CARTAS SOBRE EL ENFERMO MENTAL XXXI

2 02 2024

SORIA 17 DE AGOSTO DE 2016

Hola amigo: Veo que te ha llamado la atención mi metáfora, porque no
es otra cosa, de la bula papal. Permíteme que profundice un poco más
en ella. Podría haber empleado otra metáfora como la del salvoconducto
o la del ticket que nos permite acceder a sitios a los que no pueden
entrar quienes no lo tienen o incluso podría haber utilizado la farsa
de control, un concepto muy interesante que encontré en los libros de
James Fenfield, creo que fue en la Novena revelación. Como ocurre en
las metáforas nunca se adaptan por completo a lo que se pretende
expresar pero sí son muy plásticas y llamativas y por eso las utilizo.
Tal vez el concepto de farsa de control se adopte mejor a lo que
quiero expresar pero debido a mi formación religiosa (estudié en un
colegio religioso) y a mi conocimiento de las bulas papales me llamó
mucho la atención el concepto dado que el mecanismo de la bula y el de
la conducta del enfermo mental tienen mucho en común. En los tiempos
de degeneración del papado muchos ricos utilizaron las bulas papales
para conseguir privilegios a los que podían acceder por su dinero. Lo
honrado hubiera sido que las bulas se concedieran a los más
necesitados, a las víctimas, pero como ocurre con tanta frecuencia en
nuestra sociedad es el dinero el que genera privilegios y no la
condición humana. Muchos sacerdotes, obispos e incluso los mismos
Papas acabaron vendiendo las bulas papales, con lo que un rico podía
comer carne en cuaresma porque tenía bula papal y en cambio los
enfermos o los desposeídos no podían hacerlo porque no tenían dinero
para comprar una bula. Digamos que incluso antes de «pecar» los ricos
podían plantearse romper con las normas y reglas a las que estaban
sometidos los demás porque el papa había otorgado una bula que ellos
habían comprado y que les permitían conductas que a los demás les eran
negadas, podían comer carne en cuaresma, podían saber con antelación
que determinados pecados les serían perdonados antes de ser cometidos
porque en sus manos tenían una bula papal.

      En el caso del enfermo mental la bula se la otorga él, no el
Papa y no compran esa bula con dinero u otros materiales de
intercambio sino con su enfermedad y su dolor. Suena muy mezquino este
comportamiento, cambiar enfermedad y dolor por privilegios de conducta
pero el enfermo mental está tan desesperado, tiene tal concepto de su
sufrimiento y sobre todo, no tiene otra cosa para el intercambio, que
esta mezquindad a veces resulta hasta comprensible y aceptable, de
hecho muchos familiares de enfermos caen en esta trampa. En una
sociedad muy avanzada espiritualmente la única moneda válida de
intercambio debería ser el amor, solo el amor debería servir para
conseguir cosas, pero curiosamente el amor es lo unico que no es
intercambiable. Alguien que ama lo da todo y no espera nada a cambio y
menos aún que le sea devuelto el amor en la misma cantidad, con la
misma generosidad. Todos dudaríamos de alguien que nos da su amor pero
a cambio pide y exige que le sea devuelto hasta el último céntimo que
ha invertido. Y esto es así porque el amor es generoso, desprendido,
no espera nada a cambio y se da sin medida a todo el mundo. Mal se
podría utilizar como moneda de cambio porque sería entregar todos los
bienes a cambio de nada, ni siquiera de un gesto del que lo recibe con
las manos vacías.

       Teniendo en cuenta que en nuestra sociedad todo es intercambio
y competitividad, que nadie da nada por nada y que todo el mundo
espera sacar un interés, un rendimiento a lo que da, que todo el mundo
espera recibir más de lo que da, los enfermos mentales estamos
vendidos porque tenemos muy poco que ofrecer. Debido a la enfermedad
nos resulta difícil encontrar trabajo y recibir a cambio un
estipendio, la gran mayoría de enfermos mentales pertenece a las
clases desfavorecidas y por lo tanto no pueden dar dinero a cambio de
atención. No solemos resultar simpáticos a los demás por motivos
obvios, no tenemos labia para convencer a nadie de nada, incluso
cuando somos creativos procuramos pasar desapercibidos por lo que no
exponemos las obras de nuestra creatividad al público, esperando ser
admiradas y recompensadas. Digamos que un enfermo mental es un paria
entre los parias, porque incluso un vagabundo con enfermedad física o
deformidad puede suscitar compasión, pero debido a los trastornos de
conducta el enfermo mental acaba siendo rechazado, despreciado,
marginado  y hasta siendo objeto de toda clase de malos deseos, «si se
muriera nos libraríamos de él, de su carga, de tener que soportarle el
resto de la vida» y es que además es manipulador, chantajista y
malvado, se merece todo lo que le ocurra. Así pues lo único que tiene
un enfermo mental para intercambiar y lo único que ha descubierto que
funciona es su dolor. Si mostramos nuestro sufrimiento, si contamos
cómo es nuestra vida, si ponemos en la balanza nuestros intentos de
suicidio, el sufrimiento constante durante años, la medicación, los
internamientos. podemos conmover hasta a una piedra, siempre que sea
mínimamente sensible. Nunca me he encontrado con un enfermo mental que
piense que su sufrimiento es inferior al de nadie y mucho menos al
común de los mortales, todavía podría regatear con enfermedades
físicas muy dolorosas y degenerativas, con sufrimientos morales
terribles como las víctimas de los campos de concentración, por poner
un ejemplo extremo, pero cuando se trata de comparar nuestro
sufrimiento con el del común de los mortales no hay color.

     Te puedo poner el ejemplo de una amiga enferma mental con la que
llevo tratando más de tres años.  Nada más conocerla ya hizo gala de
su sufrimiento, utilizó conmigo la farsa de control de la compasión,
es decir, vino a verme por motivos legales, para que la asesorara y
cuando mis consejos no le parecieron muy prácticos para solucionar sus
problemas se echó a llorar como una magdalena.  Enseguida noté que si
bien había mucho sufrimiento auténtico en ella y posiblemente un
pasado terrible, como así era puesto que al cabo del tiempo me fue
contando poco a poco su vida, sus lágrimas y aspavientos eran
exagerados, teatrales, y es que además era una mala actriz. Ante ello
tomé la decisión de tratarla como una hermana y decirle que yo también
era un enfermo mental y que a pesar de ello seguía luchando y no
lloraba por las esquinas buscando la compasión, mi dignidad como
persona y enfermo me impedían ya ese tipo de comportamientos. Para
rematar la abracé estrechamente, sin pedirle antes permiso, y
estuvimos así unos minutos. Eso la desarboló. A pesar de ello es
frecuente que siga utilizando su sufrimiento para justificar su falta
de voluntad, su apatía a la hora de tomar decisiones, su incapacidad
para vivir una vida que merezca la pena. En varias ocasiones decidí
seguirle el juego y puse sobre el platillo de la balanza mi propio
sufrimiento. ¿Que has intentado suicidarte? Yo más, una docena de
veces, y algunas terribles. Mi sufrimiento gana al tuyo. ¿Que has
estado internada? Yo más veces y durante más tiempo, y además mis
terapias fueron más terribles que las tuyas, electroschok, atado con
cadenas, con auténticas cadenas a una cama infecta, llena de orines,
en un sótano húmedo y tétrico. ¿Que tu….?  Objetivamente mi
sufrimiento era muy superior al suyo, por lo tanto no podía utilizar
conmigo esa farsa de control, buscar mi compasión, chantajearme
emocionalmente, manipularme. Digamos, utilizando un poco el humor, que
en esta partida de poker mis cartas eran muy superiores a las suyas,
ganadoras de todas todas. Por mucho que intentó hacerme ver que la
intensidad del sufrimiento a veces no tiene que ver con las
circunstancias objetivas eso no podía colar porque como le dije eso
significaría que yo era un bruto insensible, un pedrusco y ella la
mujer más sensible de la creación. Que no cuela, que no, le dije.
Entonces intentó convencerme de que mi caso era excepcional porque yo
tenia una gran voluntad de la que ella carecía. Falso, le dije, en mis
peores tiempos yo tenía menos voluntad que tú ahora y hubiera seguido
así de no haber entrenado la voluntad, de no haber decidido
convertirme en un guerrero impecable. La voluntad, le dije, es como un
músculo, se entrena en el gimnasio y quien no va nunca a entrenar no
puede echar la culpa al cielo de que no le ha dado ese don, porque no
cuela, si quieres músculo, vete al gimnasio, si quieres voluntad
trabaja con ella cada día. El entrenamiento de la voluntad también lo
saqué de los libros de Castaneda y de la filosofía del guerrero
impecable.

           Esta mujer, es cierto, tiene un pasado terrible en el que
hay un poco de todo, maltrato, matrimonio siendo muy joven con un
hombre que no quería y que era un bruto, una separación contenciosa y
dura, unos hijos que le han dado problemas, el mayor, tal vez también
un enfermo mental chantajeándola con intentar el suicidio, de hecho
hubo un episodio terrible, otro hijo que debido a su condición sexual
la hizo sentirse muy avergonzada en un pueblo muy conservador, etc
etc. Es un sufrimiento objetivo e innegable, ahora mismo su vida está
atada a una madre mayor y enferma que no soporta la soledad y la
quiere tener siempre a su lado, utilizando toda clase de chantajes
emocionales, incluso yo mismo presencié una «representación» digamos.
Pues bien, la utilización de este sufrimiento de forma constante ante
los demás, el manoseo permanente de esa farsa de control, la bula
papal que ella se ha extendido para llevar a cabo ciertos
comportamientos que sabe que no se le permitirían a nadie que no fuera
una enferme mental reconocida, le han llevado a resultar a veces
patética. Mis cartas en el póker del sufrimiento, ganadoras siempre,
no sirvieron de nada, no la convencieron de abandonar sus conductas
buscando compasión y exponiendo su sufrimiento para justificar ciertas
conductas, en cambio sí he observado que produce un gran efecto en
ella el cariño, la abrazo siempre que puedo y me deja, procuro
mostrarme cariñoso incluso cuando me molestan mucho sus conductas, el
cariño funciona, el la única medicina que siempre funcionará con un
enfermo mental, aunque para curar completamente a un enfermo no pueda
ni imaginar el cariño que sería necesario.

     Yo mismo utilicé en un tiempo mi bula papal, mis farsas de
control, para conseguir mis objetivos. Es cierto que la enfermedad no
es un privilegio, y yo tal vez lo sepa mejor que otros enfermos, a no
ser que lo miremos como lo hace el guerrero, como un desafío, o como
lo hace la persona espiritualmente avanzada, como una forma de ir más
deprisa en el camino del espíritu y de purificar lo peor de nosotros.
Ningún enfermo mental reconocerá nunca que su enfermedad es un
privilegio, un don del cielo, que no te diga que se cambiaría por
cualquiera, sin embargo sabe muy bien cómo dar la vuelta a la
tortilla, en expresión muy castellana, sabe cómo, al mismo tiempo que
lleva una mochila cargada de pedruscos a la espalda, poder
intercambiarlos como si fueran oro. Es capaz de hacer un pedrusco
moneda de cambio para intercambiar por lo que necesita. Esta sería una
facultad portentosa, una astucia que ni el mítico Ulises hubiera
podido manejar mejor, sino fuera porque no es otra cosa que un
mecanismo de supervivencia, el último esfuerzo de un desesperado antes
de arrojarse al abismo.

       Analizando mi comportamiento antes de convertirme en un
guerrero impecable observo que llevé al extremo esta farsa de control,
que me otorgué una bula papal con unas cláusulas terribles para mi
entorno. Es cierto que nunca amenacé con suicidarme para conseguir
nada, que mis intentos de suicidio fueron anónimos y discretos y nadie
se enteró hasta que los llevé a cabo; es cierto que rara vez me puse a
llorar por las esquinas buscando la compasión, pero dada mi condición
intelectual mis conductas fueron mucho más sutiles y difíciles de
combatir. Recuerdo cuando sufrí acoso en el trabajo y dada mi
condición de enfermo mental, por todos conocida, me encontré impotente
para salir de aquel infierno. Recuerdo cómo estudié detenidamente la
situación y tomé una decisión astuta. Sabía que mi prioridad era
conservar el trabajo y evitar cualquier situación que me llevara a un
expediente y a la expulsión del cuerpo. Conocedor de la ley sabía que
«el pensamiento no delinque», por lo que bien podía diseñar
estrategias que me permitieran defenderme y descargar mi cólera sin
sufrir luego severas consecuencias. Así, en lugar de responder a sus
insultos, menosprecios y abusos, fui adaptando poco a poco mi conducta
a mis pensamientos. Incapaz de expresarme con asertividad y claridad,
dejé que mi mente creara manías compulsivas que podían hacer mucho
daño pero que no iban a ser tenidas en cuenta en un juicio. Para que
te hagas una idea de esta sutileza te contaré que frente a las
compañeras utilicé una estrategia insólita, me otorgué la bula de
pensar en ellas eróticamente y desnudarlas con el pensamiento. Si esto
lo haces con discreción será difícil que puedan acusarte de nada y sin
embargo se darán cuenta de lo que está pasando. Así, por ejemplo,
miraba sus pechos y las imaginaba en toplés. Aparte de lo que pudiera
molestarlas y de la dificultad de probar en un juicio que yo las había
mirado libidinosamente a los pechos (un juez se troncharía de la risa)
yo encontraba una gran satisfacción en satisfacer mi libido con la
imaginación, hasta el punto de que llegué a conseguir orgasmos de esta
manera, algo realmente insólito pero perfectamente posible dado que en
el sexo, como dijo alguien, hay más de un cincuenta por ciento de
imaginación y se trata de un mecanismo nervioso en el que los nervios
traen y llevan estímulos. Mi bula papal decía: puesto que me estáis
destrozando la vida con este acaso, por otro lado muy mezquino y
miserable, sabiendo como sabéis que soy un enfermo mental, puesto que
sabéis que estáis creando las condiciones ideales para que yo intente
suicidarme de nuevo, sois unos asesinos en potencia, sois unos
malvados miserables y mezquinos, yo me arrogo el privilegio de
responderos como considere conveniente. Así podía desnudar mentalmente
a cuanta mujer me apeteciera, mirar sus pechos, cubiertos con la ropa,
como si estuvieran desnudos y lo más que podían hacer era insultarme o
agredirme, pero mi discreción era tal que les resultaba difícil probar
que yo estuviera haciendo algo así y no fuera una mezquina venganza
suya. Que esto era público me lo demostró un compañero de trabajo que
se atrevió a preguntarme si yo podía ver los pechos desnudos de las
mujeres bajo la ropa. Fue durante mi etapa que yo llamo de telépata
loco, puesto que escuchaba voces y estaba convencido de que tenía
facultades telepáticas. Sabedor de que mi condición de enfermo mental
me libraría de muchas cosas negativas si sabía actuar con astucia y
discreción, así lo hice durante un tiempo. Pero para que veas el
patético resultado que nos dan nuestras farsas de control y bulas
papales te contaré que acabé con una manía obsesivo-compulsiva con los
pechos de las mujeres que aún hoy en día me crea ciertos problemas.
También caí en otras manías aún peores que me causaron aún mayores
problemas. Utilizando el ejemplo humorístico que me gusta poner para
explicar esto, diría que la diferencia entre un corrupto y un enfermo
mental es la siguiente: el corrupto con gran astucia y discreción es
capaz de quedarse con el dinero ajeno, guardarlo allí donde pase
desapercibido y utilizarlo para darse la gran vida, él y los suyos, en
cambio el enfermo mental sería aquel que tras hacerse con una fortuna
inmensa, gracias a su astucia, luego fuera y tirara todos los billetes
al mar. Así somos los enfermos mentales y nuestras bulas papales,
chantajes, farsas de control, lo único que hacen es convertir nuestras
vidas en infiernos mayores de lo que serían si nos limitáramos a
soportar nuestra enfermedad en silencio, huyendo de hacer teatro
públicamente. Pero la necesidad de cariño es tan fuerte que nos lleva
a cualquier tipo de comportamiento que pueda traernos una pizca de
cariño, aunque sea algo tan complicado e hipotético como cambiar los
pedruscos de nuestro sufrimiento que llevamos a la espalda por
auténtico oro.

        Mi observación de este fenómeno en otros enfermos mentales es
amplia y profunda. De hecho yo mismo sufro los efectos de estas bulas
y farsas de control en mi persona de otros enfermos mentales. Hay
pocas cosas más negativas en el tratamiento con un enfermo mental como
permitirle sin más estas conductas y disculparlas. De hecho para mí
los dos pilares básicos de una buena terapia para la enfermedad mental
serían: trabajar por disuadirles de utilizar sus bulas papales y
farsas de control y darles todo el cariño posible y aún más. Estoy
convencido de que sin estos requisitos ninguna medicación será nunca
efectiva, ni aunque se encuentre el gen torcido que provoca este tipo
de trastornos, porque la enfermedad mental es sobre todo una
enfermedad del alma y las enfermedades del alma solo se curan con
cariño.

     Me he extendido en exceso pero quería expresar por escrito estas
ideas que utilizaré en algunos textos que subiré a mi blog. En cuanto
a los medios, tienes razón, no en vano se les llama el cuarto poder,
tienen el suficiente para cambiar la mentalidad de una sociedad y
dirigirla hacia donde ellos pretenden, pero mi experiencia me dice que
es un poder muy relativo. Te cuento que en España, cuando yo era
joven, se inició una campaña radiofónica, que luego pasó a la
televisión para hacer que se apreciara la música clásica. Sin duda que
algunos se «convertirían» pero los que apreciamos la música clásica
somos muy pocos. Otro ejemplo. En la actual situación política he
observado que muchos medios, con sus noticias y tertulias,
pretendieron poner de manifiesto la corrupción existente en el PP el
partido de derechas, algo que es absolutamente cierto y lo puede ver
hasta un ciego. Lo normal en este caso hubiera sido una vuelta en las
votaciones, puesto que los votantes deberían castigar al PP y premiar
a otros menos corruptos. Se habló de las estadísticas que decían que
el nuevo partido emergente Podemos, muy popular y populista, acabaría
dando un zarpazo al partido socialista. Pues bien en las últimas
elecciones el partido del PP subió, el partido de Podemos se quedó más
o menos como estaba, sino bajó un poco y el partido socialista sufrió
un ligero descalabro. Puedo asegurarte de que la campaña en algunos
medios fue como para convencernos a todos de que votar al PP era votar
a ladrones, chorizos y mangantes, era como vender nuestra alma al
diablo, y sin embargo la gente pensó que el puzzle sería aún peor si
tres partidos tuvieran casi los mismos votos y tuvieran que pactar
contra natura y también pensó que por muy corrupto que fuera el PP la
economía iría siempre mejor que si llevara las riendas un partido como
Podemos, muy populista, pero incapaz de enfrentarse a las represalias
del capitalismo internacional. Los medios fueron poderosos y la
campaña debió haber dado resultado, pero no fue así porque a pesar de
todo la multitud tiene su criterio y cuando le tocan lo más sagrado,
en este caso, el bolsillo, sabe oponerse a cualquier sugerencia de los
medios.

     En el caso del enfermo y la enfermedad mental una buena campaña
de los medios sería algo fantástico, pero me temo que mientras la
sociedad no cambie, mientras la inmensa mayoría nos siga viendo como
«no enfermos» que se aprovechan para ser vagos, para conseguir cosas
buscando la compasión, mientras nos vean como asesinos en potencia,
mientras desconozcan realmente cómo somos, ni la mejor campaña podría
cambiar el voto. A pesar de todo el esfuerzo en nuestra televisión
siguen triunfando los reality shows y aquel programa mítico para hacer
que la gente gustara de la música clásica ya no existe.

     Bien amigo, estaré encantado de seguir contestando a tus
preguntas y si este material te sirve miel sobre hojuelas, a mí me
viene de perlas poner por escrito ideas que me rondan la cabeza desde
hace años y que al escribirlas me ayudan a clarificarlas. Un abrazo.


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