DERVICHES, o “encantadores danzantes”.– Aparte de la austeridad de vida y de las prácticas de oración y meditación, los santones mahometanos se parecen muy poco alos fakires indos. Estos pueden llegar a ser sannyâsis o santos mendicantes; los primeros jamás irán más allá de las fases secundarias de las manifestaciones ocultas. El derviche puede ser también potente hipnotizador, pero jamás se someterá voluntariamente a las abominables y casi increíbles mortificaciones que el fakir se inflige con creciente avidez hasta morir entre lentos y crueles tormentos. Las más horribles operaciones, como desollarse vivo, cortarse los dedos de pies y manos, amputarse las piernas, sacarse los ojos, enterrarse hasta el cuello y pasar así muchos meses, son para ellos juegos de niños. Uno de los tormentos más frecuentes es el tshiddy–parvâday 29. Consiste en suspender al fakir de uno de los brazos movibles de una especie de horca que suele verse en las cercanías de los templos. En el extremo de cada uno de estos brazos, hay una polea a la que está arrollada una cuerda con un garfio de hierro pendiente, que se clava en la desnuda espalda del fakir, cuya sangre inunda el suelo, y levantado en alto se le hace girar alrededor de la horca. Desde el primer momento de tan cruel operación, hasta que por su propio peso el cuerpo cede rasgado por el garfio y cae sobre las cabezas de la multitud ni un solo músculo del rostro del fakir se contrae en lo más mínimo y queda tan tranquilo, grave y reposado como si saliera de un refrigerante baño. El fakir se goza en despreciar los mayores tormentos, porque está convencido de que cuanto más mortifique su cuerpo material, más brillante y santo será su cuerpo espiritual. El derviche no es capaz de infligirse tales torturas.
COMENTARIO PERSONAL
Todo camino esotérico, de conocimiento, tiene que llevar necesariamente a la superación de la realidad física puesto que solo lo eterno permanece y la fugacidad del tiempo no permite edificar sobre él nada duradero. Algo que todas las religiones, culturas, corrientes esotéricas y filosofías orientales admiten y es la base, los cimientos, de sus edificios y estructuras de conocimiento intentando explicar el sentido de la vida. Ya lo dijo San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales. ¿De qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma? Nuestra mortalidad convierte todo lo que tocamos y poseemos en algo perecedero, frágil, que solo nos sirve durante un tiempo. Solo la inmortalidad podría cambiar estas bases del pensamiento. Podemos imaginarnos que la ciencia pudiera lograr con el tiempo un dominio de la genética que permitiera a los cuerpos físicos vivir durante muchos años, o incluso podemos fantasear con la posibilidad de cuerpos biónicos o mecánicos, cuyas partes pudieran ser reemplazadas como las piezas de un automóvil, al que se colocaría una inteligencia artificial que sería la nuestra, es decir, nuestro cerebro copiado en un chip, en un pequeño disco duro, en un artilugio adecuado. Se supone que esta es toda la inmortalidad posible que podemos alcanzar, y aún así sería muy limitada y frágil. Por muchas piezas que se pudieran cambiar nadie estaría libre de tener que pagar por ellas y el que no paga no vive, como el que no llora no mama. La inmortalidad estaría sujeta al dinero, a la posición económica, pero aún así tampoco sería tal inmortalidad porque podría haber fallos al transmitir nuestro cerebro al artilugio correspondiente y nuestra personalidad sufriría hasta el punto de que no pudiéramos reconocernos, al perecer nuestra identidad pereceríamos nosotros.
Demos las vueltas que demos todo lo material está sujeto al tiempo, a su deterioro, a su fugacidad, la inmortalidad solo puede ser alcanzada en otra dimensión atemporal, con otra base que no sea la materia. Cuando preguntamos a alguien qué es ser inmortal nos suele responder que es “vivir para siempre”. Pues bien esa vida física de la que se habla no es posible que sea eterna puesto que la eternidad es por definición algo que está fuera del tiempo y el tiempo está inextricablemente unido al espacio, como ya intuyó Einstein. Quien desee la inmortalidad tiene necesariamente que transcender la realidad física.
El budismo habla del velo de Maya como de esa extraña sugestión que nos hace creernos temporales, individuales, habitantes de un universo material, cuando la auténtica realidad es otra. No existe la gota en el océano, existe el océano, no existe la individualidad, existe la consciencia que se ha autolimitado pero que puede recuperar su auténtica dimensión infinita. El alma es la chispa divina, la única parte de nosotros que no es perecedera, que contiene la inmortalidad, la infinitud, la esencia vinculante con los demás y con todo lo existente.
En el chamanismo de Castaneda la inmortalidad se alcanza cuando el guerrero, el nagual, el grupo conformado por el nagual y sus guerreros, atraviesa la grieta dimensional o puerta que al parecer existe en muchos puntos del planeta. Cuando el guerrero crea su clon con la recapitulación y el ensueño el Águila o Mente universal o mente impersonal, les deja pasar y ser libres y eternos, porque lo que el Águila quiere es recuperar el don de la consciencia que entregó generosamente a sus criaturas para que exploraran el mundo de la materia que ella no puede explorar por sí misma y de esta forma le devuelven la consciencia con el cúmulo de experiencias vividas. El guerrero alcanza de esta forma la libertad y la inmortalidad, pero ya no está en la primera atención o mundo físico. No hay otra solución que la transcendencia de ese mundo físico.
Los caminos que buscan la transcendencia son innumerables, algunos muy llamativos y hasta espeluznantes como en el caso de los fakires de los que habla en la cita anterior Ana Blavasky. Pone los pelos de punta lo que un fakir puede hacer con su cuerpo físico, pero no nos asustemos demasiado, nadie puede transcender el dolor de esta forma si antes no ha transcendido su consciencia limitada y temporal. Es como colocarse una armadura de hierro para hacer frente al puñal del dolor o un traje ignífugo para atravesar el fuego. Se supone que una vez hemos transcendido la realidad física el interés que pueda seguir despertando ésta en nosotros es mínimo, lo mismo que quien pudiera volar como un águila para recorrer caminos y dirigirse hacia nuevos horizontes no echaría nunca de menos el duro esfuerzo de moverse con dos piernas por el suelo material. El que alguien pueda llegar a realizar algo así con su cuerpo, superando el dolor es una buena bofetada en el rostro de los incrédulos, la única explicación de que uno pueda superar el dolor y su propia imagen de identidad es que ha alcanzado otro nivel de consciencia.
En cuanto a los derviches su camino parece ser el de la identificación con el movimiento perpetuo, en este sentido creo que entroncan con el TAO, el taoísmo. Mi experiencia intentando imitar el movimiento del derviche, adoptando su postura y girando como ellos ha sido muy aleccionadora. En realidad se puede decir que todas las formas de transcender la realidad física están basadas en adaptarse al movimiento perpetuo, a la ley de la vibración. Cambiamos nuestras vibraciones materiales a través del sonido o mantra, a través de la danza, del movimiento giratorio del derviche, a través de la meditación, vaciando nuestra mente, calmando esas vibraciones o estímulos que centran nuestra consciencia en un nivel determinado de realidad. Lo mismo que un viajero que se moviera dentro de un vehículo y mirara por la ventana vería la realidad de forma muy diferente según el vehículo se moviera a una determinada velocidad u otra, pudiendo ocurrir que superada la velocidad de la luz la realidad diera un cambio absoluto y se transformara en otra.
El concepto del apego budista no es otra cosa que la obsesión del ser mortal por permanecer en una realidad dimensional o vibratoria determinada para siempre cuando por naturaleza nada es para siempre. El desapego no sería otra cosa que hacerse consciente y aceptar que nuestra naturaleza es eterna, libre y fluyente y no permanente en un estado concreto de existencia. Una vez aceptado esto el fakir puede trocearse el cuerpo en trocitos y el derviche podría estar girando por toda la eternidad, porque ambos han alcanzado la verdadera sabiduría, no somos individuales y temporales sino que pertenecemos al océano infinito de consciencia y somos eternos.
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