TÉCNICAS DE PSICOMAGIA IV
LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA/CONTINUACIÓN
¿QUÉ HACER CON LA CONSCIENCIA?
Todos hemos escuchado muchas veces aquello de que el cerebro está infrautilizado, que solo utilizamos el diez, el veinte, el treinta por ciento, etc. ¿Cómo utilizamos nuestra consciencia? Yo diría, aunque suene disparatado, que es algo parecido a quien, convencido de que es invidente, mantiene los ojos cerrados durante toda su vida y se limita a utilizar el resto de los sentidos como puede o le enseñan. No es difícil imaginar qué se está perdiendo la persona que actúa así. En el caso de la consciencia nos encontramos con algo aún más disparatado que la actitud de quien se cree invidente, porque así se lo han dicho, y a quien nunca se le ha ocurrido abrir los ojos, en un gesto valiente, enfrentándose al qué dirán, a lo que todo el mundo ha creído desde siempre y jamás nadie a puesto en entredicho. Porque, por muy disparatado que nos parezca, así es. Nos han convencido de que la consciencia es algo muy extraño, que ha surgido, nadie sabe cómo, tal vez debido a que los sentidos suministran tal cantidad de información al cerebro, información que este acumula, que se acaba produciendo un salto cuantitativo. Algo así como las generaciones de ordenadores. Cada generación aprende de la anterior y se hace más perfecta. Los ordenadores de generaciones sucesivas son más rápidos que los anteriores, son capaces de reproducir con mayor nitidez las imágenes, los programas son más sofisticados y prácticos… No sería de extrañar que en algún momento se produzca un salto increíble y ya tenemos la inteligencia artificial. Los robots son cada día más complejos, más perfectos, hacen mejor las cosas y podemos imaginar casi lo que queramos, solo es cuestión de tiempo.
Algo así nos han enseñado a pensar sobre nuestra consciencia. Nuestro cerebro ha ido creciendo, cada vez acumulamos más datos, cada vez los circuitos son mejores, más veloces, más prácticos. No es de extrañar que en algún momento de nuestra evolución se haya producido ese milagroso salto. Un primate descubre un día que tiene tal cantidad de información en su cerebro, que ésta se organiza y comunica tan bien, que en un momento determinado el primate toma consciencia de sí mismo. Algo parecido al robot que llega a ser consciente de su individualidad, de su voluntad, de su libertad, de su afectividad, hasta el punto de que solo se diferenciaría del humano en su cuerpo, metálico, y en que tiene chips en lugar de neuronas, entre otras diferencias. No hay necesidad de plantearse si un cuerpo físico de carne, una biología humana, es mejor, más práctica, un trabajo de la naturaleza mucho más perfecto que un cuerpo metálico, bioníco, robótico, no se trata del soporte, del hardware sino del software, o sea de la consciencia.
Nos han enseñado que expandir la consciencia, evolucionar, es algo que no está en nuestra mano. No tenemos la capacidad de aumentar el volumen del cerebro, de hacer que los circuitos neuronales funcionen mejor, evitando los bloqueos, controlando mejor los circuitos emocionales. Todo esto forma parte de la evolución, como mucho llegaremos a modificar nuestros genes para que todo funcione mucho mejor y sea mucho más duradero. La consciencia como tal, nos dicen, no existe, es el cerebro, los circuitos neuronales, los circuitos afectivos, los que evolucionan y nos hacen conscientes de nosotros mismos. La consciencia, pues, no sería otra cosa que un almacén de datos, de memoria, que pasado un límite determinado, explota creando lo que denominamos consciencia de nosotros mismos que al parecer no es otra cosa que la imperiosa necesidad del ordenador de organizarse mejor para que el bloqueo, el bucle, no lo haga inservible y haya que tirarlo a la basura. Así hemos pensado y así seguimos pensando. Somos ciegos que mantenemos los ojos cerrados porque abrirlos sería una tontería, los ojos no sirven para nada. En este ejercicio de psicomagia para expandir la consciencia iremos paso a paso, experimentando, convenciéndonos de que los ojos pueden ver y cada vez mejor y cuanto más los usemos más cosas veremos. No vamos a razonar ni a probar nada, vamos a experimentar con nuestra consciencia y cuando veamos ya no podremos decir que los ojos no pueden ver y cuando veamos más cosas ya no podremos decir que los ojos tienen un límite de visión, más allá del cual es imposible ver nada.
¿Para qué necesitamos semejante experimento? Ya hemos visto que la expansión de la consciencia supone dolor, sufrimiento, que no es posible expandir la consciencia sin sufrir más de lo que sufrimos habitualmente. ¿Entonces? Hemos visto que puede que un mineral sufra muy poco o no sufra nada, pero no nos interesa ser minerales. Aunque muchas veces a lo largo de la vida deseamos la muerte o la desaparición de la consciencia, para suprimir el sufrimiento, lo cierto es que la consciencia es un don tan grande, un don divino, que si pudiéramos gestionar nuestro sufrimiento, nuestras emociones, nuestra consciencia no solo nunca elegiríamos anular la consciencia, morir, sino que desearíamos vivir para siempre, siendo cada vez más y más conscientes. No tenemos límites, los límites nos los ponemos nosotros, podríamos llegar a ser dioses si expandiéramos nuestra consciencia lo suficiente, podríamos llegar a ser Dios si nos diluimos en la Totalidad. Pero ya sabemos que no es posible ser Dios sin estar vinculados a todo y a todos, sin anular, de alguna forma nuestra personalidad, nuestra individualidad. Es una condición sine qua non, es un reto que debemos aceptar sí o sí o permanecer para siempre finitos, en una individualidad que nunca superará los límites, en un sufrimiento que nunca tendrá la compensación del éxtasis místico, del samadhi, del nirvana. Pretender otra cosa es como intentar tragarse toda el agua del océano para no tener que volver a beber nunca más.
Volvamos al inicio del experimento. Estamos tumbados en nuestro lecho, boca arriba, cómodos, relajados, con suficiente luz para ver bien nuestro entorno. Estamos con ropa cómoda pegada a nuestra piel que percibe la suavidad o dureza del colchón, de la ropa. De alguna manera, aunque pobre, nos hemos vinculado con la ropa, con la cama. Si hubiera una arruga en la sábana, la sentiríamos en nuestra piel, si estuviera sucia nuestro olfato sentiría malestar. Es por eso que muchas personas necesitan tanto la limpieza de las sábanas, que huelan bien, recién limpias, que todo esté en perfecto orden en el dormitorio, se han vinculado y todo lo que le suceda a la entidad mineral o cosas o tejidos o lo que sea, les sucede de alguna manera a ellos. Hay personas que llegan a obsesionarse con sus ropas, las ropas de su lecho, con lo que se ponen o se quitan, con lo que hay o no hay en su dormitorio. No pueden dormir si las sábanas no están limpias, recién planchadas, si no huelen bien, si todo en su dormitorio es perfecto y acorde con su sentido del orden y la armonía. Otros solo pueden ponerse determinadas ropas, siguiendo una estética, si cumplen determinadas condiciones de limpieza, si forman parte del universo de consciencia que se han creado. Así cuando se quitan las ropas tienen que dejarlas colocadas de tal manera y no de otra sobre el perchero o la silla o en el interior del armario. Tienen que quitarse las medallas, pulseras, pendientes, pulseritas de la suerte y colocarlo todo en su sitio, en su cajita. Los calcetines dentro del calzado, el pijama doblado en su sitio y no en otro. Irse a la cama es para ellos todo un ritual que debe cumplirse cada día y de forma perfecta o se sentirán muy molestos, no podrán irse a la cama, no podrán dormir. Para ellos ese es el universo que ha creado su consciencia, y como auténticos dioses de ese universo, no pueden soportar compartirlo con otras entidades o cosas que tienen su propia naturaleza e individualidad. No pueden aceptar ni asumir la ley de la entropía, según la cual todo tiende a deteriorar, a ensuciarse, a desorganizarse, conforme pasa el tiempo todo irá a peor y no a mejor. Parece una ley básica de la naturaleza, del cosmos. Es cierto que podría funcionar de otra manera, que todo fuera a mejor conforme pasara el tiempo, pero si se ha establecido esta ley será por algo y a poco que uno piense lo encontrará lógico.
Estas personas suelen catalogar a las que no siguen sus rituales como personas sucias, caóticas, insensibles, con las que no se puede convivir. Lo cierto es que una persona sucia, desordenada, que huele mal, que no limpia, que no mantiene unas normas higiénicas, es una persona repugnante con la que no se puede convivir. Cierto, pero tampoco se puede convivir con personas que han transformado su círculo de consciencia en un ritual dogmático y obsesivo. Cada uno puede elegir cómo ha de ser su propio universo, algunos preferirán caer en la manía obsesivo-compulsiva de la limpieza, el orden, la higiene, el ritual, que caer en el deterioro repugnante de universos que son más pocilgas que otra cosa. Tanto uno como otro universo son infernales e imposibles de acoplar en la convivencia. Si una persona, debido a su manía obsesivo-compulsiva por atropar cosas, convierte su domicilio en un basurero, está sufriendo una severa patología psicológica que se puede llamar el síndrome de Diógenes. El deterioro de esa persona es terrible. Pero díganme si es mucho mejor convivir con una persona que debe tener sábanas limpias en su cama cada noche, recién planchadas, perfumadas, que deben de estar perfectamente colocadas, según una armonía determinada creada por su propia mente. Que deben ir al servicio cada noche y lavarse las manos una y mil veces, con determinado jabón, restregando con piedra pómez, observando la piel con lupa, por si algún bichito, algún virus, las ha contaminado. Estas patologías también tienen nombre, han sido estudiadas y catalogadas. Una de mis experiencias más dolorosas ha sido ver en un documental cómo un enfermo mental que sufría este tipo de patología llegando a lavarse una y otra vez, a restregar la piel hasta arrancársela. Nunca estaba satisfecho, siempre podía quedar algo ahí que le contaminara, siempre podía pillar algún tipo de enfermedad por falta de higiene. Luego hay que lavarse los dientes de una determinada manera, con una determinada marca de dentífrico. Hay que orinar y volverse a lavar las manos, hay que dejar todo colocado de forma perfecta, según la idea platónica que uno se ha construido sobre su universo. Luego en el dormitorio se tiene que cumplir un determinado ritual. Díganme ustedes cómo se puede tener una pareja que esté de acuerdo con ese ritual y se acople perfectamente, lo mismo que al revés, quién podría convivir con una persona que ha llenado la casa de cosas que ha pillado en la calle, que las ha acumulado una encima de otra, que huele mal, que no se ducha porque la ducha también está llena de cosas y más cosas.
Como hemos visto al principio, cuando no se cree en la consciencia uno piensa enseguida en un bucle, en un nudo en las neuronas. Pero si pensamos que somos consciencia la conclusión tiene que ser otra. Nos hemos vinculado con todo eso, hemos expandido la consciencia y todo lo que nos rodea es ya parte nuestra, como lo es nuestro cuerpo físico, en el que un picor es nuestro y no de otra consciencia con otro cuerpo físico. Cuando se intenta “curar” este tipo de patología, los terapeutas se encuentran en un callejón sin salida. No pueden deshacer bucles, desanudar neuronas, no pueden dar una determinada medicación que funcione, se limitan a dormir al paciente para que éste no sea capaz de seguir viviendo en su universo particular. La expansión de la consciencia y su vinculación con todo lo que lo rodea, objetos y personas, puede llegar a generar estos sufrimientos infernales. No queda otra que la desvinculación o el desapego de aquello que nos está haciendo daño, que nos hace sufrir, que no aporta nada positivo a nuestras vidas. Mientras el paciente, el enfermo, siga apegado a todo aquello que está generando esas patologías, bien sean cosas materiales o personas, no es posible deshacer el bucle infernal. No es el bucle el que genera la enfermedad, es la enfermedad la que genera el bucle y aquí sí que es muy importante saber qué fue antes, si la gallina o el huevo, porque si nos equivocamos podemos caer en el esperpento de ponernos al aire libre, bajo la lluvia, en plena tormenta y luego quejarnos de que estamos mojados y echar la culpa a la ropa que llevamos puesta.
Al expandir nuestra consciencia necesariamente nos vinculamos con aquello que llega hasta ella, lo mismo que un cántaro se llena con lo que le estamos echando. Toda vinculación supone un apego, lo mismo que no podemos desvincularnos de nuestro cuerpo físico sin el proceso de la muerte. La mente es un gigantesco recipiente en el que vamos echando todo aquello que llega hasta ella, y allí permanece aunque no seamos conscientes de ello. Los estudiosos de la memoria nos dicen que hay que activar determinadas conexiones para activar ciertos recuerdos que permanecen almacenados. El problema de la mente es que no puede tener activado todo lo que ha llegado a ella a lo largo de toda una vida, lo mismo que un ordenador no puede tener activados todos los programas instalados si la memoria RAM es insuficiente, y la de nuestro cerebro lo es claramente. Es lo mismo que quien dispone de una completísima biblioteca pero no puede leer todos los libros a la vez, tiene que ir leyendo uno tras de otro.
Tal vez esto y no otra cosa sea el tiempo, como un gigantesco salchichón que tienes que ir partiendo en rodajitas porque no te lo puedes comer entero. No recuerdo dónde leí esta imagen, tal vez en la Historia del tiempo de Stephen Hawking, y me pareció excelente para intentar explicar qué significa el tiempo y por qué existe. La consciencia no puede ser consciente de todo lo que hay en ella por lo que va pasito a pasito, lo que no puedes hacer hoy, lo haces mañana, si no puedes pensar en todo hoy, dejas algo para mañana y mañana para pasado y así sucesivamente. Esto genera el tiempo y la sensación de que todo transcurre, cuando en realidad lo que está ocurriendo es simplemente que cada día estás leyendo un libro diferente de tu biblioteca particular. Es importante comprender que la consciencia no es solo lo que contiene el cántaro sino que hay un proceso al que llamamos tiempo que nos permite ir desvelando todo el contenido.
Recordemos que estamos en el lecho, volviendo a realizar el ejercicio de la expansión de la consciencia que practicaremos una y otra vez a lo largo del tiempo hasta hacernos conscientes de cómo funciona la consciencia, de cómo podemos expandirla y de sus consecuencias. Estamos en el plano físico, en el tiempo, en la materia, vamos a ver cómo se expande la consciencia en esa dimensión, pero no podemos ignorar que la consciencia se expande de diferente forma en otros planos. Digamos que la consciencia es esférica y se expande desde el centro en todas las direcciones y en todas con la misma intensidad. Esta es su naturaleza que no puede funcionar en el mundo físico, razón por la cual tenemos el tiempo que nos permite ir pasito a pasito, en una determinada dirección, dejando de lado otras direcciones salvo que podamos caminar también a la vez en otra dirección, pero nunca será a la misma velocidad y con la misma intensidad. Es lo que llamamos concentración, una técnica de nuestra mente que le permite centrarse en algo dejando de lado todo lo demás. Así pues, en estos ejercicios en el plano físico deberemos tener en cuenta esta circunstancia. La posibilidad de una expansión de la consciencia de forma esférica en todas direcciones solo es posible fuera de esta realidad, cuando se alcanza el shamadi o nirvana, pero esto lo veremos en su momento.
Ya vimos en otro capítulo cómo la consciencia contiene la consciencia de cada una de las células de nuestro cuerpo físico, aunque no seamos conscientes de ello a cada momento, y la prueba está en que cuando se produce la enfermedad y una parte del cuerpo siente dolor, la consciencia se centra en ella, dejando de lado todas las demás. Esto es importante, saber que el dolor implica una intensificación extrema de la consciencia. Es algo así como el castigo que se inflinge a un niño para que aprenda una determinada lección. En el recipiente de nuestra consciencia hay muchas cosas dormidas que necesitan ser despertadas porque están funcionando mal y necesitan ser reparadas, el dolor es una forma brutal y terrible de despertar pero a veces nuestro aletargamiento lo hace necesario. La intensidad del dolor depende de la gravedad del mal funcionamiento y la urgencia de la reparación. Todos tememos el dolor porque sabemos que cuando su intensidad es muy elevada toda nuestra consciencia se centrará en ese punto que requiere atención, tanto el dolor físico como el psíquico, el mental, el emocional, el moral. Cuando estamos enfermos y sometidos a un gran dolor nuestra consciencia no tiene tiempo ni ganas para centrarse en otras cosas. Y aquí entramos en un tema sensible, delicado y tal vez controvertido. Todos tenemos tendencia a huir del dolor haciendo que la mente viaje hacia otros lugares y situaciones, intentando que su fuga nos haga olvidar lo importante, el dolor que sentimos. A todos nos gustaría bloquear el dolor, llevando a la mente tan lejos que ni siquiera se acuerde de que tenemos cuerpo físico y que éste está sufriendo mucho en una parte que acaba siendo la totalidad, porque el dolor se expande y un dolor de muelas puede ser un dolor que afecte a todo el cuerpo. La medicina occidental trata de disminuir, bloquear o anular el dolor para que el paciente sufra lo menos posible, pero me pregunto cómo podemos ser conscientes de lo que está funcionando mal en nuestro cuerpo y dedicarnos a repararlo si anulamos el aviso. Durante algunas de las enfermedades físicas que he sufrido a lo largo de mi vida he intentado probar esta fórmula, en lugar de viajar con mi fantasía todo lo lejos posible para olvidarme del dolor, me he centrado en él, con toda intensidad, haciéndome plenamente consciente de la parte de mi cuerpo que me duele, he asumido el dolor como uno asume la existencia de los órganos más bajos del cuerpo, como asume que las tripas se llenan de excrementos que son expulsados por el ano. Por muy baja que sea esta función corporal si la bloqueáramos reventaríamos.
El intento de desvinculación de estos órganos o partes del cuerpo que se consideran sucios porque se dedican a echar fuera lo que sobra puede llegar a originar enfermedades psicosomáticas. Es como quien nunca visitara ciertas habitaciones de su hogar porque le producen repugnancia, con el tiempo irían acumulando todo tipo de suciedad, bichitos domésticos, malos olores, humedades, y se convertirían en auténticas cochiqueras. Un día, de pronto, salen cucarachas por debajo de la puerta y nos vemos obligados a abrirla y hacer una severa limpieza. Esto ocurre con el cuerpo físico y también con el cuerpo psíquico. Encerramos en nuestro subconsciente todo aquello que nos repugna, dejamos que se pudra allí y un día observamos, aterrados, como auténticos monstruos atraviesan la puerta cerrada y se presentan ante nuestros ojos. En el libro de Jodorowsky se presentan algunas de las técnicas de psicomagia que ayudan a limpiar estas habitaciones psíquicas que mantenemos cerradas toda la vida y que acaban por convertirse en auténticos cementerios de los que a veces salen olores putrefactos cuando no muertos vivientes y fantasmas que nos aterrorizan.
Hay quienes se sienten incapaces de pensar, de expandir su consciencia, hacia las partes más bajas de sus cuerpos físicos, y así hacen como si no existieran, como si nunca les doliera la tripa, como si no ventosearan, como si cuando van al servicio solo lo hicieran para leer unas páginas de un libro mientras permanecen sentados tranquilamente. Luego se quejarán de problemas gastrointestinales, de estreñimiento, de constantes molestias. Algo parecido ocurre con los trastornos de alimentación. No solo restringimos nuestra consciencia para que no se expanda hacia las partes más bajas de nuestra anatomía sino que incluso pretendemos anular nuestra condición de cuerpos físicos, animales, materiales. Preferiríamos ser entidades angélicas, energéticas, no sometidas a la triste condición de depender de funciones animales muy bajas para sobrevivir. Si además de ello tenemos que escuchar todos los días mensajes más o menos claros o subliminales que nos recuerdan que un cuerpo gordo, obeso, es algo miserable que todos desprecian y que lo ideal es un cuerpo delgado, casi volátil, como el de las modelos, si intentan convencernos de que solo quienes pesan la mitad de lo que miden conseguirán seducir, serán admirados, aplaudidos, serán competitivos en esta sociedad, nos encontraremos con los infernales trastornos de alimentación que están tan de moda en estos tiempos. No voy a extenderme mucho en este tema, me remito al libro de Espido Freire, Cuando comer es un infierno, que acabo de leer y que nos muestra en toda su crudeza lo que es un trastorno de alimentación. La bulimia, comemos como un placer para compensar tanto sufrimiento en nuestras vidas, pero no podemos engordar, por lo que hay que vomitar, hay que seguir dietas espantosas para compensar, hay que estar todo el día en la báscula, ocultando las supuestas miserias de nuestra condición animal, comer para sobrevivir. La anorexia, no comemos, ni siquiera respiramos por miedo a engordar, el ideal sería una figura esquelética que no es otra que la muerte misma. No podemos asumir que lo que comemos acabe formando parte de nuestro cuerpo físico, que deba formar parte del primer círculo de nuestra esfera de consciencia, el cuerpo físico.
Podríamos centrarnos hoy en visitar todos aquellos lugares de nuestro cuerpo físico que rara vez visitamos y asumir cuál y cómo es el proceso de nuestra esfera de consciencia en expansión. Miramos ese plato de comida que tenemos delante, suculento, que desprende olores que hacen salivar nuestra boca, esos colores y texturas tan agradables a la vista. Estamos iniciando el proceso de vinculación a nuestra esfera de consciencia de cosas, entidades, objetos, que están fuera de nosotros, que no forman parte de lo que somos. Podemos tirar esos alimentos al retrete y nuestro cuerpo físico no sufriría, no es como vomitar lo que ya tenemos dentro, algo que se está vinculando con nuestra consciencia. Lo mismo que la vinculación supone una atracción hacia algo exterior, la desvinculación implica siempre el dolor de la ruptura y el desprendimiento. Es por eso que anhelamos la vinculación con algo que nos gusta y que quisiéramos hacer nuestro, y en el proceso hay siempre deliciosos momentos de placer, de felicidad, mientras que al desvincularnos de algo que ya forma parte de nosotros se genera el dolor, el sufrimiento.
Mientras el proceso de vinculación a la esfera de nuestra consciencia de cosas y entidades materiales supone un proceso largo y a veces hasta molesto, la vinculación psíquica es más rápida, menos consciente, más sólida. Mientras para vincular un alimento necesitamos el largo proceso de su obtención, preparación, masticación, deglución, digestión, excreción de todo aquello que no puede vincularse sin que nuestro cuerpo físico sufra enfermedad…en el proceso psíquico, como veremos en otro capítulo, nos vamos vinculando sin darnos cuenta hasta que de pronto notamos que ya no podemos vivir sin esa persona, por ejemplo, sin su presencia, sin relacionarnos con ella, entonces nos hacemos conscientes de que nos hemos vinculado profundamente casi sin darnos cuenta. La desvinculación es un proceso más consciente y doloroso. Hemos asimilado alimentos que han pasado a nuestra sangre, que han alimentado a las células de nuestro cuerpo, de los que ahora ya no nos podemos desprender sin sufrir gravemente, conforman nuestro cuerpo físico hasta que sean desvinculados y excretados en el momento oportuno. Hay partes de los alimentos que son excretadas a las pocas horas de que se produzca la digestión. Excretamos lo que sobre, con repugnancia, a veces con dolor, y nos olvidamos de ello. En el cuerpo psíquico no es tan fácil, de pronto nos vemos vinculados a una persona que apenas conocíamos y a la que ahora vamos conociendo mejor, vamos siendo conscientes de la enorme dificultad que supone la convivencia de dos esferas de consciencia en la que existen dos cuerpos físicos, dos mentes, dos psiquis, dos núcleos de consciencia que no casan, no armonizan. La ruptura, la desvinculación es terriblemente dolorosa porque una vez que hemos vinculado algo a nuestra esfera de consciencia, expulsarlo, podarlo, es como podar alguna parte de nuestro cuerpo físico, cuanto más importante, más imprescindible, más doloroso es el proceso de desvinculación.
¿Qué hacer con la consciencia? No queda otra que expandirla o estaremos limitados para siempre. Pero hay que saber que cuando la esfera de la consciencia se expande la atracción hacia lo que encuentra en su camino puede ser irresistible. Entonces se produce la vinculación y una vez que nos hemos vinculado, lo otro se convierte en lo nuestro. No podemos desprendernos de este cuerpo físico porque no nos gusta, ni comiendo compulsivamente y luego vomitando, ni dejando de comer para que el cuerpo actual se convierta en otro. El cuerpo que está vinculado a nuestra esfera de consciencia solo puede ser expulsado con su muerte. No es de extrañar que los trastornos de alimentación acaben siempre en una compulsión hacia la destrucción del cuerpo físico, hacia la muerte, porque si no queremos nuestro cuerpo físico, si lo odiamos, la única forma de desprendernos de él es matarlo. En la esfera de nuestra consciencia deben convivir armónicamente todo aquello que conforma esa esfera, desde el cuerpo físico, con todas sus células, hasta los objetos que hemos vinculado más o menos provisionalmente, ropa, artilugios que llevamos siempre encima, desde el espacio físico que habitamos de forma constante durante un periodo de tiempo, la casa, el hogar, el mobiliario, hasta las esferas conscientes a las que llamamos personas, individuos, seres humanos, seres inteligentes, seres emocionales, seres psíquicos, cuerpos de luz, cuerpos de energía…Cuando la consciencia de lo que hemos vinculado es muy débil podemos fácilmente hacernos a la idea de que no son independientes de nosotros, somos nosotros. Nosotros somos el cuerpo físico que poseemos, y un poco menos la ropa que llevamos, dónde habitamos, nuestras posesiones. Pero cuando lo que hemos vinculado es una esfera de consciencia igual o superior a la nuestra, el problema está servido, porque nunca aceptará anularse para formar parte de nosotros, de nuestra esfera de consciencia, y tampoco querremos excretarla, podarla, desprendernos de ella, desvincularnos. Es por eso que las desvinculaciones entre personas son tan terriblemente dolorosas, llevan tanto tiempo y nunca se completan del todo.
Pero ese es un tema que veremos más adelante. Permanezcamos tumbados boca arriba, expandiendo el centro de nuestra consciencia hacia las habitaciones cerradas, las partes de nuestro cuerpo físico que despreciamos, de las que preferimos no ser conscientes, entremos, seamos conscientes de lo que hay dentro y limpiemos si es necesario. Seamos conscientes de que cada célula de nuestro cuerpo físico está vinculada con nosotros y si sufre sufriremos nosotros. Aceptemos nuestro cuerpo físico con el que nos hemos vinculado, porque de otra forma estaremos intentando excretarlo de nuestra esfera de consciencia, lo que supone la muerte. Seamos conscientes de que como tratemos a cada partícula que permanece en el interior de nuestra esfera de consciencia, así seremos tratados por ella. Es algo totalmente estúpido pensar que podemos tratar a un grupo de células o de órganos a patadas y que ellos no nos harán sufrir porque en realidad no son nuestros, están ahí cuando nos interesa y dejan de estarlo cuando dejan de interesarnos. Antes de seguir expandiendo la consciencia y afrontando las hermosas y terribles aventuras que nos esperan, deberemos asumir que el cuerpo físico forma parte indisoluble de nuestra esfera de consciencia actual. Pero como veremos en otros capítulos hay formas de desvincularnos por un tiempo de algunas partes de nuestra consciencia y vincularnos con otros objetos o entidades que están fuera de nosotros. Y por último intentaremos una expansión total y definitiva de nuestra consciencia para ver con qué nos encontramos.
Permanezcamos tumbados, los ojos cerrados, conscientes de que conocer y ser plenamente conscientes de cada célula de nuestro cuerpo no es perder el tiempo, es vivir en nuestro hogar, sin habitaciones cerradas a las que nunca entramos y que están criando porquería y auténticos monstruos.
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