LA DIABETES NO LLAMA A LA PUERTA II

9 05 2024

Yo vivía en una antigua casa rural, en un pueblecito de apenas una docena de habitantes. Lo había buscado por Internet como el último refugio de un escritor que no conseguía rematar sus numerosas novelas inacabadas. Allí estoy, solo, rodeado de un silencio monacal, disfrutando de mis lecturas, músicas y toda la parafernalia cultural que me ha acompañado a lo largo de mi vida. Todo parece ir bien hasta que un día me hago apenas consciente de estar atravesando una etapa depresiva. No la hago caso porque ya me he acostumbrado a estar triste, unos días más y otros menos, a estar solo, todos los días, a sentir melancolía, añoranza de tiempos pasados.  Además, coincidió la muerte por cáncer de una gran amiga, a la que apreciaba mucho y que tuvo una muerte solitaria y bastante triste, y a la que no pude despedir por circunstancias de la vida aún más tristes. A veces como demasiado, al fin y al cabo, me queda poco tiempo de vida y carpe diem, a vivir que son dos días. Algunas veces, pocas, bebo demasiado, fiestas anuales de gran boato, mi cumpleaños y poco más. Salvo que una noche esté tan triste, tan triste que me sirva un copazo. Todo iba bien hasta que ocurrió la tragedia griega. Los recuerdos son confusos, neblinosos. Un día me llevo la mano a la nuca y encuentro que ha crecido un chinchón de la nada. No recuerdo haberme caído, y mucho menos de espalda, golpeando la nuca contra algo muy sólido, como aventuraron en el hospital. Sí recuerdo haber estado cortándome el pelo de la cabeza con mi maquinilla y en un momento determinado, ante unos pelos rebeldes, meto con rabia las cuchillas y zás, me hago una herida. Lo sé porque sangro, me echo agua, me limpio con una toalla y santas pascuas, aquí paz y después gloria. Pues bien, no hubo paz y en lugar de gloria llegó el infierno.

Todos nos acostumbramos fácilmente a vivir en la salud, más o menos, porque achaques los tenemos siempre, es una sensación agradable, nada nos molesta hasta el punto de pensar solo en el dolor, olvidándonos de las restantes sensaciones de la vida. Por eso se hace tan dura la enfermedad, ese no pensar en otra cosa que no sea en que desaparezca el dolor y volvamos a recobrar las viejas sensaciones de antes, que ahora añoramos tan intensamente porque olvidamos los momentos tristes, el aburrimiento, la soledad; queremos regresar a todo eso como a un paraíso porque el dolor sin duda es el infierno. Me tocaba la nuca y notaba algo raro, como una dureza poco común, como si la piel se hubiera transformado en cuero correoso, duro como una piedra. Aun así no me preocupé. Nunca hubo chinchón en mi vida que no desapareciera. Cuando comenzó a supurar, a echar pus, entonces sí que me preocupé seriamente, pero no hice caso de los amigos y vecinos que me querían llevar ya a urgencias. Esperaré hasta el lunes, les dije, no sé por qué razón, tal vez porque llevaba tanto tiempo sin acudir al médico, sin hacerme chequeos, que volver a hacerlo era como comenzar el duro viacrucis de las pruebas, de saber que todo va mal cuando creía que todo iba bien, las dietas, los medicamentos, las visitas reguladas a las salas de consulta. Decidí esperar al lunes y de pronto aquel fin de semana se convirtió en un infierno. Estaba cansado, agotado, un poco más de costumbre. No le di importancia hasta que la sed se hizo insufrible, necesitaba agua fría del refrigerador y cada vez iba más al servicio a orinar y no paraba de hacerlo. Cada vez me costaba más levantarme, ponerme en pie, para ir al servicio del que no conseguía levantarme, como si tuviera un caño roto. La situación se convirtió en angustiosa cuando al levantarme de la cama, donde me había tumbado para descansar, caí de culo al suelo y ya no conseguí levantarme, las piernas parecían de chicle, no tenía fuerzas, esperé y esperé, pero no conseguí ponerme en pie. Era de noche, decidí tirar la ropa de la cama al suelo y dormir como me fuera posible el resto de la noche. Cuando desperté, mañana avanzada, logré ponerme en pie con mucha dificultad. Necesitaba ir al servicio, me estaba meando, de hecho, había empapado el calzoncillo y el pijama. Como pude me arrastré hasta sentarme en la tapa del retrete. Allí esperé a que el caño de la fuente exprimiera su última gota. Como pude me quité el pijama y el calzoncillo y los pateé hasta un rincón del servicio. Me levanté, volví a caerme, tuve que arrastrarme hasta el dormitorio. Allí intenté sentarme en la silla del ordenador que cayó al suelo con estrépito, no era capaz de aferrarme a nada para lograr que mis piernas me sostuvieran. Me sentía tan absolutamente agotado que solo recordé otra vez en mi vida que hubiera pasado por algo parecido. Era yo un adolescente al que el médico de familia del pueblo acababa de diagnosticar una anemia perniciosa que estaba a punto de convertirse en leucemia. Le dijo a mi madre muy serio que podía morir, la ordenó que me metiera en la cama, reposo absoluto, vitaminas, comida específica, filetes de hígado, por ejemplo, ponches de yema de huevo y jerez, carne, filetes, algo fuera del alcance de la economía familiar. Permanecí en la cama varios meses, sin poder apenas moverme, hasta me sentía incapaz de sujetar el libro que estaba leyendo. La impotencia fue absoluta.

Como en aquel momento. No podía ni arrastrarme. Imaginé que tal vez si conseguía traer la banquetita del servicio hasta el dormitorio pudiera hacer de palanca para subir a la cama. Me arrastré como pude, como un marine en el barro, como hiciera también en otro momento de mi vida en el que luché duramente por mi supervivencia. Me llevó un tiempo que me pareció una eternidad. Al fin trepé a la cama y boca abajo permanecí así un tiempo indefinido, descansando. Había llegado el momento de llamar a urgencias, de pelear por mi vida, porque ahora no me podía engañar, no sabía lo que me pasaba, pero sí que me estaba acercando a la muerte. No hay muerte más miserable que la que te impide despedirte de tus seres queridos, que aquella que te hace luchar contra tu animalidad más grosera, ocupando la mente con cuestiones tan bajas como mover tu mano un centímetro más, hasta alcanzar al cajón de la mesita de noche donde está tu cartera, donde tienes la tarjeta con el número que te pedirán al hacer la llamada de urgencia a tu sociedad privada de salud. Te arrastras un poco y descansas, te arrastras otro poco y descansas. Al fin, con enorme dificultad abres el cajón, rezando para que la cartera no esté al fondo, sino al principio. Tienes suerte. Respirando por la boca, porque se te acaba el aliento, sacas la tarjeta y te haces con el móvil, que está en la cama, al lado de tu brazo. Ahora viene lo peor, conseguir llamar a tu número de urgencias y no al 112, que es más fácil. La tarea te lleva mucho tiempo, esperas poder hablar, no estás seguro. Marcas y esperas. Confías en que te entienda la voz de mujer, al otro lado del espacio infinito. Expresas tu necesidad perentoria, peligro de muerte, necesitas una ambulancia. Algo debe percibir la mujer en tu voz cuando te ruega que esperes y no cuelgues. Respiras como puedes boca abajo. Te dice que las ambulancias están ocupadas, pero que llamará al 112, te pregunta si la puerta de la casa está abierta. Haciendo un terrible esfuerzo repites tu dirección, que has dejado la llave de la puerta por fuera, que estás en el primer piso, en el dormitorio.





LA DIABETES NO LLAMA A LA PUERTA I

2 05 2024

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría

No podrá morir nunca.

EL MUERTO

PEPE HIERRO

               LA DIABETES NO LLAMA A LA PUERTA

                                                         I

El bastón que me habían cedido en la residencia de ancianos me ayudaba mucho a no irme a uno y otro lado de la acera, como un borracho. Caminaba con mucha calma, tensa la atención sobre posibles obstáculos que me hicieran caer cuan largo era (ahora sí, antes hubiera sido más cierto lo de cuan ancho era). Una caída, en mi situación actual, podría ser tan nefasta y grave como incluso mortal. No olvidaba la frase del folleto sobre las caídas que me habían dado en la residencia. La mayoría de las muertes, en la tercera edad, se producían por caídas. Sí, yo pertenecía ya a la tercera edad. Quién me lo iba a decir a mí hace apenas unos años, pocos, la vida es corta y pasa como un soplo.

Sobre mi cabeza un vendaje que las enfermeras llamaba capelina y que a mí se me asemejaba al turbante de un mameluco. No sabía por qué, tuve que mirar en Internet para confirmarlo. En efecto el vendaje era muy parecido al turbante y los mamelucos eran una tribu árabe, creo que una especie de mercenarios que habían luchado en varias guerras desde la Edad Media, hasta con Napoleón en Egipto si no recordaba mal. Con alguno de los vecinos del pueblo había bromeado presentándome como un mameluco. Tal vez los vecinos de este pueblo ya me conozcan como el de la boina blanca, caminando con dificultad por sus aceras. De pronto algo llamó mi atención. En el centro cultural del ayuntamiento se anunciaba un concurso literario. Me detuve para leerlo con calma. Era perfecto para mí, quince páginas y el tema libre. No tenía que ir muy lejos para encontrar la historia que iba a contar. Lo que había puesto patas arriba mi vida tenía todos los ingredientes para una buena historia, drama, incluso tragedia, una pizca de humor, negro, claro, buenas personas, generosas, humanas, amables, y alguna no tan buena, porque de todo hay en la viña del señor. No podía contarlo todo tal cual, una narración de ficción necesita su correspondiente proceso de elaboración. Yo sería el protagonista y lo que a mí me ocurriera no necesitaba enmascararse. Un autor puede convertirse en personaje y narrar su historia sin necesidad de mucho subterfugio, al fin y al cabo, nadie le va a reclamar nada por traspasar la línea roja de los derechos al honor y a la intimidad. ¿Pero y los demás personajes con sus correspondientes historias?

Los lectores que no han escrito nunca una historia se preguntan y preguntan al autor, curiosos hasta la más mezquina morbosidad, cuánto de autobiográfico hay en su relato o novela, hasta qué punto el protagonista se parece a él o hasta dónde ha puesto su propia carne en la carne de sus personajes. Los autores solemos pasar del tema como si no esto no tuviera la menor importancia. Y no la tiene como voy a demostrar a continuación. Hay pocos lectores que conozcan tan bien la vida y milagros de un autor como para señalar en tal o cual personaje o historia algo que pueden identificar porque han sido testigos de ello o alguien le ha contado. No son tantos los que conocen nuestras vidas, las de las personas anónimas, escribamos o no, y de éstos ¿cuántos leen a un autor si no es famoso, o aun siéndolo? Muy pocos. Por eso los autores nos podemos permitir el lujo de cambiar partes de una historia real, enmascarar personas reales y transformar tu propia vida, tan real como la vida misma, en una ficción en la que nadie sería capaz de reconocerse, incluso el propio autor. Creo que ahora lo llaman autoficción a eso de escribir sobre la propia vida transformándola en una historia ficticia. Es un truco sencillo. Pongamos por caso que tengo que describir al director de mi residencia de ancianos, donde habito temporalmente hasta que se me cure la herida y me quiten el gorro de mameluco. Pues lo convierto en directora y la hago joven, guapa, una auténtica top model, y elegante, muy elegante, inteligente, trabajadora, amable, etc etc. Está claro que ningún lector va a creer que esa parte de la historia es real, porque todos sabemos que los directores de residencia geriátricas son hombres calvos, barrigones, malhumorados…Y que me perdonen los directores de geriátricos, porque esto es una broma, pura ficción, vamos. Y así con todo el mundo. A Marta, la enfermera que voy a ver al centro de salud, para que me cambie el turbante, la convierto en un ángel, el ángel de mi herida, es también guapa, amable, sensible, humana, vocacional y así sucesivamente. Nadie se va a creer que un personaje así es real. Tiene que ser inventado. Si esto fuera una historia de terror de Stephen King, podría convertir a esta enfermera en una vieja gruñona y malvada que hurga en mi herida y me hace sufrir hasta el paroxismo. Y ahí me tienen, gritando como un energúmeno.

Ven ustedes, queridos lectores, qué fácil es transformar hechos reales en historias ficticias, enmascarando personas reales para convertirlos en personajes y haciendo que hechos reales como la vida misma de los que podría dar fe un notario sin caérsele encima el palo del sombrajo, parezcan la fantasía delirante de un autor loco, y que me perdonen los que no estén locos, yo sí lo estoy, y a mucha honra. De esta forma me creé mi propia novela, hasta llegar a la parte dramática de la misma. Entonces todos los recuerdos se me echaron encima como lobos hambrientos y casi me voy de culo. Tuve que buscar un banco, sentarme y cerrar los ojos.





ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXIX

26 04 2024

Se puede decir que mi vida transcurría entre la casa donde vivía con mi madre, donde procuraba parar el mayor tiempo posible, encerrado en mi habitación leyendo o escuchando música; el trabajo donde pasaba la mayor parte del día, dedicado escribir a golpetazos en aquella pesada máquina Underwood todos los trámites de los expedientes civiles que me habían tocado y por último, entre la piscina de aquel hotel de lujo, donde nadaba casi una hora sin parar, haciendo largo tras largo en los diferentes estilos que no suponían ninguna dificultad para mí. Allí en la piscina conocería a una mujer que tendría gran importancia en aquella etapa de mi vida. Se trataba de una mujer casada, de poco más de cuarenta años, creo recordar, tal vez alguno más. Coincidíamos en la piscina en las horas previas a la comida, o si no había podido ir por alguna razón, por la tarde después del trabajo. Era una mujer que conservaba un cuerpo muy bien formado, resaltado por un bikini de aquellos tiempos, discreto, con un cierto morbo sensual para mí. Me resultaba muy atractiva y fantaseaba con ella en mis caminos eróticos interiores. Su rostro no era tan atractivo como su cuerpo, normal, con alguna arruga que mostraba su edad mucho mejor que el resto del cuerpo. No fui yo quien se acercó a ella, era demasiado tímido y a pesar del bajón de peso que estaba experimentando con la dieta de la famosa doctora, aún recordaba cómo era aquel cuerpo obeso y repelente. No hacía mucho caso de sus intentos de entablar conversación conmigo. Cuando paraba a descansar un poco en la zona menos honda de la piscina, ella se acercaba y me hacía alguna pregunta que yo contestaba con un monosílabo y si insistía me apresuraba a seguir con el largo del estilo correspondiente. Hasta que se hartó y me asedió en debida forma. Quería saber de mí, de los motivos de mi timidez, de mi misantropía, a qué me dedicaba y todo lo que quisiera decirle o pudiera sacarme. Como me ocurría en estas ocasiones, tras huir de la persona que deseaba hablar conmigo, en cuanto aceptaba que había verdadero interés en la otra parte, me ponía a soltar intimidades como por una cloaca. Porque así me sentía cuando tenía que explicar mi vida pasada, con los intentos de suicidio, las estancias en los psiquiátricos y ahora la razón de mi aparición en la televisión que antes o después terminaba por salir en mis conversaciones. En un principio intentaba por todos los medios dar una versión edulcorada de mí mismo, podando todos los episodios de mi vida que podían hacer pensar al otro que se encontraba ante un verdadero monstruo, pero luego comprendía que era tan poco lo que podía contar de la supuesta persona normal que era, que terminaba por mandar a freír espárragos -en una de las expresiones favoritas de mi padre- todas mis prevenciones y me ponía a soltar la mierda acumulada.

Como es lógico esto no lo podía hacer en la piscina, en los escasos minutos en que descansaba entre estilo y estilo. Pero cuando me invitó a un café en la cafetería del hotel y no me pude negar, tras haberlo hecho ya muchas veces, ocurrió lo que tanto me temía. Hablé de mí mismo, de mis aficiones, de todo aquello que de alguna manera me enorgullecía y cuando ella fue ahondando más y más le solté mi gran secreto que me daba cuenta que ya no era un secreto para casi nadie después de mi aparición en televisión. Se mostró compasiva como hacían casi todos al conocer mi pasado más oscuro, pero luego lo dejó de lado, como dando un manotazo, y se centró en mi presente. Sin duda en algún momento le hablé de mi gran obsesión. Necesitaba sexo, me moría de ganas y no encontraba a ninguna chica que quisiera hacer el amor conmigo, con vistas a una relación de pareja estable o no. Desde luego que yo quería casarme o simplemente vivir en pareja, algo que en aquellos tiempos seguía muy mal visto por la mayor parte de la sociedad pero que para buena parte de la juventud era bastante común. No me hubiera importado que ella me propusiera sexo. Ya me había contado también alguna de sus intimidades. Estaba casada con un hombre bastante mayor que ella, no recuerdo cuántos años, pero sin duda más de veinte. A su marido ya no le apetecía mucho el sexo y ella se sentía abandonada y casi deseosa de vivir su vida al margen de su marido. Tal vez lo hubiera hecho de no ser por su mentalidad tan conservadora que contrastaba vivamente con su hastío de la vida matrimonial y familiar. Se debatía entre satisfacer sus deseos y vivir una vida paralela a la que tenía en casa y el famoso qué dirán, que en una ciudad pequeña y muy conservadora como aquella podía causarle serios problemas.

Se interesó por mi problema y me comentó que yo era joven y de aceptable buen ver. Le tuve que explicar cómo era yo físicamente no mucho tiempo atrás. Creo que me dio algunos consejos sobre cómo seducir a las chicas y las viejas historias que te endosa todo el mundo que cree haber vivido mucho y saber de estas cosas más que nadie. Un día me comentó sobre una amiga que tenía, de su edad, más o menos o un poco mayor. Estaba soltera, nunca se había casado porque su amante era un hombre casado y estaba profundamente enamorada de él. Todo se fue al traste cuando aquel murió en un accidente de tráfico. Me preguntó si le importaba que me la presentara otro día. Podíamos tomar café los tres y ver si encajábamos. Así ocurrió, en efecto, y este fue el comienzo de una relación a tres muy extraña, a la que hubiera denominado “menage a trois” sin vergüenza de haber existido sexo de por medio. Pero no lo hubo, nunca lo hubo. Creo que ellas se sentían bien hablando con un chico joven (yo debía de tener por entonces unos veintiocho años) y tan tímido que les hacía sonreír a veces. Supongo que tonteaban un poco conmigo, sin malas intenciones ni buscando nada más que el momentáneo flirteo.

Les gustaba mi cultura, parecía saber de todo y mis conocimientos, para mi edad, eran bastante extensos Había leído mucho, escuchado mucha música, visto mucho cine. Había tenido una vida madrileña bastante interesante si quitamos las estancias en psiquiátricos y los intentos de suicidio. Desde luego yo era un islote divertido en el océano de hastío vital que eran sus vidas. Pronto se hizo una costumbre el tomar el café después del baño o el aperitivo antes de comer. Alguna que otra vez quedábamos por la tarde en otras cafeterías (no recuerdo si estuvimos en algún pub, puede que sí, no en discotecas). Con el tiempo me fueron presentando chicas de su entorno. La mujer a la que se le había muerto el amante de una forma tan dramática, llamémosla B, llegó al extremo de presentarme a una chica que trabajaba en la fabrica donde ella era encargada y que se caracterizaba por ser muy promiscua. Me avisó antes de ofrecerse a presentármela de que era bastante feúcha, o muy fea, si nos dejábamos de circunloquios. Yo dije que sí, pensando que estaba tan salido, tan necesitado de sexo que no me importaría lo fea que fuera. Sí, me importó, porque quedamos en una discoteca y después de tomar alguna que otra copa, bailar y charlar un poco me planteó directamente irnos a su casa y tener sexo. Lo intenté, juro que lo intenté, pero no pude, no me gustaba nada. Aquello le sentó como una patada en el bajo vientre, me llamó de todo, se marchó y aquí terminó la historia.

Pero todos estos episodios ocurrieron bastante posteriormente a que lleváramos apenas dos o tres meses tomando café los tres. Lo mismo que mi fiesta de cumpleaños a las que asistieron otras chicas que me habían presentado, especialmente recuerdo a dos hermanas, una me gustaba muchísimo pero no quería saber nada de mí y la otra, con un ligero sobrepeso, no me interesaba tanto, pero con ella sí me hubiera ido a la cama sin pensármelo. Ninguna de ellas se sentía suficientemente atraída por mí como para irse a la cama, algo que comprendí tampoco hubieran hecho con otros, porque su mentalidad sin ser tan conservadora que pudiera llamarla beatería, sí estaba aún bastante alejada de lo más progresivo en cuanto a mentalidad en aquella ciudad. Y también ocurrió algo que me marcaría durante los años siguientes y que fue muy importante en mi vida.

Estoy bastante convencido de que fueron ellas, no podía ser otro, las que me hablaron de los rosacruces porque creo que era T. la que conocía a alguien que a su ve conocía a otro que…Yo ya había intentado, de una forma bastante cándida y ridícula, ponerme en contacto con grupos espiritistas o esotéricos, con un resultado solo podía ser un fracaso en una ciudad tan católica y conservadora. Se trataba de un matrimonio, él un buen cargo en la Telefónica y ella guía de turismo. No tenían hijos y su poder económico era bastante elevado para la media. Poseían un local destinado a filatelia en una de las principales arterias de la ciudad y en uno de los edificios más modernos y lujosos. Eran rosacruces y me introdujeron en este grupo esotérico que tanto influiría en mi vida juvenil. También fueron ellos los que me presentarían a G, un profesor que tenía una academia privada, con fama de guaperas y que a su vez era amigo de la que pronto sería mi profesora de francés. Aquí aparece por fin la rubia alcoholizada.





ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXVIII

11 04 2024

 La muerte de mi padre supuso un cambio muy importante en mi vida, como era de esperar. Mi madre y yo buscamos casa. Mi hermana se había casado muy joven y aunque no vivía lejos, sí lo suficiente para que no nos viéramos muy a menudo. Creo que mi hermano debía de estar ya en la guardia real, a donde fue para evitar el servicio militar o porque aquello le gustaba lo suficiente para probar fortuna. Debió de ser mi madre la que encontró la casa, yo no estaba para cuestiones prácticas. Por suerte la encontró en el centro, justo un par de calles del juzgado donde yo trabajaba, con lo que me bastaba con levantarme un poco antes del momento en el que tenía que hacer mi aparición en el trabajo. Recuerdo bien que era una casa vieja y cochambrosa a la que se accedía por una escalera de piedra. No recuerdo que bajo ella hubiera otra vivienda, aunque sí existía espacio para ella. No recuerdo vecinos, solo una mujer soltera que habitaba otra vivienda que formaba  y con la nuestra, en una especie de ángulo donde se cruzaban las dos casas de un lado, en una de ellas vivía la dueña, y la nuestra. Me resulta difícil describir aquello, aunque en mi memoria aparece bastante claro. Se accedía, desde la calle, por un estrecho pasillo oscuro hasta un diminuto patio en el que se iniciaban las escaleras a nuestra casa, que era pequeña, pero suficiente para nosotros dos. Un pasillo desde la puerta de entrada que giraba a la izquierda. A la derecha estaba la cocina, pequeña pero más grande que la de la mayoría de los pisos modernos. En ella una cocina de carbón nos permitía cocinar y calentar un poco la casa en invierno. A la izquierda una diminuta habitación donde dormía mi hermano cuando venía a visitarnos y la abuela materna cuando nos tocaba tenerla en casa seis meses. Como eran cinco hijos el cálculo es sencillo, venía cada más de dos años. El servicio estaba a la derecha del pasillo frente al dormitorio de mi madre que era el mayor. El mío estaba al final del pasillo y aunque no muy grande era suficiente para mí. Haciendo esquina un saloncito donde teníamos un sofá y la televisión. El suelo de baldosa, creo recordar, salvo el salón que tenía madera o un parqué muy viejo y machacado. En aquella casa viviría los momentos más terribles que pasé en este segundo círculo del infierno.

Creo recordar que debió de ser allí cuando decidí tomar medidas serias para bajar de peso, como haría en momentos críticos en ciertas etapas de mi vida. No me recuerdo yendo a la piscina climatizada donde hacía una hora de natación antes de comer, al salir del trabajo. No podía vivir entonces a las afueras, donde vivimos con mi padre, porque hubiera llegado muy tarde a comer y no recuerdo haber comido tarde nunca. Era preciso adelgazar a cualquier precio, porque, aunque dejé en casa la mariconera que había traído de Madrid para que nadie se burlara de mí y la gabardina que tan mal me quedaba mi sobrepeso era excesivo y muy peligroso para mi salud. Como me ha ocurrido a lo largo de mi vida, cuando llego a una encrucijada, tomó decisiones drásticas que mantengo hasta conseguir los objetivos marcados, como me ha sucedido ahora, en la residencia de ancianos donde estoy en este momento y donde me he recuperado casi por completo del gravísimo incidente de salud que a punto estuvo de costarme la vida. En un par de semanas estaré de nuevo en casa, con una baja de peso increíble, mucho más ligero y recuperado de lo que pude imaginar a lo largo de estos últimos años. Entonces di los pasos necesarios y razonables para alcanzar mi objetivo, que era bajar de peso y adquirir un estado de forma bueno, sino atlético. Para ello me informé de la mejor dietista de León y me informaron de una doctora que tenía la consulta no demasiado lejos del trabajo. Fui a verla y como me sucedía entonces, antes de entonces, ahora y siempre, no puedo resistirme a las mujeres que me gustan y aquella me gustaba mucho. No es que hiciera ninguna tontería, suelo contentarme con mis fantasías eróticas y alguna que otra conducta que pasa desapercibida y sino es así nadie parece darle mucha importancia.

Aquella mujer me puso a dieta, lo que es elemental, pero antes hizo un pequeño experimento que me gustó. Se trataba de pasar una semana comiendo un determinado tipo de alimentos y luego ver el resultado. Lo que me gustó fue que dedujo de todo ello que lo que más me engordaba era la legumbre, algo que mi madre no aceptó de buen grado, siguiendo la leyendo dietética de entonces, no sé si también actual, de que la legumbre es buenísima y hay que comerla al menos dos o tres veces a la semana. Claro que mis platos de legumbre eran terribles, pero supongo que la dieta la seguí a rajatabla con la cantidad estricta de alimento que ella me había marcado, por lo que puedo deducir que algo de verdad tenía su conclusión de que me engordaba más la legumbre que la carne o la grasa. Como a mí la carne y la grasa me entusiasmaban me lo tomé muy bien y ese argumento lo utilicé muchas veces. En resumen, que me puso a una dieta estricta y espantosa, con la que pasé un hambre canina, pero que dio resultado. Sí, porque a los seis meses había bajado treinta kilos. Lo que me ha sucedido en más ocasiones en las que he seguido dietas estrictas. Todo esto acompañado con una hora de natación todos los días en la piscina climatizada de un hotel de lujo cercano, que me costaba un ojo de la cara pero que di por bien empleado cuando tuve que comprarme ropa nueva y mi aspecto mejoró notablemente.

Aquella paciente mujer debió de notar mis extraños comportamientos con ella, pero seguro que, informada de mi aparición en televisión o tal vez ella misma me viera, decidió que lo mejor era tener paciencia con aquel loco. Si bien mi aspecto físico mejoró tanto que yo mismo me autorizaba para intentar ligar como pudiera, mi condición psíquica y mental no se puede decir que mejorara demasiado, aunque sí lo suficiente como para irme olvidando de mi experiencia televisiva y no siendo consciente de las reacciones de los demás ante mi presencia, salvo que fueran muy exageradas. Mi vida cambió lo suficiente como para intentar aventuras que en otro tiempo me hubieran parecido imposibles. Empecé buscando grupos esotéricos o espiritistas en la ciudad y no se me ocurrió otra cosa que acercarme a la delegación del ministerio de cultura o como se llamara en aquella época. La mujer que me atendió debió de alucinar en colorines ante mis preguntas. No obstante mi persistencia y un poco de suerte me llevaría a conocer y contactar con el grupo de rosacruces de AMORC del que formaría parte durante años y tanto influyó en ambos sentidos en lo que llegaría a ser el núcleo de mi estancia en el segundo círculo del infierno. Y fue a través de ellos, en una carambola un tanto delirante, cómo llegaría a conocer a la rubia alcoholizada. Ya sé que si algún lector está siguiendo esta historia, se preguntará, y con toda razón, sobre el por qué del título de este capítulo, cuando esta rubia ha tardado tanto en aparecer y sin duda no tendrá la importancia que tuvieron otras personas y circunstancias. No hay razón lógica para la elección de este título, salvo que enlaza con el del capítulo anterior, el de una rubia con mala suerte. Ambas rubias y ambas maltratadas por la vida y por su mala cabeza y poca voluntad.

El detonante que llegó a producir nuestro encuentro no fue otro que mi interés por comenzar a hablar bien el francés, un idioma que leía con bastante facilidad y que ahora también leo con mucha más soltura. Me dije que podía buscar una nativa con la que mantener conversaciones en francés, porque no me interesaba el estudio de la gramática y de las entrañas de aquel idioma, sino hablarlo con fluidez. Por aquel entonces se me ocurrieron un montón de cosas, a las que me apliqué con total interés y dedicación. Quise bajar de peso y lo conseguí. Quise encontrar grupos esotéricos y lo logré. Quise encontrar una profesora de francés… y la encontré, aunque más me hubiera valido no haberla encontrado.

Solo me quedaba aprender a socializar un poco, perdiendo mi timidez enfermiza y logrando comportarme en sociedad como una persona normal, algo que nunca creí lograr y supongo que no he conseguido del todo, aunque cuando pongo interés todo va bastante bien, aunque muy, muy forzado. Por suerte en la piscina me encontré con dos mujeres que iban a hacer natación a la misma hora que yo y que, con muchísima insistencia, especialmente de una, consiguieron que aceptara tomar algo en la cafetería del hotel y luego quedar con ellas algunas tardes. Estas historias las cuento en la serie de mis relatos de mujeres, aunque aún no he subido ningún capítulo de esta historia a Internet. Puede que lo haga, o no, dependerá mucho de hasta dónde quiera llegar narrando mis años juveniles. Así pues, por un lado, socializaba en el entorno laboral, con mucho sufrimiento por mi parte, eso es cierto, pero a rastras me iban llevando a tomar un café con ellos o un vino con tapa. Esto unido a las constantes visitas del hijo del jefe y sus presiones para salir con su grupo de amigos o ir de pubs y discotecas, acabé socializando, si así puede llamarse con un grupo de jóvenes de mi edad muy típicos de la época, incluido el consumo de hachís que me perjudicó al mezclarlo con la medicación para mi enfermedad mental que seguía tomando. Por otro lado, el grupo rosacruz, aunque cerrado a influencias externas -cada uno personalmente tenía sus amigos y su entorno, pero como tal grupo nos relacionábamos muy poco con otras personas o grupos- también me ayudó a socializar. Recuerdo muy bien que en un cumpleaños que quise celebrar en casa me di cuenta de las muchas personas que conocía, lo suficiente, para que las invitara a mi diminuta casa y más diminuto salón. Debí de haberlo celebrado  en algún bar o cafetería, pero se me metió en la chola que tenía que ser en casa, y como me ha sucedido siempre que se me mete algo en la chola, lo llevo a cabo aunque las cosas salgan muy mal, la mayoría de las veces.

Allí, ante unas patatas fritas, aceitunas y otras cosillas para picas y beber había gente tan dispar como un mago profesional al que había conocido no sé cómo -debió de presentármelo alguien que le conocía- algunas chicas de aquí y de allá, imagino que las mujeres de la piscina y su círculo piscinil y algunos más que no recuerdo, ni nombres, ni caras ni otras circunstancias. Mi madre que había estado muy preocupada tras mi regreso de Madrid por mi nula sociabilidad y las consecuencias de mi aparición en televisión, se puso muy contenta, asombrada de que hubiera hecho tantos amigos en tan poco tiempo. Yo también lo estaba. Es cierto que tengo una cultura que sería tonto negar, que poseo una labia atractiva cuando me esfuerzo en ello, y que superados los primeros pasos que mi timidez convierte en auténticos abismos, puedo manejarme bastante bien en sociedad. Inicié una etapa que a mi me pareció una nueva vida, como en otras muchas ocasiones, incluida esta. Debo acabar con mis conductas patológicas y vivir una vida lo mejor posible. Al fin y al cabo, se me ha concedido una nueva vida. Eso decía entonces y digo ahora. Entonces porque los intentos de suicidio, terribles, no llegaron a obligarme a cruzar la línea del más allá. Y ahora porque la vida me ha concedido una nueva vida al no permitir que la muerte me haya llevado tras un gravísimo incidente de salud. Solo que esta vez tengo ya edad suficiente para saber que los pocos años que me quedan, muy pocos, deben de ser aprovechados al máximo.

En el próximo capítulo seguiré estas historias paralelas, algunas convergentes, y me centraré en la historia de la rubia alcoholizada, reflexionando sobre el imán que soy para atraer personas marginales que nunca se hubieran encontrado conmigo de no ser por las trampas del destino. En ese sentido estoy bastante de acuerdo con el personaje de mi novela “El buscador del destino”. El destino cabrón que me ha llevado a encrucijadas que nunca debí haber pisado si no hubiera sido con su ayuda y sus trampas.





ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXVII

26 03 2024

                                        

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXVII

                       EL SEGUNDO CÍRCULO DEL INFIERNO/CONTINUACIÓN

El cambio que se produjo tras la muerte de mi padre fue muy importante. Para empezar, no podíamos continuar en el piso porque los propietarios tenían firmado un contrato de alquiler con mi padre, no con mi madre ni con el resto de la familia. Por lo visto la ley estaba así en aquel momento. Teniendo en cuenta que yo trabajaba en un juzgado y tenía algún conocimiento legal y que podía consultarlo con el propio juez o los compañeros, sin duda que lo mejor era buscar otra casa y marcharse. Tal vez hubiéramos podido tener alguna opción de quedarnos si nos hubiéramos metido en un pleito, pero gastar dinero en abogados y meterme en líos justo después de mi apoteósica llegada al juzgado, no debió parecerme el mejor camino. Me resulta complicado diseñar una cronología que me permita situar cada uno de los acontecimientos que se fueron sucediendo en su verdadero contexto. No recuerdo cuánto tiempo estuve en aquel piso hasta la muerte de mi padre y me resulta imposible acoplar lo que iba ocurriendo en mi vida laboral con el transcurso de su enfermedad. Cuando tomé posesión de mi nuevo puesto en el juzgado había un juez ya mayor que debió jubilarse al poco de llegar yo, o tal vez ascendiera a la audiencia provincial. Era un hombre serio, al menos así lo recuerdo, con el que no tuve ningún trato. Si recuerdo bien al resto de los compañeros con los que conviviría bastantes años. Mi superior inmediato en la sección de civil era un oficial muy competente que llevaba en aquel juzgado mucho tiempo, junto con otros compañeros de la sección penal, dirigida por un oficial un poco mayor que él, un gallego de trato agradable y una auxiliar también de su edad o un poco más joven. El agente judicial era un hombre de buen trato de la edad de los demás. Los únicos jóvenes, que acabábamos de tomar posesión era mi compañera a la que dictaba el oficial de lo civil, que estaba muy cerca de mí, al que habían adjudicado una mesa y una máquina de escribir. Esta chica que me resultaba muy atractiva aparece en mi novela El Loco de Ciudadfría, tan autobiográfica como ficticia, puede que a un cincuenta por ciento. Me resulta ahora bastante incomprensible que la sección civil tuviera un oficial y dos auxiliares y la penal solo un oficial y una auxiliar, no parece que la plantilla estuviera muy equilibrada, salvo que hubiera una plaza sin cubrir, algo muy probable puesto que pronto llegaría otra chica, también muy atractiva que se unió a la sección penal. Con estos compañeros comenzaría mi andadura laboral que tantas complicaciones tuvo y en la que se incrustó mi etapa infernal de telépata loco, que es el núcleo de este segundo circulo del infierno dantesco.

Recuerdo muy bien que al llegar los nuevos auxiliares tuvo que cesar un interino que resultó ser el hijo del oficial de lo civil y con el que luego mantendría una relación amistosa muy peculiar y algo toxica, al menos para mí. Ahora, desde la distancia, puedo ver con bastante objetividad todo lo que ocurriría durante aquellos años y encontrar una línea, sino cronológica, si bastante lógica y racional. Entonces no era muy consciente de que el trato que se me dispensaba tenía que estar necesariamente muy relacionado con el conocimiento que todos ellos tenían de mi aparición en televisión. Aunque yo lo negara en aquel episodio que ya he relatado más arriba cuando un compañero de otro juzgado me preguntó si yo era el mismo que había salido en el programa de Ïñigo, lo cierto es que no debió de creérselo, ni él ni nadie, puesto que tenía el mismo aspecto y llevaba la misma ropa con la que aparecí en aquel programa televisivo que de alguna manera marcaría mi vida, a veces sin yo saberlo, otras sabiéndolo pero tratando de no ser consciente de ello. Es evidente que el comportamiento de mis compañeros de juzgado, de otros juzgados y en general de todo el mundo judicial de aquella capital de provincia se vio muy influido por el conocimiento de que yo era, sin duda, el famoso loco que había salido en un programa de gran audiencia para defender como lo más racional del mundo, su deseo de abandonar esta vida, de suicidarse de una vez, o al menos de intentarlo hasta conseguirlo. Nadie me dijo nunca nada al respecto, hicieron como que aceptaban mi deseo de no recordar aquello y de pasar lo más desapercibido posible. Sin embargo su comportamiento hubiera sido cristalino para cualquiera que no fuera tonto de remate, y yo no lo era, aunque el bloqueo que puse a mi mente a la que ordené que escondiera bajo tierra, en lo más profundo, aquella época de mi vida, así pudiera hacerlo parecer a los testigos de mis andanzas, Notaba una compasión excesiva, molesta, asfixiante. A lo largo de mi vida sabría muy bien cómo se siente alguien que se considera igual que los demás o incluso superior en algunos temas, como el intelectual o cultural, por ejemplo, y que sin embargo es tratado como un disminuido psíquico o como se denominaba en aquellos tiempos, un subnormal. Así, en efecto, me sentía yo, se tenía conmigo un exquisito cuidado al decirme las cosas, al proponerme esto o aquello, al protegerme de situaciones que ellos consideraban iban a afectarme. Eran malos tiempos para la enfermedad mental, para la psiquiatría, para los enfermos mentales, para sus familiares y para la sociedad que tenía que enfrentarse a este problema sin saber de la misa a la media y sin querer saber nada. Una hipocresía ridícula y mezquina, lo inundaba todo. Lo políticamente correcto era un valor superior a cualquier otro. Así pues, si en un principio fui aceptado con reticencia, como a un loco al que no se le podía privar de su condición de funcionario y ciudadano, pronto comprendieron que yo era una buena persona que intentaba ser amable con todo el mundo, que procuraba hacer favores a todo el que me los pidiera y alcanzar casi la condición de santo católico en su exacerbado comportamiento que deseaba alcanzar las cumbres más altas de la bondad. En esto tenía una parte muy importante de culpa la formación religiosa que había recibido y la lectura casi patológica de las vidas y hagiografías de santos católicos.

Este comportamiento me crearía muchos problemas, y unido a una timidez enfermiza y malsana que me impedía ser asertivo, incapaz de decir “no” a cualquier cosa que se me dijera o propusiera, convertiría aquella etapa de mi vida en un auténtico infierno, en el segundo círculo del infierno, para ser más exactos. No me apetecía nada salir con el hijo del jefe a tomar un vino tras el horario de la mañana. Yo era un ser asocial y más después de mi etapa madrileña, el primer círculo del infierno. En aquellos momentos aún seguíamos teniendo el horario laboral partido, mañana y tarde. Aunque puede ser que no fuera así y que hubieran puesto un horario intensivo durante mi última etapa laboral en Madrid. Lo cierto es que, en aquel juzgado, como en otros muchos, se funcionaba un poco al margen de las reformas que se iban haciendo en el mundo de la Justicia. El juez pasaba bastante olímpicamente de lo que se hiciera en los negociados de su juzgado mixto, civil y penal, la separación vendría después, al menos en las ciudades pequeñas, mientras los asuntos se tramitaran bien y llegaran a sentencia con las mínimas garantías. Muchos secretarios se conformaban con sacarse un sobresueldo con las tasas, que existían entonces, y procurando llevar al día, en lo posible, la sección de civil, con sus correspondientes embargos y demás diligencias, por las que cobraban una parte de la correspondiente tasa. Entonces muchos secretarios se hicieron de oro y dejaban en manos de los oficiales más carismáticos el funcionamiento de los correspondientes negociados. Eso explica que mi jefe pudiera decidir que fuéramos a trabajar también unas horas por la tarde, que se compensaban saliendo antes de trabajar por las mañanas y entrando también más tarde. No existía el famoso horario intensivo de 8,30 a 15 horas que vendría ya con los correspondientes controles de entrada y salida, al principio firmando solo en el correspondiente libro. Es imposible que recuerde si a mí se me pidió opinión o parecer, porque ha transcurrido demasiado tiempo y aunque se me hubiera pedido yo hubiera dicho que sí, como una oveja a la que le pesara demasiado la cabeza, incluso puede que no pronunciara ni palabra, el simple gesto de dar una cabezada era suficiente para mí y también para ellos. Decía que sí a todo el mundo, a mi madre, al resto de la familia, amigos y conocidos, a cualquiera que se cruzara en mi camino. Si a todo sin excepciones. Si alguien me hubiera dicho que saliera corriendo y me tirara por un puente, yo hubiera cabeceado y lo habría hecho. Desde luego que esto que estoy diciendo es un poco exagerado, aunque les aseguro que no mucho.

De esta forma me vi trabajando por las tardes y saliendo por las mañanas a la hora del vino con el hijo del jefe, que muy sonriente me llevaba a un bar donde conocía y era amigo de un camarero que nos sonreía y nos trataba como a príncipes, poniendo alguna tapa de más con el vino o lo que fuera e incluso no cobrándonos alguna que otra consumición cuando su jefe no estaba a la vista y podía enmascarar la contabilidad que no debía de ser muy estricta. Sería injusto y mezquino si no admitiera que aquellas escapadas diarias me venían bien, para ir socializando poco a poco, más bien muy poco a poco, y que aquel hijo de mi jefe, con el que luego establecería una relación amistosa y de confianza muy estrecha, tuvo un peso importante y positivo en la conformación de un carácter más sociable, aunque lo cierto es que en toda relación en la que uno es incapaz de decir que no a nada, en la que no hay ninguna asertividad por una de las partes, no deja de ser una relación tóxica y dañina para el más débil. Yo debí haber dicho que no a muchas cosas, por ejemplo, a beber vinos o cervezas, puesto que continuaba con la medicación para mi enfermedad mental y el alcohol era veneno, mucho más mezclado con una medicación terrible, de antipsicóticos y antidepresivos, entre otros. Eso me hacía mucho daño. Es cierto que alguna que otra ve lograba imponerme y pedía un biter Kas o algo por el estilo, pero siempre acababa bebiendo demasiado alcohol. Pero lo que peor me venía eran los porros. Ya en Madrid había sufrido experiencias nefastas, como el mal viaje que relato en uno de los libros anteriores de esta larga historia. Aquí comprobé dolorosamente que yo era un tipo raro, muy rarito, puesto que toda la juventud fumaba hachís o marihuana, sino comenzaba ya a caer en las drogas duras, la heroína, luego vendría la cocaína, que recuerde. El que el hijo de mi jefe, mi amigo, fumara porros de hachís fue para mí una pésima noticia, puesto que me presionaba demasiado para que yo pudiera resistirme. Ya en Madrid había comprobado lo mal que sentaba a los miembros de un grupo que uno de ellos se negara a fumar, porque no soportaban reírse de cualquier tontería a mandíbula batiente mientras tú permanecías serio, porque maldita la gracia que tenían sus chistes y bromitas. Ellos estaban en sus mundos de colorines, donde todo era divertido y alucinante, y tú, que seguías en una realidad chata y gris, desentonabas completamente. Por eso era preciso dejar el grupo o fumar. En este caso si yo seguía persistiendo en mi negativa tendría que romper brusca y coléricamente la relación, con las consecuencias, no solo de perder la única relación social que tenía sino de enemistarme seriamente con el jefe convirtiendo mi vida laboral en un infierno mayor. Con el tiempo el padre de mi amigo, mi jefe, me pediría que vigilara a su hijo y le contara si le daba a la droga, especialmente a la dura. Esto me complicó aún más las cosas.

La mayoría de las personas de las que hablaré en esta narración de mi etapa en el segundo círculo del infierno están muertas, con toda seguridad, puesto que me llevaban varias décadas y yo ahora soy un viejales, o casi, como lo prueba el hecho de que esté en una residencia de ancianos, aunque solo sea temporalmente. A pesar de ello no voy a hablar de ellos sino lo estrictamente imprescindible para que el decorado en el que me voy mover no sea incomprensible y falso. No se trata de la mezquina venganza tras muchos años, cuando aquellos a los que vas a poner a caer de un burro están muertos. El resto de “personajes”, llamémoslos así, de mi edad o mi generación, pueden que estén en una situación parecida a la mía, mejor o peor, deslizándose por el último tramo del tobogán de la vida. No, no voy a cebarme en ellos, sino en mí, porque me merezco todo lo malo que diga de mí mismo, me merezco todas y cada una de las consecuencias kármicas que se han derivado de mis actos. A pesar de ello los “secundarios” de lujo de esta historia tendrán que aceptar su responsabilidad y culpabilidad en muchos episodios de mi vida, porque así es y de nada sirve ocultar, medir, matizar, suavizar, comportamientos que fueron los que fueron. Después de haber estado al borde de la muerte una vez más, después de haber sufrido todas las consecuencias que tiene una experiencia cercana a la muerte, con sus efectos postraumáticos, algunos realmente dolorosos y molestos, y otros, como la exacerbación de la libido, hasta divertidos, siempre que controles lo suficiente para no meterte en un lío o no hacer daño, por poco que sea a otros que no tienen la culpa de nada, no puedo seguir viviendo como antes, ni mucho menos puedo seguir dejando en la niebla del pasado episodios de mi vida que exigen ser contados. Por varias razones, la primera porque necesito hacer una especie de psicoanálisis terapeútico para ver si puedo dejar de lado de una puñetera vez todos los traumas y problemas mentales que convirtieron mi vida en un infierno. La segunda porque si la venganza es siempre mala, nefasta, la justicia es algo imprescindible, en la vida de cada quisque y en la de toda una sociedad. Por último, porque no creo que me quede mucho tiempo de vida, porque mi salud se ha resentido y cualquier día me puede dar un susto, y sino me lo da mi salud me lo dará Putin o tantos y tantos depredadores, auténticos demonios, que han convertido en un infierno la vida sobre este planeta. Porque ahora soy plenamente consciente de lo contradictorio y ridículo que es hablar de círculos del infierno, referidos a mi propia vida, cuando yo y todo el mundo está inmerso de lleno en un maldito infierno del que parece nunca vamos a salir.

Y puesto en este capítulo el contrapunto a lo que sería mi vida privada en aquella etapa, la relación con mi madre, mis hermanos y todo lo que iría sucediendo fuera del mundo laboral donde el infierno sería más visible, dejaremos para el siguiente el avanzar un poco en el camino familiar y personal. Seré muy, muy discreto en lo que se refiere a mi familia y a todas las personas que tuvieron la desgracia de conocerme, pero no podré evitar referirme a ellos en algunos episodios concretos y muy importantes.





CARTAS SOBRE EL ENFERMO MENTAL XXXIV

25 03 2024

Soria 5 de enero 2018

Hola amigo: Espero que hayas pasado unas felices fiestas dentro de lo posible, yo he estado solo con mis gatitos pero he procurado disfrutar en lo posible, me gusta cocinar y disfrutar de la comida. Mis mejores deseos para el nuevo año, aunque la situación no sea la mejor.

     En cuanto a lo que me dices de sus delirios ella necesita fugarse de la realidad porque no es capaz de afrontarla, eso nos pasa a todos de una u otra manera, en mi caso los aprovecho como escritor para conseguir excelente material para mis novelas que acaban resultando muy creíbles e intensas porque yo mismo he vivido esas historias en mi mente. Ella no tiene capacidad para instrumentalizar esos delirios de forma creativa, escribiendo, pintando o en cualquier otra tarea creativa, pero si puedes ayudarla a representar esos delirios de forma teatral, como si estuvierais representando una obra de teatro. No me parece mal tu actuación ante el espejo, es como si representaras una obra de teatro improvisada y así debes de tomártela, pero intenta que ella participe también, que saque el exterior sus miedos y paranoias, si es preciso que insulte al FBI o le saque la lengua, es muy importante que vaya logrando tomarse con humor esos delirios. En el libro de Jodorowsky, Psicomagia, se habla de estos rituales o teatralizaciones y se apuesta, en el caso de los delirios, por trabajarlos en lugar de tratar de bloquearlos o eliminarlos. De alguna manera es lo que he hecho yo con los míos, los he convertido en novelas que puedo leer, repasar y me doy cuenta de que aunque sea una fuga de la realidad la ficción también lo es y acaba siendo un excelente entretenimiento. Seguirle la corriente y convertir la vida cotidiana en una fantástica obra de teatro improvisada puede dar buenos resultados y hasta resultar divertido si eres capaz de tomártelo con humor. Tu verás cuándo puedes introducir un toque de realidad, como unas gotas de una medicina amarga en la infusión que se va a tomar. Para el delirante no hay nada más doloroso que salir de su mundo de colorines y caminar tocando suelo, por eso hay que llevarle de la mano y hacerle caminar poco a poco, como a alguien que ha tenido un serio accidente y debe seguir un proceso de rehabilitación con mucha prudencia y precauciones.

     Conseguir los papeles y un trabajo la ayudaría mucho, se sentiría más segura y podría tener menos miedo a tocar tierra. Espero que tengáis suerte. La vida es así de frágil y tornadiza, un día eres alguien importante que ayuda a abrir sucursales bancarias en N. Y. y al día siguiente estás sin papeles, presa de la paranoia y lo que fuiste es apenas un sueño. Por eso un guerrero impecable no se apega a nada, sabe que todo acaba desapareciendo, que la realidad es como un río, siempre en movimiento, y el agua que tienes ahora en las manos se te escurrirá poco a poco hasta no quedar nada. Es la filosofía del TAO, el taoísmo, debemos fluir como fluye la realidad. Un guerrero impecable sabe que la vida es un misterio y que está vendido porque hay fuerzas poderosas invisibles que lo controlan todo y contra las que no se puede hacer nada, por eso con infinita dignidad e impecabilidad hace a cada momento lo que tiene que hacer, esa es la tarea que le da dignidad y le hace inquebrantable y diamantino. 

     No es fácil convivir con un enfermo mental, además en pleno delirio, solo lo puede hacer quien ama mucho y por eso tiene una infinita paciencia y es capaz de luchar todos los días sin desfallecer. Lo que no puedes hacer es dejarte atrapar en sus delirios, paranoias y oscuridades. Seguirle la corriente haciendo de sus delirios una divertida representación teatral puede ayudar mucho, tomártelo todo con humor, convencerla de que cuando está mal la mejor medicina es el cariño y que te permita abrazarla durante un tiempo más o menos mayor según la oscuridad que haya en su mente. Se trata también de regresar a la infancia y convertir la vida en un juego. De niños éramos capaces de jugar con cualquier cosa y de convertir los momentos más aburridos en cuentos de hadas. Uno de esos juegos podría ser el de los abrazos, cuando se sienta celosa de la salvadoreña puedes invitarla a que te castigue con diez minutos de un fuerte abrazo, cada momento de celos debe ser pagado con besos y abrazos, pronto esos ataques celotípicos dejarán de ser dramas terribles para transformarse en un divertido y cariñoso juego.

     Desde luego algo hay que hacer. Tengo una amiga enferma mental, a la que trato desde hace más de cinco años y en todo ese tiempo raro ha sido el día en el que no ha repetido su mantra de quiero-morir-quiero-morir. Acostumbra a contarme episodios de su pasado una y otra vez, como si no recordara habérmelos contado. Una conversación de media hora con ella puede ser como una noche de absoluta oscuridad en el campo, intentando que los monstruos invisibles no se apoderen de tu mente. Pues bien, le dije claramente que cada vez que me repitiera el mantra del quiero morir o me volviera a contar por milésima vez ese episodio oscuro de su pasado, yo le iba a hablar de sexo. Parece una tontería, pero es que ella tiene unas ideas muy conservadoras y le repugna todo lo relacionado con el sexo. Mi intención era hacerle ver cómo podían sentirse los demás al escuchar su mantra de quiero-morir y escuchar cómo cuenta los mismos episodios hasta la sociedad. Se podía hacer una idea aproximada de cómo nos sentíamos nosotros al escucharla teniendo que escuchar ella cómo yo la hablaba de sexo con absoluta naturalidad y durante un tiempo tan largo como el que ella utilizaba en contar sus oscuridades. De alguna manera esto era un acto de psicomagia, un libro que te recomiendo. Cuando un enfermo es incapaz de ponerse en la piel del que le está escuchando, ha ido perdiendo empatía, es conveniente utilizar estas estrategias para que acabe dándose cuenta de que los otros existen y no son una prolongación de su mente. También tiene un serio trastorno de alimentación, no come nada. He inventado el juego de describirle cómo me siento comiendo tal o cual alimento, preparando algún plato especial y luego desgustándolo. También trato de conseguir que vea la fantasía como algo positivo que puede utilizar para combatir la oscuridad de su vida. Su argumento es que su vida es así, eso es real, y lo demás es pura fantasía que no sirve de nada. Yo la digo que en mi jardín, que ella conoce porque pasó aquí una semana tras la muerte de su madre, hay un muro que rodea toda la casa y eso es real, absolutamente real, pero también hay dos puertas que se pueden abrir y cerrar y por las que uno puede entrar y salir, y eso también es real, absolutamente real, la realidad es cuestión de perspectiva, si te fijas en el muro te sientes prisionero, si te fijas en las puertas te sientes libre porque puedes entrar y salir. Todas estrategias y juegos exigen mucha paciencia y a veces sus resultados son muy pobres. He tenido que dejar el juego del sexo porque acabó tomándoselo a mal, como si yo quisiera utilizarla como el teléfono caliente, para ponerme yo cachondo. Aparte de todo esto sufre también una fobia a ducharse desnuda y sola y no soporta ver su cuerpo desnudo o que se le hable de las partes anatómicas de su cuerpo. Yo utilizaba un pequeño diccionario de términos que hacían referencia a la anatomía de su cuerpo e iba viendo la intensidad de su rechazo. La sugerí que al ducharse empezara por los dedos de los pies y pensara qué podían tener de repugnantes y así iba subiendo por su anatomía y dejaba las partes más íntimas y que más repugnancia podían darle para el final. Todo iba bien, consiguió ducharse sola, aceptaba bastante bien las conversaciones sobre sexo hasta que una palabra concreta la molestó tanto que he tenido que eliminar ese juego. Es increíble porque esa palabra es perfectamente normal pero para ella tiene una terrible intensidad. El juego de la alimentación tampoco funciona y aunque en general ha tenido algún progreso, tras cinco años, es descorazonante.

     Te cuento todo esto porque vas a tener que plantearte la relación con tu esposa en esos términos, como un juego, como una estrategia, buscando la mayor creatividad, intentando ver lo que le llega y lo que no le llega, lo que da mejores resultados. El cariño, el humor, todo el aspecto lúdico de la vida, la psicomagia, la ritualización de la vida cotidina, pueden dar buenos resultados, aunque hay que tener mucha paciencia porque esto funciona a largo plazo y a veces no funciona. Los niños pueden ayudar mucho si se les involucra en el juego y son capaces de olvidarse de la tragedia de su madre para jugar con ella.

     Espero que poco a poco todo vaya mejorando. Un abrazo fraternal y mis mejores deseos.





CARTAS SOBRE EL ENFERMO MENTAL XXXIII

2 03 2024

Querido amigo: Siento de corazón que estéis pasando unos momentos tan duros, la vida a veces se pone muy cuesta arriba y hay que sacar todas las fuerzas de que disponemos. Si necesitas hablar puedo llamarte, tengo mucho tiempo libre. En cuanto a tu esposa es normal que con problemas de salud tan serios, la pandemia y vuestro hijo el ánimo se desplome. La etapa por la que pasa tu hijo es muy frecuente en las personas con enfermedad mental que toman medicación, todos quieren dejarla en cuanto se sienten mejor, por desgracia los efectos secundarios de la medicación siguen siendo muy fuertes y todos sueñan con poder prescindir de ella, pero en su caso sería muy grave, primero por la enfermedad que tiene, imposible de controlar sin medicación, y segundo porque son tiempos muy complicados para un enfermo mental. Todo se desmorona a su alrededor y sin la medicación pueden caer fácilmente en los estados psíquicos que ya conocen muy bien. Imagino que su psiquiatra estará intentando quitarle esa idea de la cabeza, lo único que podéis hacer vosotros es decirle la verdad, con respeto y cariño. Que no va a poder seguir como hasta ahora si abandona la medicación. Me acaban de comunicar que uno de mis amigos está internado. Lo esperaba porque estaba muy delirante, para mí que estaba atravesando un brote psicótico con ideas muy delirantes y peligrosas. El problema es que cuando salga volverá a las andadas porque no soporta la medicación y pone muy poco de su parte para dejar de fumar marihuana y enfrentarse al problema con realismo. Si por desgracia tomara la decisión de abandonar la medicación no quedaría otra que buscar fórmulas para que tuviera un seguimiento médico y siguieran poniéndole la inyección. El deterioro en estos casos suele ser bastante rápido y muy difícil convencerles de que vuelvan a medicarse cuando estando más o menos bien no lo han aceptado. Si la situación se deteriora tanto que hubiera que tomar decisiones no debéis sentiros culpables si os veis precisados a un internamiento.

 Los valores espirituales son imprescindibles para afrontar momentos como estos. Sin ellos yo me habría derrumbado ya. No se trata de creer a pies juntillas dogmas que la razón rechaza pero sí encontrar valores que nos permitan seguir de pie cuando todo se desmorona a nuestro alrededor. Sin ellos soportar el sufrimiento y ver cómo la vida se convierte en una pesadilla es casi imposible. Es normal que no te sientas inspirado para pintar, a mi también me pasa a veces con mi escritura, no intento forzarme, gastar fuerzas en hacer algo que se te niega solo te quita fuerzas, pero sí te sugeriría que intentaras algún tipo de actividad, aparte de la de amo de casa, que te permitiera tener ocupada la mente.

     Yo estoy bien, también dentro de lo que cabe porque paso momentos complicados, he dormido muy poco durante una temporada, he tenido problemas de salud, en verano el estómago se rebela y a veces caigo en depresiones que me vuelven muy apático, pero no me preocupo, sé que siempre salgo de ellas y procuro dejar que pase el tiempo, intentando ocupar mi mente con la lectura, escribiendo si me siento con ganas, viendo series o películas. Por suerte también tengo a los gatitos que me obligan a levantarme de la cama y cuidar de ellos. Estuvo aquí mi hermana y mi sobrino, comimos en el jardín y al final hablamos de lo ocurrido. Son casi treinta años sin vernos. Tuve que sacar yo el tema porque mi hermana parecía no estar interesada. Al final descubrí que al parecer sabía muy poco de lo ocurrido ya me mi madre no le comentó nada. No me lo creo del todo, pero se sorprendió mucho al enterarse de ciertas cosas. Por aquí el calor a veces es insoportable para mí, que no soporto las altas temperaturas pero por suerte aquí se lleva mucho mejor el calor. A veces me invita algún vecino a comer en su jardín y una vecina se empeñó en que fuera a su jardín a escribir sus novelas, y allí estuve, creo que necesitaba hablar. El futuro me deprime un poco porque no se ven horizontes claros, pero intento vivir lo mejor posible. Llevo un tiempo catalogando los libros de mi biblioteca, un entretenimiento que no me exige mucho esfuerzo y me ocupa bastante tiempo. 

     No te cortes si quieres escribirme o hablar conmigo, no me molestas en absoluto y tampoco me deprimes, estos temas ya no me afectan como antes. Me ha gustado mucho el cuadro que me has mandado y espero me permitas usarlo en el blog. Hablo de vez en cuando con mi hija que está en Rumanía, donde parece que están tan mal como nosotros, con mi hijo que está bien, lo mismo que su abuelo. Mi ex me llamó hace unos días y estuvimos hablando largo rato. Me alegra ver que las personas a las que quiero están bien y quieren hablar conmigo. Confío en que tu hijo reflexione y trate de llevar la medicación lo mejor posible. Un abrazo y mucha suerte. 





CARTAS SOBRE EL ENFERMO MENTAL XXXII

24 02 2024

SORIA 31 DE AGOSTO 2017

Querido amigo: No es ningún abuso por tu parte, cuando me ofrecí en mi
blog a intentar ayudar con mi experiencia a enfermos mentales y
familiares no puse ninguna condición en el tiempo ni en la extensión
de mi ayuda, siempre que esté en mi mano.

      Es muy buena noticia de que haya dado negativo en drogas, eso
hubiera complicado las cosas hasta el extremo. Si tampoco bebe solo hay
que enfrentarse a la enfermedad, que ya es bastante.

     En cuanto a lo que me dices de utilizar spray de pimienta o
pistola taser, te copio un párrafo de un artículo del periódico de La
Razón.

     En España, las pistolas eléctricas son armas exclusivas para uso
policial y militar. Se encuentran reguladas por el artículo 5.1. del
Reglamento de Armas, junto con las semiautomáticas y los sprays de
defensa. No las pueden comprar ni civiles, ni policías o militares por
su cuenta: solo los cuerpos policiales o militares.

     Como ves, eso está descartado. Por otro lado eso sería considerar
la relación con el enfermo como una guerra en toda regla, y así se lo
tomaría él, te lo aseguro. Todo el mundo tiene derecho a defender su
integridad física y por supuesto,su vida, pero antes de llegar a un
extremo semejante con una persona con la que se convive en un
domicilio, enfermo mental o no, hay que plantearse otras alternativas.
En este caso siempre sería preferible intentar un internamiento
judicial forzoso, por ejemplo cuando vuelva a ponerse tan agresivo que
golpee puertas o paredes o rompa objetos. Es preferible llamar a la
policía y que ellos se encarguen de ponerle a disposición judicial. En
este caso el juez, previo informe del médico forense, puede considerar
que su comportamiento se debe a una enfermedad mental y acordar su
internamiento forzoso por el tiempo que se estime conveniente.

    Entiendo que la convivencia en estas condiciones no es posible y
puede convertirse en un infierno, pero cualquier actuación defensiva
puede generar graves problemas legales. Las condiciones de la defensa
propia están reguladas por la ley y la utilización de medios
defensivos como la pistola eléctrica, no solo es ilegal, sino que se
ha comprobado que puede generar serios problemas, incluso la muerte,
como se ha visto en numerosos casos en USA e Inglaterra. Cuando se
llega al extremo de empezar a medir cómo debo enfrentarme a una
persona que me puede agredir físicamente, midiendo lo que dice la ley
y las consecuencias, lo mejor es tomar ya decisiones drásticas, como
puede ser poner en conocimiento de la fiscalía correspondiente la
situación en la que se está viviendo y que no se puede seguir así
durante más tiempo. Ellos se encargarían, o bien del internamiento
forzoso, o bien, si así lo considera conveniente el médico forense, ir
directamente a la incapacitación del enfermo y su tutela por parte de
alguna administración pública.

      Te sugiero que leas estas historias que aparecen en la sección
correspondiente de mi blog. En ellas mi amigo Bautista, un gran
luchador por los enfermos mentales y familiares en España y precursor
del asociacionismo de los familiares de enfermos mentales, me contó
cómo se enfrentó él a la enfermedad mental de dos primos,
esquizofrénicos paranoides, cómo tuvo que enfrentarse a la violencia
de uno de ellos, lo que le llevó a preguntarse por qué un enfermo
mental puede llegar a la violencia con otras personas y de ahí sacó
toda una filosofía de la conducta que debe seguirse con el enfermo
mental que actúa violentamente. Según él me aseguró, y le creo, tras
un par de enfrentamientos violentos con su primo, cambió radicalmente
la forma de tratar a los enfermos mentales y desde ese momento no
volvió a tener el menor problema de agresión física con ningún
enfermo, a pesar de que trató con centenares de ellos durante su vida.
Estos relatos se titulan «Las historias de Bautista» y te paso el
enlace. Te sugiero que comiences desde el capítulo primero, que está
al final de todo y vayas subiendo, capítulo a capítulo, hacia arriba.

       Un enfermo mental no suele llegar nunca a la violencia física
si no se le falta al respeto, se le insulta, se le humilla, se le
contradice sistemáticamente, como si fuera tonto. El miedo es libre,
pero cuando uno no puede convivir con un enfermo sin cerrar las
puertas con llave, y se está siempre atento a la posibilidad de que
pueda atacar por sorpresa, por ejemplo estando dormidos, algo que es
rarísimo que ocurra, lo mejor es tomar otras medidas drásticas, como
estas de las que te he hablado más arriba.

        Un abrazo





LOCOS EGREGIOS XI

17 02 2024

      LOCOS EGREGIOS

OSKAR KOKOSCHKA

…sobre escollos negruzcos

Se precipita ebrio de muerte

El temporal abrasador…

LA NOCHE

TRAKL ANTE EL CUADRO DE OSKAR AL QUE LLAMÓ LA NOVIA DEL VIENTO

Leyendo el libro de Andrea Camilleri, La criatura del deseo, sobre la relación entre Oskar y Alma Mahler, he recordado cómo hace años oí hablar de este pintor sin dar el paso de intentar conocer su vida y obra. Tal vez se debiera a que su fama de excéntrico, pervertido, raro, me hiciera pensar en que se trataba de un enfermo mental, uno más, y a pesar de lo mucho que he escrito en este blog sobre enfermedad mental, ya me sentía un poco harto de tanto escritor, artista, músico, intelectual con claros rasgos de enfermo mental. Sigo estando convencido de que la enfermedad mental poco tiene que ver con un desarrollo extremo de la creatividad. A lo largo de mi vida como enfermo mental he conocido a muchos enfermos que poco o nada tenían de genios, ni siquiera de creadores o autores en el terreno de la cultura. El hecho de que haya muchos escritores, músicos, artistas, con claros signos de enfermedad mental, diagnosticados o no, poco o nada tiene que ver con una supuesta exacerbación de la creatividad debido a la aparición de la enfermedad mental. Mi experiencia como enfermo mental y escritor, creador, me dice que ambas condiciones no tienen que ir necesariamente unidas. Lo mismo que en el difuso terreno de la normalidad hay toda clase de personas (hay gente pa tó, como dijo aquel torero cuando le presentaron a un escritor), en el mundo de la enfermedad mental hay toda clase de personas, buenas, malas, regulares, creativas, menos creativas, nulidades, altas, bajas etc etc, por lo que no es de extrañar que también nos encontremos con creativos y artistas de toda clase y condición. Sería interesante conocer una estadística a fondo sobre el grado de genialidad y creatividad entre las consideradas personas normales y los que sufren alguna enfermedad mental. Sería interesante, pero no conozco ninguna estadística, ni creo que exista. En el supuesto de que algún día se lleve a cabo esta curiosa experiencia, no creo que en el mundo de la enfermedad haya una gran desproporción respecto a la genialidad y la creatividad con el mundo de la normalidad.

Dicho esto, una posible disculpa tonta por mi desconocimiento de este genio de la pintura, debo decir que no he encontrado ningún trabajo sobre la posible patología o enfermedad mental que pudo haber sufrido Oskar, no al menos en Internet, por lo que me limitaré a un análisis nada profesional de su vida y su conducta respecto a la posible existencia de una enfermedad mental. Empezando por lo que más me ha llamado la atención, la existencia de una madre al parecer muy controladora y autoritaria, en el libro de Camilleri se mencionan detalles tan reveladores como que Oskar buscara estudios lejos de la casa de su madre para evitar que ésta conociera a su amante, y cuando la pareja de amantes rompió, se cuenta cómo la madre de Oskar paseaba frente a la casa de Alma con una mano en el bolsillo de su abrigo, como si portara una pistola, como intentando sugestionarla con la macabra idea de que si volvía con su hijo, sería capaz de pegarle un tiro.

Esto me hace recordar lo que un psiquiatra me dijo un día cuando me propuso llevar a cabo un psicoanálisis en profundidad, es decir durante muchos años o toda la vida. Después de una consulta rápida que me hizo pensar que prefería buscarme otro porque aquel parecía seguir a rajatabla el popular dicho de que un psiquiatra suele estar más “tocado” que sus pacientes, intentó convencerme de que iniciara el psicoanálisis con él, puesto que sin duda me iba a curar. Estaba convencido de que la causa de todos mis problemas mentales estaba en la relación con mi madre. Sin perjuicio de que esto pudiera ser muy freudiano o muy junguiano, o muy psicoanalítico, siempre he creído que no deja de ser un lugar común sin más verosimilitud que la que uno quiera darle. La relación con la madre, especialmente con una madre controladora y autoritaria, no deja de ser una buena razón para pensar en que determinada patología puede tener relación con ello, pero una enfermedad mental no tiene una única causa ni una causa básica, en ella hay de todo, desde algo de genética, algo del ambiente familiar y cultural donde se ha desarrollado el enfermo y de otros desencadenantes que hayan podido hacer aflorar el trauma o la enfermedad. Sin embargo, este dato me parece bastante relevante a la hora de analizar la personalidad y la patología del ilustre genio. Una madre dominante y controladora y un hijo que la deja hacer, sin oponerse férreamente a ello, y tomar las medidas oportunas, ya es de por sí bastante indicativo de una enfermedad mental, como las manchas rojas lo son del sarampión. El hecho de que en un hospital militar de Viena fuera sometido cada dos semanas a descargas eléctricas para provocarle artificialmente espasmos cerebrales como cuenta en su biografía, tampoco parece un hecho de una relevancia absoluta. Yo mismo fui sometido a electroshock durante mi juventud, pero eso no confirmó ningún diagnóstico de enfermedad mental, simplemente experimentaron conmigo como con una cobaya. Las autoridades sanitarias del ejército deciden mandarlo a Estocolmo para ser paciente del profesor Barany, un estudioso de los trastornos cerebrales que en 1914 había recibido el premio Nobel.  Allí lo tratan, pero él solo recuerda las para él torturas del sillón giratorio del profesor. Finalmente lo declaran curado y mentalmente sano, lo devuelven y se le concede la licencia en su condición militar. Esto solo indica lo excéntricos que pueden ser a veces los estudiosos de los trastornos mentales. Lo que sí me parece un indicativo sólido de enfermedad mental fue su enrolamiento en el ejército, tras su ruptura sentimental con Alma, buscando en la guerra un suicidio sobrevenido y muy fácil, porque nada es más probable que la muerte en una guerra. La elección del suicidio como salida a un trauma sentimental ya habla con claridad de enfermedad mental. Tal vez sea el suicidio el indicio más claro de un trastorno mental severo. Y la forma en que Oskar lo busca no deja de ser tan sencilla como sutil y rebuscada para la mente de un enfermo mental.

Hay otros detalles típicos de la patología de un enfermo mental, tales como la patología celotípica, que, dejando aparte la época y la situación de la mujer, nos sitúan a Oskar en el terreno de la enfermedad mental. Camilleri cita un párrafo del diario de Alma que es muy sintomático en este terreno. “No tenía permiso para mirar a nadie ni para hablar con nadie. Insultaba a todas mis visitas y siempre estaba esperándome, al acecho. La ropa tenía que cubrirme hasta el cuello y las muñecas. No podía cruzar las piernas al sentarme. Todo aquello era completamente absurdo”. Los extremos a los que llegó Oskar en su celotipia superan ya los linderos de este terreno tan desagradable y tan doloroso para el que se ve atrapado por una de las peores obsesiones que se pueden tener, la de los celos, para convertirse en un signo muy claro de enfermedad mental. Oskar llegó a sentir celos del fallecido marido de Alma, Gustav Mahler, no soportando que tuviera un busto del músico con ella.

El colmo de los colmos de la patología de KOKOSCHKA fue sin duda el de la muñeca de Alma que mando fabricar a una artista de las muñecas Hermine Moos, quien debió de soportar la intransigencia de Oskar respecto a la perfecta similitud de la muñeca con su modelo, Alma Mahler. Andrea Camilleri lo describe muy bien con citas de las cartas que dirigió a Hermine. Todos sabemos como funcionan estas cosas en el mundo del erotismo y de las extrañas vivencias de la sexualidad, tales como el fetichismo, que unos consideran perfectamente normales y llaman pacatos y ñoños a los demás y otros como auténticas patologías. Lo cierto es que la historia de Kokoschka y su muñeca rompe todos los moldes a los que estamos acostumbrados. En el libro de Camilleri se describe muy bien, incluso se pasa al terreno de la ficción narrando lo que pudo haber ocurrido con la famosa historia de la muerte de la muñeca por descabezamiento. Uno, acostumbrado a los delirios y demás patologías del enfermo mental, no puede por menos que asombrarse de hasta qué extremos llegó nuestro buen amigo Oskar. Hay que estar muy delirante para vivir con una muñeca, por muy parecida que sea al original, hablar con ella, presentarla a sus amigos, llevarla a la ópera, pasearla en carruaje por Viena, para que todo el mundo la vea y se pregunte si es una mujer o una muñeca. Alguno podrá pensar que los artistas son así y no hay que tenérselo en cuenta. Por muy excéntrico que sea un artista, hay claros linderos con la enfermedad mental, que una vez que se pasan ya quedan pocas dudas de a qué  nos estamos enfrentando. El caso de Dali es muy paradigmático en este sentido. Por mucho que uno intente creer en su famosa frase, la única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco, resulta en extremo trabajoso y sin resultados prácticos pensar que personas así no sean enfermos mentales, como otros anónimos que no pueden buscar en la excentricidad del arte y de los artistas una adecuada disculpa a su patología mental. La historia que cuenta Camilleri sobre las posibles versiones de la muerte de la muñeca y la supuesta intervención de la policía sería tan verosímil tanto en el campo de la ficción como de la enfermedad mental. Semejantes delirios no son raros en la enfermedad mental, lo mismo que la lucidez con que se disculpan, buscando un poco de racionalidad de cara a los demás.

Remito al lector curioso al libro de Andrea Camilleri, La criatura del deseo, y debo cerrar este nuevo capítulo de locos egregios o enfermos mentales famosos, diciendo que a mí no me cabe la menor duda de que OSKAR KOKOSCHKA fue un enfermo mental que pudo llevar una vida más que aceptable para cualquier enfermo mental. La creatividad a veces nos ayuda a soportar una vida que para cualquier otro enfermo mental sin estas fabulosas herramientas sería tan sórdida y dolorosa como miserable e infernal.  No siempre es así porque en la historia abundan ejemplos de escritores, artistas, personajes famosos, ricos, que sufrieron lo que sufren otros enfermos mentales sin estas circunstancias favorables. Seguiremos viendo otros ejemplos conforme me vayan llamando la atención las vidas y milagros de enfermos mentales puestos bajo la lupa o en el candelero por circunstancias artísticas o históricas.





CARTAS SOBRE EL ENFERMO MENTAL XXXI

2 02 2024

SORIA 17 DE AGOSTO DE 2016

Hola amigo: Veo que te ha llamado la atención mi metáfora, porque no
es otra cosa, de la bula papal. Permíteme que profundice un poco más
en ella. Podría haber empleado otra metáfora como la del salvoconducto
o la del ticket que nos permite acceder a sitios a los que no pueden
entrar quienes no lo tienen o incluso podría haber utilizado la farsa
de control, un concepto muy interesante que encontré en los libros de
James Fenfield, creo que fue en la Novena revelación. Como ocurre en
las metáforas nunca se adaptan por completo a lo que se pretende
expresar pero sí son muy plásticas y llamativas y por eso las utilizo.
Tal vez el concepto de farsa de control se adopte mejor a lo que
quiero expresar pero debido a mi formación religiosa (estudié en un
colegio religioso) y a mi conocimiento de las bulas papales me llamó
mucho la atención el concepto dado que el mecanismo de la bula y el de
la conducta del enfermo mental tienen mucho en común. En los tiempos
de degeneración del papado muchos ricos utilizaron las bulas papales
para conseguir privilegios a los que podían acceder por su dinero. Lo
honrado hubiera sido que las bulas se concedieran a los más
necesitados, a las víctimas, pero como ocurre con tanta frecuencia en
nuestra sociedad es el dinero el que genera privilegios y no la
condición humana. Muchos sacerdotes, obispos e incluso los mismos
Papas acabaron vendiendo las bulas papales, con lo que un rico podía
comer carne en cuaresma porque tenía bula papal y en cambio los
enfermos o los desposeídos no podían hacerlo porque no tenían dinero
para comprar una bula. Digamos que incluso antes de «pecar» los ricos
podían plantearse romper con las normas y reglas a las que estaban
sometidos los demás porque el papa había otorgado una bula que ellos
habían comprado y que les permitían conductas que a los demás les eran
negadas, podían comer carne en cuaresma, podían saber con antelación
que determinados pecados les serían perdonados antes de ser cometidos
porque en sus manos tenían una bula papal.

      En el caso del enfermo mental la bula se la otorga él, no el
Papa y no compran esa bula con dinero u otros materiales de
intercambio sino con su enfermedad y su dolor. Suena muy mezquino este
comportamiento, cambiar enfermedad y dolor por privilegios de conducta
pero el enfermo mental está tan desesperado, tiene tal concepto de su
sufrimiento y sobre todo, no tiene otra cosa para el intercambio, que
esta mezquindad a veces resulta hasta comprensible y aceptable, de
hecho muchos familiares de enfermos caen en esta trampa. En una
sociedad muy avanzada espiritualmente la única moneda válida de
intercambio debería ser el amor, solo el amor debería servir para
conseguir cosas, pero curiosamente el amor es lo unico que no es
intercambiable. Alguien que ama lo da todo y no espera nada a cambio y
menos aún que le sea devuelto el amor en la misma cantidad, con la
misma generosidad. Todos dudaríamos de alguien que nos da su amor pero
a cambio pide y exige que le sea devuelto hasta el último céntimo que
ha invertido. Y esto es así porque el amor es generoso, desprendido,
no espera nada a cambio y se da sin medida a todo el mundo. Mal se
podría utilizar como moneda de cambio porque sería entregar todos los
bienes a cambio de nada, ni siquiera de un gesto del que lo recibe con
las manos vacías.

       Teniendo en cuenta que en nuestra sociedad todo es intercambio
y competitividad, que nadie da nada por nada y que todo el mundo
espera sacar un interés, un rendimiento a lo que da, que todo el mundo
espera recibir más de lo que da, los enfermos mentales estamos
vendidos porque tenemos muy poco que ofrecer. Debido a la enfermedad
nos resulta difícil encontrar trabajo y recibir a cambio un
estipendio, la gran mayoría de enfermos mentales pertenece a las
clases desfavorecidas y por lo tanto no pueden dar dinero a cambio de
atención. No solemos resultar simpáticos a los demás por motivos
obvios, no tenemos labia para convencer a nadie de nada, incluso
cuando somos creativos procuramos pasar desapercibidos por lo que no
exponemos las obras de nuestra creatividad al público, esperando ser
admiradas y recompensadas. Digamos que un enfermo mental es un paria
entre los parias, porque incluso un vagabundo con enfermedad física o
deformidad puede suscitar compasión, pero debido a los trastornos de
conducta el enfermo mental acaba siendo rechazado, despreciado,
marginado  y hasta siendo objeto de toda clase de malos deseos, «si se
muriera nos libraríamos de él, de su carga, de tener que soportarle el
resto de la vida» y es que además es manipulador, chantajista y
malvado, se merece todo lo que le ocurra. Así pues lo único que tiene
un enfermo mental para intercambiar y lo único que ha descubierto que
funciona es su dolor. Si mostramos nuestro sufrimiento, si contamos
cómo es nuestra vida, si ponemos en la balanza nuestros intentos de
suicidio, el sufrimiento constante durante años, la medicación, los
internamientos. podemos conmover hasta a una piedra, siempre que sea
mínimamente sensible. Nunca me he encontrado con un enfermo mental que
piense que su sufrimiento es inferior al de nadie y mucho menos al
común de los mortales, todavía podría regatear con enfermedades
físicas muy dolorosas y degenerativas, con sufrimientos morales
terribles como las víctimas de los campos de concentración, por poner
un ejemplo extremo, pero cuando se trata de comparar nuestro
sufrimiento con el del común de los mortales no hay color.

     Te puedo poner el ejemplo de una amiga enferma mental con la que
llevo tratando más de tres años.  Nada más conocerla ya hizo gala de
su sufrimiento, utilizó conmigo la farsa de control de la compasión,
es decir, vino a verme por motivos legales, para que la asesorara y
cuando mis consejos no le parecieron muy prácticos para solucionar sus
problemas se echó a llorar como una magdalena.  Enseguida noté que si
bien había mucho sufrimiento auténtico en ella y posiblemente un
pasado terrible, como así era puesto que al cabo del tiempo me fue
contando poco a poco su vida, sus lágrimas y aspavientos eran
exagerados, teatrales, y es que además era una mala actriz. Ante ello
tomé la decisión de tratarla como una hermana y decirle que yo también
era un enfermo mental y que a pesar de ello seguía luchando y no
lloraba por las esquinas buscando la compasión, mi dignidad como
persona y enfermo me impedían ya ese tipo de comportamientos. Para
rematar la abracé estrechamente, sin pedirle antes permiso, y
estuvimos así unos minutos. Eso la desarboló. A pesar de ello es
frecuente que siga utilizando su sufrimiento para justificar su falta
de voluntad, su apatía a la hora de tomar decisiones, su incapacidad
para vivir una vida que merezca la pena. En varias ocasiones decidí
seguirle el juego y puse sobre el platillo de la balanza mi propio
sufrimiento. ¿Que has intentado suicidarte? Yo más, una docena de
veces, y algunas terribles. Mi sufrimiento gana al tuyo. ¿Que has
estado internada? Yo más veces y durante más tiempo, y además mis
terapias fueron más terribles que las tuyas, electroschok, atado con
cadenas, con auténticas cadenas a una cama infecta, llena de orines,
en un sótano húmedo y tétrico. ¿Que tu….?  Objetivamente mi
sufrimiento era muy superior al suyo, por lo tanto no podía utilizar
conmigo esa farsa de control, buscar mi compasión, chantajearme
emocionalmente, manipularme. Digamos, utilizando un poco el humor, que
en esta partida de poker mis cartas eran muy superiores a las suyas,
ganadoras de todas todas. Por mucho que intentó hacerme ver que la
intensidad del sufrimiento a veces no tiene que ver con las
circunstancias objetivas eso no podía colar porque como le dije eso
significaría que yo era un bruto insensible, un pedrusco y ella la
mujer más sensible de la creación. Que no cuela, que no, le dije.
Entonces intentó convencerme de que mi caso era excepcional porque yo
tenia una gran voluntad de la que ella carecía. Falso, le dije, en mis
peores tiempos yo tenía menos voluntad que tú ahora y hubiera seguido
así de no haber entrenado la voluntad, de no haber decidido
convertirme en un guerrero impecable. La voluntad, le dije, es como un
músculo, se entrena en el gimnasio y quien no va nunca a entrenar no
puede echar la culpa al cielo de que no le ha dado ese don, porque no
cuela, si quieres músculo, vete al gimnasio, si quieres voluntad
trabaja con ella cada día. El entrenamiento de la voluntad también lo
saqué de los libros de Castaneda y de la filosofía del guerrero
impecable.

           Esta mujer, es cierto, tiene un pasado terrible en el que
hay un poco de todo, maltrato, matrimonio siendo muy joven con un
hombre que no quería y que era un bruto, una separación contenciosa y
dura, unos hijos que le han dado problemas, el mayor, tal vez también
un enfermo mental chantajeándola con intentar el suicidio, de hecho
hubo un episodio terrible, otro hijo que debido a su condición sexual
la hizo sentirse muy avergonzada en un pueblo muy conservador, etc
etc. Es un sufrimiento objetivo e innegable, ahora mismo su vida está
atada a una madre mayor y enferma que no soporta la soledad y la
quiere tener siempre a su lado, utilizando toda clase de chantajes
emocionales, incluso yo mismo presencié una «representación» digamos.
Pues bien, la utilización de este sufrimiento de forma constante ante
los demás, el manoseo permanente de esa farsa de control, la bula
papal que ella se ha extendido para llevar a cabo ciertos
comportamientos que sabe que no se le permitirían a nadie que no fuera
una enferme mental reconocida, le han llevado a resultar a veces
patética. Mis cartas en el póker del sufrimiento, ganadoras siempre,
no sirvieron de nada, no la convencieron de abandonar sus conductas
buscando compasión y exponiendo su sufrimiento para justificar ciertas
conductas, en cambio sí he observado que produce un gran efecto en
ella el cariño, la abrazo siempre que puedo y me deja, procuro
mostrarme cariñoso incluso cuando me molestan mucho sus conductas, el
cariño funciona, el la única medicina que siempre funcionará con un
enfermo mental, aunque para curar completamente a un enfermo no pueda
ni imaginar el cariño que sería necesario.

     Yo mismo utilicé en un tiempo mi bula papal, mis farsas de
control, para conseguir mis objetivos. Es cierto que la enfermedad no
es un privilegio, y yo tal vez lo sepa mejor que otros enfermos, a no
ser que lo miremos como lo hace el guerrero, como un desafío, o como
lo hace la persona espiritualmente avanzada, como una forma de ir más
deprisa en el camino del espíritu y de purificar lo peor de nosotros.
Ningún enfermo mental reconocerá nunca que su enfermedad es un
privilegio, un don del cielo, que no te diga que se cambiaría por
cualquiera, sin embargo sabe muy bien cómo dar la vuelta a la
tortilla, en expresión muy castellana, sabe cómo, al mismo tiempo que
lleva una mochila cargada de pedruscos a la espalda, poder
intercambiarlos como si fueran oro. Es capaz de hacer un pedrusco
moneda de cambio para intercambiar por lo que necesita. Esta sería una
facultad portentosa, una astucia que ni el mítico Ulises hubiera
podido manejar mejor, sino fuera porque no es otra cosa que un
mecanismo de supervivencia, el último esfuerzo de un desesperado antes
de arrojarse al abismo.

       Analizando mi comportamiento antes de convertirme en un
guerrero impecable observo que llevé al extremo esta farsa de control,
que me otorgué una bula papal con unas cláusulas terribles para mi
entorno. Es cierto que nunca amenacé con suicidarme para conseguir
nada, que mis intentos de suicidio fueron anónimos y discretos y nadie
se enteró hasta que los llevé a cabo; es cierto que rara vez me puse a
llorar por las esquinas buscando la compasión, pero dada mi condición
intelectual mis conductas fueron mucho más sutiles y difíciles de
combatir. Recuerdo cuando sufrí acoso en el trabajo y dada mi
condición de enfermo mental, por todos conocida, me encontré impotente
para salir de aquel infierno. Recuerdo cómo estudié detenidamente la
situación y tomé una decisión astuta. Sabía que mi prioridad era
conservar el trabajo y evitar cualquier situación que me llevara a un
expediente y a la expulsión del cuerpo. Conocedor de la ley sabía que
«el pensamiento no delinque», por lo que bien podía diseñar
estrategias que me permitieran defenderme y descargar mi cólera sin
sufrir luego severas consecuencias. Así, en lugar de responder a sus
insultos, menosprecios y abusos, fui adaptando poco a poco mi conducta
a mis pensamientos. Incapaz de expresarme con asertividad y claridad,
dejé que mi mente creara manías compulsivas que podían hacer mucho
daño pero que no iban a ser tenidas en cuenta en un juicio. Para que
te hagas una idea de esta sutileza te contaré que frente a las
compañeras utilicé una estrategia insólita, me otorgué la bula de
pensar en ellas eróticamente y desnudarlas con el pensamiento. Si esto
lo haces con discreción será difícil que puedan acusarte de nada y sin
embargo se darán cuenta de lo que está pasando. Así, por ejemplo,
miraba sus pechos y las imaginaba en toplés. Aparte de lo que pudiera
molestarlas y de la dificultad de probar en un juicio que yo las había
mirado libidinosamente a los pechos (un juez se troncharía de la risa)
yo encontraba una gran satisfacción en satisfacer mi libido con la
imaginación, hasta el punto de que llegué a conseguir orgasmos de esta
manera, algo realmente insólito pero perfectamente posible dado que en
el sexo, como dijo alguien, hay más de un cincuenta por ciento de
imaginación y se trata de un mecanismo nervioso en el que los nervios
traen y llevan estímulos. Mi bula papal decía: puesto que me estáis
destrozando la vida con este acaso, por otro lado muy mezquino y
miserable, sabiendo como sabéis que soy un enfermo mental, puesto que
sabéis que estáis creando las condiciones ideales para que yo intente
suicidarme de nuevo, sois unos asesinos en potencia, sois unos
malvados miserables y mezquinos, yo me arrogo el privilegio de
responderos como considere conveniente. Así podía desnudar mentalmente
a cuanta mujer me apeteciera, mirar sus pechos, cubiertos con la ropa,
como si estuvieran desnudos y lo más que podían hacer era insultarme o
agredirme, pero mi discreción era tal que les resultaba difícil probar
que yo estuviera haciendo algo así y no fuera una mezquina venganza
suya. Que esto era público me lo demostró un compañero de trabajo que
se atrevió a preguntarme si yo podía ver los pechos desnudos de las
mujeres bajo la ropa. Fue durante mi etapa que yo llamo de telépata
loco, puesto que escuchaba voces y estaba convencido de que tenía
facultades telepáticas. Sabedor de que mi condición de enfermo mental
me libraría de muchas cosas negativas si sabía actuar con astucia y
discreción, así lo hice durante un tiempo. Pero para que veas el
patético resultado que nos dan nuestras farsas de control y bulas
papales te contaré que acabé con una manía obsesivo-compulsiva con los
pechos de las mujeres que aún hoy en día me crea ciertos problemas.
También caí en otras manías aún peores que me causaron aún mayores
problemas. Utilizando el ejemplo humorístico que me gusta poner para
explicar esto, diría que la diferencia entre un corrupto y un enfermo
mental es la siguiente: el corrupto con gran astucia y discreción es
capaz de quedarse con el dinero ajeno, guardarlo allí donde pase
desapercibido y utilizarlo para darse la gran vida, él y los suyos, en
cambio el enfermo mental sería aquel que tras hacerse con una fortuna
inmensa, gracias a su astucia, luego fuera y tirara todos los billetes
al mar. Así somos los enfermos mentales y nuestras bulas papales,
chantajes, farsas de control, lo único que hacen es convertir nuestras
vidas en infiernos mayores de lo que serían si nos limitáramos a
soportar nuestra enfermedad en silencio, huyendo de hacer teatro
públicamente. Pero la necesidad de cariño es tan fuerte que nos lleva
a cualquier tipo de comportamiento que pueda traernos una pizca de
cariño, aunque sea algo tan complicado e hipotético como cambiar los
pedruscos de nuestro sufrimiento que llevamos a la espalda por
auténtico oro.

        Mi observación de este fenómeno en otros enfermos mentales es
amplia y profunda. De hecho yo mismo sufro los efectos de estas bulas
y farsas de control en mi persona de otros enfermos mentales. Hay
pocas cosas más negativas en el tratamiento con un enfermo mental como
permitirle sin más estas conductas y disculparlas. De hecho para mí
los dos pilares básicos de una buena terapia para la enfermedad mental
serían: trabajar por disuadirles de utilizar sus bulas papales y
farsas de control y darles todo el cariño posible y aún más. Estoy
convencido de que sin estos requisitos ninguna medicación será nunca
efectiva, ni aunque se encuentre el gen torcido que provoca este tipo
de trastornos, porque la enfermedad mental es sobre todo una
enfermedad del alma y las enfermedades del alma solo se curan con
cariño.

     Me he extendido en exceso pero quería expresar por escrito estas
ideas que utilizaré en algunos textos que subiré a mi blog. En cuanto
a los medios, tienes razón, no en vano se les llama el cuarto poder,
tienen el suficiente para cambiar la mentalidad de una sociedad y
dirigirla hacia donde ellos pretenden, pero mi experiencia me dice que
es un poder muy relativo. Te cuento que en España, cuando yo era
joven, se inició una campaña radiofónica, que luego pasó a la
televisión para hacer que se apreciara la música clásica. Sin duda que
algunos se «convertirían» pero los que apreciamos la música clásica
somos muy pocos. Otro ejemplo. En la actual situación política he
observado que muchos medios, con sus noticias y tertulias,
pretendieron poner de manifiesto la corrupción existente en el PP el
partido de derechas, algo que es absolutamente cierto y lo puede ver
hasta un ciego. Lo normal en este caso hubiera sido una vuelta en las
votaciones, puesto que los votantes deberían castigar al PP y premiar
a otros menos corruptos. Se habló de las estadísticas que decían que
el nuevo partido emergente Podemos, muy popular y populista, acabaría
dando un zarpazo al partido socialista. Pues bien en las últimas
elecciones el partido del PP subió, el partido de Podemos se quedó más
o menos como estaba, sino bajó un poco y el partido socialista sufrió
un ligero descalabro. Puedo asegurarte de que la campaña en algunos
medios fue como para convencernos a todos de que votar al PP era votar
a ladrones, chorizos y mangantes, era como vender nuestra alma al
diablo, y sin embargo la gente pensó que el puzzle sería aún peor si
tres partidos tuvieran casi los mismos votos y tuvieran que pactar
contra natura y también pensó que por muy corrupto que fuera el PP la
economía iría siempre mejor que si llevara las riendas un partido como
Podemos, muy populista, pero incapaz de enfrentarse a las represalias
del capitalismo internacional. Los medios fueron poderosos y la
campaña debió haber dado resultado, pero no fue así porque a pesar de
todo la multitud tiene su criterio y cuando le tocan lo más sagrado,
en este caso, el bolsillo, sabe oponerse a cualquier sugerencia de los
medios.

     En el caso del enfermo y la enfermedad mental una buena campaña
de los medios sería algo fantástico, pero me temo que mientras la
sociedad no cambie, mientras la inmensa mayoría nos siga viendo como
«no enfermos» que se aprovechan para ser vagos, para conseguir cosas
buscando la compasión, mientras nos vean como asesinos en potencia,
mientras desconozcan realmente cómo somos, ni la mejor campaña podría
cambiar el voto. A pesar de todo el esfuerzo en nuestra televisión
siguen triunfando los reality shows y aquel programa mítico para hacer
que la gente gustara de la música clásica ya no existe.

     Bien amigo, estaré encantado de seguir contestando a tus
preguntas y si este material te sirve miel sobre hojuelas, a mí me
viene de perlas poner por escrito ideas que me rondan la cabeza desde
hace años y que al escribirlas me ayudan a clarificarlas. Un abrazo.