EXPERIMENTOS MENTALES PARA INCRÉDULOS IV
BLOQUEAR LA MENTE
En los anteriores experimentos hemos intentado hacernos conscientes de que nuestras mentes no son meros circuitos neuronales que permanecen en el interior de nuestros cráneos, sin contacto alguno con otras mentes, si no es a través de los sentidos y de la palabra. La posibilidad de que, como dice el budismo, al menos un tercio de nuestros pensamientos no sean nuestros, sino que los encontramos al azar, como si fuéramos una emisora de radio, cambiando nuestro punto de encaje o dial, es algo que debería hacer cavilar al más incrédulo.
Si en los anteriores experimentos nos hemos abierto a la comunicación de mentes, para ver qué sucede y comprobar si es verdad que somos radios ambulantes. Hoy vamos a poner coto a tanta comunicación y a filtrar los pensamientos que no son nuestros, que nos llegan a través del éter. Lo mismo que hacíamos con el mando del televisor en una meditación, cambiar de canal hasta encontrar el nuestro propio. Hoy vamos a bloquear todos los canales, primero los que nos comunican con los demás y luego, incluso, el que utilizamos para comunicarnos con nosotros mismos, a través del diálogo interno.
CONDICIONES PARA EL EXPERIMENTO
Para ello vamos a buscar un momento especialmente complicado de controlar. Todos sabemos muy bien que cuando estamos tranquilos podemos relacionarnos sin problemas, hablar con moderación, sin levantar la voz, controlar dónde y a quién miramos y cómo nos movemos y gesticulamos. Ahora, en cambio, vamos a elegir momentos de gran excitación, estamos excitados por algo que nos gusta mucho, nerviosos por sentir el placer; estamos enfadados, encolerizados por algo que nos ha sucedido, contra alguien que creemos nos ha insultado, nos ha hecho daño; estamos tan preocupados por un grave problema que no podemos resolver que nuestra mente va de acá para allá, sin control.
Elijamos uno de estos momentos. Cuando lleguemos a nuestro hogar, busquemos la soledad y sentémonos tranquilamente. No pongamos música ni cualquier otra estimulación externa. Cerremos los ojos. Hagámonos conscientes de nuestro nerviosismo, de la tensión en nuestros músculos, de cómo temblamos y nos estremecemos sin control. Seamos conscientes de cómo la energía que recorre nuestro cuerpo a través de los canales o nadis, se ha quedado bloqueada, aquí y allá, como si nos hubieran hecho nudos.
Una vez conscientes de todo ello. Visualicemos que nuestra mente es nuestro hogar. Si abrimos las puertas todo el mundo puede entrar. Si todo el mundo entra nos mantendrán en vilo constante, nos pueden robar algo, nos dicen cosas y nos distraen, nos atraen o repelen con sus cuerpos, sus palabras, sus emociones. Nuestra casa es un guateque escandaloso donde no hay quien se centre.
Comencemos el bloqueo. Vayamos expulsando a la gente de casa. Hagamos un inventario de nuestros pensamientos y emociones. Uno por uno. Este no me interesa, esta emoción me está haciendo daño. Imaginemos que son huéspedes molestos. Les invitamos a salir de nuestro hogar y si no quieren, los expulsamos sin contemplaciones. ¿Y si alguno de estos huéspedes somos nosotros mismos? ¿Acaso importa?
Es preciso que cambiemos nuestra forma de pensar respecto a algunas cuestiones. Hemos asumido que nuestro cuerpo físico es total y absolutamente nuestro. La prueba está en que cuando queremos descartar un dedo, la nariz, algún apéndice, un intensísimo dolor nos avisa de lo que estamos haciendo. Es como si dijera: ¡Pero qué haces, no te das cuenta de que estás intentando cortarte un dedo, un pie, una oreja? El dolor es un signo, una campanilla de aviso que nos está diciendo que algo en nuestro cuerpo no funciona, que estamos intentando desprendernos de algo que es nuestro.
Con nuestros pensamientos y emociones pasa algo parecido. Estamos convencidos de que todos y cada uno de nuestros pensamientos, de que todas y cada una de nuestras emociones, conforman la esencia de nuestra personalidad. Las sentimos como apéndices de nuestro cuerpo físico, de nuestra consciencia. Pensamos: ¡Ojo, que si me desprendo de este pensamiento o de esta emoción es como si me estuviera cortando un dedo o la nariz! Tenemos que olvidarnos de esa forma de pensar, cambiarla radicalmente. Cuando expulsamos un pensamiento o emoción de nuestro hogar no nos estamos amputando. Si el pensamiento es ajeno, por una razón evidente, y si es propio… si es propio no significa que forme parte del núcleo duro de nuestra personalidad, lo mismo que un pelo o una uña o los excrementos sólidos o líquidos que evacuamos de nuestros cuerpos todos los días no son parte esencial de nuestros cuerpos, podemos privarnos de ellos sin sufrir, al contrario, solo cuando nos desprendemos de ellos podemos garantizar la salud de nuestro cuerpo.
Pues bien, pensemos de la misma manera cuando nos refiramos a nuestra parte psíquica. Un pensamiento que no nos gusta, del que deseamos desprendernos, es como un excremento que el cuerpo físico rechaza. Hay que darle vía libre. Una emoción que nos disgusta no es un huésped bien recibido, sino un intruso que desea robarnos nuestra energía. Expulsémoslo sin contemplaciones. ¿Y si arrojamos, sin querer, algo bueno de nosotros mismos al exterior? No hay cuidado. Cuando rechazamos algo, cuando algo nos disgusta, nos hace sufrir, no es parte de nuestro yo interno, es una adherencia negativa. De otra manera nos produciría felicidad, a corto y a largo plazo. Podemos equivocarnos al pensar que una pequeña y temporal felicidad es beneficiosa cuando a largo plazo es nefasta, pero ya hemos vivido lo suficiente para saber que los placeres temporales no tienen por qué ser placeres eternos. Un banquetazo nos genera un placer temporal, pero sabemos que luego sufrimos de indigestión y de úlcera. Un pensamiento, una emoción negativa, nos puede producir un placer momentáneo. Apretamos los dientes y pensamos: Que fulanito se muera, ¡a mí qué me importa! Sabemos que luego nos sentiremos culpables, sufriremos remordimientos de consciencia, que luego tenderemos a aplicar ese mismo sentimiento a quienes no nos han hecho nada. Es un pensamiento, una emoción nefasta, no es nuestro verdadero yo, fuera con él…
Hemos cerrado la puerta de nuestra casa, ahora estamos solos. ¿Cómo sabemos que la puerta no está abierta? Muy sencillo, la voluntad es la llave que cierra la puerta. Si la hemos movido, si hemos decidido que íbamos a cerrar la puerta, podemos estar seguros de que así ha sido. Otra cosa diferente son las ventanas. Pueden estar entreabiertas y no somos conscientes de ello. Pueden colarse intrusos y no los percibimos. ¿Cómo cerrar las ventanas?
También sin contemplaciones. Nunca expulsaremos a nuestro verdadero yo de nuestro hogar, por error o confusión. Y si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que hemos alcanzado el nirvana, hemos superado nuestro ego, somos seres espirituales avanzados, somos como dioses. Pero para llegar a ello nos queda mucho, ahora nos conformamos con poder comunicarnos o bloquearnos cuando lo deseemos, sin estar sometidos, esclavizados a los caprichos de nuestros pensamientos o emociones… que recordemos son en parte excrecencias nuestras, pero en parte son ajenos, absolutamente ajenos a nosotros.
Vamos recorriendo las ventanas de nuestra casa y haciendo un inventario de los intrusos. Ahora que hemos cerrado la puerta, lo que queda son pequeñas entidades, larvas. Pero no por ello menos peligrosas. Tanto como para que una persona sufra una grave depresión y termine intentando el suicidio, tanto como para generar cáncer por una canalización psicosomática. Así es. Visualicemos que cerramos las ventanas y permanecemos en silencio, escuchando los pequeños ruidos de nuestro hogar. Para ello vamos a cerrar las ventanas de nuestro cuerpo. Imaginemos que cerramos y apretamos los ojos, que cerramos los oídos, que bloqueamos los orificios de nuestra nariz, que bloqueamos el orificio anal, el pequeño orificio del pene, si somos varones, o la raja de nuestro sexo si somos mujeres. Hemos cerrado todas las aperturas de nuestro cuerpo, todas. Pues traslademos eso a nuestro cuerpo psíquico o astral, a nuestra consciencia. Nadie puede entrar, nadie, sin nuestro permiso. Estamos bloqueados. Ahora permanezcamos tranquilos, relajados, y cuando regresemos a la vida cotidiana observemos si nos sentimos mejor, si nuestra mente está más limpia y nuestro corazón más ligero de emociones negativas. Hagámoslo de vez en cuando. Una vez a la semana, incluso todos los días. Lo mismo que ponemos el antivirus en nuestro ordenador para que no entren bichos malos, troyanos y demás ralea, hagamos lo mismo con nuestro psiquismo.
Sabemos que podemos bloquearnos. Eso es importante, porque ahora seremos conscientes, cada día más, de qué pensamientos son ajenos y les dejamos entrar como propios y que nos hagan daño como si nos lo hiciéramos a nosotros mismos. Ahora sabemos qué pensamientos y emociones son excrecencias, uñas, pelos, excrementos, de los que podemos prescindir sin problemas y mejorando notablemente la salud de nuestros cuerpos. Ahora sabemos y podemos comunicarnos y sabemos y podemos bloquearnos. Parece una tontería pero con el tiempo nos daremos cuenta del camino recorrido, inmenso, casi infinito.
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