LAS FARSAS DE CONTROL EN EL ENFERMO MENTAL
INTRODUCCIÓN
Hace algún tiempo dejé de subir textos sobre las farsas de control a este blog, como hice también con otras series de textos, mi prioridad era escribir El diario de un enfermo mental y las historias de Bautista. Ahora retomo las farsas de control aprovechando que durante esta etapa de mi vida me estoy relacionando con más intensidad con algunos enfermos mentales. Ellos me han servido como espejo para hacerme consciente de mis propias farsas de control como enfermo mental y de cómo los enfermos mentales tenemos una forma personal de utilizar las farsas de control, una estrategia de conducta que empleamos todos, incluso los “normales”, a la hora de intentar conseguir nuestros fines personales. Las aprendemos desde niños, incluso forman parte de la estrategia de supervivencia del propio bebé. En parte son aprendidas y en parte parecen ser instintos con los que nacemos todos para sobrevivir en sociedad.
Para quienes no hayan leído el resto de textos sobre las farsas de control, recapitulo de forma somera. Este concepto lo encontré en el libro de James Redfiel, la novena revelación y siguientes. Me impactó profundamente porque descubrí que este autor sistematizaba todas esas conductas mentirosas, manipuladoras, chantajistas, que forman parte de nuestra vida cotidiana. Es un concepto novedoso y diseccionador de unas determinadas conductas que forman parte de la “lucha de poder”, un concepto chamánico de don Juan en los libros de Castaneda.
La lucha de poder o las batallas de poder son aquellas a las que debe enfrentarse todo guerrero impecable. Ya veremos con mucha calma el concepto de “poder” en el diccionario chamánico. Es un concepto bastante diferente del que se tiene en nuestra sociedad. En ella el poder es la fuerza, la herramienta, que unos seres humanos utilizan contra otros para conseguir sus fines: jerarquía social, posición de mando en la estructura social, fuerza para imponer a los otros los propios criterios o los fines egoístas que cada persona busca en su vida. Así existe el poder político, el poder mediático, el poder militar, el poder de la riqueza, el poder de la inteligencia, el poder de la sugestión, el poder religioso, etc. El concepto chamánico es más profundo, más visceral. Una persona, un guerrero tiene poder cuando tiene energía, cuando está completo, cuando domina el arte de acechar, el arte de ensoñar, cuando es un hombre de conocimiento, cuando deja de lado dudas, remordimientos, angustias, miedos, cuando hace lo que tiene que hacer y confía en que las fuerzas poderosas le sean favorables.
Un guerrero no busca el poder político porque no intenta cambiar a nadie, no quiere gobernar a nadie, imponer su criterio. Un guerrero no busca el poder de la riqueza porque las cosas tienen solo el poder que nosotros les damos, y el dinero y la riqueza son nada si quien las posee no tiene poder personal. No busca en la religión una herramienta para “convencer” a los demás de que sus fines son loables y sociales y no egoístas. No busca el poder militar, el poder de la fuerza para imponer en guerras inhumanas su propio camino. Un guerrero sigue su camino, no intenta cambiar a nadie porque no se puede, no busca poseer cosas porque las cosas acaban poseyéndole a él. Es un concepto que entronca también con el desapego budista. La impecabilidad del guerrero y el desapego del buda son la misma cosa, solo que en el caso del guerrero se busca el poder personal en el infinito, en la certeza de la muerte que nos sigue con la mano en nuestro hombro izquierdo. El poder personal se adquiere con la impecabilidad, el guerrero es consciente de estar en un mundo generado por la posición del punto de encaje que puede moverse y llevarnos a otros mundos. El guerrero es consciente de que no es libre porque las emanaciones del Águila, que él ha aceptado al colocar su punto de encaje en determinada forma, son compulsivas, ordenan y mandan y uno solo puede obedecer. Y aquí aparece un concepto muy creativo, fantástico, que también me impactó cuando lo leí por primera vez.
El desnate como lo llama don Juan no es otra cosa que elegir entre las emanaciones del Águila la que nos interesan, elegimos en el arcoiris de emanaciones aquellas que nos sirven en un momento determinado, pero no las seguimos compulsivamente, porque un guerrero quiere ser ante todo un hombre libre y seguir cualquier emanación es hacerse esclavo del mundo que nos obliga a ver, del camino que nos obliga a seguir. La lucha de poder aparece cuando un grupo de personas, con el punto de encaje situado en el mismo lugar, que perciben el mismo mundo, viven en el mismo mundo, deciden que no pueden vivir y dejar vivir porque quieren el lugar que ocupan otros, quieren las cosas que tienen otros, quieren arrebatarles su poder, vampirizarles.
Para que nos hagamos una idea de cómo funciona esto pondré una metáfora que nos ayudará a comprender. En un mundo espacial infinito donde todos pudieran moverse líbremente y sin obstáculos, no habría necesidad de pelear por un lugar donde vivir. Si alguien decide asentarse en un espacio, en un entorno, yo puedo irme al otro punto de la galaxia, del universo, donde tendré mi propio lugar. En este ficticio universo no habría batallas de poder puesto que “mi” lugar tendría lo mismo que tienen los lugares de los otros, no lucharía por arrebatarles “su lugar” porque sería estúpido pelear por algo que ya tengo, si ellos tienen montañas, yo también, si mares, yo también, si minas de oro y pozos de petróleo, yo también. Digamos que cada uno tendría su propio universo y no habría necesidad de luchar por nada y las relaciones interpersonales no buscarían “poseer”, alcanzar poder sobre los otros, sino “comunicarse”.
Ahora visualicemos un ascensor donde van, tan apretados como en el camarote de los hermanos Marx, un montón de personas, con un espacio tan reducido que incluso para respirar tuvieran que pedir permiso a los de al lado. En este lugar se establecería una terrible lucha de poder. Cada uno pugnaría por conseguir el mejor sitio, el más espacioso, el más cómodo, por arrebatar dos centímetros de espacio a los que le rodean, por conseguir sus ropas si en el ascensor hace frío, por estar más cerca de la puerta por si ésta se abriera, por poder estirarse y dormir cómodamente. En este ficticio supuesto la lucha de poder podría llegar a ser infernal si no se llega a un pacto, esto y no otra cosa es el pacto social. Vivimos en sociedad porque somos muchos, el espacio es reducido, las fuentes de energía son las que son, las fuerzas individuales no llegan a mucho, porque un trabajo conjunto y repartido nos evita gastar fuerzas inútilmente. La sociedad se organiza y nos permite, mediante la distribución de trabajo, de responsabilidades, que el “hormiguero” funcione, mal, pero funcione. Pero una vez hecho este pacto básico, la lucha de poder continúa porque los recursos son limitados, el espacio es limitado, el dinero es limitado, los bienes de consumo son limitados… Y si apuramos aún más, todos buscamos también un espacio psíquico, este es mi terreno, hasta donde alcanza mi mirada, si los demás me miran sin mi permiso están invadiendo mi espacio, si hacen ruido me molestan, si echan abajo la puerta de mi domicilio están invadiendo mi propiedad privada. Si voy en coche por una autovía comunal me molesta que todos se hayan puesto de acuerdo para ir al mismo tiempo que yo. Me molesta que no respeten las normas, ellos, porque yo me considero con derecho a no respetarlas cuando me coartan.
El pacto social es tan complejo, tan laberíntico, tan infernal, que no es extraño que se produzcan toda clase de luchas de poder, desde las más terribles e inhumanas, como las guerras, hasta las más elementales, como la lucha por la supervivencia, por un pedazo de pan, por un trozo de acera para dormir envuelto en cartones. Pero hay una lucha invisible que es aún más infernal. Es la lucha por defender la propia personalidad, las propias ideas, las propias emociones, la manifestación de lo que somos, de nuestra personalidad, de nuestras ideas, de nuestras emociones… Es aquí donde se desarrolla la gran batalla de poder en la que las farsas de control tienen un papel predominante. No podemos echar a nadie de un espacio público por la fuerza, a puñetazos, pero podemos mirarle mal hasta que retroceda, hasta que se marche, o decirle cosas, insultarle, o “convencerle” de que estaría mejor lejos de nosotros. “El qué dirán” es una de las farsas de control más simples y demoledoras. Funciona porque todos sabemos que en algún momento ha funcionado. Todos hemos sufrido la vergüenza de que nos reprochen algo en publico. Sabemos que es más duro que si lo hacen en privado, sabemos que los ojos de los demás mirándonos, la expresión de sus rostros es algo acumulativo, un reproche de una persona en privado nos afecta, en público parece acumular el poder personal de todos los que están presentes y el efecto es demoledor. Por eso vemos cómo el poder de los “medios” puede ser terrible, echar abajo una imagen, “convencer” de que alguien es culpable o inocente, de que tienes razón o no la tienes, de que hay que apoyarte o arrojarte al cubo de la basura. El qué dirán es una terrible farsa de poder, basta solo con que alguien nos mire como si nos dijera, si haces eso te voy a mirar mal, se lo voy a decir a fulanito y menganito y no te hablarán, te mirarán mal y ya verás cómo se va extendiendo la ola, ya verás, ya.
Tenemos farsas de control para todo y en todos los terrenos, desde el bebé que llora para conseguir sobrevivir hasta las batallas de poder que libran las parejas, las familias, el entorno laboral, el entorno social, las “tribus”, las naciones, las mayorías… Luchamos por conseguir trabajo, porque en una relación de pareja nosotros llevemos la voz cantante, porque en la familia nosotros seamos los líderes, porque una tribu determinada tenga un territorio determinado, las nacionalidades son lo que son y todos sabemos la fuerza que pueden llegar a tener. Y como no podemos “suprimir” al otro, porque hemos hecho un pacto social en el que las leyes caen sobre la cabeza de los asesinos, de lo secuestradores, de los delincuentes… entonces buscamos una forma de batallar que no arroje la ley sobre nosotros, que nos permita vencer en pequeñas batallas sin necesidad de litigios judiciales, de echarnos encima el poder físico de las llamadas fuerzas del orden, de los cuerpos policiales, de los ejércitos. Las farsas de control son formas de vencer con poco gasto de energía, sin derramar sangre, con herramientas fáciles de manejar y efectivas. Son una forma de “vampirizar” al prójimo. La mentira, la manipulación, la compasión… hay tantas que nos llevará mucho tiempo examinarlas todas. Todo el mundo las utiliza, solo que la diferencia entre cómo las utilizamos los enfermos mentales y los “otros” es muy importante, por las repercusiones sociales y los efectos en las personas. Es por ello que voy a examinar las farsas de control desde la perspectiva del enfermo mental, aunque todos las utilicen, porque en el enfermo mental se ven más claras y es más fácil desentrañar su enorme complejidad o su sencillez apabullante.
A veces los enfermos mentales pensamos que lo único que tenemos es nuestro sufrimiento, por eso lo utilizamos con tanta frecuencia en las farsas de control. Digamos que nuestro patrimonio consiste en una vida de sufrimiento, estancias en psiquiátricos, intentos de suicidio, repudio social y público, soledad, falta de trabajo, falta de futuro… Mientras otros pueden comprar con dinero, porque lo tienen, el enfermo mental solo puede comprar con su sufrimiento, consiguiendo la compasión de su entorno. Mientras los demás pueden “seducir” con sus cuerpos, con su labia, con su posición social, con todo lo que han ido acumulando en una vida de “lucha por el poder”, esa casa, ese coche, ese puesto de trabajo, esa fama en un entorno social, el apoyo de su pareja, de la familia, de la sociedad que les respeta porque forman parte de ella, porque siguen sus leyes y sus normas, porque pagan sus impuestos… el enfermo mental, habitualmente, ni tiene dinero, ni trabajo, ni casa, ni coche, ni respeto social, ni paga impuestos…no tiene nada, salvo su sufrimiento y su familia. Por eso será este magro patrimonio el que utilice en las farsas de control. Exhibirá su sufrimiento para comprar lo que necesita, buscará el apoyo de la familia, con manipulaciones y mentiras, porque sabe que solo no conseguirá nada. Es como en el ejemplo que ya he puesto muchas veces, los enfermos mentales vamos desnudos por la vida y nuestra imagen no es precisamente para tirara cohetes, digamos que hablando metafóricamente somos unos desechos humanos, no despertamos confianza, nos miran con recelo, no podemos “comprar” nada en esta vida de la forma que lo hacen los demás, por eso nuestro sufrimiento es nuestro gran peculio.
En el próximo capítulo analizaremos cómo explotamos ese sufrimiento. Nos auto-otorgamos una especie de bula y acabamos creyendo en ella. Como sufrimos tanto podemos hacer lo que no se les permite hacer a los demás, podemos ser egoístas, podemos mentir y manipular, podemos no sentirnos culpables por conseguir las cosas que los demás logran con facilidad a través de nuestras farsas de control. Durante esta etapa de mi vida he podido ver con claridad, reflejado en el espejo de mis hermanos, cómo han sido mis farsas de control. Por eso ahora que lo he perdido todo, que no tengo a nadie con quien utilizarlas, que he asumido mi absoluta soledad, puedo analizar con objetividad mis farsas de control, las de mis hermanos, pero también las farsas de control de los “otros”, las que utilizan con nosotros y entre ellos. Esto va a ser como ir desnudo por la calle, con aparato de rayos X. Todos verán mi desnudez pero yo también podré ver la suya si conecto los rayos X, sus vestidos no les servirán de nada. De nuevo estoy arriesgando mucho, demasiado si tuviera algo que perder. No busco la polémica, no busco cambiar nada ni a nadie, me conformo con intentar mirarme en el espejo sin necesidad de ser tan discreto como para ocultar que alguna vez “los otros” pasan por delante de mi espejo y así puedo verlos como son. Creo que ellos salen ganando porque su paso por delante del espejo será fugaz mientras que yo voy a permanecer desnudo, con mis vergüenzas y michelines, todo lo que dure mi vida, lo que aún me quede por vivir.
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