LAS FARSAS DE CONTROL EN EL ENFERMO MENTAL I

13 07 2015

LAS FARSAS DE CONTROL EN EL ENFERMO MENTAL

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INTRODUCCIÓN

Hace algún tiempo dejé de subir textos sobre las farsas de control a este blog, como hice también con otras series de textos, mi prioridad era escribir El diario de un enfermo mental y las historias de Bautista. Ahora retomo las farsas de control aprovechando que durante esta etapa de mi vida me estoy relacionando con más intensidad con algunos enfermos mentales. Ellos me han servido como espejo para hacerme consciente de mis propias farsas de control como enfermo mental y de cómo los enfermos mentales tenemos una forma personal de utilizar las farsas de control, una estrategia de conducta que empleamos todos, incluso los “normales”, a la hora de intentar conseguir nuestros fines personales. Las aprendemos desde niños, incluso forman parte de la estrategia de supervivencia del propio bebé. En parte son aprendidas y en parte parecen ser instintos con los que nacemos todos para sobrevivir en sociedad.

Para quienes no hayan leído el resto de textos sobre las farsas de control, recapitulo de forma somera. Este concepto lo encontré en el libro de James Redfiel, la novena revelación y siguientes. Me impactó profundamente porque descubrí que este autor sistematizaba todas esas conductas mentirosas, manipuladoras, chantajistas, que forman parte de nuestra vida cotidiana. Es un concepto novedoso y diseccionador de unas determinadas conductas que forman parte de la “lucha de poder”, un concepto chamánico de don Juan en los libros de Castaneda.

La lucha de poder o las batallas de poder son aquellas a las que debe enfrentarse todo guerrero impecable. Ya veremos con mucha calma el concepto de “poder” en el diccionario chamánico. Es un concepto bastante diferente del que se tiene en nuestra sociedad. En ella el poder es la fuerza, la herramienta, que unos seres humanos utilizan contra otros para conseguir sus fines: jerarquía social, posición de mando en la estructura social, fuerza para imponer a los otros los propios criterios o los fines egoístas que cada persona busca en su vida. Así existe el poder político, el poder mediático, el poder militar, el poder de la riqueza, el poder de la inteligencia, el poder de la sugestión, el poder religioso, etc. El concepto chamánico es más profundo, más visceral. Una persona, un guerrero tiene poder cuando tiene energía, cuando está completo, cuando domina el arte de acechar, el arte de ensoñar, cuando es un hombre de conocimiento, cuando deja de lado dudas, remordimientos, angustias, miedos, cuando hace lo que tiene que hacer y confía en que las fuerzas poderosas le sean favorables.

Un guerrero no busca el poder político porque no intenta cambiar a nadie, no quiere gobernar a nadie, imponer su criterio. Un guerrero no busca el poder de la riqueza porque las cosas tienen solo el poder que nosotros les damos, y el dinero y la riqueza son nada si quien las posee no tiene poder personal. No busca en la religión una herramienta para “convencer” a los demás de que sus fines son loables y sociales y no egoístas. No busca el poder militar, el poder de la fuerza para imponer en guerras inhumanas su propio camino. Un guerrero sigue su camino, no intenta cambiar a nadie porque no se puede, no busca poseer cosas porque las cosas acaban poseyéndole a él. Es un concepto que entronca también con el desapego budista. La impecabilidad del guerrero y el desapego del buda son la misma cosa, solo que en el caso del guerrero se busca el poder personal en el infinito, en la certeza de la muerte que nos sigue con la mano en nuestro hombro izquierdo. El poder personal se adquiere con la impecabilidad, el guerrero es consciente de estar en un mundo generado por la posición del punto de encaje que puede moverse y llevarnos a otros mundos. El guerrero es consciente de que no es libre porque las emanaciones del Águila, que él ha aceptado al colocar su punto de encaje en determinada forma, son compulsivas, ordenan y mandan y uno solo puede obedecer. Y aquí aparece un concepto muy creativo, fantástico, que también me impactó cuando lo leí por primera vez.

El desnate como lo llama don Juan no es otra cosa que elegir entre las emanaciones del Águila la que nos interesan, elegimos en el arcoiris de emanaciones aquellas que nos sirven en un momento determinado, pero no las seguimos compulsivamente, porque un guerrero quiere ser ante todo un hombre libre y seguir cualquier emanación es hacerse esclavo del mundo que nos obliga a ver, del camino que nos obliga a seguir. La lucha de poder aparece cuando un grupo de personas, con el punto de encaje situado en el mismo lugar, que perciben el mismo mundo, viven en el mismo mundo, deciden que no pueden vivir y dejar vivir porque quieren el lugar que ocupan otros, quieren las cosas que tienen otros, quieren arrebatarles su poder, vampirizarles.

Para que nos hagamos una idea de cómo funciona esto pondré una metáfora que nos ayudará a comprender. En un mundo espacial infinito donde todos pudieran moverse líbremente y sin obstáculos, no habría necesidad de pelear por un lugar donde vivir. Si alguien decide asentarse en un espacio, en un entorno, yo puedo irme al otro punto de la galaxia, del universo, donde tendré mi propio lugar. En este ficticio universo no habría batallas de poder puesto que “mi” lugar tendría lo mismo que tienen los lugares de los otros, no lucharía por arrebatarles “su lugar” porque sería estúpido pelear por algo que ya tengo, si ellos tienen montañas, yo también, si mares, yo también, si minas de oro y pozos de petróleo, yo también. Digamos que cada uno tendría su propio universo y no habría necesidad de luchar por nada y las relaciones interpersonales no buscarían “poseer”, alcanzar poder sobre los otros, sino “comunicarse”.

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Ahora visualicemos un ascensor donde van, tan apretados como en el camarote de los hermanos Marx, un montón de personas, con un espacio tan reducido que incluso para respirar tuvieran que pedir permiso a los de al lado. En este lugar se establecería una terrible lucha de poder. Cada uno pugnaría por conseguir el mejor sitio, el más espacioso, el más cómodo, por arrebatar dos centímetros de espacio a los que le rodean, por conseguir sus ropas si en el ascensor hace frío, por estar más cerca de la puerta por si ésta se abriera, por poder estirarse y dormir cómodamente. En este ficticio supuesto la lucha de poder podría llegar a ser infernal si no se llega a un pacto, esto y no otra cosa es el pacto social. Vivimos en sociedad porque somos muchos, el espacio es reducido, las fuentes de energía son las que son, las fuerzas individuales no llegan a mucho, porque un trabajo conjunto y repartido nos evita gastar fuerzas inútilmente. La sociedad se organiza y nos permite, mediante la distribución de trabajo, de responsabilidades, que el “hormiguero” funcione, mal, pero funcione. Pero una vez hecho este pacto básico, la lucha de poder continúa porque los recursos son limitados, el espacio es limitado, el dinero es limitado, los bienes de consumo son limitados… Y si apuramos aún más, todos buscamos también un espacio psíquico, este es mi terreno, hasta donde alcanza mi mirada, si los demás me miran sin mi permiso están invadiendo mi espacio, si hacen ruido me molestan, si echan abajo la puerta de mi domicilio están invadiendo mi propiedad privada. Si voy en coche por una autovía comunal me molesta que todos se hayan puesto de acuerdo para ir al mismo tiempo que yo. Me molesta que no respeten las normas, ellos, porque yo me considero con derecho a no respetarlas cuando me coartan.

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El pacto social es tan complejo, tan laberíntico, tan infernal, que no es extraño que se produzcan toda clase de luchas de poder, desde las más terribles e inhumanas, como las guerras, hasta las más elementales, como la lucha por la supervivencia, por un pedazo de pan, por un trozo de acera para dormir envuelto en cartones. Pero hay una lucha invisible que es aún más infernal. Es la lucha por defender la propia personalidad, las propias ideas, las propias emociones, la manifestación de lo que somos, de nuestra personalidad, de nuestras ideas, de nuestras emociones… Es aquí donde se desarrolla la gran batalla de poder en la que las farsas de control tienen un papel predominante. No podemos echar a nadie de un espacio público por la fuerza, a puñetazos, pero podemos mirarle mal hasta que retroceda, hasta que se marche, o decirle cosas, insultarle, o “convencerle” de que estaría mejor lejos de nosotros. “El qué dirán” es una de las farsas de control más simples y demoledoras. Funciona porque todos sabemos que en algún momento ha funcionado. Todos hemos sufrido la vergüenza de que nos reprochen algo en publico. Sabemos que es más duro que si lo hacen en privado, sabemos que los ojos de los demás mirándonos, la expresión de sus rostros es algo acumulativo, un reproche de una persona en privado nos afecta, en público parece acumular el poder personal de todos los que están presentes y el efecto es demoledor. Por eso vemos cómo el poder de los “medios” puede ser terrible, echar abajo una imagen, “convencer” de que alguien es culpable o inocente, de que tienes razón o no la tienes, de que hay que apoyarte o arrojarte al cubo de la basura. El qué dirán es una terrible farsa de poder, basta solo con que alguien nos mire como si nos dijera, si haces eso te voy a mirar mal, se lo voy a decir a fulanito y menganito y no te hablarán, te mirarán mal y ya verás cómo se va extendiendo la ola, ya verás, ya.

Tenemos farsas de control para todo y en todos los terrenos, desde el bebé que llora para conseguir sobrevivir hasta las batallas de poder que libran las parejas, las familias, el entorno laboral, el entorno social, las “tribus”, las naciones, las mayorías… Luchamos por conseguir trabajo, porque en una relación de pareja nosotros llevemos la voz cantante, porque en la familia nosotros seamos los líderes, porque una tribu determinada tenga un territorio determinado, las nacionalidades son lo que son y todos sabemos la fuerza que pueden llegar a tener. Y como no podemos “suprimir” al otro, porque hemos hecho un pacto social en el que las leyes caen sobre la cabeza de los asesinos, de lo secuestradores, de los delincuentes… entonces buscamos una forma de batallar que no arroje la ley sobre nosotros, que nos permita vencer en pequeñas batallas sin necesidad de litigios judiciales, de echarnos encima el poder físico de las llamadas fuerzas del orden, de los cuerpos policiales, de los ejércitos. Las farsas de control son formas de vencer con poco gasto de energía, sin derramar sangre, con herramientas fáciles de manejar y efectivas. Son una forma de “vampirizar” al prójimo. La mentira, la manipulación, la compasión… hay tantas que nos llevará mucho tiempo examinarlas todas. Todo el mundo las utiliza, solo que la diferencia entre cómo las utilizamos los enfermos mentales y los “otros” es muy importante, por las repercusiones sociales y los efectos en las personas. Es por ello que voy a examinar las farsas de control desde la perspectiva del enfermo mental, aunque todos las utilicen, porque en el enfermo mental se ven más claras y es más fácil desentrañar su enorme complejidad o su sencillez apabullante.

A veces los enfermos mentales pensamos que lo único que tenemos es nuestro sufrimiento, por eso lo utilizamos con tanta frecuencia en las farsas de control. Digamos que nuestro patrimonio consiste en una vida de sufrimiento, estancias en psiquiátricos, intentos de suicidio, repudio social y público, soledad, falta de trabajo, falta de futuro… Mientras otros pueden comprar con dinero, porque lo tienen, el enfermo mental solo puede comprar con su sufrimiento, consiguiendo la compasión de su entorno. Mientras los demás pueden “seducir” con sus cuerpos, con su labia, con su posición social, con todo lo que han ido acumulando en una vida de “lucha por el poder”, esa casa, ese coche, ese puesto de trabajo, esa fama en un entorno social, el apoyo de su pareja, de la familia, de la sociedad que les respeta porque forman parte de ella, porque siguen sus leyes y sus normas, porque pagan sus impuestos… el enfermo mental, habitualmente, ni tiene dinero, ni trabajo, ni casa, ni coche, ni respeto social, ni paga impuestos…no tiene nada, salvo su sufrimiento y su familia. Por eso será este magro patrimonio el que utilice en las farsas de control. Exhibirá su sufrimiento para comprar lo que necesita, buscará el apoyo de la familia, con manipulaciones y mentiras, porque sabe que solo no conseguirá nada. Es como en el ejemplo que ya he puesto muchas veces, los enfermos mentales vamos desnudos por la vida y nuestra imagen no es precisamente para tirara cohetes, digamos que hablando metafóricamente somos unos desechos humanos, no despertamos confianza, nos miran con recelo, no podemos “comprar” nada en esta vida de la forma que lo hacen los demás, por eso nuestro sufrimiento es nuestro gran peculio.

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En el próximo capítulo analizaremos cómo explotamos ese sufrimiento. Nos auto-otorgamos una especie de bula y acabamos creyendo en ella. Como sufrimos tanto podemos hacer lo que no se les permite hacer a los demás, podemos ser egoístas, podemos mentir y manipular, podemos no sentirnos culpables por conseguir las cosas que los demás logran con facilidad a través de nuestras farsas de control. Durante esta etapa de mi vida he podido ver con claridad, reflejado en el espejo de mis hermanos, cómo han sido mis farsas de control. Por eso ahora que lo he perdido todo, que no tengo a nadie con quien utilizarlas, que he asumido mi absoluta soledad, puedo analizar con objetividad mis farsas de control, las de mis hermanos, pero también las farsas de control de los “otros”, las que utilizan con nosotros y entre ellos. Esto va a ser como ir desnudo por la calle, con aparato de rayos X. Todos verán mi desnudez pero yo también podré ver la suya si conecto los rayos X, sus vestidos no les servirán de nada. De nuevo estoy arriesgando mucho, demasiado si tuviera algo que perder. No busco la polémica, no busco cambiar nada ni a nadie, me conformo con intentar mirarme en el espejo sin necesidad de ser tan discreto como para ocultar que alguna vez “los otros” pasan por delante de mi espejo y así puedo verlos como son. Creo que ellos salen ganando porque su paso por delante del espejo será fugaz mientras que yo voy a permanecer desnudo, con mis vergüenzas y michelines, todo lo que dure mi vida, lo que aún me quede por vivir.





FARSAS DE CONTROL V

25 04 2014

FARSAS DE CONTROL V

LA CADENA DE FAVORES

Hay una película con ese título en la que se aprecia muy bien el lado positivo del favor y de lo que supone una cadena de favores, hoy vamos a ver el lado negativo, el lado oscuro de esta farsa de control. Como sucede con todo en la vida nada es en sí bueno o malo, todo depende de cómo lo instrumentalicemos. El favor no es otra cosa que un acto generoso que hacemos por alguien –normalmente por nuestros seres queridos, amigos o personas con las que nos sentimos vinculados afectivamente- no esperando nada a cambio. No se trata de una deuda que estamos pagando o de remordimiento por algún daño causado. El favor es el brazo amoroso que extendemos, como un puente, para que la comunicación con el otro se afiance y por ese puente se produzca todo tipo de intercambios.

El favor nos vincula con aquel a quien hacemos el favor y asimismo cada vez que nos hacen uno nos sentimos vinculados con la persona que nos lo está haciendo. Forma parte de esa vinculación afectiva que es una tupida tela de araña en nuestras vidas. Dentro de la teoría de los tres círculos, el favor sería un paso que estamos dando para atraer al primer círculo a quienes están en el segundo o tercero.

Un favor es siempre un don que se da sin esperar nada a cambio, un regalo que hacemos, no para que nos lo devuelvan, sino para mostrar nuestro afecto y hacer más sólido el vínculo afectivo. No es malo ser conscientes de que aún en el caso de generosidad más extrema y espiritual de alguna forma siempre estamos buscando una respuesta, un “toma y daca”. Puede que no se trate tanto de pesar en la balanza lo que damos y lo que nos dan o esperamos recibir, como de crear vínculos afectivos o espirituales con otras personas, algo que a la postre es mucho más valioso e importante que cualquier respuesta material a un favor o a un regalo.

Damos regalos en fechas señaladas o tenemos un detalle con un ser querido aunque no sea una fecha establecida, simplemente porque nuestro afecto nos impulsa a ello. Dentro del primer círculo, entre los seres queridos, los regalos suelen ser frecuentes y los favores algo cotidiano. Esta estrategia en las relaciones interpersonales es positiva y hace más sólidas nuestras relaciones, pero como sucede con todo en la vida siempre hay un lado oculto, un reverso oscuro, siempre hay personas que utilizan y se aprovechan hasta de los instrumentos más positivos o aparentemente inocuos para intentar “captarnos”, controlarnos, manipularnos. Vamos a estudiar cómo funciona esta farsa de control.

Incluso en el primer círculo, entre los seres queridos, entre la pareja, las farsas de control de la cadena de favores están al día. Si la relación es positiva, afectiva, amorosa, los regalos, los favores, no se “interpretan”, simplemente se dan y se reciben, se agradecen. Ahora bien, cuando se busca una respuesta excesiva a nuestra “súplica” estamos cayendo en la farsa. Un familiar nos pide que avalemos un crédito que ha pedido al banco, él sabe y nosotros sabemos que si no paga nosotros tendremos que hacerlo en su lugar o nos embargarán. El favor que se pide es excesivo, el riesgo inasumible. Y, sin embargo, el familiar insistirá y nos achacará falta de afecto, egoísmo, si no aceptamos caer en la trampa. Lo mismo que la cadena de favores puede vincularnos espiritualmente, también puede atraparnos en una tela de araña o atarnos con grilletes a otra persona o personas y tendremos que ir donde vayan ellos. En el caso del crédito también se ha podido desarrollar antes una estrategia de araña acechante, ese familiar ha insistido en hacernos favores que no queríamos durante un tiempo y de alguna manera ha conseguido que nos sintamos deudores. Si no andamos con cuidado podremos acabar como avalistas de un préstamo y candidatos al embargo y al desalojo de nuestro propio hogar. Si decidimos hacer el favor siempre debe ser con plena consciencia de todo lo que está sucediendo. Nosotros sabemos el riesgo, él sabe el riesgo y nos lo explica, buscamos alternativas y no las encontramos, decidimos arriesgarnos porque la persona que nos pide el favor es para nosotros más importante que los bienes materiales. Bien, en ese caso no existiría farsa de control, cada uno es muy dueño de hacer lo que considere oportuno por sus seres queridos, como si quiere sacrificar su vida si es necesario. Aquí estamos hablando de esos chantajes psicológicos, de esas farsas de control que buscan atarnos con grilletes, atraparnos en una tela de araña para que la araña de turno nos sorba la energía.

La farsa de control de la cadena de favores es mucho más frecuente de lo que nos imaginamos, incluso en la convivencia diaria con nuestros seres queridos. No es infrecuente que en la pareja que en los malos momentos se echen en cara lo que uno hace o ha hecho por el otro y el otro por el uno. Que si yo soy tu esclava porque hago todas las tareas de la casa y tú no colaboras; que si yo soy el que traigo el dinerito a casa porque tú no tienes trabajo; que si yo quiero favores sexuales y tú no me los das porque quieres que haga esto, lo otro o lo demás allá. Suena muy mezquino, pero es muy frecuente. Hay parejas en las que se necesitaría una balanza de precisión para pesar y medir los favores que se hacen uno al otro y el otro al uno y si uno es acreedor en un momento determinado o deudor y si debe más o menos, o si… Caer en esta farsa de control es jugar un partido de tenis en el que ambos jugadores terminarían agotados y con ganas de darse de raquetazos. Es aquí cuando hay que emplear la estrategia del guerrero impecable. No vuelvo la vista atrás, no peso en la balanza lo que me deben o debo, hago lo que tengo que hacer y confío en que todo salga bien y si se producen nuevas circunstancias que exigen nuevas decisiones vuelto a actuar como un guerrero impecable y hago lo que tengo que hacer.

Todos funcionamos de una manera u otra con esta farsa de control en nuestras vidas y la sociedad se mueve al ritmo de la cadena de favores. En la política esto resulta especialmente visible y claro. Tú haces el favor de votar a un partido político y él te dice que te devolverá el favor haciendo aquello por lo que tú le votaste. Luego resulta que donde dije digo ahora es Diego. O puede que alguien done una cantidad importante a un partido y a cambio pida una concesión de una obra. Los enchufismos laborales, políticos, es tú me haces este favor y a cambio yo te haré este otro, o eres familiar y me debes esto o lo otro cuando llegues al poder, es algo tan cotidiano en nuestras vidas que casi ni nos fijamos en ello. Sin embargo es una de las farsas de control más efectivas y terribles, es la imagen perfecta de la araña que atrapa a la mosca y luego la va devorando poco a poco.

Por eso hay personas que son muy reacias a que les hagan favores. De alguna manera inconsciente saben que si reciben muchos favores luego se sentirán en deuda y no quieren estar en deuda con ciertas personas en ninguna circunstancia. En cambio otras parecen estar siempre dispuestas a hacer favores, pero solo determinados favores, en determinadas circunstancias y con determinadas personas. Esto resulta bastante sospechoso. Es como aquel que te presta un bolígrafo BIC cuando observa que tienes que anotar algo y te has olvidado tu bolígrafo. Luego te dicen aquello de quédate con él y no aceptan una negativa. Tiempo más tarde un día te ven con una pluma estilográfica de valor que te han regalado por tu cumpleaños y te la piden para anotar algo. Si te descuidas se quedan con la pluma y te hacen creer tácitamente que no debes quejarte puesto que él te hizo aquel “favor”, ¿recuerdas? Es un ejemplo basto pero que ilustra ciertas conductas farsantes. Hay quienes creen que hacerte un pequeño favor les da derecho a luego pedirte un gran favor. El caso de los acosadores es patológico. Hay hombres que hacen el favor de contratar a mujeres para su empresa y luego a cambio les piden sus favores más íntimos, como si el contrato de trabajo, yo te doy un sueldo y a cambio tú me das tu trabajo, no fuera suficiente. Los acosadores sexuales son auténticos depredadores que acostumbran a engañar a sus presas con una sutil cadena de favores.

Hay quienes son invitados a comer a casa de alguien y luego tienen a ese alguien todos los días en su casa, comiendo, cenando, desayunando, a por sal, a por huevos, a por lo que sea. Es un típico caso de la farsa de control. Hay quienes no son capaces de medir ni el valor material de los favores, ni el valor afectivo, ni el valor espiritual. Hay familiares que por el mero hecho de llevar tu misma sangre ya se consideran con derecho a chupártela, como si fueran vampiros. Mucho cuidado con los desvergonzados, los que no tienen el menor rubor en utilizar otras farsas de control como la mentira, porque acabarán utilizando también ésta y con la sutileza de la araña. Mucho cuidado con quienes se ofrecen a hacerte favores sin que tú se los pidas porque detrás puede haber gato encerrado.

Incluso hay personas que son buenas, generosas, que se han propuesto como la meta de su vida ayudar al prójimo allí donde se encuentre, se lo pida o no y hasta las últimas consecuencias. Personas que están convencidas de su bondad sublime y de su sacrificio hasta el martirio y que luego se enfadan muchísimo contigo si no estás de acuerdo con sus ideas, si no te consideras deudor de favores que no has pedido, si te niegas a abdicar de tu libertad y dejarte controlar y manipular. Lo curioso de muchas de estas personas es que no actúan de forma consciente, buscando atrapar a la mosca en su tela de araña, no, te lo dan todo, son unos verdaderos mártires, unos héroes, pero luego, a la hora de la verdad, son incapaces de respetar tu libertad, tus ideas, tu dignidad, tu personalidad. ¡Con lo que yo he hecho por ti! Te lo dicen con tal sentimiento que se les cae el alma a los pies. ¡Pero quién te pidió nada! Acabas sintiéndote como un auténtico verdugo. Estas cadenas son las más difíciles de romper, te sientes culpable, porque al fin y al cabo es verdad que el otro hizo mucho por ti y cosas importantes y te dio de comer cuando tenías hambre y de beber cuando tenías sed y te acogió en su casa cuando estabas en la calle y te vistió cuando estabas desnudo e incluso te dio sexo cuando estabas desesperado, cuando llevabas años sin un contacto piel con piel. Hay quienes son capaces de llegar hasta esos extremos, hasta de acostarse con las personas a las que quieren hacer favores a toda costa. Hay quienes son capaces de transformarse en verdaderos esclavos a tu servicio. Y entonces, poco a poco, día a día, te van pidiendo pequeñas cosas, que les dejes decidir en esto o aquello, que cambies esa forma de pensar que les gusta tan poco, que dejes de ser asertivo y digas a todo que sí. Mucho cuidado con estos farsantes. El verdadero amor respeta la libertad del otro y no mide en una balanza lo que ha hecho por ti para que se lo devuelvas, hasta el último céntimo. Abdicar de nuestra libertad, de nuestra dignidad, de nuestra personalidad, de nuestras ideas más profundas, de lo que somos y queremos, solo porque alguien nos hizo o nos está haciendo un montón de favores que no hemos pedido, es caer prisionero en esta sutil farsa de control que tanto se parece a la verdadera bondad, generosidad, al verdadero amor. Nada engaña tanto como lo mejor y lo máximo. Ojo con la trampa de comprar una prenda de diseño, de los mejores diseñadores del mundo, en el rastro, a un precio de ganga. Podemos hacerlo si queremos pero conscientes de que no estamos comprando un carísimo diseño a un precio ridículo, estamos comprando lo que estamos comprando. Podemos aceptar, si así lo queremos, la farsa del supuesto amor, del sexo que se entrega con generosidad casi surrealista, de los favores sin pedir nada a cambio que se repiten una y otra vez, un día y otro, pero si lo hacemos tenemos que ser conscientes de que en algún momento nos van a pedir la devolución y puede que el precio sea demasiado alto para nosotros. No nos engañemos, un favor recibido de una persona que no está en nuestro primer círculo, a la que no conocemos bien, que he demostrado ser más interesada que bondadosa, puede ser la trampa de la tela de araña. Incluso entre nuestros seres queridos se pueden producir estas farsas. Ahora bien, la convivencia estrecha e íntima con las personas hace que no sea posible el engaño por mucho tiempo. Todos podemos caer en la tentación de utilizar esta farsa de control contra un ser querido, pero solo durará un instante, será un “calentón” porque quien ama verdaderamente no se pasa la vida pesando en la balanza lo que él hace por el otro y lo que el otro hace por él. Y si estamos intentando atraer a un desconocido a nuestro primer círculo tendremos que medir mucho cada paso que damos porque en una cadena de favores nada es más fácil que los anillos de desposados se transformen en grilletes.