TÉCNICAS DE PSICOMAGIA VI

3 06 2022

TÉCNICAS DE PSICOMAGIA VI

LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA/CONTINUACIÓN

VINCULACIÓN DE INDIVIDUALIDADES

Tal vez haya llegado el momento de hablar de la jerarquía de consciencias. Podemos dejar de lado todo aquello que no consideramos consciente, aunque como iremos viendo toda existencia implica un grado de consciencia. No hay nada absolutamente inerte en el mundo material. Incluso los minerales, la base de la pirámide de la consciencia, si son vistos en el mundo subatómico apreciaremos cómo las partículas subatómicas están vinculadas formando núcleos que a su vez se vinculan con otros núcleos formando nuevos minerales o nuevas formas de existencia. Resulta en extremo curioso cómo funciona un átomo, por ejemplo. Según la conocida ley del Kybalion, como es arriba es abajo y como es abajo es arriba, nos encontramos con que en el mundo macrocósmico, en el universo, los planetas orbitan alrededor de las estrellas siguiendo unas determinadas leyes físicas. Con las galaxias sucede algo parecido, las estrellas se vinculan entre sí formando una galaxia que se diferencia de otra porque cada una posee sus propias estrellas que a su vez tienen sus propios planetas, todos girando, orbitando, constreñidos por determinadas leyes físicas que forman parte de la gran ley de la vinculación. El amor que mueve el sol y las estrellas, parafraseando lo que dijo Dante. La vinculación no es otra cosa que la ley básica y suprema del amor que se expresa de infinitas formas diferentes según el grado y jerarquía de consciencia. Es fácil imaginarnos lo que sería el universo sin estas leyes, que cada consciencia o individualidad funcionara de forma egoísta, al margen de estas leyes. Los planetas se disgregarían de sus estrellas, sus órbitas se romperían y acabarían chocando y destruyéndose entre sí. Con las estrellas de una galaxia ocurriría lo mismo y exactamente igual con las galaxias. Si todo funciona en el universo es porque existen unas leyes básicas que ponen orden, que impiden la disgregación absoluta. Estas leyes, como hemos visto, se basan en la vinculación. Todo está vinculado de acuerdo a determinados protocolos que permiten la convivencia, llamémosla así, entre planetas, estrellas, meteoros, galaxias, etc. Los planetas siguen órbitas girando alrededor de sus estrellas, lo que impide que los planetas choquen entre sí y se destruyan. Cuando hay meteoritos libres, éstos acaban teniendo sus propias órbitas alrededor de las estrellas que los han atrapado o vinculado, y si aún no ha ocurrido esto, podemos dar por sentado que acabarán chocando contra un planeta y destruyéndose o destruyendo el planeta. Es una buena metáfora de la convivencia entre individualidades, como iremos viendo.

El núcleo de nuestra consciencia, siguiendo con la metáfora del mundo atómico y subatómico, tiene girando a su alrededor electrones sometidos a unas férreas leyes y siguiendo órbitas constantes e inalterables. A su vez también tiene protones, neutrones, neutrinos y un sin número de partículas que la ciencia va descubriendo poco a poco. Nuestro cuerpo físico funciona de manera parecida. Poseemos millones y millones de células diferentes que realizan diferentes funciones, que mueren y nacen, se desarrollan, pero todas están vinculadas entre sí por la atracción del núcleo de nuestra consciencia. Si no fuera así bien pudiera suceder que las células se desentendieran de las leyes y funciones predeterminadas y acabaran depredando a las demás –el cáncer- o incluso podemos imaginarnos que, desaparecida la vinculación, se fueran desprendiendo del cuerpo y cayendo al suelo. ¿Nunca nos hemos preguntado por qué nuestros cuerpos físicos son algo tan compacto que ocupa un lugar en el espacio y funciona con una armonía milagrosa? Un saco de células acabaría disgregándose en cuanto se rompiera el saco y terminarían viviendo existencias aisladas sin ningún contacto entre sí, dentro de un espacio pequeño y determinado, salvo que con el tiempo acabaran vinculándose. Esto y no otra cosa sería nuestro cuerpo físico, un saco exterior que contiene millones de células que acaban vinculándose de acuerdo a un código genético y formando un organismo superior en el que cada célula tiene su función y sigue las leyes del centro rector de ese organismo, el cerebro.

Los cuerpos físicos, regidos para sus consciencias, se relacionan entre sí de acuerdo a normas que permiten la coexistencia y la supervivencia. O bien se saltan estas normas y acaban en el mundo de la depredación. Un cuerpo físico, sometido a una consciencia depredadora, buscará acabar, depredar a otros cuerpos físicos, porque él se considera único, mejor, con derecho a depredar a todo bicho viviendo que se le acerque. Piensa que lo mismo que depreda animales, plantas, para su propia subsistencia, puede hacer lo mismo con otros cuerpos físicos. Incluso se llega a considerar con derecho de depredar a las consciencias que habitan otros cuerpos físicos. Así surgen las guerras, los crímenes, la esclavitud, el sometimiento. Cuando las consciencias individuales se desvinculan del Todo pierden la capacidad de empatía que les permite ver la vinculación que hay entre ellas y entre todos los organismos o células del universo. Porque en el fondo todo lo que existe en el universo está vinculado por la ley básica del amor que les obliga a vincularse entre sí. Cuando desaparece esta consciencia en los individuos se llegan a creer su propio universo que se traga al resto de galaxias. Seréis como dioses, les dice el demonio a nuestros primeros padres cuando les invita a probar el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Es decir, para vosotros no existirá otro universo que el vuestro y por lo tanto todo lo que aparezca en el círculo de vuestra consciencia será un enemigo a derrotar, a depredar y destruir o a ser asimilado como la comida para formar parte de vuestro universo, de vuestra consciencia. Cuando ingerimos alimentos, éstos pasan a formar parte de nuestro cuerpo físico a través de un proceso de asimilación que vincula todo lo vinculable y excreta todo aquello que no encaja y sirve a nuestro organismo.

La vinculación es el amor y la guerra con todo lo exterior a nosotros es el odio. La ciencia del bien y del mal no es otra cosa que la sabiduría que adquirimos cuando somos conscientes de esto. Si nos vinculamos formamos parte de un organismo superior, de un universo que está vinculado entre sí a través de la ley suprema del amor. Si nos desvinculamos entramos en la oscuridad del mal, en un universo en perpetua depredación y caos. Lo mismo que cuando los átomos se rompen producen explosiones y destrucción que van aumentando conforme los átomos son más y más, hasta llegar a lo que llamamos una explosión atómica, la desvinculación o ruptura entre las individualidades genera una especie de explosiva destrucción que es más y más intensa, caótica y destructiva cuantos más individuos participan en ella. La diferencia sería como una riña entre dos individuos o una lucha entre millones de individuos, la guerra. No hay alternativa, o nos vinculamos y aceptamos formar parte de un universo vinculado entre sí, o nos desvinculamos y convertimos el universo en una selva donde cada individuo es un depredador al que solo le sirve destruir a los demás, comérselos, como comemos los alimentos con los que nos alimentamos. Y ahora vamos a ver, paso a paso, un proceso de vinculación. Me serviré de la vinculación que se produjo entre mi gato Zapi y yo para mostrar todo el proceso de vinculación, con sus alegrías y dolores y su sufrimiento indescriptible cuando todo se rompe, como en una explosión atómica.

Regresemos al comienzo de esta meditación sobre la expansión de la consciencia. Estoy en la cama. He estado con los ojos cerrados, examinando la vinculación que tienen todas las células de mi cuerpo. He dejado al margen la vinculación que mantiene mi consciencia en otro plano superior, el de la mente y el espíritu y que veremos en su momento. He abierto los ojos y encendido la luz –perfecta metáfora de la expansión de la consciencia- y eso me ha permitido observar todo lo que me rodea. He reflexionado sobre el vínculo que tengo con todo lo que hay en mi habitación. Mis ropas, vinculadas conmigo, por eso digo “mis”, porque la posesión es otra forma de vinculación, la más baja de las vinculaciones, pero no por ello deja de ser una vinculación. La posesión es la forma de vincularnos con todo aquello que consideramos inerte, sin consciencia, aunque ya hemos visto muy por encima que es un error, porque todo tiene consciencia, unas son más bajas, menos intensas, menos elevadas que la nuestra, pero consciencias al fin y al cabo. He visto los muebles y todos los objetos que hay y examinado cómo me he ido vinculando con ellos. Ahora vamos a examinar lo que sucede cuando algo con una consciencia más elevada que los objetos, aunque menor que la nuestra, entra en el radio de nuestra consciencia.

Vemos que entra otro ser humano, que puede ser nuestra pareja, familiares, amigos, es decir consciencias semejantes a las nuestras. Hago entrar a un ser humano para compararlo con mi gato Zapi. La vinculación con otro ser humano es mucho más completa y la dejaremos para otro momento. Bien, supongamos que entra mi gato, con el que ya estoy vinculado, se sube a la cama, maúlla para anunciarse, le acaricio y se tumba a mi lado, lamiendo mi mano. Esto me da pie para reflexionar sobre todo el proceso de vinculación. No se puede amar lo que no se conoce, una de mis máximas vitales, que consideraba original hasta que releyendo Los endemoniados, la novela de Dostoievski la he encontrado en el diálogo de uno de sus personajes. Nada hay nuevo bajo el sol, dijo el sabio Salomón. En efecto, ya la había leído en mi primera lectura de la obra, pero no lo recordaba. Debió de producirme una fuerte impresión porque quedó en mi subconsciente, donde fermentó y fue rumiada a oscuras durante años, hasta que me la apropié como si fuera mía. Pues bien, no se puede producir vinculación con algo que no conocemos, y solo llegamos a conocer algo cuando entra en el círculo de nuestra consciencia. La luz, reducida, de nuestra consciencia individual solo llega hasta donde la intensidad de la misma lo permite. Como el haz de luz de una linterna que tiene un alcance determinado. En la vida se van acercando al círculo de nuestra consciencia cosas o individuos con consciencias más o menos elevadas. O bien somos nosotros los que nos acercamos a ellos y los iluminamos con nuestra linterna. Una vez iluminado y conocido el objeto o individuo solo existen dos alternativas básicas. O deseamos vincularnos e iniciamos el proceso, o bien lo expulsamos del círculo de nuestra consciencia. Yo decidí vincularme con Zapi, es decir, adoptarlo, aunque podía haber hecho lo contrario, fueron las circunstancias las que propiciaron una decisión en lugar de la otra. Yo acababa de jubilarme y quería una mascota para que me hiciera compañía. Unas determinadas circunstancias hicieron que Zapi y yo nos conociéramos.

Y ahí se inició el proceso de vinculación. No se puede amar lo que no se conoce. Tuve que empezar a conocerle. Nunca había tenido un gato, desconocía casi todo de los gatos. Tuve que empezar desde cero. El primer paso fue una decisión. Tuve que decidir si era para mí un objeto, un juguetito mecánico que solo necesitaba comida y un poco de atención o un ser consciente, una personita que tenía mis mismos derechos de consciencia. Es decir, todo ser consciencia es libre. La libertad nace de la consciencia, una piedra no es libre porque su nivel de consciencia es tan bajo que no reacciona a la presencia de otras consciencias. Una piedra no se aparta de nuestro camino, ni se pone tercamente en él para evitarnos el paso. Solo con mirarle a los ojitos ya supe que para mí siempre sería una consciencia, una personita a la que trataría con respeto a su libertad y a la que trataría de acércame, de vincularme, siguiendo los pasos de la vinculación. El primer paso es siempre el respeto a su libertad. Algo que tuve que aprender cometiendo errores, dolorosos para él, pero también para mí. Cuando lo puse en un transportín y lo subí al coche para llevarlo a mi nueva casa, comprendí lo que sufre un ser libre al que se maniata y obliga a hacer algo que no quiere hacer. Durante todo el camino, horas no dejó de maullar, tan lastimeramente que a mí se me partí el corazón, hasta el punto de plantearme si no había cometido un serio error al intentar convertirlo en mi mascota. Mis palabras cariñosas no sirvieron de nada. Entonces también fui consciente de que aunque nuestros lenguajes eran distintos, él hablaba el lenguaje gatuno y yo el humano, dos consciencias siempre pueden comunicarse, el lenguaje no es el único medio de comunicación entre consciencias, está el sentimiento, la emoción, la gesticulación, la mirada… Yo era consciente de que le estaba haciendo daño y de que tendría que arreglar eso. El sufrimiento es un serio aldabonazo cuando se ha iniciado un proceso de vinculación. Algo se está haciendo mal cuando el otro sufre y tú también sufres. Lo mismo ocurre con la vinculación entre individuos humanos. Cuando haces sufrir al otro, o el otro te hace sufrir a ti, o los dos os hacéis sufrir mutuamente, está claro que el proceso de vinculación va por muy mal camino. Pero dejemos por hoy este análisis del proceso de vinculación y las consecuencias de la expansión de la consciencia. Seguiremos en el próximo capítulo.





TÉCNICAS DE PSICOMAGIA V

8 02 2021

         

TÉCNICAS DE PSICOMAGIA V

LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA/CONTINUACIÓN

LA INDIVIDUALIDAD Y LA CONSCIENCIA

Partimos de la consciencia individual que es lo único que conocemos, todo lo demás está fuera de nosotros, del círculo de nuestra consciencia, o al menos es lo que sentimos. Nos parece estar en el interior de un núcleo diminuto que es lo que llamaríamos “yo”. Como mucho nos hemos expandido y vinculado con nuestro cuerpo físico. Pero aún así notamos que aunque nos hemos vinculado estrechamente con él, solo es una carcasa. Lo percibimos cuando, por ejemplo, se nos duerme una pierna o una mano, por la incómoda posición mantenida, y hasta lograr despertar ese miembro es como si no lo tuviéramos, decimos que no llega la sangre hasta él, pero tampoco la consciencia, lo vemos pero no lo sentimos, ni siquiera tocándolo, es como si hubiera desaparecido. También nos ocurre cuando nos miramos al espejo. No nos identificamos con esos ojos que nos miran, con ese rostro que intenta sonreírnos. Es como si fuera de otro. No solo porque nos gustaría tener otro rostro, más guapo, más armónico, más joven, más de todo, sino sobre todo porque no se parece en nada al yo que sentimos por dentro, nuestra consciencia. Si nuestro cuerpo físico tiene ya una edad, la consciencia o el yo interno se distancian de él, no se sienten tan viejos, tan cansados, es como si tuvieran que cargar con una mochila muy pesada que además no es nuestra, puede que sea de otro, no nos identificamos con lo que nos vemos obligados a portar.

Ese diminuto núcleo de consciencia parece expandirse hasta llegar, en ciertos momentos de euforia o de distorsión de la consciencia por sustancias psicotrópicas o por un estado de misticismo, hasta hacernos creer que somos el centro del universo, lo único que realmente existe, todo lo demás es la decoración de un teatro donde interpretamos un papel. Digamos que el núcleo de nuestra consciencia mira por las ventanas de nuestros ojos y ve todo un mundo que podemos mantener lejano o con el que nos podemos vincular hasta sentirnos parte de él. Podemos tocar con nuestra piel algo y sentirnos muy próximo a él y el resto de nuestros sentidos colaboran a la vinculación con ese algo que a pesar de todos los pesares continuamos percibiendo como algo externo a nosotros. Nos han enseñado a creer en una realidad externa a nosotros, pero si analizamos cómo llega esa realidad a nosotros, lo mismo podría no existir, podría ser artificial. Nos podrían colocar un casco virtual y creer que lo que percibimos es real, sobre todo si la intensidad de las percepciones a través del casco son muy intensas. La única diferencia entre un mundo real y uno virtual sería la intensidad de las percepciones, pero si fueran idénticas nos costaría distinguirlas. Solo la continuidad de esas percepciones y su intensidad nos hace creer que estamos en un mundo real. Sabemos que hemos estado en un mundo virtual porque recordamos que nos han puesto el casco y al quitárnoslo hemos retomado el entorno que tan bien conocemos. Pero eso también nos sucede, de alguna manera, con nuestros sueños. Nos dormimos y entramos en un mundo virtual del que apenas recordamos algo al despertar. A algunos nos cuesta mucho adaptarnos de nuevo al mundo real, necesitamos tiempo para desvincularnos del sueño, para activar los sentidos y la vinculación con ese mundo. Incluso podemos echar de menos el sueño, hemos estado allí muy felices y durante un tiempo, si recordamos con intensidad alguna secuencia de un sueño, lo hemos percibido como más real incluso que el mundo de la vigilia.

La intensidad de esa realidad es lo que nos hace creer en su solidez. El núcleo de nuestra consciencia sigue siendo para nosotros lo más real. Solo algunos medios o puentes hacen que el resto nos pueda llegar a parecer tan real o más que nuestra consciencia. Así, por ejemplo, la realidad y la vinculación con nuestro cuerpo físico, se debe a un puente inquebrantable del que no nos podemos librar. Se trata del puente del dolor. Por mucho que intentemos creer que nuestro cuerpo físico no nos pertenece, realizando un experimento de sugestión, basta con un intenso dolor en alguna parte de nuestro cuerpo para que aceptemos que forma parte de nuestra consciencia. También nos convence de ello la facilidad con que manejamos ese cuerpo. Nos basta pensar en mover una extremidad, un dedo, para que se muevan. El control es otro de los puentes que vinculan nuestra consciencia más profunda con la más exterior. Consideramos que todo aquello que podemos controlar de una forma estrecha, cercana, íntima, forma parte de nuestro yo. Es lo que sucede con nuestro cuerpo. Si otra consciencia pudiera manejarlo como lo hacemos nosotros dudaríamos seriamente de que nos pertenece. Si quisiéramos mover un brazo, por ejemplo, y nos lo impidiera otro que también lo controla nuestra consciencia se sentiría muy distorsionada. Aquí hay algo que falla, pensaríamos. Dejaremos para otro momento el experimento de intentar percibir qué pueden sentir dos siameses unidos por una parte de sus cuerpos o por algunos órganos.

De momento aceptaremos que nuestro cuerpo físico forma parte de nosotros, de nuestra consciencia. Tampoco forzaremos la creencia de algunos de que somos únicamente cuerpo y la consciencia no es otra cosa que la comunicación entre las células de nuestro cuerpo en una red neuronal muy estrecha. Vamos a retomar el experimento que hemos interrumpido sobre la expansión de la esfera de nuestra consciencia. Estamos tumbados boca arriba en nuestro lecho, con los ojos abiertos. Percibimos a través de la mirada las paredes que nos rodean y cuya solidez ya hemos experimentado al sernos imposible atravesarlas. Notamos la ropa sobre nuestro cuerpo. Sabemos que no forma parte de nuestra consciencia, aunque la sentimos muy cerca, en todo momento nuestra piel percibe su proximidad, pero sabemos muy bien que nos podemos desprender de ella en cualquier momento, lo que no podemos hacer con nuestro cuerpo, que indudablemente forma parte del núcleo de nuestra consciencia o de nuestro “yo”. Estamos percibiendo lo que es nuestra consciencia y lo que forma parte de la realidad externa que no puede ser sentida como sentimos nuestro cuerpo ni puede ser controlada como controlamos el cuerpo.

Ahora vamos a cerrar los ojos. Toda persona normal, al cerrarlos, lo único que percibirá será una oscuridad total, casi sólida. No vemos nada, no percibimos nada. Se supone que no hay nada en esa especie de dimensión, aceptémosla como tal. Sin embargo nada nos impide imaginar que sí hay algo. De hecho algunos sí vemos y percibimos algo. Pongamos por caso que estamos viendo una especie de ectoplasma, una energía grisácea, que está delante de nuestros ojos cerrados. Pongamos que cambia, se transforma, se mueve. A través de esa especie de cortina de niebla o de muro, como se menciona en la filosofía chamánica de Castaneda, imaginemos que podemos ver otras cosas, otros cuerpos físicos, otros objetos. De momento esa visión es pobre, paupérrima, pero como todo se puede mejorar. Aceptemos como hipótesis de trabajo que nuestra consciencia está percibiendo dos dimensiones, dos mundos, dos entornos, distintos, muy distintos, con diferentes leyes. Asumamos que ese sería el mundo de los sueños, en el que estamos o al que percibimos cuando cerramos los ojos y nos dormimos. Tenemos pues dos mundos o dimensiones donde expandir la consciencia. Podría haber más, muchos más, pero de momento vamos a centrarnos solo en estos dos y ver cómo se puede ir expandiendo la consciencia en dos dimensiones distintas.

Ahora abrimos los ojos y vamos a hacer un experimento individual de expansión de la esfera de la consciencia. Ya nos hemos topado con cosas que están fuera de nosotros y que no forman parte de la consciencia, los llamamos objetos y consideramos que no tienen consciencia propia, aunque podríamos estar equivocados. Los dejamos en paz, con su solidez inconsciente, y solo nos vamos a preocupar de no chocar con ellos, porque el dolor nos dirá que no forman parte de nuestra consciencia y por lo tanto no podemos manejarlos ni atravesarlos. Vamos a expandir la esfera de nuestra consciencia y vamos a vincularnos con algo que es intermedio, no es otra persona, otra consciencia como la nuestra, pero tampoco es un objeto inmóvil, sólido, con sus propias leyes. Vamos a vincularnos con un animal. En mi caso será un gato, puesto que es un proceso que ya he realizado y solo tengo que recordarlo.

No todos aman a los animales o tienen una mascota. No importa porque para eso está la empatía y todos, todos, unos más y otros menos, poseemos esta facultad que sin ella no sería posible las relaciones interpersonales y la convivencia. Estamos haciendo un experimento mental, no se trata de convencernos de que es real lo que no consideramos que lo sea ni intentamos cambiar lo que somos, es un experimento, que es como una especie de juego, una hipótesis de trabajo, una creación de nuestra imaginación. No nos obliga a nada, no buscamos nada, solo nos vamos a dejar llevar, mientras nos hacemos conscientes de cómo funcionan nuestras consciencias en nuestras vidas cotidianas y nos vamos a hacer algunas preguntas. Nada como la experiencia personal para ayudarnos a tomar nuestras propias decisiones.

En nuestra esfera de consciencia ha aparecido un animal, pongamos un gato en mi caso, cada cual puede elegir el suyo propio. Sabemos que no pertenece a nuestra consciencia por las razones que hemos dado antes, no sentimos dolor físico si él lo siente y no se mueve al compás de nuestros deseos y decisiones, como ocurre con nuestro cuerpo físico. Observamos que se mueve a su libre albedrío y que si se queja, maúlla, al pillarse el rabo con una puerta, nosotros no sentimos ese dolor aunque sí podemos ser empáticos y sufrir por lo que él sufre.

En nuestro viaje expandiendo la consciencia vamos siempre acompañados de nuestra mente y de sus dos formas fundamentales de adquirir conocimiento, el raciocinio y la intuición. No sabemos muy bien de qué está compuesta la consciencia, damos por supuesto que todo aquello que percibimos o sentimos como propio, como nuestro, como algo que nos toca y nos hace sufrir o nos alegra, forma parte de nuestra consciencia. También damos por supuesto que nuestro pensamiento es nuestro, forma parte de nuestra consciencia, aunque como iremos viendo puede que estemos dando por supuestas demasiadas cosas. Sabemos que el pensamiento forma parte de nuestra consciencia, cuando pensamos sabemos que ese pensamiento de alguna forma parte de nuestra consciencia, pensamos nosotros y pensamos de forma diferente a cómo piensan otros, y lo sabemos porque los otros al expresar de forma verbal sus pensamientos comprobamos que son diferentes a los nuestros. También nuestros sentimientos y emociones son propios, forman parte de nuestra esfera de consciencia, aunque sabemos que podemos compartirlos porque podemos sentir la tristeza o alegría de los otros como si fuera propia. A esa capacidad le damos el nombre de empatía, aunque no sabemos muy bien qué es ni cómo funciona. Ya lo iremos viendo al expandir la esfera de nuestra consciencia. Todo lo que nos sucede de alguna forma entra en nuestra esfera de consciencia, aunque lo vemos como algo exterior. La vida en general, la nuestra y la de los otros, es aprehendida por nuestra consciencia. Somos conscientes de estar vivos, de que los demás también lo están, de que todos formamos parte de un misterioso entramado espacio-temporal. Compartimos el mismo tiempo, aunque  con ligeras diferencias debidas a las leyes del espacio, así mientras nosotros dormimos porque es de noche, en otras partes del planeta se ajetrean porque es de día, pero esa diferencia temporal es mínima, apenas unas horas, nunca días, semanas o meses. El desfase temporal apenas nos influye. Compartimos espacio con algunas personas, pocas, y hay una distancia espacial más o menos grande con otras, lo que nos impide una comunicación, que formen parte de nuestra esfera de consciencia en un determinado momento. Aquí entra en juego otra facultad que también forma parte de nuestra esfera de consciencia, la memoria o recuerdo. El tiempo nos aleja de la intensidad de la consciencia, es como si los vínculos se hubieran atenuado.

Pero ya dejaremos para otro momento estas cuestiones. Ahora nos centraremos en el animal doméstico que hemos elegido, en mi caso el gato. Le observo. La observación es una parte de la expansión de la consciencia. Utilizamos nuestros sentidos para apropiarnos –podríamos decirlo así- de lo que está fuera de la esfera de nuestra consciencia. También podríamos verlo como algo que se acerca a nosotros hasta contactar con la parte externa de la esfera hasta encender las cámaras de seguridad, activadas por el movimiento. Da igual que nosotros vayamos a la montaña o que la montaña venga a Mahoma, porque el resultado es el mismo. Nuestra mente racional lo examina, almacena datos en el archivo correspondiente y acaba sacando una conclusión. No todo lo que se mueve posee consciencia. Las máquinas se mueven y no las consideramos conscientes. Dejemos para más adelante la Inteligencia artificial, un tema interesante que roza la difusa línea de lo que es consciencia y lo que no lo es. Situamos al gato en un escalón jerárquico, por debajo de nosotros, por supuesto, que nos vemos en lo alto de la pirámide, en el escalón supremo. Al fin y al cabo somos el centro del universo, lo máximo a lo que se puede aspirar. Una idea ridícula, generada por nuestra vanidad, por nuestra importancia personal, como veremos.

De momento es indiferente cómo nos veamos nosotros o cómo veamos al gato. Lo importante es que nuestra esfera de consciencia se ha expandido hasta percibir algo que no forma parte de ella. Podemos tomar varias decisiones. El gato no supone un peligro para nuestra supervivencia, pero tampoco nos interesa. Lo ahuyentamos y problema solucionado. Nos sentimos atraídos por él, tiene unos ojos muy tiernos que nos encandilan. Nos gustaría acercarnos y que él no huyera, nos gustaría acariciarle, que formara parte de nuestra vida, de nuestra esfera de consciencia. Pero pronto nos daremos cuenta de que todo aquello que posee consciencia, aunque sea una consciencia pequeñita, también decide. Da igual que sus decisiones las achaquemos al instinto o cualquier otra causa, lo cierto es que para acercarnos a él deberemos seguir un protocolo, un protocolo de vinculación, que diría Milarepa. Y aquí entramos en un terreno misterioso que nos dará muchos quebraderos de cabeza. Estamos siendo conscientes, tal vez por primera vez, de un requisito imprescindible en la expansión de la esfera de la consciencia. Lo queramos o no, toda expansión de consciencia conlleva una vinculación.

Y aquí estamos de lleno en un terreno pantanoso en el que con facilidad nos podemos ver atrapados. Toda expansión de consciencia necesariamente va unida a una vinculación. Y toda vinculación genera esencialmente sufrimiento. No podemos vincularnos sin sufrir. Eso es lo que nos gustaría, vincularnos con todo y sentirnos plenamente felices, pero eso no es posible. La existencia de la individualidad supone la territorialidad. Cada humano, cada gato, cada ser existente tiene su propio territorio que defenderá con uñas y dientes. Lo sabemos muy bien cuando nos relacionamos con los humanos, pero no está tan claro cuando la relación es con seres que consideramos están por debajo de nosotros. Hay diferentes formas de vinculación, desde las más groseras, como es la depredación, en la que atrapamos algo en la esfera de nuestra consciencia y sin más lo destruimos, lo asimilamos, nos lo comemos y entra a formar parte de nuestro cuerpo físico, la parte externa de nuestra consciencia para algunos y la totalidad de nuestra consciencia para otros, porque no hay más, no somos más. De esta forma nos alimentamos de plantas, de animales. El proceso digestivo hace que algo exterior acabe formando parte de nosotros, lo que no necesitamos, lo excretamos. Somos un saco de células vinculadas entre sí y que están vinculadas de alguna forma, conformando un individuo, una personalidad. Unos creemos que hay algo más, la consciencia, que no creemos sea el resultado de la acumulación de vinculaciones, sino algo muy diferente, tal vez perteneciente a otra u otras dimensiones. Otros piensan que en el microcosmos se ha conformado un extraño proceso, a veces parasitario, que nos lleva a convivir, a conformar una entidad que funciona como tal, al menos en lo esencial, y casi siempre –no siempre es así, como sabemos muy bien, cuando sufrimos la desarmonía de las células cancerosas, por ejemplo- lo que nos lleva a dos teorías muy distintas de la consciencia. Algo que de momento no es importante, porque nos limitamos a observar y experimentar.

En el siguiente capítulo analizaremos un poco las consecuencias del proceso de vinculación al expandir la esfera de nuestra consciencia, antes de centrarnos en el gato y su relación con nuestra consciencia.





TÉCNICAS DE PSICOMAGIA IV

27 07 2018

TÉCNICAS DE PSICOMAGIA IV

TECNICASPSICO

LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA/CONTINUACIÓN

¿QUÉ HACER CON LA CONSCIENCIA?

Todos hemos escuchado muchas veces aquello de que el cerebro está infrautilizado, que solo utilizamos el diez, el veinte, el treinta por ciento, etc. ¿Cómo utilizamos nuestra consciencia? Yo diría, aunque suene disparatado, que es algo parecido a quien, convencido de que es invidente, mantiene los ojos cerrados durante toda su vida y se limita a utilizar el resto de los sentidos como puede o le enseñan. No es difícil imaginar qué se está perdiendo la persona que actúa así. En el caso de la consciencia nos encontramos con algo aún más disparatado que la actitud de quien se cree invidente, porque así se lo han dicho, y a quien nunca se le ha ocurrido abrir los ojos, en un gesto valiente, enfrentándose al qué dirán, a lo que todo el mundo ha creído desde siempre y jamás nadie a puesto en entredicho. Porque, por muy disparatado que nos parezca, así es. Nos han convencido de que la consciencia es algo muy extraño, que ha surgido, nadie sabe cómo, tal vez debido a que los sentidos suministran tal cantidad de información al cerebro, información que este acumula, que se acaba produciendo un salto cuantitativo. Algo así como las generaciones de ordenadores. Cada generación aprende de la anterior y se hace más perfecta. Los ordenadores de generaciones sucesivas son más rápidos que los anteriores, son capaces de reproducir con mayor nitidez las imágenes, los programas son más sofisticados y prácticos… No sería de extrañar que en algún momento se produzca un salto increíble y ya tenemos la inteligencia artificial. Los robots son cada día más complejos, más perfectos, hacen mejor las cosas y podemos imaginar casi lo que queramos, solo es cuestión de tiempo.

Algo así nos han enseñado a pensar sobre nuestra consciencia. Nuestro cerebro ha ido creciendo, cada vez acumulamos más datos, cada vez los circuitos son mejores, más veloces, más prácticos. No es de extrañar que en algún momento de nuestra evolución se haya producido ese milagroso salto. Un primate descubre un día que tiene tal cantidad de información en su cerebro, que ésta se organiza y comunica tan bien, que en un momento determinado el primate toma consciencia de sí mismo. Algo parecido al robot que llega a ser consciente de su individualidad, de su voluntad, de su libertad, de su afectividad, hasta el punto de que solo se diferenciaría del humano en su cuerpo, metálico, y en que tiene chips en lugar de neuronas, entre otras diferencias. No hay necesidad de plantearse si un cuerpo físico de carne, una biología humana, es mejor, más práctica, un trabajo de la naturaleza mucho más perfecto que un cuerpo metálico, bioníco, robótico, no se trata del soporte, del hardware sino del software, o sea de la consciencia.

Nos han enseñado que expandir la consciencia, evolucionar, es algo que no está en nuestra mano. No tenemos la capacidad de aumentar el volumen del cerebro, de hacer que los circuitos neuronales funcionen mejor, evitando los bloqueos, controlando mejor los circuitos emocionales. Todo esto forma parte de la evolución, como mucho llegaremos a modificar nuestros genes para que todo funcione mucho mejor y sea mucho más duradero. La consciencia como tal, nos dicen, no existe, es el cerebro, los circuitos neuronales, los circuitos afectivos, los que evolucionan y nos hacen conscientes de nosotros mismos. La consciencia, pues, no sería otra cosa que un almacén de datos, de memoria, que pasado un límite determinado, explota creando lo que denominamos consciencia de nosotros mismos que al parecer no es otra cosa que la imperiosa necesidad del ordenador de organizarse mejor para que el bloqueo, el bucle, no lo haga inservible y haya que tirarlo a la basura. Así hemos pensado y así seguimos pensando. Somos ciegos que mantenemos los ojos cerrados porque abrirlos sería una tontería, los ojos no sirven para nada. En este ejercicio de psicomagia para expandir la consciencia iremos paso a paso, experimentando, convenciéndonos de que los ojos pueden ver y cada vez mejor y cuanto más los usemos más cosas veremos. No vamos a razonar ni a probar nada, vamos a experimentar con nuestra consciencia y cuando veamos ya no podremos decir que los ojos no pueden ver y cuando veamos más cosas ya no podremos decir que los ojos tienen un límite de visión, más allá del cual es imposible ver nada.

¿Para qué necesitamos semejante experimento?  Ya hemos visto que la expansión de la consciencia supone dolor, sufrimiento, que no es posible expandir la consciencia sin sufrir más de lo que sufrimos habitualmente. ¿Entonces? Hemos visto que puede que un mineral sufra muy poco o no sufra nada, pero no nos interesa ser minerales. Aunque muchas veces a lo largo de la vida deseamos la muerte o la desaparición de la consciencia, para suprimir el sufrimiento, lo cierto es que la consciencia es un don tan grande, un don divino, que si pudiéramos gestionar nuestro sufrimiento, nuestras emociones, nuestra consciencia no solo nunca elegiríamos anular la consciencia, morir, sino que desearíamos vivir para siempre, siendo cada vez más y más conscientes. No tenemos límites, los límites nos los ponemos nosotros, podríamos llegar a ser dioses si expandiéramos nuestra consciencia lo suficiente, podríamos llegar a ser Dios si nos diluimos en la Totalidad. Pero ya sabemos que no es posible ser Dios sin estar vinculados a todo y a todos, sin anular, de alguna forma nuestra personalidad, nuestra individualidad. Es una condición sine qua non, es un reto que debemos aceptar sí o sí o permanecer para siempre finitos, en una individualidad que nunca superará los límites, en un sufrimiento que nunca tendrá la compensación del éxtasis místico, del samadhi, del nirvana. Pretender otra cosa es como intentar tragarse toda el agua del océano para no tener que volver a beber nunca más.

Volvamos al inicio del experimento. Estamos tumbados en nuestro lecho, boca arriba, cómodos, relajados, con suficiente luz para ver bien nuestro entorno. Estamos con ropa cómoda pegada a nuestra piel que percibe la suavidad o dureza del colchón, de la ropa. De alguna manera, aunque pobre, nos hemos vinculado con la ropa, con la cama. Si hubiera una arruga en la sábana, la sentiríamos en nuestra piel, si estuviera sucia nuestro olfato sentiría malestar. Es por eso que muchas personas necesitan tanto la limpieza de las sábanas, que huelan bien, recién limpias, que todo esté en perfecto orden en el dormitorio, se han vinculado y todo lo que le suceda a la entidad mineral o cosas o tejidos o lo que sea, les sucede de alguna manera a ellos. Hay personas que llegan a obsesionarse con sus ropas, las ropas de su lecho, con lo que se ponen o se quitan, con lo que hay o no hay en su dormitorio. No pueden dormir si las sábanas no están limpias, recién planchadas, si no huelen bien, si todo en su dormitorio es perfecto y acorde con su sentido del orden y la armonía. Otros solo pueden ponerse determinadas ropas, siguiendo una estética, si cumplen determinadas condiciones de limpieza, si forman parte del universo de consciencia que se han creado. Así cuando se quitan las ropas tienen que dejarlas colocadas de tal manera y no de otra sobre el perchero o la silla o en el interior del armario. Tienen que quitarse las medallas, pulseras, pendientes, pulseritas de la suerte y colocarlo todo en su sitio, en su cajita. Los calcetines dentro del calzado, el pijama doblado en su sitio y no en otro. Irse a la cama es para ellos todo un ritual que debe cumplirse cada día y de forma perfecta o se sentirán muy molestos, no podrán irse a la cama, no podrán dormir. Para ellos ese es el universo que ha creado su consciencia, y como auténticos dioses de ese universo, no pueden soportar compartirlo con otras entidades o cosas que tienen su propia naturaleza e individualidad. No pueden aceptar ni asumir la ley de la entropía, según la cual todo tiende a deteriorar, a ensuciarse, a desorganizarse, conforme pasa el tiempo todo irá a peor y no a mejor. Parece una ley básica de la naturaleza, del cosmos. Es cierto que podría funcionar de otra manera, que todo fuera a mejor conforme pasara el tiempo, pero si se ha establecido esta ley será por algo y a poco que uno piense lo encontrará lógico.

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Estas personas suelen catalogar a las que no siguen sus rituales como personas sucias, caóticas, insensibles, con las que no se puede convivir. Lo cierto es que una persona sucia, desordenada, que huele mal, que no limpia, que no mantiene unas normas higiénicas, es una persona repugnante con la que no se puede convivir. Cierto, pero tampoco se puede convivir con personas que han transformado su círculo de consciencia en un ritual dogmático y obsesivo. Cada uno puede elegir cómo ha de ser su propio universo, algunos preferirán caer en la manía obsesivo-compulsiva de la limpieza, el orden, la higiene, el ritual, que caer en el deterioro repugnante de universos que son más pocilgas que otra cosa. Tanto uno como otro universo son infernales e imposibles de acoplar en la convivencia. Si una persona, debido a su manía obsesivo-compulsiva por atropar cosas, convierte su domicilio en un basurero, está sufriendo una severa patología psicológica que se puede llamar el síndrome de Diógenes. El deterioro de esa persona es terrible. Pero díganme si es mucho mejor convivir con una persona que debe tener sábanas limpias en su cama cada noche, recién planchadas, perfumadas, que deben de estar perfectamente colocadas, según una armonía determinada creada por su propia mente. Que deben ir al servicio cada noche y lavarse las manos una y mil veces, con determinado jabón, restregando con piedra pómez, observando la piel con lupa, por si algún bichito, algún virus, las ha contaminado. Estas patologías también tienen nombre, han sido estudiadas y catalogadas. Una de mis experiencias más dolorosas ha sido ver en un documental cómo un enfermo mental que sufría este tipo de patología llegando a lavarse una y otra vez, a restregar la piel hasta arrancársela. Nunca estaba satisfecho, siempre podía quedar algo ahí que le contaminara, siempre podía pillar algún tipo de enfermedad por falta de higiene. Luego hay que lavarse los dientes de una determinada manera, con una determinada marca de dentífrico. Hay que orinar y volverse a lavar las manos, hay que dejar todo colocado de forma perfecta, según la idea platónica que uno se ha construido sobre su universo. Luego en el dormitorio se tiene que cumplir un determinado ritual. Díganme ustedes cómo se puede tener una pareja que esté de acuerdo con ese ritual y se acople perfectamente, lo mismo que al revés, quién podría convivir con una persona que ha llenado la casa de cosas que ha pillado en la calle, que las ha acumulado una encima de otra, que huele mal, que no se ducha porque la ducha también está llena de cosas y más cosas.

Como hemos visto al principio, cuando no se cree en la consciencia uno piensa enseguida en un bucle, en un nudo en las neuronas. Pero si pensamos que somos consciencia la conclusión tiene que ser otra. Nos hemos vinculado con todo eso, hemos expandido la consciencia y todo lo que nos rodea es ya parte nuestra, como lo es nuestro cuerpo físico, en el que un picor es nuestro y no de otra consciencia con otro cuerpo físico. Cuando se intenta “curar” este tipo de patología, los terapeutas se encuentran en un callejón sin salida. No pueden deshacer bucles, desanudar neuronas, no pueden dar una determinada medicación que funcione, se limitan a dormir al paciente para que éste no sea capaz de seguir viviendo en su universo particular. La expansión de la consciencia y su vinculación con todo lo que lo rodea, objetos y personas, puede llegar a generar estos sufrimientos infernales. No queda otra que la desvinculación o el desapego de aquello que nos está haciendo daño, que nos hace sufrir, que no aporta nada positivo a nuestras vidas. Mientras el paciente, el enfermo, siga apegado a todo aquello que está generando esas patologías, bien sean cosas materiales o personas, no es posible deshacer el bucle infernal. No es el bucle el que genera la enfermedad, es la enfermedad la que genera el bucle y aquí sí que es muy importante saber qué fue antes, si la gallina o el huevo, porque si nos equivocamos podemos caer en el esperpento de ponernos al aire libre, bajo la lluvia, en plena tormenta y luego quejarnos de que estamos mojados y echar la culpa a la ropa que llevamos puesta.

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Al expandir nuestra consciencia necesariamente nos vinculamos con aquello que llega hasta ella, lo mismo que un cántaro se llena con lo que le estamos echando. Toda vinculación supone un apego, lo mismo que no podemos desvincularnos de nuestro cuerpo físico sin el proceso de la muerte. La mente es un gigantesco recipiente en el que vamos echando todo aquello que llega hasta ella, y allí permanece aunque no seamos conscientes de ello. Los estudiosos de la memoria nos dicen que hay que activar determinadas conexiones para activar ciertos recuerdos que permanecen almacenados. El problema de la mente es que no puede tener activado todo lo que ha llegado a ella a lo largo de toda una vida, lo mismo que un ordenador no puede tener activados todos los programas instalados si la memoria RAM es insuficiente, y la de nuestro cerebro lo es claramente. Es lo mismo que quien dispone de una completísima biblioteca pero no puede leer todos los libros a la vez, tiene que ir leyendo uno tras de otro.

Tal vez esto y no otra cosa sea el tiempo, como un gigantesco salchichón que tienes que ir partiendo en rodajitas porque no te lo puedes comer entero. No recuerdo dónde leí esta imagen, tal vez en la Historia del tiempo de Stephen Hawking, y me pareció excelente para intentar explicar qué significa el tiempo y por qué existe. La consciencia no puede ser consciente de todo lo que hay en ella por lo que va pasito a pasito, lo que no puedes hacer hoy, lo haces mañana, si no puedes pensar en todo hoy, dejas algo para mañana y mañana para pasado y así sucesivamente. Esto genera el tiempo y la sensación de que todo transcurre, cuando en realidad lo que está ocurriendo es simplemente que cada día estás leyendo un libro diferente de tu biblioteca particular. Es importante comprender que la consciencia no es solo lo que contiene el cántaro sino que hay un proceso al que llamamos tiempo que nos permite ir desvelando todo el contenido.

Recordemos que estamos en el lecho, volviendo a realizar el ejercicio de la expansión de la consciencia que practicaremos una y otra vez a lo largo del tiempo hasta hacernos conscientes de cómo funciona la consciencia, de cómo podemos expandirla y de sus consecuencias. Estamos en el plano físico, en el tiempo, en la materia, vamos a ver cómo se expande la consciencia en esa dimensión, pero no podemos ignorar que la consciencia se expande de diferente forma en otros planos. Digamos que la consciencia es esférica y se expande desde el centro en todas las direcciones y en todas con la misma intensidad. Esta es su naturaleza que no puede funcionar en el mundo físico, razón por la cual tenemos el tiempo que nos permite ir pasito a pasito, en una determinada dirección, dejando de lado otras direcciones salvo que podamos caminar también a la vez en otra dirección, pero nunca será a la misma velocidad y con la misma intensidad. Es lo que llamamos concentración, una técnica de nuestra mente que le permite centrarse en algo dejando de lado todo lo demás. Así pues, en estos ejercicios en el plano físico deberemos tener en cuenta esta circunstancia. La posibilidad de una expansión de la consciencia de forma esférica en todas direcciones solo es posible fuera de esta realidad, cuando se alcanza el shamadi o nirvana, pero esto lo veremos en su momento.

Ya vimos en otro capítulo cómo la consciencia contiene la consciencia de cada una de las células de nuestro cuerpo físico, aunque no seamos conscientes de ello a cada momento, y la prueba está en que cuando se produce la enfermedad y una parte del cuerpo siente dolor, la consciencia se centra en ella, dejando de lado todas las demás. Esto es importante, saber que el dolor implica una intensificación extrema de la consciencia. Es algo así como el castigo que se inflinge a un niño para que aprenda una determinada lección. En el recipiente de nuestra consciencia hay muchas cosas dormidas que necesitan ser despertadas porque están funcionando mal y necesitan ser reparadas, el dolor es una forma brutal y terrible de despertar pero a veces nuestro aletargamiento lo hace necesario. La intensidad del dolor depende de la gravedad del mal funcionamiento y la urgencia de la reparación. Todos tememos el dolor porque sabemos que cuando su intensidad es muy elevada toda nuestra consciencia se centrará en ese punto que requiere atención, tanto el dolor físico como el psíquico, el mental, el emocional, el moral. Cuando estamos enfermos y sometidos a un gran dolor nuestra consciencia no tiene tiempo ni ganas para centrarse en otras cosas. Y aquí entramos en un tema sensible, delicado y tal vez controvertido. Todos tenemos tendencia a huir del dolor haciendo que la mente viaje hacia otros lugares y situaciones, intentando que su fuga nos haga olvidar lo importante, el dolor que sentimos. A todos nos gustaría bloquear el dolor, llevando a la mente tan lejos que ni siquiera se acuerde de que tenemos cuerpo físico y que éste está sufriendo mucho en una parte que acaba siendo la totalidad, porque el dolor se expande y un dolor de muelas puede ser un dolor que afecte a todo el cuerpo. La medicina occidental trata de disminuir, bloquear o anular el dolor para que el paciente sufra lo menos posible, pero me pregunto cómo podemos ser conscientes de lo que está funcionando mal en nuestro cuerpo y dedicarnos a repararlo si anulamos el aviso. Durante algunas de las enfermedades físicas que he sufrido a lo largo de mi vida he intentado probar esta fórmula, en lugar de viajar con mi fantasía todo lo lejos posible para olvidarme del dolor, me he centrado en él, con toda intensidad, haciéndome plenamente consciente de la parte de mi cuerpo que me duele, he asumido el dolor como uno asume la existencia de los órganos más bajos del cuerpo, como asume que las tripas se llenan de excrementos que son expulsados por el ano. Por muy baja que sea esta función corporal si la bloqueáramos reventaríamos.

El intento de desvinculación de estos órganos o partes del cuerpo que se consideran sucios porque se dedican a echar fuera lo que sobra puede llegar a originar enfermedades psicosomáticas. Es como quien nunca visitara ciertas habitaciones de su hogar porque le producen repugnancia, con el tiempo irían acumulando todo tipo de suciedad, bichitos domésticos, malos olores, humedades, y se convertirían en auténticas cochiqueras. Un día, de pronto, salen cucarachas por debajo de la puerta y nos vemos obligados a abrirla y hacer una severa limpieza. Esto ocurre con el cuerpo físico y también con el cuerpo psíquico. Encerramos en nuestro subconsciente todo aquello que nos repugna, dejamos que se pudra allí y un día observamos, aterrados, como auténticos monstruos atraviesan la puerta cerrada y se presentan ante nuestros ojos. En el libro de Jodorowsky se presentan algunas de las técnicas de psicomagia que ayudan a limpiar estas habitaciones psíquicas que mantenemos cerradas toda la vida y que acaban por convertirse en auténticos cementerios de los que a veces salen olores putrefactos cuando no muertos vivientes y fantasmas que nos aterrorizan.

Hay quienes se sienten incapaces de pensar, de expandir su consciencia, hacia las partes más bajas de sus cuerpos físicos, y así hacen como si no existieran, como si nunca les doliera la tripa, como si no ventosearan, como si cuando van al servicio solo lo hicieran para leer unas páginas de un libro mientras permanecen sentados tranquilamente. Luego se quejarán de problemas gastrointestinales, de estreñimiento, de constantes molestias. Algo parecido ocurre con los trastornos de alimentación. No solo restringimos nuestra consciencia para que no se expanda hacia las partes más bajas de nuestra anatomía sino que incluso pretendemos anular nuestra condición de cuerpos físicos, animales, materiales. Preferiríamos ser entidades angélicas, energéticas, no sometidas a la triste condición de depender de funciones animales muy bajas para sobrevivir. Si además de ello tenemos que escuchar todos los días mensajes más o menos claros o subliminales que nos recuerdan que un cuerpo gordo, obeso, es algo miserable que todos desprecian y que lo ideal es un cuerpo delgado, casi volátil, como el de las modelos, si intentan convencernos de que solo quienes pesan la mitad de lo que miden conseguirán seducir, serán admirados, aplaudidos, serán competitivos en esta sociedad, nos encontraremos con los infernales trastornos de alimentación que están tan de moda en estos tiempos. No voy a extenderme mucho en este tema, me remito al libro de Espido Freire, Cuando comer es un infierno, que acabo de leer y que nos muestra en toda su crudeza lo que es un trastorno de alimentación. La bulimia, comemos como un placer para compensar tanto sufrimiento en nuestras vidas, pero no podemos engordar, por lo que hay que vomitar, hay que seguir dietas espantosas para compensar, hay que estar todo el día en la báscula, ocultando las supuestas miserias de nuestra condición animal, comer para sobrevivir. La anorexia, no comemos, ni siquiera respiramos por miedo a engordar, el ideal sería una figura esquelética que no es otra que la muerte misma. No podemos asumir que lo que comemos acabe formando parte de nuestro cuerpo físico, que deba formar parte del primer círculo de nuestra esfera de consciencia, el cuerpo físico.

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Podríamos centrarnos hoy en visitar todos aquellos lugares de nuestro cuerpo físico que rara vez visitamos y asumir cuál y cómo es el proceso de nuestra esfera de consciencia en expansión. Miramos ese plato de comida que tenemos delante, suculento, que desprende olores que hacen salivar nuestra boca, esos colores y texturas tan agradables a la vista. Estamos iniciando el proceso de vinculación a nuestra esfera de consciencia de cosas, entidades, objetos, que están fuera de nosotros, que no forman parte de lo que somos. Podemos tirar esos alimentos al retrete y nuestro cuerpo físico no sufriría, no es como vomitar lo que ya tenemos dentro, algo que se está vinculando con nuestra consciencia. Lo mismo que la vinculación supone una atracción hacia algo exterior, la desvinculación implica siempre el dolor de la ruptura y el desprendimiento. Es por eso que anhelamos la vinculación con algo que nos gusta y que quisiéramos hacer nuestro, y en el proceso hay siempre deliciosos momentos de placer, de felicidad, mientras que al desvincularnos de algo que ya forma parte de nosotros se genera el dolor, el sufrimiento.

Mientras el proceso de vinculación a la esfera de nuestra consciencia de cosas y entidades materiales supone un proceso largo y a veces hasta molesto, la vinculación psíquica es más rápida, menos consciente, más sólida. Mientras para vincular un alimento necesitamos el largo proceso de su obtención, preparación, masticación, deglución, digestión, excreción de todo aquello que no puede vincularse sin que nuestro cuerpo físico sufra enfermedad…en el proceso psíquico, como veremos en otro capítulo, nos vamos vinculando sin darnos cuenta hasta que de pronto notamos que ya no podemos vivir sin esa persona, por ejemplo, sin su presencia, sin relacionarnos con ella, entonces nos hacemos conscientes de que nos hemos vinculado profundamente casi sin darnos cuenta. La desvinculación es un proceso más consciente y doloroso. Hemos asimilado alimentos que han pasado a nuestra sangre, que han alimentado a las células de nuestro cuerpo, de los que ahora ya no nos podemos desprender sin sufrir gravemente, conforman nuestro cuerpo físico hasta que sean desvinculados y excretados en el momento oportuno. Hay partes de los alimentos que son excretadas a las pocas horas de que se produzca la digestión. Excretamos lo que sobre, con repugnancia, a veces con dolor, y nos olvidamos de ello. En el cuerpo psíquico no es tan fácil, de pronto nos vemos vinculados a una persona que apenas conocíamos y a la que ahora vamos conociendo mejor, vamos siendo conscientes de la enorme dificultad que supone la convivencia de dos esferas de consciencia en la que existen dos cuerpos físicos, dos mentes, dos psiquis, dos núcleos de consciencia que no casan, no armonizan. La ruptura, la desvinculación es terriblemente dolorosa porque una vez que hemos vinculado algo a nuestra esfera de consciencia, expulsarlo, podarlo, es como podar alguna parte de nuestro cuerpo físico, cuanto más importante, más imprescindible, más doloroso es el proceso de desvinculación.

¿Qué hacer con la consciencia? No queda otra que expandirla o estaremos limitados para siempre. Pero hay que saber que cuando la esfera de la consciencia se expande la atracción hacia lo que encuentra en su camino puede ser irresistible. Entonces se produce la vinculación y una vez que nos hemos vinculado, lo otro se convierte en lo nuestro. No podemos desprendernos de este cuerpo físico porque no nos gusta, ni comiendo compulsivamente y luego vomitando, ni dejando de comer para que el cuerpo actual se convierta en otro. El cuerpo que está vinculado a nuestra esfera de consciencia solo puede ser expulsado con su muerte. No es de extrañar que los trastornos de alimentación acaben siempre en una compulsión hacia la destrucción del cuerpo físico, hacia la muerte, porque si no queremos nuestro cuerpo físico, si lo odiamos, la única forma de desprendernos de él es matarlo. En la esfera de nuestra consciencia deben convivir armónicamente todo aquello que conforma esa esfera, desde el cuerpo físico, con todas sus células, hasta los objetos que hemos vinculado más o menos provisionalmente, ropa, artilugios que llevamos siempre encima, desde el espacio físico que habitamos de forma constante durante un periodo de tiempo, la casa, el hogar, el mobiliario, hasta las esferas conscientes a las que llamamos personas, individuos, seres humanos, seres inteligentes, seres emocionales, seres psíquicos, cuerpos de luz, cuerpos de energía…Cuando la consciencia de lo que hemos vinculado es muy débil podemos fácilmente hacernos a la idea de que no son independientes de nosotros, somos nosotros. Nosotros somos el cuerpo físico que poseemos, y un poco menos la ropa que llevamos, dónde habitamos, nuestras posesiones. Pero cuando lo que hemos vinculado es una esfera de consciencia igual o superior a la nuestra, el problema está servido, porque nunca aceptará anularse para formar parte de nosotros, de nuestra esfera de consciencia, y tampoco querremos excretarla, podarla, desprendernos de ella, desvincularnos. Es por eso que las desvinculaciones entre personas son tan terriblemente dolorosas, llevan tanto tiempo y nunca se completan del todo.

Pero ese es un tema que veremos más adelante. Permanezcamos tumbados boca arriba, expandiendo el centro de nuestra consciencia hacia las habitaciones cerradas, las partes de nuestro cuerpo físico que despreciamos, de las que preferimos no ser conscientes, entremos, seamos conscientes de lo que hay dentro y limpiemos si es necesario. Seamos conscientes de que cada célula de nuestro cuerpo físico está vinculada con nosotros y si sufre sufriremos nosotros. Aceptemos nuestro cuerpo físico con el que nos hemos vinculado, porque de otra forma estaremos intentando excretarlo de nuestra esfera de consciencia, lo que supone la muerte. Seamos conscientes de que como tratemos a cada partícula que permanece en el interior de nuestra esfera de consciencia, así seremos tratados por ella. Es algo totalmente estúpido pensar que podemos tratar a un grupo de células o de órganos a patadas y que ellos no nos harán sufrir porque en realidad no son nuestros, están ahí cuando nos interesa y dejan de estarlo cuando dejan de interesarnos. Antes de seguir expandiendo la consciencia y afrontando las hermosas y terribles aventuras que nos esperan, deberemos asumir que el cuerpo físico forma parte indisoluble de nuestra esfera de consciencia actual. Pero como veremos en otros capítulos hay formas de desvincularnos por un tiempo de algunas partes de nuestra consciencia y vincularnos con otros objetos o entidades que están fuera de nosotros. Y por último intentaremos una expansión total y definitiva de nuestra consciencia para ver con qué nos encontramos.

Permanezcamos tumbados, los ojos cerrados, conscientes de que conocer y ser plenamente conscientes de cada célula de nuestro cuerpo no es perder el tiempo, es vivir en nuestro hogar, sin habitaciones cerradas a las que nunca entramos y que están criando porquería y auténticos monstruos.

 

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TÉCNICAS DE PSICOMAGIA III

20 02 2018

 

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¿LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA/CONTINUACIÓN

¿SE PUEDE SER CONSCIENTE SIN SUFRIR?

En capítulos anteriores hemos visto cómo se puede expandir la consciencia. Ésta es una esfera que podemos agrandar, introduciendo en su interior todo lo que esté a nuestro alrededor, hasta el universo y más allá. Hemos visto cómo la consciencia que tenemos de nosotros mismos es muy limitada, ni siquiera llega con total intensidad a cada una de las células de nuestro cuerpo físico. En este capítulo intentaremos responder a una pregunta crucial: ¿Se puede ser consciente sin sufrir? Y es crucial porque a nadie en su sano juicio le interesa hacer nada que le haga sufrir aún más de lo que ya sufre, aspiramos a la felicidad, si puede ser absoluta y eterna mejor que limitada y fugaz. Por lo tanto hay que convencer a nuestro subconsciente, a nuestro yo interno de que merece la pena realizar el ejercicio de expandir la consciencia… o mejor dicho, es nuestro yo interno el que debe convencernos a nosotros, al yo externo, de que nos compensará más expandir la consciencia hasta el infinito y más allá que irla reduciendo hasta llegar a la materia más inconsciente, porque supuestamente cuanto más alejados estemos de la consciencia menos sufriremos, cuanta menos intensidad haya en la consciencia que tenemos de nosotros mismos y de todo, menos sufrimiento habrá. Aquí se trata de saber si queremos subir o bajar, si queremos llegar a la luz, si queremos llegar a Dios, o si nos conviene más la oscuridad, sacar a relucir la parte más demoniaca de nosotros mismos. ¿Queremos ser ángeles de luz o ángeles oscuros, demonios? ¿Vamos a elegir la magia blanca o la negra?

Es una pregunta crucial a la hora de iniciar el camino del conocimiento, a la hora de ponernos a practicar las técnicas de psicomagia, cualquier técnica mental. No es bueno ponerse a caminar sin saber a dónde queremos ir, sin saber el camino, fiándonos de quienes supuestamente lo han recorrido antes o de quienes dicen ser mensajeros de Dios para llevarnos a su seno. La lucidez nos hace libres y Dios nos hizo libres para elegir el camino con lucidez.

Vamos a retomar el ejercicio allí donde lo dejamos. Estamos en nuestro lecho, tumbados boca arriba, una lucecita que hemos dejado encendida permite a nuestros ojos ser conscientes de dónde estamos. Podemos hacerlo también sentados cómodamente en un lugar adecuado. Estamos relajados, no tenemos prisa, no nos hemos puesto un tiempo límite, vamos a seguir expandiendo la esfera de nuestra consciencia y cada objeto, animal, persona, ente, que incluyamos en nuestra esfera de consciencia debe ser vinculado de forma progresiva hasta llegar a una vinculación total. Ya vimos que eso no es fácil, ni siquiera somos capaces de ser conscientes de todas y cada una de las células que forman parte de nuestro cuerpo físico, de eso que llamamos nuestro yo, por eso vamos a ser humildes y no dar nada por sentado, por sabido.

Añadimos a la esfera de nuestra consciencia la ropa que llevamos, el pijama, el chándal, las ropas de la cama, la cama misma, el suelo de la habitación, las paredes. Somos conscientes de que todo lo que percibe nuestra vista forma parte de nuestra consciencia de alguna manera, lo mismo que aquello percibido por el resto de nuestros sentidos, pero hasta que no nos vinculemos aquello que hemos añadido a la esfera de nuestra consciencia solo formará parte de nosotros de forma fugaz y nunca con la misma intensidad con la que percibimos nuestro cuerpo físico, al que hemos vinculado y que ya forma parte indisoluble de nuestra consciencia. La vinculación es la herramienta clave para añadir otras existencias a nuestra esfera de consciencia. Hasta dónde se puede llegar nos lo demuestra la vinculación que hemos realizado con nuestro cuerpo físico al que ya consideramos parte indisoluble de nosotros, de nuestra consciencia, si él sufre, sufrimos nosotros, si él se regocija, nos regocijamos nosotros, si él se traslada, nos trasladamos nosotros. De esta y no de otra forma se produce el nacimiento. La consciencia invisible y no material se vincula a un cuerpo físico en sus inicios para de esta forma poder vivir en un mundo físico. Es un proceso lento que dura nueve meses, mientras estamos en el vientre de la madre, pero que se ha iniciado antes, cuando decidimos nacer o alguien lo decidió por nosotros, cuando se dieron los pasos necesarios y todos estuvieron de acuerdo. Y es un proceso que continuará a lo largo de toda nuestra vida física.

La vinculación ha sido tan perfecta que llega un momento en que nuestro cuerpo físico forma parte indisoluble de nuestra consciencia, hasta el punto de que llegamos a olvidar que antes de vincularse estaban separados y que nuestro cuerpo físico, que ahora somos nosotros, antes era algo ajeno a nosotros, no estaba en el interior de la esfera de nuestra consciencia. Todo este proceso se repetirá, no exactamente igual, cuando al expandir nuestra consciencia vayamos vinculando todo lo que estaba fuera de ella, próximo a ella. De la perfección de la vinculación dependerá la intensidad de la consciencia.

Nuestra ropa forma parte de nosotros, de nuestra esfera de consciencia, pero la vinculación que hemos realizado con ella ha sido poco intensa, estamos en los últimos escalones de la escalera, tal vez la escalera de Jakob. No obstante algunos llegan a vincularse de tal modo con sus ropas que sufren, realmente sufren, cuando pierden una prenda de ropa que les sentaba especialmente bien, que apreciaban, que llevaban con frecuencia, casi siempre. Algunos se identifican de tal forma con sus ropas que cuando tienen que cambiarlas por otras, sufren. Se podría decir que el fetichismo es una consecuencia patológica de este proceso de vinculación. Somos fetichistas cuando nos vinculamos de tal forma con nuestras prendas de vestir que no podemos pasar sin ellas o cuando, incapaces de vincularnos con personas, nos vinculamos con las ropas u objetos que llevan esas personas.

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Apreciamos las ropas de la cama, si las sábanas están limpias, suaves, acogedoras. Algunos necesitan constantemente de esta sensación para poder dormir, se han vinculado a las ropas de su cama, forman parte de su esfera de consciencia, aunque la vinculación no sea tan intensa como la que tienen con su cuerpo físico, y aunque pueda ser fugaz, se cambian de ropa cada cierto tiempo, aunque solo sea para lavarla. Nos hemos vinculado con la estructura y el material de la cama, de madera, metálica, de su forma, nos gusta más o menos, pero es “nuestra cama”. Y aquí llegamos al inicio del camino de la filosofía del lenguaje. Cuando utilizamos los pronombres posesivos, el lenguaje posesivo, estamos demostrando que estamos vinculados con algo o con alguien. Sin poder evitarlo hablamos de “nuestras ropas”, de “nuestra casa”, de “nuestro reloj o cartera”, incluso llegamos mucho más allá, hablamos de “nuestra esposa o marido”, de “nuestros hijos”, de “nuestros amigos”, de “nuestros perros o nuestros gatos”. El lenguaje posesivo es indicativo de la vinculación que hemos realizado con estos objetos o personas. Hablamos de nuestro cuerpo físico y nadie se molesta o a nadie le resulta sorprendente o irritante, no así cuando hablamos de personas o consciencias en lenguaje posesivo. Cuando nos encontramos con otras esferas de consciencia la vinculación nunca puede ser posesión, porque la otra esfera de consciencia se rebelará y luchará por conservar lo que considera “sus posesiones”.  Así hablar de “mi esposa” rechina, estamos en lenguaje machista. Nadie es de nadie, nadie posee a nadie. La única forma de vinculación que no rechina es la del amor y éste solo es verdadero si respeta la libertad del otro, su esfera de consciencia, sus “posesiones”. El resto de vinculaciones son patológicas y generan conductas patológicas. El marido machista que considera a su esposa su posesión acabará en el maltrato, la agresión física, incluso la destrucción de lo que él considera “su objeto, su posesión”. Quien mata al ladrón que está robando en su casa es porque ha caído en la vinculación patológica. Sus “posesiones” están dentro de su esfera de consciencia y por lo tanto son él mismo, y por lo tanto quien intenta robar uno de sus objetos es como si estuviera secuestrando o violando su cuerpo físico. Solo así se entienden conductas extremas en las que se da preferencia al animal o al objeto por encima de la persona.

Imaginemos que “nuestro” gato, “mi” gato, que estaba comiendo en su comedero en otro lugar de la casa, entra por la puerta, salta a la cama y se acerca a mí. Es un gesto de indudable vinculación. Hace algún tiempo mi gato no me permitía tomarlo en brazos, aunque fuera para acariciarle. No confiaba en mí, no había decidido vincularse. Aunque nos cueste aceptarlo, un animal también tiene su propia esfera de consciencia, todos los animales, todas las plantas, toda la materia tiene su propia esfera de consciencia, aunque sea pequeña, aunque sea mínima en algunos casos. Los animales sufren si son maltratados, se quejan, se defienden. Las plantas oponen resistencia cuando van a ser cortadas o podadas. Un trozo de piedra opone resistencia a ser separada del resto de la piedra de la que forma parte, algunas veces se resiste tanto que hay que emplear la maza y dar fuertes golpes. Aquí hemos llegado a un punto de inflexión, comenzamos a ser conscientes de que toda resistencia implica un grado de consciencia. Toda esfera de consciencia tiende a conservar como propio, como su posesión, todo aquello a lo que se ha vinculado, cuanto más estrecha es la vinculación, más dura la resistencia. La resistencia que oponemos a que alguien secuestre, viole o utilice, o esclavice nuestro cuerpo físico es feroz. Eso nos indica el altísimo grado de vinculación que tenemos con nuestro cuerpo físico. El hecho de que no opongamos la misma resistencia a ser desposeídos de algunas partes de nuestros cuerpos físicos que de otras nos indica el grado de vinculación, hasta qué punto forman parte de nuestra esfera de consciencia. Así podemos cortarnos las uñas o dejar que lo haga otro sin oponer la menor resistencia, en cambio si el cortaúñas, las tijeras, cortan la piel o la carne, nuestra reacción refleja es inmediata, tiramos las tijeras o el cortaúñas, nos llamamos idiotas si lo estamos haciendo nosotros o no podemos evitar llamar idiota al que nos está cortando las uñas. El grado de vinculación de la carne es superior al de la uña, eso está claro. Sí ya sabemos que los cientifistas nos dicen que eso se debe a las terminaciones nerviosas, la carne la tiene y la uña no, pero habría que preguntarse por qué razón en el diseño de nuestro cuerpo físico, por qué razón, al ser diseñado genéticamente, un cuerpo físico posee más o menos terminaciones nerviosas en unas partes que en otras. Es práctico, evidente, que las uñas no tengan terminaciones nerviosas o sufriríamos mucho cada vez que tuviéramos que cortárnoslas. Digamos que en la esfera de nuestra consciencia ésta no llega con la misma intensidad a todas partes. No nos vinculamos de igual forma y con la misma intensidad con unas células que con otras, con una parte de nuestra anatomía que con otra. De esta forma podemos perder pelo, uñas, o cualquier otro adminículo de nuestra anatomía sin sufrir los terribles, espantosos dolores que sufrimos si se nos despoja, si se nos poda, de un dedo, un pie, una pierna, etc, hasta llegar a órganos o partes de nuestra anatomía que generan la muerte inmediata. La muerte no es otra cosa que la huida de nuestro núcleo de consciencia, de la esfera de consciencia primigenia, llamémosla alma, espíritu, energía, o como queramos, de aquello con lo que se ha vinculado. El dolor puede ser tan espantoso que la esfera de consciencia decida desvincularse de golpe de aquello que está siendo agredido, cortado o podado. Podemos despojarnos de nuestras ropas tan solo con una ligera molestia si nos gustaban, si nos habíamos vinculado con ellas, y en cambio nos resulta indiferente que una prenda que nos molestaba, nos caía mal, no nos gustaba, de pronto se rompa o nos la roben, mejor, decimos.

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Recapitulemos las leyes que hemos visto hasta ahora:

– Toda esfera de consciencia tiende a conservar como propio, como su posesión, todo aquello a lo que se ha vinculado, cuanto más estrecha es la vinculación, más dura la resistencia

– Digamos que en la esfera de nuestra consciencia ésta no llega con la misma intensidad a todas partes. No nos vinculamos de igual forma y con la misma intensidad con unas células que con otras, con una parte de nuestra anatomía que con otra.

– La vinculación es la herramienta clave para añadir otras existencias a nuestra esfera de consciencia. Hasta dónde se puede llegar nos lo demuestra la vinculación que hemos realizado con nuestro cuerpo físico al que ya consideramos parte indisoluble de nosotros, de nuestra consciencia, si él sufre, sufrimos nosotros, si él se regocija, nos regocijamos nosotros, si él se traslada, nos trasladamos nosotros.

Prosigamos con el ejemplo del gato. Su esfera de consciencia le hace libre, independiente, opone resistencia a todo aquello que pueda dañar lo que pertenece a la misma, a ser utilizado, esclavizado. La única forma de entrar en su esfera de consciencia es a través de la vinculación. A mi gato le demostré durante largo tiempo que yo era de fiar, que atendía a su alimentación, le ofrecía un techo acogedor y cálido, no le pedía lo que no quería darme, no me vengaba de él si no hacía lo que yo quería. Con el tiempo surgió la confianza y con la confianza el proceso de vinculación, muy parecido a la vinculación afectiva entre personas, porque de alguna manera el gato es una personita, tiene su propia esfera de consciencia.

No sucede igual con otras formas de existencia. A una lechuga no le pido permiso para arrancarla de la tierra, lavarla, echarle sal, aceite y vinagre y comerla, masticarla, ingerirla, dejar que los jugos gástricos la deshagan, utilizando para mi cuerpo físico lo que necesito y excretando el resto. No se produce la vinculación de la misma manera, es una vinculación violenta, no hay un proceso de acercamiento, de confianza, de pedir permiso. No le he pedido permiso a la lechuga para comerla, lo he hecho a la fuerza. Este es un concepto que no es igual en todas las culturas y en todas las filosofías del conocimiento. En los libros de Castaneda, por ejemplo, don Juan le dice a Castaneda que hay que pedir permiso a todo para ser utilizado, incluso las plantas, se les pide permiso y luego se agradece su “sacrificio”, su inmolación, para que nosotros sigamos viviendo. Más con los animales. En muchas filosofías chamánicas de algunas tribus indias o en culturas animistas, esto es algo que tienen interiorizado, perfectamente natural. Se pide permiso al gran Manitú para cazar o para recolectar. Los pueblos primitivos también pedían permiso a los “dioses” y hacían sacrificios para que la caza o la cosecha les fuera favorable. Era una filosofía de la esfera de la consciencia, que se ha perdido desde el momento en que hemos asumido, sin reflexionar, el papel de dueños de todo. Todo nos pertenece y por lo tanto podemos disponer de todo sin pedir permiso y con absoluta violencia, si fuera necesario. Pero aquí entra en juego la primera ley que hemos visto, por la resistencia que se opone nos damos cuenta del grado de vinculación que tienen todos los seres con su esfera de consciencia y cuando nos apropiamos sin pedir permiso, sin vincularnos, la resistencia puede ser feroz. Podemos verlo con nuestro comportamiento con el planeta Tierra, le arrebatamos todo sin pedir permiso, lo utilizamos para nuestro exclusivo provecho, utilizamos la violencia sin la menor reflexión. Nos parece mal, falto de ética, una conducta malvada, canallesca, el arrebatar a otras esferas de consciencia, personas, humanas, sus “posesiones” más íntimas, con las que se han vinculado más estrechamente, sus cuerpos, sus posesiones, y sin embargo a la esfera de consciencia de la Tierra le arrebatamos todo con violencia y sin pedir permiso. Y ahí está la resistencia. El cambio climático, inundaciones, terremotos, sequía y todo tipo de cataclismos. Si intentamos violar el cuerpo físico de otra esfera de consciencia-persona ésta se opondrá, hasta el punto de acabar con nuestra vinculación más preciada, nuestro cuerpo físico, matándonos. Y sin embargo nos parece natural arrebatar posesiones de la esfera de consciencia-Tierra sin antes vincularnos. La respuesta está ahí y seguirá oponiendo resistencia, cada vez con más violencia.

Y aquí nos detenemos para evaluar otra nueva ley. En un libro de Annie Besant, Las leyes de la vida superior, se habla de esta ley. Todo en el universo, todo lo existente, está obligado, en algún momento al sacrificio para que otros puedan seguir existiendo. Cuando se hace voluntariamente y por entidades muy evolucionadas se denomina “redención”. El maestro Jesús nos redimió sacrificando su cuerpo físico en la cruz. Una madre puede sacrificar su vida para salvar a su hijo. Una lechuga se sacrifica para que yo me alimente. Los sacrificios son imprescindibles en la existencia del universo, todo depende de cómo se hagan, de forma consciente, lúcida, espiritual, o por la fuerza, oponiendo una resistencia feroz. Los sacrificios espirituales dotan de energía espiritual a otras consciencias, el arrebato por la violencia de las posesiones de otras esferas de consciencia crean energías demoniacas que engullen todo a su paso, como un agujero negro, generando odio, resentimiento, venganza, violencia. Estamos en la magia blanca o la magia negra. La magia blanca se basa en la ley del sacrificio y la magia negra se basa en arrebatar por la violencia todo aquello que se desea o se cree necesitar. Los magos blancos no dudan en sacrificar todo lo que son o lo que tienen por los demás, los magos negros solo piden sacrificios de sangre a sus servidores, para que ellos arrebaten por la fuerza aquello que ellos desean. Esta es una nueva y poderosa ley relacionada con la esfera de la consciencia.

-El sacrificio es necesario, imprescindible, para la existencia del universo y de las esferas de consciencia en el mundo físico. Hay que pedir permiso y dar las gracias por estos sacrificios, fueren de quienes fueren, minerales, plantas, animales. Uno debe aceptar que lo mismo que otros, otras existencias, se anulan, se sacrifican por nosotros, nosotros también debemos estar dispuestos a hacer lo mismo cuando llegue el momento. Toda vinculación es de alguna forma un sacrificio, puesto que al vincularnos con otra esfera de consciencia vamos a sentir su dolor, su sufrimiento, vamos a vivir de alguna manera, aunque sea vinculada, también su vida.

Y nos hemos quedado sin terminar la historia del gato y aún nos queda mucho para llegar a contestar a la pregunta con la que empezábamos este capítulo. Lo dejaremos para el siguiente. Mientras tanto sientan sus ropas, las ropas de la cama, la misma cama, el suelo, las paredes, dejen entrar a su gato o a su perro, a su mascota, y déjense llevar por esta nueva consciencia, vayan expandiendo su esfera de consciencia y noten los efectos.

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TÉCNICAS DE PSICOMAGIA II

3 11 2017

TÉCNICAS DE PSICOMAGIA II

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LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA/SEGUNDA PARTE

En el ejercicio anterior hemos visto lo limitado de nuestra consciencia. Nos creemos dioses, la única consciencia que existe en el universo, el centro del mismo, todo ha sido creado para nosotros, somos los amos y señores… y sin embargo somos incapaces hasta de expandir nuestra consciencia por todo nuestro cuerpo físico, un cuerpo tan limitado que hasta da risa, medimos muy poco de altura, nuestra anchura se mide en centímetros, comparados con otras entidades que pueblan nuestra realidad somos tan poquita cosa que solo nuestra vanidad, nuestra soberbia sin límites nos permite ver a las hormiguitas como entidades tan alejadas de nosotros, de nuestra jerarquía en el universo, que las despreciamos hasta el punto de considerarnos a años luz de ellas. En realidad despreciamos todo lo que no seamos nosotros mismos, despreciamos el mundo mineral porque creemos que no tiene la menor consciencia y solo nos sirve para atarnos a una realidad física, que por su solidez es un ancla perfecta para nuestra mente, tan sutil, tan frágil, tan inquieta que no podría sobrevivir en otro mundo cuya solidez no nos permitiera sentirnos atados a algo, a un tiempo y a un espacio.

Hasta para movernos por nuestro cuerpo físico, tan limitadísimo, nuestra fabulosa consciencia, nuestra consciencia de “dioses” tiene serias dificultades. Casi todo en nosotros funciona de forma automática, refleja, en segundo plano, y solo cuando el dolor se hace presente nuestras células, nuestros órganos, las partes de nuestro cuerpo físico se hacen presentes a nuestra consciencia con intensidad. Despreciamos el dolor como un sin sentido, como un castigo, divino o aleatorio, que solo sirve para hacernos conscientes de nuestros límites y nuestra fragilidad. Sin embargo, bien mirado, es el dolor y sólo él, el que nos permite hacernos conscientes de partes de nuestro cuerpo físico que solo están presentes a nuestra consciencia cuando se quejan, a gritos destemplados, del apocalipsis que están viviendo. Incluso nos cuesta tomar plena consciencia de procesos fundamentales para nuestra vida, como la respiración, de la que solo somos conscientes cuando algo nos impide respirar con normalidad, una bronquitis, un ataque de asma, o cuando concentramos el centro de nuestra consciencia en el proceso respiratorio, cuando practicamos ejercicios de respiración, pranayama. De la misma manera permanecemos alejados de procesos tan fundamentales para la vida como la alimentación. Ni siquiera hemos pensado por unos segundos en el fantástico proceso que supone la alimentación. Algo exterior a nosotros, con lo que supuestamente no tenemos nada que ver, acaba formando parte de nosotros mismos, de nuestro cuerpo físico, de nuestra consciencia. Un alimento, un objeto externo, tan sólido como deseamos para aceptarlo como real, con el que no tenemos nada que ver, ningún vínculo, se convierte, tras un meticuloso proceso en parte de nosotros, carne de nuestra carne. Es un procedimiento asombroso del que ni siquiera somos mínimamente conscientes. Se produce una vinculación casi milagrosa, ese alimento es triturado por nuestros dientes, ensalivado, tragado y enviado por una tubería a nuestro laboratorio químico, el estómago, allí los jugos gástricos, parte de nosotros, como lo demuestra que su mal funcionamiento puede ocasionarnos terribles dolores que nos dicen bien a las claras que, lo queramos o no, ha sido vinculado por nuestra consciencia y asumido como parte de nosotros mismos. El proceso digestivo continúa hasta que nuestro cuerpo físico decide asumir parte de ese objeto externo con el que nada tenemos que ver como algo propio, alimentando nuestras células, formando, casi un milagro, parte de nuestro cuerpo físico. El resto es expulsado y devuelto a la realidad externa, una maloliente realidad externa que enseguida alejamos de nuestra consciencia.

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El proceso digestivo es una fantástica metáfora de la expansión de nuestra consciencia, de nuestra vinculación con la realidad externa, que consideramos separada de nosotros por un abismo. De forma parecida funciona nuestra consciencia cuando se expande, como vamos a ver en la segunda parte de este ejercicio, hasta el infinito y más allá. Cuando volvamos a contraernos, en un proceso inverso al que estamos siguiendo, algo muy parecido a lo que se supone podría ser la expansión y contracción del universo, nos haremos mucho más conscientes, en este viaje de regreso, de cómo funciona nuestra consciencia y de lo limitado de la misma, algo tan humilde, que solo la chispa de consciencia divina que habita en nosotros nos permitirá convertirnos realmente en dioses, en seres muy evolucionados, algo que ahora mismo, desde la humilde y torpe realidad de nuestra consciencia, nos tiene que parecer necesariamente como una utopía inalcanzable.

Podemos practicar la primera parte de este ejercicio de forma habitual, haciéndonos conscientes de nuestro cuerpo físico, hasta del último rincón, de cada célula, de cada órgano, aprovechando los que consideramos los peores momentos de nuestras vidas, la enfermedad, el dolor más intenso, como un trampolín que nos permitirá expandir nuestra consciencia. Una vez que seamos plenamente conscientes de todo lo que supone nuestro cuerpo físico para nuestra consciencia, de cómo se produce la vinculación diaria con elementos externos que pasan a formar parte de nuestra consciencia, estaremos preparados para iniciar el macro-proceso de la expansión de la consciencia por toda la realidad física, por todo el universo, hasta el infinito y más allá. Eso es lo que vamos a iniciar a continuación, un viaje que nos llevará mucho tiempo cronológico en la dimensión física, pero que para la consciencia, entidad espiritual, no supone ningún viaje en el tiempo, pudiendo moverse y recorrer distancias infinitas sin ser casi conscientes del paso del tiempo, como nos sucede cuando hacemos una buena meditación.

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EXPANDIENDO NUESTRA CONSCIENCIA HACIA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ

Podemos comenzar el proceso de forma muy humilde. Estamos tumbados en la cama, estamos sentados en una silla. Nuestro cuerpo físico ha desaparecido y ahora somos una esfera de consciencia, con un núcleo en el centro que es igual de intenso que en todos sus radios y en todos sus puntos, por muy externos que nos parezcan. Al desaparecer el cuerpo físico evitamos el gran obstáculo que supone para nuestra mente pensar que podamos “comernos” nuestro lecho o nuestra silla. No podemos masticar estos objetos, formar una papilla ensalivada y mandarla por nuestro tracto digestivo hasta el estómago, el laboratorio químico, donde sufrirá un proceso de vinculación y excreción. No podemos ni imaginarnos que podamos hacer algo así con objetos tan sólidos como una cama o una silla, pero sí podemos iniciar un procedimiento parecido que nuestra mente pueda aceptar sin reparos. Pongámonos a ello.

Estamos tocando la cama, la silla, nuestro tacto, uno de los sentidos más vinculantes, ha entrado en contacto con la realidad sólida de estos objetos. Si aún fuéramos cuerpos físicos nos sentiríamos incapaces de vincularlos a nuestra consciencia, de convertirlos en parte de nuestros cuerpos físicos, pero ahora somos una esfera, una esfera de consciencia, una esfera energética. Pues bien, vamos a ser conscientes del proceso paso a paso. El tacto nos ha puesto en contacto con esos objetos, somos conscientes de estar vinculados con ellos de alguna manera, de otra forma ni percibiríamos su presencia, su realidad. Su solidez impenetrable nos hace ver que hay un abismo entre estos objetos y nosotros, un abismo que no podemos superar desde la realidad, desde la dimensión física, un abismo que nuestro cuerpo no puede saltar, lo mismo que no se salta a la torera las leyes físicas, no podemos quebrar la ley de la gravedad, no podemos superar la ley de la impenetrabilidad de los cuerpos, no podemos atravesar un muro con nuestro cuerpo físico, ni recorrer un espacio físico determinado a la velocidad de nuestra mente, aunque este espacio pueda ser invisible, como el aire, todos sabemos que incluso para un avión que recorre un cielo, aparentemente vacío para nuestros sentidos, el recorrido conlleva un lapso importante de tiempo y un gran derroche de energía-combustible.

Pero no necesitamos intentar quebrantar esas leyes físicas, para expandir nuestra consciencia, porque ahora somos una esfera energética y no un cuerpo físico. Esa esfera puede expandirse de tal forma que la aparente solidez del objeto no suponga ningún abismo infranqueable. Formamos parte de un océano infinito de partículas subatómicas, subpartículas, y así podemos seguir dividiendo la realidad física hasta el infinito. Todos sabemos que los átomos intercambian electrones y así se vinculan, se fusionan, formando moléculas que a su vez se vinculan y forman proteínas, por ejemplo, u otras clases de sustancias que son los ladrillos de nuestro cuerpo físico, de nuestra realidad. Toda realidad física se forma por la unión, la vinculación, de sustancias más pequeñas. Nosotros vamos a hacer lo mismo, uniendo, vinculando los puntos de nuestra esfera de consciencia con los puntos, las partículas de esos objetos sólidos. No necesitamos penetrarlos, los asimilamos, los vinculamos y lo hacemos en un proceso lento, ahora, que estamos empezando el ejercicio, pero que luego será mucho más rápido, automático, cuando este mecanismo se convierta en un acto reflejo, como respirar o comer. Estamos vinculando a la cama o a la silla a nuestra consciencia, ya forma parte de nuestra esfera, por lo tanto se puede decir, con toda verdad, que hemos expandido nuestra consciencia, que ya no es solo un cuerpo físico, con sus límites concretos, sino que se podría decir en la realidad física que ahora además de cuerpo físico somos también cama o silla, por lo que si fuera posible realizar esto en la dimensión física, nuestra consciencia sería más amplia, se habría expandido unos centímetros, unos metros más.

Si al ser conscientes de nuestro cuerpo físico podríamos percibir, teóricamente, cualquier cosa que ocurriera en él, al incorporar la cama o la silla a nuestra consciencia podemos ser conscientes de todo lo que sucede en esos objetos. Así podríamos ver un desgarrón en las sábanas, un hueco en el interior del colchón, un insecto que se ha colado por un agujero de la madera de que está formada nuestra cama, o podríamos sentir cómo una pata de la silla está siendo horadada desde dentro por la larva de una polilla. Estos datos no los podríamos percibir con nuestros sentidos físicos, nuestra mente lógica no podría procesarlos y hacerlos conscientes para nuestra consciencia. Por lo tanto, si una persona nos dijera esto y resultara cierto, tendríamos que concluir que lo sabe por una vía, un canal distinto al habitual. A esta forma de conocimiento la llamamos “intuición”. Es decir el conocimiento directo, que sin intermediarios, que sin el largo camino que recorren los datos por nuestros sentidos, nos permite saber cosas que están bloqueadas para nuestros sentidos físicos. Es por eso que quienes han conseguido expandir su consciencia, la esfera de su consciencia, aunque sea de forma rudimentaria, pueden acceder a datos y a conocimientos que están vedados para otros que solo utilizan el canal de los sentidos y el procesamiento que la mente hace de estos datos. Estamos hablando de videntes, estamos hablando de personas intuitivas, estamos hablando de fenómenos paranormales, estamos hablando de otra forma de acceder a otras dimensiones, estamos hablando incluso de personas con enfermedad mental. Y aquí nos detenemos un breve instante. Porque la expansión de la consciencia tiene sus dificultades, sus riesgos, sus rincones misteriosos y terroríficos. Si ya tenemos bastante con un cuerpo físico, cuando éste sufre enfermedad y nos causa dolor, si vamos vinculando a la esfera de la consciencia nuevas realidades, la desarmonía o “el dolor” de estas realidades, será acumulativo para nuestra consciencia.

El desprecio que muchos sienten hacia nosotros, los enfermos mentales, no es otra cosa que el desprecio que muchos sienten hacia otras formas de conocimiento, como la intuición, hacia quienes exploran nuevos territorios y descubren mundos nuevos, porque ellos no son capaces de correr esos riesgos, por eso se enquistan, se esconden en sus caparazones, se refugian en sus “búnkers” y desprecian a quienes arriesgan incluso su cordura en la expansión de su consciencia. En otros textos, especialmente en la serie del “Búnker” veremos cómo la enfermedad mental tiene buen parte de sus raíces hundidas en una expansión de la consciencia incontrolada, arriesgada hasta la imprudencia, solitaria y desesperada. Así veremos cómo muchos enfermos mentales han expandido su consciencia a través de la droga, del alcohol, de las adicciones, de fugas desesperadas de su realidad cotidiana. El desprecio que muchos sienten hacia nosotros, los enfermos mentales, tiene mucho que ver con su miedo a salir de su caparazón y echar al menos un vistazo a su alrededor. Pero como veremos también en el “Búnker” ni ellos ni nadie puede permanecer para siempre dentro de su búnker, de su caparazón, y cuando salgan, cuando “algo” les obligue a salir, sabrán lo que es bueno, sabrán por qué los enfermos mentales vivimos en nuestros mundos infernales, montados en nuestros tiovivos que dan vueltas y vueltas sin moverse un centímetro hacia delante.

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Si sufrimos lo que sufrimos, muchísimo, siendo los dioses de un universo tan diminuto como es nuestro cuerpo físico, nos podemos hacer una idea de lo que puede sufrir un auténtico dios, dueño de un auténtico universo físico. Es por eso que la expansión de la esfera de la consciencia debe hacerse siempre desde la chispa divina que hay en nuestro interior, la única inquebrantable, la única inmortal, infinita, omnisapiente y todopoderosa. Intentar expandir la consciencia desde sus rincones más groseros, más inmorales, más mezquinos, más egoístas, es como tirarse al abismo sin paracaídas. Ni siquiera la vinculación y asimilación a la esfera de nuestra consciencia de objetos tan poco susceptibles de ser considerados “peligrosos”, como una cama o una silla, está libre de riesgos. A este respecto recuerdo una escena en la que Castaneda, en la segunda atención, cree estar en una dimensión desconocida e incomprensible, donde todo le parece gigantesco, y él poquita cosa, pero que conforme va describiendo ese mundo el lector comprende que está en una realidad cotidiana muy conocida, tal vez una cocina, con una silla, una mesa y otros objetos, que Castaneda, desde la segunda atención, donde la esfera de la consciencia está vinculando objetos, percibe desde una perspectiva completamente diferente.

Podemos seguir expandiendo la esfera de la consciencia por la habitación donde estamos, podemos vincular al armario, la mesita de noche, la lámpara, o en el salón el sofá, la mesa, la televisión… Es un proceso lento, concentrado. Somos conscientes de muchas cosas nuevas que ignorábamos, lo mismo que cuando sufrimos un intenso dolor en una parte de nuestro cuerpo somos conscientes de que esa parte existe y no es un simple acto reflejo, automatizado, que rara vez incorporamos al núcleo de nuestra consciencia. Conforme avanzamos también somos conscientes de que saber más implica también sufrir más. De que saber que en la pata de nuestra silla hay una larva de carcoma también implica ser conscientes de cómo esa larva, ese ser externo que aún no hemos vinculado, penetra en nuestra “carne” en nuestra madera, que ahora es nuestra como lo es nuestro cuerpo, y nos hace sufrir. También somos conscientes de que un vidente que ha expandido la esfera de su consciencia hasta donde ha querido, puede saber muchas cosas que nosotros ignoramos, pero saber que alguien va a morir, por ejemplo, no siempre es una posibilidad de evitar esa muerte, también es la posibilidad de sufrir esa muerte dos veces y con toda intensidad, cuando la hemos incorporado a nuestra esfera de consciencia y cuando ocurre en nuestra realidad física. Por eso muchos temen expandir su consciencia y se refugian en sus caparazones, en sus búnkers, para no sufrir, para ignorar lo que podría herir su alma. Su cobardía se convierte a menudo en desprecio hacia los que expanden su consciencia corriendo los riesgos de intentar superar abismos entre objetos, entre personas, entre mundos. Nos desprecian a las personas que sufrimos enfermedad mental, desprecian a los videntes, desprecian todo aquello que les saque por un momento de su búnker, donde están tan felices, tan a gustito… mientras la mutabilidad implacable de la realidad física no hace que les duela una parte de su cuerpo con toda intensidad, una zona de su consciencia herida hasta lo más profundo del alma. Mientras esto no sucede dicen ser felices, se pavonean de su “normalidad” y no tienen inconveniente en burlarse de los “enfermos”, buscan sus tesoros escondidos en la tierra que pueden palpar con sus dedos, y se olvidan de que otros ya han llegado a ellos y los han superado en la expansión de su consciencia. Es fácil burlarse de lo que no se conoce, pero la ley de la expansión de la consciencia, que dice que quien no se expanda perecerá, les alcanzará a ellos, antes o después.

Y una vez iniciado este ejercicio de expansión, nos lo tomaremos con calma, porque todos sabemos lo que agota caminar y caminar, incluso correr, en cualquier dirección en el espacio físico, también la expansión de la consciencia es agotadora, por lo que nos tomaremos un pequeño descanso.

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TÉCNICAS DE PSICOMAGIA I

27 10 2017

TÉCNICAS DE PSICOMAGIA I

PSICOMAGIA

NOTA PREVIA/ Acabo de terminar el libro de Alejandro Jodorowsky, Psicomagia, que he leído sin prisas, rumiándolo. Sin perjuicio de un análisis más a fondo de las bases de la Psicomagia en otro capítulo, hoy quiero centrarme en algunas técnicas de psicomagia que aparecen en un apéndice al final del libro y que me parecen muy interesantes. Soy muy ecléctico a la hora de elegir filosofías de la vida y técnicas mentales. En todas ellas “atropo” algo que me interesa, lo modifico a mi manera para que me sirva a mí específicamente, y  armonizo todas las ideas, engranándolas, en un mecanismo subjetivo y particular que a mí me sirve, otra cosa es que sirva también a otros, si no es así, tendrán que hacer lo mismo que hago yo.

El hecho de que Jodorowsky tuviera un buen concepto de los libros de Castaneda me hizo mirar con simpatía su Psicomagia desde el principio, pero nunca me trago todo lo que me dan, sin más, es por eso que en otro momento analizaremos más a fondo esta filosofía con un buen entronque con el chamanismo. Tal vez el concepto que más dificultad tenga para asimilar es el de su trabajo mágico con el subconsciente. Emparentado con el teatro pánico, con este movimiento fundado por Fernando Arrabal, el propio Jodorowsky y el actor y pintor francés Roland Topor, como podemos ver en la wikipedia, a mi juicio tiene ciertas raíces comunes con el arte de acechar, con el desatino controlado de Castaneda, sin embargo lleva alguna de sus manifestaciones a tales extremos que no puedo dejar de preguntarme por sus efectos, cuestionando algunas cuestiones como veremos en su momento. Tal vez les pierda ese ansia de revolucionar una sociedad burguesa, anquilosada en viejos conceptos,  hoy totalmente desfasados. Inspirado en el nombre del dios griego Pan, Se basa en tres elementos básicos, terror, humor y simultaneidad. Según se expresa en su libro, Jodorowsky no parece tener mucha simpatía por el budismo, especialmente por algunos de sus conceptos básicos, como la reencarnación. En esto no difiere mucho de don Juan que no tiene mucho interés en saber qué será de nosotros tras la muerte, porque como él mismo dice, la existencia es un misterio que un guerrero jamás logrará desvelar, centrándose en lo que se puede hacer en el momento y buscando como única meta la libertad absoluta, una vez que el grupo de guerreros logra pasar a través de alguna de las grietas del mundo y librarse de que el Águila los absorba, dejando en su lugar una copia perfecta de sí mismos.

Las técnicas psicomágicas me parecen muy interesantes y por eso las he adaptado a mis propios intereses, necesidades y gustos. Quienes deseen practicar las auténticas solo tienen que buscarlas en su libro. En algunos casos mi adaptación o deformación de estas técnicas será tan intensa que sin duda el autor renegaría de ellas, pero en la mayoría me limito a practicarlas a mi manera, extendiendo las ideas principales y modificando algunas secundarias. El batiburrillo que tengo en el blog mezclando filosofías como el yoga mental, el budismo, el chamanismo de Castaneda, el esoterismo y las técnicas mentales de todas estas filosofías y alguna más que me he encontrado por ahí, puede desconcertar al lector. Un gurú oriental recomendaba seguir un solo camino, porque no se pueden seguir varios a la vez, ya que aunque tengan las mismas metas el recorrido es muy diferente. En cambio me he encontrado con otras opiniones que dicen algo distinto o lo contrario. Entre ellas con la que más estoy de acuerdo es con la de Krishnamurti, quien dijo que si tienes suficiente luz en tu interior no necesitas maestro alguno. Yo aún no tengo suficiente luz pero hago como si la tuviera siguiendo mi propio camino, que por muy ecléctico que sea, y hasta confuso, a mí me sirve.

En el fondo todas estas técnicas tienen un denominador común, que el universo es mental, que somos mentales, como dice uno de los principios básicos del Kybalion. Una vez que aceptas esto, aunque solo sea como hipótesis de trabajo, todas y cada una de estas técnicas, por muy diferentes que sean, tienen pleno sentido y cada uno puede modificarlas o incluso inventar técnicas propias, porque la mente siempre funciona de la misma manera y cada mente individual y particular tiene sus propios obstáculos o rayas según el concepto hindú.

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TÉCNICAS PSICOMAGICAS I

LA ESFERA DE LA CONSCIENCIA

El concepto de consciencia encerrada o encarcelada no es nuevo y aparece casi en todas estas filosofías. Por mi parte hice mi humilde aportación al tema en la cárcel de papel, basándome en la técnica chamánica de borrar el pasado. Pueden verla en el blog y consiste básicamente en hacernos conscientes de que la celda de la cárcel en la que creemos vivir y que nos impide ser libres, no está hecha con muros de cemento o de hormigón, sino que son simples paredes de papel con frases que jalonan nuestra vida desde la infancia. Todos las conocemos: eres tonto, nunca llegarás a nada, no tienes remedio, no se puede confiar en ti, etc etc. Las dicen los demás, por motivos que es mejor no conocer. Son también farsas de control como analizo en la sección correspondiente del blog. Nuestra imagen, como el cristal en el que dibujamos lo que se nos antoja, está en gran parte formada por estas supuestas perspectivas que los demás tienen sobre nuestra personalidad e individualidad. Yo mismo sufrí de baja autoestima por hacer caso de lo que otros decían sobre mí. Esas frases, esas miradas, esos gestos, esas conductas, están explicitadas en esas paredes de nuestra celda, son la grava y arena, que agregadas a otras sustancias forman lo que creemos un solidísimo hormigón que nadie puede traspasar. Es por eso que nos quedamos en nuestra celda toda la vida, caminando solo unos metros en una u otra dirección, hasta donde creemos que están las paredes que bloquean nuestra libertad. Esta técnica busca lo mismo que la de la cárcel de papel y que todas las demás técnicas mentales, expandir nuestra consciencia hasta el infinito y más allá, porque lo creamos o no somos dioses, en el fondo de nuestro ser late esa chispa divina de la que habla Milarepa en mis textos del blog.

Podemos tumbarnos boca arriba, sentarnos en una silla con la espalda recta, en la postura del loto, como nos resulte más cómodo, de lo que se trata es de que el cuerpo no atraiga nuestra atención con sus molestias. Ahora vamos a centrarnos en nuestra prisionera consciencia, vamos a ver las supuestas paredes que la encierran y ahogan, y cuando hayamos recorrido nuestra celda de cabo a rabo, romperemos sus paredes y nos expandiremos hasta el infinito.

Estamos absolutamente convencidos de que nuestra consciencia solo llega hasta los límites de nuestro cuerpo, para ello nos basamos en el dolor físico. Yo no siento dolor si otra persona sufre una herida en un dedo, estamos en el territorio de la otra consciencia, no en el mío. Si miro algo son mis ojos los que ven y mi cerebro el que procesa. Son mis sentidos, que están en mi cuerpo, los que llevan a mi consciencia, prisionera en su interior, una supuesta realidad que está ahí fuera. Pero es sobre todo el tacto el que nos da más intensa consciencia de nuestros límites, es como intentar escapar de nuestra celda, nuestro cuerpo no puede escapar atravesando sus muros de hormigón. Es cierto que vemos por la ventana de la celda otras realidades, pero no podemos acceder a ellas, son realidades lejanas que un prisionero no puede visitar.  Nos hemos acostumbrado a pensar que nuestra consciencia se detiene en los límites de nuestro cuerpo físico, lo demás es como ver una película en la que nosotros nunca participaremos y solo podremos ver como espectadores. Nuestra consciencia es nuestro cuerpo, o dicho de otra manera, nuestra consciencia es la celda en la que estamos prisioneros. No podemos atravesar nada sólido, por eso nuestro pensamiento ha aceptado como real todo lo que es sólido, cuanto más sólido más real. En la serie de textos que he comenzado a subir al blog, titulados El bunker, intento mostrar esto de otra manera, para que nos apercibamos de que nuestro supuesto bunker está más agujereado que un queso gruyere y por estos agujeros se cuela todo el mundo, aunque no seamos conscientes de ello. Para nosotros una pared es muy real, porque no podemos atravesarla, también lo es el espacio y el aire, aunque podamos atravesarlos, porque a veces nos muestran su poderosa realidad, como cuando nos agotamos desplazándonos por el espacio o cuando un fuerte viento puede con nuestro cuerpo, impidiéndonos caminar. Sin embargo despreciamos como no  real todo lo que no nos parece sólido, las emociones, los pensamientos, como si fueran fallos de nuestro circuito cerebral. Cuando una emoción nos puede y se convierte en una poderosa realidad de la que no podemos escapar, lo atribuimos a un fallo en el circuito cerebral, algo no van bien. Cuando un pensamiento se enquista en nuestra mente, convirtiéndose en una obsesión, su realidad, que nos hace vivir en ese pensamiento más tiempo que en cualquier otra realidad, es rebajada atribuyendo este hecho a un fallo en el mecanismo cerebral. Es ese fallo el que es real, no el pensamiento obsesivo.

carceles

La cárcel de la realidad se convierte en una pequeña celda, con paredes sólidas que no podemos atravesar. Pero hasta en esa celda hay rincones que no conocemos, porque nos dan miedo, porque no les damos la menor importancia. Así nos convencemos de que las células de nuestro cuerpo físico no forman parte esencial de nuestra consciencia, sí están ahí, están empapadas de nuestra consciencia, como nos lo demuestra el dolor físico que sentimos cuando una célula sufre, porque todo el cuerpo sufre y nuestra consciencia en su integridad percibe ese dolor, pero es como si estuvieran adormecidas, con una consciencia en segundo plano. En cambio el sufrimiento causado por pensamientos y emociones es atribuido a un defecto mecánico en el circuito cerebral y nos rendimos, no podemos hacer nada, salvo que un mecánico exterior hurgue en nuestro cráneo y sea capaz de reparar lo dañado. Nos hemos acostumbrado a pensar en la cabeza como el centro, el núcleo de nuestra consciencia, así en ella están nuestros sentidos, la vista, el oído, el olfato y el gusto, es decir, ojos, oídos, nariz y paladar. En cambio el tacto está distribuido por todo nuestro cuerpo, el único sentido que no tiene un centro nuclear en la cabeza. El resto del cuerpo lo percibimos como una consciencia adormecida, en segundo plano, que percibimos con intensidad solo en momentos puntuales, cuando nos pica una zona de la piel, cuando sentimos dolor en un lugar concreto. Y respecto a nuestros órganos internos funcionan de forma refleja, automatizados, pasan desapercibidos para nuestra consciencia, están en un segundo círculo de consciencia, donde ésta permanece adormecida, en un segundo plano, solo el dolor o el mal funcionamiento hacen que el núcleo de nuestra consciencia se centre en ellos. Digamos que incluso en nuestro cuerpo físico hay zonas de alta consciencia y de consciencia adormilada que parece funcionar en segundo plano, como el motor del coche en el que viajamos, un sonido reconfortante que nos indica que todo parece ir bien.

En nuestra celda no somos los amos y señores, ni lo conocemos todo. Se puede estropear el retrete-aparato excretor y hasta ese momento ni nos habíamos fijado en él, en su importancia, lo dábamos por supuesto. Sin embargo cuando algo se estropea en nuestro cuerpo, todo se estropea, cuando algo no va bien en nuestra celda, todo va mal. Eso parece ser un signo evidente de que la celda-cuerpo nos pertenece, el núcleo de nuestra consciencia se ha apoderado de ella, la ha hecho suya. Y sin embargo podemos sentir, con profundo desaliento, que no lo percibimos todo, no lo controlamos todo, unas células se rebelan, no sabemos por qué y tenemos cáncer; algo no va bien en el aparato digestivo y el dolor nos despierta a un estado de consciencia diferente, donde somos solo estómago, donde el resto de nuestro cuerpo desaparece, porque el dolor concentra el núcleo de nuestra consciencia, es como si se retirara de todo lo demás y se fuera al rincón, a rumiar su fragilidad, su decadencia.  Las células son nuestras, pero sin embargo a veces no obedecen nuestras órdenes y se rebelan, no podemos curarlas cuando están enfermas, es como si en realidad no fueran nuestras, no formaran parte de nuestra consciencia, y en cierto modo así es, porque las hemos hecho nuestras al vincularnos con ellas, hemos hecho nuestro, nuestro cuerpo, al vincularnos con él.  Uno se pregunta si no haremos lo mismo con todo lo demás, con la realidad que nos rodea, desvinculamos la consciencia de ella, y ya no es nuestra, pero podría ocurrir al revés, podríamos volver a vincularnos con ella y sería nuestra, como una extensión de nuestro cuerpo. Esto es lo que vamos a hacer en este ejercicio.

Vamos a suprimir la forma de nuestro cuerpo y vamos a convertir la consciencia en una esfera perfectamente redonda, el núcleo de esa consciencia está en su centro, pero todos y cada uno de sus puntos tienen la misma intensidad de consciencia, ya no hay zonas que permanecen adormiladas, en un segundo plano. Y hasta aquí hemos llegado por hoy en esta primera parte del ejercicio. Podemos seguir centrados en nuestro cuerpo físico, en nuestra celda de prisioneros, conociéndolo todo, haciéndonos conscientes de todo aquello que hasta ahora nos había pasado desapercibido. En el siguiente ejercicio expandiremos la consciencia hasta el infinito y más allá, hasta alcanzar la libertad, la única meta del guerrero. Nos daremos cuenta de que la consciencia se puede expandir, de que no está prisionera de un cuerpo físico, de que puede percibirlo todo y tal vez, tal vez, nos convenzamos también de que la consciencia puede actuar a través de aquello que vincula, lo mismo que hace con el cuerpo físico, no son solo las leyes físicas, las leyes cósmicas, las que controlan la realidad a través de la mente universal, nuestras consciencias también pueden hacerlo, y nos convenceremos de ello si conseguimos que ocurra un pequeño milagro, una interacción clara y contundente con una realidad que pensábamos que estaba fuera de nosotros, fuera de nuestra alcance, porque, recordemos, seguimos pensando que estamos prisioneros en una celda con muros de hormigón. Incluso podría suceder que nos llegáramos a convencer de que la mente universal no es algo exterior a nosotros, somos nosotros. Esto y no otra cosa es el éxtasis místico, el shamadi, el nirvana, la expansión de nuestra limitada consciencia hasta hacerla universal e infinita, hasta hacernos conscientes de que esa infinita consciencia que creíamos fuera de nuestra realidad para siempre, somos nosotros mismos.

jodorowski