MÁXIMAS DEL GUERRERO IMPECABALE XXIII

27 06 2023

PREDADORES, VOLADORES Y SERES INORGÁNICOS III

‑Tengo que insistir en que es una idea rara que encontrará en ti infinita resistencia ‑dijo‑. Debo advertirte que no la aceptarás con facilidad. Pero no por el hecho de que es rara debes rechazarla. Eres un científico social. Por lo tanto, tu mente está siempre abierta a la investigación, ¿verdad?

‑La idea rara ‑dijo lentamente, midiendo el efecto de sus palabras‑ es que todo ser humano en esta Tierra parece tener las mismas reacciones, los mismos pensamientos, los mismos sentimientos. Parecen responder de la misma manera a los mismos estímulos. Esas reacciones parecen estar en cierto modo nubladas por el lenguaje que hablan, pero si escarbamos esa superficie son exactamente las mismas reacciones que asedian a cada ser humano en la Tierra. Me gustaría que esto te causara curiosidad como científico social, por supuesto, y que veas si puedes explicar esta homogeneidad.

‑La tarea del día, para ti ‑dijo abruptamente, en tono de presagio‑, es una de las tareas más misteriosas de la brujería, algo que va más allá del lenguaje, más allá de las explicaciones. Hoy nos fuimos de caminata, hablamos, porque el misterio de la brujería debe ser amortiguado con lo mundano. Debe partir de la nada, y debe volver nuevamente a la nada. Ése es el arte del guerrero-viajero: pasar por el ojo de una aguja sin ser notado. Por tanto, prepárate acomodando tu espalda contra esta pared de roca, lo más lejos posible del borde. Estaré cerca de ti, en caso de que te desmayes o te caigas.

‑¿Quiero que cruces las piernas y entres en un estado de silencio interno ‑dijo‑. Digamos que quieres averiguar qué artículos podrías buscar para desacreditar o comprobar lo que te he pedido que hagas en tu medio académico. Entra en el silencio interno, pero no te duermas. Éste no es un viaje al oscuro mar de la conciencia. Esto es ver desde el silencio interno.

‑Son verdaderamente pesados ‑don Juan me dijo al oído. Me estaba agarrando del brazo izquierdo, lo más fuerte que podía.

Vi algo, como una sombra de barro meneándose en el suelo, y luego dio otro salto, quizá de unos quince metros, y volvió a aterrizar con el mismo silencioso golpe. Estaba aterrorizado más allá de todo lo que racionalmente pudiera usar como descripción. Mantuve mis ojos fijos en la sombra saltando en el fondo del valle. Luego escuché un zumbido peculiar, una mezcla entre el sonido de un batir de alas, y el sonido de una radio que no ha sintonizado la frecuencia de una estación, y el golpe que siguió fue algo inolvidable. Nos sacudió a don Juan y a mí hasta los huesos ‑una gigantesca sombra de barro negra acababa de aterrizar a nuestros pies.

‑No te asustes ‑dijo don Juan en tono imperativo‑. Mantén tu silencio interno y la sombra se irá.

-Jamás se me hubiera ocurrido que tomarías el ver a un volador tan a pecho ‑dijo.

El predador que don Juan había descrito no era benévolo. Era enormemente pesado, vulgar, indiferente. Sentí su despreocupación por nosotros. Sin duda, nos había aplastado épocas atrás, volviéndonos, como don Juan había dicho, débiles, vulnerables y dóciles. Me quité la ropa húmeda, me cubrí con un poncho, me senté en la cama, y lloré desconsoladamente, pero no por mí. Yo tenía mi ira, mi intento inflexible, para no dejarme comer. Lloré por mis semejantes, especialmente por mi padre. Nunca supe, hasta ese momento, que lo quería tanto.


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