CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL (VÍDEOS)

17 10 2014

NOTA INTRODUCTORIA: Hace más de un año me propusieron la grabación de un vídeo sobre mi vida cotidiana como enfermo mental. Acepté encantado porque mi mayor deseo es que los demás nos conozcan como somos, sin prejuicios, para que así nos puedan querer, no se puede amar sin conocer, ese es un axioma incontrovertible. No es fácil dar el primer paso, salir a la luz pública, dejar que los focos iluminen todos y cada uno de tus defectos, tu gordura, tus defectos en la piel… pero sobre todo que el espectador conozca o intuya lo que uno es por dentro, la enfermedad del alma que le corroe. Creo que el primer paso lo debíamos dar nosotros, los enfermos mentales, con toda la dificultad y sufrimiento que eso puede suponernos, ahora el paso de acercamiento lo tienen que dar los otros, los «normales» o «sanos».

Esta serie de vídeos está patrocinado por FEAFES, la agrupación española de asociaciones de familiares de enfermos mentales. Pretende formar parte de una campaña de conocimiento de la enfermedad mental, de los enfermos mentales y de acercamiento de la sociedad hacia los enfermos y sus familiares. Los tiempos en que los enfermos mentales fuimos considerados como endemoniados y tratados como tales, encerrados en sótanos inmundos, atados con cadenas, torturados y maltratados, marginados y ocultados para que la sociedad, la pobre, no tuviera que ver un espectáculo tan terrible, han pasado a la historia, por suerte. Aún quedan viejos resabios de tiempos pretéritos, aún queda mucho por hacer, pero al menos podemos salir a la luz pública sin miedo a ser perseguidos como en otros tiempos. Aún siguen existiendo iniciativas incomprensibles, como el intento de criminalizar la enfermedad mental.de considerar agravante en los delitos el hecho de que el delincuente pueda ser un enfermo mental. Me parece tan ridículo y trágico al mismo tiempo que no tengo palabras para calificarlo. Me parece ridículo que se criminalice la enfermedad, es como -permítaseme el ejemplo- si un atracador de bancos tuviera que cumplir uno o dos años más de pena debido a que atracó el banco con gripe. ¿Qué tendrá que ver una gripe con un atraco? ¿Qué tendrá que ver el culo con las témporas? en expresión que empleaban mucho mis profesores de latín y griego en el seminario. ¿Cómo se puede «castigar» a un enfermo mental con un agravante en un delito por el simple hecho de que sea enfermo mental y no se haya tomado la medicación? ¿No existen otros caminos, como el del internamiento forzoso y la incapacitación, por ejemplo, que se han venido usando con total normalidad hasta la fecha? Somos enfermos o no lo somos. Si lo somos deberíamos tener un tratamiento de enfermos y si no lo somos y se nos va a juzgar como personas sanas y normales que también se nos considere sanos y normales para todo lo demás. Mi padre llamaba a esto la ley del embudo, lo estrecho para mí, lo ancho para ti.

No se puede consentir que asesinos en serie, homicidas, pederastas, violadores, etc. puedan alegar enfermedad mental y que esto se considere un atenuante. Estoy de acuerdo en que la ley no puede amparar a estos criminales bajo el manto de la enfermedad mental, que no deberían beneficiarse de atenuantes de enfermedad mental o incluso sufrir sus condenas como enfermos mentales en centros psiquiátricos. Ha existido un claro abuso por parte de estos delincuentes y de sus defensas, intentando sacar provecho de la enfermedad mental, pero eso no significa que ahora todos los enfermos mentales tengamos que sufrir una injusta criminalización. Que un enfermo mental tenga que sufrir las responsabilidades penales que corresponda, pongamos por caso, por un homicidio imprudente al conducir un vehículo en estado de crisis y sin la medicación correspondiente que a lo mejor le impedía la conducción, es justo y razonable, pero que encima sea castigado más que cualquier otro por el hecho de ser enfermo mental es injusto y ridículo. Existen otros medios para conseguir que los enfermos mentales tengan la correspondiente terapia y medicación. Papá Estado tiene medios de sobra y lo ha demostrado sobradamente, valga la oportuna redundancia.

Esta campaña, que desconozco si va a ser emitida en alguna televisión, puede ser visualizada en Youtube. Pongo aquí el enlace y el video de mi entrevista. Espero que den el paso de visualizarlos si quieren conocernos mejor. No somos monstruos, somos personas normales que padecemos una enfermedad y tenemos crisis y conductas patológicas, pero se puede hablar con nosotros, se puede convivir y se nos puede querer, nuestra respuesta siempre es más intensa y afectiva que la que recibirían de cualquier otra persona normal. Atrévanse.

http://www.esquizofrenia24x7.com/di-capacitados





CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL IV

20 09 2014

CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL IV

CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL IV

EL ENFERMO MENTAL Y LA MANIPULACIÓN

Interrumpo la serie sobre el delirio para centrarme en un tema muy importante para conocer al enfermo mental y que quiero poner de relieve ahora por motivos personales. Tras cada crisis de mi enfermedad lo primero que se me achaca, especialmente por mis seres queridos es la supuesta manipulación a que les he sometido. Parece como si enfermo mental y manipulación fueran sinónimos y estuvieran estrechamente unidos. No hay cosa que más me moleste y me enfade.

Lo mismo que sucede en las relaciones de pareja (en las que no se puede buscar un chivo expiatorio al que echarle la culpa de todo porque en los problemas de pareja los dos tienen parte de culpa y si la tuviera uno solo el otro sería culpable de no poner de inmediato y drásticamente fin a la relación) en las relaciones entre seres queridos y enfermos mentales la manipulación es mutua y buscar la mayor intensidad o culpabilidad en uno o en otros sería una pérdida de tiempo, puesto que en algunas ocasiones manipularían más unos que otros. En las relaciones humanas no se puede ser tan mezquino como para pesar en la balanza cada acto del otro, a ver si nos debe y así poder exigírselo, ni tampoco se puede ser tan tonto como para aceptar que el otro siempre tiene razón y siempre hace más por nosotros que nosotros por él y por tanto nuestra deuda será infinita e impagable. Seamos menos mezquinos y miremos las relaciones interpersonales con elevación espiritual. Aceptemos que a veces el otro nos manipula y que a veces nosotros manipulamos al otro. Estoy convencido de que en el juicio divino no se pesarán nuestros actos o manipulaciones para ver si nos deben o debemos, se pesarán nuestras almas (como en el mito egipcio) y si no son sutiles y se elevan no pasaremos el juicio.

En las relaciones enfermo mental-seres queridos hay manipulación por ambas partes. Vamos a ver cada parte y cada manipulación, desenredaremos la madeja e intentaremos que conociendo cómo funciona podamos hacernos conscientes de cómo somos manipulados y evitarlo y de cómo nosotros manipulamos y evitarlo. Esto forma también parte de las farsas de control que trataremos en la serie dedicada al tema. Pero antes vamos a sentar una premisa.

PREMISA

Una persona que manipula a sus seres queridos es un enfermo mental o no lo es. Si no lo es y su conducta manipulatoria es tan destructiva y cínica como lo son a veces la conductas de los enfermos mentales que están sufriendo una grave crisis en su patología, si estamos convencidos de que quien nos manipula así no es un enfermo mental lo mejor que podemos hacer es huir lejos, cuanto más lejos mejor, si es posible al otro lado del universo muchísimo mejor. Y todo ello porque nos estaríamos enfrentando a un sociópata, a un asesino en serie psicológico que no solo acabará con nosotros sino que nos torturará hasta hacer de nuestra vida un infierno.

Así de claro, esto se lo he dicho a mis seres queridos y me ratifico en ello y se lo digo a todo el que quiera escucharlo. Las conductas manipuladoras de un enfermo mental son inadmisibles e inaceptables salvo que las consideremos como efecto de una patología mental. Lo mismo que sería inaceptable que una persona sana nos insultara gravemente, nos faltara al respeto y nos hiciera todo el daño que pudiera, podría ser comprensible, no diría que aceptable que, por ejemplo, un enfermo terminal que está sufriendo como un condenado al infierno le diga a la persona que más quiere que su vida a su lado ha sido una mierda y le insulte gravemente. Esa persona puede decidir que lo que está haciendo su ser querido es producto de su enfermedad terminal, cuando ya ha perdido toda esperanza, cuando el dolor es insufrible y lo mismo que no le importa insultar gravemente al ser que más ha querido y que más le ha querido a él, tampoco le importaría apretar un botón y terminar con el mundo. Es así, la muerte es terrible, nadie puede enfrentarse a ella con equidad, salvo unas pocas almas privilegiadas. Un ser querido puede aceptar que el enfermo terminal no está en sus cabales, como se dice coloquialmente, y sufrir heroicamente lo que “la vida le tiene destinado”, en frase también muy coloquial, o puede decidir que bastante ha sufrido, que lo siente mucho pero que al enfermo le cuiden otros, porque no quiere vivir un infierno.

Todo esto es comprensible, lo que no sería comprensible es negar sistemáticamente que el enfermo terminal no es terminal, ni siquiera está enfermo, lo digan los médicos que lo digan, lo muestre el enfermo con sus dolores y su deterioro físico. No, no y no, no está enfermo, se hace el enfermo y me está manipulando. Esta situación que parece tan ridícula, se da en el enfermo mental. Hay familiares que niegan la enfermedad de su ser querido. No está enfermo, dicen, solo se hace el enfermo para manipularnos y hacernos daño. Bien, si están tan convencidos ¿por qué no abandonan al supuesto enfermo, que no es tal a su suerte?
¿Consentirían que una persona normal que camina por la calle les hiciera eso, o lo denunciarían a la policía y tratarían de que fuera a la cárcel? No podemos engañarnos, no podemos ser hipócritas, si pensamos que alguien no es un enfermo mental y nos hace todo lo que hacemos los enfermos mentales en las crisis de nuestra enfermedad, hay que tomar una decisión, ya, ahora, no mañana, y esa decisión debería ser alejarnos de él y cuanto antes mejor.

Eso se lo dije a mis seres queridos y lo mantengo y acepto todas las consecuencias. Si determinadas conductas que he seguido durante las graves crisis de mi enfermedad mental no fueran propias de un enfermo y de su patología concreta, no digo ya que hubiera esperado de mis seres queridos que me abandonaran y me dejaran morir como un perro solitario, porque me lo tendría merecido, incluso yo hubiera tomado la decisión de inmediato. Si alguien piensa de mí que soy un asesino en serie, pongamos por caso, no le daré tiempo a pensar en alejarse de mí, saldré corriendo como alma que lleva el diablo, porque si él cree que yo soy peligroso para él, yo estoy convencido de que él me hará vivir los tormentos del infierno. Seamos personas claras, sinceras, tomemos las decisiones de acuerdo a lo que pensamos y sentimos y afrontemos las consecuencias. Que mi ser querido no es un enfermo mental y se comporta así… pues que “le ondulen con la permanén” como dice la zarzuela, que le ondulen el pelo con la permanente o que le den por donde amargan los pepinos. Así de claro. No hay medias tintas. Que no soy un enfermo mental y me comporto así, fuera, se acabó. Ahora bien, no me sirve eso de que soy un enfermo mental cuando le interesa al otro y cuando no soy una persona normal. Soy un enfermo cuando me lleva al médico y acepta que me mediquen, no soy un enfermo cuando en plena crisis manipulo y adopto conductas insufribles. Seamos claros, pensamos con claridad y afrontemos las consecuencias. Yo prefiero que mis seres queridos me digan que no soy un enfermo mental y me dejen, que me las apañe como pueda, que viva y muera solo como un perro o que salga adelante por mis medios, puesto que soy normal y las personas normales salen adelante por sus medios, a que anden siempre ese toma y daca, no eres un enfermo mental, no deberías hacer gala públicamente de tu enfermedad, es vergonzoso lo que haces, tú en realidad eres una persona normal que tiene ciertos problemas de conducta y que lleva mal ciertas cosas. Nada de eso, si no soy un enfermo y me comporto como me comporto en las crisis hay que tomar decisiones y ya, nada de “es que siento compasión por el pobre” “es que tengo miedo de que reaccione mal y me mate” “es que le tengo tanto miedo que estoy paralizado”. Mentira, no estás paralizado para echarle en cara al enfermo mental todo lo que tienes que echarle en cara y más. En ese momento no le tienes miedo, en ese momento no piensas que te va a matar. Se claro, se honesto, toma tu decisión y acepta las consecuencias como cualquier hijo de vecino. A mí me gustan las cosas claras, al pan, pan, y al vino, vino. Que me quedo solo, que no puedo superar mi enfermedad mental, que me suicido, bien eso es cosa mía, tomé una decisión, acepté las decisiones que tomaron otros, intenté vivir, me enfrenté a la vida, si tengo que morir como un guerrero impecable, moriré, danzando con la muerte la última danza, pero no me vale eso de que soy un enfermo mental cuando interesa y cuando no interesa dejo de serlo. Ahora veamos las manipulaciones por ambas partes, comenzando por las del enfermo mental, puesto que yo lo soy y es justo que uno saque antes sus defectos que los de los demás.

MANIPULACIONES DEL ENFERMO MENTAL

A menudo me he encontrado con personas que se echan las manos a la cabeza y se arrancan los pelos. ¿Pero cómo puede ser tan manipulador? ¿Cómo pueden ser los enfermos mentales tan manipuladores? Bien, a mí no me sorprendería que un muerto de hambre, en plena inanición, a punto de morir, robara una barra de pan en un supermercado. ¿A que a ustedes tampoco? Pues bien, por qué les sorprende que un enfermo mental que es incapaz de enfrentarse solo a la enfermedad, que sabe que si se queda solo se desmoronará, que se hundirá en la miseria, que incluso puede peligrar su vida, haga lo posible por mantener a los seres queridos a su lado. ¿Qué miente? ¿Y quién no miente en esta vida? No me dirán que los corruptos no mienten, y les tienen en la televisión todo el rato. Los enfermos mentales mentimos, manipulamos, es cierto, pero no más que los familiares o que cualquier otra persona, a veces menos y a veces más, en plena crisis, cuando defendemos nuestra supervivencia. “Es que no me puedo fiar del enfermo mental, es un mentiroso, un trapacero, un manipulador”. Digan esto con voz de pito, como si interpretaran un papel en una escena humorística. Verán cómo les suena. ¡Ah, sí! ¿Y se fían de los corruptos porque no son enfermos mentales, y les llevan su dinero como quien lava, y mira que no son enfermos mentales y por lo tanto dignos de toda confianza? ¿Y se fían de los políticos y les votan y luego se quejan de que incumplen promesas, mienten y manipulan? ¿Pero no habíamos quedado en que los únicos que mentimos y manipulamos somos los enfermos mentales? ¿En qué quedamos?

Esto es pura retórica, como si estuviera hablando en el parlamento. En realidad lo que les quiero decir es muy sencillo. Todo el mundo miente y manipula. El enfermo mental lo hace para sobrevivir y causa mucho daño cuando lo hace en plena crisis. Es cierto. ¿Que sus manipulaciones son más llamativas, y a lo mejor más dolorosas para sus seres queridos? Es cierto, pero no me vengan ahora con que el enfermo se beneficia mucho con sus manipulaciones cuando se separa, se queda sin familia, se queda solo, pierde todo lo que tenía, si es que tenía algo y se condena a pasar el largo o corto periodo de “normalidad” echándose la culpa de todo. ¿Qué saca el enfermo mental con sus manipulaciones? Solo sufrimiento y miseria. ¿Es que somos tan idiotas, tan masoquistas que nos dedicamos a manipular solo para sufrir nosotros y estar peor que antes? ¿Entenderían a un corrupto que mintiera y manipulara para sacar millones y millones y luego los tirara al mar? Ese tipo está “chinao” dirían ustedes, está como un cencerro, repetirían, y tendrían razón. ¿Por qué no lo hacen también con el enfermo mental, solo que en lugar de decir “chinao” y “está como un cencerro”, digan por sensibilidad humana, aquello de es un enfermo mental, está en plena crisis, lo que diga y lo que haga hay que tratarlo con reservas, verlo desde esa perspectiva. Hagan ese esfuerzo, por favor, verán que su visión del enfermo mental cambia.

Seguiremos con las manipulaciones del enfermo mental en la próxima entrega. Gracias.





CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL III

11 08 2014

Dalí Narciso

CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL III

EL DELIRIO  II PARTE

LA TEMÁTICA DEL DELIRIO

Muchos profesionales asocian determinadas temáticas delirantes a patologías concretas de ciertas enfermedades mentales. Estando de acuerdo con la evidencia de que algunas temáticas se repiten y pueden ser asociadas a determinado tipo de delirios, como el delirium tremens alcohólico con sus bichos repugnantes y monstruos o los típicos delirios generados por las drogas, o cualquier otro trastorno producido por lesiones cerebrales concretas, en mi opinión subjetiva y nada profesional puesto que no soy terapeuta ni profesional de la psicología o la psiquiatría, creo que ciertos delirios que viven enfermos mentales que padecen enfermedades psicológicas y conductuales generadas por trastornos de su mente o de su personalidad, están más bien asociados a su carácter que a su patología concreta. Me explico.

Cuando la cabra loca de la mente toma el control, el mando, los abismos a los que nos lleve van a tener más que ver con nuestra personalidad, nuestras ideas, nuestros trastornos de conducta, nuestras fantasías e incluso con nuestra carga kármica que con un esquema teórico dentro de una patología concreta. Incluso como enfermos mentales seguimos conservando nuestra propia personalidad, carácter e individualidad, algo que muchas veces olvidan los terapeutas que desean curarnos. Es la forma típica de tratamiento de taller. Cuando llevas tu coche averiado a un taller y observan que una pieza está mal la cambian por otra salida de la misma cadena de montaje y con las mismas características. Esto le puede ir muy bien al coche pero el ser humano es individual y su consciencia es única e irreemplazable. Ningún delirio se parece a otro más de lo que una persona concreta se parece a otra persona concreta.

Aunque todo delirio tiene como base la fuga de la realidad y el camino que elige siempre es el de la imaginación, la fantasía, en cada delirio está nuestra personalidad con todas sus cualidades y defectos, con todo lo que somos e incluso lo que fuimos en vidas pasadas. No obstante, aunque el delirio sea tan individual, sí podemos establecer algunas temáticas que son típicas del enfermo mental y de ciertas patologías. Ello no quiere decir que las personas ”normales” no sufran este tipo de delirios en los que se repiten temas muy concretos. En realidad, como ya hemos visto, toda persona, se considere sana o no, sufre de delirios de forma más o menos habitual en su vida cotidiana. El primero de ellos y fundamental es el delirio de la inmortalidad. Vivimos como si fuéramos inmortales y la aceptación teórica de nuestra mortalidad no deja de ser la estructura lógica corriente en un delirio hasta que se rompe con el salto en el vacío. Pero existen otros delirios que nuestra sociedad acepta como normales y propios de personas “sanas”. La mayoría de ellos tienen una estrecha vinculación con ciertos defectos de carácter o “pecados capitales”. Así, por ejemplo, entre nosotros, considerados como “perfectamente normales” tenemos a los que se apegan al dinero, a la riqueza, a los bienes materiales, sería el pecado capital de la avaricia. Observamos sin pestañear cómo los especuladores viven auténticos delirios bursátiles, auténticos saltos en el vacío; cómo algunos se montan empresas de la nada y las venden como tesoros, en lingotes, cuando en realidad son solo humo, coloreado, y a veces ni eso. Muchas de estas personas sufren de auténticos delirios que envidiaría un enfermo mental. Crean universos de la nada, diseñan estrategias que parecen tan “reales, lógicas y materiales” como ya hemos visto que ocurre en las primeras etapas del delirio en un enfermo mental. Estas personas se convencen de que están con los pies en el suelo y de que no deliran porque sus cuentas corrientes engordan y no de aire precisamente. Sus dineros contantes y sonantes en sus bolsas o faltriqueras les hacen creer que tienen los pies en el suelo y que el peso del vil metal será siempre suficiente para que no salgan volando como globitos. En realidad todos sabemos que antes o después se produce el salto en el vacío en este delirio tan lógico e indestructible. Así vemos cómo algunos corruptos que pensaban nunca iban a ser descubiertos terminan en la cárcel, vemos que empresas que volaban hacia arriba en los índices bursátiles se desploman como un simple castillo de naipes ante el soplo de un niño. Resulta increíble pensar cómo estas personas pudieron dar semejante salto en el vacío, pensar que delinquían pero nunca iban a ser descubiertos, que vendían humo y nadie se iba a dar cuenta, que su pirámide nunca iba a fallar por la base, que la economía asimilaría cualquier agujero que ellos crearan, como un queso de gruyere y la crisis no llegaría nunca.

Aunque nos cueste creerlo estas personas son delirantes, aunque la sociedad se encoja de hombros y acepte estas conductas como normales en realidad son mucho peores que los delirios de cualquier enfermo mental, porque el delirio del enfermo mental solo le perjudica a él y a sus seres queridos que están vinculados por un estrecho afecto. En cambio estos delirios megalomaniacos de personas que se consideran sanas y al margen de cualquier lógica o por encima de cualquier ley, pueden hundir en una crisis económica galopante a todo un planeta o dejar sin trabajo a miles de personas o hacer tales agujeros que ni echando tierra encima durante décadas se logra rellenar el vacío.

Hemos puesto un ejemplo, la temática de la avaricia para que seamos conscientes de que el delirio no es algo propio y exclusivo del enfermo mental. Son delirantes los que sufren de celos extremos llegando al maltrato o a la violencia física; son delirantes los narcisistas que exhiben sus ropas interiores en los reality shows; son delirantes quienes utilizan la violencia para masacrar a todo el que les estorba, por motivos políticos, ideológicos o religiosos. Cada día podemos contemplar en nuestros televisores los efectos de los delirios de personas que se creen sanas porque están en puestos altos  de jerarquías gubernamentales o militares o tienen riqueza y poder. Si el razonamiento que lleva al salto en el vacío que supone el asesinato, el genocidio, la muerte de millones de víctimas inocentes, de niños, de mujeres de ciudadanos de cualquier territorio es impecable, entonces nosotros los enfermos mentales, los únicos y auténticos delirantes podríamos reclamar, con toda razón, que se nos quitara de la lista puesto que nuestros delirios jamás producirán los terribles, infernales efectos que general otros delirios sufridos por personas que se consideran sanas y que son aceptados por nuestra sociedad con el mismo encogimiento de hombros que un chaparrón en un día de canícula. Si las personas que razonan que no es posible impedir que millones de personas mueran de hambre o que las epidemias en países del tercer mundo no pueden ser controladas hasta que llegan a nuestro primer mundo y nos afectan, si creemos que todas estas personas están realmente sanas y su razonamiento es impecable, que no hay salto en el vacío en algún momento de su especial delirio, nosotros los enfermos mentales podríamos reclamar, con toda razón, que nos dejaran gobernar el mundo, puesto que nuestros delirios siempre serían más livianos que los de las personas “sanas” que generan estas consecuencias infernales.

Una vez situado el delirio en su auténtico contexto, podemos intentar analizar un poco los principales delirios que se atribuyen a los enfermos mentales y que son muy típicos de determinadas patologías:

DELIRIO PROFÉTICO

Se podría decir que este delirio sería propio de personas que se consideran buenas, de carácter bondadoso, con ideas religiosas, que cuando tienen que dejarse llevar por su imaginación hasta el delirio prefieren hacerlo por el camino de la profecía, de la misión salvadora de la humanidad, de la lucha contra el Apocalipsis que nos aguarda. Tal vez se produzca en determinadas patologías psiquiátricas más que en otras, pero desde mi punto de vista va estrechamente asociado a una forma de ser y de pensar.

Como sucede en todo delirio, las primeras fases son de una lógica impecable, y cualquier obstáculo que se ponga en el camino es orillado con razonamientos ante los que hay que quitarse el sombrero. Veamos la lógica del delirio profético.

A un delirante profético le podrías decir:

-¿Cómo piensas que Dios te ha elegido a ti, un mierdecilla, para semejante misión espiritual?

La respuesta lógica sería la siguiente:

-Los últimos serán los primeros (evangelio), sino os hiciereis como niños no entraréis en el reino de los cielos (evangelio), Dios escribe derecho con renglones torcidos (sabiduría popular).

-¿No te parece que tu mensaje es estúpido, que tu misión es ridícula, que no tiene el menor sentido que te pongas a profetizar por las calles sobre el Apocalipsis cuando maestros tan evolucionados como Jesús fueron crucificados y maestros tan elevados en el conocimiento como Buda han sido, son y serán despreciados, como unos inútiles utópicos y delirantes?

La respuesta lógica sería la siguiente:

-Cuando la palabra de Dios late en tu corazón debes sacarla al exterior o explotará dentro de ti y te destruirá. No sé por qué me ha elegido Dios ni para qué, pero si escucho su voz debo seguirla.

-Si Dios te ha elegido realmente para alguna misión, ¿por qué no esperas a que te muestre el camino y te diga el mensaje y te dé señales inequívocas de qué es lo que quiere de ti, porque si es tan poderoso y sabio y bondadoso como dices no te extraviará por laberintos de humo, te llevará a los verdes pastos para que puedas gozar de los dones místicos que te esperan?

Y es aquí donde se produce el salto en el vacío, el puñetazo en el tablero de ajedrez. Porque ante  una pregunta tan lógica y razonable el delirante profético tiene que dar un salto en el vacío. Es cierto que la supuesta voz de Dios que le habla puede ser tan poderosa, tan “real” para él que debe hacer algo al respecto, pero si continuara en la cadena de la lógica esta última pregunta le mantendría a la espera, sin hacerle partícipe de conductas que todo el mundo consideraría delirantes. Si Dios me ha elegido a mí para dar un mensaje, veamos primero cuál es ese mensaje. Puede que sea irracional puesto que contradeciría lo que es Dios, bondadoso (los mensajes de destrucción del prójimo no pueden provenir de él), omnisapiente (no me necesitaría a mí para saber lo que va a ocurrir o cómo organizarse para que no ocurra), todopoderoso (no me necesita a mi para nada, ni a nadie, si nos ha hecho libres él sabrá la razón). Una lógica impecable arrinconaría todos estos mensajes dogmáticos, destructivos, que en el supuesto nombre de Dios pretenden acabar con todos los hijos que él ha creado, porque supuestamente les ha elegido a ellos y desechado a los demás como juguetes rotos.

Una vez que se ha producido el salto en el vacío todo es posible puesto que ya no existe lógica alguna en el razonamiento delirante y en las conductas delirantes que siguen a estros razonamientos y emociones. Uno podría creerse un profeta y salir a la calle con un rifle y matar a todo el que se le pusiera a mano. Una vez que se ha llegado a la etapa delirante que consiste en dar el salto en el vacío, todo es aceptable y razonable para el delirante. Las misiones proféticas o salvadoras pueden ser tan variadas e intensas como lo permita la imaginación del delirante. No hay límites que no se puedan cruzar.

Sin embargo resulta curioso cómo estos procesos delirantes no suelen llegar muy lejos en los enfermos mentales, que enseguida son observados y catalogados por su entorno social y acaban siendo encerrados a la fuerza en centros psiquiátricos, medicados y sometidos a terapia hasta que ponen los pies en el suelo y reconocen su delirio. En cambio estos delirios en personas supuestamente “sanas” están llegando hasta los extremos infernales que vemos en las noticias. Terroristas que dan el salto en el vacío y defendiendo cosas razonables como su propia lengua, cultura y territorio, terminan masacrando sin piedad a personas inocentes. Han perdido totalmente el contacto con la realidad, ¿cómo sino podrían matar a otras personas que no les han hecho nada, cómo sino podrían poner por encima de la vida de otra persona la posibilidad de tener un autogobierno? Creyentes religiosos que llegan a olvidarse de que Dios está en el fondo de todos nosotros, que somos habitados por la chispa divina, y una vez que dan el salto en el vacío y entran en un delirio espantoso podrían acabar con el resto de la humanidad si les dejaran, porque una vez que te convences de que estás oyendo la voz de Dios, de que Dios solo te habla a ti, y de que las voces que escuchas en tu mente son la única y verdadera voz de Dios, el salto en el vacío se ha producido y cualquier atrocidad te parecerá buena con tal de que los demás reconozcan el mensaje divino y profético para cuya divulgación te han elegido.

Hemos visto las diferentes consecuencias del delirio en enfermos mentales y personas “sanas y normales”. No podemos hacer nada frente a estas atrocidades generadas por el delirio de los “sanos” pero sí podemos hacer todo para que nosotros, los enfermos mentales, podamos bloquear, encarrilar y someter nuestros delirios mentales en el puzzle complejo que es nuestra personalidad, nuestra psicología y nuestro carácter. En los capítulos finales de este trabajo analizaremos las diferentes técnicas mentales e instrumentos que están a nuestro alcance para el control del delirio. Antes veremos las perspectivas que sobre el delirio tiene el esoterismo, el budismo, el chamanismo y otros conocimientos y filosofías que nos han acompañado a lo largo de la historia.  No doy por terminado el capítulo sobre la temática delirante, porque aún nos quedan algunas temáticas muy interesantes, entre ellas “las voces que nos hablan”.





CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL III

28 07 2014

EL DELIRIO II

LA ATRACCIÓN DEL ABISMO DEL DELIRIO

En otros textos de este blog ya he comentado cómo la mente es una cabra loca que siempre tira al monte y concretamente le gusta pasear y asomarse a los precipicios y abismos. Este defecto natural de nuestra mente resulta especialmente peligroso en los enfermos mentales y sobre todo en aquellos que sufren patologías que pueden generar delirios en sus momentos de crisis.

En realidad todos somos delirantes, incluso aquellas personas que se consideran sanas y apegadas a la tierra, a la materialidad, incluso aquellas que no se dedican a otra cosa que a conseguir dinero, el paradigma de lo material. El delirio más asombroso y más comúnmente aceptado por todos los mortales es precisamente el de su inmortalidad. Si preguntamos a cualquier si cree que se va a morir algún día se echará a reír y nos mirará como si estuviéramos locos. Por supuesto que todos creemos en nuestra mortalidad, todos estamos convencidos a pies juntillas de que moriremos algún día. Sin embargo nos comportamos en la vida cotidiana como si fuéramos inmortales, hacemos planes a largo plazo, despreciamos a los otros como si la muerte no nos acabara igualando a todos algún día. Este es un delirio típico, el delirante sabe la verdad, razona, no necesita que nadie le convenza de que está delirando… pero sigue con el delirio, actuando como si tal cosa. Si alguien le tocara en el hombro y le dijera “pero hombre, no te das cuenta de que estás delirando”, le daría la razón pero continuaría erre que erre.

Los sanos, que tanto miedo tienen al delirio de los enfermos mentales, que se llevan las manos a la cabeza y salen huyendo… por si acaso, en realidad son igualmente unos delirantes, no en vano actúan como si nunca fueran a morir, aún sabiendo que todos morimos y que nadie se salva. ¿Cuál es pues la diferencia entre el delirio del sano y el del enfermo mental?

Tal vez la principal diferencia esté en que el sano tiene muy pocos delirios y todos aceptados socialmente, en cambio el enfermo mental puede sentirse atraído por toda clase de delirios, cebarse, hundirse en ellos y desde luego ninguno es aceptado socialmente… o muy pocos.

Uno se pregunta qué encontramos en el fondo del abismo del delirio para que nos atraiga tanto. Si ya en otra ocasión hemos hablado de que la enfermedad mental no es otra cosa que una fuga de la realidad, el delirio es la manera más fácil y cómoda de fugarse. Dejas que la fantasía se apodere de tu mente, se enquiste allí, eche raíces y descubres que los problemas cotidianos “reales” van perdiendo intensidad y se van relegando a la cola de nuestras prioridades. El enfermo mental, incapaz de afrontar un problema real, puede crearse mil problemas delirantes porque le resulta más cómodo enfrentarse a ellos. Además hay una parte del delirio que es sumamente satisfactoria, casi orgásmica, incluso mística, son las fantasías creativas o positivas.

DELIRIOS CREATIVOS

Tal vez uno de los paradigmas más conocidos del enfermo mental delirante y creativo sea el genial pintor Van Gogh. Estoy convencido de que pintó muchos de sus cuadros en pleno delirio. Mirando sus cuadros no me lo imagino en un estado de consciencia realista, con los pies en la tierra y la cabeza fría. Esta delirante creatividad puede alcanzar cumbres sublimes y proporciona al delirante auténticos placeres de dioses. Se podría decir que estos delirios son reales porque son compartidos por todos los espectadores que contemplan el cuadro y lo disfrutan.

Hay delirantes creativos que se pueden pasar horas y días delante de un cuadro, sin acordarse de comer o dormir, sin ser conscientes de que el tiempo ha transcurrido. A los escritores también nos ocurre algo parecido. Soy capaz de escribir durante horas una historia que me ha pillado y fantasear durante días sobre alguna idea que se me ha ocurrido para un relato. Esto no deja de ser un delirio, aunque se podría considerar creativo y positivo.

Pero esta creatividad delirante tiene también una doble cara, un rostro oscuro. Ese rostro oscuro carece de orejas, podríamos expresarlo así si recordamos lo que hizo Van Gogh. El delirio positivo y creativo puede transformarse en la horrorosa convivencia con los monstruos de nuestra mente. No hay ni un paso entre uno y otro, una delgadísima línea roja los separa.

Es por eso que los enfermos mentales deben tener sumo cuidado con sus delirios, aunque puedan ser positivos o creativos. La atracción que ejerce sobre ellos el delirio es terrible, como el canto de las sirenas sobre Ulises. Se empieza con una fantasía agradable que nos permite aislarnos de la realidad y relegar los problemas cotidianos a un segundo plano y se termina en un delirio que nos impide reconocer la realidad y vivir en ella.

PROCESO DEL DELIRIO

Estos delirios suelen comenzar con una fantasía más o menos agradable, dejamos que se materialice y la reproducimos cuando deseamos huir de los problemas. No todos los delirios comienzan así. En otro capítulo hablaremos de los delirios generados por el alcohol, las drogas y las diferentes adicciones. También puede darse un delirio tras una tragedia, tras un accidente o la pérdida de un ser querido, sería el síndrome de estrés postraumático, el conocido trastorno. Tal vez también existan genes torcidos que generen estos delirios cíclicamente. No lo sé, no me interesa lo que no puedo controlar porque no está en mi mano evitarlo, pero sí podemos controlar y bloquear los delirios generados por nuestra mente.

Salvo casos excepcionales de doble o múltiple personalidad o crisis delirantes de una intensidad desmesurada, los delirios no suelen desvincularnos de forma absoluta de la realidad. Digamos que nadamos entre dos aguas, una brazada en el agua del mar de la realidad y otra en el cielo azul del delirio. Por eso es tan importante que el enfermo mental sea advertido de su delirio en las primeras fases y se le ponga remedio, bien con la medicación o la terapia o el afecto de sus seres queridos. Estoy convencido de que si nos vamos, de que si el delirante se va, se evade de la realidad es por falta de cariño. Si nos quisieran, si nos quisiéramos nosotros, si quisiéramos a los demás la fantasía sería un agradable paseo por la playa y no el viaje infernal del buque fantasma. Tal vez no se podrían evitar los delirios generados por el alcohol, las drogas, las ludopatías, las adicciones, los genes torcidos, las lesiones cerebrales y medulares, el estrés postraumático, pero todos los demás, los que nacen y se desarrollan en nuestra mente pueden ser evitados a través del cariño. Nada como el amor para que no necesitemos buscar nada en el delirio.

LA LÓGICA DEL DELIRIO

Por experiencia sé muy bien lo irreprochablemente lógico que he sido en mis delirios. Un delirante puede emplear la lógica más aplastante, más estricta, el silogismo perfecto, pero no es eso lo que falla, el abismo se abre a un paso de la meta. Es como el juego del ajedrez, el jugador sigue las reglas, diseña estrategias, mueve sus piezas con perfección casi divina, pero cuando va a rematar la partida hace trampa, se enfada y golpea al rey contrario con la mano, vuelca el tablero y maldice de todo y de todos.

Ese es siempre el paso que falla en el delirio. Razonamos como Sócrates pero a la hora de la verdad nos saltamos todas las reglas y nos arrojamos al abismo de cabeza. Nuestros razonamientos podrían ser ecuaciones matemáticas muy interesantes, que otros pueden escuchar con respeto y a las que nosotros damos mil vueltas hasta convencernos de que tenemos razón. El delirante siempre está convencido de que tiene razón. Dos más dos cuatro y más dos seis y … No, esa no es la solución, algo ha fallado, se ha cometido un error grave en alguna parte.

El enfermo mental es un experto en estas trampas. Puede convencerse de que los demás le odian, quieren su mal, de que se portan muy mal con él, de que la culpa es de los otros y no suya, de que la sociedad no le comprende, no le acepta, le margina, de que él no tiene la culpa de su enfermedad y por lo tanto no se siente responsable ni considera debe asumir ningún precio ni karma.

Todo puede comenzar dando una gran patada en el suelo. Aquí estoy yo, esto es el suelo y estoy pisando realidad. Cierto, pero las cosas no son como empiezan, sino cómo terminan. Hemos podido constatar la realidad incontrovertible de un insulto, una mirada aviesa, una conducta poco respetuosa. Eso es cierto, no tiene vuelta de hoja, pero a partir de ahí se inician una serie de razonamientos, de movimientos de las piezas de ajedrez en el tablero que no siempre son correctos y ajustados a las normas. Puede que comencemos a hacer trampas.

Esa persona no me quiere, me odia. Puede ser un salto en el vacío, la trampa del puñetazo en el tablero. Es cierto que he escuchado cómo hablaba de mí a otra persona, creyendo que yo no estaba presente y no escuchaba la conversación. Es cierto que de sus palabras se deduce claramente que esa persona es hipócrita y que conmigo se comporta de una manera y luego resulta que a los demás les dice que soy tal o cual. Eso no puede ser negado y cuando alguien intente razonar con un delirante y niegue estas realidades se encontrará con el rechazo más visceral y la agresividad más rotunda si el enfermo mental está en crisis. No se puede razonar con los enfermos mentales pensando que son tontos, idiotas y no se enteran de la misa a la media. Incluso cuando el enfermo mental está delirando hay que calibrar si su delirio es muy intenso y cómo y por dónde está aún anclado a la realidad. Al delirante hay que ayudarle a encontrar el fallo en su razonamiento y hay que hacerlo con cariño. Ir por la vida arrasando y pateando culos no funciona ni con las personas normales mucho menos con un enfermo mental y si además está delirando… ni te cuento.

En el próximo capítulo veremos cómo funciona un delirio y qué se puede hacer para controlarlo y bloquearlo.





CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL II

23 07 2014

CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL II

EL DELIRIO

Ya vimos en el capítulo anterior que uno de los mayores miedos del enfermo mental es el de perder el control. Se podría decir que el delirio es la pérdida de control absoluta por lo que el enfermo mental no solo le tiene miedo, puede llegar al pánico. Los familiares de los enfermos temen más que nada a enfrentarse al delirio de su familiar, enfermo mental. No saben qué hacer en estos casos, no saben cómo tratarles y hasta llegan a pensar que es otra persona, como si estuviera poseída y todo su interés consiste en quitarse de encima al enfermo, internarlo y que se preocupen otros.

¿QUÉ ES EL DELIRIO?

Para quienes nunca hayan sufrido uno esto les suena a mal viaje de un drogadicto, a doble personalidad, a demencia total y absoluta. Quienes hemos sido diagnosticados en algún momento como enfermos sufriendo un delirio sabemos muy bien que el terreno del delirio es tan amplio que sino matizamos mucho nos podemos salir del terreno de juego.

En realidad todo delirio tiene como componente básico la imaginación, la fantasía. Vivimos intensamente esa fantasía hasta el punto de despegarnos, desvincularnos de la realidad. La doble o múltiple personalidad sería la cúspide del delirio puesto que el delirante no solo se imagina que está donde no está o que ciertas fantasías de su mente son reales, sino que incluso llega a perder su propia personalidad y a adquirir otra. Ya analizaremos qué dice el esoterismo respecto a estos supuestos de múltiples personalidades, ahora nos conformaremos con saber un poco qué es y cómo enfrentarse a él.

Delirar, lo que se dice delirar, lo hacemos todos. Podemos fantasear con tal intensidad que la fantasía nos absorbe. Podemos ver una película y vivirla con tal intensidad que nos lo creemos todo y sufrimos con los actores y “lloramos”. Aquí habría que distinguir entre el delirio y la empatía. Nos podemos poner en lugar de otra persona, en su piel, imaginar sentir lo que él siente y ser esa misma persona, ahora bien, si perdemos contacto con nuestra personalidad, con nuestra realidad, con la vida, estamos delirando, aunque la causa haya sido la empatía y no la fantasía. No creo mucho en las diferencias entre empatía y fantasía, mucho me temo que las personas que no tienen imaginación no pueden ser empáticas puesto que la empatía exige algo que no podemos realizar, llevar a cabo en el mundo real y por lo tanto nos vemos obligados a servirnos de la imaginación como la única facultad que puede proporcionarnos eso, ayudarnos a saltar el abismo.

Habría que marcar muy bien los diferentes grados de delirio y sus consecuencias. He sido testigo en primera persona del delirio de un amigo alcohólico que sufría delirium tremens. Estaba convencido de que arañas y serpientes venenosas bajaban por las paredes. Estaba aterrorizado. Y sin embargo era capaz de razonar y su consciencia, aunque embotada, estaba aún ahí. De hecho me reconoció y de hecho logré convencerle, a través de un razonamiento lógico e impecable de que no podían estar bajando arañas y serpientes venenosas por las paredes porque yo puse la mano (en contra de su deseo, me gritó que no lo hiciera) y la mantuve un tiempo. Luego le dije que no me habían picado y que yo no iba a morir, por lo tanto tenía que aceptar que lo que él estaba “viendo” (algo real para él puesto que quiso evitar que yo me arriesgara) era un delirio y aunque siguiera percibiendo aquellos bichos no podía comportarse de acuerdo a sus percepciones, sino de acuerdo a su lógica, que aún seguía más o menos intacta.

Desconozco si cuando yo me marché mi amigo siguió actuando como un delirante y si solo me dio la razón porque nos unía una gran amistad y no quería incomodarme. Lo cierto es que me reconoció, pude hablar con él y razonar. Esto es muy importante. Hay quienes creen que un delirio impide hacer todas estas cosas. Por eso es importante matizar que un delirio depende de su intensidad.

En un centro psiquiátrico, donde estuve interno, un paciente, un esquizofrénico, me confundió con Napoleón Bonaparte o Julio-César, no recuerdo bien. Juraba y perjuraba que había visto mi foto en un libro y que yo era el tal personaje. Ignorante de su enfermedad (acababa de entrar) no le hice mucho caso y llegó a enfadarse tanto que tuvo que intervenir un celador para que no me agrediera. Estamos ante un caso de delirio máximo, extremo, el delirante no reconoce la realidad ni a las personas de su entorno y es muy posible que él mismo sea otra persona. No podemos enfocar estos dos casos de la misma forma, cada delirio, lo mismo que cada enfermo necesita un trato diferente.

No soy profesional de la salud por lo que todo lo que estoy diciendo aquí no es otra cosa que la perspectiva de un enfermo a quien le diagnosticaron que sufría delirios. También he convivido con personas que los sufrían, por lo tanto creo que estoy en condiciones de dar mi personal y subjetiva opinión con un mínimo de garantía. Quien tenga que enfrentarse a un enfermo delirante deberá buscar la ayuda y asesoramiento de profesionales de la medicina y expertos, pero cualquier cosa que pueda ayudarles a comprender este estado mental debería dárseles. El conocimiento es el primer paso para el afecto y el amor, sino comprendemos no podemos querer. Esto es muy importante.

¿QUÉ GRADOS DE INTENSIDAD PUEDE TENER UN DELIRIO?

En mi etapa juvenil aún no había conseguido encauzar de forma positiva mi vivísima imaginación, por eso no me ahorré ni una pizca de sufrimiento. Una vez que encauzas a tu fantasía hacia tareas creativas el sufrimiento decrece y los resultados mejoran notablemente. La diferencia entre fantasear vivamente sobre cosas malas que te van a ocurrir y el poder narrarlas como una historia de ficción, como una novela, es abismal. Desde que conseguí expresar esas fantasías como escritor, poniendo en palabras tantas imaginaciones que me asaltaban a lo largo del día, mi mente se equilibró y mi psiquismo alcanzó una paz que no había alcanzado antes.

Cuando no eres capaz de expresar de una forma creativa estas fantasías puedes acabar fácilmente en ideas obsesivo-compulsivas que si se mantienen mucho en el tiempo están abonando el terreno para el delirio. Lejos de mi negar la evidencia de la herencia genética o de los trastornos físicos con resultados mentales, pero muchas de las raíces del delirio están en la mente, en nuestra imaginación. Se podría decir que es como la linterna que portamos en la noche oscura, la linterna no somos nosotros pero nos fiaremos y adaptaremos nuestra conducta a lo que nos enseñe, a lo que vaya iluminando la luz de la linterna. Si enfocamos un universo de monstruos nuestra personalidad, que va detrás de la linterna, vivirá en un mundo de monstruos. Eso es lo que le ocurre al delirante, no puede controlar su mente, su imaginación, y ésta llega a tener tanto poder como los estímulos que le llegan de la realidad o más. Está admitido por las nuevas ciencias que la mente es la que procesa todos los estímulos que recibimos a través de los sentidos. A través de sencillos experimentos se nos demuestra que podemos obviar una información certera de un sentido porque la mente al procesarla la ha modificado o bloqueado.

Don Juan le decía a Castaneda que cuando cambiamos el punto de encaje entramos en mundos auténticamente reales. Esto nos resultará difícil de comprender pero es cierto que los sentidos están “enchufados” de alguna manera a la mente y si ésta se enchufa a su vez a otros estímulos y realidades se puede decir que está viviendo en mundos tan reales como los que percibimos y palpamos en nuestra vida cotidiana, a la que consideramos como la única real. Quienes no hayan vivido nunca un delirio intenso no saben hasta qué punto todo lo que se percibe en ese estado es real. Lo mismo que no nos enfrentamos a la realidad a patadas, porque una pared, por ejemplo, nos podría romper el tobillo, tampoco deberíamos enfrentarnos al delirio con la cabeza por delante, embistiendo, porque bien podríamos encontrarnos con paredes reales y rompernos la cabeza.

En el próximo capítulo analizaremos cómo debe enfrentarse un enfermo mental a sus delirios y cómo sus familiares deben reaccionar frente a estas crisis.





CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL I

5 05 2014

CONOCIENDO AL ENFERMO MENTAL I


EL MIEDO A LA PÉRDIDA DE CONTROL

Comienzo esta serie que tiene como objetivo el que los enfermos mentales sean mejor conocidos. Hay una auténtica leyenda negra sobre la enfermedad mental y aún en estos tiempos sigue habiendo personas para quienes los enfermos mentales somos extraños “monstruitos” a quien la vida ha maldecido con un gen torcido y a quienes la historia ha llamado “locos” durante mucho tiempo y que hoy, gracias a Dios, nos hemos transformado en personas “normales” con una enfermedad, que en este caso no es física, sino psíquica, como también, demos gracias a Dios asimismo, porque las mujeres estén en el camino de la igualdad de derechos y aquella increíble estupidez aristotélica de que las mujeres no tenían alma y los hombres sí hoy no deja de ser una “boutade” (salida de tono que pretende ser ingeniosa aunque no lo consiga) que demuestra lo mucho que hemos evolucionado los humanos a pesar de que aún nos queda un largo trecho.

Como enfermo mental que ha vivido todas las experiencias posibles creo que estoy en condiciones de hablar “desde dentro” y no con extrañas terminologías en la boca y con una perspectiva, que por muy erudita y científica que sea, no deja de ser la de alguien que contempla “el espectáculo” desde el patio de butacas. Esta serie pretende también ayudar al enfermo mental a conocerse mejor y a saber por qué le ocurren las cosas y sobre todo a no sentirse solo y abandonado en un camino que hemos recorrido muchos, con mayor o menor fortuna.

Si hay algo a lo que un enfermo mental tiene auténtico pánico, es a perder el control, el control de su mente, con lo que conlleva de pérdida de control de su cuerpo físico, de su conducta, de las relaciones interpersonales y sobre todo con la pérdida de su propia autoestima.

Este miedo no es algo gratuito o irracional, se basa en razones poderosas, de ahí que sea tan difícil extirpar ese miedo con las terapias convencionales. La medicación no la extirpa, la traslada en el tiempo. Dormir al enfermo, tranformarle en un vegetal, atenuando drásticamente sus percepciones y la recepción de los estímulos, dormir su mente, bloqueándola, solo traslada el problema en el tiempo, puesto que no se puede tener al enfermo mental “dormido” para siempre, no se le puede transformar en un vegetal de por vida.

Esta es la constatación de que la medicación no cura, solo bloquea por un tiempo las manifestaciones de la enfermedad, de su patología. Es como quitarle al conductor las llaves de su coche, ya no puede trasladarse en su automóvil ni vivir la vida de los conductores. Esto que no sería tan trágico en el caso del conductor, puesto que puede ir andando o ser llevado en otro vehículo, conducido por otra persona, es absolutamente trágico y drástico en el caso del enfermo mental, puesto que “privarle” de su cuerpo es reducir su vida a mínimos, es “privarle” de la vida humana, no de la instintiva o vegetal, puesto que se puede ser un vegetal sin la mente, pro no se puede “vivir” sin la mente.

El enfermo mental tiene pánico a la falta de control, puesto que sabe muy bien las consecuencias de la misma. Las ha experimentado en multitud de ocasiones y ha supuesto la aparición de efectos muy negativos para él. Cada momento de pérdida de control ha disparado su patología, ocasionándole problemas que van desde conflictos en las relaciones interpersonales, muy serias, hasta la pérdida de la percepción de la realidad, llevándole al terreno del delirio, un auténtico infierno cuando no ha podido conservar un anclaje mínimo en la realidad. Romper relaciones afectivas no es moco de pavo, ser internado en un centro psiquiátrico durante una larga temporada no es una broma. Pero lo peor de todo es el sufrimiento. La angustia, el miedo, el dolor psíquico, es tan terrible para el enfermo mental como la exacerbación del dolor físico en las enfermedades del cuerpo, incluso puede ser mucho peor, puesto que el enfermo físico tiene la esperanza de que ese dolor pueda ser atenuado o suprimido mediante medicamentos, la morfina, los medicamentos que inhiben el dolor.

El dolor psíquico, el dolor espiritual no puede ser suprimido ni siquiera atenuado con la medicación, solo se puede “dormir” el cuerpo, lo que en la enfermedad física puede ser algo casi instantáneo, y con efectos durante un tiempo (incluso en los casos de enfermos terminales el tiempo siempre tiene un límite y la muerte acechante puede ser incluso una esperanza cuando el dolor es insoportable) en el caso del dolor psíquico o espiritual éste se prolonga durante toda una vida, que puede ser muy larga. En el caso del enfermo físico el dolor desaparecerá con su curación o se atenuará o se producirá el fin de la vida con la muerte, con lo que el dolor, de una forma u otra siempre desaparece. En el enfermo mental el dolor es de por vida, de ahí que la tendencia al suicidio sea algo casi inevitable en la mayoría de los enfermos mentales. Puesto que la enfermedad no le mata, busca la muerte voluntariamente para suprimir el dolor.

Es cierto que el enfermo mental no está en crisis permanente y por lo tanto el dolor, en los periodos de calma, de relativa calma, puede ser asumible, pero para eso está la mente, recordando las crisis, reviviendo el dolor pasado. A menudo estas rememoraciones pueden ser tan vívidas y dolorosas como el propio periodo de crisis y aún más desesperantes puesteo que no hay razón alguna para sufrir como en un periodo de crisis, cuando no se está en crisis. Es como si un enfermo físico sufriera dolor físico al recordar la enfermedad, a pesar de estar ya curado y de que este dolor físico haya desaparecido. Esto no es así, ningún enfermo físico sufre tanto estando curado como cuando está enfermo, salvo patologías que ya son enfermedades mentales. La capacidad, terrible, inhumana, de volver a sufrir dolor psíquico con la rememoración es una de las características más infernales de la enfermedad mental.

Es el recuerdo de ese sufrimiento el que hace que el enfermo mental sienta pánico a la pérdida de control, el primer paso hacia el desencadenamiento de la crisis en la enfermedad mental. Aún siendo terrible la consciencia de la pérdida de afectos, de personas queridas, de la soledad en las relaciones interpersonales, del internamiento en un centro psiquiátrico, de la medicación drástica con su efecto de pérdida de la consciencia, de la capacidad de vivir, nada es comparable a la exacerbación del dolor psíquico.

Un enfermo mental podría llegar a aceptar la ruptura afectiva con los seres queridos, el internamiento en la cárcel psiquiátrica, la fama de loco, la pérdida de la autoestima, si al menos no tuviera que sufrir tan intensamente ese dolor psíquico, esa angustia infernal, esa absoluta pérdida de la esperanza. Para un “sano mental” (no existe el sano mental absoluto) resulta incomprensible ese miedo a la pérdida de control. El sano lo sufre a diario, se enfada, está malhumorado, está triste o melancólico, no posee un control absoluto sobre sus pensamientos y emociones. Es cierto, pero las consecuencias de esa falta de control, son muy diferentes. A los sanos no se les encierra en centros psiquiátricos, ni pierden el trabajo, salvo en improbables circunstancias. El remordimiento no se prolonga meses y meses, la angustia no es infernal, la tristeza o depresión es siempre temporal. Un sano mental sigue viviendo, mejor o peor, a un enfermo mental se le “suspende” la vida. El miedo a una dosis de medicación insufrible, a realizar actos que le marcarán de por vida, a llevar a cabo conductas inadmisibles para la sociedad y sobre todo a sufrir ese espantoso dolor psíquico durante meses y meses, hace que el enfermo mental esté aterrorizado de continuo ante la posibilidad de perder el control.

Huye de enfrentamientos con otras personas que generen broncas, insultos, humillaciones, y sobre todo esa mezquina farsa de control consistente en recordarle al enfermo mental no solo que es un enfermo, lo que sería hasta cierto punto aceptable, sino que es un “loco” que no tiene remedio, esperanza, que no puede relacionarse con los demás, que no puede trabajar y vivir una vida aceptable. Un enfermo mental es capaz de soportar las mayores humillaciones solo para que alguien no se enfade con él y evitar de esta manera la pérdida de control en sus reacciones. A menudo ciertos comportamientos de enfermos mentales producen una inmensa pena en las personas sensibles. Le ven moverse como si pisara huevos, como si temiera que el menor gesto, la más mínima expresión de su rostro pudiera ser considerada como una ofensa. No habla por miedo a no expresarse bien y a herir a los otros. No mira por miedo a que en su mirada se trasluzca ese infinito sufrimiento, a que alguien pueda observar en sus ojos esa rabia inhumana ante un castigo que él no cree merecer. No desea comer para que no le puedan achacar que vive a costa de los demás, que no es productivo. Busca la soledad para no ofender, se transforma en un misántropo como la única alternativa a la ofensa, desea hacerse invisible, ser tragado por la tierra. Se convierte en un misógino, o si es mujer en una “odiadota de hombres”. Renuncia a la poca sexualidad que le queda tras ser “anulado” por la medicación para librar a los demás de su patética danza de cortejo, para evitar sufrir como un condenado en el infierno de Dante.

Para evitar perder el control un enfermo mental es capaz de renunciar a ser humano, a trabajar, a relacionarse, a la vida familiar, a la vida de pareja, a la sexualidad… No es extraño que produzca tanta lástima en las personas sensibles. En cambio las insensibles se aprovechan de ese “esclavo” que se les ofrece en bandeja, como una diana para sus dardos, como un factotum sumiso que hará cualquier cosa para que le dejen en paz. A veces resulta repugnante contemplar cómo los insensibles utilizan y se aprovechan del enfermo mental. Se convierte en chivo expiatorio de sus problemas, en la diana de sus juegos sádicos, en el empleado sin sueldo, en la alfombra para que los insensibles limpien sus pies embarrados.

Pero ni esto funciona, el enfermo mental no pasa desapercibido, al contrario, no se hace invisible como él desea, no evita los conflictos, no le dejan en paz, y sobre todo, no soluciona sus problemas, no es feliz, no se siente mejor, no logra ni siquiera atenuar sus emociones, controlar sus instintos, no puede renunciar a “vivir”.

Al contrario, su huida de ofender hace que muchos se sientan ofendidos, le toman por tonto, les convence de que no le gusta lo que anhela, de que ciertas conductas no le ofenden, de que está bien cuando está muy mal. Su falta de asertividad le convierte en un títere manejado por las manos de todos. No puede renunciar a su naturaleza humana y ese intento desesperado por conseguirlo hace que la presión se convierta en insufrible y acabe explotando como siempre en los momentos más inadecuados y con las personas que menos se lo merecen. Sus seres queridos acaban pagando el pato de los insultos de los desconocidos insensibles, su agresividad se multiplica por cien al no dejar que ésta vaya fluyendo poco a poco por los cauces adecuados y aceptables en sociedad. Su sexualidad despierta, rabiosa, y se manifiesta en formas ridículas o patológicas. Su desesperado intento por alcanzar el control absoluto acaba manifestándose en el descontrol absoluto. Es ley psicológica, es ley natural. No es que el enfermo mental no lo sepa, sencillamente está dispuesto a encadenarse a la montaña y a permitir que los buitres le coman las entrañas, pensando que tal vez así desaparezca ese dolor psíquico inhumano. Los que no creen en el espíritu, en el alma, solo en el cuerpo, no pueden hacerse una idea de lo que puede doler el alma. Lo mismo que el cuerpo físico está hecho de materia, el alma está hecha de energía, y sus dolores no tienen por qué ser menor, al contrario, la consciencia exacerba el dolor. Lo mismo que un cuerpo físico puede sufrir graves heridas y enfermedades, un alma puede ser herida y padecer enfermedad durante años, durante toda una vida, durante muchas vidas.

Cuando el enfermo mental entra en delirio y pierde por completo el control, toda esta presión tanto tiempo controlada, estalla como una bomba atómica. Esta desvinculación de la realidad, unida al odio y a la rabia acumuladas puede llegar a veces, en casos extremos, a la agresión física que en algunos casos termina con vidas humanas.

No es fácil comprender este proceso y mucho menos las terribles y trágicas consecuencias. Para evitarlas muchos insensibles estarían dispuestos a terminar con la vida humana del enfermo mental. Incluso, si no fuese tan irracional y tan poco aceptado, no tendrían la menor vergüenza de aplicarles la pena de muerte. Es más fácil suprimir el problema suprimiendo al que tiene problemas que enfrentarse a éste con todas las consecuencias, poniendo en solfa la terapia que se aplica a los enfermos mentales, la sociedad en la que viven, generadora de enfermos mentales como el estiércol hace crecer al champiñón. No es aceptable para ellos una revisión drástica y en profundidad de la vida humana. A lo mejor, solo tal vez, estamos diametralmente enfrentados a las leyes cósmicas, a las leyes espirituales, y las consecuencias solo pueden ser el infierno, un infierno de violencia, de falta de solidaridad, de empatía, una injusticia atroz, una vida hedonista al precio de convertir al humano en esclavo, de matarle de hambre, de humillarle y degradarle. Tal vez, solo tal vez, una de las causas profundas de la enfermedad mental sea someter a la humanidad a una vida degradante, carente de espiritualidad, de fraternidad, de amor. Pero sería demasiado duro plantearse siquiera esta posibilidad, nos obligaría a todos a un cambio drástico y en profundidad en nuestras vidas, y eso para muchos es inaceptable. Mejor pensar que la culpa de la enfermedad mental es del propio enfermo o de un gen torcido.

Es cierto que el enfermo mental no está libre de responsabilidad en su propia enfermedad. Ciertos pensamientos, emociones, conductas, acaban general enfermedades mentales, lo mismo que un atracón genera indigestión o una adicción al alcohol y a las drogas la pérdida de la dignidad de la persona. Es cierto que algunos enfermos mentales se buscan su propio dolor y se aferran a él como el náufrago al madero en medio del océano. Es cierto que uno puede arrastrar efectos kármicos de una vida a otra y sufrir las consecuencias. No podemos ser tan ingenuos como para cerrar los ojos a estas realidades incontrovertibles. Pero eso no debe impedirnos la empatía, la solidaridad, la fraternidad consciente, sabiendo que todos podemos ser mañana enfermos mentales, lo mismo que podemos sufrir un cáncer. Nadie está libre. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra y que confíe, si quiere, en que no le caerá en la cabeza.

¿Cómo luchar contra este terror a la pérdida de control? Es una de las tareas más duras y complejas a que debe enfrentarse un enfermo mental. Puede que nunca lo consiga del todo, es lo más fácil. En mi caso aún sigo luchando y seguiré luchando hasta mi muerte por perder ese miedo patológico a perder el control. Muchas veces no soy todo lo asertivo que debería por miedo a que alguien descubra mi pasado y tener que escuchar una vez más la terrible condena: eres un loco, un loco, un loco… y no tienes remedio. Muchas veces renuncio a la vida por miedo a ofender, a que alguien se sienta molesto conmigo. Renuncio a metas que considero están a mi alcance por miedo a que la dificultad e intensidad del esfuerzo me haga perder el control. Muchas veces no digo lo que quiero decir, miento para evitar la bronca y el conflicto. Tengo que hacer un gran esfuerzo para no salir a la calle pisando huevos, mirando a mi alrededor para prever posibles conflictos con otras personas. Me levando dándome órdenes: no te dejes llevar, controla tu mirada, tus pensamientos, tus emociones, tu agresividad, tu mal humor, tus peores defectos de carácter. No tropieces en la misma piedra, evita las circunstancias, las personas que te ponen fuera de ti. No huyas con tu mente cada vez que notas la aproximación de un conflicto. Te resulta fácil utilizar tu vivísima imaginación para anular la realidad y trasladarte a mundos imaginarios, literarios. Nada más sencillo que dejarte llevar por el diálogo interno y pasarte el día imaginando historias, personajes, dialogando como un socrático consigo mismo, empezando desde cero, sólo sé que nada sé y a partir de ahí poner en solfa todo lo que has aprendido,, lo que te han dicho, mover como un Sansón las columnas del templo del dogmatismo y observar cómo todo se desmorona a tu alrededor. Lo haces muchas veces y resulta reconfortante ver cómo los problemas cotidianos se diluyen, desaparece, ante la fuerza poderosísima de tu mente. Pero esa no es la solución, perder pie en el terreno de la realidad, levitar en el aire de la imaginación, mover el punto de encaje e ir a otra realidad a otro universo, no soluciona nada. Estás aquí y ahora, viviendo esta vida, los problemas no desaparecen volando sobre ellos, al contrario, se acrecientan. El delirio está a la vuelta de la esquina, al otro lado de la línea roja en el suelo que tienes a un metro de tus pies.

La filosofía del guerrero impecable ha sido la palanca de Arquímedes, con ella moveré el mundo. Pero no es fácil, no es fácil levantarse como un general dando órdenes a tus facultades mentales, como un ejército dispuesto a la batalla. Cambia de acera si ves a… No te dejes ir por la ensoñación, tienes que conducir hasta el trabajo. Si eres agresivo tendrás problemas. Es una maldita cárcel de papel, cada vez que doy un paso extiendo la mano para no golpearme contra la pared.

Pero al menos ahora mi batalla tiene sentido y mis armas son cortantes y duras como el cristalino filo de un diamante. Haz lo que tienes que hacer cuando tienes que hacerlo. Levántate cuando suena el despertador, no pienses en que hoy estás mal y no puedes ir a trabajar. Acepta tus necesidades humanas más bajas, cuida tu aspecto, vives en sociedad. Atento a la conducción, la vida de los demás es sagrada, y la tuya también. Trabaja honradamente porque debes aportar a la sociedad lo mismo que ella te aporte a ti. No te entretengas pesando en la balanza, es mezquino. Los defectos de los demás te hieren lo mismo que los tuyos hieren a los demás. Sé un guerrero impecable. Si tienes que defenderte hazlo, pero sin juzgar, sin cebarte en las heridas que causas en tu batalla impecable. Haces lo que tienes que hacer y no te entregas al remordimiento, a la inútil compasión. Ama cuando tienes que amar, pelea cuando tienes que pelear, diseña estrategias cuando sea preciso disponer de estrategias en la lucha de poder. Cuando estás cansado descansa, cuando estás deprimido sabes que eso es falta de energía, cuando la fobia te golpea alzas el escudo y sigues haciendo lo que tienes que hacer, una vez y otra y otra, hasta que la fobia desaparezca. Comes cuando tienes que comer y si lo haces en exceso sufres las consecuencias, con responsabilidad, sin quejarte ni lamentarte, intentas aprender la lección y sino la aprendes decides aprenderla. Cada día es un regalo, podrías estar muerto, lo sabes muy bien, los poderes que controlan nuestras vidas te han librado de la muerte, una vez, y una vez más. Pero la muerte está a tu espalda, tiene la mano en tu hombro izquierdo, notas su frío y te estremeces. Puedes estar muerto al minuto siguiente, por eso la fobia no es importante, es una tontería creada por tu importancia personal. La enfermedad mental es una cárcel de papel, puedes quebrar la pared con un golpe de tu puño de guerrero. Si llueve es hermoso y si hace sol es hermoso. Si estás alegre eres feliz y si estás triste es el movimiento de los astros, implacable, pero fugaz. El tiempo pasa y tu cuerpo envejece, pero el guerrero es cada día más sabio, más fuerte, más poderoso. No temes a la muerte porque forma parte de ti, es la mano en tu hombro, como tu cuerpo es la prolongación de tu consciencia. Las guerras se incuban en la sangre de tus hermanos, algún día llegarán a tu sangre, pero el guerrero hace lo que tiene que hacer, en la paz como en la paz, en la guerra como en la guerra. Hay un tiempo para todo, un tiempo para el amor y un tiempo para la guerra, un tiempo para la risa y un tiempo para el llanto. Cada hora tiene su afán, cada tiempo su batalla, cada guerrero tiene su talón de Aquiles y su espada. Cada chispa divina recorre su camino, cada luz ilumina un pedazo de oscuridad. Cada loco tiene su tema, cada músico su melodía, cada esperanza una meta, cada desesperación es un enemigo a combatir. Cada batalla tiene su fin, unas veces vences y otras eres derrotado. La dignidad nace de Dios y Dios habita en ti, en todo, aunque seas débil, eres sabio aunque yerres a cada paso. Eres día con la luz y noche con la oscuridad. Eres agua que fluye y viento que sopla, nada permanece y nada ha cambiado. Eres individuo y eres infinito. Eres gota de agua y eres océano.

Algún día alcanzarás la sabiduría suprema del guerrero impecable, la batalla es lo mismo que la calma y la enfermedad lo mismo que la salud. El electrón no deja de vibrar, unas veces en una frecuencia y otras en otra. Unas veces estás aquí y otras allí, vives una vida y mueres, mures y renaces, recuerdas y olvidas, eres niño y anciano, mujer y hombre, eres enfermo mental y estás curado.

El guerrero impecable vive el instante como si fuera el último día de su vida y no se lamenta ni gimotea. Danza en la muerte como en la vida. Crea su propia música y baila con sus pies sobre el sol y lasa estrellas. No intenta desentrañar el misterio de la vida, porque ningún misterio tiene sentido cuando uno mira con sus ojos fulgurantes, como carbones encendidos. Quien ve no necesita hacerse preguntas, ve. Quien vive no se pregunta cuándo ha nacido y cuándo morirá, abre la boca y respira y el aire empapa sus pulmones como fuego y todo él se convierte en una tea encendida.

El control y el descontrol son una y misma cosa, el movimiento del guerrero que como un cometa ardiendo cruza el cielo sin preguntarse en qué galaxia se formó y en qué galaxia se extinguirá.