso sobre lo mucho que tengo que aguantar yo a los demás. Me salió perfecto, pero no lo voy a repetir aquí, porque recuerdo que soy un guerrero y los guerreros no hacen eso, pero tal vez en otro momento escriba ese discurso para desahogarme, porque necesito decir todo lo que pienso sin miedo a las consecuencias. Bueno, por hoy basta, porque Zapi a regresado del jardín y ha instalado su culo gatuno sobre el ordenador, no sobre el teclado, pero en cualquier momento puede hacerlo. Me siento mal por no haber escrito todo lo que se me ocurrió mientras barría y fregaba la cochera, pero eso es puro narcisismo, impropio de un guerrero impecable.

Y aquí me quedo, esperando que pueda firmar la escritura de venta de la casa, esperando noticias de Sara, esperando que pueda por fin ponerme con las novelas, tras el terrible esfuerzo que me ha supuesto intentar ordenar este caos cósmico que son mis libretas, cuadernos y anotaciones, algo que solo un enfermo mental es capaz de organizar como quien no quiere la cosa. Bueno, otro día más, ahora a comer y a dormir la siesta con mis gatitos.





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLIV

12 09 2016

 

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL

 

MI CASITA MÁGICA EN LA MONTAÑA

 

SEGUNDA VERSIÓN

 

Sí, porque la primera fue borrada, destruida, eliminada por las fuerzas poderosas. Jejé, cómo me gusta echarles a ellas la culpa de todo. Me hace sentirme mucho mejor, aunque en este caso ellas no tuvieron nada que ver con que me pusiera a desfragmentar el portatil, algo que no había hecho en años, pensando que su lentitud podía mejorar. Tampoco tuvieron la culpa de que al hacerlo perdiera la conexión wifi del ayuntamiento, gratuita, que me permitía conectarme a Internet desde mi casita mágica en la montaña. La culpa de pasarme horas buscando qué había hecho, dónde había tocado para que el portatil no reconociera una wifi que sí reconocía el móvil, es solo mía.Soy yo el testarudo, el que monta en santa cólera, no las fuerzas poderosas. Podía haber guardado el texto en un pendrive, como hago siempre, pero me los dejé en el apartamento a pesar de haber tomado todas las precauciones para no dejármelos, colocarlos en un sitio donde miraría antes de salir de casa y metérmelos en el bolsillo del vaquero, infalible. Infalible y un cuerno, mis despistes desafían a las leyes de la probabilidad. Me los dejé en el apartamento, por eso no pude guardarlo en un pendrive, y tampoco pude subirlo al blog, como suelo hacer en estos casos, porque no tenía conexión. Tampoco en el apartamento, a pesar de la wifi del ordenador, el portátil continuaba sin captar una wifi a su alrededor, aunque la tuviera en la punta de la nariz. Allí sí tenía pendrives, pero no, la santa cólera me llevó a tomar una decisión drástica y estúpida, formatear el portátil, pensando que al reinstalar el sistema nada habría que pudiera impedirle reconocer wifis. Pero… pero al formatear me quedé sin el archivo y además el portátil continuaba erre que erre, no reconoceré una wifi aunque vaya en bikini. Así pues me quedé sin el texto y ahora estoy echando la culpa a las fuerzas poderosas…Claro que ellas tuvieron la culpa de sugerirme que desfragmentara el portátil para que fuera más rápido. Sí, son muy listas las fuerzas poderosas, una simple sugestión puede poner en marcha una concatenación de efectos que llevan al objetivo deseado.

 

Claro que echarles siempre la culpa de todo es una maravillosa forma de escaquearme de mis responsabilidades, pero es idiota. Me gustaría pensar que todos estos despistes que me han acompañado durante toda mi vida son producto de una patología de mi enfermedad mental, así mi responsabilidad sería mínima, pero por otro lado sería terrible porque nunca-nunca me libraré de ellos. Ya de niño pactaba con Dios, luego de adolescente el pacto se hizo algo realmente masoquista, si me apruebas las «mates» te prometo ducharme con agua fría todas las mañanas, a las siete, a la hora en que nos levantaban, durante una semana. Hecho. Llegué incluso a ponerme algún cilicio, como oía que hacían algunos frailes. He sido malo, muy malo, pues me pondré un cilicio durante una semana. Y lo fabricaba con mis escasos medios, una cuerda atada firmemente a la barriga (entonces estaba casi en los huesos) con un añadido de algo que me pinchara la piel. Sufrí mucho para nada, porque Dios hacía lo que quería, nunca me aprobaron las mates en junio y tenía que estar todo el verano estudiando para que los frailes presionaran al profesor de «mates», un mando del ejército de tierra retirado. Lo mismo me ocurre ahora con las fuerzas poderosas, vale, aceptaré lo que sea con tal de que…bueno, ahora pido algo mucho más sencillo de conseguir, con tal de que alguien me de un poco de cariño, y si puede ser una mujer…entonces os prometo que seré bueno, muy bueno el resto de mi vida.

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Pero nada, las fuerzas poderosas son inquebrantables, incorruptibles, in…quietantes, in…trigantes. Nunca sé lo que quieren, lo que buscan, por qué hacen las cosas. El otro capítulo era amable, divertido, narrativamente interesante, y ahora éste lleva camino de convertirse en un «poner a caer de un burro» a todo el mundo, a los demás, a las fuerzas poderosas, incluso a mí, a todos menos a los propios burros. ¿No hubiera sido mejor convencerme de que no desfragmentara el disco duro del portatil? ¿No hubiera sido mejor contar lo del automático, del diferencial, hablando técnicamente, como lo conté en la otra versión, que como lo voy a hacer ahora?

 

Sí, porque estoy harto de mi sentido del humor, del humor en general, de todo. Estoy hasta el moño de todo. Hasta estoy harto de mis hermanos los enfermos mentales que quieren morir. Yo también quiero morir… y si fuera posible ahora, no dentro de un rato, ahora. Es curioso que todos los que deseamos morir tengamos que vivir y todos los que quieren vivir mueran, en atentados terroristas, ahogados al caer de las pateras, por violencia de género, secuestrados…No parece una buena estrategia de las fuerzas poderosas, hacer vivir a los que desean morir y hacer morir a los que quieren vivir. Creo que el adolescente que fui se enfadaría mucho con Dios por estas contradicciones. Así que he decidido contar lo ocurrido con meros datos, como el robot de aquella película: datos-datos-datos…

 

Bueno, tal vez esos datos puedan servirme en el futuro para escribir alguna historia humorística, no lo descarto, pero ahora no, estoy hartito de mi sentido del humor. comencemos, «començon» como decían Tip y Coll.

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EL AUTOMÁTICO O DIFERENCIAL

 

Cuando vi la caja de luces el día que me enseñaron mi casita mágica en la montaña, me dió mala espina el que hubiera dos diferenciales para dos líneas eléctricas que suministraban electricidad a dos partes distintas de la casa. Bueno, no pasa nada. Pero sí pasó. El hecho de que durante la primera semana no saltara el diferencial me hizo pensar que había cometido algún error al poner algo que no debía en el frigorífico o al tocar donde no debía o… Luego de pronto comenzó a saltar como un cangurito gentil, cuando le daba la gana, sin pauta alguna. Decidí luchar contra las fuerzas poderosas, porque no podía ser un fantasma malévolo que jugara conmigo. Inicié un largo experimento científico,descartando los errores y quedándome con la navaja de Okam, después de descartar todo la explicación más sencilla es la verdadera. Desconecté la vitro, el lavavajillas, el equipo de música, la otra línea, apagué todas las luces…Llamé a la empresa suministradora, si no salta el automático que da entrada a la corriente en la casa el problema es del interior de la casa. Pues vale, no salta el automático de entrada, así que el problema está en la casa. Encender las luces, una por una, comprobar que todas las llaves estén bien, probar todos los enchufes… Está claro que la potencia contratada es suficiente y si no lo fuera o fuese al desconectarlo todo menos el frigorífico no tendría que saltar el diferencial.

 

El experimento continuó y siguió, nada. Lo puse en conocimiento de la propiedad, mandaron un técnico que cambió el diferencial, nada. Mandaron un segundo técnico que dijo que era la vitro porque al encender el primer fuego saltó. Pero una vez desconectada la placa siguió saltando…ergo… Vino un tercer técnico que encendió todo, miró todo, y nada. Al final hice lo que debí hacer desde el principio, desconectar el frigorífico, no lo hice porque tenía alimentos perecederos en el interior. Lo dejé desconectado dos días, y no saltó, me fui a mi apartamento manchego una semana y al regreso… no había saltado, ergo… Estoy esperando que venga un técnico en frigoríficos y encuentre el «busilis» o lo que sea.

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DATOS VERANIEGOS

 

Sí, lo narraba mejor en el otro capítulo que ya no está, así que nos conformaremos con lo que hay. Agradecido a las fuerzas poderosas porque encontré el paisaje que buscaba a la primera. Los Picos de Urbión, Soria, aquí quiero retirarme y vivir apaciblemente la jubilación. Había calculado que me llevaría todo el verano y parte del otoño encontrar lo que buscaba. Luego me pondría a buscar mi casita mágica, con lo que no pensaba instalarme definitivamente hasta la primavera siguiente. Como tenía que dejar el apartamento a primeros de noviembre, pues me iría a cualquier apartamento de Vinuesa o de otra población, hasta encontrar lo que buscaba. Pues no, las fuerzas poderosas me besaron en la frente, a la primera. Aún así seguí viajando, Segovia, Ávila, la sierra madrileña…me quedo con los Picos de Urbión. Como en la Mancha hace mucho calor aprovecho estos viajes para buscar el fresquito. Como no puedo permitirme el lujo de ir de hotel dormiré en el coche, comeré lo que lleve o lo que compre en los supermercados. Sí, en el otro capítulo estaba mejor narrado, era muy divertido, porque contaba las noches en el coche y las comparaba con mis noches en los Picos de Europa, siendo yo un jovencito, pero ahora no estoy de humor, solo datos-datos y datos.

 

Cuando vine a ver la casita mágica en la montaña traje dinero para la fianza y el primer mes de alquiler. Quería esta casa a toda costa. Es curioso, cuando me puse a buscar en Internet algo por aquí fue la primera que vi, la que más me gustó y además estaba rebajada y era asequible para mi economía. Las fuerzas poderosas también fueron favorables, muy favorables, debería estarles muy agradecido. Puede que la cosa estuviera en el aire, un single viejales y que se puede morir en cualquier momento no era la mejor opción para la propiedad. Les entiendo muy bien. Creí intuir que mi condición de divorciado, jubilado y single no era lo que andaban buscando, como me confirmó la pregunta, antes de firmar el contrato, sobre si tenía familia, contactos, etc. Que alguien muera en tu casa y nadie se entere y aparezca un cuerpo corrupto al cabo de un mes y salga en los medios, etc etc es algo que me espantaría hasta a mí mismo… no mucho, esa es la verdad, pero algo sí.

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Las fuerzas poderosas fueron muy amables. Cuando me quedé solo, tras la firma del contrato, casi doy unas zapatiestas en el aire, lo hubiera hecho de no estar tan gordo y viejo. Pero me sentía muy, muy feliz. Luego empezó el automático y me dije que era algo para fastidiarme puesto que me habían dado tanto, tenían ahora que hacerme sufrir un poco, algo así como una pequeña jugarreta para hacerme perder la paciencia. Vale, no pasa nada, se acabará arreglando de alguna manera, y sino me aguantaré porque la casa es lo primero. Si tengo que comprarme un frigorífico, lo haré, lo importante es quedarme aquí, en mi casita mágica de la montaña hasta que me muera. Esta es mi máxima aspiración.

 

El contrato es por un año prorrogable, también tendría que desalojarla si algún familiar cercano la necesitara, también tendría que desalojarla si la propiedad no quiere renovar el contrato al año, pero no me importa, mientras pueda seguiré aquí. Me gusta todo, hay un jardín que cuida un jardinero, un trozo que puedo dedicar a huerta, un maravilloso porche para comer al aire libre y ver las estrellas de noche, una terraza para extasiarme viendo la luna llena… Todo es perfecto, menos que no me hayan permitido un perrito. Puede que me venga bien, he conseguido que me dejen tener un gatito, así me iré entrenando. Con el tiempo, cuando me vaya deteriorando tal vez pueda tener un perrito y ya estaré entrenado para saber cómo tratarle.

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Me gusta que esté en un pueblo pequeño, que esté a las afueras del pueblo, en un camino de tierra, que tenga pocos vecinos, que nadie se preocupe por mí, que esté cerca de la Laguna Negra y de los Picos de Urbión, que me guste el valle, el paisaje, que me guste casi todo. Podría contar cómo es el pueblo y otras cositas que se me ocurrió narrar en los monólogos humorísticos o crónicas humorísticas que grabé y mandé a mis contactos de whasap, sin mucho éxito, eso es cierto, pero no lo voy a hacer porque no estoy de humor. Me preocupa esta pequeña o gran crisis humorística, me cuesta tomarme las cosas con humor, también he tenido alguna pequeña crisis, alguna depresión sin importancia que me hizo plantearme desconectar el móvil, meterme en la cama y no salir hasta que pasara. No lo hice, como no he hecho otras cosas que me sentí tentado de hacer. No puedo renunciar al humor, es lo único que me queda, así que me tomaré esto como unas vacaciones de las musas, humorísticas y narrativas, porque tampoco he escrito mucho. Estoy vago, muy vago, apático, deprimido, triste, un tanto desesperanzado. Tal vez sea mi talón de Aquiles, no puedo con la soledad, es algo que me descontrola, que me sometan a cualquier prueba, a cualquiera, pero la soledad es demasiado para mí. No me puedo quejar, ha sido un buen verano, estoy muy contento con mi casita mágica en la montaña, he pasado momentos muy felices, me siento a gusto donde estoy y como estoy… pero-pero… No tengo motivos para quejarme, me han pagado la pensión, he encontrado el paisaje que buscaba, la casita con la que soñaba, todo va bien. Mirando los telediarios me digo que soy un privilegiado y que debería ser castigado por quejarme… pero me quejo. La soledad a veces se hace abrumadora y la tristeza de mirar veinte años hacia delante, cada vez más viejo y deteriorado, cada vez más solo, es un peso que cada vez encorva más mi espalda.

 

ACONTECIMIENTOS, EVENTOS, ANÉCDOTAS

 

La primera semana no conseguí creerme que estuviera jubilado, luego vino el delirio de que no me pagarían la pensión, luego decidí viajar y me vine a Soria. Fue fantástico encontrar lo que buscaba a la primera, encontrar la casita mágica, que esperaran a que cobrara la primera pensión para comprometerme con la casa y que luego pudiera verla y firmar el contrato a mediados de julio. Pronto se van a cumplir dos meses en la casa, estoy a gusto, me siento feliz. He podido evitar el calor que aquí apenas se ha notado, salvo esta última ola de calor que incluso aquí ha sido para ponerse a pensar en el futuro y echarse a temblar. Es maravilloso disfrutar del fresquito en cuanto cae el sol, incluso algunos días sopla un vientecito muy agradable. Es maravilloso tumbarse en el césped y ver las estrellas, atento al ruído que produce el diferencial al saltar. Es maravilloso contemplar la luna y el cielo estrellado desde la terraza a donde he subido un comodísimo sillón que estaba en el garaje y que subí a cuestas… tan brutote como siempre. Todo es perfecto, pero la soledad me pesa… un poco.

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Invité a G a pasar una semana de vacaciones. En el otro capítulo lo describí de forma muy amable. Me gustó que le gustara la casa y el paisaje, que aguantara una semana, que se sintiera a gusto y tener compañía. No es tan complicado que dos enfermos mentales convivan si ambos aceptan que somos raritos y que hay que tener paciencia, el uno con el otro y el otro con el uno. Desde hace ya bastante tiempo soy muy consciente de que me veo reflejado en ellos, son como un espejo en el que puedo ver cómo era yo y cómo sigo siendo de alguna manera. Pero también es terrible comprobar hasta dónde nos lleva la enfermedad, hasta esas conductas patológicas que parecen inexplicables si no se nos quiere comprender, si no se acepta que son producto de una enfermedad, porque entonces no queda otra que asumir que somos malvados, malas personas, auténticos canallas, manipuladores, mentirosos, vagos…

 

Las consultas que me hacen en el blog me han abierto los ojos al extraordinario parecido en las conductas de todos los enfermos mentales, parecemos clones. Es como si padeciéramos una enfermedad física, los síntomas son casi idénticos y los procesos se parecen unos a otros como una gota de agua a otra. Las reacciones de los familiares también son muy parecidas, casi clónicas. Algunos casos son auténticas tragedias que me obligan a intentar no quejarme de nada. La vida es mucho más extensa y terrible de la que nos muestran los medios de comunicación, aunque con lo que vemos ya habría bastante, pero lo que sale a la luz es siempre lo más morboso, lo más espeluznante, lo que puede ser titular por un día en el telediario. Sin embargo hay más, mucho más, es solo la punta del iceberg. Miles y miles y miles de personas viven vidas terribles, de tragedia griega, pero nadie lo sabe porque se ocultan en el anonimato, porque nadie se preocupa de su «próximo» aunque finjan que lo hacen. Si todos salieran a la calle con sus lacras, con sus tragedias, con sus enfermedades, el mundo se colapsaría y las palabras de los políticos serían acogidas con un silencio sepulcral, como un mal chiste en un entierro.

 

He comenzado a ser consciente de mi incapacidad para volver a convivir. Ya no puedo, no soy capaz. Sería un esfuerzo terrible adaptarme a volver a vivir en familia, y todo para nada. Eso me ha hecho pensar que ha llegado el momento de tomar algunas decisiones que venía posponiendo desde hace un tiempo. Me quedaré solo con la última y definitiva estrategia del guerrero impecable. Será duro pero al mismo tiempo me quito un gran peso de encima, siento un gran alivio. Leyendo Diálogos con Castaneda, uno de los pocos libros sobre el autor que me quedaban por leer, me encuentro con el concepto del “detective” que no aparece en sus demás libros. Viene a decir que los que no son guerreros se pasan la vida observando, escudriñando si los demás les quieren o no, analizan sus palabras, sus gestos, sus conductas, buscando saber si en realidad son queridos o no. Un guerrero impecable da por supuesto que nadie le quiere, de esta manera deja de perder una gran cantidad de tiempo y energía en descubrir una verdad que no viene al caso, un tiempo y una energía que puede utilizar en su camino de guerrero. Resulta duro aceptar algo así, cuando lo leía comprendí que es durísimo aceptar que nadie te quiere, de ahí que aún siga batallando contra mi gran debilidad, la soledad, pero al mismo tiempo te hace más liviano, mucho más libre, ya no tienes que preocuparte de observar atentamente a los demás para ver si sus muestras de afecto son verdaderas, ya no tienes que medir tus palabras al milímetro para no ofender, para que te comprendan, para que te quieran, das por supuesto que nadie te quiere ni tiene por qué hacerlo, siendo como eres una partícula infinintesimal en un universo infinito, pierdes toda tu importancia personal y avanzas en el camino del guerrero, con absoluto desapego, impecable, haciendo lo que tienes que hacer. Puedes caminar en medio de una multitud sin miedo a cómo te miren, a lo que puedan comentar de ti. ¡Qué te importa si nadie te quiere!

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Ha sido un verano intenso y complejo, yo diría que me he detenido mucho tiempo en la encrucijada, porque a partir de aquí ya solo hay un camino. El enorme cambio requería de mucho esfuerzo, muchos trámites, mucha preparación, hacerlo todo con calma, sin prisas, pisando con cuidado para que todo sea terreno sólido, una vez atravesada la encrucijada, que todo se estabilice ya solo queda un camino sólido, rocoso, ancho, solitario hasta llegar a la última danza con la muerte. Cuando recapitule esta época comprenderé que ha sido el paso más decisivo y aleccionador de mi vida.

 

MICI Y ZAPI

 

Aún queda mucho por contar, la mudanza se ha realizado ya de forma definitiva, dejo atrás lugares y tiempos, personas, momentos terribles a los que he sobrevivido. Lo haré en compañía de Mici-fuz y Zapi-rón, mis gatitos, mi nueva familia. Mientras les observaba mirarme con sus ojitos ingenuos y dulces me ha venido a la cabeza el enorme parecido que tiene con ellos el enfermo mental y que desarrollaré en otro momento. La responsabilidad de nuevo papá me ha causado momentos de angustia y desconcierto, mi vida ha cambiado, ya no será nunca igual, soy consciente de ello, pero si ya dejé atrás todo, cuando inicié el camino del guerrero, no creo que esto sea peor. Estoy preparado para cuidar de alguien más frágil que yo, dicen que los enfermos mentales no podemos cuidar de nadie, ni de nosotros mismos, que no hacemos otra cosa que mirarnos el ombligo. De alguna manera a eso ya he contestado al responder a una consulta en el blog, una circunstancia dramática, trágica, en la que está inmerso una enferma mental que da la sensación de estar absolutamente pasiva, mirándose el ombligo, mientras un familiar que la ha cuidado, lucha con la muerte. No es cierto, los enfermos mentales podemos cuidar de otras personas y hasta de nosotros mismos, si nos apuran, pero por desgracia solo somos capaces de hacerlo si nos alimentan con un poco de cariño, aunque sea muy poco, el cariño es mano de santo para nuestras dolencias, hasta podemos cuidar de otros enfermos, hasta podemos cuidar de unos gatitos desvalidos, todo es cuestión de que nos pongan un poco del combustible que nosotros usamos en el depósito.

 

He tenido una experiencia fantástica con Mici, el más dulce y cariñoso de los dos gatitos, por un momento creí estar viviendo una de esas experiencias delirantes que Castaneda cuenta en sus libros. Ha sido como una catarsis, al fin he comprendido que el hecho de que nosotros creamos que todo a nuestro alrededor está muerto, sin consciencia, menos nosotros, no significa que todo, absolutamente todo lo que nos rodea no esté vivo y consciente, si no queremos comunicarnos es cosa nuestra, pero el nirvana, el samadhi es posible, expandir nuestra consciencia hasta hacernos conscientes de que hasta la última brizna de hierba forma parte de un todo consciente y absoluto. Ha sido como una experiencia mística. Gracias Mici.

 

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DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLIII

21 07 2016

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLIII


LA JUBILACIÓN

Todo llega en esta vida, lo bueno y lo malo, y llega muy deprisa, sobre todo lo malo, aunque en este caso lo bueno también llega deprisa y eso se agradece, aunque signifique que la vida ha pasado en un suspiro. Así de confuso me sentí hace dos meses, el uno de mayo, el día de mi jubilación, aunque en realidad la firma y el papeleo se hicieron el día dos, porque el uno era domingo. Me alegraba y mucho por dejar de trabajar, pero no podía alegrarme por alcanzar una edad provecta y buscar poco a poco el cementerio de los elefantes.

En realidad creo que actué como un guerrero impecable, maestro del arte de acechar, del desatino controlado, que interpreta su papel y desorienta a todos los espectadores. Lo del desatino controlado estuvo muy bien, hasta me permití el lujo de dar una zapatiesta en el aire, según llegábamos de tomar un café para celebrarlo. Antes había firmado todos los papeles necesarios e imprescindibles e intentado dar la mínima información necesaria sobre cómo quedaban las cosas, a mi sustituta, quien no parecía muy interesada en ello, tal vez porque me veía a mi nervioso, porque no quería que me molestara o porque, sencillamente, ya se encargaría ella de ponerse al día de la mejor manera posible.

De cara a los demás actué como el hombre más feliz del mundo, no paraba de hablar de lo maravilloso que sería vivir sin trabajar, creo que hasta me pasé un poco en mi interpretación, porque dar envidia cochina tampoco es sano. ¡Oh sí, maravilloso, me jubilo, me siento muy feliz, todo va a ir bien! Pero en el fondo sentía una tristeza infinita. Me había hecho otra idea de la jubilación, en familia, una celebración hogareña, una planificación del futuro contando con los intereses de todos. No es que jubilarse solo no sea agradable, que lo es, y mucho, pero no es lo mismo.

Una profunda y abisal tristeza me embargaba. Ahora, por fin, soy consciente de que esa es la tristeza del guerrero, cuando rasga el velo y se encuentra ante el misterio de la vida, de la existencia, de todo…Como le dice don Juan a Castaneda, la tristeza es tan profunda que hasta algunos guerreros mueren a causa de ella. Ahora sé por qué tuve, en mi juventud, que buscar la muerte con tanta desesperación que los intentos de suicidio más parecían los esfuerzos de un moribundo por aferrarse a la vida, que los de un vivo por aferrarse a la muerte.

“En la vida de los guerreros es extremadamente natural el estar triste sin ninguna razón aparente, y que, como campo de energía, el huevo luminoso presiente su destino final cada vez que se rompen las fronteras de lo conocido. Vislumbrar la eternidad que queda fuera del capullo es suficiente para romper la seguridad de nuestro inventario. En ocasiones, la melancolía resultante es tan intensa que puede provocar la muerte”.

Ahora lo entiendo, desde niño vislumbré la eternidad cada vez que se rompían las fronteras de lo conocido y desde mi capullito de energía presentir ese destino final me producía una tristeza tan honda que me sentaba a mirar las paredes de los cementerios o buscaba la soledad del bosque para quedarme allí, sufriendo, sin hacer nada. Luego busqué refugio en la religión y cuando abandoné toda esperanza de encontrar algo en ella que me calmara, busqué la muerte con la infinita tristeza del guerrero que ha vislumbrado la eternidad por las grietas generadas al romperse el muro de acero de todo lo conocido.

Una tristeza así sentí al despedirme de mis años de trabajo e iniciar el camino hacia el cementerio de los elefantes. Era la tristeza del guerrero que se enfrenta al misterio. No sabemos cuánto nos queda de vida, cuándo moriremos, si existirá un más allá que nos compense de todo esto; si nos volveremos a encontrar con los seres queridos, si podremos perdonarnos y reconciliarnos, si hemos vivido muchas vidas y tenido muchos seres queridos; si la eternidad nos permitirá recapitular todo lo vivido y vivir en otra dimensión espiritual con todos nuestros seres queridos, sin que nadie reciba menos que otro ni nosotros recibamos menos de unos que de otros. Si existirá una entidad infinita, incomprensible, llamada Dios, que nos abrirá las puertas de la eternidad y nos enseñará sus secretos. Si todo en la vida ha merecido la pena y las desgracias y pérdidas, son en realidad lecciones, lo mejor que pudo pasarnos para subir en la escala evolutiva, para ser más espirituales y mejores personas. Si ciertas decisiones que se tomaron sin saber muy bien por qué, se nos revelan ahora como la sabia decisión del yo superior o yo interno o yo espiritual. O puede que nada haya tenido sentido, que todo sea una mierda, que al final vuelvas a la nada, de donde saliste, sin saber por qué te sacaron y por qué te mandan de regreso a ella, si hay un Dios o solo un maldito algoritmo de la ley antrópica que consigue que unas cuentas células se unan y alcancen la consciencia.

El misterio, el vislumbrar la eternidad, hace caer al guerrero en una tristeza tan profunda que bien podría morir. Sí, yo también podía haber muerto de tristeza. Me jubilo y me voy a mi apartamento a celebrarlo yo solo y a buscar el mejor camino para llegar a la senda de los elefantes y una vez en ella, caminar tan despacio como se pueda hasta el cementerio de los elefantes. Todo lo ocurrido ya no sirve de nada, el pasado está muerto, el sufrimiento no ha tenido su recompensa, los seres queridos han desaparecido de tu lado como lo haría cualquier desconocido que te encontraras por el camino. El amor ha muerto, el cariño se ha volatilizado, lo que diste y te dieron es como si fuera humo, años y años que ahora son lo mismo que un globo que explota. Así no veía yo mi jubilación.

Y a pesar de ello hay que disimular y celebrarlo con los amigos e invitar y cambiar las consabidas expresiones. Y no podía faltar el toque fóbico final, cuando me encuentro con la sustituta, con C. con A. en una cafetería y me empiezo a poner nervioso y fóbico y triste y desesperado y sé que las viejas manías han vuelto. Es inevitable, como si fuera un diabético y me comiera una tarta, las consecuencias son lógicas. Como estudio en la Ley de los tres círculos, en mi blog, las relaciones interpersonales humanas funcionan de acuerdo a unas leyes implacables, si no se cumplen las leyes te atienes a las consecuencias. Aquellas personas no pertenecían a mi primer círculo y por lo tanto no podía esperar de ellas lo que se espera de personas que están en tu círculo más interno, en el primer círculo. Puedes convivir durante mucho tiempo con determinadas personas, por obligación laboral o social, y la convivencia puede ir incluso muy bien, pero no es una relación libremente elegida y trabajada. Cuando desaparecen las circunstancias que obligan a la convivencia, desaparece ésta y desaparece la relación interpersonal. Lo tenía asumido, pero nunca es fácil. Cada uno tiene sus secretos, su intimidad, que va desvelando conforme las otras personas acceden a tu primer círculo. Cuando las circunstancias cambian solo se mantiene el vínculo que se ha logrado en el largo viaje de los círculos exteriores al interior, y si el vínculo no es suficiente todo desaparecerá. A… sabía de mi enfermedad, yo era su jefe, era una relación obligada, cuando yo me voy las obligaciones desaparecen y solo queda lo que se ha trabajado y conseguido en la ley de los tres círculos. C…sabía también de mi enfermedad, así como de otros pequeños detalles íntimos que le hice saber cuando mi divorcio. No era una relación amistosa del primer círculo y por lo tanto no podía sobrevivir. La sustituta era una desconocida del tercer círculo y al darse cuenta de mis rarezas no podía tener el menor interés en ir avanzando de círculo. Por lo tanto era cuestión de un adiós cortés y olvidar. Lo mismo que ha ocurrido con todas las relaciones laborales que he tenido durante estos años que llevo por aquí. Eran solo circunstanciales, obligadas por el trabajo, cuando me jubilo, desaparecen sin más.

Los enfermos mentales tenemos una clara patología de conducta, la desconfianza, nos han tratado tan mal, se han burlado tanto de nosotros, nos han llamado locos, que es muy difícil que alguna vez demos nosotros el primer paso. Dejamos que sean los otros los que hagan eso, y si no lo hacen pensamos que es porque no les interesamos y nos olvidamos de ellos. Es lo que me ha ocurrido en estos dos meses con Mc. Los dos desconfiamos y a los dos nos cuesta dar el primer paso. Era natural lo que iba a ocurrir. Además a mi no me gustan las farsas de control que otros enfermos pueden utilizar conmigo, las conozco demasiado bien y no funcionan. Puede que les pida demasiado, pero que no esperen de mí falsa compasión, palabras amables sin el menor sentido. Les muestro el camino del guerrero como el único que puede ayudarles a salir adelante, si no lo quieren seguir que no me pidan otra cosa, porque no la tendrán. Es curioso pero les cuesta mucho aceptarlo, tanto a enfermos como familiares. Es un camino solitario y nadie quiere la soledad; es un camino sin vuelta atrás, no puedes arrepentirte y retroceder; es un camino en el que abandonas todo, un camino de desapego, de impecabilidad, no sirven las normas sociales, no sirven los autoengaños y los falsos consuelos.

Hace unos días leía en “Diálogos con Castaneda”, uno de los pocos libros sobre Castaneda que me quedaban por leer, la diferencia entre detective y guerrero. Los detectives son todos aquellas personas que se pasan la vida investigando si los demás les quieren o no, observan sus miradas, sus gestos, sus palabras, sus actos y analizan si están causados por el afecto o no. Es una formidable pérdida de tiempo y de energía. Un guerrero en cambio comienza suponiendo que nadie le quiere y se ahorra todo ese inútil juego. ¿Por qué le iban a querer si es una partícula infinintesimal en un universo infinito –pérdida de la importancia personal- y de qué le iba a servir pasarse la vida analizando al microscopio si los demás le quieren o no? Los enfermos mentales tenemos una patológica tendencia a ser detectives, analizamos si los familiares y seres queridos nos siguen queriendo a pesar de nuestra enfermedad; analizamos si los otros nos quieren, aunque sea un poco, a pesar de nuestra enfermedad o nos consideran locos y entonces ya está dicho todo, porque nadie quiere a un loco. Ponemos a prueba a los otros, de forma constante, si realmente están interesados en nosotros, nos llamarán primero, darán el paso de acercamiento primero. Rara vez un enfermo mental llama primero a alguien que acaba de conocer y le ha facilitado su número de teléfono, o se atreve a invitar primero, aunque sea a tomar café. Los ponemos a prueba, ponemos obstáculos en su camino, y si no los superan es que no les interesamos, les olvidamos, les enterramos y seguimos nuestro triste camino.

Es lo que ha pasado con Mc, no quiere seguir el camino del guerrero y por mi parte yo no quiero dar falsas esperanzas ni consuelos. La mayoría de enfermos o familiares que me contactan en el blog desaparecen pronto, el camino del guerrero es arduo. A pesar de ello me gustaría seguir manteniéndolo. No sé si será posible. En mi ingenuidad daba por supuesto que en el medio rural, si había toma de teléfono habría posibilidad de instalar ADSL, Internet. Por lo visto no es así. Me he informado sobre el Internet por satélite y parece una tomadura de pelo y además muy caro. Es posible que tenga que renunciar a Internet, a no ser que el Ayuntamiento, como me dijo el propietario de la casa a alquilar, tenga wifi gratis para los vecinos. He diseñado estrategias de guerrero para hacer frente a esa contingencia. Me sentía muy feliz de haber encontrado el paisaje y la casa que andaba buscando, pero las fuerzas poderosas nunca te dan todo el lote de una vez. Voy a tener que renunciar a mi perrito y a Internet, no es moco de pavo.

Pero peor hubiera sido si mi delirio se hubiera realizado.


LA ESTRATEGIA DEL GUERRERO

¿Cómo diferenciar la intuición de un delirio de enfermo mental? No es fácil saber si lo que está llegando a tu mente es una intuición, una premonición o un delirio. Un número importante de intuiciones se han cumplido, a lo largo de mi vida, pero un número mayor de lo que yo consideraba intuiciones no se han cumplido. Muchas de estas intuiciones cumplidas se referían a muertes, a desgracias. Su cumplimiento fue implacable e inexorable. En cambio otras no se cumplieron, no sé si porque el futuro se puede cambiar o porque la intuición no era tal. Son tantas las circunstancias que pueden modificar el futuro de una persona que cualquiera de ellas puede cambiarlo todo. Si hablamos de un grupo numeroso de personas, o de toda la humanidad, esto se multiplica hasta el infinito.

En mis sueños había visto la independencia de Cataluña en tiempos de Zapatero. No se cumplió, tal vez porque un voto en un tribunal constitucional puede cambiar muchas cosas y una persona en un cargo importante que toma una decisión, saliendo de la duda, puede modificar el resultado final. Pensé que me había equivocado de tiempo, sería durante la presidencia de Rajoy, las cosas estuvieron feas, pero tampoco ocurrió. Como el estado de alarma, de excepción y de sitio, recogidos en el artículo 116 de la Constitución. En mis sueños había visto la posibilidad de que se declarara el estado de sitio en Cataluña y el ejército patrullara sus calles. No ocurrió, por supuesto, gracias a Dios, pero me temo que anduvo muy cerca. Vi cómo su presidente se iba a casita, pero podía no haber ocurrido, todo estuvo en la cuerda floja. Lo del Brexit estaba más claro y ocurrió. Como la escalada terrorista. Pero no lo que vi tras el 11S, una auténtica guerra biológica, una pandemia de ántrax o lo que fuera. También el tema de los refugiados está ocurriendo, pero de momento no con la virulencia que vi. El auge de la ultraderecha también estaba en mis sueños, pero no ha llegado al punto de virulencia que vi en ellos. Europa se hunde como el Titanic y todos tan panchos. Aún queda por ver lo de las elecciones en España, espero que no vayamos a unas terceras elecciones, porque lo que vi no era precisamente agradable, los políticos prácticamente se iban a casa con una patada en el culo y no precisamente entre vítores. ¿Y luego qué?

Todo comenzó con una fantasía inocua que fue degenerando. Estaba muy triste, como un guerrero que vislumbra la eternidad y la melancolía está a punto de matarlo. La primera semana estaba tan confuso y desorientado que algunas mañanas me despertaba asustado porque no había sonado la alarma y llegaba tarde a trabajar. Pequeños sustos. Tampoco me apetecía mucho levantarme de la cama, ninguna obligación, nada que hacer con urgencia. ¿Por qué no quedarme todo el día acostado? Por las noches la fantasía se desbocaba. Una casa en la montaña, perdida en cualquier parte, me encierro allí y nadie se acuerda de mí. En invierno los lobos aúllan frente a mi ventana. Me voy a la cama con el cachorrito de perro y el gatito, pongo mi mano sobre ellos para sentir el calor del afecto y me duermo sabiendo que estoy irremediablemente solo. La fantasía es muy vívida, pero la realidad siempre se ocupa de desbaratar cualquier escena fantástica. No es fácil encontrar casas aisladas en alquiler. También me informé sobre pueblos abandonados, tampoco es fácil, por barato que sea, encontrar un pueblo abandonado donde haya una casa que tenga luz y agua corriente, signos esenciales de civilización.

Mientras doy vueltas en la cama la fantasía se va ampliando en círculos y acaba llegando al precipicio. ¿Y si no me pagaran la pensión? Sí, he cesado, me he jubilado voluntariamente, anticipadamente, no ha existido ningún problema, pero ¿y si Hacienda pone pegas? Hubiera sido un problema grave, porque ¿cómo vuelvo al trabajo después de haber cesado por jubilación? Y si no me pagan tengo que ir a un contencioso-administrativo con Hacienda y ya sabemos cómo son esos juicios. Quienes consideren inverosímiles estas cosas no han trabajado como yo en la burocracia de la administración durante muchos años. Todo puede pasar, todo. Un funcionario despistado que comete un error que luego no hay forma de corregir, la interpretación personal y peculiar del correspondiente jefe de negociado, instrucciones que llegan desde arriba, no hay dinero en las arcas del Estado, retrasad jubilaciones, poned pegas. Con la suerte que me ha acompañado toda la vida que algo así pudiera pasar con mi jubilación no era precisamente descabellado. Mientras seguía dando vueltas y vueltas en la cama, sin prisa por dormirme, porque mañana no trabajo, el abismo se fue ahondando. ¿Y si el pago de la pensión se retrasa muchos meses? ¿De qué voy a comer? ¿Y si tengo que ir a un contencioso-administrativo, de qué voy a comer, dónde voy a dormir, qué hago con mi vida?

Estoy deprimido, hundido, desesperado, es la infinita tristeza del guerrero. Y entonces lo que parece un disparate se transforma en una supuesta intuición. Así me ocurrió con lo de mi divorcio y no me lo pude quitar de encima, y sucedió. Y lo mismo con tantas cosas. ¿Y si esto fuera intuición y no delirio de enfermo mental? Y es aquí donde la diferencia entre uno y otro resulta muy sencilla. Durante años no fui capaz, pero ahora sí. Un enfermo mental delira y delira y cada vez se hunde más en el abismo, entra en bucle y ya no sale. Un guerrero diseña una estrategia y se olvida.

La estrategia de guerrero no era complicada porque no había mucho donde escoger. Si se retrasa el pago de la pensión puedo echar mano del plan de pensiones. Ya me había informado meses antes. Voy sacando dinero para sobrevivir, aunque luego tenga que pagar a Hacienda más de la cuenta. En caso extremo pido un préstamo al banco, seguro que me lo conceden. ¿Y si me rechazan la pensión, por silencio administrativo, o una denegación en debida forma, citando artículos legales? Entonces sí que estoy en un serio apuro. Veámoslo.

Tengo que irme del apartamento por no poder pagar el alquiler, mejor antes que después para no gastar dinero a lo tonto. ¿De qué voy a comer? Caritas, comedores sociales, no es una solución. ¿Me dedico a hurtar en los supermercados hasta que los hurtos se acumulan y salen los juicios y me mandan a la cárcel, donde por fin tendré techo y comida? Es una supervivencia brutal, para dormir y comer me privo de libertad y entro en una selva, no parece una solución muy buena. No, necesito una buena estrategia. No puedo pedirle a Bautista que me acoja en su casa, seguro que lo haría, pero yo no voy a ser una carga para nadie, me niego. No tengo familia, no tengo a quien recurrir, por lo tanto necesito una estrategia de guerrero.

Veamos. Tengo algo de dinero en el banco y puedo ir sacando del plan de jubilaciones todos los meses. Lo primero será buscar un abogado que acepte llevar la demanda contenciosa-administrativa, que acepte una provisión de fondos modesta y que le pague cuando ganemos el juicio, con un tanto por ciento de la indemnización que me corresponda, si tengo que ceder, hasta un cincuenta por ciento, si no encuentro a nadie, podría ceder la indemnización completa. Una vez puesta en marcha la demanda, necesito un lugar para vivir. El coche. Pongo en el maletero la tienda de campaña y el saco de dormir, algún libro, algún cuaderno y el resto todo comida imperecedera. Legumbre, arroz, sopas, latas. Buscando lo más barato para que el dinero se estire. Tengo el camping-gas y unas bombonas, tengo la sartén-cazo para freír y cocer.
Me voy a la montaña, porque vivir así en una ciudad llamaría la atención y no duraría mucho, y porque me gusta mucho más la montaña. Encuentro un lugar alejado, solitario, que aún deben quedar. Estaciono el coche en un lugar discreto, poco visible, cerca de un prado para montar la tienda de campaña, cerca de un arroyo por lo del agua. Me dedico a vivir en plena naturaleza, el tiempo necesario hasta que gane la demanda.,. Pero hay algo que he pasado por alto. ¿Còmo me comunico con el abogado? Movil prepago, no llamo a nadie si no es necesario, tengo en el banco dinero para recargarlo cuando sea preciso. Lo tendré apagado casi todo el tiempo porque no quiero que me llamen los pocos amigos que aún me quedan. Antes de hacer esto habré subido un capítulo del diario de un enfermo mental explicando lo que voy a hacer. Espero que se lo tomen con filosofía. En la cuenta del banco siempre debe quedar algún dinero para emergencias. Gasolina para el coche, cargar el móvil, comprar comida cuando se vaya acabando. Llevaré ropa de invierno porque en la montaña hace frío. Los veranos serán mejores que los inviernos, el tiempo irá transcurriendo. Algún día ganaré la demanda, me pagarán la pensión o me readmitirán en el trabajo. ¿Está todo previsto? Bueno, le habría pedido a Bautista que se quedara con mis libros, mis cuadernos, mis álbumes de novelas ilustradas, mi ordenador, el televisor, el equipo de música, los pendrives, los discos duros externos…Por si regreso, esas son todas mis posesiones. Seguro que lo aceptará, aunque me resultará difícil librarme de él porque querrá que me quede en su casa.

Bueno, parece que está todo listo. Es la estrategia de un guerrero. Mientras haya un solo aliento de vida hay esperanza, hay que seguir luchando. Cuando llegue la muerte… a bailar la última danza con ella. Es posible que enferme, que pille algo grave viviendo al aire libre, pero si no recuerdo mal nuestros ancestros vivían así y sobrevivían. De todas las estrategias de guerrero para enfrentarme a una posible denegación, ésta es la mejor. Hecho. Un guerrero se olvida de la estrategia diseñada hasta que llegue el momento de utilizarla, si es que llega. Un enfermo mental entra en bucle, las ideas obsesivo-compulsivas se apoderan de él, se deprime, se desespera, no deja de dar vueltas y vueltas al tiovivo, cada día está peor, un metro más bajo tierra. Esta es la gran diferencia entre delirio de enfermo y estrategia de guerrero. En realidad el delirio se ha diferenciado muy poco de la estrategia, tan solo hay una diferencia importante, el guerrero sigue adelante y no recordará la estrategia hasta que sea necesario, el enfermo vivirá en el delirio todo el tiempo y si nunca se realiza no importará porque su mente lo ha estado viviendo tanto tiempo que ya forma parte de su realidad y de su vida, acabará internado o acabará en un intento de suicidio, no es un guerrero, no vive y lucha como un guerrero.

Así eran mis delirios, los que me condujeron al suicidio en mi juventud, así continúan siendo mis delirios, solo que ahora soy un guerrero y cuando digo basta es basta. Se acabó, a dormir, si ocurriera sé lo que tengo que hacer y lo haré. Esto me puede servir para una novela, lo mismo que aquel delirio en el coche, cuando me perdí en la circunvalación a Madrid y me puse a dar vueltas hasta encontrar de nuevo la salida que me había pasado. Temía más meterme por el centro que dar vueltas. De ahí salió una bonita historia, “Perdido en el tiempo”.

En realidad todo salió bien, por fin he cobrado mi primera pensión, un inmenso alivio, porque una vez que la maquinaria burocrática se pone en marcha ya es más difícil pararla que conseguir que siga dando vueltas. Es posible que tengamos problemas con las pensiones, más si no tenemos gobierno, es posible que el estado quiebre, que venga el apocalipsis económico, que llegue otra depresión del 29. Todo es posible, pero yo al menos ahora estoy jubilado, soy pensionista. Lo que ocurra en el futuro deberá ser enfrentado en el futuro.

Decidí ir a Soria, buscando un lugar que me gustara, también estuve por Segovia, Ávila, hay pocas zonas montañosas de España que no conozca. Me quedaba Soria a donde nunca había ido. Me gustaron los Picos de Urbión. Busqué en Internet y encontré la casa que me gustaba. Puse la maquinaria en marcha. Pude ver la casa, me gustó mucho. Un momento fóbico que luego me hizo pensar que se iban a echar atrás al darse cuenta de que yo era un enfermo mental. En estos casos nunca lo digo por anticipado, hay que sobrevivir y sigue existiendo mucha gente que cree que un enfermo mental es peligroso, que le puede quemar la casa, que su deterioro puede convertirla en una pocilga, etc etc. El arte de acechar, la estrategia del guerrero. No necesitan saber eso de momento y no lo sabrán.

Todo sobre ruedas, pero no quieren que tenga perro, no sé si han tenido alguna vez mascota, intuyo que no. Entiendo que es una casa preciosa, de piedra, una maravilla, que nadie ha vivido allí, excepto ellos, que duele dejarla en manos de otro, que seguro que preferirían venderla, pero tal como está el mercado inmobiliario, eso está difícil. ¡Que me lo digan a mí! Consigo sacarles lo del gatito, algo tan diminuto que no puede hacer daño a nadie. Luego me dirán amigos con mascotas que un gato puede deteriorar más que un perro con sus uñas y sus movimientos bruscos. Bueno. Si al menos consigo un gatito creo que no me sentiré tan solo y falto de afecto.

Otro problema, del que me entero más tarde es Internet. Mis abuelos fueron ganaderos en los Picos de Europa, conozco bien lo que es pertenecer al mundo rural, un tercer mundo dentro del primero. Sin embargo creía que eso formaba parte de la historia. Parece que no es así. La banda ancha no llega al mundo rural, hay que conformarse con la conexión vía satélite, de la que todo el mundo habla pestes en los foros. Ciudadanos de segunda. Pensaba que ahora tienen tractores y todo tipo de maquinaria, hay explotaciones ganaderas mecanizadas, el campo parece haber llegado también al siglo XXI. Pero no, ya he visto en la tele que en los pueblos que no tienen bastantes niños se cierran las escuelas y algunos tienen que ir andando hasta la próxima, porque tampoco hay dinero para el transporte. Tampoco hay sanidad, se quitan los centros de atención primaria y hay que ir a las ciudades. Todo está en las ciudades. Y ahora voy yo, un urbanita de toda la vida, y decide irse al campo para vivir su jubilación y morir, sin asistencia médica, sin Internet, solo porque le gusta la montaña, la naturaleza, y eso es un pecado capital en nuestra sociedad. Pues lo haré. Tal vez el ayuntamiento tenga wifi gratuita para el pueblo y al menos podré seguir subiendo mis textos y haciendo alguna cosilla por aquí. Si no la hay y la conexión vía satélite es muy cara y mala, buscaré estrategias de guerrero. En Vinuesa hay biblioteca pública con wifi. Tal vez pueda llevar mi portátil o tal vez pueda conectarme allí de vez en cuando, escribir algún texto o copiar alguno del pendrive, suponiendo que en los ordenadores de las bibliotecas públicas se pueda enchufar el pendrive. O podré aprovechar los viajes, que seguiré haciendo, para buscarme un hotel con wifi gratis y pasarme la noche subiendo textos atrasados. Ya dormiré cuando regrese a mi casita de papel. Como decía aquella canción tan antigua. ¡Qué felices seremos los dos, en tu casita de papel!

Bueno, creo que eso es todo. Las estrategias de guerrero ya están implementadas. Cuando surja algo nuevo, nos enfrentaremos a ello. Mientras tanto fuera bucles y delirios. Un enfermo no es un guerrero, y yo estoy harto de haber sido un enfermo toda la vida.

Creo que resumiendo estos dos meses, podría decir que la primera semana fue confusa, durante la segunda entré en mi delirio sobre el pago de la pensión. A finales de mayo de fui en un viaje por Soria que resultó de lo más agotador. Decidí dormir en el coche para ahorrar y comer lo que llevaba. La tercera noche dormía en un hostal barato, para ducharme, dormir a gusto y recargar el móvil. Sí, porque esa es otra. Muchos me creen un avanzado de las tecnologías, de risa. No había caído en que podía comprar un cargador para el coche, así que tuve apagado el móvil los tres primeros días. Asusté a algunos wasaperos. Mc se enfadó conmigo porque estaba convencida de que era que no quería hablar con ella. Típico de la patología del enfermo mental, todo el mundo tiene que estar cuidándole como si fuera un bebé.

Me encantó Soria. Un paseíllo por Segovia y Ávila y la sierra madrileña. Nada, me quedo con los Picos de Urbión. Regresé agotado. Comida con Bautista y familia. Cena con G. Comida con Dr. Creo que he celebrado la jubilación de la mejor manera posible dentro de mis posibilidades. Comienza el calor, malo. El final de la primavera y el comienzo del verano es la peor época del año para mí. En estas fechas tengo registrados la mayoría de mis intentos de suicidio, depresiones, internamientos. No me va el calor y no me va el cambio de estación. Estaré atento. Ahora solo queda firmar el contrato e iniciar la mudanza, que esa será otra.
He vivido la infinita tristeza del guerrero que vislumbra la eternidad. Ahora solo me queda comenzar mi nueva y definitiva etapa. Ha sido un enorme alivio recibir la carta de Hacienda confirmando la pensión y cobrar la primera pensión de mi vida. Espero vivir todo el tiempo posible en aquella bonita casa. Que tampoco sé el tiempo que estaré, porque el alquiler es renovable anualmente y hay cláusulas de uso para familiares que lo necesiten, y la posibilidad de que les surja un comprador y la quieran vender, entonces tendría que irme al cumplirse el año. Todo está en el aire, pero en realidad la vida no es otra cosa, un alquiler permanente, un paseo por la cuerda floja. Tal vez sea el lugar físico de mi muerte. Tuve una experiencia extraña y terrible. Al abrir la esposa del dueño una ventana desde la que se veía la montaña, sentí un estremecimiento, como un deja vu. Yo estaba allí, de pie, solo, con la ventana abierta, contemplando la montaña, en lo alto la niebla, o el cierzo, como decimos en mi pueblo, bajando hacia el valle. Un intenso dolor físico, el deterioro de la enfermedad, la proximidad de la muerte. Lo peor, la soledad. Allí, de pie, viejo y enfermo, iba a morir solo. Pero eso tampoco era lo peor. La sensación terrible de que no era allí donde debería estar. Ese era el plan B, el plan alternativo por si fallaba el plan bueno. Yo estaba viviendo el plan B, y la sensación de fracaso fue espantosa. Tal vez por eso luego viviría algún momento fóbico mientras hablábamos de las condiciones del alquiler.

No debería haberme asustado tanto, porque en realidad todos, este país, está ya viviendo el plan B. Este planeta está viviendo un plan B, la única alternativa al apocalipsis que debería habernos fulminado ya a todos.

 





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLII

16 04 2016

LOS DE ALICANTE…»TÓS PALANTE»

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLII

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-El destino de un guerrero sigue un curso inalterable. El desafío consiste en cuán lejos puede llegar y cuán impecable puede ser dentro de esos rígidos confines.
Carlos Castaneda. La rueda del tiempo.

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A veces las fuerzas poderosas son favorables, solo a veces, pero me basta con que lo sean de vez en cuando. Como le dice don Juan a Castaneda, la diferencia entre un hombre común y un guerrero es que un guerrero toma todo como un desafío, mientras que un hombre ordinario toma todo, ya sea como una bendición o una maldición. Estoy harto de desafíos. Sé muy bien que ahora soy un guerrero y sobre eso de bendecir al cielo cuando todo va bien y maldecirle cuando todo va mal. Pero no puedo evitar maldecir a las fuerzas poderosas cuando todo me sale mal, sea lo que sea.


No es que el correo de mi hija me pillara de nuevas, la esperanza de que recapacitara y diera una oportunidad a nuestra relación era tan escasa que no hubiera apostado ni un céntimo de euro a ella, sin embargo el ser humano necesita de la esperanza tanto como del aire o el alimento, sin esperanza somos menos que nada. Por eso confiaba en que ocurriera algo, un milagro, cualquier cosa. Los sueños eran claros, mi intuición también, mi conocimiento de la vida y de la psicología me decían claramente que no se pueden pedir más oportunidades cuando se han tenido todas y se han desaprovechado. Aquella imagen de aquel angelito mirándome como un ángel y hablándome como una niña de dos añitos mientras yo permanecía tumbado en el sofá, revolcándome en el dolor, me perseguirá siempre. He recapitulado mucho durante este tiempo y sigo sin explicarme lo que me pasa. El deseo de morir, la visión de la vida como un infierno del que es preciso salir cuanto antes, la incapacidad para enfrentarme a los incidentes más naturales de la vida cotidiana, esa visión del ser humano, del otro, como la de alguien que se pasa la vida mintiendo, ocultando su verdadero yo, huyendo de la comunicación profunda y afectiva con el otro, es algo que está en lo más profundo de mis raíces y aún no sé por qué.

Me hundí en la miseria, como me ocurre siempre ante acontecimientos que no está en mi mano evitar o controlar, ante los embates del destino. Me siento como el personaje de mi novela, el buscador del destino. Me gustaría encontrarlo y castrarle sin contemplaciones. Durante muchos días me levantaba con la sensación de que mi vida nunca fue normal, era como una persecución tan ridícula y esperpéntica como la que sufre el personaje de la novela, sin embargo en mi caso era mucho más dramática puesto que un personaje es siempre un personaje, mientras que yo soy un ser humano consciente y sufriente. Eso suponiendo que en realidad no sea otra cosa que un personaje del gran novelista, Dios. Cuando recapitulo no logro entender tal cúmulo de desgracias, de caminos equivocados tomados en cada encrucijada, de incapacidad para tomar decisiones firmes y asumir las consecuencias, aunque todas me precipiten a la muerte. Siempre he sido un hombre con las ideas claras, ¿entonces a qué vienen tantas dudas? Pero es que hay demasiada acumulación de desgracias, de zancadillas de las fuerzas poderosas que quieren ser desfavorables a cualquier precio. No me extraña que en su día yo pensara que tenía el mal de ojo y no me burlara en absoluto cuando me lo dijo la gitana en Córdoba, junto a la mezquita. No es normal, no, me lo he repetido una y otra vez todo este tiempo. Nunca entenderé por qué me ocurre lo que me ocurre. Si fuera una mala persona tendría lo que me merezco, si hubiera escogido determinados caminos a sabiendas de las consecuencias, no tendría motivos para quejarme. Pero es que siempre he procurado ser una buena persona y seguir el camino que menos daño podía causar a los demás. Sí, es cierto que tengo grandes debilidades de carácter, pero aún así nunca he dudado a la hora de tomar decisiones. Todo hubiera podido ser diferente si….

Ese bucle podía haber sido desencadenado por cualquier otro acontecimiento, pero lo causó el correo de mi hija. No se arrojan años de convivencia a la basura y se olvidan así como así. Pasé momentos muy malos y desde entonces no dejo de despertarme por la mañana dando vueltas y recapitulando una y otra vez los mismos acontecimientos. Por suerte las fuerzas poderosas a veces son favorables y cuando ya no puedo más me arrojan un salvavidas.

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G. fue muy oportuno invitándome a ir con él a Alicante, al piso de sus padres. Necesitaba salir de aquí durante la Semana Santa, pero la obsesión, la manía, el maldito bucle de que no sé si cobraré la pensión ni cuándo me hicieron abandonar todo proyecto de ir a parte alguna. Necesito ahorrar porque no sé si mis magros ahorros serán suficientes para aguantar los meses que esté sin cobrar desde que cese. No quiero ni pensar en la posibilidad de que algún «accidente» burocrático haga que rechacen mi petición de pensión y me dejen con el culo al aire bajo un puente. Hacienda es muy suya. Solo de pensarlo se me puso la piel de gallina. Estaba tan mal que estas posibilidades tan inverosímiles se vuelven perfectamente verosímiles y hasta posibles intiuiciones de un trágico futuro. Ya me veía teniendo que dejar el apartamento, sin dinero para ir a parte alguna, muriéndome de hambre. ¡Dios qué horror de visiones apocalípticas! Por suerte un guerrero también puede diseñar estrategias para enfrentarse a futuros acontecimientos. No me costó mucho diseñar una estrategia. Fue la mejor de las posibles si ocurría lo que nunca deberia ocurrir, lo que era inverosímil, ilógico e irracional que ocurriera. Una vez clara la conducta a seguir si lo peor acababa pasando me sentí muy aliviado. Cuando haces lo que está en tu mano, preocuparse por lo que no lo está es de idiotas. Se acabó, me dije, y efectivamente el bucle se deshizo con la explosión de una ventosidad.

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No estaba bien, por supuesto, pero fueron unos días agradables. Me hicieron muy consciente de que desde el divorcio he perdido la poca capacidad que tenía, si es que tenía alguna, para la convivencia y la relación interpersonal. Cuando entro en mi apartamento no pienso en nada, en lo que pudiera pensar de mi conducta alguien que conviviera conmigo. Me dejo llevar hasta extremos de clochard o vagabundo que ha perdido todo interés en la sociedad, a quien ya no le molesta ninguna mirada ni comentario. Convivir con alguien unos días no me resulta nada sencillo. A pesar de ello y de lo que algunos puedan pensar de la convivencia de dos enfermos mentales, lo cierto es que no somos tan malos como parecemos y la convivencia con nosotros no tiene que ser tan desagradable como la pintan. Me adapté, él se adaptó, nos adaptamos. Fueron días agradables y sobre todo disfruté mucho de las comidas. El arroz con bogavante, pendiente desde hacía años, el arroz con ajetes y boquerones… ¿Qué otra cosa puedes pedir en Alicante, en la comunidad valencia, que no sea arroz? Me pasé comiendo arroz, es cierto, pero ya no me preocupa engordar o el colesterol o la diabetes o el ictus o el infarto o que venga el apocalipsis, estoy solo, sin esperanza, sin estrategias, sin futuro, al menos disfrutaré lo que pueda de la vida. Como la cena en el restaurante japonés. Siempre tuve un poco de reparo de comer pescado crudo, nunca me había decidido a pisar un restaurante japonés y fue una experiencia muy agradable que pienso repetir. No solo el pescado crudo, también el pescado a la tempura y otros posibles platos más occidentales. Perfecto y no muy caro. No quise probar el sake porque las calles estaban abarrotadas de gente para las procesiones. El restaurante estaba casi vacío, un alivio, pero justo al otro lado de las grandes ventanas la calle era el camarote de los hermanos Marx.

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La fobia me persiguió toda la semana, pero pude con ella, más o menos. Hubo momentos muy delicados, aunque desde que soy un guerrero ya no sufro esos momentos de absoluta desesperación en los que salgo corriendo en el coche a cualquier parte donde pueda estar solo y pensar en el suicidio. Ahora sé que no me puedo permitir un paso más en esa dirección, las siete o catorce vidas del gato fueron agotadas y las fuerzas poderosas ya no tendrán más consideración conmigo. Me gustó el castillo de Santa Bárbara, me gustaron muchas cosas, aunque no es una ciudad que me vuelva loco, aceptable diría yo.

Cuando Bautista me llamaba por teléfono y me preguntaba cómo estaba yo solía responderle: «como los de Alicante, siempre «palante» o algo parecido. De ahí el título de este capítulo. Podríamos decir que los enfermos mentales somos los de Alicante, o vamos siempre «palante» o si retrocedemos nos caemos al mar, no hay alternativa. Fue una semana en la que hubo de todo, momentos muy agradables y momentos de absoluto hundimiento, pero mucho mejor, infinitamente mejor que haberme quedado en el apartamento. Fue una suerte que me invitara G. Aunque todos estos pequeños acontecimientos los achaquemos a la suerte, yo nunca he creído en ella. Nada de lo que me ha ocurrido en la vida es cuestión de buena o de mala suerte, todo es demasiado reiterado, como si me obligaran a seguir una línea recta y solo de vez en cuando me permitieran hacerme la ilusión de que me he salido del camino. Estoy plenamente de acuerdo con don Juan cuando le habla a Castaneda del camino del guerrero y de que un guerrero tiene el camino trazado de antemano por las fuerzas poderosas, lo único que puede hacer es ser impecable en el uso de la poca libertad que se le permite.

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Ahora que estoy mejor soy muy consciente de lo mal que he estado, un poco antes de recibir el correo de mi hija, luego después y hasta pasados unos días desde el regreso de Alicante. Yo diría que he sufrido una depresión profunda, grave, tal vez como algunas de las peores depresiones que he tenido a lo largo de mi vida. Sin embargo ahora todo es muy distinto y debo dar las gracias a mi condición de guerrero impecable de poder seguir con vida, sobreviviendo día a día. En realidad todo este año y medio, desde el divorcio, no he levantado cabeza, la depresión ha sido más o menos intensa pero nunca me ha dejado. No he dejado de recapitular todo este tiempo, cuando estoy bien, más o menos bien, me doy cuenta de lo mal que he estado, y esta ha sido una constante a lo largo de toda mi vida. He tenido algunos buenos momentos, o si se prefiere, temporadas, pero nunca han durado mucho. Cuando me siento bien, normal, me pregunto por qué no puedo estar así siempre, al parecer los demás lo están, ¿por qué no yo? Es entonces cuando tengo que plantearme necesariamente mi condición de enfermo mental. Estas depresiones, estos hundimientos, este no levantar cabeza no es normal, por mucho que se hayan empeñado, para tranquilizarme, en decirme siempre las mismas frases manidas, que si todo el mundo tiene malos momentos, que si algunas veces están tristes, eso es normal, es que yo le doy demasiada importancia. No pueden entender qué sentimos los enfermos mentales cuando estamos hundidos, cuando clamamos por la muerte, como me han dicho muchos de mis hermanos, con los que me relaciono desde que decidí abandonar las cloacas, «debereían sufrir lo que yo sufro para que me comprendieran». Claro que a continuación matizan, Dios no lo quiera, no le pido que les haga sufrir, pero a lo mejor no les venía mal hundirse en una depresión como la mía para que se dieran cuenta. No, los enfermos mentales no somos tan malos, de otra forma estaríamos echando el mal de ojo por ahí a todo el mundo. Sí, cuando recapitulo y reflexiono sobre cómo me siento cuando estoy mal y cómo cuando estoy bien, puedo ver ese abismo infranqueable que separa a una persona normal de un enfermo mental. No pido una vida feliz y plena, solo esos momentos «normales» que viven los demás. Ahora que me encuentro mejor, más tranquilo, más aliviado, me digo que así debería estar siempre, hasta se me ha pasado la paranoia de la pensión, de que van a tardar mucho en pagarme y tendré que irme a vivir bajo un puente, de que a lo mejor hay algún problema y me niegan la pensión y tengo que ir al contencioso-administrativo y… ¡Dios mío! Qué negro se ve todo cuando estás deprimido, hundido en la miseria.

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He decidido recapitular esta etapa, tras el divorcio, en cuanto esté instalado en la casita de la montaña. He ido adelantando algunas cuestiones, como los libros leídos. Es increíble, no creí haber leído tanto. Los tengo anotados en mi agenda de lecturas y escritores, mucha novela negra, algo de cienciaficción y fantasía y también literatura moderna y clásica. Libros sobre esoterismo, repaso a los libros de Castaneda. Apenas he escrito algo en mis novelas, pero en cambio el blog del guerrero ha tenido una gran actividad. He subido muchos textos, he contestado algunas consultas… Seguiré dando mi apoyo a los hermanos enfermos mentales, aunque no es precisamente una actividad con mucha recompensa, no se les notan los progresos, algunos de ellos son desagradeciedos, dejan de escribirme correos electrónicos o de llamarme o utilizar el whasap, desaparecen sin más, sin una palabra cortés, sin una frase de agradecimiento. Si no les conociera tan bien hasta me parecería mal, pero es que somos así, eso forma parte de nuestra patología. A veces me río al darme cuenta de que así era yo, así actuaba, puedo verme en ellos como en un espejo. A veces te llaman y están tiempo hablando contigo, contándome sus cuitas y al final tienen que hacer un esfuerzo para preguntarme cómo estoy yo. Lo entiendo, estamos tanto tiempo sin poder hablar con nadie, comiéndonos el «coco», deprimidos, sufrientes, doloridos, que cuando encontramos una oreja amiga que quiera escucharnos un rato, es que no paramos de hablar y de entornar el viejo mantra del enfermo mental: QUIERO MORIR-QUIERO MORIR-QUIERO MORIR.

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Le he contado a Bautista lo de mi paranoia y he bromeado con él, ya sé que no me dejarás bajo un puente, en cuanto te enteraras vendrías a buscarme en tu furgoneta y me acogerías en tu casa, con toda la tribu. Pero lo he pasado muy mal, ¿y si ocurriera? A veces me vuelvo totalmente paranoico con las fuerzas poderosas, seguro que me la arman, seguro que encuentran la forma de j…y dejarme sin pensión. ¡Oh my God! Me entran ganas de cantar aquella canción de «si yo fuera rico, debe,debe,debe y no bebe» solo que cambiando la letra. Si yo fuera normal, debe-debe-dé, me bebería todo el manantial. Tanto sufrimiento para nada, porque seguro que todo va bien. Ya me queda muy poco y una vez jubilado aprovecharé para hacer todo lo que no pude hacer, para escribir todo lo que tengo pendiente, para disfrutar de la vida, de la comida, del…

Quieto, para el carro, lo del sexo ya está enterrado. Lo que no tiene remedio no lo tiene. Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Estoy harto de prostitutas, de sexo mercenario, de páginas de contactos, de buscar la aguja en el pajar, de intentar convencer a las mujeres de que el sexo no es malo ni pecaminoso, ni hay que esperar a que llegue el amor y el enamoramiento, que se puede tener sexo sin estar casado, prometido, viviendo en pareja, sin tomárselo tan en serio como si nos dieran a elegir dónde querríamos vivir si viviéramos para siempre. Tampoco es para tanto, vale que el sexo vincula mucho, como dice Milarepa, pero no creo que por un poco de sexo uno tenga que decidir que ya no puede vivir sin el otro y haya que salir corriendo a buscar al cura para que nos case. No, no estoy para otra relación de pareja, «seria» como dicen todas las mujeres de las páginas de contactos -quiero una relación seria, nada de tonterías- creo que ya he tenido bastante con la experiencia que experimenté y sufrí. Sigo siendo un enfermo mental, ninguna otra mujer me va a soportar, tampoco tengo ganas de transformar estos años de jubilación en una maratón de convivencia, siempre con la lengua fuera y el corazón a punto de reventar por el esfurzo. Si no «pue» ser pues que no sea, ya encontraré en qué entretenerme mientras llega la muerte. Lo siento mucho «troncas» pero yo soy como soy y eso no tiene remedio. Porque «ser es» como dice José Mota. Y ya he escrito demasiado, dejaré para otra ocasión ese apéndice que me apetecía meter aquí, como en una cálida cueva. «Ahora puedo decir todo lo que realmente pienso… del sexo». Bueno, lo dejaremos para otra ocasión.

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Creo que aparcaré este diario hasta que me jubile de una vez, mejor aún, hasta que reciba la primera pensión, porque dejar de trabajar es importante, pero si no me dan para comer todos los meses eso no sería ningún milagro, bien lo podría haber hecho en cualquier momento de mi vida, salir corriendo del trabajo, no regresar, y luego tirarme en cualquier cuneta para morirme de hambre. Sí, al final todo se andará, la verdad es que estoy ilusionado con lo que me permitirá hacer todo ese tiempo nuevo de que voy a disponer. Pero sigo teniendo miedo a estar solo, a la depresión, a ese tirarse en la cama y hoy no me levanto y mañana tampoco y que cocine su padre porque hoy no me apetece cocinar, ni comer, ni nada. Sí, algo habrá que hacer, porque ahora que no tengo que ir a trabajar, como me de por encamarme y decir que «morro-morro», como el chiste de aquel gallego deprimido que decía aquello de «morro-morro» y «morrió» como decía mi madre cuando nos lo contaba…entonces para qué quiero más. No quiero ni pensar en la tentación que será para mí, cuando esté deprimido, meterme en la cama y dejar pasar un día y otro y otro y otro. Nadie vendrá a ver qué me pasa, ni me llamarán del trabajo para decirme que tengo que pedir la baja, ni «ná». Como me deje llevar la riada me llevará hasta el mar. Menos mal que tengo a Bautista y a L y a G y a todos mis hermanitos, los enfermos mentales, que seguro me iban a echar de menos.

Bueno, a ver si me animo y vuelvo a ir al gimnasio y a la piscina, que el otro día reventé una camisa. No sé si eran de las que me quedaban estrechas, pero es un aviso. No puedo dejarme ir, hay que trabajar la musculatura, porque nunca se sabe, donde menos te lo piensas salta la liebre o la mujer… para decirte aquello de «quiero una relación seria-quiero una relación seria». Para que yo pueda responder aquello de «quiero morir-quiero morir- quiero morir». Esto parece el baile de la yenka, o el pasito «palante» y el pasito «patrás». Nada, amigos míos, los de Alicante, «tós palante» y que les den morcilla, no, mejor dicho que les den mierda a los de las empresas esas «ofsores» o como se diga y a los corruptos y tanto chorizo y desvergonzado como anda por estos andurriales, que si por ellos fuera yo me quedaría sin mi pensión para que ellos no tuvieran que pagar tantos impuestos. ¡Serán caraduras!





DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLI

17 03 2016

 

DIARIO DE UN ENFERMO MENTAL XLI

LOBO

POCO QUEDA CUANDO YA NO QUEDA NADA

Poco queda

cuando ya no queda nada.

Nada de amor,

ni un átomo de esperanza.

Ni el sol de día,

ni la luna de noche,

ni un rayo de luz

en la consciencia.

Aunque dicen

que la tumba es fría,

solo hecho de menos mi cuerpo.

Escribí este poema profético hace ya muchos años. No es tan bueno como el de Dylan Thomas, el poeta alcohólico, que tanto gustaba a don Juan Mathus y que Castaneda suele leerle.

d.tHOMAS
He anhelado alejarme

del siseo de la mentira gastada

y del grito continuo del viejo terror

que se torna más terrible a medida que el día

avanza y se desliza dentro del mar profundo.

He anhelado irme pero tengo miedo

de que un pedazo de existencia aún intacto

pudiera explotar al salir de la vieja mentira

quemándose en el suelo,

y, reventando en el aire, me dejase medio ciego.

He anhelado irme pero tengo miedo…

El correo de Sara me me ha tumbado, estoy tan hundido que me cuesta levantarme de la cama. No es que no lo esperara, pero uno siempre enciendo la última vela de esperanza en los rincones más ocultos de su alma, confiando en que la luz del sol llegue alguna vez hasta allí. Los sueños me habían avisado esta temporada, acostumbrado como estoy a sus avisos intuí que pronto tendría noticias de ella y de su madre, como así ha sido. Me dice que no quiere volver a saber de mí. Está realizando una terapia, como me figuraba, y ha decidido que no puede soportar verme sufrir tanto y prefiere que nuestros caminos se separen para siempre. Como hija de su padre se expresa muy bien y hasta ha tenido el detalle de añadir una coletilla esperanzadora que yo mismo hubiera utilizado en sus circunstancias. Pero los dos nos conocemos muy bien para no saber cómo son nuestras decisiones. Alega también que nuestras filosofías de la vida son muy diferentes y en algunos puntos irreconciliables. Es cierto, hay puntos en los que difícilmente nos encontraremos nunca, pero eso no debería significar que no pudiéramos reconducir una relación paterno-filial. Tanto pregonar que la emoción y el sentimiento lo son todo, que sin ellos somos robots y que la mente pinta muy poco en nuestras vidas, para que ahora su decisión se base en parte en nuestras formas de pensar irreconciliables. He respondido que las puertas de mi casa y de mi corazón estarán siempre abiertas para ella y que al menos espero que quiera despedirse de mi cuando note que la muerte se acerca, pero sé muy bien que todo esto solo son palabras. Me lo he tomado como una despedida definitiva, como un adiós hasta la eternidad, de aquí a la eternidad, parafraseando el título de la famosa película. Mi testamento ha sido muy sencillo. Le he mandado el relato que escribí en el taller de la escuela Alonso Quijano, hace años, y que versaba sobre los recuerdos más tristes de nuestras vidas. Lo copiaré al final de este capítulo del diario. Cuando pienso en ella la veo como aquella niña de apenas dos años, como aquel angelito del cielo, que se acerca al sofá donde estoy tumbado, absolutamente hundido, con el televisor encendido para que haya un ruido, cualquiera, que me impida escuchar el silencio infinito. Cuando me dice, papi, quiero jugar, el alma se me cae al suelo y el corazón se desgarra. Entonces me prometo que si algún día logro sacar la cabeza del océano y respirar aire puro escribiré algo que haga llegar a “los otros” ese infinito sufrimiento del enfermo mental, que les haga ver el rostro del cordero, de Dios, en nuestros rostros desencajados por el dolor, buscando la compasión. No pudo recriminarle nada a aquel angelito. No he sido un buen padre, no al menos el padre que ella se merecía, lo reconocí y le pedí perdón en el correo de respuesta, aunque el serlo, también le dije, no estuvo siempre en mi mano. Podría entregarme al potro de tortura y que ella me torturara durante toda la eternidad por mis muchos pecados, a ese angelito se lo permitiría todo, pero no es así, nadie tiene la culpa de todo, ni siquiera yo. Luché e hice lo que estaba en mi mano, no siempre lo máximo que estaba en mi mano, pero sí mucho.

Llevo unos días que al despertar me siento tan hundido, tan angustiado por la recapitulación de recuerdos que llega hasta mí, que si pudiera hacer un viaje al pasado me aniquilaría para que mi hija no sufriera, para que su madre no hubiera sufrido, pero si lo hiciera ella no habría nacido. El karma tiene algo de misterioso y de terrorífico y no hay karma más terrible que el existente entre padres e hijos, entre amantes. Su nacimiento estaba unido a mí y su sufrimiento también, parece un vínculo demoniaco. Esta mañana, al despertar he recordado esos versos del poema, como otros de aquellos poemas juveniles que escribí en Madrid y que he recopilado en un “Poemario negro”. Tal vez debería repasar aquellos poemas y subirlos a Internet, necesito recapitular aquellos sentimientos. Luego, a lo largo del día, esa angustia y esa sensación de culpa se va atenuando, en realidad bastante tengo con mi culpa como para asumir culpas ajenas. El que alguien no me acepte como enfermo mental no es culpa mía, sino suya. Con la luz del sol todo vuelve a la realidad multicolor que es la vida. Anoche estuve hablando por el “wasape” con una hermana que no hace otra cosa que pensar en la muerte y en la mejor forma de morir. Lo mismo que la otra hermana de aquí, con la que me veo de vez en cuando, que no deja de cantar esa vieja cantinela que me conozco tan bien: quiero morir-quiero morir-quiero morir….Cuando les pregunto por qué, la respuesta es siempre la misma. Quiero dejar de sufrir, no soporto más este sufrimiento. Lo mismo, lo mismito que hacía yo, solo que a lo mejor lo decía más bonito, en verso, pero lo mismo. Si alguien piensa que esto no es una enfermedad sino que nos juntamos los más tontos del pueblo, los más apáticos, los más vagos, para no hacer nada, con la disculpa de que estamos enfermos, es que no tiene la menor sensibilidad ni quiere tenerla, y ya sabemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír. Anoche, mientras intentaba sacarle de la cabeza a esta hermana esa vieja y estúpida idea de que la muerte acaba con nuestro dolor y es como una especie de vientre materno cósmico, donde nada nos afecta y el silencio y el equilibrio son perfectos, recordé mi largo historial de intentos de suicidio, uno tras otro, no hay uno bueno, no hay uno menos doloroso que otro. Le pedí por favor que antes se leyera el libro tibetano de los muertos, el Bardo Thodol, para hacerse una idea de lo que les espera a los muertos y más si es por muerte violenta, y más si es por suicidio. Los demonios de nuestra mente, todos los que hemos creado a lo largo de la vida, los que se agazapan en las cloacas del subconsciente, salen, todos a la vez, e intentan devorarnos, desgarrarnos el alma. Como dijo aquel, saliste de Guatemala y te metiste en Guate-peor. Te suicidas para evitar el sufrimiento y acabas siendo descuartizado por los demonios de tu mente, mala elección, pésima elección. Eso le dije, pero no me hizo mucho caso. Si pudiera conseguir una pistola… Yo la conseguí y recuerdo muy bien aquella plegaria sin palabras que elevé al cielo cuando caí de rodillas, sobre un suelo nevado, en aquel bosque de Navacerrada. Señor, si tanto te he decepcionado, aniquílame, haz que mi existencia regrese a la nada de donde tú la sacaste. No me importa. Si esa es buena forma de suicidarse, acabando con el dolor, que venga Dios y lo vea. Como lo vio, porque no quiso permitirlo. Recuerdo muy bien cómo yo pensaba lo mismo, si muero dejaré de sufrir, si muero dejaré de sufrir… Aquel era mi mantra constante. Es lo primero que tuve que quitarme de la cabeza para sacar la boca de aguas profundas y poder respirar.

Bardo

No queridos hermanos, no, la muerte no es solución, no alivia el dolor, no acaba con él, cuando mueres y pasas al estado intermedio tibetano los demonios de tu mente te desgarran las entrañas, una y otra vez. Mejor vive con tu dolor como puedas que matarte para que los demonios se refocilen con el último tonto que les llega desde el más acá. No, no, no demos esa satisfacción a los “otros”, a los “normales”, a los “sanos”, para que puedan olvidarse de nuestro lamentable espectáculo y sentarse a las puertas de sus casas para ver pasar la gran procesión fallera de los logros alcanzados por los “normales” de este mundo. Puedo ver el espectáculo desde primera fila, tengo una vivísima imaginación. Al frente los yihadistas, con el rostro cubierto con el turbante negro, el machete en la mano, las cabezas, aún sangrantes en bandejas de plata, como la cabeza de San Juan Bautista. Tras ellos vienen los terroristas encapuchados, con sus pistolas en la nuca, y tras ellos los juglares de los terroristas, disculpando las muertes de víctimas inocentes porque papá Estado no les dio la independencia, ni respetó su cultura e idiosincrasia. Y tras ellos vienen los políticos del pacto de la vergüenza, con playas repletas de niños ahogados, con barrizales repletos de niños con los pies gangrenados, con esas miradas tan dulces de angelitos que aunque están viendo la parte más infernal de la vida, aún siguen intentando conservar esa bondad y pureza que se transparenta en sus ojos. Y tras ellos vienen más políticos bien trajeados, con pateras en sus manos, donde van buenos, malos, regulares y muy malos, y donde los malos arrojan al mar a los buenos y todos acaban ahogados, mares repletos de ahogados. Y políticos millonarios levantando muros para que no entre nadie, muros que deberán pagar los pobres, por supuesto, y repartiendo armas por doquier para que cualquiera pueda matar a cualquiera con solo un gesto del dedo. Y tras ellos vienen las bestias feroces del machismo, violando a niñas en los autobuses de la India, y matando a esposas y amantes porque “la maté porque era mía” y tras ellos las feministas intentando cambiar las palabras masculinas del diccionario en lugar de intentar cambiar una sociedad injusta, porque es más fácil cambiar una palabra en un libro que las vidas de millones y millones de seres humanos. Y tras ellas vienen los poderosos de este mundo, con maquetas de la ciudad de Siria que tanto estamos viendo en los telediarios, una ciudad apocalíptica, de ciencia ficción, y uno se pregunta cuántas bombas han debido de tirar para que una ciudad quede así. Y los poderosos llevan en las manos las armas bacteriológicas, las armas químicas, las armas de destrucción masiva, las bombas atómicas, de hidrógeno, de exógeno, de litio y cadmio. Y los dictadores gritan que ellos son queridos por el pueblo que les eligió para la eternidad, mientras encierran a los disidentes y reparten el elixir de la eterna felicidad, el panfleto de la magia-potajia que solucionará en un pis-pás todos los problemas de la humanidad que no han sido resueltos en miles y miles de años. Y tras ellos…

No hay alternativa, o ellos, los papones de esta procesión fallera, pertenecen al gremio de los «normales» o si son enfermos mentales también, no queda otra pregunta que hacer que esta: ¿Pero hay alguien sano en esta sociedad?

 

FALLAS

Tras ellos llegamos nosotros, los enfermos mentales, recién salidos de las cloacas, con el olor apestoso en nuestras ropas, con aspecto de ratas, con las llagas abiertas, supurando, y con carteles donde a grandes letras se dice: Cambio una tonelada de sufrimiento por un poco de cariño. Y somos los más histriónicos, los más ridículos, nos arrodillamos e imploramos un poco de cariño por compasión, por el amor de Dios. Somos los mendigos más patéticos que han visto los siglos. Y desde sus casas “los otros” nos jalean y nos tiran monedas como los hinchas del PSV en la plaza Mayor de Madrid.

Y algún día tras ellos vendremos los guerreros impecables, sin un gesto de miedo en nuestros rostros impecables, bailando nuestra última danza con la muerte, que nos mira en silencio desde su trono de calaveras.

GUERRERO

Pero no puedo ser tan hipócrita de pedirles a ellos que distingan entre un enfermo mental bueno y uno malo que estrella aviones con víctimas inocentes si yo a mi vez no distingo entre “normales” terroristas, insensibles, hipócritas, corruptos y los que no lo son, los que batallan en su vida diaria por un poco de dignidad. Por eso borro esa procesión fallera de mi mente y les digo simplemente a mis hermanos que no, que no, que la muerte no es solución, y tampoco vamos a darles el gusto a los insensibles de vernos morir sufriendo, angustiados, para que los demonios nos recojan al otro lado y nos desgarren las entrañas del alma.

Y durante las horas que paso en la cama, encamado, intento vislumbrar ese futuro que está a punto de llegar. Me jubilo sin problemas, recibo la pensión sin problemas, comienzo a buscar la casita en la montaña, me instalo, organizo la logística e intento vivir como un guerrero mientras contemplo lluvias y soles, fríos y calores, mientras escribo y escribo y trato de no pensar en lo que ya está llegando. Y trato de no pensar en la gelidez de los puñales de hielo que penetran entre el costillar del alma para llegar al mismísimo corazón. Si los seres queridos nos tratan así, qué no harán los que nos odian. Pero no, ahora soy un guerrero impecable, no voy a ponerme de rodillas ante mis seres queridos, ante toda la humanidad y pedirle como le pedí a Dios en aquella aciaga tarde de Navacerrada: Aniquiladme, hacedme regresar a la nada, que nada de lo que he hecho permanezca, que sea como si nunca hubiese existido. Y antes castigadme por toda la eternidad, atormentadme en el potro del desprecio. Me lo merezco, sí me lo merezco por mis muchos pecados, por mis errores, por lo que os hice sufrir.

El guerrero impecable ha enterrado las estrategias que le sirvieron para sobrevivir durante el primer año, el más difícil. Se ha cansado de buscar esto y aquello. Ya no hay líneas rojas, si no soy capaz de mantener el orden en mi vida, que venga el caos y me lleve al infierno. El guerrero impecable se retira a su casita en la montaña y mientras espera bailar la última danza con la muerte escribe sobre sus batallas de poder, sus derrotas, sus errores, y contempla la puesta de sol sobre la montaña, sin vanas nostalgias, sin miedos, sin dudas, sin remordimientos.

Y el desapego parece que me va a quitar hasta la lucecita del otro lado del océano, que cada vez titila más lejos, y ya no queda nada pegado a mi piel desnuda con la que entraré a mi casita de papel, como dice la canción, y allí aguardaré los fríos invernales y los lobos aullantes. Y cuando llegue el momento bailaré mi última danza con la muerte.

DANZA MUERTE

LA DANZA DE LA MUERTE

“Morirás aquí, estés donde estés. Cada guerrero tiene un sitio para
morir, un sitio de su predilección, donde eventos poderosos dejaron su
huella, un sitio donde ha presenciado maravillas, donde se le han
revelado secretos, un sitio donde ha juntado su poder personal. Un
guerrero tiene la obligación de regresar a ese sitio de su
predilección cada vez que absorbe poder, para guardarlo allí. Va allí
caminando o bien soñando. Y por fin un día, un día sabe que su tiempo
en la tierra ha terminado y siente el toque de la muerte en el hombro
izquierdo. Su espíritu, que siempre está listo, vuela al sitio de su
predilección y allí el guerrero baila ante su muerte. Cada guerrero
tiene una forma específica, una determinada postura de poder, que
desarrolla a lo largo de su vida. Es una especie de danza. Un
movimiento que él hace bajo la influencia de su poder personal. Si el
guerrero moribundo tiene poder limitado su danza es corta; si su poder
es grandioso su danza es magnífica. Pero ya sea su poder pequeño o
magnífico la muerte debe pararse a presenciar su última parada sobre
la tierra. La muerte no puede llevarse al guerrero que cuenta por
última vez la labor de su vida, hasta que haya acabado su danza. Cada
movimiento debe adquirirse durante una lucha de poder. Así que
hablando con propiedad, la postura, la forma de un guerrero, es la
historia de su vida, una danza que crece conforme crece en poder
personal.

Un guerrero no es más que un hombre. Un hombre humilde. No puede
cambiar los designios de su muerte. Pero su espíritu impecable, que ha
juntado poder tras penalidades enormes puede ciertamente detener a su
muerte, un momento, un momento lo bastante largo para permitirle
reconocerse por última vez en el recuerdo de ese poder. Podemos decir
que ese es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu
impecable

Y así bailarás ante tu muerte aquí, en la cima de este cerro, al final
del día. Y en tu última danza dirás de tu lucha, de las batallas que
has ganado y de las que has perdido; dirás de tus alegrías y
desconciertos al encontrarte con el poder personal. Tu danza hablará
de los secretos y las maravillas que has atesorado. Y tu muerte se
sentará aquí, a observarte.

El sol poniente brillará sobre ti sin quemar, como lo hizo hoy. El
viento será suave y dulce y tu cerro temblará. Al llegar al final de
tu danza mirarás el sol porque nunca volverás a verlo, ni despierto ni
soñando y entonces tu muerte apuntará hacia el Sur, hacia la
inmensidad”.

Viaje a Ixtlán de Carlos Castaneda

 

Domingo-Resurrección-Encuentro-León-7
TERCER RECUERDO.-SARA

Aquella tarde permanecía desmadejado en el sofá, mirando el panzudo
televisor, apagado. Por la mañana Conchi me había echado en cara que
no me ocupaba de Sara. Yo sufría una de mis profundas depresiones
cíclicas, que me acompañaban desde la adolescencia. Podían durar meses
y algunos días era incapaz de moverme. Me obligaba a levantarme todos
los días e ir al trabajo. Creía que aquel esfuerzo inhumano sería
comprendido por las personas de mi entorno. Me equivocaba. Ni siquiera
Conchi podía aceptar del todo que yo era un enfermo crónico. La
depresión, la enfermedad mental en general, nunca es asumida y
aceptada con sincera comprensión en el entorno de estos enfermos. La
gente piensa que tienes “mucho morro”, que eres un vago, que no
quieres trabajar, que eres un pusilánime, incapaz de enfrentarte a la
vida y te refugias en la depresión, porque es una enfermedad que no
puede ser medida y pesada.

De pronto la puerta del salón se abrió silenciosamente, como si la
empujara un ángel. Al poco oí una vocecita dulce e ingenua.

-Papi, papi, ¿me puedes comprar un tambor?

Era Sara. Permanecía al lado del brazo del sofá. Ni siquiera me había
dado cuenta de que estaba allí. No tendría ni dos años. Era tan
pequeñita que el brazo del sofá era más alto que ella. Llevaba puesto
un pijama de una sola pieza, creo recordar que morado y amarillo. Le
sentaba muy bien. Estaba preciosa. Era un angelito. Algo se derritió
en mis entrañas. Haciendo un formidable esfuerzo dije:

-Claro preciosa, te compraré un tambor “mu gande, mu gande”.

Desde que viera las procesiones de la Semana Santa no dejaba de
recordarnos que quería un tambor “mu gande”.

Aquella tarde me juré a mi mismo que si algún día era capaz de vencer
a mi feroz enemigo, la depresión, escribiría una novela terrible sobre
un loco. Pondría en ella tanto de mí que los lectores, asustados,
tendrían que dejar de leerla o acabaría para siempre con aquella
maldita incapacidad para ser empáticos con el prójimo. La dejarían en
los primeros capítulos y me odiarían para siempre o se volverían tan
empáticos que serían capaces de arrodillarse delante de un enfermo
mental y ver en él el rostro de Dios.

Hace unos días mi hija Sara, que ya tiene diecisiete años, me enseñó a
tocar en el teclado que le trajera papá Noel esta Navidad. Se lo
merecía. Un año en USA, estudiando como solo es capaz de hacerlo ella,
lejos de su familia, con un terrible dolor de cabeza, casi crónico, y
después de haberse salvado, casi de milagro, como toda su familia de
acogida, de un extraño incendio que había quemado buena parte de la
casa de madera en la que vivían.

Mientras intentaba tocar la melodía del himno a la alegría de
Beethoven, recordé aquel momento. También recordé las semanas que
Sarita pasó tocando el dichoso tambor por toda la casa, moviéndose con
la parsimonia de un papón. Hoy puedo decir que he superado mi
enfermedad depresiva y casi mi fobia social. Ha sido gracias a una
férrea voluntad, al cariño de mi familia y a las técnicas de yoga que
llevo practicando desde los dieciocho años.

Aún no he terminado mi novela, “El loco de Ciudad-fría”, pero voy por
buen camino y estoy convencido de que si algún día consigo publicarla
nadie quedará indiferente. Es posible que la mitad la arroje a la
papelera antes de acabar y lleguen a sentir odio hacia un hombre que
les ha puesto ante el espejo, para que vean el abismo de sus almas. O
bien que consigan comprenderme, tan en profundidad, que ya nunca serán
capaces de mirar a otra persona sin sentir una extremada empatía hacia
ella.

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