ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXVIII

11 04 2024

 La muerte de mi padre supuso un cambio muy importante en mi vida, como era de esperar. Mi madre y yo buscamos casa. Mi hermana se había casado muy joven y aunque no vivía lejos, sí lo suficiente para que no nos viéramos muy a menudo. Creo que mi hermano debía de estar ya en la guardia real, a donde fue para evitar el servicio militar o porque aquello le gustaba lo suficiente para probar fortuna. Debió de ser mi madre la que encontró la casa, yo no estaba para cuestiones prácticas. Por suerte la encontró en el centro, justo un par de calles del juzgado donde yo trabajaba, con lo que me bastaba con levantarme un poco antes del momento en el que tenía que hacer mi aparición en el trabajo. Recuerdo bien que era una casa vieja y cochambrosa a la que se accedía por una escalera de piedra. No recuerdo que bajo ella hubiera otra vivienda, aunque sí existía espacio para ella. No recuerdo vecinos, solo una mujer soltera que habitaba otra vivienda que formaba  y con la nuestra, en una especie de ángulo donde se cruzaban las dos casas de un lado, en una de ellas vivía la dueña, y la nuestra. Me resulta difícil describir aquello, aunque en mi memoria aparece bastante claro. Se accedía, desde la calle, por un estrecho pasillo oscuro hasta un diminuto patio en el que se iniciaban las escaleras a nuestra casa, que era pequeña, pero suficiente para nosotros dos. Un pasillo desde la puerta de entrada que giraba a la izquierda. A la derecha estaba la cocina, pequeña pero más grande que la de la mayoría de los pisos modernos. En ella una cocina de carbón nos permitía cocinar y calentar un poco la casa en invierno. A la izquierda una diminuta habitación donde dormía mi hermano cuando venía a visitarnos y la abuela materna cuando nos tocaba tenerla en casa seis meses. Como eran cinco hijos el cálculo es sencillo, venía cada más de dos años. El servicio estaba a la derecha del pasillo frente al dormitorio de mi madre que era el mayor. El mío estaba al final del pasillo y aunque no muy grande era suficiente para mí. Haciendo esquina un saloncito donde teníamos un sofá y la televisión. El suelo de baldosa, creo recordar, salvo el salón que tenía madera o un parqué muy viejo y machacado. En aquella casa viviría los momentos más terribles que pasé en este segundo círculo del infierno.

Creo recordar que debió de ser allí cuando decidí tomar medidas serias para bajar de peso, como haría en momentos críticos en ciertas etapas de mi vida. No me recuerdo yendo a la piscina climatizada donde hacía una hora de natación antes de comer, al salir del trabajo. No podía vivir entonces a las afueras, donde vivimos con mi padre, porque hubiera llegado muy tarde a comer y no recuerdo haber comido tarde nunca. Era preciso adelgazar a cualquier precio, porque, aunque dejé en casa la mariconera que había traído de Madrid para que nadie se burlara de mí y la gabardina que tan mal me quedaba mi sobrepeso era excesivo y muy peligroso para mi salud. Como me ha ocurrido a lo largo de mi vida, cuando llego a una encrucijada, tomó decisiones drásticas que mantengo hasta conseguir los objetivos marcados, como me ha sucedido ahora, en la residencia de ancianos donde estoy en este momento y donde me he recuperado casi por completo del gravísimo incidente de salud que a punto estuvo de costarme la vida. En un par de semanas estaré de nuevo en casa, con una baja de peso increíble, mucho más ligero y recuperado de lo que pude imaginar a lo largo de estos últimos años. Entonces di los pasos necesarios y razonables para alcanzar mi objetivo, que era bajar de peso y adquirir un estado de forma bueno, sino atlético. Para ello me informé de la mejor dietista de León y me informaron de una doctora que tenía la consulta no demasiado lejos del trabajo. Fui a verla y como me sucedía entonces, antes de entonces, ahora y siempre, no puedo resistirme a las mujeres que me gustan y aquella me gustaba mucho. No es que hiciera ninguna tontería, suelo contentarme con mis fantasías eróticas y alguna que otra conducta que pasa desapercibida y sino es así nadie parece darle mucha importancia.

Aquella mujer me puso a dieta, lo que es elemental, pero antes hizo un pequeño experimento que me gustó. Se trataba de pasar una semana comiendo un determinado tipo de alimentos y luego ver el resultado. Lo que me gustó fue que dedujo de todo ello que lo que más me engordaba era la legumbre, algo que mi madre no aceptó de buen grado, siguiendo la leyendo dietética de entonces, no sé si también actual, de que la legumbre es buenísima y hay que comerla al menos dos o tres veces a la semana. Claro que mis platos de legumbre eran terribles, pero supongo que la dieta la seguí a rajatabla con la cantidad estricta de alimento que ella me había marcado, por lo que puedo deducir que algo de verdad tenía su conclusión de que me engordaba más la legumbre que la carne o la grasa. Como a mí la carne y la grasa me entusiasmaban me lo tomé muy bien y ese argumento lo utilicé muchas veces. En resumen, que me puso a una dieta estricta y espantosa, con la que pasé un hambre canina, pero que dio resultado. Sí, porque a los seis meses había bajado treinta kilos. Lo que me ha sucedido en más ocasiones en las que he seguido dietas estrictas. Todo esto acompañado con una hora de natación todos los días en la piscina climatizada de un hotel de lujo cercano, que me costaba un ojo de la cara pero que di por bien empleado cuando tuve que comprarme ropa nueva y mi aspecto mejoró notablemente.

Aquella paciente mujer debió de notar mis extraños comportamientos con ella, pero seguro que, informada de mi aparición en televisión o tal vez ella misma me viera, decidió que lo mejor era tener paciencia con aquel loco. Si bien mi aspecto físico mejoró tanto que yo mismo me autorizaba para intentar ligar como pudiera, mi condición psíquica y mental no se puede decir que mejorara demasiado, aunque sí lo suficiente como para irme olvidando de mi experiencia televisiva y no siendo consciente de las reacciones de los demás ante mi presencia, salvo que fueran muy exageradas. Mi vida cambió lo suficiente como para intentar aventuras que en otro tiempo me hubieran parecido imposibles. Empecé buscando grupos esotéricos o espiritistas en la ciudad y no se me ocurrió otra cosa que acercarme a la delegación del ministerio de cultura o como se llamara en aquella época. La mujer que me atendió debió de alucinar en colorines ante mis preguntas. No obstante mi persistencia y un poco de suerte me llevaría a conocer y contactar con el grupo de rosacruces de AMORC del que formaría parte durante años y tanto influyó en ambos sentidos en lo que llegaría a ser el núcleo de mi estancia en el segundo círculo del infierno. Y fue a través de ellos, en una carambola un tanto delirante, cómo llegaría a conocer a la rubia alcoholizada. Ya sé que si algún lector está siguiendo esta historia, se preguntará, y con toda razón, sobre el por qué del título de este capítulo, cuando esta rubia ha tardado tanto en aparecer y sin duda no tendrá la importancia que tuvieron otras personas y circunstancias. No hay razón lógica para la elección de este título, salvo que enlaza con el del capítulo anterior, el de una rubia con mala suerte. Ambas rubias y ambas maltratadas por la vida y por su mala cabeza y poca voluntad.

El detonante que llegó a producir nuestro encuentro no fue otro que mi interés por comenzar a hablar bien el francés, un idioma que leía con bastante facilidad y que ahora también leo con mucha más soltura. Me dije que podía buscar una nativa con la que mantener conversaciones en francés, porque no me interesaba el estudio de la gramática y de las entrañas de aquel idioma, sino hablarlo con fluidez. Por aquel entonces se me ocurrieron un montón de cosas, a las que me apliqué con total interés y dedicación. Quise bajar de peso y lo conseguí. Quise encontrar grupos esotéricos y lo logré. Quise encontrar una profesora de francés… y la encontré, aunque más me hubiera valido no haberla encontrado.

Solo me quedaba aprender a socializar un poco, perdiendo mi timidez enfermiza y logrando comportarme en sociedad como una persona normal, algo que nunca creí lograr y supongo que no he conseguido del todo, aunque cuando pongo interés todo va bastante bien, aunque muy, muy forzado. Por suerte en la piscina me encontré con dos mujeres que iban a hacer natación a la misma hora que yo y que, con muchísima insistencia, especialmente de una, consiguieron que aceptara tomar algo en la cafetería del hotel y luego quedar con ellas algunas tardes. Estas historias las cuento en la serie de mis relatos de mujeres, aunque aún no he subido ningún capítulo de esta historia a Internet. Puede que lo haga, o no, dependerá mucho de hasta dónde quiera llegar narrando mis años juveniles. Así pues, por un lado, socializaba en el entorno laboral, con mucho sufrimiento por mi parte, eso es cierto, pero a rastras me iban llevando a tomar un café con ellos o un vino con tapa. Esto unido a las constantes visitas del hijo del jefe y sus presiones para salir con su grupo de amigos o ir de pubs y discotecas, acabé socializando, si así puede llamarse con un grupo de jóvenes de mi edad muy típicos de la época, incluido el consumo de hachís que me perjudicó al mezclarlo con la medicación para mi enfermedad mental que seguía tomando. Por otro lado, el grupo rosacruz, aunque cerrado a influencias externas -cada uno personalmente tenía sus amigos y su entorno, pero como tal grupo nos relacionábamos muy poco con otras personas o grupos- también me ayudó a socializar. Recuerdo muy bien que en un cumpleaños que quise celebrar en casa me di cuenta de las muchas personas que conocía, lo suficiente, para que las invitara a mi diminuta casa y más diminuto salón. Debí de haberlo celebrado  en algún bar o cafetería, pero se me metió en la chola que tenía que ser en casa, y como me ha sucedido siempre que se me mete algo en la chola, lo llevo a cabo aunque las cosas salgan muy mal, la mayoría de las veces.

Allí, ante unas patatas fritas, aceitunas y otras cosillas para picas y beber había gente tan dispar como un mago profesional al que había conocido no sé cómo -debió de presentármelo alguien que le conocía- algunas chicas de aquí y de allá, imagino que las mujeres de la piscina y su círculo piscinil y algunos más que no recuerdo, ni nombres, ni caras ni otras circunstancias. Mi madre que había estado muy preocupada tras mi regreso de Madrid por mi nula sociabilidad y las consecuencias de mi aparición en televisión, se puso muy contenta, asombrada de que hubiera hecho tantos amigos en tan poco tiempo. Yo también lo estaba. Es cierto que tengo una cultura que sería tonto negar, que poseo una labia atractiva cuando me esfuerzo en ello, y que superados los primeros pasos que mi timidez convierte en auténticos abismos, puedo manejarme bastante bien en sociedad. Inicié una etapa que a mi me pareció una nueva vida, como en otras muchas ocasiones, incluida esta. Debo acabar con mis conductas patológicas y vivir una vida lo mejor posible. Al fin y al cabo, se me ha concedido una nueva vida. Eso decía entonces y digo ahora. Entonces porque los intentos de suicidio, terribles, no llegaron a obligarme a cruzar la línea del más allá. Y ahora porque la vida me ha concedido una nueva vida al no permitir que la muerte me haya llevado tras un gravísimo incidente de salud. Solo que esta vez tengo ya edad suficiente para saber que los pocos años que me quedan, muy pocos, deben de ser aprovechados al máximo.

En el próximo capítulo seguiré estas historias paralelas, algunas convergentes, y me centraré en la historia de la rubia alcoholizada, reflexionando sobre el imán que soy para atraer personas marginales que nunca se hubieran encontrado conmigo de no ser por las trampas del destino. En ese sentido estoy bastante de acuerdo con el personaje de mi novela “El buscador del destino”. El destino cabrón que me ha llevado a encrucijadas que nunca debí haber pisado si no hubiera sido con su ayuda y sus trampas.


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