ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL VI

9 12 2016

ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL VI

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LA ACEPTACIÓN DE LA ENFERMEDAD

Sin duda es el paso más difícil, el que lleva más tiempo y un obstáculo insalvable para algunos enfermos y familiares. ¿Por qué tenemos que aceptar la enfermedad mental? ¿No estaríamos mejor si ni siquiera pensáramos en ello? Esto es precisamente lo que piensan algunos familiares y enfermos e incluso algunos terapeutas. En mi caso me sentí muy mal cuando tuve que luchar con familiares y terapeutas para convencerles de que eso era esconder la cabeza bajo el ala, esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz, y que no servía de nada, al contrario hacía mucho más difíciles las cosas. Un terapeuta llegó a decirme que el día en el que yo dejara de pensar en la locura, dejara de considerarme como un loco, me olvidara definitivamente de ese problema, ese día estaría curado. Otro terapeuta intentó quitarme de la cabeza la idea de pensar en la enfermedad mental porque eso era etiquetarme y mi personalidad era demasiado amplia para ir por la calle con una pegatina en la frente que dijera “soy un enfermo mental”.  No podía pasarme la vida pensando en mí como en un enfermo mental, pregonándolo a los cuatro vientos, sacando el tema cada vez que conocía a alguien o alguien me preguntaba algo. Cierto por muy enfermo que estés no puedes pasarte la vida hablando exclusivamente de tu enfermedad, como si fuera lo único que existe, pero tampoco puedes pasarte la vida huyendo de la realidad, porque precisamente la enfermedad mental  es una fuga de la realidad y desde luego el seguir fugándote no es la mejor forma de curar una enfermedad cuya raíz está precisamente en esa fuga de la realidad. Como fóbico social enseguida comprendí y acepté que la única forma de curar una fobia es la gradual exposición a la causa de la misma.  No hay otra manera, me decía el terapeuta y yo no tuve nada que oponer a ello, me parecía totalmente razonable. Lo curioso es que eso mismo terapeuta fue el que me dijo que yo me curaría cuando dejara de pensar  en la locura, en mi locura, en la enfermedad mental. Si no hay otra forma de curar una fobia que exponerse gradualmente a aquello que la causa tampoco hay otra forma de curar una enfermedad mental que aceptarla, aunque sea muy gradualmente, como ocurre en el caso de la fobia, porque si es cierto que no estás preparado para enfrentarte a la causa de la fobia con toda intensidad y sin graduación, tampoco te vas a curar si no te expones gradualmente.

Aunque el ejemplo que voy a poner es muy duro y a algunos les va a chocar mucho, cuando a mí los terapeutas me decían que debería olvidarme de que era un enfermo mental y dejar de etiquetarme así, pensaba en qué pensarían si les dijeran lo mismo a personas que acaban de perder a un ser querido por fallecimiento y están pasando el periodo de luto. ¿Les dirían que siguieran pensando que en realidad su ser querido no estaba fallecido sino que se había ido a un largo viaje, que en algún momento regresaría y todo volvería a ser como antes, que aunque su cadáver no hubiera aparecido en un secuestro o hecho violento, deberían conservar siempre la esperanza de que estaba vivo y regresaría a pesar de todas las poderosas razones en contra?  No, no lo hacen, una de las misiones del terapeuta que trata a un familiar que ha perdido a un ser querido, especialmente si ha ocurrido con brusquedad, tras un accidente o catástrofe, es la de ayudarle, de forma gradual, con cariño, con toda clase de paños calientes, si se quiere, pero ayudarle a enfrentarse a la realidad, porque no hay otra salida. Un familiar que no acepta la pérdida de un ser querido tras el razonable periodo de tiempo del luto acabará por sufrir una seria patología y tendrá que ser tratado como un enfermo mental.  El luto tiene sus etapas y periodos, como todos sabemos, y la primera etapa es la negación, el familiar niega tajantemente que su ser querido haya fallecido y se buscará toda clase de razones, incluso las más ridículas y peregrinas, para darse alguna esperanza.

Con la enfermedad mental pasa algo parecido. Es duro para el enfermo aceptar que la persona que era antes de ser diagnosticado ha fallecido, ya no existe, ahora es otra persona la que debe afrontar la vida. Es como si hubiera muerto una parte de nosotros mismos, por mucho luto que guardemos a esa personalidad, antes o después habrá que aceptar su fallecimiento. Luego analizaremos paso a paso las enormes dificultades de aceptar algo así y de los errores que comenten enfermos y familiares al prolongar el periodo de luto innecesariamente. Mi experiencia es clara al respecto, solo cuando acepté que sufría una enfermedad mental, cuando asumí que mi vida ya no sería la misma, que debería convivir el resto de mi vida con una enfermedad con unas determinadas patologías y consecuencias y que debería enfrentarme a ella cara a cara, sin fugas inútiles, sin disculpas, sin intentar esa patética huída de uno mismo que muchos enfermos mentales expresan con las consabidas frases de “yo no soy un enfermo mental, lo que me ocurre es que tengo más sensibilidad que el resto, soy hipersensible”, o “yo no soy un enfermo mental lo que ocurre es que me enfrento a una sociedad que es una selva, donde los depredadores campan por sus respetos, lo que me ocurre es que me he negado a ser un depredador y entonces los depredadores me están devorando trocito a trocito”. Como veremos son disculpas que no llevan a parte alguna y que hacen mucho daño al enfermo.

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En mi caso, después de haberme cansado de escuchar a familiares y terapeutas, que yo no era un enfermo mental, o tenía que dejar de hablar de ello, de pensar en ello, debiendo actuar como si nada me ocurriera, como si fuera una persona normal, después de haberme convencido de que tal vez me hubiera pasado hablando de mi enfermedad y poniendo de manifiesto públicamente mi condición de enfermo mental, ahora me encuentro con la clara posibilidad de tener que hablarle a mi hija Sara de todo esto como si en realidad ella nunca hubiera sabido que yo era un enfermo porque nadie le habló de ello. Tras el divorcio estamos intentando reconducir nuestra relación paterno-filial y me encuentro con su confusión y con su extraordinaria desazón al tener que explicar que su padre es un enfermo mental y que en parte el divorcio y la ruptura familiar se deben a esa condición. Por lo visto ella nunca habló a nadie así de mí y ahora le preguntan, con toda razón, si es posible que una enfermedad mental tarde tanto en ser percibida y diagnosticada como que a los sesenta años uno descubra que es un enfermo mental sin haberlo sabido nunca. Para mí es terrible tener que explicar a mi propia hija, a estar alturas, que aquellas conductas patológicas que tanto daño la hicieron en la infancia, dejándole secuelas, no eran las conductas de un hombre extraño ni tampoco eran habituales en los adultos, sencillamente eran las consecuencias de una enfermedad mental. He recapitulado todos aquellos acontecimientos y me he dado cuenta de que en realidad yo nunca tuve una conversación seria con mi hija sobre mi enfermedad mental y nadie le habló, por lo visto, de ello, ni su madre ni otro familiar ni terapeuta alguno (de ahí la importancia de las terapias familiares en estos casos). En mi disculpa que bastante tenía con luchar contra la enfermedad y convencer a terapeutas y familiares de que no era buena idea intentar ocultar algo tan evidente y demoledor a otros familiares o a la sociedad. Aún así yo debí haber hablado con mi hija y sobre todo, debí haberle escrito, como le hice cuando escribí un pequeño texto sobre cómo era la vida y cómo había que afrontarla, sobre mi condición de enfermo mental. Pienso que hubiera sido lo mejor y habría entendido muchas cosas. Tampoco voy a echar la culpa a su madre o a otros familiares de que ese problema no se afrontara con claridad, en familia, y en una terapia familiar. Yo no fui lo suficientemente asertivo para imponer mi criterio y ahora pago las consecuencias.

¿De qué sirve huir de la enfermedad mental, no afrontar que se es un enfermo, no hablar de ello, ocultarlo con toda clase de astucias y añagazas, utilizar siempre sinónimos repipis para decir que estás sufriendo una depresión de caballo y no puedes salir de casa? ¿De qué sirve no dar el paso de salir del armario y reconocer públicamente tu condición de enfermo? De nada, puesto que ahora tendré que explicarle a mi propia hija que soy un enfermo, cómo funciona la enfermedad en mi caso, mis conductas del pasado, y sobre todo tendré que explicarle que tras toda una vida de silencio y subterfugios ahora tiene que enfrentarse a que su padre ha salido del  armario y públicamente es conocido como un enfermo mental. ¿De qué sirvió todo aquello, aquella fuga sin fin para no aceptar la realidad? Su madre pensaba a pies juntillas que yo no debería hacerle esto a mi hija, a mis hijos, cuando acepté ser grabado en el vídeo sobre enfermos mentales. ¿Era mejor seguir como habíamos estado siempre, que todos soportaran mi condición de enfermo mental, pero que no se pudiera hablar de ello y que ahora tenga que empezar desde cero, explicando de la A a la Z a mi hija cómo soy y cómo me he enfrentado a la enfermedad mental? Sería idiota por mi parte echar la culpa a nadie, ni a su madre, ni a mis padres y demás familia, ni a los amigos, ni al entorno, de algo que yo debí hacer a pesar de todo, en contra de todos, de forma asertiva y drástica, sin dudas, sin miedos. Puede, o es seguro que esa actitud no hubiera cambiado nada a mejor y sí tal vez a peor, puede que la pareja se hubiera roto antes, lo mismo que la familia, que mi entorno me hubiera puesto más dificultades, que la sociedad me hubiera marginado mucho antes y con mayor fuerza. Todo eso es cierto, pero al menos cada uno habría sabido a qué se enfrentaba y hubiera tomado sus decisiones libremente. La verdad os hará libres, dice el evangelio, y es una de las máximas que han presidido mi vida. Si la verdad es dura y hará duras nuestras vidas la mentira acaba siendo siempre infinitamente más destructiva.

Es por eso que el paso de la aceptación de la enfermedad mental es tan imprescindible, tanto para enfermos como para familiares. Hay que ser comprensivo con los enfermos porque se enfrentan al paso más terrible y decisivo de sus vidas, aceptar que sufren una enfermedad invisible, desconocida, considerada una lacra social, que tiene una leyenda negra como para caerse de culo, que posiblemente, casi seguro, van a tener que tomar una medicación fuerte el resto de sus vidas, que les va a recortar su vitalidad, sus posibilidades como seres humanos, que posiblemente, casi seguro, van a tener serias dificultades para conseguir un trabajo bien remunerado o al menos tanto como el peor de los trabajadores, que van a tener que renunciar a la vida de pareja, a la vida de familia, que posiblemente, casi seguro, tendrán que depender económicamente de su familia, tendrán que vivir con ella, nunca o tendrán mucha suerte si lo consiguen, podrán ser independientes.  Pedirles que acepten ser marginados por una sociedad que no les comprende ni les quiere comprender, que les teme, como si fueran asesinos en serie, dispuestos a clavar un cuchillo al primero que pase, pedirles que dejen toda esperanza, como en el infierno de Dante, vosotros que entráis, dejad toda esperanza, pedirles que renuncien a una vida normal y se acostumbren a pasar por los círculos del infierno de Dante para ser torturados por la depresión, las manías obsesivo-compulsivas, las alucinaciones, los delirios, las voces, el deseo irresistible de morir y de acabar con todo de una vez, pedirles… es pedirles mucho, demasiado, así que hay que darles por lo menos apoyo y cariño, hay que intentar comprenderles, al menos eso, no se puede pedir nada más, pero sí al menos eso.

 

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ERRORES DE CONDUCTA DEL ENFERMO RESPECTO A LA ACEPTACIÓN DE SU ENFERMEDAD

-El primero es pensar que va a estar mejor si consigue olvidarse de todo y convencerse a sí mismo y a los demás de que en realidad no es un enfermo, es solo una persona sensible castigada por una sociedad que es una selva para depredadores. Cuando la enfermedad apriete eso no le va a servir de nada y tendrá que tomar decisiones o dejarse ir por el tobogán hasta el abismo de la desesperación, el suicidio, la muerte.

-El segundo es sugestionarse con que esto pasará, solo es una mala racha, saldrá pronto, en cuanto las cosas cambien o él encuentre un poco de voluntad en alguna parte. La enfermedad mental, especialmente las patologías graves, son crónicas, uno arrastra la enfermedad toda la vida, cada etapa es diferente, por supuesto, pero nunca puedes dejar de estar en guardia.

-El tercero es pensar que aceptar su enfermedad le va a suponer una amputación de lo mejor de sí mismo. Que la medicación anulará su personalidad y le causará trastornos sin cuento. Que es mucho mejor estar sin medicación que medicado, que es mejor ocultarse cuando vienen las crisis y luego salir al exterior como si nada hubiera pasado.  Por mi propia experiencia puedo decir que la medicación siempre tiene consecuencias y secuelas, no hay medicación perfecta que ataque a la enfermedad y no haga sufrir al cuerpo otras secuelas, esto es así porque como hemos visto en otros textos la enfermedad es algo global y no se puede tratar una parte con exclusión del todo. En mi caso personal pude dejar la medicación y salir adelante, porque tenía herramientas y apoyos suficientes y una voluntad de hierro, pero es muy complicado que otro enfermo lo consiga, especialmente si sufre patologías graves como la esquizofrenia, por ejemplo. Aceptar que la medicación es para toda la vida puede llegar a ser un paso imprescindible.

-El cuarto error es dar más importancia a las consecuencias sociales o familiares que a su propia salud. Salir del armario no es fácil en esta sociedad, como hemos visto, pero es imprescindible si no quieres quedarte toda la vida en las cloacas, disputándole la basura a las ratas. Fueren cuales fueren las consecuencias sociales no serán peores que intentar disimular lo que es de todo punto evidente. En la otra parte de este diario, en “Diario de un enfermo mental, el gran secreto” hablaré largo y tendido de cómo reaccionaron las personas de mi entorno a mi etapa como telépata cuando yo era el “loco de León”.  Si alguien piensa que esto era mejor que el paso de darme a conocer como enfermo mental, con todas las consecuencias sociales, es que realmente está aún más loco que yo. Si alguien piensa, después de leer todo lo que estoy escribiendo en ese diario y que escribiré, que es mejor quedarse dentro del armario, encogido y asustado, que salir a respirar aire puro, es que sabe poco del sufrimiento de un enfermo mental.  Por muy mal que reaccione la familia, también, seguro que las consecuencias no serán peores que intentar ocultarse y disimular. Mi ruptura de pareja y familiar no se ha debido a que yo diera el paso de aceptar públicamente mi enfermedad mental sino al contrario, fue consecuencia de que no se aceptara mi enfermedad en familia y en mi entorno, que no se hablara claramente de ello el que produjo las consecuencias nefastas que han llegado después.  No digo que se hubiera podido evitar la ruptura de pareja, porque en la pareja hay mil facetas y la enfermedad mental de uno de los miembros de la pareja, es solo una de ellas. No digo que la relación familiar hubiera mejorado tanto que aquello se hubiera convertido en un paraíso porque también en la vida familiar hay mil facetas y el suprimir la enfermedad mental no significa acabar con todos los problemas. Pero sí digo que hubiera sido mejor afrontar la enfermedad mental cara a cara por todos los miembros de la familia, del entorno, de la sociedad. Puede que mi hija hubiera sufrido mucho de haberle yo explicado mi vida como enfermo mental pero creo que no hubiera sido peor que pasar por lo que está pasando, no tengo su opinión al respecto pero creo que no me equivoco.

-El quinto error del enfermo mental es asumir lo que le interesa de la enfermedad y no lo que le perjudica. Darse una bula papal para hacer lo que quiera, hacer chantajes, utilizar las farsas de control, mentir y manipular, pensar que porque ya no desea seguir viviendo puede tener en la cuerda floja a todo el mundo diciéndoles que se va a suicidar cuando quiere conseguir algo que no va a lograr de otra manera. Mi experiencia me dice que solo cuando renuncié a ello y decidí convertirme en un guerrero impecable salté sobre el abismo y alcancé metas que nunca creí lograr. Ello no me ha librado de la enfermedad mental ni de sus consecuencias, ni me libró de la ruptura sentimental ni de perder a la familia, ni de vivir solo la última etapa de mi vida, pero me ha dado una fuerza increíble, ha sido un milagro. Mi vida ha cobrado pleno sentido y pase lo que pase y haya pasado lo que ha pasado, me siento como un guerrero en lo alto de una montaña, oteando el horizonte, libre y fuerte, tan seguro de sí mismo que se dejaría matar antes de dar un paso atrás en su evolución como guerrero.

ERRORES DE CONDUCTA EN LOS FAMILIARES DEL ENFERMO MENTAL

-Creo que pocos son los familiares que piensen que es mejor que el enfermo se engañe a que acepte su enfermedad. Pero hay algunos. Yo mismo tuve que vivir eso de que si me olvido de que soy un enfermo, si no pienso en ello, si no le doy importancia, si me considero una persona normal, como las demás, todos mis problemas desaparecerán o mejorarán. Reconozco que lo hacen con la mejor intención, al menos la mayoría, pero es un error tan grave como intentar convencer a alguien que ha perdido a un ser querido de que tenga esperanza, porque puede que no haya muerto o incluso puede que resucite, hasta ese punto puede llegar la tontería.  Un familiar debe asumir la realidad, fuere la que fuere, y aunque le cueste tanto como al enfermo mental, es un paso imprescindible.

-Algunos familiares temen tanto al qué dirán que llegan a la brutalidad, como en esos casos de enfermos mentales que hemos visto en la televisión, encadenados y tratados como bestias por sus familiares. Pienso que es el miedo al qué dirán el que ha guiado ese comportamiento, porque es evidente que existían otras soluciones mejores que se podían haber planteado, incluso con su incultura y su escasa sensibilidad humana. La mayoría se limitan a disimular ante las “visitas” o los vecinos o quien sea, con esas frases melifluas que dan ganas de vomitar, al menos a mí me ocurría. Eso de que eres “rarito” o estás “triste” o “es muy tímido y por eso no sale de casa”. Soy un enfermo mental y no veo razón alguna para que os avergoncéis de ello. Ese es un paso imprescindible en el familiar.

-Algunos familiares creen haber aceptado la enfermedad mental de su ser querido, pero no dejan de intentar cambiarle, como si fuera un niño caprichoso que hace cosas raras porque está mal educado y que con mano dura llegará a cambiar. Eso no es aceptar la enfermedad mental, eso es pensar que un enfermo físico puede curarse sin más de su enfermedad solo con que deje de quejarse.

-Algunos familiares sufren tanto pensando en la enfermedad mental de su ser querido, se imaginan tan nefandas consecuencias, se sugestionan creyendo que ellos tienen la culpa, que Dios les ha castigado por algo, que intentan por todos los medios retrasar el cara a cara con la enfermedad que saben será inevitable.

-Algunos familiares son incapaces de distinguir entre conducta caprichosa y malévola, manipuladora, del enfermo y las patologías propias de su enfermedad que se repiten una y otra vez, una y otra vez, durante sus crisis. Creen que la mano dura es lo mejor y que el cariño es una debilidad de idiotas, que dar un abrazo a un enfermo mental que les ha amenazado con el suicidio es darle alas y que al fin y al cabo les ha hecho tanto daño que debería ser el que diera ese primer paso.

-El mayor error del familiar del enfermo mental es pensar que aceptar su enfermedad es comprometerse a “soportarle” el resto de sus días y a tener que aceptar sus manipulaciones, mentiras, farsas de control, su bula papal para hacer lo que quiera. No tienen ninguna obligación y la legislación les da otras muchas posibilidades que de hecho muchos familiares han escogido a lo largo de la larga historia de la enfermedad mental. O si no que me digan qué hicieron los familiares de aquellos enfermos que yo me encontré en los psiquiátricos, que llevaban allí toda la vida o casi toda la vida, sin visitas, completamente abandonados. Muchos son mejores personas que todo eso, pero deberían convencerse de que el enfermo mental nunca les va a agradecer nada que hagan por él sin la presencia del cariño. Ni que le den de comer o un techo o que le soporten durante años les va a granjear el agradecimiento del enfermo mental, solo el cariño funciona y eso es un axioma indestructible.  Si bien el enfermo mental tendrá dificultades para romper con los familiares, sí pueden hacerlo éstos si lo consideran necesario, buscando soluciones sociales y no dejándose llevar por el maldito “qué dirán”.  En mi caso yo fui capaz de romper con mi pareja y alejarme físicamente de la familia. Otros enfermos también serían capaces si se les planteara así. Y si no somos capaces siempre pueden ser los familiares los que rompan. Mi esposa podía haber tomado esa decisión y hace años, no me sirve la disculpa de la compasión, si bien es cierto que en otros tiempos una ruptura así podía haberme llevado al suicidio, yo soy capaz de elegir y siempre elegiré la muerte a una vida sin dignidad. Los familiares deberían convencerse de una vez por todas de que soportar al enfermo por el qué dirán o por otras e innumerables razones que no tengan que ver con el cariño y con la libertad que uno tiene para hipotecar su vida por amor a otro, no son válidas y solo crean problemas. Aceptar la enfermedad mental es asumir que quien la padece realmente es el enfermo y por lo tanto no se pueden tomar decisiones por él, aunque tampoco estamos obligados a sufrir las decisiones que toma el enfermo si no estamos de acuerdo con ellas. Un enfermo es un enfermo pero no está incapacitado, ni deja de ser libre ni responsable de todos y cada uno de sus actos.

En otros capítulos iremos viendo otros pasos, sin olvidarnos de éste, el más importante y al que tendremos que regresar una y otra vez, porque en realidad la mayoría de problemas de convivencia con el enfermo mental nacen de aquí, de la no aceptación del enfermo de su enfermedad y de la no aceptación del familiar de la enfermedad que sufre el ser querido.





ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL V

1 10 2016

ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL V

 

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DIAGNÓSTICO Y AFRONTAR LA ENFERMEDAD

El despiste que me hizo perder el último capítulo de Diario de un enfermo mental también se llevó este capítulo, por lo que tengo que volver a intentar rehacerlo de la mejor forma posible. Estos despistes suelen formar parte de la patología de una enfermedad mental, el desorden y el caos que suele presidir la vida de una persona con enfermedad mental suele traer estos problemillas cuando no problemas más importantes. Es inútil intentar sugestionarse con eso de que todo el mundo tiene despistes y esto es perfectamente normal, cuando no estás bien los despistes se suceden y a pesar de tus esfuerzos solo te queda rezar porque algún despiste no te traiga como consecuencia un serio problema. Llevo toda la vida luchando contra ellos y nada ha cambiado a pesar de mis esfuerzos, ya no me sirve pensar que todo escritor es despistado por naturaleza o que mi mente está tan ocupada en otras cosas que relega las que considero menos importantes, ahora con la jubilación eso no tiene la menor lógica y sin embargo sigue ocurriendo.

DIAGNÓSTICO

Creo recordar que en la anterior versión hablaba del diagnóstico de una enfermedad mental, poniendo como ejemplo cómo fui diagnosticado yo. Es evidente que la enfermedad existe, con diagnóstico o sin él, lo mismo que una enfermedad física existe antes de ser diagnosticada, te duele la barriga antes de que el doctor te diga que has comido algo en mal estado y te has intoxicado. Lo mismo ocurre con la enfermedad mental aunque es mucho más complicado saber cuándo se ha iniciado la enfermedad porque los síntomas no siempre son lo que parecen y además se puede decir que todo el mundo los tiene, el apreciar hasta dónde debe llegar la intensidad, las líneas rojas, para saber que estás enfermo o no puede llegar a ser extremadamente complejo. Así  la tristeza es patrimonio de la naturaleza humana, de todos, cómo saber si sufres una enfermedad mental llamada depresión es otro cantar. Con la enfermedad mental no se pueden trazar diagramas perfectos, la depresión comienza a las tres semanas de haber anidado la tristeza en tu corazón o a los tres meses, la intensidad debería ser de un 80% o de un 50%. ¿Existen protocolos, baterías de test, algo que nos permita diagnosticar una enfermedad mental con un mínimo de seguridad?

No hay nada seguro, nada cierto en la enfermedad mental. En mi caso fui diagnosticado tras el primer intento de suicidio. Resulta realmente dramático que haya que llegar a semejantes extremos para ser diagnosticado, pero en mis tiempos era así y no creo que ahora esté mucho mejor la cosa. Yo fui un niño muy “rarito”, hipersensible, fantasioso, melancólico y tristón, tímido hasta la patología, pero no creo que nada de esto pudiera considerarse como síntomas de una enfermedad mental. Fui un adolescente complicado, misántropo, reprimido sexual, religiosamente y en todos los terrenos que a uno se le ocurran. Sufrí mi primera experiencia cercana a la muerte cuando me diagnosticaron una anemia que estuvo a punto de transformarse en leucemia. Por primera vez me salvé de milagro, pero no creo que esta primera experiencia cercana a la muerte me traumatizara en exceso. Me vi obligado a guardar cama durante muchos meses, apenas era capaz de moverme, un cansancio infinito se apoderó de mí y hasta mover un dedo suponía un sacrificio terrible. Supe que mi vida estaba en la cuerda floja, eso sí, pero que yo recuerde no fue una espantosa tragedia. ¿Se incubó allí la enfermedad mental o en la infancia, cuando con cinco o seis años me acerqué al cementerio del pueblo y medité larga y profundamente sobre la muerte y los huesos que estaban allí enterrados? Sin duda en mis genes hay alguno torcido, la herencia genética está clara, tanto por parte de padre como de madre hay claros antecedentes de trastornos de personalidad, adicciones, depresiones y todo lo que se quiera. Puede que ninguno fuera diagnosticado en su tiempo pero no tengo la menor duda de que mi abuela materna fue una enferma mental, de que mi tío paterno fue un alcohólico irredento y patético, de que mi tía paterna sufrió un trastorno de personalidad, de que… podría seguir, y eso solo si hablara de las personas que llegué a conocer, si me remontara en el árbol genealógico podría encontrar de todo, como todos.  Nadie niega que la enfermedad mental tiene causas genéticas, pero no son las únicas y a mi juicio tampoco las más importantes. Nadie niega que se puede incubar durante la infancia cuando se sufre maltrato físico o psicológico o se vive en un entorno carente de afecto, de cariño, cuando al niño se le priva de lo que más necesita, el cariño. Pero esa tampoco parece ser la única causa. La enfermedad se puede manifestar tras un acontecimiento dramático y terrible, violación, tortura, presenciar los desastres de la guerra, la muerte de un ser querido a una edad muy temprana… hay tantos acontecimientos dramáticos en la vida de una persona que la lista sería interminable. Pero no todas las personas que han pasado por ellos llegan a sufrir enfermedad mental. ¿Entonces?

La condición humana, si la analizamos objetivamente, ya sería causa suficiente para una enfermedad mental. Somos mortales y eso ya es suficiente para sufrir una angustia feroz que puede llevar fácilmente a la enfermedad. En mi caso aún sigo recordando aquel episodio del cementerio. El hecho de que fuera un niño de cinco o seis años no me impidió sufrir una angustia feroz al darme cuenta de que iba a morir, lo mismo que todos, lo mismo que aquellos a quienes habían pertenecido aquellos huesos que yo intuía blancos, bajo tierra. Si alguien cree que la mortalidad no es causa suficiente para llegar a padecer una enfermedad mental es que es un insensible o sencillamente no piensa en ello, huye de enfrentarse a esta realidad, como hace la mayoría de seres sobre el planeta. Una vez que estamos vivos, conscientes, que llegamos a la existencia, el solo pensamiento de que vamos a morir, de que la vida es corta y frágil, de que se sufre mucho, puede traumatizar a una persona medianamente sensible, tampoco hay que serlo en exceso. La filosofía existencialista se enfrentó a este hecho y aceptó que la angustia existencial forma parte de nuestras vidas. Si luego analizamos lo que es la vida, lo que nos espera, cómo es la sociedad en la que vivimos, si repasamos los telediarios, si intentamos recordar cuánto afecto y cariño hemos recibido en comparación con la agresividad, la violencia, la competitividad, la humillación, la degradación, la insensibilidad, la falta de generosidad… resulta que el peso de la balanza de todo lo negativo, dramático y trágico de la vida es apabullante. Con mucha suerte hemos podido recibir mucho cariño en el seno de la familia y tener recuerdos maravillosos de cierta época de nuestra infancia. Con suerte hemos podido librarnos de acontecimientos dramáticos cercanos, pero la vida es en sí tan dura, la sociedad tan inhumana, mecanicista, insolidaria, competitiva, repugnantemente materialista y egoísta, que lo extraño, lo curioso es que la enfermedad mental no sea lo normal y la “normalidad” el milagro inexplicable.

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Nadie sabe qué se ha quebrado en la mente, en la psiquis de un enfermo mental para que pueda ser diagnostica como tal. Disparamos a ciegas, nos limitamos a constatar lo evidente. Cuando alguien intenta el suicidio, lo consiga o no, ha cruzado la línea roja, no se puede superar o casi superar el instinto de supervivencia, el más poderoso de los instintos, sin que la persona haya caído en un abismo que podemos llamar enfermedad mental o desesperación o lo que queramos, pero lo denominemos como lo denominemos ahí sí sabemos que se ha cruzado una línea roja. Pero me pregunto si nuestra sociedad, que ha avanzado tanto tecnológicamente, que ha logrado tantos adelantos médicos y genéticos que uno siente vértigo, no es capaz de establecer un diagnóstico mínimamente fiable de la enfermedad mental, un protocolo de prevención, de seguimiento, de lo que sea.

Antes de que yo intentara suicidarme por primera vez creo que en mi conducta existían suficientes signos de que algo no iba bien, pero nadie se dio cuenta o no quiso hacerse consciente de un problema que no le incumbía. Había salido de un colegio religioso, donde estuve interno ocho años, y era incapaz de salir de casa, de buscar trabajo, de mirar a las chicas a la cara, me pasaba las horas muertas leyendo en mi habitación, escuchando la radio por las noches –el loco de la colina- lamentándome de que tantos estudios ahora no me sirvieran para nada. Sufrí ataques de asma que obligaron a internarme en un sanatorio antituberculoso, las patologías de mi conducta eran evidentes, pero nadie hizo nada. Mis padres ni siquiera sabían que existiera algo como la enfermedad mental. A veces algunos se volvían locos, sin saber muy bien por qué, aunque ciertos acontecimientos dramáticos parecían justificar ese hecho tan trágico, pero ahí no se podía hacer nada, rezar para que no te tocara a ti. En mis tiempos no eras un enfermo eras un loco, y la locura era como una especie de estigma casi bíblico. Algo habrías hecho, algo habrían hecho tus ancestros, algo sabía Dios de ti como para castigarte con la locura. Salvo raras excepciones, la muerte de un ser querido, locura por amor, etc si te volvías loco es que tenías que ser muy malo, algo habías pensado, algo muy malo como para que tu mente se desequilibrara.

Tras largas horas de conversación con el psiquiatra de turno fui diagnosticado. La etiqueta que me pusieron podría haber sido cualquier otra, me introdujeron en un cajón de sastre donde estábamos los que no teníamos determinados síntomas. Si no escuchaba voces- en mis primeras etapas como enfermo mental nunca escuché voces- si no sufrías delirios o alucinaciones o… entonces no eras un esquizofrénico, si no estabas convencido de que te perseguían no eras un paranoico, etc etc. Las etiquetas en psiquiatría son como el nombre que se pone a una nueva especie botánica recién descubierta, tratan de que suene bien, recurren al latín para darle empaque científico, intentan resumir la esencia peculiar de esa planta para que el nombre se adecúe, pero no deja de ser un nombre que alguien se ha inventado y que luego es refrendado por una mayoría de botánicos.

Sabemos que ciertas enfermedades mentales tienen ciertos síntomas que hacen que uno sea esto y no lo otro, pero seguimos desconociendo las causas profundas de la enfermedad mental. Solo sabemos que determinadas personas parecen tener más predisposición que otras a ser enfermas, sabemos también que una persona de carácter, con voluntad firme, asertiva, tiene menos posibilidades, por muchas tragedias que le ocurran en la vida, que otras con voluntad débil, timoratos, medrosos, dubitativos. Pero no hay nada, nada que nos diga por qué ha surgido la enfermedad mental. No hay un virus detectable o una bacteria malévola o una malformación física, simplemente alguien, al llegar a cierto periodo de su vida, sufre trastornos de personalidad que obligan a llevarle al terapeuta de turno, quien tras escucharle durante horas, hacerle alguna batería de test, echa mano de su vademécum particular sobre la enfermedad mental y te etiqueta, eres esquizofrénico, esquizofrénico paranoide, bipolar, padeces el síndrome de lo que sea, y ya está, ya has sido diagnosticado y ahora comienza el tratamiento, medicamentos que parece calman a los que se ponen gritones o atontan a los agresivos o… lo que sea. No se trata de curar una enfermedad, se trata de mantener al paciente hibernado o lo suficientemente atontado para que no de mucha guerra.

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Nadie niega que intentar descubrir las raíces de la enfermedad mental es como intentar meterse en un agujero negro, estudiar todo lo que hay dentro al microscopio y luego salir sin que tu cuerpo haya sido desfragmentado hasta el infinito. No es fácil, nadie lo niega, pero algo habrá que hacer. Puede que hasta sea verdad que esta no es nuestra primera vida, que la reencarnación exista, que el karma funcione, que no podemos rastrear en nuestra memoria hasta llegar justo al nudo gordiano de la enfermedad mental, eso es cierto, pero al menos algo debería hacerse.

ERRORES DE CONDUCTA SOBRE EL DIAGNÓSTICO

La conducta del enfermo es bastante disculpable. Nadie se mira al espejo por primera vez  y acepta lo feo que es, nadie asume a las primeras de cambio que su conducta sea un trastorno de personalidad susceptible de ser diagnosticado y encuadrado en alguna de las enfermedades mentales aceptadas por la OMS. Nadie quiere asumir, si puede evitarlo, que en cuanto te etiqueten comenzará para ti una vida de perros, un verdadero infierno. No te duele nada, sigues haciendo una vida normal, así que si gritas es porque alguien te ha “cabreado”, si mientes es porque cuando dices la verdad te machacan y tú aguantas poco, enseguida pierdes la calma y estallas en cóleras explosivas, si tienes miedo es porque en esta sociedad habría que tener miedo hasta a los ositos de peluche. Las disculpas son infinitas. Uno puede seguir así años y años, hasta… hasta que ocurre algo tan terrible como un intento de suicidio. Entonces ya te lo empiezas a tomar en serio. Pero siempre acabas pensando que has llegado a ese extremo porque no te dan cariño, te odian, eres más sensible que los demás y te afecta todo mientras ellos son pedruscos que ni sienten ni padecen. El que aceptes ir a un psiquiatra o terapeuta para que te diagnostique sin haber llegado antes al intento de suicidio solo es posible cuando el sufrimiento es tan intenso que algo hay que hacer, lo que sea.  Te da pánico que te pongan la etiqueta correspondiente, porque como sucede con los prospectos de los medicamentos, en cuanto te lo lees crees tener todos los síntomas y contraindicaciones que en ellos se detallan. En cuanto te dicen que eres esquizofrénico o psicótico o bipolar, o lo que sea, no puedes ni estornudar sin pensar que ese es un síntoma de tu enfermedad y que estas muy malito, pero que muy malito. Antes de que sea demasiado tarde a la persona que comienza a sufrir trastornos de personalidad debería animársele y ayudarle a ir al terapeuta correspondiente. No es que el diagnóstico sea el bálsamo de Fierabrás que te va a curar de todo, pero al menos te dará una perspectiva nueva que tal vez te ayude a encuadras tus desórdenes de personalidad y asumir que ciertas conductas deben ser tratadas en el marco de una psicopatología de una enfermedad mental.

Los familiares y seres queridos suelen esperar hasta que ya es demasiado tarde, cuando les llaman diciéndoles que su familiar está en el hospital porque ha intentado suicidarse, se llevan las manos a la cabeza, lloran y se preguntan qué han hecho ellos para merecer semejante desgracia. Pues bien, antes de llegar a ese momento terrible el enfermo ha dado suficientes muestras de que algo no iba bien. Si nos conformamos con echarle a él la culpa de todo, porque es un vago, no tiene voluntad, es abúlico, apático, tiene ideas tan peregrinas sobre todo que no es de extrañar que las cosas le salgan mal, al final un día ocurrirá algo que nos enfrente a la dura realidad. Vale que el estigma social sigue existiendo, que ir a un psiquiatra es casi como ponerte en la cabeza una cinta que diga: estoy grillado, cuidado conmigo, pero cuando a uno le duele la barriguita y no se le cura con una infusión, pues va al médico de cabecera, cuando una persona sufre trastornos de conducta que afectan a todo su entorno debería existir un protocolo que pusiera en marcha los mecanismos preventivos de la enfermedad mental. Si hay que ir al psicólogo o al psiquiatra, pues se va. Todos sabemos cómo está ahora la sanidad y cómo ha estado y cómo estará, pero hay momentos en que uno debe quitarle la manta de la cabeza y enfrentarse a lo que sea. En mi caso fue demasiado tarde, un intento de suicidio y de pronto me vi etiquetado y enfermo mental de por vida, tal vez si en aquellos aciagos tiempos hubieran existido psicólogos para algo más que para ponerte un test y decirte lo inteligente que eras y para qué servías en la vida, una buena terapia a tiempo habría evitado tantos intentos de suicidio, tanta medicación y tanto sufrimiento para mí, para mi familia y seres queridos y tantas molestias para un entorno que no comprendía nada porque los entornos casi nunca comprenden nada.

Bueno, no es lo que había escrito en mi primera versión de este capítulo, tampoco sé si es mejor o peor, pero es lo que ha salido. En el siguiente intentaremos analizar la enorme dificultad que tiene el enfermo para aceptarse como tal y cómo le pueden ayudar sus seres queridos.





ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL IV

10 08 2016

ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL IV

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Ahora sí nos centraremos en la aceptación de su enfermedad por parte del enfermo mental y de esta forma contestaré a una consulta hecha en el blog al respecto.  Una enfermedad mental debe ser diagnosticada, los autodiagnósticos están bien para andar por casa pero no para tomar las decisiones correctas que nos ayuden a vivir de la mejor forma posible. Todo diagnóstico debe hacerse por un profesional y nunca viene mal que sea revisado por alguno más. La enfermedad mental tiene muchas complicaciones, tanto a la hora del diagnóstico como en las siguientes etapas, el conocimiento de la enfermedad y su tratamiento, no digamos a la hora de que el enfermo acepte su enfermedad, respecto a los familiares y el entorno ya hablamos de ello en el anterior capítulo.

Una enfermedad mental no es como una enfermedad física, te duele la barriguita, pongamos por caso, poniendo un ejemplo y tratando el tema con humor, como a mí me gusta, y esperas un poco, a ver si mañana estás mejor, si no lo estás comienzas a pensar qué es lo que te pasa, habré comido algo en mal estado, me habré enfriado, me destapé anoche, etc.  Se toma una infusión digestiva, un caldo caliente, un protector de estómago, lo que sea, y si el dolor sigue persistiendo se va al médico de familia que nos diagnostica y nos da medicación, si entiende que puede ser algo más serio te remite al especialista, te hacen pruebas de todo tipo y al cabo de un tiempo, mayor o menor, acabas sabiendo qué te pasa y los tratamientos posibles y la evolución de la enfermedad, desde las posibilidades más leves a las más graves.

En el caso de la enfermedad mental todo es mucho más complicado, infinitamente complicado. Porque un momento de tristeza lo tiene cualquiera, un periodo de bajón del ánimo, de profundo decaimiento, también es bastante habitual, sobre todo si  se han producido acontecimientos externos, como el fallecimiento de un ser querido, la pérdida de un trabajo, una ruptura sentimental, etc. ¿Cómo sabemos entonces si estamos tristes por una causa “normal” o si es un síntoma de una posible enfermedad mental?

Es la pregunta del millón, por desgracia no existe una cultura en nuestra sociedad sobre el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad mental. La única cultura que ha existido a lo largo de los siglos ha sido la cultura del “palo y tente tieso”, es decir, todos eran más o menos raritos, si uno lo era más que el resto, mientras no complicara las cosas podía ser diagnosticado como “un loco amable”. Si era peligroso y violento, el diagnóstico era inmediato e inmediato el “tratamiento”, palo y tente tieso. Según las épocas un loco podía pasar a ser un poseído por el demonio, un brujo o bruja, o aspirante a chivo expiatorio de los asesinos en serie de la época. Aún hoy día sigue existiendo una incultura supina, crasa y trascendental, como nos decía a nosotros el profesor de latín, que teníamos ese tipo de cultura, vamos que éramos unos burritos. En nuestra sociedad hay campañas para la prevención de diferentes enfermedades, cáncer, enfermedades infecciosas de todo tipo, las campañas están a la orden del día, pero jamás he visto una campaña o un protocolo para la detección de una enfermedad mental y cómo deben comportarse familiares y entorno. Aquí te diagnostican después de un intento de suicidio, si sobrevives, que ese es otro tema que trataremos en otro momento, porque para la mayoría de la gente comienzas a ser un enfermo mental después de un intento de suicidio, entonces sí comienzan a tomarte en serio, pero las estadísticas dicen que somos pocos los que sobrevivimos a serios intentos de suicidio, es como si a un enfermo de cáncer le diagnosticaran cuando está agonizando, esto no es de recibo. Es cierto que también comienzan a preocuparse por ti cuando te encamas y te pasas quince días, pongamos por caso, sin levantarte, sin comer, sin hablar, etc, entonces un familiar sensible y compasivo decide llevarte al médico de familia por si tienes anemia o alguna otra enfermedad. Como los adolescentes son muy raritos, esto suele pasar desapercibido, si lo haces de joven primero se piensa en una enfermedad física, si te ocurre de adulto enseguida te preguntan si se te ha muerto alguien o has roto con la novia o has perdido el trabajo. Y si de niño comienzas a presentar síntomas o conductas un poco “raritas” te llevan al psicólogo para que te trate como a un niño “rebelde” e insufrible. Normalmente los enfermos mentales somos diagnosticados de jóvenes, de los dieciocho años en adelante, cuando ya hemos sufrido alguna crisis grave.

INQUISICIÓN

Pondré el ejemplo de mi propio diagnóstico para que nadie se sienta ofendido o avergonzado. Yo ya soy un enfermo mental público, no tengo nada que perder, nadie se va a ofender o avergonzar por lo que diga y como ya tengo una edad y he vivido la mayor parte de mi vida como enfermo, para mí hablar de ello es como para un diabético al que todo el mundo ha visto pincharse, reconocer que efectivamente lo es. En esta loca sociedad en la que vivimos, caótica, sin valores, agresiva, violenta, competitiva hasta el salvajismo, en la que vemos y hemos visto tanto, en la que todo el mundo es serio candidato a enfermo mental, reconozco que darse cuenta de que alguien efectivamente lo es, no es nada fácil. Incluso las pruebas genéticas, que ya son bastante comunes para ciertas enfermedades físicas, no dejan de ser una entelequia para la enfermedad mental. El hecho de tener determinados genes, de haber existido enfermos mentales en la familia, ya indica la seria posibilidad de que nosotros podamos sufrirla también, pero como me dijeron cuando sufrí una úlcera de duodeno, la helicobacter pílori, la bacteria causante, la tenemos todos, solo que a algunos se nos manifiesta y a otros no. La “bacteria” de la enfermedad mental la tenemos todos, solo que la manifestación dependerá de muchas causas, algunas muy elementales.

Yo, particularmente, tengo un diagnóstico “mágico” para la enfermedad mental. Claro que yo no soy nadie y mis manifestaciones deben tomarse como las de un enfermo que se mete a “autodiagnosticarse”, con mucha reserva. Aún así me atrevo a decir que si observamos con este “aparatito” mágico de mi invención a las personas, pequeñas o grandes, encontraremos con facilidad la semilla de la enfermedad. Un niño que no recibe cariño suficiente o que es maltratado es un serio candidato a la enfermedad mental, con genes o sin genes. Todas las víctimas del maltrato, de la tortura, los que han sufrido la pérdida de un ser querido, los que están solos, incapaces de relacionarse, misántropos, bloqueados emocionalmente, son candidatos a la enfermedad mental. Cuando escucho a los vecinos de los asesinos en serie, decir aquello de que “parecía una buena persona” porque no “daba guerra” y saludaba al pasar, aunque en realidad no se relacionara con nadie, se me cae el alma a los pies, como si “las buenas personas” fueran aquellas que permanecen en sus casas, sin relacionarse, sin insultar a nadie, capaces de morirse sin dar ni una vez la lata a un vecino. Esto nos indica el paupérrimo criterio que existe en esta sociedad sobre las buenas personas, los sanos y los enfermos. No importa cómo seas o lo que hagas o no hagas mientras estés solito y no te metas con nadie. Esto indica bien a las claras el nivel espiritual de esta sociedad y lo que podemos esperar de ella. Si no eres productivo, competitivo, si no eres capaz de triunfar consiguiendo muchos bienes materiales, o fama o poder, o lo que sea, al menos apártate del camino y no molestes.

Yo fui un niño muy sensible, no es que esto te haga candidato a enfermo mental, pero sí es cierto que no hago otra cosa que escuchar a los hermanos enfermos mentales autocalificarse de “sensibles”. En una sociedad como la nuestra, ser sensible, empático, blandito por dentro, es poner el cuello bajo el hacha del verdugo. Esto es cierto y por mucho que los “triunfadores” nos digan que el secreto de su éxito es haber sido duros y haber alcanzado las metas sin echar una lagrimita por el prójimo, yo particularmente siempre preferiré seguir siendo “sensible”. Una persona sensible, imaginativa, creativa, empática, tímida, que sufre mucho por todo, que no se “endurece” por muchos palos que la den es una excelente candidata a enfermo mental. Si además tus padres no son cariñosos o si has presenciado el maltrato físico o psicológico, si en tu familiar un abuelo o abuela o tío o tía o bisabuelo o bisabuela, han sido”locos” o enfermos mentales no diagnosticados, lo más fácil es que te toquen muchos números en la rifa de la enfermedad mental. Si  además sufres una educación represiva en todos los sentidos, como yo la sufrí, si ya de niño te inculcan que puedes ir al infierno por una mentirijilla y allí quemarte por toda la eternidad, entonces ya estás en el camino de la enfermedad mental. Si no hubiera sido un niño tan sensible habría hecho la primera comunión sin antes pedirle al cura que me volviera a confesar porque había dicho una mentirijilla para salir del paso, o no me habría sentido tan culpable por masturbarme que no podía dormir por las noches pensando en que si moría en ese momento me iría al infierno. Mucho cuidado con la educación que reciben los niños en este terreno, los estamos preparando para la enfermedad mental. No puedes educar a un niño diciéndole que existe el infierno y se va a ir a él con solo una mentirijilla, no digamos si se masturba y luego además va a comulgar sin confesarse, o decirle a un adolescente que bajo ningún concepto arroje la semilla antes del matrimonio o Dios se enfadará. Incluso en estos tiempos escucho a prelados de la iglesia católica hablar como me hablaban a mí los frailes que me educaron, y me rebelo sin poder evitarlo. Educar en la represión, el dogmatismo, sin cariño, con amenazas, con coacciones, destroza la psicología del niño, que se transforma en un adolescente misántropo y atormentado, luego en un joven incapaz de enfrentarse a la vida y propenso a la desesperación y al suicidio.

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Esa fue en parte mi historia. En mi familia ha conocido algunos casos que hoy se calificarían de enfermedad mental. Debo admitir que en mí debe haber más de un gen torcido. Si además nací sensible e imaginativo, creativo, como he demostrado en mi faceta de escritor, si además, mis padres, por educación y por la época en la que vivieron,no fueron muy cariñosos, si presencié algunas escenas que hoy podrían calificarse de maltrato físico o psicológico, aunque entonces eran bastante normales, si además fui educado interno en un colegio religioso durante ocho años, de forma tan represiva que hoy me da la risa, aunque no fue tan divertido, como lo cuento en mi novela “Los pequeños humillados”, si además yo “iba para cura” como se decía entonces, y lo abandoné porque no soportaba el dogma y la represión, entonces tan solo falta “un pelo” para que algo desencadenara mi enfermedad mental.  Incapaz de relacionarme al salir del colegio, huyendo de las chicas como del demonio, porque así me habían educado, sin trabajo, a pesar de mi formación, para le época más que aceptable, el que en un momento determinado intentara el suicidio, me tirara por una ventana, estaba más que cantado.

No digo que de niño debieron haberse dado cuenta de lo que me pasaba, que de adolescente estaba claro que yo era un buen candidato a enfermo mental, no digo que tuviera que ser diagnosticado antes, dada la época que me tocó vivir, pero al menos alguien debió haberse dado cuenta de lo que me pasaba y llevarme a donde fuera posible en aquellos momentos, antes de que me arrojara por una ventana. Porque entonces todo fue muy sencillo. Internamiento en un psiquiátrico, diagnóstico de enfermo mental, tratamientos de choque… todo demasiado tarde y mal. Debería haber un protocolo para el diagnóstico del enfermo mental a edad temprana, por mucho que pueda doler a los familiares y al propio enfermo. Desde luego que yo hubiera preferido que un profesional me hubiera dicho, a los catorce años, por ejemplo, que necesitaba tratamiento psicológico porque era candidato a enfermo mental, que no que me lo dijeran después de haberme roto la crisma al tirarme por una ventana. Aquellos eran otros tiempos, desde luego, pero hoy estamos en “otros tiempos” y todo sigue igual o casi igual. Creo que en parte la culpa es del “estigma”, de ser considerados como unos enfermos más ya se habrían establecido protocolos de diagnóstico y tratamiento a edad temprana, aunque yo sigo creyendo “erre que erre” que la gran medicina para el enfermo mental es el cariño y debería establecerse un protocolo de emergencia para que todo el mundo abrazara por la calle a una persona que acaba de ser diagnosticada como enfermo mental, creo que incluso antes, mucho antes, si todos recibiéramos cariño suficiente desde el nacimiento y a lo largo de toda la vida, no digo que no habría enfermedad mental, pero ésta no sería el gran problema escondido y vergonzoso de la humanidad que es ahora.

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Y como siempre me alargo en demasía, dejaré para otro capítulo el proceso que sigue un enfermo hasta que consigue aceptar su enfermedad y cómo la dificultad de este camino hace que muchos se echen atrás constantemente y cómo somos muy pocos los que decimos: sí, aquí estoy, soy un enfermo mental, hago lo que puedo, lucho con garras y dientes, he vivido esta experiencia, de la que no me avergüenzo porque es una enfermedad y cada día aprendo más de mi enfermedad, cada día me enfrento a ella, cada día avanzo, cada día me transformo un poco más en un guerrero impecable. Nos queda un camino tan largo a los enfermos mentales que yo mismo me asusto. Algún día estas mis palabras parecerán tan elementales que se asombrarán de que en esta sociedad y en estos tiempos los enfermos fuéramos tratados como lo estamos siendo, lo mismo que ahora nos asombrábamos de que en la Edad Media se nos considerara poseídos por el demonio.

 





ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL III

28 07 2016

ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL III

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Hay una conducta patológica que afecta mucho al entorno familiar y social del enfermo y a su vez hay una conducta de este entorno que afecta mucho, tanto o más, al enfermo. Si nos ponemos finos podríamos sacar a relucir la conocida frase evangélica: “Ves la mota en el ojo ajeno y no ves la viga en el tuyo. Solo que en este caso funciona casi con igual intensidad en las dos direcciones.

El enfermo tiene un serio hándicap en este terreno. Por muchas debilidades de carácter, a veces terribles, que tengan los otros, si las ponemos en una balanza de precisión, el platillo siempre parece inclinarse en sentido negativo para el enfermo mental. Esto no es así de forma absoluta y sistemática, como veremos, pero la impresión funciona en la mayoría de los casos en contra del enfermo, lo mismo que un defecto de la vista, pongamos por caso, siempre funciona negativamente en contra del que lo padece, en el terreno de la vista, haga lo que haga éste.

Comparados los defectos de carácter de un “no enfermo” con las conductas patológicas de un enfermo mental, no hay color, en expresión popular, ya que los efectos de los otros nunca le llegan a la suela del zapato a la conducta patológica del enfermo, sobre todo en momentos de crisis o cuando el enfermo sufre un brote. Así, los insultos del enfermo son más terribles que los que le pueden dirigir a él sus familiares o el entorno social, cuando aquellos pierden el control, los estribos. La mentira y la manipulación del enfermo gana por goleada a la conducta de los otros, por mucho “calentón” que sufran. No hay color.

En esto estamos de acuerdo y no hay que darle muchas más vueltas. Pero sigamos una metáfora que nos puede ayudar a comprender la esencia de la situación, aunque como sabemos ninguna metáfora se adapta al cien por cien a lo que pretende explicar.

ERRORES DE CONDUCTA DE LOS OTROS RESPECTO AL ENFERMO MENTAL

-Imaginemos que un enfermo físico, debido a cualquier circunstancia, accidente, secuelas de una enfermedad, etc pierde una pierna, porque se la han tenido que amputar para salvar su vida.

Imaginemos queun familiar, a partir de ese momento, no deja de quejarse de las molestias y sufrimientos que le ocasiona el enfermo amputado. Al principio, cuando sale del hospital, el familiar se queja de que tiene que empujar la silla de ruedas, de las antiguas, porque no le han facilitado una automática por los recortes, porque la sanidad pública está como está. Solo proporcionan herramientas básicas, como muletas o sillas de ruedas tradicionales, o porque en la sanidad privada contratada no entra ese plus.

Éste, el enfermo, está tan deprimido, tan hundido que ni quiere empujar la silla, poniendo las manos en las ruedas, no se ha preocupado de aprender, no tiene voluntad pafra hacer un esfuerzo, solo quiere morir y terminar de una vez.

Las quejas del familiar pueden tener su razón de ser, su lógica, su verdad. Bien, ¿pero alguien puede pensar que el familiar hace bien en meterse con el recién amputado y tratarle como si fuera un estorbo, una basura? Salvo casos puntuales y circunstancias muy especiales todos pensamos que el familiar no tiene sensibilidad, empatía, no es generoso, incluso podríamos llegar a pensar que es una mala persona un canallita.

Bien, ¿qué ocurre con el enfermo mental? No se le reconoce su incapacidad o sus dificultades porque tiene las dos piernas, hablando metafóricamnete, es un hecho y físicamente nada le impide moverse por si mismo. Correcto. Pero ha podido sufrir una amputación de su voluntad, como si le hubieran cortado una pierna, solo que en este caso es algo invisible.

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Este es uno de los graves problemas del enfermo mental, como hemos dicho repetidas veces en otros textos. Su enfermedad no es reconocida por el simple hecho de que es invisible. Su cuerpo físico está entero, no tiene más enfermedad física que el común de los mortales. No se ha descubierto aún ninguna malformación cerebral grave que pueda ser vista con un escáner. Si no hay nada visible que pueda hacernos conscientes de la existencia de una enfermedad mental hay que concluir que estamos exigiendo a los demás que crean en lo que no ven. Puede parecer duro, pero hay mucha gente que cree en lo que no se puede ver, no podemos ver a Dios, porque es invisible, no podemos ver el amor, solo sus signos, no podemos ver un agujero negro, aunque todos los científicos admiten que existen. La tendencia habitual respecto a la enfermedad mental es la de no creer en ella, por lo tanto el enfermo está interpretando, está chantajeando, está utilizando farsas de control para conseguir sus fines. Se le pide que corra los cien metros lisos y en un buen tiempo, como si tuviera las dos piernas en buen estado, cuando en realidad la tiene amputas, hablando metafóricamente. Los enfermos nos rebelamos contra semejantes exigencias, nos sentimos así, amputados y para nosotros sería lo mismo que a un amputado físico se le exigiera correr los cien metros lisos como cualquier otro. Nos resulta repugnante y vomitivo. Un enfermo que sufre una severa depresión no tiene voluntad, está hundido, hasta respirar le cuesta, en esa situación no se le puede pedir que haga lo mismo que hacen los que no están enfermos. Es inhumano. No busquemos, por ahora, las causas de esta depresión, de esta severa falta de voluntad, puede que en parte sea culpa suya, como veremos, pero lo cierto es que aquí y ahora carece de voluntad, carece de piernas, hablando metafóricamente, por lo tanto exige un mínimo de respeto y sensibilidad hacia su enfermedad, hacia su problema. También puede ser verdad que la incapacidad de los otros por aceptar lo que no se puede ver sea su problema. Puede que sea su problema la falta de sensibilidad hacia realidades espirituales que no pueden verse. Cada cual tiene derecho a pensar y sentir lo que considere oportuno, a vivir su vida como le parezca conveniente, pero si decide ser materialista, agnóstico, ateo, cientifista, “tomasiano”, solo veo que lo puedo ver y tocar, solo tengo esta vida, solo tengo un cuerpo, pues bien, que viva de acuerdo a sus creencias siempre que respete las ajenas, pero los que creemos en realidades espirituales invisibles, los que no necesitamos meter nuestra mano en el costado abierto de los demás para saber que en su interior habita la chispa divina, que son nuestros hermanos, también merecemos un respeto. Nos molesta mucho que se utilice con nosotros la ley del embudo, lo ancho para mí, para que pueda caminar erguido, lo estrecho para ti, para que debas arrastrarte como un gusano por la vida. No es aceptable, de ninguna manera. No veo razón alguna para que quienes creen en un Dios que no pueden ver, en un amor que solo pueden percibir por signos, en un alma que no puede ser fotografiada, en la existencia de realidades invisibles al ojo humano, luego tengan tanta dificultad para creer en la existencia de la enfermedad mental, invisible también al ojo humano. Lo entendería más en los agnósticos, materialistas y cientifistas, pero luego ves sus contradicciones, creen en el amor, aunque no lo puedan ver, consideran que estar enamorado es cuestión de química cerebral, pero cuando lo están actúan como si su enamorada fuera algo divino. Y así podríamos seguir y seguir. Te puedes encontrar con agnósticos, materialistas y cientifistas que luego son maravillosas personas, que te tratan como si fueras su hermano, que son capaces de sacrificarse por ti, su generosidad y su humanidad no tiene límites. ¿En base a qué, si para ellos, teóricamente, solo somos un saco de células? Estas contradicciones son muy llamativas cuando vemos cómo se nos trata a los que padecemos una enfermedad invisible. Puedo creer en un agujero negro que no veo, en un Dios que no ven mis ojos de carne, en el amor que está detrás de ciertos signos, pero que no es visible, puedo creer incluso en fenómenos paranormales, pero no puedo creer que mi hermano tenga una enfermedad mental porque es invisible. Esto es inaceptable. Pocas cosas nos molestan más.

Tenemos que defender que somos enfermos porque solo nos queda la alternativa de aceptar que somos malas personas. No es justo, no lo es, ¡vive Dios! Es cierto que en parte es culpa nuestra por utilizar farsas de control, por manipular, por mentir, por utilizar la bula papal de autorizarnos a hacer cosas que no se permiten a los demás solo porque hemos sufrido mucho. Es cierto, pero también lo es que no los otros no tienen tantas dificultades cuando se trata de una enfermedad física, saben muy bien cuándo un amputado, para seguir con el ejemplo, no puede hacer ciertas cosas y cuándo busca la compasión y la manipulación para que se lo den todo a la boca. Eso parece estar muy claro para los otros, pero no lo está en el caso de la enfermedad mental y sigo sin saber la razón.

Como ya he repetido hasta cansarme en otros textos, al familiar solo le queda la opción de considerar una mala persona al enfermo si no se acepta que sufre una enfermedad. ¿Qué camino intermedio queda? ¿Esto significa que debe convertirse en su esclavo? Ya sabemos que con la enfermedad física parece estar todo mucho más claro. Hagamos un esfuercito para que también ocurra con la enfermedad mental, por favor.

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Se puede alegar que las conductas patológicas del enfermo mental se parecen mucho a las que son propias de la mala persona, que miente, manipula, hace daño a los demás y no siente remordimiento, que busca su bien, de forma egoísta, que actúa como si en la vida solo existiera él. Cierto, no vamos a negar a estar alturas el parecido. Pero hay diferencias muy grandes. Un malvado siempre actúa como un malvado y si no lo hace es porque disimula, porque se oculta para no ser castigado. Un enfermo mental puede ser una maravillosa persona cuando está bien y una persona insufrible, incluso malvada en ciertos actos, cuando está mal. Aquí hay algo que no encaja, nadie se vuelve malo de la noche a la mañana, luego bueno, luego vuelve a ser malo, etc. Un malvado mata en lugar de matarse. Un enfermo mental se suicida en lugar de matar a otros. Aquí nos encontramos con el problema de los asesinos que luego se suicidan, sean terroristas o asesinos de género. Sin negar lo que ya dije en otro momento, que los enfermos somos personas normales y como entre los normales, entre nosotros también hay de todo, hasta malas personas, lo cierto es que en una proporción elevadísima un enfermo mental se suicida antes de matar, puede actuar muy mal con los otros cuando sufre crisis o brotes, pero luego se echa la culpa de todo y termina intentando acabar con su vida. No es de recibo que a cualquier asesino se le considere un enfermo mental porque  los otros sean incapaces de aceptar la existencia del mal y todo el que asesina y hace el mal de forma demoniaca tiene que ser necesariamente un enfermo mental. Estamos hartos de ser chivos expiatorios. La existencia de asesinos entre los enfermos mentales es una proporción bajísima, algo que por otro lado no lo es tanto si consideramos que entre los “no enfermos” hay una proporción mucho mayor, como de violentos y delincuentes. Un enfermo de cáncer podría ser un asesino, eso está claro, pero todos sabrían diferenciar entre su enfermedad y su conducta homicida, lo que no se hace con el enfermo mental, si mata es porque está enfermo de la mente, no es cierto somos muchos, en una proporción aplastante los enfermos mentales que no matamos, que no somos violentos, que no somos delincuentes. Si alguien cae en la trampa de considerar enfermo mental a un asesino, a un terrorista, solo porque lo diga él cuando le conviene o lo digan otros a los que les conviene que así se crea, no es nuestro problema. Estamos hartos de ser chivos expiatorios, de que pongan en nuestras filas a todos los desechos que a los otros no les interesa aceptar en las suyas, porque no son capaces de creer en al mal en estado puro. Porque hay muchos asesinos que no son enfermos mentales, que han decidido ser malvados libremente. Si somos libres, somos libres para todo, y quien decide libremente asesinar, ser corrupto, ser un violador, ser un pedófilo, creer que no existe más vida que ésta y por lo tanto solo tiene que pensar en sí mismo y en divertirse lo más posible, aún a costa de los demás, ha decidido ser malvado ejercitando su voluntad, decidiendo libremente lo que quiere hacer con su vida. Si además es un enfermo mental habrá que ver si es cierto y no lo está utilizando para librarse por el castigo de sus actos. Desde luego que es mucho más difícil saber si alguien está enfermo de la mente que del cuerpo, pero no es imposible, y solo con un pequeño esfuerzo se podría conseguir, en lugar de seguir utilizándonos como chivos expiatorios, que es lo más fácil.

Los que hemos estudiado lógica sabemos qué es un silogismo falso, sabemos que un silogismo es falso cuando una premisa también es falsa. Veamos un silogismo falso:

-Quien se comporta de esta manera es una mala persona.

-Tú te comportas así.

ERGO-CONCLUSIÓN

Tú eres una mala persona.

¿Dónde está aquí la premisa falsa? No en “tú te comportas así” Los hechos son inconmovibles. Pero estudiemos la primera premisa. Puede parecer verdadera sin la menor duda, pero si analizamos algunas circunstancias concretas descubriremos que esa premisa exige muchas matizaciones. Uno puede comportarse así porque ha perdido la memoria y está reaccionando con violencia a estímulos que antes no generaban ese comportamiento. Puede que alguien se comporte así tras haber sufrido torturas y toda clase de humillaciones. Puede que a algunos les parezca bien el síndrome de Estocolmo, disculpar a los torturadores, pero a otros no nos parece tan bien. Puede que una persona, cualquiera haya sufrido un calentón y diga cosas de las que luego se arrepiente. O puede que un enfermo esté delirando, esté fuera de la realidad, y tratarle como a un malvado no parece justo.

Así pues, si la primera premisa necesita matizaciones o se la podría considerar falsa, la conclusión no puede ser verdadera al cien por cien.

Si no se acepta la enfermedad mental con todas sus consecuencias, la primera premisa no puede ser cambiada ni matizada y la conclusión tampoco. Es aquí donde los familiares de los enfermos mentales se sienten atrapados. Si fueran lógicos, al no creer en la enfermedad, deberían actuar con el enfermo como actúan con los malvados. No hay vuelta de hoja. Pero no lo hacen. Podría pensarse que se dejan llevar por un falso afecto, una falsa obligación, lo mismo que el familiar de un asesino dice seguir queriéndole sin negar su culpa. Pero no es el caso, de hecho es mucho más fácil que los familiares de los asesinos o grandes delincuentes abjuren de ellos que un familiar lo haga de un enfermo mental. En realidad quieren creer en su enfermedad pero no pueden aceptar sus conductas y en lugar de diferenciar entre patología de la enfermedad y conductas manipulatorias inaceptables prefieren negar la enfermedad porque les resulta más cómodo, así el enfermo haga lo que haga, esté como esté, es siempre un teatrero al que no hay que hacer caso.

También entran en juego otras consideraciones sociales y culturales. La firme creencia que los lazos de sangre son sagrados lleva a muchos familiares a soportar a personas a las que no soportarían si no existieran estos lazos. En realidad como veremos en la ley de los tres círculos, solo el afecto vincula en el primer círculo, las restantes consideraciones, incluidos los lazos de sangre o genéticos no sirven de nada. De esta manera si un familiar no quiere a un enfermo deberían sobrar las consideraciones de sangre, y si le quiere debería actuar como actúan las personas que quieren a otras.

Curiosamente los familiares que son malas personas acaban saliendo de este dilema mucho antes que las buenas personas. Abandonan al enfermo a su suerte mientras que las buenas personas se sacrifican, algunas veces hasta llegar a la heroicidad, otras solo por el qué dirán, hasta convertirse en auténticos esclavos del enfermo mental, incapaces de diferenciar su enfermedad y sus conductas patológicas, solo asumibles y con reparos, durante las crisis o brotes, de lo que es una clara manipulación del enfermo que está utilizando su bula papal con absoluto descaro.

Nos pongamos como nos pongamos, si el familiar no acepta la enfermedad mental, aunque sea una buenísima persona, terminará por tratarlo como a una mala persona, como a un canalla, lo mismo que un maltratado puede llegar a convertirse en maltratador si no tiene mucho cuidado. Es algo tan inevitable como las consecuencias de la ley de la gravedad, si te tiras por la ventana sin paracaídas o sin poner un colchón debajo te “esnafras”, ¡menudo tortazo!

En resumen, no es tan difícil saber cuándo un enfermo mental está haciendo teatro. No somos actores tan maravillosos como creen algunos, en realidad se nos ve el plumero con tanta facilidad que luego nos avergonzamos y lo pasamos fatal. Lo que tiene que hacer el familiar es no caer en las farsas de control. Y me remito a la sección de este blog con el mismo nombre. Si dejamos que un enfermo mental consiga todo lo que quiera amenazándonos con ponerse “muy malito” la culpa es del familiar, no del enfermo.

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¿Qué ocurre con una enfermedad física? Si vemos que fallan las constantes vitales, la tensión está por las nubes o bajo mínimos, que su rostro está blanco como el papel, que se ha desmayado cayendo a plomo sobre el suelo, decidimos que realmente está muy enfermo y avisamos a urgencias. Con la enfermedad mental también hay signos claros: el delirio, su postración evidente y prolongada, su agresividad incontrolada y sin motivo, sus monotemas en la conversación, signos de ideas obsesivo-compulsivas, comportamientos erráticos y sin sentido, despilfarro, ausencias prolongadas sin explicación, etc etc Hay infinitos signos de que el enfermo realmente está enfermo y no haciendo teatro.

En estos casos, si nos equivocamos y le tratamos como si hiciera teatro cuando realmente está enfermo, cuando los signos vitales están descompensados, cuando la tensión le ha subido por las nubes, hablando de nuevo metafóricamente, nos encontraremos con las correspondientes reacciones. Muy parecidas a cómo se comportaría alguien que estuviera para llevarle a urgencias y un gracioso le tomara el pelo con su teatro, más vale que salgrsea corriendo, porque si el enfermo físico puede moverse irá tras él, lo mismo que hará el enfermo mental, solo que éste no tiene impedimentos físicos y puede moverse muy deprisa cuando algo le acucia mucho.

Y con esto damos por terminado este capítulo en el que me he extendido mucho. En el próximo remataremos la faena y hablaremos con detenimiento de la aceptación de la enfermedad mental por parte del enfermo. Un tema delicado y harto difícil pero imprescindible si entre todos queremos llevar la enfermedad mental lo mejor posible. Y de esta forma responderé a una consulta que se hizo como comentario en el blog.

 





ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL II

20 05 2016

camisa de fuerza

 

ERRORES DE CONDUCTA DEL ENFERMO MENTAL FRENTE A LOS DEMÁS Y DE LOS DEMÁS FRENTE AL ENFERMO MENTAL

Ya hemos visto en el capítulo anterior los errores más graves por ambas partes. Hoy veremos todo aquello que no puede soportar el enfermo de los demás, ni los demás del enfermo, digamos que son líneas rojas que nunca deben atravesarse. Utilizaré el formato del toma y daca, lo que unos no pueden soportar y lo que los otros tampoco. Con ello intento que ambas partes conozcan qué conductas nunca deben poner en práctica o atravesarán la línea roja, con las consecuencias lógicas.

LO QUE UN ENFERMO MENTAL NO SOPORTA DE LOS DEMÁS

-Que le consideren una mala persona, un canalla, un malnacido, un cabrón. Quien les trata como si lo fuera ha cruzado la línea roja y las consecuencias pueden ser imprevisibles. Él sabe muy bien que si fuera una mala persona haría sistemáticamente lo que hacen las malas personas, no decir que lo son y actuar disimuladamente, para que no les pillen. Todos sabemos cómo son las malas personas: Se aprovechan de ti, te instrumentalizan, son manipuladores, son mentirosos, buscan su propio interés aún a costa de convertir tu vida en un infierno. Las malas personas no sienten empatía, no son capaces de sufrir viendo sufrir a los demás, no sufren con ellos, no sienten compasión, son agresivos, violentos, pueden llegar a matar si saben que no van a ser descubiertos, pueden llegar a ser asesinos, violadores, pueden ser corruptos y quitar el pan de la boca a unos niños sin sentir el menor remordimiento. Una mala persona lo es siempre, mientras no se convierta a la bondad y cambie su vida, no es una mala persona quien tiene un calentón, pierde el control, e insulta o se comporta de forma agresiva, o te hace «la puñeta», se venga de lo que alguien le ha hecho o cree que lo ha hecho. Todas las personas, normales, pierden alguna vez los estribos o hacen alguna cosa de la que después se arrepienten. Especialmente no lo son si luego se arrepienten, se enmiendan, piden perdón y tratan de paliar los daños en lo posible. Mala persona es aquella que adopta una línea de conducta y nunca la cambia, salvo por miedo o por disimulo. Carece de ética, de moralidad, de sensibilidad humana, de sentimientos bondadosos hacia el prójimo. Todos las conocemos y podemos señalarlas, desde las más malas entre las malas, los auténticos demonios, a las «cabronas» de las que es mejor alejarse. Desde los asesinos, violadores, delincuentes de «alta gama», timadores sin escrúpulos, estafadores, corruptos, pedófilos, maltratadores, asesinos y maltratadores de mujeres, especuladores sin la menor ética que pueden dejar en la calle a trabajadores, sin pan a familias, que pueden hundir un Estado en su propio beneficio.

asesino en serie

Un enfermo mental no soporta que le confundan con esas personas, por lo tanto quien lo hace cruza una línea roja y el enfermo mental se considera liberado de ser «amable» con ellos. Se otorga permiso para ser manipulador, mentiroso, para disimular, para «vengarse» sutilmente, incluso para insultar, incluso para ser agresivo, incluso puede llegar a la violencia si las circunstancias son realmente terribles.

La mejor respuesta de un enfermo a este error de conducta es la de ser paciente, amable, la de explicar con sinceridad y sin avergonzarse lo que le está pasando y por qué actúa como actúa. Si sus explicaciones no son aceptadas, si sus disculpas no son admitidas, si sus esfuerzos no son reconocidos, un enfermo mental tratará de alejarse de esas personas todo lo que le sea posible, incluso romperá «para siempre» y este para siempre no es ninguna broma. Si no lo hace es porque no tiene independencia económica, porque no soporta la soledad y prefiere  intentar vivir con personas que le consideran un canalla que vivir solo y arriesgarse a un grave deterioro que le puede llevar a un intento de suicidio. Si un enfermo mental sigue conviviendo con personas que le consideran un canalla y que no se retractan y que sus palabras y su conducta lo expresan cada día, será solo por las razones que hemos visto antes, porque no se siente capaz de tomar la decisión de alejarse de ellas. Los enfermos mentales no somos tontos, quien así lo crea está cometiendo un error que veremos más adelante. Nada más lógico que, entre dos males, elegir el menor.

bula papal

LO QUE LOS DEMÁS NO SOPORTAN DEL ENFERMO MENTAL

-Que se otorgue bula papal para determinadas conductas que sabe muy bien  que no se le permitirían a nadie que no fuera un enfermo. Que no solo no pida perdón por ello sino que insista y pretenda salirse siempre con la suya. Que no acepte la responsabilidad de paliar el daño producido en lo posible.

Los demás están muy hartos de aguantar que un enfermo mental les insulte porque está enfermo o está en crisis, y luego no actúe como suelen actuar «los normales» en estos casos, o bien con la ruptura o bien con las disculpas y la enmienda. Que eleve el tono de voz, que monte en santas cóleras cada vez que no está de acuerdo con algo. Que asuma conductas hirientes, que chantajee o manipule a sus seres queridos con que se va a suicidar, que no les hable, que no coma, que se encame y permanezca en el lecho días y días. Que se niegue a tomar la medicación cuando sabe que está mal, en plena crisis. Que se niegue a ir al terapeuta porque eso le causa sufrimiento.

La mejor respuesta en estos casos es siempre el cariño y escuchar y dar todo el apoyo posible. Y si no se puede o no se acepta que el otro es un enfermo, si se le considera una mala persona, un canalla, lo mejor, por mucho que duela a todos, es alejarse del enfermo. Los enfermos lo preferimos, preferimos quedarnos solos, sufrir, arriesgarnos a una vida con un gravísimo deterioro, incluso a la muerte por suicidio que soportar que se nos trate como a canallas. Quienes no dan ese paso lo hacen porque escogen lo que consideran el mal menor, es decir, es mejor aguantarles que morir o estar solo el resto de sus vidas.

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INTENTO DE PROTOCOLO O DE PACTO ENTRE AMBAS PARTES

-Un enfermo mental sabe que no va a poder evitar ciertos comportamientos patológicos durante sus crisis. Debe asumirlo y poner todo lo que esté a su alcance para que los «daños colaterales» sean mínimos, es decir, para que sus seres queridos sufran lo menos posible. Debería hablar con sus familiares y establecer un protocolo de emergencia que le ayude a superar la crisis de la mejor manera posible y a que sus familiares sepan lo que deben hacer para ayudarle. Cualquier intento por cortar de raíz estos comportamientos en plena crisis son inútiles, los milagros ocurren, pero muy pocas veces y aun con la mejor voluntad un enfermo no puede evitarlos. Sufre una crisis, pide perdón por su conducta, intenta enmendarse, repara los daños en lo posible… y en la próxima crisis se comporta igual. Si un enfermo físico no sufriera las consecuencias de su enfermedad, dolores, vómitos, lo que corresponda, entonces no estaría enfermo. Si un enfermo mental no tuviera estos comportamientos patológicos durante las crisis no sería un enfermo mental, sería otra cosa. El enfermo debe aceptarlo como los enfermos físicos aceptan el malestar y los dolores cuando sufren una enfermedad.

-Un familiar debe saber que el enfermo mental no les odia, no quiere hacerles daño, no busca manipularles para hacerles la «puñeta», para vengarse, para salirse con la suya. Si así lo cree es que no ha aceptado que es un enfermo y lo está considerando como una mala persona, un canalla. Si actúa así ha cruzado la línea roja y debe atenerse a las consecuencias. A que el enfermo se marche de casa, intente el suicidio, esté cavilando sobre las formas más terribles de vengarse, etc. Una vez que se acepta la patología de la enfermedad, debe tener claro que la mejor forma de evitarla es prevenirla. Debe comunicarse con el enfermo, hacerle saber que nota síntomas de que algo no va bien o se está acercando una crisis. Debe hacerlo siempre con cariño y respeto o no será escuchado. Debe «sugerir» ciertas conductas que considera adecuadas a la situación. Ir al terapeuta, hablar de ello con los familiares, tomar la medicación si es preciso, decir lo que le está pasando y cómo se sentiría mejor.

-Un protocolo o pacto está hecho para ser cumplido, por lo tanto no debería pactarse nada que no se está dispuesto a cumplir, solo para que el otro se quede más contento. Renunciar a las líneas rojas solo para que el otro no nos mire mal es un grave error que no funciona. Las líneas rojas deben plantearse con sinceridad absoluta y se pueden negociarse, se negocian, y si no puede hacerse y hay determinadas líneas rojas que son incompatibles hay que empezar a aceptar que tal vez la convivencia no sea posible. Si un enfermo decide que su línea roja es que no va a tomar medicación, porque así lo ha decidido libremente, asumiendo las consecuencias, debe asumir que también sea la línea roja del familiar y que éste no se muestre dispuesto a permitir que sufra las crisis sin medicación. Aquí el enfermo debe ceder o tomar la decisión que corresponda. En mi caso un día decidí que jamás volvería a tomar medicación, pasara lo que pasara, asumiendo todas las consecuencias. He sufrido las crisis «a pelo» y he tenido que sufrir las consecuencias, el divorcio, la soledad, tal vez la muerte por suicidio en un futuro. Pero ha sido mi decisión, libre, razonable, he elegido lo que para mí es un mal menor y si tengo que sufrir las consecuencias más graves, lo haré sin quejarme.

-Un protocolo no debe permitir que un enfermo tome decisiones que pongan en peligro la salud física o psíquica de sus familiares. Ahora está en el candelero el problema de los enfermos mentales que se niegan a tomar medicación y se comportan de forma agresiva. No hace mucho pudimos ver en la televisión el caso de un enfermo mental que aterroriza a un barrio porque porta armas y dada su envergadura física podría ocasionar graves daños físicos, incluso la muerte. El enfermo mental debe aceptar que esta es una línea roja para todos, para sus familiares, para la sociedad e incluso para él. Debe asumir que los demás tomen medidas cuando él se niegue a tomar medicación con estas consecuencias. La familia y el Estado deben tomar las medidas pertinentes, de acuerdo, pero un enfermo sigue siendo una persona con todos los derechos, mientras no esté incapacitado, e incluso entonces seguirá teniendo los derechos que le otorgue la ley y los derechos fundamentales de la persona, eso por supuesto.

Un protocolo debe ser flexible para permitir la adaptación a circunstancias cambiantes. No todas las crisis son iguales, no todos los enfermos son clones unos de otros. Puede que consumir alcohol, incluso una cerveza, en una situación como un cumpleaños, no sea aceptable, suponga cruzar la línea roja, porque el enfermo siempre que lo hace se pone agresivo o se comporta de forma violenta. Esto es solo un ejemplo habrá enfermos a los que el alcohol, incluso en circunstancias tan marcadas como un cumpleaños, les tenga que ser prohibido por el protocolo y habrá otros a los que negarles una cerveza el día de su cumpleaños sea una imposición dictatorial del familiar.

Un protocolo debería ser consensuado entre enfermo y familiares y si es posible también con el terapeuta, incluso en una sesión de terapia. A un enfermo mental no se le deberían imponer cláusulas o condiciones leoninas porque es la parte débil. Las condiciones deben ser justas para todos o no funcionarán.

Hablaremos más del protocolo en otros capítulos, hablando y matizando sobre otros errores de conducta.

 





ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL I

21 10 2015

ERRORES DE CONDUCTA RESPECTO AL ENFERMO MENTAL I

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Mi larga experiencia como enfermo mental, así como los comentarios que se han hecho en el blog y el trato directo con enfermos mentales y sus familiares, me ha obligado a plantearme la necesidad de que nos conozcamos mejor, para superar ese abismo que nos separa. No se puede amar lo que no se conoce, ese es mi lema. Tanto en enfermos como en familiares he observado siempre los mismos reproches, las mismas dificultades para relacionarse, en unos respecto a los otros y los otros respecto a los unos. Hay errores de conducta tan graves y tan repetidos que si ambas partes no están dispuestas a replantearse sus posiciones e intentar llegar hasta el otro casi es mejor que lo dejen. Esto suena duro, muy duro, pero es lo que creo y lo que he tenido que llevar a cabo yo mismo. No se lo aconsejo a nadie más porque sé muy bien la dificultad que tenemos los enfermos mentales para vivir solos y sin relacionarnos, pero mi posición es clara, si no me aceptan como enfermo mental es mejor que no me acepten de ninguna otra forma, porque eso implicaría necesariamente que me consideran una mala persona y si es así cuanto más lejos de una mala persona mejor para todos.

Y es aquí donde aparece el primer obstáculo insalvable para ambas partes. Antes de proceder a la descripción y análisis de los errores de conducta más frecuentes por ambas partes, me gustaría sentar unas mínimas bases de entendimiento. En cuanto a los familiares de los enfermos siempre me dicen lo mismo: no puedo aceptar que me mienta, me manipule, me chantajee emocionalmente, utilice sus farsas de control, añadiría yo, para convertir mi vida en un infierno. Mi respuesta es siempre la misma. Cierto. Si le consientes todo a un niño lo malcrías y se te acabará meando en los zapatos. Los familiares no deben aceptar las mentiras, manipulaciones y chantajes del enfermo, es cierto, pero deben distinguir muy bien entre lo que es un chantaje de una persona que ha tenido una crisis grave en su enfermedad y una persona que aunque esté bien hace recordar al otro esas crisis para chantajearle. Parece complicado pero creo que no lo es en absoluto. Me gusta poner un ejemplo bastante claro. Si tienes un familiar enfermo de cáncer en el hospital le tratarás como a un enfermo grave y tal vez le consientas cosas que no consentirías a nadie más. Si una vez curado dejas que te chantajee recordando lo mal que estuvo, ese es tu problema, ahora no tratas con un enfermo sino con quien quiere conseguir algo de ti recordando lo “malito” que estuvo en el pasado.

No es lo mismo tratar con un enfermo mental que ahora está bien o bastante bien que tratar con un enfermo mental que está sufriendo una crisis grave y no controla. Si al primero no le deberías permitir ciertas conductas, en cambio si no asumes que lo que le ocurre al segundo es consecuencia de una crisis en su enfermedad, no te va a quedar otro remedio que plantearte muy seriamente si quieres convivir y relacionarte con un enfermo mental, si estás preparado para ello, si aceptas las consecuencias o tal vez deberías dejar que se ocuparan otros, profesionales o no. Por mi parte si alguien no acepta mi enfermedad en las crisis prefiero estar lejos de él, no me importa estar solo, vivir solo, morir solo, es preferible a la convivencia con alguien que no acepta que eres un enfermo y por lo tanto debe concluir que eres una mala persona, un canalla. No me meto en las vidas de los demás, cada cual debe tomar sus propias decisiones.

Este primer obstáculo con frecuencia es el más insalvable. No solo por parte del familiar, también del enfermo. Un enfermo no puede aceptar que todo el mundo pueda sufrir una enfermedad , excepto él, debido a que su enfermedad es invisible. Somos el único colectivo de enfermos que no solo debemos sufrir una enfermedad muy dolorosa y angustiosa, sino que nos vemos obligados a “convencer” a los demás de que estamos enfermos y no somos unas malas personas que se aprovechan de la compasión ajena. A un enfermo de cáncer no se le obliga a demostrar que está enfermo, ni a un diabético, ni a cualquier otra persona que sufra una enfermedad física. Se acepta el diagnóstico del profesional y se intenta ayudar en lo posible. En cambio con el enfermo mental se pone en entredicho cualquier diagnóstico profesional que no interese, se obliga al enfermo a un esfuerzo titánico para convencer al familiar de que no es una mala persona sino un enfermo mental. Esto es de todo punto inaceptable, el enfermo no lo va a aceptar nunca y este primer obstáculo será insalvable. Incluso llegamos a la terrible situación de que muchos enfermos mentales no aceptan ellos mismos estar enfermos porque eso les margina, les pone la maraca de Caín en la frente, les convierte en unos monstruitos. Es cierto que la aceptación de la enfermedad no es una dificultad propia del enfermo mental, muchos enfermos “físicos” tampoco quieren aceptarla, pero en el caso del enfermo mental no es el miedo a la muerte lo que les impide su aceptación, es el miedo a la vida, a una vida marcada, marginal, sin esperanza. Si el propio enfermo mental no acepta su enfermedad mal va a conseguir que la acepten sus familiares. Aquí, tanto el enfermo como el familiar, tienen que hacer un esfuerzo o nunca llegarán a superar este primer obstáculo.

No existe otro camino para llegar al enfermo mental que el cariño, como bien dicen las leyes de Bautista que formulo en las Historias de Bautista, en este mismo blog. Esto no significa, como hemos visto, antes que haya que pasar por las mentiras y manipulaciones del enfermo, esto no es cariño, como sucede en la educación del niño, esto es malcriarlo, consentirle todo, algo que tiene muy poco que ver con el cariño y mucho con la debilidad de carácter. Y este camino tiene dos direcciones, del familiar hacia el enfermo, pero también del enfermo hacia el familiar. Como les digo a mis alumnos, no podemos pedir cariño si no somos capaces de darlo. La farsa de control de la “bula papal” no es de recibo. Los enfermos tenemos tendencia a pensar que como hemos sufrido mucho, más que nadie, tenemos derecho a la compasión, per se, sin más, y a hacer lo que nos venga en gana porque poseemos una especie de bula papal. Nada más incierto y esto supone un obstáculo considerable en las relaciones de familiar y enfermo.

Es cierto que el enfermo sufre mucho, es cierto que el familiar sufre mucho. Ninguno de los dos debería intentar convencer al otro de que sufre más que él y por lo tanto tiene más derecho que el otro a recibir cariño y todas las consideraciones del mundo. Si el familiar se empeña en convencer al enfermo de que sufre más que él estaremos ante otro obstáculo insalvable. Confieso que a mí nadie ha logrado convencerme de que ha sufrido más por mi enfermedad que yo. Una docena de terribles intentos de suicidio, estancias prolongadas en psiquiátricos, terapias de choque tan duras como el electroshock, sufrir conductas inhumanas como estar atado con cadenas a una cama de hierro en un sótano infecto. Lo siento, pero es imposible que alguien me convenza de que ha sufrido más que yo si no ha pasado por algo tan grave como por lo que yo he pasado. No se trata de convencer a nadie de nada, no se trata de pesar en una supuesta balanza electrónica espiritual el sufrimiento de unos y de otros y si uno ha sufrido un átomo más que el otro, éste debe darse por vencido y entregarse con armas y bagajes. No me pueden convencer sin más de que un familiar sufre más que yo por mi enfermedad, eso me suena a algo tan mezquino como que un familiar intentara convencer a un enfermo de cáncer de que él está sufriendo mucho más porque le quiere mucho. Al margen de lo que unos se quieran a otros, intentar convencer al enfermo de cáncer de que no debe preocuparse porque el familiar sufre más que él, resulta de una mezquindad intragable. Esto mismo sucede con el enfermo mental. Por lo tanto ambas partes deben abandonar esa estúpida competición de ver quién sufre más que el otro, deben dejarla de lado, olvidarse de ello e intentar encontrar una forma humana y cariñosa de relacionarse. Ni el enfermo tiene que estar siempre quejándose de lo mucho que sufre ni el familiar debe intentar convencerle de lo mucho que sufre él por su enfermedad y supuestamente por su culpa. Esta es la mejor manera de que ambos nunca logren entenderse y de que nunca lleguen a convivir y a relacionarse de forma cariñosa.

Una vez sentadas unas bases mínimas de entendimiento podemos iniciar un análisis objetivo y comprensivo, respetuoso y cariñoso de los errores de conducta de ambas partes.

GRAVES ERRORES DE CONDUCTA RESPETO AL ENFERMO MENTAL Y DEL ENFERMO MENTAL RESPECTO A FAMILIARES Y SERES QUERIDOS

-Por ser enfermo mental no puedes estar esperando que los demás se acerquen a ti, que sientan compasión por tu sufrimiento, que te permitan conductas que no permiten a nadie, que te otorguen bula papal para hacer lo que quieres cuando quieres. El enfermo mental es responsable de sus actos y por lo tanto debe asumir las consecuencias. Si quiere hablar con alguien no debe esperar a que ese alguien le llame o se acerque a él, da el primer paso. Sé muy bien lo duro que es, lo humillante, yo lo he vivido en mi propia piel. Llamar a alguien y esperar que ese alguien te acepte y quiera hablar contigo, que asuma que eres un enfermo y no un monstruo del que es mejor alejarse. Mi experiencia me dice que estadísticamente hay muchas más posibilidades de ser rechazado y humillado que de ser aceptado. Eso es cierto, pero no podemos juzgar a uno por lo que han hecho los demás, lo mismo que no podemos creer que todos los “normales” son corruptos, por poner un ejemplo, porque entre los normales haya algunos corruptos, muy pocos. Tampoco los “normales” nos pueden juzgar a todos los enfermos mentales por el mismo rasero, porque hayan tenido una mala experiencia con un enfermo mental agresivo o que es mala persona. Porque como ya hemos visto en otros textos, los enfermos mentales somos personas “normales” que además sufrimos una enfermedad y como ya dije entre los normales hay excelentes personas, buenas personas, regulares, malas y muy malas. El que una persona sufra una enfermedad mental no le hace mejor ni peor, simplemente pone con más facilidad al descubierto su carácter. Debemos confiar y arriesgarnos, llamar aunque nos cuelguen, aunque nos humillen, nadie está libre de vivir una mala experiencia, ni enfermos ni no enfermos.

SI NO DAS TÚ EL PRIMER PASO NO ESPERES QUE EL OTRO LO DE POR TI

-Olvídate de tu sufrimiento, no puedes ir por la vida como un mendigo, pidiendo una limosna de cariño, de compasión. Puede que tú no tengas la culpa de tu enfermedad, pero el otro tampoco, salvo casos excepcionales, como deuda kármica o maltrato familiar, por ejemplo. Los enfermos mentales no somos mendigos de cariño y quien así se vea está cometiendo un gravísimo error de conducta y sufrirá las consecuencias. Será despreciado y si alguna vez recibe limosna seguramente será con la condición de no tener que volver a verle. No mendiguemos. Por el simple hecho de ser personas, seres humanos, tenemos derecho al cariño y tenemos obligación de dar cariño, en nuestro interior está la chispa divina de que habla Milarepa, merece todo el respeto y el amor que merece la divinidad.

SI MENDIGAS ERES UN MENDIGO Y SABES MUY BIEN LO QUE LES OCURRE A LOS MENDIGOS

-Si desprecias a un enfermo mental, el enfermo te despreciará a ti, si lo insultas, te insultará, si lo marginas lo convertirás en un delincuente espiritual. Si crees que nunca te pasará a ti lo que le está pasando a él, es que no sabes cómo es la vida, lo fácil que se da la vuelta a la tortilla. No eres superior, no eres más grande que los demás, no eres incombustible. Cuando te suceda a ti lo entenderás. No esperes que eso ocurra, será demasiado tarde, comprende ahora, empatiza ahora, sé solidario ahora.

CON LA MISMA MEDIDA QUE MIDIEREIS SERÉIS MEDIDOS