LA DIABETES NO LLAMA A LA PUERTA V

8 06 2024

Al fin un día eres capaz de levantarte de la cama e ir al servicio, ya no usas pañal y te sientes como si hubieras recobrado un poco de tu dignidad. Parece que los valores de glucosa van descendiendo y que la herida, tras una limpieza a fondo en el quirófano con anestesia total, va mejor. Sigues ensuciando la almohada con tu sangre apestosa, pero al menos dicen que ya no supuras, ya no tienes pus, la sangre es sangre limpia. Tras un montón de días encamado puedes desplazarte con cuidado con el andador. Pero de pronto te anuncian que te van a dar el alta. Crees que no estás preparado para regresar a casa, donde vives solo, donde hay unas escaleras que subir. Va a ser duro, pero te preparas. Te dan el informe y una amiga de buen corazón te sube en su coche al pueblecito donde tienes tu casa. Has leído el informe y te ha impactado percibir cómo te ven otros, cómo has llegado al hospital sucio y desaliñado, como te califican casi como un pordiosero. Recuerdas una reunión semicircular alrededor de tu silla, todos te hacían preguntas, querían saber. No recuerdas ni lo que les contaste, ni siquiera que les contaras nada. En el informe pone que te quedabas dormido mientras hablabas, clara señal que no estabas para hablar con nadie. Cuando te hagan una encuesta telefónica del grado de satisfacción por el trato recibido pondrás por las nubes a estos ángeles del infierno hospitalario, sanitarios, auxiliares, trabajadoras de la limpieza, a todos, pero te quejarás de ese peculiar abuso de hablar contigo cuando no estás preparado para hablar y luego, tal vez utilizando tus propias palabras, no lo voy a negar, digan cosas de ti que te sorprenden hasta el punto de que piensas que tal vez hayan podido acceder a archivos de hace décadas sobre ti. Luego deduces que lo más probable es que lo hayas dicho tú, te lo hayan sonsacado, aunque hay datos que ni siquiera les has podido decir tú porque no los conocías y además no son ciertos. Todo es muy raro. Les estás infinitamente agradecido por haberte salvado la vida, pero hay formas y formas y un poco de por favor nunca viene mal.

No vas a opinar sobre la sanidad pública y privada, las listas de espera, el trato recibido por los privados y los públicos, lo único cierto es que, salvo los ángeles del infierno, no se te ha tratado bien, como le dices a la pobre mujer de la sociedad de seguros privada a la que perteneces cuando te pregunta por qué has puesto cero patatero en todas las preguntas que te han hecho en una encuesta. Dices todo lo que piensas y sientes, con calma, con voz suave y paciente, pero lo dices, especialmente que nadie se preocupa de los singles, como ahora nos llaman a los que estamos solos. Confiesas que tal vez te pasaras un poco cuando hablaste de que pretendían que incluso estando muriéndote en un hospital o incluso desde la propia tumba, una vez muerto, tuvieras que solucionar todos los problemas burocráticos, todo el papeleo que en esta sociedad conlleva hasta el ponerse enfermo y morir. Estabas solo porque tú te lo buscaste, eso es cierto, y tu hija estaba muy lejos, en Alemania, y solo le dijiste que estabas en un hospital cuando el peligro ya había pasado, y ningún familiar podía echarte una mano porque estaban lejos y no podían dejarlo todo para ocuparse de alguien que se había buscado lo que durante años había clamado porque le sucediera. Pero manda narices eso de que ya te puedes estar muriendo que tienes que ir con la tarjeta sanitaria en la boca y diciendo quién eres y dónde vives y tratando de hacer las cosas bien para que luego no tengas que pagar los gastos hospitalarios y puedas sobrevivir sin tener que morirte como un perro abandonado. Porque tuviste que tomar muchas decisiones cuando tu cuerpo no te dejaba pensar en nada que no fuera en aliviar el dolor. Cada decisión, si te equivocabas, podía costarte la vida. No era ninguna broma una herida, al parecer como el eurotúnel o mayor, que podía infectarse en cualquier momento y con tu diabetes ya podías ponerte a rezar. Y cuando llegas a casa no eres capaz de que el glucómetro funcione y te diga cómo tienes la glucosa. Fueron días terribles, temiendo caer en una hipoglucemia y que lo que habías leído que debía hacerse para salir de ella no funcionara. Comías muy poco y casi todo, ensaladas, por miedo a que la glucosa se disparara hasta Marte, Además tenías que resolver el problema del transporte, vivir en el mundo rural puede ser un auténtico problemón cuando caes enfermo. No podías tener a vecinos generosos haciendo de chóferes para ti. Por suerte las cosas comenzaron a resolverse cuando descubriste que no importaba que no oyeras el pitido del glucómetro al absorber la sangre, como te habían insistido, era suficiente con que vieras cómo la gota de sangre trepara por la ranura de la tira. El alivio infinito que sentiste cuando al fin podías guiarte por los valores de glucosa antes de las comidas cambió tu suerte, porque poco a poco todo empezó a solucionarse.


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