LA ESTACIÓN DE TRENES-MEDITACIÓN PARA DETENER EL DIÁLOGO MENTAL
LA LEY DE AHMRA
En tiempos del faraón Akenatón, los iniciados de las escuelas de los misterios egipcias formularon una ley cósmica que ya se conocía desde mucho tiempo atrás. La llamaron la ley de Ahmra. Viene a decir que cuando recibes dones espirituales de forma gratuita, que no has comprado con tu dinero o tu duro trabajo, estás obligado a compartir esos dones con los demás con absoluta generosidad. Si no lo haces e intentas aprovecharte de esos dones en tu exclusivo beneficio, especialmente si buscas la riqueza material a costa de otros, antes o después la ley kármica caerá sobre tu cabeza y todo comenzará a torcerse de forma inexplicable. Es por eso que en cumplimiento de la ley de Ahmra distribuyo gratuitamente lo que gratuitamente recibí.
PREPARACIÓN PARA LA MEDITACIÓN
Se puede meditar a cualquier hora del día o de la noche, el único requisito es estar solo en un lugar adecuado y no tener prisa alguna. Aunque nada impide meditar en grupo, todos los presentes deben participar en la meditación y estar concentrados, de otra forma la mente se dispersa y resulta imposible meditar.
Se recomienda utilizar un lugar de nuestro domicilio especialmente preparado para ello y en el que nos sintamos a gusto. La meditación en la naturaleza, si el tiempo acompaña y las circunstancias lo permiten es ideal. Si estamos solos en casa y no vamos a ser molestados en un tiempo prepararemos nuestro cuarto favorito de la siguiente manera: ayuda mucho decorarlo con posters, fotografías o cuadros de hermosos paisajes, encender incienso, escuchar una música para relajación con la que sintonicemos especialmente y llevar ropa cómoda. Es imprescindible adoptar una postura cómoda, si es posible con la espalda lo más recta posible. La postura ideal es la del loto, sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, los pies encima de los muslos. Como esta postura suele resultar poco cómoda para los occidentales, se puede utilizar una silla o un sofá que permita tener la espalda lo más recta posible. En ese caso las piernas deben estar separadas hasta la anchura de los hombros, las manos descansan sobre los muslos y los ojos cerrados. Si se prefiera la postura más cómoda, tumbados en el suelo, boca arriba, se recomienda utilizar una alfombra, esterilla o manta doblada, los pies descalzos, ropa cómoda que no nos oprima, las piernas separadas, los brazos ligeramente separados del cuerpo, una cuarta.
Con los ojos cerrados comenzamos a respirar con tranquilidad, inspirando por la nariz y espirando por la boca o por la misma nariz. La respiración en yoga es un tema muy complejo. El pranayama es todo un mundo. Nosotros, como aprendices, nos conformaremos con la respiración más sencilla, sin perjuicio de ir aprendiendo más técnicas conforme dominemos las más sencillas. Deberemos centrarnos en la respiración ya que eso nos ayuda mucho a relajarnos y la quietud de la mente es requisito imprescindible para meditar.
Se recomienda hacer un ejercicio de relajación básico que todo el mundo conoce. Yo prefiero imaginarme o visualizar un pequeño gnomo luminoso que sale del centro de mi cabeza, de la glándula pineal y baja hasta la planta de los pies. Va subiendo hacia arriba, deteniéndose un poco más donde estamos tensos o sentimos dolor. El gnomo luminoso utiliza su energía para calmar esa parte del cuerpo y luego continúa subiendo, tobillos, pantorrillas, etc. Hasta llegar a la cabeza y concretamente a la coronilla. Como este proceso lo vamos a utilizar en la meditación para curar enfermedades, como paso previo a esa terapia, ahora nos limitaremos a practicar una relajación muy sencilla.
La meta de toda meditación es parar el diálogo interno. No se trata de ese diálogo del que hablaba Antonio Machado –quien habla solo consigo espera hablar a Dios un día- sino ese constante monólogo del que no somos capaces de desprendernos desde que nos despertamos por la mañana. Es como un espejo en el que nos miramos constantemente como si temiéramos perder nuestra personalidad, nuestra individualidad. La meta de la meditación es salir de nosotros mismos, de nuestro ego, y comunicarnos con todos los demás, con todo el universo, con la totalidad, con la divinidad.
Para ayudarnos a parar el diálogo interno vamos a utilizar la técnica de la visualización, que consiste básicamente en hacernos espectadores de una escena que vamos creando o incluso actuar en ella como personajes. Ahora utilizaremos la visualización de la estación de trenes para ayudarnos a parar el diálogo internio.
PRIMERA MEDITACIÓN- CÓMO PARAR EL DIÁLOGO INTERNO
LA ESTACIÓN DE TRENES
Mientras seguimos relajados y respirando con tranquilidad, vamos a visualizarnos entrando en una estación de trenes, si es una conocida, mejor, así podremos imaginar los detalles con más intensidad. Imaginemos que está vacía. Estamos solos. Caminamos sin prisa por el vestíbulo y accedemos a los andenes. Una vez allí buscamos un banco y nos sentamos, las piernas separadas, las manos descansando en los muslos, la mirada al frente.
Hay un silencio absoluto, pero de pronto sentimos un molesto ruido. Es un tren que está entrando en la estación por nuestra derecha. Los trenes son metáforas de nuestras ideas. Siempre hay una idea entrando por la derecha de la estación de nuestro cerebro. Cada tren-idea tiene una forma diferente, va pintado de distintos colores y lleva una velocidad distinta. Lo mismo que nuestras ideas, que tratan sobre temas muy diversos y permanecen más o menos tiempo en la estación de nuestro cerebro.
Visualicemos cómo van subiendo o bajando viajeros del tren, cómo estos viajeros son muy diferentes entre sí, cómo van charlando arrastrando sus maletas. Sentimos la viva tentación de levantarnos de nuestro banco y unirnos a ellos, pero eso sería un error, regresaríamos al diálogo interno y nos perderíamos la meditación. Por eso vamos a permanecer sin movernos, mirándolo todo como espectadores de una película. El tren puede tener una parada más o menos larga, pero antes o después se pondrá en marcha. Lo mismo que nuestras ideas, que por mucho tiempo que permanezcan en nuestra mente antes o después serán sustituidas por otras.
Vemos ese primer tren alejándose. Seguimos mirando al frente y respirando con tranquilidad. Nos fijamos en las vías. ¿Qué ocurriría si nos levantáramos y nos pusiéramos en mitad de la vía, esperando el tren? Nos atropellaría, nunca podríamos parar un tren. Lo mismo ocurre con nuestras ideas, intentar pararlas luchando a brazo partido con ellas es una batalla perdida. Por lo tanto la lección que extraemos de esta metáfora es que la única forma de parar el diálogo interno es transformándonos en espectadores que no pueden evitar ver lo que están viendo, pero que sin embargo permanecen ajenos, sin involucrarse.
Otro tren entra en la estación por nuestra derecha, los trenes, lo mismo que nuestras ideas nunca dejan de atravesar la estación de nuestra mente. Cada tren es diferente, pero todos ellos llaman nuestra atención. Nos gustaría subir a ellos y viajar lejos o mezclarnos con los pasajeros. Sería un grave error. Estamos meditando y no dejándonos llevar por la cabra loca de nuestra mente, que siempre tira al monte y pretende ser nuestra dueña. No vamos a ir donde quiera llevarnos, vamos a permanecer aquí, sentados, tirando de la soga que hemos atado a la cabra. Nosotros somos los dueños.
Tras un largo periodo de contemplar trenes nuestra respiración se va espaciando, sentimos que nos pesan los párpados y entramos en un duermevela agradable. No importa que las primeras veces que meditemos nos quedemos dormidos, e incluso ronquemos. Ese es un signo de que está surtiendo efecto. Si no nos hemos quedado dormidos sentiremos nuestro cuerpo más ligero, por un momento tenemos la sensación de que nos elevamos en el aire… y así es.
PRIMER PASO EN LA MEDITACIÓN
La técnica de la visualización sobre la estación de trenes ha surtido efecto, sin darnos cuenta estamos meditando, hemos dado el primer paso. Ascendemos sobre la estación y allá abajo vemos nuestro cuerpo sentado en el banco. Es la primera lección que estamos aprendiendo con esta primera meditación. No somos solo cuerpo físico, no somos solo un pedazo de materia, en nuestro interior hay algo más, un ser de luz, un alma o espíritu, un conductor.
Ahora vamos a visualizar otra escena. Salimos de casa, oprimimos el mando de la llave de nuestro coche y nos subimos a él. Lo ponemos en marcha y nos vamos moviendo por la ciudad. Es la imagen perfecta de lo que somos. Un conductor en el interior de un coche. El vehículo es nuestro cuerpo. No es para siempre. No lo hemos elegido, nos lo han impuesto. Algunos tienen formidables cochazos, han tenido mucha suerte en la vida, van por ahí llamando la atención, corriendo como locos. Su vehículo-cuerpo les facilita la vida. En cambio nosotros apenas podemos disponer de un utilitario de segunda mano, cochambroso y que la mayor parte del tiempo está en el taller. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto? Tal vez se trate de una deuda kármica que arrastremos de otra vida, de otra reencarnación, o sencillamente lo hemos escogido nosotros porque queremos aprender una lección.
Como dice mi personaje, Milarepa, un joven monje budista, la vida no es otra cosa que una escuela de espiritualidad. Hemos venido aquí para aprender determinadas lecciones y seguiremos repitiendo curso una y otra vez hasta que consigamos aprenderlas. Podemos sentir envidia de los alumnos que abandonan la clase y con sus cochazos hacen novillos mientras nosotros estudiamos duramente, con los codos clavados en el pupitre. No sentiremos tanta envidia cuando al repetir el curso les toque otro coche, mucho más modesto, una verdadera birria y ya no puedan ir por ahí llamando la atención y burlándose de los otros.
Ya hemos aprendido la lección. Somos conductores, no vehículos para el desguace. Ahora dejamos que nuestros cuerpos de luz se eleven sobre la estación, sobre nuestro cuerpo, que permanece sentado en el banco y que sigan subiendo. Algunos entrarán en un sueño profundo, otros sentirán una gran paz interior mientras pierden contacto con la realidad que les rodea. No tenemos prisa. Vamos a permanecer así hasta que nos despertemos o una voz interior nos diga que ya es hora de regresar.
Hemos hecho nuestra primera meditación y hemos aprendido dos lecciones: No se puede detener el diálogo interno de nuestra mente poniéndonos en medio de la vía y peleando con el tren que llega a toda velocidad. Es preciso hacerse espectador para paralizar el diálogo de nuestra mente. Somos conductores, cuerpos de luz, almas, espíritus, no simples tuercas y tornillos unidos hasta transformarse en un coche que antes o después terminará en el desguace.
Movemos los dedos de nuestras manos, de nuestros pies, vamos abriendo los ojos, nos quedamos un rato en la postura hasta que somos capaces de reaccionar, como al despertar por las mañanas tras un largo sueño. Hemos meditado, nos hemos recargado de energía, hemos aprendido algunas lecciones importantes. Ya podemos regresar a la realidad, a la vida. El conductor regresa al coche y se somete a la tiranía del espacio-tiempo. Pero ahora sabemos cómo se sale del vehículo y se regresa a él. Podemos hacerlo cuando queramos y notaremos cómo nos recargamos de energía, cómo nos llegaran maravillosas ideas desde nuestro interior que nos ayudarán a solucionar nuestros problemas, a ser más felices.
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